𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐲 𝐭𝐡𝐫𝐞𝐞
"Corre en la familia"
Completamente ignorar a todos —excepto a Hermione y Harry—, fue lo único que hizo que aquellas dos semanas fueran siquiera soportables para Ana. Se había pasado los días escondiéndose en la oficina de Remus para no tener que verle la cara a nadie en la sala común y también porque Madame Pince le había prohibido la entrada a la biblioteca hasta nuevo aviso. Al parecer siempre estaba a los gritos cuando estaba allí.
Aún no se le pasaba el terror de ser una de las campeonas del torneo, sin embargo, podría decir que estaba más enojada que asustada. Ni siquiera quería pensar en la primera prueba que cada vez se acercaba más, le daba náuseas con tan solo recordar que aún debía hacerla.
Asimismo, diez días antes había aparecido un artículo que al parecer había escrito una reportera el día que Ana se había salteado la inspección de varitas, y lo que decía no era para nada agradable. Más que un reportaje sobre el Torneo de los Tres Magos fue una biografía de Harry bastante alterada. La mayor parte de la primera página la ocupaba una fotografía de Harry, y el artículo (que continuaba en las páginas segunda, sexta y séptima) no trataba más que de Harry. Los nombres (mal escritos) de los campeones de Durmstrang y Beauxbatons no aparecían hasta la última línea del artículo, a Cedric no se lo mencionaba en ningún lugar y Ana solamente aparecía cuando la reportera quería hablar mal de alguien.
Ana se había divertido un poco más de lo normal mientras leía las ofensas a su persona. Creía haber leído más de cinco veces la palabra "maleducada", pero había algunas otras palabras de mal genio que se mencionaban hacia ella.
Al menos no había sido igual de horrible como la situación de Harry. Porque seguramente sí se hubiese muerto de la vergüenza si alguien hubiese hablado de su situación romántica inexistente. Ana aún podía recordar el fragmento del artículo que la había hecho reír de la vergüenza ajena.
Finalmente, Harry ha hallado el amor en Hogwarts: Colin Creevey, su íntimo amigo, asegura que a Harry raramente se lo ve sin la compañía de una tal Hermione Granger, una muchacha de sorprendente belleza, hija de muggles y que, como Harry, está entre los mejores estudiantes del colegio.
—Al menos le dio en el clavo en lo de "sorprendente belleza" —había dicho Ana cuando leyó el párrafo.
Hermione había dejado salir una risa avergonzada y había escondido su rostro entre sus manos.
Lamentablemente, no todos coincidían con Ana así que Hermione tuvo que sufrir una ración de disgustos de parte del cuerpo estudiantil.
—¿De sorprendente belleza? ¿Ella? —chilló Pansy Parkinson la primera vez que la tuvo cerca después de la aparición del artículo de Rita Skeeter—. ¿Comparada con quién?, ¿con un burro?
—No les hagan caso —dijo Hermione con gran dignidad irguiendo la cabeza y pasando con aire majestuoso por al lado de las chicas de Slytherin, que se reían como tontas—. Como si no existieran.
Ana admiraba a su amiga por ser tan educada y paciente ante las ofensas, y aunque ella misma no les prestara atención a los insultos hacia ella misma, debía admitir que le molestaba de una manera gigantesca el poco respeto que le estaban teniendo a Hermione y a Harry. ¿Quiénes se creían que eran?
En otras noticias, Harry y Ron aún no se hablaban. Ana detestaba la tensión que se había formado en su grupo pero no sabía qué hacer al respecto. Es decir, no era como si pudiese meterse en asuntos que no eran de su incumbencia por mucho que quisiese, y aunque cada día estuviese más tentada en hacerlo, Hermione estaba allí para ser la parte lógica de su cerebro.
Sin embargo, hasta Hermione tenía un límite a su paciencia. Estaba furiosa con ambos y había veces que trataba de que hablaran y resolvieran aquella discusión que le parecía completamente ridícula. Ana siempre estaba detrás de ella apoyándola.
—Yo no fui el que empezó —dijo Harry testarudamente—. El problema es suyo.
—¡Tú lo echas de menos! —repuso Hermione perdiendo la paciencia—. Y sabemos que él te echa de menos.
—Lo que dijo Hermione —afirmó Ana asintiendo con fervor.
—¿Que lo echo de menos? —replicó Harry—. Yo no lo echo de menos...
—Esa mentira te sobra, Harry. —resopló Ana pero se dio por vencida.
También estaba el asunto con Blaise Zabini. Cada vez que pensaba en él, Ana comenzaba una guerra interna con sus pensamientos. Si era completamente honesta consigo misma, debería admitir que el chico la había tomado por sorpresa. Podía ver que Blaise había cambiado, o al menos una parte de su personalidad no era tan espantosa como lo había sido en el principio de su extraña afinidad con el otro. Y sin embargo, no estaba del todo conforme.
Sí, admitía que estaba siendo muy dura y tal vez un poco paranoica, y sin embargo no podía desistir de pensar así. Porque aunque el chico hubiese hasta comenzado a ir a clases de Estudios Muggles y hasta ahora conociese a Green Day, había un pequeño problema del que Ana no podía dejar de preocuparse.
¿Qué pasaba si ella bajaba su guardia y una vez que le dijera a sus amigos acerca de él, Blaise dejaba salir una calumnia hacia los nacidos de muggles? ¿Qué pasaría si dañaba a Hermione? Ana estaba segura de que lo sacaría corriendo y le lanzaría un maleficio pero al final del día, ¿qué pensaría Hermione si se había acercado a alguien que la tenía en una lista muy baja? Ana necesitaba estar cien por ciento segura de que Blaise era de confiar, y si debía seguir siendo cortante con él, lo haría hasta el final.
Las personas no cambiaban de un día para el otro, y como había pensado semanas atrás, una mentalidad tan incrustada en el cerebro de alguien no desaparecía con rapidez.
Resulta extraño pensar que, cuando uno teme algo que va a ocurrir y quisiera que el tiempo empezara a pasar más despacio, el tiempo suele pasar más aprisa. Los días que quedaban para la primera prueba transcurrieron tan velozmente como si alguien hubiera manipulado los relojes para que fueran a doble velocidad. A donde quiera que iba Ana la acompañaba un terror casi incontrolable. ¿Qué tal si en serio moría?
El sábado antes de la primera prueba dieron permiso a todos los alumnos de tercero en adelante para que visitaran el pueblo de Hogsmeade. Y mientras Hermione y Harry armaban sus planes, Ana se encontraba desde muy temprano en la oficina de Remus, rogándole porque la dejara ir.
—¡Por favor, papá! —exclamó Ana ya con un toque de desesperación.
—Mi respuesta sigue siendo no, Ana.
El curso anterior, no le habían dejado ir al pueblo mágico porque Pettigrew había escapado y, como precaución, se había tenido que mantener segura en el castillo para que el hombre no pudiese hacerle daño. Pero al final del día, había sido una completa pérdida de tiempo porque el fugitivo había estado siempre dentro del castillo y ella había estado siempre en peligro.
Entonces, sentada en frente de su padre, Ana no comprendía porqué no la dejaba ir a divertirse con sus amigos.
—¡Pero no voy a estar en peligro! Estaré con Hermione, Harry, y tal vez Ron. Además, Pettigrew no se atrevería a acercarse cuando hay gente alrededor mío...
—Pettigrew es una de mis últimas preocupaciones —la cortó Remus y se tiró contra el respaldo de su silla—. Si te has olvidado, seré quién te recuerde que este verano hemos hablado con Berenice Babbling y nos ha contado de aquella criatura que al parecer te está acechando. El curso anterior pude deshacerme de ella por mucha suerte, Ana, y no creo que ni Harry ni Hermione puedan ayudarte si aparece aquella cosa en Hogsmeade.
El luminicus. ¿Cómo podría olvidarse de aquella criatura?
Aquella oscuridad que la consumía, ese sentimiento de impotencia del que no podía escapar, y su cuerpo disociándose sin poder controlarse. Aunque hubiese querido, aquella oscuridad no la había dejado controlar su propio cuerpo, sino que lo había hecho por ella. Recordaba haberse rendido y lentamente haberse entregado a la criatura al ver que no había luz que la salvase. Recordaba que había tenido mucho frío, no el frío que le gustaba de invierno, no, era un frío cruel que hizo que temblara y un muy mal sentimiento recorriera sus venas mientras el luminicus la consumía.
Después de todo ese dolor, ¿cómo podría olvidarse?
—No me olvidé —masculló Ana y se cruzó de brazos.
Remus la observó por un largo rato y suspiró luego de unos segundos.
—Reconozco que estoy siendo estricto pero es necesario, Ana... —Remus trató de explicar pero al ver que el ceño de Ana no dejaba de estar fruncido, apoyó una mano sobre su mentón—. Mira, mientras estén en Hogsmeade me puedes contar todo lo que leíste de Maina y sus dragones.
—Ya te conté todo, incluso que a los Opaleyes de las Antípodas prefieren proteger a sus huevos antes que atacar... y que eso es por el alarmante asalto de sus huevos por cazadores durante la Gran Cacería Multicolor.
—¿Qué hay de los dragones Bola de Fuego Chino?
—Te había contado que el aroma de las Atractylodes deshidratadas y quemadas los calman porque les hace recordar a sus nidos cuando eran bebés...
—¿Y qué hay de...?
—No quiero jugar a este juego —resopló Ana y lo miró con una mueca en sus labios—. Sé lo que estás haciendo. No me distraigas... no me gusta...
Remus pasó una mano sobre su rostro y asintió derrotado.
—Lo siento, ¿de qué quieres hablar?
—De que me dejes ir a Hogsmeade...
—Ana, ya hablamos de eso y mi respuesta es definitiva... —comenzó a hablar Remus pero Ana negó y se irguió en su asiento.
—¡No es justo! —insistió nuevamente—. ¿Por qué no me acompañas tú...?
—Tengo mucho trabajo aquí como para poder pasear contigo, Ana. James va y viene del trabajo del Ministerio, y Sirius... Sirius no hará nada que yo le pida que no haga —determinó Remus sin levantar la voz, lo que hizo que Ana se irritara más.
Una parte de ella no soportaba verlo tan relajado como si ya hubiese ganado la discusión. Aún ni siquiera había dejado todas las cartas en la mesa.
—James autorizó a Harry a ir —señaló Ana con un tinte de desesperación y Remus encaró una ceja.
—Eso les concierne a ellos como padre e hijo, y además, Harry no tiene detrás a una criatura peligrosa.
—Sé defenderme por sí sola...
—No has leído ningún libro que Berenice Babbling te ha dado para leer acerca del problema que te asecha y eres impulsiva, demasiado para tu propio bien —la voz de Remus se volvía más dura a medida que hablaba, y Ana se encogió en su lugar por la impotencia—. Así que al final del día, perdóname si no creo que estés lo suficientemente preparada para tener más independencia.
Un rayo de dolor cruzó en la expresión de Ana y se levantó de su lugar.
—A ti solamente te conviene que no me divierta, pero ni siquiera pudiste sacarme de este lío en el torneo. Así que ¿cómo puedes decir que no quieres que me meta en peligro cuando ya estoy en uno más importante?
Remus se levantó de su lugar ahora un poco más impaciente.
—No te pude salvar de un peligro así que me concentraré en mantenerte a salvo de otro —apoyó sus dedos en el puente de su nariz—. Eres igual de terca que tu madre, eres igual que ella así que necesito protegerte como no lo hice con ella, Ana.
Ana resopló.
—No sé qué hizo Faith para que digas eso, pero de ninguna forma soy ella.
Remus la miró por unos segundos, analizándola, y negó con la cabeza con un suave suspiro.
—Tienes razón, eres más débil e imprudente.
La expresión que quedó plasmada en el rostro de Ana fue de tanta traición que tuvo que dar un paso hacia atrás para no estar tan cerca de Remus. Había algo en las palabras que había usado y la forma en que lo había dicho que Ana sintió un gusto amargo en su boca que solamente lo pudo relacionar con dolor, un dolor profundo como si le hubiesen dado una bofetada y ahora sentía el gusto metálico de la sangre manchar sus dientes.
Tal vez sí era imprudente y un poco débil, pero aquel tono de obviedad con el que Remus lo había dicho había sido una nueva forma de asesinato.
Y Remus se dio cuenta de lo que había dicho casi de inmediato al observar las facciones de Ana caerse y romperse. Las propias facciones del hombre se cayeron al notar el veneno en sus palabras y trató de remediarlo el momento en que la realidad lo golpeó.
—No, no, me refería a que eres joven, Ana, y debo tener eso en cuenta como tu padre y...
—No. —lo cortó Ana caminando hacia atrás pero lo miró fijamente en sus ojos—. No. No eres mi... mi papá. Él... Él falleció dos diciembres atrás.
Así fue como el mundo de Remus John Lupin se vino abajo en cuestión de segundos.
Y antes que todo se pudiese volver gris, la puerta de la oficina de Remus se abrió de golpe, dejando entrar a un Sirius sonriente.
—¡Sorpresa!
La sonrisa del hombre se debilitó al notar la tensión de la habitación y dudó en abrir más la puerta. Su mirada grisácea vagaba de Remus a Ana, quién mantenía su espalda contra él pero lo observaba por su hombro. Sirius observó la postura de Remus y notó que había comenzado a temblar, aunque aún no sabía si de impotencia o porque estaba en el colmo del llanto. Y al ver a Ana, lo primero que notó fue que su labio inferior había comenzado a temblar aunque estuviese haciendo un esfuerzo enorme por no echarse a llorar en frente suyo.
Sirius debía tomar una decisión allí, mientras observaba detrás suyo por su hombro. Debía elegir entre dejar a Remus y a Ana a solas para que resolvieran el asunto que los traía tan decaídos, o no detenía la invitación que iba a tener el despacho de Remus en menos de cinco segundos.
Pero cinco segundos es muy poco tiempo para tomar una decisión y las dos personas restantes entraron al despacho, pasando por alto la tensión en sus hombros.
—¡Sorpresa! —exclamó James sonriente.
Ana hizo todo lo posible por empujar sus emociones hacia abajo y miró de reojo a la persona que habían traído James y Sirius, no sin antes dejar salir un jadeo ahogado al notar quién era.
—¿Nana...?
Hilda Abaroa había salido de detrás de James y miraba a Ana brillantemente. Sus mechones ondulados caían por ambos lados de su rostro y enmarcaban su arrugada contextura de la manera más cálida posible. Al observarla, a Ana se le hizo un nudo en la garganta que podría ser explicado como si finalmente, luego de meses, se sintiera a salvo y en casa.
—Hola, Anita.
No pudiendo contener su confusión y emoción, Ana se volteó completamente y dio un pique hacia su abuela antes de envolverla en un abrazo.
Al sentir los brazos de su abuela envolverla cálidamente, Ana sintió el comienzo de un llanto atascarse en su garganta. Cómo la había extrañado y sus abrazos y su sonrisa... había extrañado su hogar. Abrumada por sus emociones, Ana escondió su rostro en el pecho de Hilda y cerró los ojos tan fuertemente que comenzó a notar pequeños destellos blancos entre sus párpados.
—¿Qué...? ¿qué haces aquí? —inquirió Ana ahogadamente y con un poco de dificultad.
—La invitamos nosotros —dijo James antes que cualquiera—. Presionamos a Crouch y a Dumbledore para que al menos dejaran que tuvieses un poco de apoyo emocional e Hilda aceptó acompañarte por todo el torneo... se quedará durante toda la cursada, ¿no es cierto?
A pesar de que James le estaba hablando a Hilda, su mirada oscura vagó por Ana y Remus, comenzando a comprender que había un deje de tensión en el aire. Ya conocía demasiado bien aquel tipo de abrazo que Ana le estaba dando a su abuela. Era un grito de auxilio.
—Es cierto, estaré contigo todo el tiempo mientras tú me enseñas todo... ¿qué dices cariño? ¿qué tal si me muestras un poco tu colegio ahora? —Hilda le dio un pequeño beso en la cabeza y Ana asintió, sin dejar de esconder su rostro en el perfume floral de la mujer—. Bien, nos juntaremos a la tarde, James.
—Me parece bien, espero que te guste Hogwarts, Hilda.
Hilda le sonrió y suavemente fue caminando —aún abrazando a Ana que se negaba a soltar su agarre— hacia la puerta. Una vez que estaban afuera, la mujer cerró la puerta detrás suyo para que Ana pudiese calmarse y recolectar sus emociones. La niña se sorbió la nariz y pasó las mangas de su suéter por sus ojos, tratando de aparentar estabilidad. Se negó a mirar a su nana hasta que no quedara rastro de su rostro hinchado, y luego de sorberse nuevamente la nariz, señaló los pasillos.
—Te.. te mostraré el colegio, nana. Es gigante.
Hilda observó cómo Ana comenzaba a caminar sin siquiera dirigirle la mirada, y asintió antes de seguirla.
—Me parece estupendo, cariño.
El tour fue tremendamente largo, en opinión de Ana. Sin embargo, había hecho que sus pensamientos se alejaran de la discusión que había tenido con Remus, y ahora se encontraba completamente absorta en explicarle cada rincón del castillo a su abuela. Como su rostro se había desinflamado, y el nudo en su garganta había desaparecido, nadie podría siquiera adivinar que hubiese estado llorando previamente. Parecía completamente recolectada.
Durante el transcurso del día, Ana introdujo a Hilda a los profesores que se habían quedado en el castillo —como McGonagall, Babbling, Binns—, también la introdujo a los fantasmas con los que cruzó caminó, y pararon todas las veces que se encontraban con algún gato ajeno que paseaba por los pastillos. Asimismo, Ana le mostró todas las aulas y le enseñó los asientos que siempre elegía en sus clases respectivas (por ejemplo elegía un asiento de adelante en el aula de Historia de la Magia porque Binns solía hablar muy bajo, y elegía un asiento detrás de todo en Transformación porque McGonagall siempre pasaba al final por ahí).
Como adición al tour, Ana le enseñó la lechucería, las cocinas, la enfermería, los patios, —la biblioteca no porque aún tenía la entrada prohibida—; y finalmente, ahora se encontraban subiendo por las escaleras movedizas, mientras Hilda admiraba las pinturas vivas.
El atardecer ya había caído en el cielo que cubría a Hogwarts e inundaba la arquitectura y los árboles con su color cálido, anaranjado y brillante. La mayoría de los estudiantes se encontraba aún en los terrenos de Hogsmeade, disfrutando de aquel día libre en el que podían entretenerse entre golosinas y risas con sus amigos.
Y mientras tanto, Ana estaba a punto de desplomarse mientras subía por las escaleras.
Aunque evidentemente se hubiese olvidado por completo de la charla que había tenido con Remus, sus piernas no se olvidaban de que había caminado por todo el castillo y de ninguna forma, su cuerpo estaba hecho para tal ejercicio.
Mientras que Hilda hablaba con una pintura que mostraba a una dama en la era Medieval, Ana se sentó en uno de los escalones, esperando a que la escalera se moviese nuevamente hacia algún pasillo y no a una pared como estaba ahora.
Las piernas de Ana se comenzaron a mover de la impaciencia, queriendo seguir —y finalmente terminar— con el tour, el cual llegaría a su fin una vez que llegaran a la sala común de Gryffindor. El retrato de la Dama Gorda se encontraba en el séptimo piso, y para llegar a él necesitaban subir por tres escaleras más, si es que ninguna las hacía pasar por otro de sus juegos o trampas. De un salto, Ana se levantó de su lugar al sentir que uno de sus pies se había comenzado a dormir, y del rabillo de su ojo notó uno de los detalles que había ignorado al estar subiendo las escaleras.
La escalera en la que se encontraban se estaba moviendo directo al pasillo en el que Blaise Zabini siempre estaba. Y como si el mundo se estuviese riendo en su rostro, notó que el chico estaba caminando —ajeno al hecho de que ella estaba allí puesto que estaba leyendo un libro—hacia donde la escalera se detendría.
—¿Quién es ese chico, cariño? —preguntó Hilda, preparándose para bajar.
—Eh... eh... no sé —balbuceó Ana y miró a una escalera que estaba pasando cerca de la que estaban en ese momento—. Nadie.
Ana tenía muchos miedos. Le tenía terror a los asesinos enmascarados, la arena movediza y, para la sorpresa de nadie, las alturas. Había algo tan terrorífico en pensar estar tan lejos del firme suelo que con un tropiezo podrías morir aplastado contra este y la presión de la caída, que hasta subir escaleras era un gran logro para Ana. Ni siquiera se quería imaginar cuán lejos estaba el suelo del escalón en donde sus pies se mantenían firmes. Una caída terminaría matándola.
Y, sin embargo, había algo en la lista de miedos que sobrepasaba aquel terror a la falta de gravedad de la altura. Eso era: encuentros vergonzosos. Y Ana sentía mucha vergüenza luego de la última conversación con Blaise Zabini.
Cada vez que pensaba en el chico sus manos sudaban, su corazón hacía movimientos extraños y le humillaba admitir que más de una vez había estado a punto de vomitar por el revoltijo en su estómago. Más de una vez Hermione le había dicho que tenía fiebre.
La cuestión era simple, era alérgica al chico.
Por ello, y solamente por ello, decidió saltar hacia la otra escalera en un acto de desesperación.
—¡Ana! —exclamó Hilda aterrorizada y la miró desplomarse en la otra escalera, después de golpearse la rodilla contra la barandilla de mármol.
—Estoy... —Ana dejó salir un pequeño «auch» al sentir el dolor en su rodilla—... bien.
Ana se levantó de un salto pese al agudo dolor que la consumía y miró con cuidado a su abuela que parecía aturdida por lo que acababa de suceder.
—Nos encontramos en un rato, nana...
Luego de que la escalera se detuviese en el sexto piso, Ana se sentó contra la pared, esperando ver señales de su abuela. Aunque se encontraba impaciente por que apareciera para poder ir a la sala común, sabía que las escaleras eran imprevisibles y seguramente Hilda estuviese teniendo algunas dificultades para llegar hacia ella.
Pero cuando el pensamiento de que su abuela se había perdido y ella la había dejado sola controló su mente, Hilda Abaroa apreció por fin de la escalera y caminaba hacia Ana con una pequeña sonrisa.
—¡Lo siento! —Ana se levantó de su lugar y caminó con dificultad hacia su abuela, con una mueca de preocupación en su rostro—. No tuve que dejarte sola, fue muy...
—¿Imprudente? —la cortó Hilda encarando una ceja y asintió—. Sí, fue innecesario, Ana. Sin embargo, el chico que estaba allí me señaló dónde ir. Era encantador. Se introdujo como Blaise Zabini, me pregunto dónde escuché ese nombre antes...
Ana resopló y se cruzó de brazos.
—No es encantador —masculló y trató de no jadear de dolor cuando puso todo su peso en la rodilla que le dolía. Hilda sonrió con astucia.
—Sí que lo es, querida, tu amigo fue muy caballeroso.
Ana sintió como si la hubiesen empujado de las escaleras y su rostro se contorsionó en espanto ante un pensamiento.
—¿Amigo? ¡Él no es mi amigo, nana!
—¿No lo es?
—¡No! ¡Es mi enemigo!
Ana enseguida notó que su abuela no le creyó ni en lo más mínimo.
—Ya veo... sin embargo, fue un encanto. Tan caballeroso...
Ana soltó una protesta y rengueó mientras caminaban hacia la escalera que ahora había aparecido para subir al otro piso.
—¿De qué hablaron? —murmuró Ana impaciente por saber qué mentiras había dicho el chico.
—Tú, cariño. Le conté cuán alegre me encontraba de conocer al chico del cual mi nieta se la pasa hablando.
Tal vez no había sido una buena idea que le hubiese dicho eso en la escalera, porque Ana sintió cómo la presión le bajaba. Hilda se rió al ver la palidez del rostro de su nieta.
—Oh, por favor, Anita. Estaba bromeando, no te desmayes aún.
—Nana...
—Me dio la bienvenida al colegio, querida. Y aunque sí hablamos de ti un poco, solo me dijo buenas cosas.
La expresión en el rostro de Ana era de pura incredulidad, y al mirarla de reojo, Hilda sonrió suavemente.
—Deberás imaginar cuán contenta estuve al escuchar el impacto que tienes en otros. Peleando por el bien de los demás, te pareces a tu padre.
Los ojos de Ana se debilitaron y miró hacia abajo, sintiendo una punzada de culpa recorrer su cuerpo. Ni siquiera todas las distracciones del mundo podían hacerle olvidar la discusión que había tenido con Remus aquella mañana.
Al notar que el aire se había vuelto pesado, Hilda miró a Ana una vez que subieron completamente al séptimo piso. Antes de que Ana pudiese seguir caminando, Hilda apoyó una mano sobre su hombro.
—¿Quieres hablar lo que sucedió esta mañana o no me debo meter?
Ana se sorprendió al escucharla y la miró sin poder esconder su asombro, sin embargo sus hombros se relajaron al recordar algo; su abuela la conocía desde hacía trece años, la había criado y sabía cada expresión en su rostro. Claramente sabía el momento exacto en el que se encontraba azul.
Su mente viajó a las palabras que Remus le había dicho y que la habían tomado tan de sorpresa: «Débil e imprudente». Ana era débil e imprudente y Remus no había dudado en dejárselo saber. Mejor tarde que nunca.
—Soy débil e imprudente... —murmuró Ana sintiendo nuevamente el nudo en su garganta y sus ojos picar.
—¿Eres qué, ahora? —Hilda tomó el rostro de Ana y al sentir la calidez de su tacto, los ojos de la niña se dejaron bañar en lágrimas—. Mi amor, ¿por qué dices eso?
—Porque es verdad, él tiene razón.
La mirada de Hilda se nubló por unos segundos hasta que Ana escondió su rostro en su cuello, mientras la abrazaba. Sentía sus piernas temblar.
—Ana, lo último que eres es débil. No hay nada en ti que pueda ser descrito como tal... —Hilda la guió hacia uno de los bancos de piedra—. Siento mucho que hayas tenido que escuchar eso venir de él. Como un adulto debería saber mejor.
—Pero... —un hipo salió de los labios de Ana—, pero sí soy débil.
Hilda negó y acercó el cuerpo de Ana más hacia ella.
—No eres débil, cariño, eres joven. Pero me temo que la humanidad ha hecho aquello un sinónimo de falta de fuerza, lo que solamente sigue siendo una idea falsa usada para faltarles el respeto a quienes llegaron después que nosotros. Débil es la persona que destroza la vida de otros para marcar su camino, débil es el cuerpo de un bebé recién nacido... débiles son mis rodillas luego de caminar por todo el castillo. —Ana rió levemente y un suspiro salió de sus labios al sentir los masajes circulares que Hilda le daba en su espalda—. Tú no eres débil, eres optimista y soñadora; esas son cualidades que el humano ha querido disfrazar de debilidad pero son la base de un corazón fuerte y un alma resistente.
»La experiencia no iguala a la fuerza, más solo es una ventaja, un factor para ella —Hilda tomó el rostro de Ana con cariño y la miró a los ojos—. Tu fuerza no es igual a la mía porque no somos las mismas personas, Anita. Y si alguien te llama débil, ellos mismos te acaban de demostrar su propia debilidad.
Ana sonrió débilmente y cerró los ojos cuando Hilda le dio un suave beso en su frente.
—No sé por qué Remus ha dicho lo que dijo, pero me aseguraré de hablarlo con él. Tú no te preocupes.
Ana asintió y apoyó su cabeza en el hombro de su abuela con un suspiro tembloroso.
—Siento que... que Remus me compara mucho con Faith. Creo que tiene miedo de que sea como ella y no sé qué hacer de eso. ¿Por qué es malo ser como ella? ¿Qué hizo?
—¿No le habías pedido a Sirius los anotadores de Faith? —preguntó Hilda secándole las lágrimas.
Ana rió secamente.
—No los leí todavía, no... —sus labios temblaron y temió volver a llorar— no tengo tiempo, nana. No con el torneo...
A pesar de sus mejores intentos, Ana volvió a llorar.
—Ay, nana, no quiero participar... —confesó Ana escondiendo su rostro entre sus manos mientras sollozaba—... no... no me toman en serio y... y tengo miedo... tengo miedo... no quiero morir, por favor, no quiero morir...
Si Ana hubiese levantado la mirada hacia su abuela, y no hubiese tenido sus ojos nublados en lágrimas, hubiese visto la expresión de dolor en Hilda. El dolor que un adulto sentía cuando uno de sus niños lloraba frente suyo pidiendo no morir era uno de los peores sufrimientos que alguien podía sentir.
Y Hilda lo había sufrido demasiadas veces para que su corazón no se rompiera un poco más.
Con los brazos temblorosos, la mujer tomó a Ana en sus brazos mientras ella se lamentaba.
—Hablaré con tu director, antes de la noche hablaré con él y le diré exactamente lo que pienso. No vas a morir, Ana. No vas a morir, te lo prometo. Me van a escuchar aunque me cueste, me van a escuchar.
• • •
Luego de que Ana le enseñara pobremente la sala común de Gryffindor, ella y su abuela decidieron que era suficiente por el día. Mientras que Hilda se había ido para hablar con Dumbledore, Ana se había encerrado en su dormitorio, tratando de tranquilizarse con los suaves ronroneos de Basil y Crookshanks que habían decidido recostarse en su cama.
Su cabeza estaba tan sobrecargada que ni siquiera se dio cuenta del momento en que Hermione entró al dormitorio luego de una entretenida salida.
—¡Ana! Te trajimos golosinas, demasiadas, y tenemos noticias para contarte... o, bueno, mejor dicho Harry tiene noticias... ¿estás bien?
Hermione se había detenido al lado de su cama, donde el rostro de Ana estaba mirando, y notó que su cara estaba hinchada. Tampoco parecía consciente de que los dos gatos se habían dormido arriba de su espalda. No parecía la posición más cómoda.
—No tengo hambre de dulces... —admitió Ana y cerró sus ojos con cansancio—, o de chismes...
Ya era extraño en sí que no quisiese dulces, pero Hermione no desistió.
—Bueno... pero Harry tiene noticias del Torneo.
Una mueca se posó en los labios de Ana.
—Ugh, menos...
—Se trata de la primera prueba, Ana. Ya sabemos cuál será...
—Qué bien. No me interesa.
Hermione encaró una ceja y se cruzó de brazos.
—No sé lo que sucede... ¿pero podrías intentar al menos fingir que te interesa sobrevivir la primera prueba?
Ana se tensó ante las palabras de su amiga pero resopló antes de asentir. Hermione quedó satisfecha.
—Bien, si quieres no te levantes y te lo diré yo: deberán burlar a dragones —dijo Hermione y negó con la cabeza, estupefacta—. ¿Puedes creerlo? Bueno, algo positivo en esto es que a ti te encantan los dragones y tendrás una ventaja cuando te enfrentes a uno.
Pensar en siquiera participar de los juegos de Dumbledore hacían que Ana volviese a marearse aunque estuviese acostada.
—... Odio a los dragones... son feos.
Si Ana hubiese estado en un mejor estado de ánimo del que sufría en esos momentos, se hubiese muerto de la risa por la cara de pura incredulidad que emanaba Hermione.
—¿Desde... desde cuando no te gustan?
—Desde siempre.
Ahí fue el turno de Hermione de reír sin poder creérselo.
—Claro, ¿y qué hay de eso de que querías volar en uno de ellos? Eso fue la semana pasada, Ana.
—Le temo a las alturas —murmuró Ana tratando de seguir con la mentira aunque su comentario fuese verdadero.
—Sí... ¿y lo que me decías de que los longhorn rumanos tenían dientes venenosos...?
—Vipertooth peruanos —corrigió Ana sin poder evitarlo, ganándose una mirada obvia de Hermione. Ana protestó—. Eso es trampa, tú sabes que...
—¿Qué te sabes cada detalle acerca de dragones y no puedes evitar hablarle a todo el mundo de ellos? Sí, sí lo sé.
Hermione se sentó en un pequeño espacio no cubierto de la cama de Ana y su mirada se concentró en sus zapatos.
—¿Me cuentas ahora o lo dejamos para otro día...? —inquirió Hermione hacia el estado de su amiga y Ana suspiró.
—Otro día, por favor... estoy muy cansada.
Hermione asintió y se volvió a levantar.
—Bien, me voy a cenar. No te olvides de tomar la poción de insomnio o Madame Pomfrey te reprochará.
Ana rió cansadamente pero luego de asegurarle a Hermione que lo haría, nuevamente se encontró sola en la habitación, acompañada de los dos gatos que seguían plácidamente dormidos sin nada de qué preocuparse.
Estiró su brazo para tomar el pequeño frasco que cargaba con la poción que la había salvado incontables noches, que se encontraba en su mesa de luz, y luego de solamente sentir el vidrio frío, la abrió para darle un trago.
El líquido frío recorrió su garganta y el tranquilizante sabor a manzanilla hizo que los párpados de Ana enseguida se sintieran pesados. Apoyó el frasco en su correspondiente lugar y se sumió a su cansancio.
Tal vez y en sus sueños podría escaparse de todas sus pesadillas de una vez por todas.
• • •
¡hola!
volví ♥
les voy a ser sincera este capítulo me tomó años en terminar pero creo que es porque es muy pesado y un poco triste asjasj
el próximo va a ser más divertido y no una depresión constante, i promise ;)
¿les gusta la nueva portada? ♥
como avisé en el capítulo anterior, elegí a una persona para dibujarle un ícono y aquella persona es... *tambores, por favor*
¡ -ladyproserpina !
felicidades ♥♥
te voy a mandar un mensaje privado cuando comentes acá y te voy a decir todo los detalles ¡!
¡gracias por el constante apoyo, lxs amo mucho!
nos vemos la próxima ¡!
•chauuu•
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