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"Un buen día para cartas secretas"

Ana se bajó del tren luego de despedirse de Parvati y Lavender y buscó entre la multitud de personas a alguien que conociese, bajo la brillante luz de las farolas. Y cuando observó a Sirius y a James ir hacia ella mientras esquivaban personas, una sonrisa se posó en su rostro.

—¡Ana!

James la recibió con un fuerte abrazo, levantándola del suelo y haciendo que Ana riera.

—Hola a ustedes dos...

—¿Cómo ha sido el viaje? —preguntó Sirius dándole una pequeña palmadita en el hombro.

—Entretenido... —admitió Ana y tomó suavemente el medallón en sus dedos—. Por fin abrí el regalo y... muchas gracias, en serio. Me ha encantado.

James parecía radiante mientras agarraba el cesto de mimbre que resguardaba a Basil, quien seguía durmiendo.

—Me alegro tanto que te haya gustado, estaba preocupado que no te hubiese gustado porque no recibíamos ninguna carta...

—Lo siento... es que con todo lo que ha estado sucediendo se me había pasado totalmente por la cabeza y dejé que cayera a lo más profundo de mi baúl.

—No te preocupes —se apuró a decir James y señaló el medallón—. Te queda excelente, tengo un muy buen ojo.

—Pero si Harry lo...

—Excelente ojo —lo cortó James—. Mi propio hijo me abandonó en Navidad otra vez... no se merece ningún reconocimiento...

Mientras James seguía exagerando que Harry se hubiese quedado en Hogwarts, Sirius y Ana caminaban detrás de él mientras el primero hacía reír a la niña con las expresiones que ponía, burlándose de su amigo.

Cuando salieron del andén nueve y tres cuartos, los ojos de Ana fueron recibidos por una figura familiar y cálidamente alegre.

—¡Nana!

Ana saltó a los brazos de Hilda Abaroa y éstos la rodearon como si la vida se estuviese a punto de extinguir.

El abrazo duró un par de minutos en donde Hilda dejó pequeños besos en el cabello de Ana y ambas repetían cuánto habían extrañado a la otra. Cuando se separaron, Ana rodeó el brazo de la mujer con el suyo y caminaron lado al lado hacia la entrada de la estación, mientras que James y Sirius les daban espacio para que hablaran. Una vez en el auto de James, Ana soltó un suspiro de anhelo.

—No sabes todo lo que tengo que contarte abuela, los pergaminos de las cartas se quedaron cortos para decirte la historia completa.

Hilda cerró la puerta del auto detrás suyo y miró a Ana con una sonrisa.

—¿Qué me tienes que contar, querida? ¿Qué tal de aquel chico... Blaise? ¿Era ese su nombre?

La mueca que Ana puso fue suficiente para levantar la curiosidad de todos.

—¿Blaise... Zabini? —inquirió James y cuando la mueca de Ana se hizo más grande, él la miró por el espejo retrovisor con curiosidad—. ¿Tú también tienes problemas con esos niños de Slytherin? Harry no deja de contarme acerca de Draco Malfoy.

—No me sorprende con la familia que tiene —resopló Sirius y James lo miró con una ceja alzada.

—Draco sigue siendo un niño, tiene tiempo de cambiar...

—¡Pues que cambie rápido! —exclamó Ana una vez que arrancaron a moverse por la ciudad de Londres—. Son insoportables y Zabini... ugh, ni siquiera Malfoy es tan vanidoso como él.

—Algo bueno debe tener, claro —corroboró Hilda pero Ana no parecía muy segura de aquello.

—Nana, si tú lo conocieses, entenderías. Tiene un complejo de superioridad tan asqueroso que no lo puedo soportar de ninguna manera. "¡Oh, mírenme, soy un sangre pura y por lo tanto soy más importante que tú!" Solo cállate, a nadie le importa que tu tío se haya casado con tu prima segunda.

—¡Ana!

Contrario a Hilda y James, que parecían espantados por la elección de palabras de Ana, Sirius parecía querer explotar de la risa pero lo escondía en un falso ataque de tos.

—¡Pero es la verdad! Solamente que lo dejan saber de otra forma...

Hilda Abaroa se volvió completamente roja como el semáforo en frente del auto de James.

—Ana, no me hagas castigarte durante la Navidad.

Ana suspiró y asintió.

—Bien, pero no hablemos de él que es lo peor... ¡Oh! ¡Remus! Ha caído enfermo, nana. ¿Ustedes dos sabían?

Ana no podía verlo pero James y Sirius se miraban sin saber qué decir.

—Nos ha contado, sí... pero no te preocupes que en cualquier momento se encontrará mejor —le aseguró James y Sirius asintió, reasegurándole.

—¿Pues qué le ha pasado? ¿Ha sido el clima? Estos meses han sido muy tormentosos, seguramente a pescado un resfrío tremendo —apuntó Hilda con el ceño fruncido, preocupándose por el bienestar del hombre—. ¿Por qué no pasa las Navidades aquí?

—¡Sí! Díganle que venga —insistió Ana pero solamente recibió un suspiro de parte de Sirius.

—Créanos que tratamos de que viniese para aquí así se recuperaba con más rapidez pero es demasiado terco.

—Ni siquiera cuando le dije que le haría mi famoso chocolate caliente quiso venir —se lamentó James—. Otro traidor...

Sirius giró su cabeza hacia Ana y se encogió de hombros.

—Dijo que tenía mucho trabajo por corregir y muchas actividades que preparar. No quería distraerse.

Ana hizo una mueca y apoyó su cabeza con la ventana, cambiando rápidamente su decisión porque no dejaba de golpearse contra el vidrio.

—Sí, tiene razón... es un profesor después de todo... ¡Y uno muy bueno! —los ojos de Ana volvieron a brillar cuando giraron por una esquina—. El día que Snape lo tuvo que reemplazar fue el peor día de todos, en serio... era como si estuviese pidiendo que fuese criticado pero claro que me tuvo que dar deten...

Ana se calló antes de terminar la frase, mirando a su abuela con horror. No le había contado a Hilda absolutamente nada de los problemas en los que se había metido. Pero Ana jamás podría escapar de los oídos agudos de su abuela.

—¿Te has metido en problemas, Ana? —preguntó ella con el entrecejo fruncido.

Ana le sonrió con inocencia.

—Tal vez un poquito... un mes de detención... ¿tal vez?

—¡Ana! ¿Cómo es que te ganaste un mes de detención, señorita?

—Snape estaba siendo un cretino, nana, y obtuvo lo que se merecía —Ana ignoró la expresión de su nana al escuchar su vocabulario—... aunque yo también. Yo tuve detención con él y él fue criticado. Ambos perdimos, pero por favor no hablemos más de él, me da asco.

—Sí, Snivellus genera esa reacción —admitió Sirius, ganándose una mirada de parte de James—. Entonces, ¿cómo te fue en la escuela en general?

Ana volvió a brillar.

—¡Genial! Como te conté en la carta, nana, estuve dándole de comer a un gusarajo todas estas semanas y yo creo que crecerá para ser muy fuerte —comenzó a decir ella—. Pero si te soy sincera, es bastante difícil tener tanto para estudiar. Estoy flaqueando en la escuela, especialmente en historia de la magia ¡va a ser mi muerte! El profesor Binns habla tan lento, nana, y yo me hago muchas siestas durante sus clases y a él no le importa. Dudo que hasta sepa de que existo.

—Binns... ¿no es ese el profesor fantasma? —dijo Hilda, eligiendo ignorar que Ana se dormía durante las clases.

—¡Sí! ¿Por qué no se jubila todavía? Señor, su hora ya pasó, déjenos descansar a nosotros... Estamos estudiando la cacería de brujas pero yo todavía trato de recordar los nombres de la junta europea de magos ¡y ese es un tema del segundo año! ¡estoy atrasada!

Al ver que Ana volvía a estresarse con el tema de la conversación, Sirius volvió a intervenir.

—Quizá deberíamos hablar de algo enteramente diferente, dejemos la escuela atrás.

—Pero eso es mi todo ahora... ¡prácticamente vivo allí!

Ana se pasó el resto del viaje mirando por la ventana, distrayéndose con los edificios y el pensamiento de que Navidad solo estaba a la vuelta de la esquina.

•      •      •

Durante la mañana siguiente, Ana recibió las noticias más horrorosas.

—¡No!

Ana se encontraba leyendo la carta que Hermione le había escrito el día anterior y que había llegado recién a la morada Abaroa, justo cuando Ana estaba disfrutando de sus tostadas.

El interior de la casa Abaroa ya se encontraba preparada para la celebración, decorada con guirnaldas navideñas, adornos y velas aromáticas, que olían como un budín dulce. Además, en el fondo se podían apreciar los clásicos de Navidad pero Ana estaba tan concentrada en la carta en su mano que no podía apreciar el clásico de Wham!, Last Christmas.

—¿Qué sucede, querida? —inquirió Hilda Abaroa apareciendo por la puerta de la cocina, visiblemente preocupada.

—El mundo es muy cruel, nana —Ana la miró pero en vez de presentar preocupación en sus ojos, Hilda solamente podía ver furia—. ¡E injusto! Si Hagrid no presenta una buena defensa para Buckbeak, lo ejecutarán. ¡Ejecutarán, abuela!

Hilda la observó por unos segundos, tratando de recordar quién era Buckbeak.

—¿El... grifo?

—¡El hipogrifo de Hagrid! —Ana le dio un mordisco agresivo a su tostada con mermelada—. ¿Guienes se green gue son?

—No hables con la boca llena, Ana.

Ana resopló pero tragó su comida.

—¿Y no se puede hacer nada por el hipogrifo, querida? Ejecutarlo es muy... barbárico. Debe de haber otra solución, desde luego.

—Hermione dice que la Comisión para las Criaturas Peligrosas son injustos y toman sobornos... ¡especialmente de Lucius Malfoy, el padre de Malfoy! Esto es espantoso... —protestó Ana y continuó leyendo la carta para dejar salir otro lamento—. ¡Mi gusarajo ha muerto! Mucha lechuga...

Limonada dejó salir un aullido lamentoso y recostó su cabeza en el los pies de Ana, que habían estado moviéndose como locos.

—Ya lo sé, Limón... estas son noticias de lo peor. ¡Hoy a la tarde hablaré con Lyall para que nos ayude! Él trabajaba allí, ¿recuerdas nana? Seguramente me pueda dar un consejo.

—Perfecto —asintió Hilda y le dio un sorbo a su té—. Ahora termina tu desayuno que iremos a hacer las compras de Navidad.


Ana adoraba ir de compras y más durante la Navidad. Descubrir pequeños objetos que le atrajeran la atención era un gusto del que no se cansaba. Como aquellos pequeños broches de pelo en forma de mariposa monarca que encontró en una venta de garaje. 

Claro, Ana tenía un límite para comprar y eso era sus ahorros. Durante su vida en St. Davids, Ana había tomado diferentes pequeños trabajos para poder juntar su propio dinero. Tal como cortar el césped de la señora Morris o cuidar de los gatos del señor Shelby cuando se iba algunos días a visitar a su familia. Ana siempre había encontrado una forma de ganar dinero para poder satisfacer sus gustos, pero ahora ya no tenía tiempo para aquellos trabajos y menos a personas que confiaran en ella en aquel barrio de Londres, y por ello debía tener un límite para aquella Navidad. Así que abandonó los broches en el lugar que los había encontrado y se interesó por un pequeño set de cucharas para el té, que tenían un bonito diseño de hongos. Seguramente a su abuela le encantaría recibir algo tan encantador.

La mañana se pasó volando de tienda de segunda mano a otra, y de en busca de ofertas que Ana aprovechó al cien, y cuando llegó el mediodía, Ana se encontraba devorando un sándwich de pavo en el auto de James mientras se dirigían a la casa de Lyall Lupin.

—¡Mis mejores sándwiches! —exclamó James orgulloso—. Hubiese traído mi tarta pero me di cuenta de que no sería muy práctico comerla en un auto...

—Es delicioso, James —asintió Ana dándole otro mordisco.

James sonrió y miró a Hilda por el espejo retrovisor.

—¿Estás segura de que no quieres uno, Hilda?

—Sí, querido, no te hagas problemas.

Ana tragó su comida y se acomodó en su lugar.

—¿Sirius no vendrá?

—Me temo que no, tenía que hacer las compras porque se ha olvidado por completo. Miren que yo le he dicho que no dejara todo para último momento pero obviamente me ignoró una vez más... Yo le dije que se quedaría sin tomates ¿pero me hizo caso? No.

Hilda y Ana se miraron divertidas y durante el resto del viaje, Ana le contó a James todo lo que Hermione le había contado en su carta.

Cuando llegaron a la morada Lupin, Ana informó a Lyall de pies a cabeza. El hombre, callado, escuchó a Ana atentamente y sorprendido de que tanto rencor pudiese caber en un cuerpo tan pequeño pero no disgustado, simplemente encantado de que Ana pudiese ser tan determinada. Y cuando la niña le pidió que la ayudara a defender a Buckbeak, Lyall la invitó nuevamente a su ático mientras él buscaba algún libro en su pequeña biblioteca.

—Estoy segura que me ha quedado algún informe de mi tiempo allí... —afirmó Lyall y se dispuso a buscar a la par que Ana subía con vehemencia al ático.

Una vez arriba, Ana se llevó la grata sorpresa de observar el ático por primera vez.

Tal como había dicho Lyall, era pequeño. Sí, pero grandioso. Habían montones de artefactos desconocidos, cajas de cartón llenos de libros y recuerdos resguardados. Pero había poca luz dado que la ventana circular que supuestamente la iluminaba estaba tapada por la pila de cajas que estaban delante de la luz del sol. Ana tiró de una cadena y un pequeño foco de luz se prendió, iluminando pobremente sus alrededores y el polvo que bailaba en el aire, amenazando con entrar en la nariz de la chica.

Ana se adentró aún más al ático, tirando su cuerpo hacia el interior, y su curiosidad se metió en las cajas, revisándolas con el más perdido interés dado que cada vez que veía una caja se emocionaba y dejaba la que estaba observando en el momento. Sin embargo, mientras sus dedos recorrían la tapa dura de un libro de Astronomía bastante viejo, un repentino escalofrío hizo que su mirada se posara en un libro bastante peculiar, escondido debajo de otros no tan interesantes. Ana tendió la mano y lo agarró con curiosidad.

El libro tenía sus años, tenía una tapa dura de un color tan profundo que Ana temió caerse en un vacío. Las letras se encontraban bastante desgastadas pero se podía ver que decía "Las Criaturas más Oscuras". En ningún lado se podía ver quién lo había escrito. Ana lo abrió con cautela y observó las ilustraciones más escalofriantes que había visto en su vida. Algunos se decían que eran mitos y otros reales pero fantasía o no, con la simple acción de observarlos la esperanza se drenaba en el cuerpo de Ana. Como si solo mirarlos fuese su propia perdición.

Ana lo cerró de inmediato y para su mala suerte una avalancha de polvo rodeó su rostro haciéndola estornudar y correr el rostro hacia un lado. Ya había buscado suficiente y nada parecía que podría ayudar a Buckbeak. Bajó la escalera de madera y cuando sus pies tocaron tierra firme, cerró el altillo, aún con el libro en su agarre.

Cuando volvió hacia donde estaban todos, vio que Lyall sí había tenido éxito en su búsqueda y había apoyado varios tomos y pergaminos en la pequeña mesa de la cocina.

—He encontrado varios casos de criaturas en la corte —le sonrió Lyall, sentado en una de las sillas, tomando de su taza de té—. Y también algunos tomos con las leyes, derechos y garantías que se les da en un juicio. Me había olvidado cuán interesante podía ser...

Ana lo miró más animada y levantó el libro que había tomado del ático.

—Encontré éste libro, ¿puedo quedármelo? Te lo devolveré cuando lo termine de leer, lo prometo.

Lyall rió cálidamente.

—No debes devolvérmelo, es tuyo. Ahora ven, que no puedo leer de que se trata —Lyall le gesticuló que se acercase a él mientras se colocaba sus anteojos.

Ana se lo tendió y Lyall lo inspeccionó con interés.

—Las Criaturas más Oscuras... huh, no recuerdo haberlo comprado... pero claro no debería fiarme de mi memoria...

—Parece un poco oscuro, ¿no es así? —inquirió James mirando las ilustraciones de las criaturas espantosas que se encontraban dentro del libro.

Ana miró a aquella criatura con el rostro lleno de dientes.

—Sí... ¡pero igualmente es interesante! Quiero saberlo todo acerca de las criaturas, por más terroríficas que sean —admitió Ana tomando el libro en sus brazos nuevamente.

—No puedo discutir con aquello.

Hilda miró con preocupación a Ana y tomó su mano en la suya.

—Solamente no lo vayas a leer antes de irte a dormir, cariño. No quiero que tengas pesadillas cuando no estoy yo.

Ana se volvió roja de la vergüenza.

—¡Nana!

Mientras que los adultos reían, Ana hacía puchero mientras observaba la nieve caer afuera. Si solamente su abuela supiese que las pesadillas ya eran muy compañeras de Ana.

•      •      •

Los días pasaron con Ana sumergida en los libros y pergaminos que Lyall le había prestado, y con las cartas que se mandaba con Hermione, sugiriendo información vital que podría ayudar a Hagrid con su juicio. Por ejemplo, había habido un caso de una mantícora que había comido un mago pero cuando se enfrentó al juicio de la comisión, en vez de haber sido visto como el culpable, se lo vio como la víctima dado que el mago era conocido por querer experimentar con animales fantásticos y entonces se tomó el caso como defensa propia. Claro, tal vez Malfoy no quería hacer experimentos con Buckbeak pero sí que no le había administrado ni una suma de respeto de la cual se les reconoce a los hipogrifos.

Por otro lado, Ana no tuvo tiempo de ni abrir el libro que se había llevado de lo de Lyall dado que su cabeza había estado solamente concentrada en Hagrid. Asimismo, había estado tan ensimismada en su objetivo, que se había olvidado completamente de la Navidad. Así que cuando llegó la mañana de la festividad, Hilda fue quien le despertó para que abriese los regalos.

—Ana, despiértate querida. Es Navidad.

—¿Qué?

Ana se levantó desorientada y con un pequeño hilo de baba cayendo de su boca. Miró a su abuela aún con los ojos semi abiertos y al reparar en las palabras que había dicho, su cuerpo se despertó enseguida.

—¡Navidad! ¡Hoy!

Hilda dejó salir una pequeña risa.

—Así es, querida. Te dejaré para que te prepares, James y Sirius vendrán en un rato.

Ana saltó de su cama tan rápidamente que tuvo que sentarse por unos segundos por el mareo que había atacado su cabeza. Una vez lista, se comenzó a preparar para poder bajar. No fue mucho trabajo, solamente se hizo una coleta —bastante mal hecha— y se lavó el rostro el el baño para sacar cualquier rastro de baba. Ya preparada, corrió hacia el salón para encontrarse con su abuela, quien había colocado un plato con galletas de jengibre y glaseado en la mesa ratona junto su chocolate caliente.

—Buen día —la saludó Ana y se sentó en uno de los sillones viejos para servirse el desayuno—. ¿Cuándo llegarán James y Sirius?

Ana estaba ansiosa por abrir sus regalos y porque los otros hicieran lo mismo. Hilda rió y negó con la cabeza mientras ella misma se servía una taza de té.

—Ya estarán por llegar. Ellos tampoco podían esperar a venir.

Durante la espera, Ana perdió su vista en el árbol de Navidad que se encontraba decorado con las pequeñas decoraciones que su abuela había resguardado todos esos años. No era la decoración más grandiosa en todo el mundo, pero bastaba para que el espíritu Navideño se presentara en el hogar. Y una vez que ambos hombres llegaron con sonrisas y James con su termo de chocolate caliente, entre todos rodearon la mesa ratona para abrir los regalos.

—¡Yo reparto!

Ana saltó hacia el árbol y fue agarrando los paquetes. Tomó en sus manos un paquete que ella misma había torpemente envuelto y se lo tendió a Hilda, quien parecía encantada.

—Para ti, nana.

Hilda abrió delicadamente el paquete y se llevó la grata sorpresa de ver un pequeño set de cucharitas de té que tenían un diseño de lo más maravilloso. Luego de leer la tarjeta que Ana le había escrito, Hilda abrió sus brazos para darle un abrazo.

—Querida, son estupendos. Me encantan.

—Me alegro mucho, abuela... —Ana se separó de Hilda con una sonrisa y tomó otro paquete—. ¡James!

La repartición de regalos fue estupenda. Mientras que Hilda recibió una cacerola por parte de James, quien decía que era una de las mejores marcas, Sirius recibió un par de guantes de motociclista que Ana había encontrado en una tienda y le habían encantado. Por otro lado, Ana recibió más regalos de los que había recibido durante toda su vida. Hermione le había regalado un libro de ilustraciones de animales mágicos tan hermoso que Ana temió siquiera pasar las páginas, además le había regalado un pequeño ratón de juguete para Basil (el cual Ana no creía que usaría pero estaba encantada de que Hermione hubiese pensado en su gato. La familia de Ron, para sorpresa de Ana, le mandó un suéter color azul tejido por la propia señora Weasley y algunas golosinas para devorar. ¡Hasta Hagrid le había enviado unas galletas que parecían rocas! Remus le había enviado tantas cosas que no sabía por donde comenzar. Le regaló chocolates, un anillo bastante bonito, un suéter de varios colores... pero cuando llegó el regalo de su abuela, Ana brillaba de felicidad.

—¡Los broches!

Ana miraba maravillada los broches de mariposa que había visto en le venta de garaje el otro día y los admiraba con una gran sonrisa en su rostro, no pudiendo creer lo que veía.

—Era imposible pasar de alto tu mirada cuando los agarraste, Anita —sonrió Hilda—. Me parecía una lástima dejarlos allí con lo bonito que son.

Ana atrajo a su abuela a un abrazo de oso y escondió su rostro en el pecho de la mujer, sintiendo la fragancia de galletas y limón que rodeaba a la mujer.

—Muchas gracias nana...

—Ni lo menciones, mi amor. Siempre voy a estar detrás de ti para que nunca dejes de sonreír. ¿Entendido?

Los ojos de Ana brillaron y asintió, apretando a su abuela aún más. Definitivamente no sabría que hacer sin ella. Pero sabía que se encontraría totalmente perdida en la multitud.

—Hilda, ¿Dónde están las tazas? Me encantaría servirles de mi chocolate caliente, es lo mejor que puedo ofrecerles —dijo James y Hilda rió antes de darle toda su atención.

—Ven a la cocina querido y serviremos la bebida.

Mientras que James y Hilda se metían en la cocina, Sirius le guiñó un ojo a Ana y se levantó de su lugar.

—Yo iré para que James no se robe a tu abuela por mucho tiempo.

Ana rió y vio a Sirius meterse en la bulliciosa cocina, dejándola a ella junto con sus mascotas en el solitario salón, iluminado por la luz de las ventanas y las parpadeantes luces que adornaban el árbol de Navidad.

La niña dejó salir un suspiro de contento y se iba a sumergir en sus pensamientos cuando por el rabillo de su ojo notó que había una carta escondida bajo el árbol. Su curiosidad atacó y se arrodilló frente a ella para tomarla en sus manos.

El sobre no tenía nada fuera de lo común, parecía un poco viejo pero nada extraño en eso. Estaba cerrado con un sello de cera amarillento que tenía una B en el medio, con una caligrafía bastante bonita. Ana dio vuelta el sobre para ver a quién estaba dirigida y se sorprendió de ver su nombre.

Anastasia Abaroa Lupin

Bajo el árbol de Navidad

John Ruskin Street, 159

Londres

Ana no queriendo hacer a su curiosidad esperar abrió el sobre con cuidado, sin pensar en todas las precauciones que debía tomar al recibir un sobre misterioso, y comenzó a leer.

23 de diciembre 1993

Querida Ana,

Es un placer poder contactarme contigo luego de tantos años esperando tu retorno. Debo decir que he estado reteniendo esta carta por ya varios meses pero hace poco encontré el valor de escribirte y pues, aquí nos encontramos. Espero que estés teniendo una maravillosa Navidad y que este año haya sido fantástico. Reconocer que uno tiene magia no es para nada fácil, eso lo sé muy bien.

Pero déjame ir sin rodeos a la razón de esta carta. Estoy completamente segura de que luego de estos memorables meses te has encontrado con miles de preguntas rondando en tu cabeza y mucho más. Y es allí en donde entro yo. No me llamaría tanto la atención escuchar de que te has presentado con varios síntomas extraños luego de conocer la verdad, estoy más que segura que has tenido ciertas pesadillas y sentimientos extraños luego de despertarse. Hasta no me sorprendería saber que has tenido insomnio durante las noches donde la luna ha estado más poderosa. Si todo esto te ha pasado, es mi placer decirte que puedo ser de gran ayuda para resolver esos misteriosos sucesos, que no lo son para nada en mi caso. Tengo mis razones para creer que conozco perfectamente lo que te está sucediendo. En el caso de que no hayas sufrido ningún síntoma, me temo de que entonces he errado en el clavo y de mi ayuda no necesitarás. Pero si el caso es afirmativo, pues te explicaré.

Cuando el año termine y tú hayas finalizado tus estudios en Hogwarts, me encantaría invitarte a mi hogar para que pueda explicarte qué es lo que está sucediendo contigo. Alguna vez fui cercana con tu madre y sería mi mayor placer poder recompensarle por la gran ayuda que fue hacia mi persona todos estos años atrás.

Si es que deseas visitarme, vivo en Windmill Ln., 48 aquí en Inglaterra. Y si no es así, espero que algún día volvamos a encontrarnos.

Te deseo un muy buen comienzo de año,

Be...

Ana trató de leer el nombre pero la tinta se había acabado, dejando un suave rastro de un nombre que se había desvanecido con el tiempo. Esa era la primera vez que había recibido una carta tan interesante como aquella —luego de su carta de Hogwarts, obviamente—, y parecía ser el regalo de Navidad más inesperado pero bien recibido que había obtenido.

Cada vez que leía una línea de la carta, su curiosidad había avanzado en zancadas terribles que varias veces tuvo que tomar bocanadas de aire al olvidarse de respirar. Si alguien sabía por todo lo que había pasado y además había sido cercana a su madre, entonces más respuestas serían resueltas y ella tendría menos problemas de los que preocuparse. Sería asombroso poder conocer a esta persona y escuchar todos sus conocimientos.

Al escuchar las risas provenientes de la cocina salió de sus pensamientos para observar la puerta cerrada con una expresión de duda. ¿Les contaba su nuevo descubrimiento? Nadie además de Hermione sabía de los miles de problemas que había sufrido durante las noches y lo último que quería era preocupar a su abuela durante un día tan feliz como aquel.

Entonces cuando vio la manilla de la puerta girar, un único pensamiento se plantó en su mente sin que otro lo pudiese derribar. Por ahora aquella carta misteriosa era su problema y solamente suyo.


—No puedo creer que pasaré mi verdadero cumpleaños en un tren —protestó Ana luego de abrazar a Hilda.

Los días ya habían pasado y ya era hora de volver a clases. Nadie más que Ana sabía de su carta misteriosa y por ahora estaba conforme de que fuese así. No necesitaba más problemas y menos más preguntas. Ahora se encontraba acompañada de su abuela, James y Sirius y la pequeña Limonada la cual la habían sacado de la casa para que pudiese estirar las patas, en frente del andén nueve y tres cuartos.

—Ey, al menos no lo pasas en el armario de escobas de Hogwarts —dijo Sirius cruzándose de brazos y James pasó un brazo por sus hombros.

—Estábamos escondiéndonos de Filch en nuestro cuarto año y la puerta se trabó. Intentamos todo tipo de hechizo pero nada, además, no estábamos a punto de arriesgar nuestro escondite por hacer explotar la puerta. Menos nuestros brazos...

—Al menos fue más divertido que pasarlo con mi familia —Sirius se encogió de hombros pero le sonrió a Ana—. Tus padres fueron quienes nos encontraron. Nos habían estado buscando por algunas horas y finalmente dieron en el clavo. Faith nunca dejó de reírse cada vez que recordaba los transpirados que nos encontrábamos. Nos mandó a ducharnos inmediatamente.

Ana rió y antes de que pudiese responder, se escuchó el bullicio de una familia acercándose.

Los cuatro se giraron y notaron que los Weasley se acercaban a donde estaban ellos de una forma muy apresurada. Y Ana reconoció a los padres inmediatamente. La señora Weasley era una mujer baja y regordeta con uno de los rostros más amables que Ana había visto, luego de su abuela. Estaba caminando con rapidez, arreglando el aspecto de sus hijos para que se viesen más presentables. Y por el otro lado, el señor Weasley era alto y delgado con el mismo cabello rojo brillante que el resto de su familia. Sus anteojos parecían descuidados pero su rostro era más relajado que el de su mujer.

Ana sonrió al ver los rostros de los hijos, que parecían cansados de escuchar las órdenes maternales de la señora Weasley.

—Mamá, no hay nada malo con mi cabello... —protestó Ginny pasando una mano por su cabello liso, demostrándole a su madre que de hecho, su apariencia estaba en perfectas condiciones. La señora Weasley no parecía conforme.

—No, no, mira... ¡James, Sirius!

Cuando los ojos oscuros de la mujer se encontraron con el otro grupo, una sonrisa feliz se plantó en su rostro.

—Buenos días, Molly —le sonrió James antes de mirar al resto de la familia—. Y a todos ustedes también.

Luego de un unísono "Hola, James, Sirius" por parte de los Weasley, Molly se giró radiante a Ana.

—Ana, es un gusto finalmente conocerte en persona —Molly la atrajo a un abrazo y Ana felizmente lo aceptó.

—Es un gusto conocerla, señora Weasley.

La mujer le sonrió haciendo que pequeñas arrugas se posaran bajo sus ojos antes de volverse hacia Hilda.

—Un gusto, Molly Weasley —la señora Weasley le tendió su mano y Hilda la aceptó con gusto.

—Hilda Abaroa, abuela de Ana.

Mientras ellas dos conversaban, el señor Weasley se acercó a Ana con una gran sonrisa.

—Encantado de conocerte, Ana. Soy Arthur.

—Un gusto, señor Weasley.

—Mamá, llegaremos tarde —suspiró Percy interrumpiendo la conversación. La señora Weasley pareció darse cuenta en la situación en la que se encontraban y apoyó una mano sobre el hombro de Ginny.

—¡Cierto! Percy, ve tú primero, luego George y Fred y finalmente Ginny, ¿bien? Nosotros los seguimos.

Ginny se volvió a Ana.

—Pasemos juntas ¿sí?

Ana asintió y se volvió a Hilda para volver a abrazar.

—Nos vemos en las vacaciones de verano, nana...

—Nos vemos en el verano, Anita.

Y con un beso en la frente por parte de su abuela, Ana rápidamente se acomodó junto a Ginny para segundos después pasar corriendo entre el andén y toparse con el Expreso Hogwarts.

—¿Es tu cumpleaños, no? —le preguntó Ginny y al recibir una afirmación una pequeña sonrisa se posó en sus labios—. Ron nos dijo que hoy era oficialmente tu cumpleaños así que... Feliz cumpleaños, Ana.

—Muchas gracias, Ginny. ¿Cuándo es tu cumpleaños?

Ana necesitaba anotarse todas las fechas o al contrario se olvidaría completamente de ellas.

—El once de agosto. Estaré esperando mi regalo —se rió Ginny y Ana la siguió mientras que los adultos aparecían a su lado.

—Bien, todos vayan subiendo que el tren arrancará en cualquier momento —anunció la señora Weasley—. Fred, George dejen de molestar a tu hermano...

Mientras que la señora Weasley se acercaba a sus hijos para que dejaran de perder tiempo, Ana se acercó a James y Sirius, recibiendo un pequeño abrazo por el primero y unas palmaditas en el hombro por el segundo.

—Que el resto del año sea fácil para ti, Ana. Diviértete —le dijo Sirius y Ana asintió.

—Lo intentaré.

—Y cuídate, lo digo en serio —James suspiró y se cruzó de brazos con el entrecejo fruncido—. Todavía no puedes bajar la guardia aunque con los aurores estemos haciendo todo lo posible por atrapar a...

—Esa rata asquerosa —masculló Sirius ganándose una mirada aunque complacida, cansada de parte de James.

—Sí... a Peter.

—No se preocupen, con todas las restricciones que me pusieron no me meteré en apuros...

Un silbato por parte del tren se escuchó y la despedidas se resumieron para que los alumnos se adentraran al tren lo más pronto posible. Una vez que el transporte se comenzó a mover, y algunos alumnos se despedían de sus familias por las ventanas, Ana y Ginny comenzaron a buscar un compartimiento para sentarse.

—Busquemos un compartimiento vacío...

Lamentablemente, todos estaban llenos hasta el tope y el único que encontraron fue uno donde una chica de cabello rubio y desgreñado, y ojos claros y saltones se encontraba. Llevaba puesto un suéter bastante colorido que no combinaba para nada con su pollera amarilla brillante, y tenía un aura tan peculiar que hizo que Ana sintiera curiosidad. La chica parecía un farol encendido en la oscuridad.

—Oh... Lunática Lovegood —murmuró Ginny y Ana la miró con interés y horror.

—¿Ese es su nombre?

Ana pensaba que sus padres no la habían querido tanto para ponerle semejante nombre a su hija.

—No —negó Ginny y se mordió el labio—. Así la llaman todos porque parece chiflada... y si te soy sincera lo parece.

Ana volvió nuevamente su mirada a la chica de ojos saltones y ladeó la cabeza mientras la inspeccionaba. Sí, podía parecer un poco fuera de lugar, claro estaba por su elección de vestuario y que estuviese leyendo una revista un poco extraña, pero no parecía chiflada en lo absoluta. Sin embargo, parecía que todo el mundo estaba en desacuerdo con ella porque parecían evitar el compartimiento como la plaga. Acción que se hacía un poco cerca de casa para Ana.

Luego de tantos años excluida por todos, aquel compartimiento parecía ser una puerta para su pasado. Y como recordaba cuán triste era que nadie te eligiese para ser tu pareja de banco, Ana abrió la puerta con una sonrisa antes de que Ginny pudiese detenerla.

—Hola, ¿podemos sentarnos aquí?

Ginny, al ver que no tenía escapatoria se giró hacia Lovegood con inquietud.

La chica de ojos claros las miró luego de unos segundos en los que había permanecido perdida en sus pensamientos y una expresión tranquila pero interesada se posó en su rostro.

—Claro que sí... nadie me ha preguntado eso nunca...

Si Ana no estuviese tan concentrada en meter el cesto de mimbre que llevaba a Basil dentro, ese comentario le hubiese provocado un temblor en las rodillas. Ni conocía el nombre de la chica pero ya estaba queriendo conocer su historia completa.

—¿Cuál es tu nombre? —insistió Ana una vez sentada en frente de ella y junto a Ginny que parecía no saber a dónde mirar. Luna ladeó su cabeza y reposó la revista en su regazo.

—Tú eres Anastasia Abaroa... —se giró a Ginny—, y tú Ginevra Weasley... estás en mi año...

Ambas asintieron y la chica volvió a mirar a Ana con su mirada de cristal.

—Me llamo Luna Lovegood... pero todos me llaman Lunática...

Al notar que Ginny parecía un poco incómoda, Ana —aunque no supiese como empezar conversaciones y menos seguirlas— se precipitó y volvió a hablar.

—Pues, Luna, ¿de qué casa eres?

Luna pasó una mano por su cabello largo, escuchando a Ana hablar con atención.

—Yo soy de Ravenclaw...

Ana se enderezó y sonrió encantada de hablar por primera vez con alguien perteneciente a esa casa, además de cuando se había acabado su tinta y le tuvo que pedir a una chica.

—Pues es un gusto en conocerte, Luna. Espero que no hayamos interrumpido tu lectura —Ana señaló su revista y Luna negó, con una mirada perdida.

—No... si quieres te puedo dar la espectrogafas —Luna abrió la revista y en cuestión de segundos le tendió a Ana unas gafas bastante extrañas multicolor—. Sirven para ver torposoplos...

Al escuchar el nombre de una criatura desconocida por Ana, su interés subió mientras los tomaba en sus manos.

—¿Qué son los torposoplos?

Luna parecía complacida de poder explicar aquellas criaturas y cuando comenzó a explicarle, Ana le prestó toda la atención del mundo. Al parecer eran unas diminutas criaturas invisibles que flotaban en el aire y que producían un ruido como el de un zumbido pero lo problemático de ellas era que se metían en los oídos de las personas y hacían que sus cerebros se embotaran. A medida de que Luna hablaba tan tranquilamente e igualmente llena de pasión por lo que decía, Ginny empezó a relajarse y a escuchar a la Ravenclaw con la misma atención que Ana, sumergiéndose en el mundo que su nueva compañera le presentaba.

Y a medida que el tiempo pasaba, Ana pensó que pasar su cumpleaños en el tren no era tan malo después de todo.

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 ¡FELIZ NAVIDAD!

acá les traigo el regalo de navidad para todxs ustedes ♥

espero que estén teniendo un muy buen día y que se empachen con comida ! pq yo voy a hacer eso ajsaj

quién será la persona que le escribió a Ana mhmmm eso lo sabrán después pero si quieren pueden dejarme en los comentarios sus predicciones que me encantaría leer !!

y apareció lunaaa my girl ♥

bueno me voy y nos vemos la semana próxima

•chauuu•






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