𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐲 𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧
"Los amigos que hacemos en el camino"
Todos se levantaron tarde el veintiséis de diciembre. La sala común de Gryffindor se encontraba más silenciosa de lo que había estado últimamente, y muchos bostezos salpicaban las desganadas conversaciones. La noche anterior, Ana y Hermione se habían quedado hablando hasta tan tarde, que cuando Ana se quedó dormida, se olvidó de quitarse el maquillaje, ensuciando su sábana y almohada.
Pero, al menos, la prolongada conversación que tuvo con Hermione resolvió varios cabos sueltos que habían estado en necesidad de atención. Como por ejemplo, aquel chico misterioso que Hermione había querido que la invitara.
—Es Ron —había dicho Ana con incredulidad, una vez sentada en su cama. Hermione la había mirado confundida—. Ron es quien querías que te invitara al baile.
Hermione había puesto los ojos en blanco y una tos seca había salido de ella, pero estaba claro que no lo había necesitado.
—¿A qué va esto?
Ana había sonreído y negado, mientras se tiraba en el acolchado.
—Absolutamente nada, pero ahora mucho tiene sentido... huh, no puedo creer que Parvati se dio cuenta antes que yo... no, espera, sí me lo creo.
—¿¡Parvati sabe!?
—Ella fue quien lo mencionó la vez anterior y no me sorprendería que supiese hasta antes que ti...
Hermione resopló pero en vez de avergonzarse aún más, miró a Ana con cautela.
—Y ese chico misterioso tuyo era Blaise Zabini. Admito que fue una patada en la cara verlos bailar. No me lo veía venir ni en cien años.
Al escuchar eso, Ana rió con fuerza y negó.
—Ni yo... pero no es misterioso por las razones que creo que piensas, Hermione —Ana levantó su cabeza y la miró mientras se ponía el pijama—. Tenía... tenía miedo que no te sintieras cómoda luego de las primeras impresiones de él... no quería que supieras que tal vez estaba manteniendo una conversación con él de más de dos minutos. ¡Y no me gusta! Él, me refiero. Solo me daba vergüenza a situación en sí... o que me vieras hablando con él... pero si te soy sincera, luego de todo estaba equivocada. No es tan malo como parece.
Hermione le sonrió y comenzó a preparar su cabello para dormir.
—Ana, tú eres la mejor de las dos cuando se refiere a juzgar a las personas. Si dices que Blaise Zabini no es nefasto como parece, te creo... —Hermione aplicó un poco de gel en sus cabellos pequeños y tomó el paño de satín—. Y si dices que no te gusta, entonces te creo. No pensaba ello igualmente, sospechaba que tenías un secreto y ya está.
Saber que Hermione apoyaba su extraña amistad —si es que se podía llamar así— con Blaise Zabini, hizo que Ana pudiese dormir profundamente. Y ahora, mientras estaba tirada en uno de los sillones de la sala común mientras sus amigos hablaban, se dedicó a hablarle a Harry.
—Harry, ¿ya descubriste qué hacer con el huevo?
Ante la pregunta, el chico la miró con nervios. Estaba claro que no tenía la menor idea de qué hacer con el huevo de oro. Por su parte, Ana se degustó unos segundos en saber que había sido más rápida que él, hasta que sacudió su cabeza y se concentró en su amigo.
—La verdad, Lavender lo resolvió hace unas semanas —dijo Ana, recordando aquella sesión de estudio en donde la chica había, accidentalmente, descubierto el acertijo del huevo de oro. Harry la miró con incredulidad cuando Ron y Hermione dejaron de hablar entre ellos para prestarles atención—. Fue un accidente, pero su memoria es excelente... bueno, descubrimos que lo que escuchamos al abrir el huevo es el canto de una sirena.
—¿Así es como suenan? —preguntó Ron con el ceño fruncido—. Pensé que sus voces eran hermosas. Pero lo del huevo fue... horrible.
—Así es como suenan fuera del agua. Hay un libro en la biblioteca que te deja escuchar cómo suena cada criatura o ser que te puedas imaginar y... —Ana cerró la boca al ver los rostros de sus amigos y puso los ojos en blanco—, y reconocí oír ese mismo grito espeluznante en ese libro. Por lo tanto, para escuchar qué dice, hay que sumergir el huevo en el agua.
Cuando esa pieza de información dejó los labios de Ana, los engranajes de la cabeza de Harry se movieron y sus ojos brillaron, dando la impresión de que se había dado cuenta de algo muy importante.
—¡Ah! Eso es a lo que se refería Cedric con tomar un baño... pensé que se había vuelto loco.
—¿Cedric sabe? —curioseó Ana y al recibir un asentimiento, sonrió y se levantó—. ¡Genial! Entonces puedo contárselo a Fleur...
—Ana... —protestaron sus tres amigos, ganándose un bufido de su parte.
—Dejen de quejarse, ya saben que no me importa este torneo y voy a hacer lo que quiera. Además, si Cedric y tú, Harry, ya saben qué hacer entonces ya tienen una ventaja que ni Krum ni Fleur tienen aún. Y, sin ofender Harry, no quiero dejar a Fleur detrás, me cae bien.
—¿Estás segura que no te tiene bajo su encanto? —resopló Hermione cruzándose de brazos y Ana imitó su gesto.
—Ey, ayer me dijiste que confiabas en mi juicio. No sé qué tienes contra ella, pero te prometo que si le dieras una oportunidad, te agradaría.
La expresión de Hermione se suavizó y aunque estuviese tratando de no aflojar su mirada, un suspiro de derrota dejó sus labios y asintió. Ana juntó sus manos con una sonrisa y miró de soslayo a Harry.
—No te preocupes Harry, ahora tendrás más chances de ganar.
—¿Por qué dices eso?
—Bueno, si estoy en lo correcto y la segunda prueba tomará lugar en donde pienso... no seré mucha competencia. Es más, creo que siquiera me presente.
—¿Qué? —exclamó Ron desconcertado—. ¿Por qué?
La expresión de Ana se convirtió en aprensiva y negó mientras se alejaba hacia la entrada de la sala común.
—¡Luego les digo!
Resolviendo que sería mejor primero hablar con Fleur Delacour, Ana dio un pique fuera de la sala común, dejando a sus amigos con la boca abierta y preguntas en las puntas de sus lenguas.
• • •
Los nudillos de Ana golpearon contra la puerta del carruaje azul pálido, y mientras esperaba a que alguien le abriese, se dedicó a observar con más detalle el lujoso vehículo que había traído a los estudiantes de Beauxbatons.
Mientras que algunas partes de la pintura estaban lisas, habían algunos detalles dorados que se movían sobre la superficie azul. Los bordes del carro estaban tallados profesionalmente y Ana no estaría sorprendida si de hecho era oro de verdad. Conociendo los gustos excéntricos de Madame Maxime, oro era lo mínimo que aquel carruaje debía de tener.
Antes de que pudiese seguir admirando la belleza del carruaje, la puerta que contenía el escudo del colegio se abrió, dejando ver a una chica desconocida para Ana. Lo único que pudo ver Ana de ella eran sus ojos oscuros, ya que su rostro estaba escondido tras un nicab.
—¿Sí?
Su voz era cálida pero también firme, tenía un dejo de recelo en ella.
—Hola... ¿busco a Fleur?
La chica la miró por unos segundos, inspeccionando desde sus zapatos hasta sus cabellos enmarañados, cuando volteó su cabeza hacia dentro del carruaje y gritó:
—¡Fleur, una de tus admiradoras!
Ana no pudo corregirla porque la chica comenzó a hablar, apoyando su hombro contra el arco de la puerta.
—¿Sabes? Deberías decirle a tus otros amiguitos que dejen de venir aquí para tirarse a los pies de Fleur. Entiendo que mi amiga es bellísima pero si tenemos que abrirle a otro de ustedes para que ella los eche...
—¿De nuevo? —se escuchó la voz de Fleur acercarse a la entrada—. Esto es «gidículo», ya le dije a esa niña Alice que... ¡Ana!
Fleur estaba igual de perfecta que siempre. Su cabello rubio caía suavemente en sus hombros y su rostro estaba retocado con un poco de maquillaje. Parecía como si nunca se hubiese ido a dormir.
—Nisa, no «podgías estag» más equivocada. Ella es Ana, «¿gecuerdas?»
Nisa volvió a observar a Ana, esta vez con más escrutinio, y sus ojos se abrieron en reconocimiento.
—Oh... lo siento, Ana. En mi defensa, no tengo mis anteojos —Nisa le tendió una mano a Ana, y aunque no pudiese verlo, tenía la sensación que le estaba sonriendo—. Nisa Solak.
—Ana Abaroa, es un...
—¡Nisa ferme la porte! —se escuchó a alguien gritar dentro del carruaje y varios apoyaron el pedido.
Ana vio a Nafisa poner los ojos en blanco cuando se disculpó con ella antes de entrar al carruaje y empezar a gritar en francés hacia sus compañeros. Fleur miraba la escena con cierta gracia y le sonrió a Ana.
—Lo siento, Ana. ¿A qué se debe tu visita?
Esta vez fue el turno de Ana sonreír y erguirse en su lugar.
—Demos una vuelta, ¿sí?
Luego de que caminasen por el borde del lago negro por varios minutos, Ana terminó de contarle a Fleur todo lo que debía saber. Desde cómo resolver el acertijo del huevo de oro hasta su corazonada acerca de dónde tomaría lugar la segunda prueba. Solo había un lugar posible donde podrían haber sirenas que cantaran en Hogwarts, y ciertamente no estaba sobre tierra.
—Sospechas que «tomagá lugag» en el lago —sentenció Fleur mirando la congelada superficie del lago que brillaba bajo el sol.
—No creo que se tomaran la molestia de reunirse con una sirena, cuando las personas del mar son increíblemente recelosas ante los humanos, por nada —admitió Ana—. Ahora lo único que deben hacer es meter el huevo bajo el agua y escuchar lo que dice.
Fleur se detuvo en sus pasos y miró a Ana por encima de su bufanda.
—¿Deben? ¿Qué hay de ti, Ana?
Ana sintió su rostro enrojecerse y evitó la mirada de la chica mayor, fijando su mirada en un pájaro que volaba sobre el lago.
—No creo que vaya a participar... y sé que es irónico luego de que dijese eso mismo pero igualmente participé en la primera prueba, pero esta vez tengo una muy buena razón. —confesó Ana y luego de fruncir el ceño, dudando si contarle la verdad, dijo:—. No sé nadar.
Fleur ladeó su cabeza, haciendo que una cortina de cabello cayera sobre su rostro.
—Eso no es tan malo, Ana. Si comienzas a «pgacticag» en la piscina de tu colegio no te «gesultará» imposible el día de la competencia.
—No hay piscina en el colegio, Fleur.
—... ¿Ni «siquiega en el integiog»?
—Ni siquiera en el interior.
Fleur quedó atónita ante las noticias y resopló.
—Mon Dieu. «Extgaño» Beauxbatons —susurró Fleur pero enseguida negó y dio un paso frente a Ana, mirándola—. «No impogta», ya tengo la solución. Te «entrenaré» yo misma.
Por mucho que Ana apreciara la iniciativa de Fleur, había un problema.
—¿Dónde entrenaría? No hay piscina en ningún lado de este colegio...
Los ojos de Fleur se achicaron, delatando que estaba sonriendo detrás de la bufanda, y lentamente su mirada clara se posó al lado de ambas. Con temor, Ana miró hacia su derecha y una mueca se posó en sus labios.
—¡El lago está congelado, Fleur!
—Nada que un encantamiento de calentamiento no pueda «gesolveg», Ana —Fleur señaló el carruaje de Beauxbatons que posaba a una distancia moderada de ellas—. «Abgamos» el huevo y comencemos a «entgenag». No hay tiempo que «pegdeg».
• • •
Entrenar con Fleur era, para describirlo con pocas palabras, cansador. La chica era una máquina cuando era tiempo de ejercitar, y Ana pocas veces podía seguir su ritmo. Mientras Fleur se movía como un caballo de carrera, Ana parecía una tortuga. Era desalentadora la agenda de entrenamiento, pero al mismo tiempo era inspirador ver a Fleur tan concentrada en su entrenamiento. Le daba energías a Ana mientras nadaba en el agua congelada del lago negro que no era decir poco. Luego de unos días bajo la dura orientación de Fleur, Ana podía nadar. Sus movimientos eran básicos pero al menos tenía la certeza de que no se ahogaría.
Por otro lado, Fleur había descifrado el huevo de oro antes que Ana y le había citado todo lo que había dicho la voz de la sirena bajo el agua:
Donde nuestras voces suenan, ven a buscarnos,
que sobre la tierra no se escuchan nuestros cantos.
Y estas palabras medita mientras tanto,
pues son importantes, ¡no sabes cuánto!:
Nos hemos llevado lo que más valoras,
y para encontrarlo tienes una hora.
Pasado este tiempo ¡negras perspectivas!
demasiado tarde, ya no habrá salida.
Ya ha pasado media hora, así que mas vale que te apresures
porque lo que queda aquí siempre se pudre.
La primera vez que Ana escuchó a Fleur recitar el canto de la sirena, dos pensamientos cruzaron su mente: Fleur tiene una hermosa voz y van a dejar que alguien se muera. Dos cuestiones muy diferentes pero una fue la que asustó completamente a Ana.
Fleur le había asegurado que no dejarían que nadie muriese pero Ana no estaba segura de ello. Conociendo a Dumbledore, todo era posible. Ella confiaba más en que Basil un día le salvase la vida a que Dumbledore cumpliese una promesa y los mantuviese a salvo.
En otras noticias, aunque Ana quisiese decir que su cumpleaños había sido el más maravilloso de todos, aunque en definitiva había sido mejor que el año anterior en donde lo había pasado en el Expreso Hogwarts, no había sido memorable. Si bien había sido divertido pasar el día con su abuela y sus amigos, y recibir una gran cantidad de regalos, todos habían parecido tener la cabeza en otro lado en vez de estar presentes ese día. Muchos aún seguían pensando en el baile de Navidad y otros no querían que las clases comenzaran, ya que su cumpleaños significaba el fin de la semana santa.
Sin embargo, dos sucesos tomaron lugar que hicieron su día: la llamada que compartió con Dalia, ambas saludándose para sus cumpleaños ya que eran el mismo día, y recibir el regalo de Neville que había estado esperando desde octubre.
Cuando abrió el paquete luego de que Neville se lo hubiese entregado en el desayuno, Ana se llevó una grata sorpresa, encontrándose con una maceta ya arreglada en donde se podía ver un pequeño tallo verde saliendo de la tierra mojada. Neville le explicó de que se trataba de una Belladona, una planta con flores violetas y bayas venenosas Un regalo un tanto inesperado pero sin duda bien recibido. Y finalmente, Ana sacó un par de fotos que habían sido sacadas mágicamente ya que se podían ver a las personas moverse.
Eran fotos de Faith en su juventud.
En algunas fotos se encontraba junto a Marlene, quien Ana reconoció por fotos anteriores, y otras con sus otros amigos desconocidos para ella. Neville tuvo la amabilidad de señalar que dos de las personas que se encontraban en una foto con ella eran sus padres. Sin embargo, aún sin que el chico lo señalara, era claro que se trataba de su familia. El hombre tenía el mismo cabello rubio que su hijo mientras que su madre tenía su mismo rostro, tan dulce y cálido.
—Sé que no es mucho... —había dicho Neville mirando un tanto avergonzado a Ana mientras ella admiraba las fotos—, pero mientras ordenaba en mi casa encontré una caja con fotos y reconocí a tu mamá entonces le pregunté a mi abuela si podía dártelas y ella dijo que...
—Son perfectas —dijo Ana con sus ojos estancados en una foto en particular.
En la foto se veía a un gran grupo de amigos sentados en una mesa mientras disfrutaban de una cena y tragos. Todos reían y sonreían mientras levantaban sus copas. Ana reconoció varios rostros en la imagen, pero sus ojos se habían quedado en trance mientras observaba a dos en particular. Faith y Remus estaban riendo entre ellos, abrazados mientras que Faith estaba sentada en el regazo de él y tiraba su cabeza hacia atrás por la risa. Y Remus reía sin sacarle la mirada a ella, mirándola con una mezcla de diversión y adoración que nadie podía negar.
Habían muchas fotos que Ana adoraba de sus padres, pero aquella foto demostraba un momento tan feliz y jovial que debía considerarse su nueva imagen favorita. Su mirada bajo hacia las palabras escritas debajo de la foto, llenándola de melancolía.
"Cumpleaños 19 de Faith, 23/10/1978".
Eran tan felices, Ana deseaba haberlos conocido en esa época, conocerlos antes de la tormenta.
—Gracias. —susurró Ana levantando su mirada hacia Neville, que la miraba con cautela—. Gracias, Neville.
Neville solo sonrió y asintió.
Los días continuaron pasando en Hogwarts. Todavía había una gruesa capa de nieve alrededor del colegio, y las ventanas del invernadero estaban cubiertas de un vaho tan espeso que no se podía ver nada por ellas en la clase de Herbología. Queriendo despejar su mente de todo lo relacionado con el torneo, Ana no podía esperar a seguir con las clases de Hagrid. Rogaba que su escreguto siguiera con vida para poder admirarlo por más tiempo.
Sin embargo, al llegar a la cabaña de su amigo encontraron ante la puerta a una bruja anciana de pelo gris muy corto y barbilla prominente.
—Dense prisa, vamos, ya hace cinco minutos que sonó la campana —les gritó al verlos acercarse a través de la nieve.
—¿Quién es usted? —le preguntó Harry mirándola fijamente—. ¿Dónde está Hagrid?
—Soy la profesora Grubbly-Plank —dijo con entusiasmo—, la sustituta temporal de su profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.
—¿Dónde está Hagrid? —repitió Harry.
—Está indispuesto —respondió lacónicamente la mujer.
Ana se giró hacia Hermione con preocupación y ella le devolvió la mirada. Harry y Ron le habían contado días atrás que habían espiado a Hagrid y Madame Maxime hablar durante el baile de Navidad, y que Hagrid había soltado la noticia de que era mitad gigante. ¿Es que seguiría afligido por cómo había terminado la conversación?
—Por aquí, por favor —les dijo su nueva profesora, y se encaminó a grandes pasos hacia el potrero en que tiritaban los enormes caballos de Beauxbatons.
Ana, Hermione, Harry y Ron la siguieron volviendo la vista atrás, a la cabaña de Hagrid. Habían corrido todas las cortinas. ¿Estaba allí Hagrid, solo y enfermo?
La bruja los condujo al otro lado del potrero, donde descansaban los caballos de Beauxbatons, amontonados para protegerse del frío, y luego hacia un árbol que se alzaba en el lindero del bosque. Atado a él había un unicornio grande y bellísimo.
La mandíbula de Ana cayó hacia el suelo cubierto de nieve y sus ojos brillaron con interés.
El unicornio era de un blanco tan brillante que a su lado la nieve parecía gris. Piafaba nervioso con sus cascos dorados, alzando la cabeza rematada en un largo cuerno. Ana se preocupó, pensando en cómo había sido atrapado. Aquellas criaturas no eran las más sociables, y no por nada. Ana sabía cuán especiales eran y su protección era indiscutible.
—¡Los chicos que se echen atrás! —exclamó con voz potente la profesora Grubbly-Plank, apartándolos con un brazo—. Los unicornios prefieren el toque femenino. Que las chicas pasen delante y se acerquen con cuidado. Vamos, despacio...
Ana caminó lentamente hacia el unicornio como sus compañeras y la profesora, pero en vez de acercarse completamente como las demás, se mantuvo a una distancia que creía era más cómoda para el unicornio. Era un animal al que era mejor admirarlo a una distancia.
Mientras que la profesora Grubbly-Plank les explicaba cómo acercarse a un unicornio y ganarse su confianza, Ana simplemente lo admiraba mientras la profesora seguía hablando.
Había mucho que Ana conocía de los unicornios. Por ejemplo, los potros eran de un color dorado brillante como el oro hasta que cumplían los dos años, cambiando a un color más plateado. El cuerno que aquel unicornio adulto tenía en su frente, seguramente le había comenzado a crecer alrededor de sus cuatro años, y por todos los detalles que podía ver en él, Ana deducía que el unicornio el que todas sus compañeras rodeaban tenía unos ocho años.
Una vez que las chicas comenzaron a acariciar al unicornio, la profesora Grubbly-Plank se volvió a los chicos que no parecían estar prestando mucha atención.
—¿Están atendiendo, por ahí?
Luego de volver a tener la atención de los chicos, la profesora comenzó a enumerar en voz alta las propiedades mágicas de la criatura, sin perder tiempo alguno.
Cuando la clase terminó, Ana quedó satisfecha con lo aprendido esa mañana. Sin embargo, estaba segura que le hubiese gustado más si la clase la hubiese dado Hagrid. ¿Eran sus métodos un poco desordenados y hasta peligrosos? Sí, no había duda alguna. No obstante, a Ana le agradaba eso. Había un amor tan grande por parte de Hagrid hacia aquellas criaturas peligrosas que su adoración era contagiosa en opinión de Ana. Tal vez cuidar de los escregutos no era la tarea más divertida en opinión de la populación estudiantil, y aún así, Ana se entretenía.
Por lo tanto, la clase dirigida por la profesora Grubbly-Plank había sido muy... normal para su gusto. Pero ese era el tipo de clase que a Hermione más le gustaba.
—Ha sido una buena clase —comentó ella cuando entraron en el Gran Comedor—. Yo no sabía ni la mitad de las cosas que la profesora Grubbly-Plank nos ha dicho sobre los unic...
—¡Miren esto! —la cortó Harry, y le puso bajo la nariz un artículo de El Profeta.
Ana se acercó para leer, y junto con Hermione leyeron con la boca abierta el artículo más espantoso de ese periódico. Rita Skeeter nuevamente había creado un nuevo tipo de maldad.
El artículo se basaba en mentiras por parte de Draco Malfoy y su grupo y crueles palabras hacia Hagrid, haciendo énfasis en que era un semi gigante.
—¿Hagrid peligroso? —resopló Ana con incredulidad al leer cómo lo describía la periodista—. Si recuerdo bien creo que una vez lloró porque pisó la cola de Fang.
—¿Cómo se ha podido enterar esa espantosa Skeeter? ¿Creen que se lo diría Hagrid? —preguntó Hermione preocupada.
—No —contestó Harry, que se abrió camino hasta la mesa de Gryffindor y se echó sobre una silla, furioso—. Ni siquiera nos lo dijo a nosotros. Supongo que le pondría de los nervios que Hagrid no quisiera decirle un montón de cosas negativas sobre mí, y se ha dedicado a hurgar para desquitarse con él.
—Tal vez lo oyó decírselo a Madame Maxime durante el baile —sugirió Hermione en voz baja.
—¡La habríamos visto en el jardín! —objetó Ron—. Además, se supone que no puede volver a entrar en el colegio. Hagrid dijo que Dumbledore se lo había prohibido...
—¿Cuál es el problema de este mundo con los híbridos? —masculló Ana mientras releía el artículo y su ceño se fruncía más.
—Tenemos que ir a verlo —dijo Harry, llamando la atención de sus amigos—. Esta noche, después de Adivinación. Para decirle que queremos que vuelva... Quieren que vuelva, ¿no?
—Pues claro que quiero que vuelva —dijo Ana y rompió el periódico en dos pedazos sin dudarlo—. Skeeter me tiene cansada, Hagrid se merece más que este maltrato.
—Bueno... no voy a fingir que no me haya gustado este agradable cambio, tener por una vez una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas como Dios manda... ¡pero quiero que vuelva Hagrid, por supuesto que sí! —añadió rápidamente Hermione ante la mirada de los otros.
De forma que esa noche, después de cenar, los cuatro volvieron a salir del castillo y se fueron por los helados terrenos del colegio hacia la cabaña de Hagrid. Llamaron a la puerta, y les respondieron los atronadores ladridos de Fang, pero en ningún momento Hagrid, ni siquiera luego de minutos en que le rogaron que les abriera.
Era indiscutible que a Hagrid las palabras que Rita Skeeter había escrito acerca de él habían sido devastadoras, porque los días siguientes no lo vieron en ningún momento. No hizo acto de presencia en la mesa de los profesores alas horas de comer, no lo vieron ir a cumplir con sus obligaciones como guardabosque, y la profesora Grubbly-Plank siguió haciéndose cargo de las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Y en otras noticias de personas desaparecidas, en las siguientes semanas Ana tampoco encontró a Blaise Zabini, además de las pocas clases que compartían no lo había visto. Normalmente aquello sería una buena noticia para ella, pero debía admitir que durante el baile su relación —aunque muy extraña— había mejorado. La única duda que le quedaba era si aquella mejora solo había sido de su lado y no del de Blaise. Tal vez y al chico le parecía más insoportable que nunca, lo que no la sorprendería luego de que lo atacara con preguntas aquella noche en la fuente. Tenía sentido, y aun así no quería creer que esa era la verdad.
Ana se rió incrédula ante sus pensamientos y negó mientras pateaba una pequeña piedra al lago.
—¿Qué te tiene tan «entgetenida»? —preguntó Fleur mirándola con curiosidad mientras caminaban.
Era viernes por la tarde, las clases de Ana habían terminado así que Fleur había visto aquel espacio libre como una oportunidad para seguir entrenando. Sin embargo, esta vez practicarían formas de sobrevivir estar mucho tiempo bajo agua porque no era como si tenían pulmones infinitos. Por su lado, Fleur ya había hecho un plan para sí misma días atrás. Su plan consistía en usar el encantamiento casco-burbuja que era el hechizo más conveniente para usar bajo el agua o lugares donde había una falta de aire fresco, mientras que Ana usaría el plan que Nisa Solak había preparado para ella, y por ende las esperaba a unos metros más lejos de donde estaban en esos momentos. Cuando Ana se había quejado del porqué no podía enseñarle Fleur el encantamiento, la chica le había dicho que buscar otra forma de impresionar a los jueces, y también había añadido que como su entrenadora debía escuchar todos sus consejos. Lo que Ana no tuvo tiempo de discutir.
—Nada, solo pensamientos tontos... ¿Qué tiene Nisa preparado? —dijo Ana ahora mirando a la chica más grande, que solo sonrió y miró hacia delante con conspiración. Claramente sabiendo más que ella.
Cuando divisaron a Nisa, la chica levantó su brazo bien cubierto con sus abrigos y lo movió para saludarlas.
—¡Ya era hora! Caminan tan lento que tuve tiempo de hacer quince estiramientos —bromeó Nisa y Fleur puso los ojos en blanco mientras se cruzaba de brazos.
—No «logaba encontgag» a Ana, Nisa. El castillo es confuso.
—Excusas baratas que te sobran, Fleur —Nisa le guiñó el ojo a través de sus lentes rectangulares y se giró a Ana que era un tanto más baja que ella—. ¿Cómo estás, Ana? ¿Emocionada por hoy?
—Hola, Nisa... estoy confundida.
—Entonces no demos más vueltas.
Nisa apuntó su varita hacia la nieve y en cuestión de segundos se formó un círculo grande que dejaba ver el césped amarillento que había estado tapado por la gruesa capa blanca. La chica se sentó, haciendo que su uniforme azul claro se esparciera por el suelo, y les indicó a las otras dos que la siguieran. Una vez las tres sentadas, Nisa sacó un libro de uno de sus bolsillos, sorprendiendo a Ana que no se esperaba aquello.
—Este es tu pasaje para la segunda prueba, Ana —explicó Nisa mostrándole el título del libro—. "Sireno: el lenguaje del agua".
Ana observó las letras enfrente suyo y si Nisa no hubiese dicho lo que significaban, no lo habría adivinado.
—¿Hablas sireno?
—Pues claro, mi mamá me ha enseñado desde pequeña. Hablo seis idiomas... y por supuesto que estoy presumiendo Fleur, no me mires así —resopló Nisa pero le sonrió a Ana que la miraba estupefacta—. Turco, francés, inglés, árabe, kurdo (el cuál es un problemita en casa) y sireno.
—Ay, wow. Sireno suena como una pasada, me encantaría estudiarlo...
—Si quieres te lo puedes quedar —dijo Nisa tendiéndole el libro sin dudarlo—. Tengo cientos de copias en casa.
—¿Estás segura?
—Claro, mamá se alegrará que alguien más quiera leer su libro... uy espera que te lo traduzco.
Nisa volvió a tomar el libro y golpeó su varita contra el lomo unas veces , hasta que algunas palabras de la portada cambiaron.
—Bueno, como Nisa iba a decir antes... —Fleur interrumpió haciendo que ambas la miraran con atención—. Aunque el «libgo sigva» no es sustancial, sino a lo que «gefiege». Esa es la meta.
—Como ya sabemos que estarán presentes sirenas y gente de mar en la segunda prueba, cuando Fleur me contaba acerca de lo que ya habían hablado, recordé algo valioso del libro de mi madre. Verás, no es nada nuevo que las sirenas adoran la música, sin embargo, hay una tradición en cada manada de sirenas que consiste en crear un amuleto, un collar, que lo usan en situaciones donde deben salir del agua.
»Cada grupo tiene su representante al que se lo dan y este se coloca el collar para transformar su cola en dos piernas y para convertirlo en humano por un tiempo determinado. Si mal no recuerdo, hay una historia muggle que habla acerca de esto...
«La Sirenita» pensó Ana y recordó en cómo Lavender había también relacionado a la gente de mar con aquella película. Si ella estuviese ahí con las tres, Ana estaba segura que le encantaría la nueva información.
—Lo que no muchos saben, es que el mismo collar que te transforma en humano, también sirve para convertirte en sirena o selkie. Es una cuestión de intercambio, donde el colgante se puede abrir y una gota de sangre debe ser guardada allí. A muchos magos la idea no les parece para nada sabio pero se ha demostrado incontable de veces que con el control necesario y una buena moral, no es un peligro sino que es otra forma de transformación.
Ana se quedó en silencio por unos segundos, procesando la información hasta que entendió lo que Nisa le estaba diciendo que iba a hacer.
—¿Quieren...? ¿Quieren que yo use ese collar?
—Con una gota de sangre de un voluntario de la manada, serás una sirena por el tiempo necesario. Claro, si es que aceptas.
Durante su infancia, Ana había tenido muchos sueños insensatos, pero jamás se hubiese imaginado que uno de ellos pudiese volverse realidad. Aceptó sin pensarlo.
—Pero... las sirenas detestan a los humanos. No sería para nada fácil hacer que acepten a tal acuerdo. Es más, hasta lo vería imposible.
—Eso déjalo a «nosotgas» —dijo Fleur posando una mano sobre su hombro y sonriéndole—. Tú solo debes «lucig» bonita y voilà. «Paga llamag» su atención, «tocagé» mi violín...
—Mientras tanto, yo les hablaré y persuadiré que nos asistan.
—A las sirenas sí que les gusta la diplomacia y unos cuantos cumplidos —admitió Ana tocando su mentón y le sonrió a Nisa—. También deberías tocar el tema de un intercambio, sabes que ayudar a los humanos no es precisamente el pasatiempo favorito de la gente de agua... tal vez además de tocar el violín, deberíamos llevar algún regalo.
—Me gusta como piensas, Ana —afirmó Nisa y se levantó de un salto, haciendo que su nicab se sacudiera—. ¡Bien! Ya tenemos un plan y quiero batir una quaffle antes de la cena, así que ya terminamos.
—No «gompas» nada esta vez, Nisa. Madame Maxime no estuvo contenta la vez «antegiog» —la reprochó Fleur, levantándose más elegantemente que su amiga. Ana la siguió con un poco de torpeza.
—Solamente rompí un jarrón que arreglé en cuestión de segundos.
Fleur encaró una ceja no sorprendida ante la defensa de su amiga pero negó antes de sonreírle a Ana, que la miraba desde abajo.
—Nos vemos mañana, Ana. Nos juntamos aquí, ¿sí?
Recordando que sería sábado y contrario a sus compañeros, que irían a Hogsmeade para la salida del mes, ella aún se quedaría en Hogwarts a pedido de su padre. Asintió sin querer darle vueltas al pensamiento y una débil sonrisa se asomó en sus labios.
—Mañana.
• • •
Ya al otro día, cuando todos los aptos para ir a Hogsmeade salieron, Ana se juntó con Fleur para observarla tocar el violín. Al parecer, Nisa no se había podido juntar con ellas porque se encontraba jugando un partido amistoso de quidditch con otros alumnos y no había querido perdérselo. Ana tuvo la idea de que aquel partido no sería tan amistoso con todas las reglas que se iban a ignorar. Afortunadamente, esta vez no debía preocuparse porque una bludger golpeara su cabeza.
—... Y si añado una melodía distinta a esta pieza, a las «sigenas les cautivagá» aún más. Es «decig», ¿a quién no le gusta un poco de autenticidad?
—Les encantará —afirmó Ana—. Tocas hermoso, Fleur... no sabía que podías tocar el violín así.
—Bueno, no mucha gente se «integesa pog» mis pasatiempos. No me toman en cuenta más que mi «extegiog» —Fleur rió amargamente pero enseguida su expresión volvió a la de siempre—. No me «sogpgende», sí soy «hegmosa» después de todo.
Ana la miró de reojo y al no encontrar ningún signo de duda en el rostro de la chica, suspiró y miró hacia el agua congelada del lago.
—Eres hermosa, pero también hay más cualidades que me gustan de ti. Por ejemplo, eres muy competitiva y amable. Es decir, te he visto entrenar y lo haces tan bien que es asombroso verte tan determinada, sin embargo, aquí estás ayudándome como si no fuésemos rivales en la competencia. ¡Y no menos tocando el violín como una profesional! Eres genial, Fleur.
—No «negagé» que me gusten los cumplidos... —comenzó a decir Fleur con una sonrisa en sus labios rosados—, «pego» como alguien me dijo un tiempo «atgás»: Hay que «cuidag» de la espalda de la «otga», y yo mantengo mis «pgomesas» —Fleur le guiñó un ojo y tiró su coleta rubia hacia un lado, irguiéndose en su lugar—. No obstante, no voy a «seg» fácil contigo en la segunda «pgueba», así que más te vale no «ganduleag pogque» me gusta «competig con pagtes» iguales.
—Trataré de no hacerlo imposible para ti —sonrió Ana con picardía y Fleur rió.
—¡Más te vale! Bueno, «mejog» que vuelva antes de que mi «tgasego» se congele —Fleur guardó el violín en su estuche y antes de que se colocara la bufanda, Ana vio vaho salir de sus labios—. ¡Nos vemos luego, Ana!
Ana se despidió de Fleur y partieron caminos.
Mientras caminaba hacia la entrada del castillo, comenzó a planear lo que haría el resto del día. Había estado queriendo pasar más tiempo con su abuela ya que Sirius la había estado robando por más días de los necesarios. A Hilda no le molestaba, Ana eso lo había notado muy bien; es más, si podía plantear sus pensamientos, Ana hasta diría que su abuela estaba tratando a Sirius como un hijo propio. Cada vez que los veía interactuar aquella relación era tan notoria que no se sorprendería si los otros también se habían dado cuenta. Por su parte, a Ana no le molestaba en lo absoluto porque al final del día, ambos habían perdido parte de su familia y habían encontrado a quién dedicar su tiempo. Era dulce.
Otro de los planes que se le había ocurrido era ir buscando un regalo para la jefa sirena del lago negro. Sus opciones estaban entre algo artístico y un objeto brilloso, tal vez podría encontrar un objeto que cumpliese los dos factores. Tal vez y encontraba una lira de oro o hasta una flauta de cristal...
La puerta que estaba a punto de abrir se abrió de repente, haciendo que diese unos pasos hacia atrás de forma sobresaltada y torpe.
—¡Uf!
Recobrando su postura, observó a quien había decidido salir del castillo, y se llevó una sorpresa al ver a Blaise Zabini. Cuando él la vio parada frente suyo, una de sus cejas se elevó en su rostro.
—Abaroa.
Ana no supo distinguir si Blaise había dicho eso como una pregunta, sentencia de sorpresa o disgusto, por ello se limitó a levantar su mano en un lamentable intento de saludo.
—Hola... ¿sales?
Ana ya estaba acostumbrada a decir idioteces cuando se encontraba en una situación incómoda, sin embargo, Blaise frunció el ceño.
—No, entraba.
«¿Es que tenía que avergonzarla aún más?»
—Sí, sí, ya sé no te hagas el gracioso... oh, gracias —soltó de repente Ana al ver que el chico aún seguía sosteniendo la puerta para que ella pudiese entrar. Ana se aclaró la garganta y asintió—. Bueno, nos vemos....
Mientras entraba al castillo, recibió un asentimiento por parte del chico, pero antes de que la puerta se pudiera cerrar por completo detrás de ella, dejó salir un exclamado.
—¡Hagrid!
Rápidamente, antes de que la puerta se cerrara y pudiera aplastar sus dedos, Ana la abrió con fuerza. Blaise, que ya había dado unos pasos hacia delante, se dio vuelta con confusión.
—¿Qué?
—Me olvidé por completo, Dios que mala amiga soy... —comenzó a decir Ana mientras bajaba hacia donde Blaise estaba—. Aún debe estar encerrado en su cabaña y no lo he ido a visitar más...
Ante la preocupada expresión de Ana, Blaise se cruzó de brazos.
—Me imagino que el guardabosques se encuentra decaído por lo escrito por esa miseria de reportera.
—¡Me da asco! —exclamó Ana con furia—. ¿Cómo es que Hagrid puede prestarle atención a lo que escribió? Es ridículo, a nadie le importa que sea mitad gigante. A mí no me importa que sea mitad gigante, ¿a ti te importa que sea mitad gigante? —inquirió Ana ahora mirando a Blaise.
El chico pestañeó un tanto sorprendido ante el hecho que le había preguntado, pero luego de unos segundos relajó su postura y negó.
—¿Por qué debería? Aquel hombre va a la lechucería y les habla a las lechuzas.
—Es demasiado bueno —afirmó Ana y miró la cabaña de Hagrid que estaba a la distancia—. Iré a visitarlo, seguro que le hará bien hablar con alguien. ¿Qué hay de ti? ¿Quieres venir?
Ambos se congelaron en sus lugares ante la invitación de Ana y sus miradas se encontraron si saber qué decir.
Ana comenzó a entrar en pánico. ¿Por qué había dicho eso? ¿Desde cuándo incluía a Blaise Zabini en sus planes? ¿Es que había perdido todos los tornillos? La penosa lamentación que pasaba dentro de su cabeza la estaba consumiendo mientras que esperaba a que la situación se calmara una vez que el chico se negara y se fuese sin volver a tocar el tema.
Pero ese momento nunca llegó, sino que Blaise se aclaró la garganta e irguió sus hombros con un poco más de confianza.
—Bien.
Ana creyó oír mal. Sus ojos azules chocaron con la mirada de determinación del chico y se dio cuenta de que no había escuchado mal en lo absoluto. Blaise había dicho que sí. Sí la iba a acompañar a ver a Hagrid. La iba a acompañar. A ella.
—Ah.
Aunque el rostro de Blaise no mostraba más emoción que lo normal, un dejo de duda cruzó rápidamente sus ojos.
—A menos que te hayas equivocado en darme esa invitación —dijo él con un poco de dureza, haciendo que Ana saliera de su trance y lo mirara con los ojos bien abiertos.
—Eh... yo pues... —Ana comenzó a balbucear y pensando en todo el tiempo perdido cerró su boca y plantó sus pies firmemente en en suelo, levantando su mentón—. No. Digo, no me equivoqué, puedes venir si quieres.
Ambos se quedaron en silencio por otro par de segundos hasta que Blaise metió sus manos en los bolsillos de su saco y comenzó a bajar por las piedras en forma de escalera.
—Entonces vamos yendo.
Esta vez, la caminata hacia la cabaña de Hagrid no fue tan cansadora como las demás veces. Tal vez entraba en juego el hecho que Ana sentía demasiada vergüenza como para pensar en sus pequeñas piernas quemar. Aquellos minutos de caminata fueron eternos y pasados en un silencio tanto como cómodo como incómodo. Era extraño; un lado de Ana se sentía relajada en aquella situación mientras que la otra parte estaba gritando y buscando una cueva donde esconderse.
Pero allí estaba él, Blaise Zabini, tan sereno como siempre, no mostrando ni un indicio de emoción en su rostro. Seguramente hasta se había olvidado de que Ana se encontraba caminando detrás suyo. Seguramente ya se había olvidado de su existencia.
—Estás murmurando.
Ana dio un salto en su lugar cuando escuchó al chico hablar pero el mundo no le dio tiempo para sentirse humillada porque ya estaban frente la humilde y cálida cabaña de Hagrid. Ana pasó por al lado de Blaise y se dirigió a la puerta con determinación, ahora ella olvidándose del chico.
—Hagrid, soy yo, Ana. Vengo a decirte que tienes la obligación de abrirme. ¿Has oído? ¡No puedes seguir pensando en esa rata y lo que escribió! Eres una de las mejores personas que he conocido y me niego a pensar que has podido siquiera darle la satisfacción de ganar —Ana golpeó la puerta con la palma de su mano—. ¡Si me preguntas a mí, Rata Skeeter puede meterse su plumita en...!
La puerta se abrió y los gritos de Ana quedaron en el aire al ver quién se encontraba en el otro lado de la puerta. No era Hagrid, sino que Albus Dumbledore.
—Buenos días —dijo Dumbledore sonriendo suavemente aunque Ana no dejó pasar la mirada de curiosidad al ver a Blaise detrás suyo.
«Lo que faltaba» protestó Ana en su mente pero trato de calmar sus emociones, mirando al director con determinación.
—Queremos ver a Hagrid.
—Sí, lo suponía —asintió Dumbledore sin borrar su sonrisa amable—. ¿Por qué no entran?
Ana se iba a meter en la cabaña, cuando recordó que Blaise aún seguía detrás suyo y se giró hacia él. El chico nunca había entrado a la cabaña de Hagrid y menos había entablado una conversación con él, y Ana sabía muy bien la incomodidad de una situación así. Las había sufrido más de una vez, por eso fue que tomó el brazo del chico y lo guió hacia dentro, siendo ella quien estaba al frente.
Blaise se tensó al sentir el agarre de Ana pero enseguida sus hombros se calmaron al verla sonreírle. Aun así la expresión de duda siguió en su rostro.
Una vez dentro de la cabaña, Ana soltó a Blaise el momento en que Fang se abalanzó hacia ella, llenándole la ropa con baba. Luego de unas cuantas caricias detrás de las orejas, el perro se calmó y fue a oler a Blaise, que parecía demasiado fuera de lugar con su costosa ropa de invierno. Tratando de no reír ante la vacilación de Blaise al tener a Fang tan cerca suyo, Ana miró a su alrededor.
Hagrid estaba sentado a la mesa, en la que había dos vasos de agua. Parecía hallarse en un estado deplorable. Tenía manchas en la cara, y los ojos hinchados, y, en cuanto al cabello, se había pasado al otro extremo: lejos de intentar dominarlo, en aquellos momentos parecía un entramado de alambres.
—Oh, Hagrid...
Ana fue hacia él y lo envolvió en un abrazo. Aunque Hagrid no se lo devolvió, Ana tuvo la sensación de que lo había necesitado.
—Creo que nos hará falta más agua —dijo Dumbledore, cerrando la puerta tras ellos.
Sacó la varita e hizo una floritura con ella, y en medio del aire apareció, dando vueltas, una bandeja con una jarra de agua. Dumbledore la hizo posarse sobre la mesa, y todos se sentaron. No pasó ni un minuto cuando Ana volvió a hablarle a Hagrid.
—¿Cómo es que pudiste creer que nos importaba que fueras mitad gigante, Hagrid? —inquirió ella incrédula y dolida—. ¿Es que te has olvidado de lo que pasó el año pasado? Acá no dejamos que nadie se vaya del colegio por ser incorrectamente humillados. Debes de saberlo, mereces más.
Gruesas lágrimas cayeron de los ojos oscuros de Hagrid y Ana negó.
—Si el mundo me diese una oportunidad le daría un puñetazo a esa loca... —resopló Ana cruzándose de brazos y tirando su espalda al respaldo de la silla—. Decir todas esas cosas ridículas acerca de de ti... ¡Vamos! ¡Hasta Blaise dijo que le hablas a las lechuzas de la lechucería!
Tres pares de ojos se posaron en Blaise y el chico encaró una ceja hacia Ana, que ladeó su cabeza él. El chico la miró por unos segundos hasta que su mirada oscura chocó contra la de Hagrid, mientras se relajaba en su lugar.
—En mi opinión, señor, como no he sido estudiante suyo ni su conocido, mis palabras son nada menos las que los demás ya piensan. Ha mostrado el máximo respeto hacia todos, incluyendo a las criaturas; y he escuchado que es un profesor respetuoso y amable, como si no fuese suficiente. Y, honestamente, usted es más humano de lo que esa mujer nunca va a ser. Considerando la impresión que ha dejado en los demás, me temo que no entiendo porqué le ha dado el tiempo de sus días a Rita Skeeter.
Ana sonrió aliviada al escuchar aquello y volvió a mirar a Hagrid con más determinación que antes, apurándose a darle énfasis a las palabras de Blaise.
—Eres parte del corazón del colegio, Hagrid. Eres el primero en introducirnos a este mundo, el primero que vemos... eres quien nos enseña a cuidar y amar de lo que normalmente ignoraríamos. Dios, eres amado, Hagrid. ¿Cómo es que pudiste pensar que merecías menos?
Hagrid comenzó a sollozar tapándose la cara con las manos y Dumbledore se levantó de su lugar para darle suaves palmadas a sus hombros.
—Ya ves, Hagrid, eres necesario en el colegio y lo más importante, eres querido. Habría una gran revuelta si es que decidieses irte.
Hagrid no se sacó las manos del rostro, sino que siguió sollozando haciendo que sus hombros temblaran bajo la mano de Dumbledore. Ana lo miró entristecida y bajó su cabeza, sintiendo que le había fallado. Por su parte, Dumbledore miró a los dos adolescentes que se habían quedado en silencio.
—¿Por qué ustedes dos no se acercan al Gran Comedor mientras yo me quedo aquí junto a Hagrid y hablamos más? Deduzco que ya será la hora de almorzar.
Ana levantó su cabeza para observarlo con una mueca, pero no queriendo empeorar el estado de todos asintió y se levantó. Con un suspiro se dio media vuelta y le hizo un ademán a Blaise para que comenzasen a irse hacia el castillo. Hagrid necesitaba un empujón más que tal vez ellos no poseían. Una vez que Blaise había abierto la puerta y había bajado por los escalones de la entrada, Ana se giró hacia Hagrid con una mueca.
—Vuelve a dar clases, Hagrid... por favor.
El viaje de vuelta hacia el castillo fue más silencioso que el de ida, en relación a los pensamientos. Ana se sentía un poco cansada para hacerlo. A su lado, Blaise se había mantenido callado mientras su mirada estaba centrada frente a ellos, no mostrando ni un signo de querer romper con el silenció sereno que se había formado. Sin embargo, cuando Ana cerró la puerta del castillo detrás suyo, sintiendo por última vez el frío del invierno en su nariz, se volvió hacia Blaise.
—Gracias por lo que hiciste.
—Estoy hartándome de las idioteces de Malfoy, no le deseo su mocoso entrometimiento a nadie —confesó Blaise y se sacó sus guantes negros, guardándolos en uno de sus bolsillos—. Iré yendo al comedor antes de que se llene de niños, no necesito eso también.
Ana lo vio alejarse lentamente por el pasillo pero antes de que pudiese siquiera estar cinco metros lejos de ella, lo detuvo.
—¡Espera!
Cuando la voz de Ana retumbó por el pasillo, Blaise se encogió con una mueca en sus labios mientras ella se acercaba.
—¿Recuerdas...? ¿Recuerdas el libro que me prestaste? —dijo Ana y al recibir un asentimiento, presionó sus labios en una fina línea—. Pues fue muy interesante y útil... pero aunque lo haya leído varias veces tuve dificultades para entender varios conceptos. Creo que eran un poco avanzados... y verás... ¿estaba pensando en si tendrías tiempo para explicármelos? Si no te molesta y tienes tiempo, claro —añadió rápidamente.
Si era sincera consigo misma, Ana no tenía la menor idea de porqué estaba tan tentada a la idea de conocer aún más a Blaise Zabini. Sospechaba que tenía que ver con haberlo conocido un poco más durante el baile de Navidad.
Blaise la miró sin inmutarse por unos cuantos segundos hasta que asintió.
—Bien. Nos encontraremos en el pasillo secreto el jueves a las cuatro. Lleva el libro y todo lo que necesites.
Ana lo miró con sorpresa.
—¿Qué? ¿El pasillo secreto? Pensé que tenía prohibido ir allí.
—¿Qué es esto? ¿Un club? —resopló Blaise con estupefacción y negó la cabeza antes de darse la vuelta y volver a caminar por el pasillo—. No llegues tarde.
Ana lo dejó ir y una pregunta inquietante y curiosa se posó en su cabeza.
¿Es que finalmente se estaba haciendo amiga de Blaise Zabini?
• • •
VOLVÍ DESPUÉS DE UN MES !
el bloqueo mental que tuve todo este tiempo me estaba matando en este capítulo perdón o(-<
además volví a la facultad y estoy en modo estudio </3
demasiadas cosas pasaron estas semanas y son las doce de la noche como para que les hable de todo sajsaj
pero bueno, espero que les haya gustado el capítulo y lxs veo la próxima
¡es un gusto volver a verlxs! ♥
•chauuu•
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