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𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐲 𝐨𝐧𝐞

"Compadécete de ti misma jovencita" 

A la mañana siguiente, en vez de reunirse con todos los que estaban interesados en el cáliz de fuego, Ana pasó por el Gran Comedor y fue directamente a la oficina de Remus, llevándole un rico desayuno para que disfrutara.

La noche anterior había sido luna llena, y a pesar del gran alboroto que se había formado a causa de las noticias, el sector donde se encontraba el despacho de Remus había quedado fuera del alcance de las personas. Los prefectos habían hecho eso posible, trabajando en equipo para que los altos humos de euforia taparan el recuerdo que en aquel sector había un hombre lobo.

Acercándose al despacho de Remus, Ana comenzó a tararear la canción que Lavender no había dejado de cantar la noche anterior: Linger de The Cranberries. La melodía era dulce pero la letra era un tanto deprimente, y por las largas sesiones de baño de Lavender, Ana había descubierto que la chica prefería así sus canciones. Románticas y tristes. Algo sorprendente considerando que Lavender poseía una personalidad chispeante.

Una vez que llegó frente a la puerta de la oficina, pudo escuchar que habían voces hablando dentro, o más bien discutiendo. Sin embargo, cuando Ana pegó una de sus orejas en la madera, se dio cuenta de que Remus se estaba llevando un reproche de madame Pomfrey.

No queriendo entrar en medio del reproche, tocó suavemente la puerta para llamar su atención. De inmediato sus voces se apagaron hasta que se escuchó a Remus avisarle que podía entrar.

Cuando hizo lo pedido, Ana se sintió cómoda ante la familiar habitación en la que había estado tantas veces. Como siempre, estaba hecha un desastre, pero ese era un toque de Remus que Ana no quería que cambiase. Le daba carácter a la oficina, más de lo que haría estando todo perfecto. Las ventanas inundaban el lugar con la luz del día y hacían que las partículas del polvo se pudiesen ver a través de los rayos del sol.

Remus estaba sentado en su silla, tocándose el estómago como si estuviese tratando de calmar un dolor en aquella zona. Tenía grandes y oscuras ojeras bajo sus ojos, y también se había añadido una nueva cicatriz en su rostro. Seguía estando rosada por ser nueva y Ana se preguntó si le seguía doliendo. No sonaba divertido tener de un día para otros nuevas heridas.

—Hola papá, Madame Pomfrey... traigo el desayuno —explicó Ana señalando la dos tazas que sostenía y las tostadas que había envuelto en una servilleta y había guardado en uno de sus bolsillos—. ¿Cómo fue...?

—Mejor que otras veces —dijo Remus e inmediatamente hizo una mueca de dolor, tomando su costado—. Aunque creo que que hubiesen muchas otras personas desembocó en una reacción anoche...

Señaló la cicatriz y su costado. Madame Pomfrey resopló.

—Y a causa de ello te tomarás un descanso. Mínimo tres días, Remus.

—Ya dije que no puedo, Poppy. Son días atareados y el colegio necesita la más ayuda pos...

—Me trae sin cuidado el colegio, Remus. Soy la enfermera y te ordeno que te tomes un descanso. No es una discusión.

Ana sonrió ante la mirada de exasperación de su padre y tomó su taza de chocolate caliente antes de sentarse en una silla.

—Trataré de convencerlo, madame Pomfrey. Pero creo que ahora se estaban dirigiendo algunos alumnos de séptimo a la enfermería. Están muy nerviosos y algunos ya entraron en pánico...

Madame Pomfrey la miró y suspiró antes de tomar sus herramientas —una poción para el dolor y su varita— del escritorio de Remus. Le dio una mirada de advertencia al hombre y luego caminó hacia donde estaba Ana, para apoyar una mano sobre su hombro.

—¿Y tú cómo te encuentras, cariño?

Ana se tensó ante el pensamiento que Remus descubriera lo que escondía y miró a la enfermera con ojos saltones, tratando de cubrir su expresión con su cabello para que su papá no la viera.

—¿Yo? ¡Excelente! Un poco cansada porque Hermione se quedó hasta las dos de la mañana hablando del torneo... —balbuceó Ana rápidamente y gritó en sus interiores, sabiendo que Remus no se tragaría tal mentira. Es decir, ya estaba transpirando mientras hablaba y sabía que su padre tenía sus sentidos más agudizados.

Madame Pomfrey la observó con cautela hasta que suspiró resignada y asintió, seguramente dándose cuenta de que Ana no deseaba hablarlo en frente de Remus.

—Bien, nos vemos más tarde. Remus, descansa. — insistió Pomfrey antes de darse media vuelta y salir del despacho de Remus.

Ana le dio un sorbo a su bebida y dejó de evitar la mirada de Remus que ahora le estaba dedicando. No había ninguna emoción en especial más que se encontraba calmado mientras tomaba su taza con té. No queriendo seguir en ese, aunque cómodo, silencio, Ana optó por abrir la boca para explicarse, cuando Remus negó.

—No debes explicarte, Ana. Es tu vida personal y lo que sea que estés guardando es íntimo —dijo él y tomó de su té—. Gracias por el desayuno,  me temo que no tengo las fuerzas para ir a buscarlo por mí mismo.

—Para eso estoy yo —le aseguró Ana con una sonrisa—. Para traerte tu té favorito y tostadas aplastadas.

Remus dejó salir una risa que rápidamente se convirtió en un siseo de dolor por aquella herida que tenía en su costado. Ana lo observó con atención y bajó la taza a su regazo.

—Hazle caso a madame Pomfrey. Al menos relájate hasta mañana a la noche...

—Pero...

—Pero nada —lo cortó Ana—. Yo te diré hoy por la noche quienes han sido seleccionados como campeones y si es que solicitan tu presencia les diré que no puedes. Dumbledore debe tener esto en cuenta.

Al ver que no habría forma de hacerla cambiar de opinión, Remus optó por su derrota pero con una pequeña sonrisa en sus labios. Ambos le dieron sorbos a sus bebidas y Remus se aclaró la garganta.

—¿Emocionada por el torneo?

Ana soltó una protesta y se deslizó en su asiento como si se tratase de una babosa.

—Contrario a la euforia popular, no. Pensar que va a ser como observar las Olimpiadas me da ganas de meterme en un hoyo bajo tierra. Muchas personas... deporte... ugh...

Remus la miró con gracia y negó la cabeza.

—No me sorprende, considerando lo que sucedió durante la Copa de quidditch. No es tu escena favorita, lo entiendo.

Ana asintió pero rápidamente su rostro se iluminó recordando la noche anterior.

—No sabes quién estudia en Durmstrang. Ron casi pierde la cabeza...

Ana comenzó a contarle todo lo que había sucedido el día anterior. La forma en que habían llegado las dos escuelas mágicas y sus extravagantes entradas, Madame Maxine y su gran estatura que una parte de Ana envidiaba, Viktor Krum y su resfrío, Ron eufórico por ver a su jugador favorito y su desesperación por impresionarlo, Hermione hartándose de todos —aquello hizo que ambos Ana y Remus rieran, porque era algo común en Hermione—, y el gran anuncio que el juez imparcial sería el cáliz de fuego.

Mientras que Ana hablaba, Remus calentaba su chocolate caliente para que no se enfriara y la escuchaba con atención, de vez en cuando haciendo preguntas. Y cuando Ana se cansó de hablar, agarró su taza y se dedicó a terminar su bebida con alivio, relajando su garganta.

—Mucho ha pasado en el lapso de una noche... —señaló Remus con sorpresa y segundos después, como si una bombilla se hubiese prendido en su cabeza, abrió uno de los cajones de su escritorio, sacando un libro grueso—. Casi me olvido, te olvidaste este libro la otra vez que estuviste aquí y no tuve tiempo de entregártelo.

Ana agarró el libro con emoción y suspiró con alivio al ver la tapa. Se había olvidado que lo había dejado allí.

—Dragones, ¿eh? Criaturas increíbles.

—Sí... este libro me lo prestó Charlie Weasley y es simplemente el mejor. La autora sí que los conoce.

—Hodan Maina... me acuerdo que hasta cuando yo era adolescente Kettleburn nos contaba acerca de ella. La mujer estaba... chiflada. Sus aventuras eran un peligro tremendo si uno se lo pone a pensar.

—Sí... acampar cerca de un grupo de Colacuernos Húngaros para observarlos más detalladamente... hasta yo pensaría eso dos veces. Por más majestuosos que son, son letales. Fue una sorpresa leer que sobrevivió una semana completa allí, y que pudo acariciar a una de las crías... ¿quién hubiese sabido que adoraban el res picante?

Luego de un par de horas más hablando y distrayendo a Remus del dolor de sus heridas, Ana se despidió frenéticamente, diciéndole que iría a buscar a sus amigos para ver dónde estaban.

 Y justo cuando Neville se acercaba a ella con un pequeño paquete forrado con un papel luminoso, se dio cuenta de qué día era. Treinta y uno de octubre. El día que había celebrado por doce años como su cumpleaños. Y el día en que su madre y Lily Evans habían fallecido.

A pesar de que una parte de ella dolía ante el pensamiento, Ana no se sintió tan mal como hubiese creído. Tal vez porque era el segundo año y ya había descargado todas sus penurias el anterior, o tal vez porque estaba un poco distraída con aquel paquete brillante de Neville.

—Ese es un paquete muy brillante —dijo Ana curiosamente haciendo que Neville sonriera.

—Hola también a ti, Ana...

Ana lo miró avergonzada pero Neville negó y le tendió el paquete.

—Feliz cumpleaños, Ana. De parte de mi familia y yo, espero que te guste —Neville se tocó la nuca con timidez mientras Ana tomaba el paquete en sus manos.

—¡Oh! Gracias, Neville, pero ahora solamente voy a celebrar el dos de enero... ya sabes, hoy no es el mejor día...

Neville la miró por unos segundos mientras los engranajes trabajaban dentro de su cabeza, hasta que su rostro se iluminó de entendimiento y asintió con fervor.

—¡Claro! Um, perdón, yo no sabía... —comenzó a disculparse y antes de que Ana pudiese inspeccionar el paquete, se lo sacó suavemente—... me gustaría añadirle algo, ahora que tengo un poco más de tiempo, digo...

El chico tuvo que notar la expresión de derrota que se formó en el rostro de Ana al escuchar eso porque dejó salir una pequeña risa ante su decepción. 

—Te lo daré en poco tiempo, no te preocupes, ya sabrás lo que es.

—No puedo esperar, entonces —admitió Ana y recordó lo que iba a hacer—. ¿Sabes dónde están Hermione y los chicos?

—Creo que los oí decir que iban a la cabaña de Hagrid hoy durante el desayuno...

—¡Genial! Gracias, Neville —Ana comenzó a caminar rápidamente hacia donde sabía que estaba la puerta para salir del castillo y se dio media vuelta hacia el chico—. ¡Y gracias por saludarme! ¡Y por el regalo que todavía no tengo!

Una parte de Ana deseó que la cabaña de Hagrid se encontrase más cerca del castillo porque cuando estaba bajando una de las colinas se resbaló con el césped mojado y cayo de culo al suelo, embarrándose toda la túnica. Después de ahí, estuvo varias veces cerca de rodar por las pequeñas elevaciones por ya tener sus zapatos llenos de barro.

Minutos después, estaba frente la puerta de la humilde cabaña de Hagrid, tratando de sacarse algunas hojas de su cabello.

Tocó la puerta con su mano libre y enseguida alguien le abrió.

—¡Hola! —saludó Ana con la mirada fija en un mechón que estaba enredado con una brizna de hierba.

—Buen día, Ana, pasa, pasa...

Ana le iba a agradecer a Hagrid cuando notó cómo estaba vestido al levantar el rostro para sonreírle. Lo miró por unos segundos y luego desvío su mirada a sus amigos que se encontraban sentados alrededor de la mesa. Hermione la miró con advertencia y Ana le sonrió inocentemente.

—¡Hagrid, te ves bien! Me recuerdas a Gonzo.

—¿Quién es Gonzo? —preguntó el hombre, cerrando la puerta.

—¡De Los Muppets!

—¿Es esa una banda muggle?

Ana se lo pensó un poco mientras sentía la mirada furiosa de Hermione y asintió.

—Se podría decir que sí.

Hagrid pareció satisfecho y Ana también. Aunque ella hubiese querido hacer un chiste, la verdad es que Gonzo era su personaje favorito de Los Muppets así que no lo había dicho con malicia. Pero sí la había sorprendido verlo tan formal.

Terminaron comiendo con Hagrid, aunque no comieron mucho: Hagrid había preparado lo que decía que era un estofado de buey, pero, cuando Hermione sacó una garra de su plato, los cuatro amigos perdieron gran parte del apetito. Sin embargo, lo pasaron bastante bien intentando sonsacar a Hagrid cuáles iban a ser las pruebas del Torneo, especulando qué candidatos elegiría el cáliz de fuego.

A media tarde empezó a caer una lluvia suave. Y mientras Hagrid zurcía calcetines, discutía con Ana y Hermione sobre los elfos domésticos, porque él se negó tajantemente a afiliarse a la P.E.D.D.O. cuando ellas le mostraron las insignias.

—Eso sería jugarles una mala pasada, chicas —dijo Hagrid gravemente, enhebrando un grueso hilo amarillo en una enorme aguja de hueso—. Lo de cuidar a los humanos forma parte de su naturaleza. Es lo que les gusta, ¿se dan cuenta? Los harían muy desgraciados si los apartaran de su trabajo, y si intentaran pagarles se lo tomarían como un insulto.

—Pero esa es la cuestión, Hagrid —Ana interrumpió a Hermione que estaba lista para pelear—. No es su naturaleza. Umm, por lo que leímos en un libro muy viejo... creo que se llamaba Los Orígenes de la Magia de...

—Li Ru Xun —añadió Hermione y Ana asintió.

—Sí, él. Xun contó que fue el efecto de la expansión de los magos y brujas en Grecia a principios del año 1200 a. C. lo que hizo que buscaran una forma de sentirse poderosos y en control, luego de notar que los no mágicos comenzaban a cerrarse en sus círculos para no dejarlos pasar. La comunidad mágica buscó una criatura lo suficientemente débil e inteligente para que los sirvieran como si fuesen dioses. Aquellos que los muggles tanto alababan.

—Los elfos antes de que los magos decidieran que iban a ser sus sirvientes, servían a sí mismos. Eran libres, Hagrid. Vivían sus vidas como nosotros, claro, su esperanza de vida es mucho más extensa que las de los humanos, pero al final del día no eran esclavos de nadie. Solo estuvieron en el tiempo y lugar correctos para la arrogancia de los magos —masculló Hermione cruzándose de brazos.

—Claro que nadie sabe de esto —murmuró Ana—. A nadie le importa, todos piensan que es natural porque les conviene pensar así ya que somos nosotros los que se benefician y no ellos... y porque nadie está dispuesto a traducir estos libros de lenguas muertas o antiguas para terminar con las comodidades que conocemos hoy en día. —Ana miró a Hagrid con una mueca—. No es su "naturaleza". Como siempre, los humanos la manipularon para su propio gusto y nadie es lo suficientemente modesto para querer cambiarlo.

Hagrid, Harry y Ron las miraron atentamente, cuando el primero suspiró pesadamente.

—No sabía acerca de eso...

Ana y Hermione se miraron y Ana le sonrió tímidamente.

—Nadie sabe, Hagrid... nos costó poner la biblioteca patas arriba para encontrar este libro. Ni siquiera estaba en el lugar correcto...

Ambas amigas vieron a Hagrid buscar algo en una bolsa marrón que parecía caerse en pedazos, y se preguntaron si es que les iba a dar de comer algún postre que había cocinado con anterioridad, pero entonces sacó dos pequeñas monedas de plata con una sonrisa y se las tendió.

—Dos sickles. El mundo debería aprender de ustedes dos... y yo también —admitió Hagrid mientras Hermione tomaba las monedas y se las tendía a Ron para que se encargara, como tesorero del comité—. Pero no presionen a los elfos, tengan paciencia porque por mucho que esto los beneficiaría, la herida es muy profunda aún. Si estas noticias son sorprendentes para nosotros, para ellos serán devastadoras.

Ana y Hermione asintieron y sonrieron al encontrar nuevo apoyo para su causa.

Hacia las cinco y media se hacía de noche, y Ron, Harry, Ana y Hermione decidieron que era el momento de volver al castillo para el banquete de Halloween. Y, lo más importante de todo, para el anuncio de los campeones delos colegios.

—Voy con ustedes —dijo Hagrid, dejando la labor—. Esperen un segundo.

Hagrid se levantó, fue hasta la cómoda que había junto a la cama y empezó a buscar algo dentro de ella. No pusieron mucha atención hasta que un olor horrendo les llegó a las narices. Entre toses, Ron preguntó:

—¿Qué es eso, Hagrid?

—¿Qué, no les gusta? —dijo Hagrid, volviéndose con una botella grande en la mano.

—¿Es una loción para después del afeitado? —preguntó Hermione con un hilo de voz.

—Eh... es agua de colonia —murmuró Hagrid. Se había ruborizado—. Tal vez me he puesto demasiada. Voy a quitarme un poco, esperen...

Salió de la cabaña ruidosamente, y lo vieron lavarse con vigor en el barril con agua que había al otro lado de la ventana.

—¿Agua de colonia? —se preguntó Hermione sorprendida—. ¿Hagrid?

—¿Y qué me dicen del traje y del peinado? —preguntó a su vez Harry en voz baja.

—Creo que sí es Gonzo...

—¡Miren! —exclamó de pronto Ron, señalando algo fuera de la ventana.

Hagrid acababa de enderezarse y de volverse. Si antes se había ruborizado, aquello no había sido nada comparado con lo de aquel momento. Levantándose muy despacio para que Hagrid no se diera cuenta, Ana, Hermione, Harry y Ron echaron un vistazo por la ventana y vieron que Madame Maxime y los alumnos de Beauxbatons acababan de salir del carruaje, evidentemente para acudir, como ellos, al banquete. No oían nada de lo que decía Hagrid, pero se dirigía a Madame Maxime con una expresión embelesada.

—¡Se va al castillo con ella! —exclamó Hermione, indignada—. ¡Creía que iba a ir con nosotros!

—Aww, pero míralo, Hermione. Está emocionado por estar con Madame Maxime. —dijo Ana con una sonrisa.

Sin siquiera volver la vista hacia la cabaña, Hagrid caminaba pesadamente a través de los terrenos de Hogwarts al lado de Madame Maxime. Detrás de ellos iban los alumnos de Beauxbatons, casi corriendo para poder seguir las enormes zancadas de los dos gigantes.

—¡Le gusta! —dijo Ron, incrédulo—. Bueno, si terminan teniendo niños, batirán un récord mundial. Seguro que pesarán alrededor de una tonelada. 

Salieron de la cabaña y cerraron la puerta. Fuera estaba ya sorprendentemente oscuro. Se arrebujaron bien en la capa y empezaron a subir la cuesta.

—¡Miren, son ellos! —susurró Hermione.

El grupo de Durmstrang subía desde el lago hacia el castillo. Viktor Krum caminaba junto a Karkarov, y los otros alumnos de Durmstrang los seguían un poco rezagados. Ron observó a Krum emocionado, pero éste no miró a ningún lado al entrar por la puerta principal, un poco por delante de los cuatro amigos.

Una vez dentro vieron que el Gran Comedor, iluminado por velas, estaba casi abarrotado. Habían quitado del vestíbulo el cáliz de fuego y lo habían puesto delante de la silla vacía de Dumbledore, sobre la mesa de los profesores. 

—Espero que salga Angelina —dijo Fred mientras Ana, Hermione, Harry y Ron se sentaban.

—¡Yo también! —exclamó Hermione—. ¡Bueno, pronto lo sabremos!

Durante el banquete, Harry, Ron y Hermione le contaron a Ana todo lo que se había perdido aquella mañana. Como que Fred y George habían querido engañar a la franja de edad que había hecho Dumbledore pero habían fallado terriblemente, volviéndose tan viejos como el director. O que Angelina se había postulado como campeona. Ana no sabía cómo sentirse porque comenzaba a sentir compasión por los que serían elegidos. No le agradaba nada la idea de estar sometida a tantas pruebas.

El banquete de Halloween les pareció mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era su segundo banquete en dos días. Ana pareció ser la única persona calmada en todo el Gran Comedor ya que hasta podía escuchar las piernas de los otros moverse con ansiedad bajo la mesa.

Finalmente, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido.

—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.

Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacia daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes.

De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito.

Dumbledore tomó el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.

—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.

—¡Era de imaginar! —gritó Ron, al tiempo que una tormenta de aplausos y vítores inundaba el Gran Comedor. Ana vio a Krum levantarse de la mesa de Slytherin y caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.

—¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú!

Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos envolverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.

—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore—es ¡Fleur Delacour!

Ana comenzó a aplaudir y reconoció a la chica que el día de ayer les había pedido aquella sopa de mariscos.

—¡Miren qué decepcionados están todos! —dijo Hermione elevando la voz por encima del alboroto, y señalando con la cabeza al resto de los alumnos de Beauxbatons.

Dos de las chicas que no habían resultado elegidas habían roto a llorar, y sollozaban con la cabeza escondida entre los brazos.

Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...

Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.

—El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Cedric Diggory!

Ana comenzó a aplaudir pero sus aplausos fueron rápidamente tapados por la mesa de Hufflepuff. Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff se habían puesto de repente de pie, gritando y pataleando, mientras Cedric se abría camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchaba hacia la sala que había tras la mesa de los profesores. Naturalmente, los aplausos dedicados a Cedric se prolongaron tanto que Dumbledore tuvo que esperar un buen rato para poder volver a dirigirse a la concurrencia.

—¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos ustedes, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, darán a sus respectivos campeones todo el apoyo que puedan. Al animarlos, todos ustedes contribuirán de forma muy significativa a... 

Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se había interrumpido.

El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro trozo de pergamino.

Dumbledore alargó la mano y lo tomó. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:

—Harry Potter.

Ana pestañeó una, dos veces, tratando de comprender lo que había escuchado. Su mirada se quedó fija en la nada misma hasta que las palabras retumbaron de nuevo en su cabeza.

«Harry Potter.»

Entonces miró a Harry aún aturdida.

El chico no estaba muy lejos de parecer como si se fuese a morir en aquellos instantes. Estaba aturdido igual que Ana, o en su caso, más. Su mirada chocó con la de Ana y la chica sintió sus labios secarse.

—Yo no puse mi nombre —dijo Harry, totalmente confuso—. Ustedes lo saben.

Ana se encontraba completamente estupefacta pero asintió.

—Debe... debe ser un error —murmuró Ana sin dejar de asentir—. Es como si mi nombre saliera, ¿no...?

Ana tuvo que haber mantenido su boca cerrada.

O al menos eso es lo que pensó el momento espeluznante cuando el cáliz de fuego volvió a su color rojo, y ante chispas otro pedazo de pergamino salió.

Todo el mundo, en una mezcla de rabia y aturdimiento miró a Dumbledore volver a atrapar aquel pergamino que voló a su mano.

—... Y Anastasia Abaroa.

La expresión de puro terror e incredulidad que abarcó el rostro de Ana fue tal cual aquel cuadro de Edvard Munch del El grito. Excepto que ahora no había grito alguno si no que su piel se había vuelto del mismo color pálido y verdoso que el de la pintura.

Su mirada chocó con la de Harry y ambos se miraron por un milisegundo antes de comprender exactamente lo que estaba sucediendo. Y había algo terrorífico en notar las fijas miradas en ellos, de las personas que habían comprendido la situación antes que ellos.

Se habían adentrado profundamente a un problema que no comprendían.

El tacto tibio de las manos de Hermione tomando las suyas que se encontraban congeladas  y el sonido suave de su voz que trataba de que volviese a la realidad, surgió el efecto esperado. Ana saltó en su lugar por la sorpresa y miró a Hermione con aturdimiento.

—Yo...y...

Una mueca se posó en los labios de Ana al sentir el agudo dolor en su garganta y Hermione negó.

—Lo sé. Pero ahora debes ir con Harry, será peor si te quedas aquí.

Su mirada volvió a la de su amigo y luego a la mesa de los profesores donde Dumbledore los miraba con seriedad.

Esto no se podía comparar con las detenciones semanales con Snape. No. Esto era peor.

O en otras palabras: estaba jodida.

—Vayan —les apuró Hermione en un susurro.

Ana se levantó con dificultad de su lugar ya que sus piernas le comenzaban a traicionar y tragó en seco, rogando porque no cayera de rostro al suelo. No necesitaba más atención de la que tenía. Avanzó por el hueco que había entre la mesa de Gryffindor y la pared. Le pareció un camino demasiado largo. La mesa de los profesores no parecía hallarse más cerca aunque caminara hacia ella, y notaba la mirada de cientos y cientos de ojos, como si cada uno de ellos fuera un reflector. El zumbido se hacía cada vez más fuerte. Después de lo que le pareció una hora, se halló delante de Dumbledore y notó las miradas de todos los profesores.

—Bueno... crucen la puerta, Harry, Ana —dijo Dumbledore, sin sonreír.

En un momento de instinto, Ana tomó el brazo de Harry y lo apretó con todas sus fuerzas. Decir que estaba asustadísima quedaba corto, y Harry, aunque también estaba en aprietos, era lo único que conocía.

Ana ni siquiera tuvo el valor de mirar las expresiones de los otros profesores y solamente se concentró en caminar más cerca de su amigo, hasta que sus cuerpos estaban completamente juntos. Harry no parecía quejarse y hasta parecía encontrar un poco de consuelo en no estar solo. Salieron del Gran Comedor y se encontraron en una sala más pequeña, decorada con retratos de brujos y brujas. Delante de ellos, en la chimenea, crepitaba un fuego acogedor.

Cuando entraron, las caras de los retratados se volvieron hacia ellos. Ana vio que una bruja con el rostro lleno de arrugas salía precipitadamente de los límites de su marco y se iba al cuadro vecino, que era el retrato de un mago con bigotes de foca. La bruja del rostro arrugado empezó a susurrarle algo al oído.

Viktor Krum, Cedric Diggory y Fleur Delacour estaban junto a la chimenea. Con sus siluetas recortadas contra las llamas, tenían un aspecto curiosamente imponente. Krum, cabizbajo y siniestro, se apoyaba en la repisa de la chimenea, ligeramente separado de los otros dos. Cedric, de pie con las manos a la espalda, observaba el fuego. Fleur Delacour los miró cuando entraron y volvió a echarse para atrás su largo pelo plateado.

—¿Qué pasa? —preguntó, creyendo que habían entrado para transmitirles algún mensaje—. ¿«Quieguen» que volvamos al «comedog»?

Ana deseó que esa fuese la razón de que estuvieran ahí como dos cachorros perdidos. Lo deseó con todo su corazón.

Oyó detrás un ruido de pasos apresurados. Era Ludo, que entraba en la sala. Irrumpió el agarre que Ana tenía en Harry y se colocó en el medio de ambos, tomando sus brazos y llevándolos hacia delante.

—¡Extraordinario! —susurró, apretándoles sus brazos—. ¡Absolutamente extraordinario! Caballeros... señorita —añadió, acercándose al fuego y dirigiéndose a los otros tres—. ¿Puedo presentarles, por increíble que parezca, a los dos nuevos campeones del Torneo de los tres magos? 

Ana se tensó al oír aquello.

Viktor Krum se enderezó. Su hosca cara se ensombreció al examinar a Ana y a Harry. Cedric parecía desconcertado: pasó la vista de Bagman a los dos amigos, a Bagman como si estuviera convencido de que había oído mal. Fleur Delacour, sin embargo, se sacudió el pelo y dijo con una sonrisa:

—¡Oh, un chiste muy «divegtido», «señog» Bagman!

—¿Un chiste? —repitió Bagman, desconcertado—. ¡No, no, en absoluto! ¡Los nombres de Harry y Ana acaban de salir del cáliz de fuego!

Krum contrajo levemente sus espesas cejas negras. Cedric seguía teniendo el mismo aspecto de cortés desconcierto. Fleur frunció el entrecejo.

—«Pego» es evidente que ha habido un «egog» —le dijo a Bagman con desdén—. Ellos no pueden «competig». Son demasiado jóvenes.

Ana suspiró con alivio al ver que alguien de allí tenía sentido común. Fleur estaba en lo correcto. Dumbledore había dicho que nadie que tuviese menos de diecisiete años podía participar del torneo, y muy visiblemente, Ana y Harry no habían llegado ni con su pubertad a aquella edad. Parecían niños de siete años comparados con los tres campeones delante suyo.

—Bueno... esto ha sido muy extraño —reconoció Bagman, frotándose la barbilla impecablemente afeitada y mirando sonriente los dos niños perdidos—. Pero, como saben, la restricción es una novedad de este año, impuesta solo como medida extra de seguridad. Y como sus nombres han salido del cáliz de fuego... Quiero decir que no creo que ahora haya ninguna posibilidad de hacer algo para impedirlo. Son las reglas, Harry, Ana, y no tienen más remedio que concursar. Tendrán que hacerlo lo mejor que puedan...

Ana lo miró con aturdimiento. ¿Es que siquiera escuchaba lo que decía?

Detrás de ellos, la puerta volvió a abrirse para dar paso a un grupo numeroso de gente: el profesor Dumbledore, seguido de cerca por el señor Crouch, el profesor Karkarov, Madame Maxime, la profesora McGonagall y el profesor Snape. Antes de que la profesora McGonagall cerrara la puerta, Ana oyó el rumor de los cientos de estudiantes que estaban al otro lado del muro.

Ana miró a Snape con desconcierto y asco. ¿Por qué estaba allí? Ni siquiera era su jefe de casa.

—¡Madame Maxime! —exclamó Fleur de inmediato, caminando con decisión hacia la directora de su academia—. ¡Dicen que estos niños también va a «competig»!

Ana rogó porque la directora de Beauxbatons se ofendiese por ese pensamiento y ordenara a Dumbledore que no aceptara que compitieran.

Madame Maxime se había erguido completamente hasta alcanzar toda su considerable altura. La parte superior de la cabeza rozó en la araña llena develas, y el pecho gigantesco, cubierto de satén negro, pareció inflarse.

—¿Qué significa todo esto, «Dumbledog»? —preguntó imperiosamente.

—Es lo mismo que quisiera saber yo, Dumbledore —dijo el profesor Karkarov. Mostraba una tensa sonrisa, y sus azules ojos parecían pedazos de hielo—. ¿Tres campeones de Hogwarts? No recuerdo que nadie me explicara que el colegio anfitrión tuviera derecho a tres campeones. ¿O es que no he leído las normas con el suficiente cuidado?

Soltó una risa breve y desagradable.

C'est impossible! —exclamó Madame Maxime, apoyando su enorme mano llena de cuentas de ópalo sobre el hombro de Fleur—. «Hogwag» no puede «teneg» tres campeones. Es absolutamente injusto.

—Creíamos que tu raya de edad rechazaría a los aspirantes más jóvenes, Dumbledore —añadió Karkarov, sin perder su sonrisa, aunque tenía los ojos más fríos que nunca—. De no ser así, habríamos traído una más amplia selección de candidatos de nuestros colegios.

—No es culpa de nadie más que de Potter y Abaroa, Karkarov —intervino Snape con voz melosa. La malicia daba un brillo especial a sus negros ojos y Ana tuvo ganas de golpearlo—. No hay que culpar a Dumbledore del empeño de Potter y Abaroa en quebrantar las normas. Desde que llegaron aquí no han hecho otra cosa que traspasar límites...

—Gracias, Severus —dijo con firmeza Dumbledore, y Snape se calló, aunque sus ojos siguieron lanzando destellos malévolos entre la cortina de grasiento cabello negro.

El profesor Dumbledore miró a Ana y a Harry, y estos le devolvieron la mirada. Por mucho que detestase al hombre, Ana rogó porque no la decepcionara de nuevo.

—¿Echaron sus nombres en el cáliz de fuego, Harry, Ana? —les preguntó Dumbledore con tono calmado.

—No —afirmaron ambos al mismo tiempo con el mismo tono insistente.

—¿Le pidieron a algún alumno mayor que echara sus nombres en el cáliz de fuego? —inquirió el director.

—No —respondieron con vehemencia.

—¡Ah, «pog» supuesto están mintiendo! —gritó Madame Maxime.

Snape agitaba la cabeza de un lado a otro, con un rictus en los labios.

—Ellos no pudieron cruzar la raya de edad —dijo severamente la profesora McGonagall—. Supongo que todos estamos de acuerdo en ese punto...

—«Dumbledog» pudo «habeg» cometido algún «egog» —replicó Madame Maxime, encogiéndose de hombros.

—Por supuesto, eso es posible —admitió Dumbledore por cortesía.

—¡Sabes perfectamente que no has cometido error alguno, Dumbledore!—repuso airada la profesora McGonagall—. ¡Por Dios, qué absurdo! ¡Anastasia y Harry no pudieron traspasar por sí mismos la raya! Y, puesto que el profesor Dumbledore está seguro de que ninguno de los dos convenció a ningún alumno mayor para que lo hiciera por ellos, mi parecer es que eso debería bastarnos a los demás.

El respeto que Ana le tenía a aquella mujer subió cuando dejó de hablar y la observó enviarle una mirada encolerizada a Snape.

—Señor Crouch... señor Bagman —dijo Karkarov, de nuevo con voz afectada—, ustedes son nuestros jueces imparciales. Supongo que estarán de acuerdo en que esto es completamente irregular.

Bagman se pasó un pañuelo por la cara, redonda e infantil, y miró al señor Crouch, que estaba fuera del círculo iluminado por el fuego de la chimenea y tenía el rostro medio oculto en la sombra. Su aspecto era vagamente misterioso, y la semi oscuridad lo hacia parecer mucho más viejo, dándole una apariencia casi de calavera. Pero, al hablar, su voz fue tan cortante como siempre:

—Hay que seguir las reglas, y las reglas establecen claramente que aquellas personas cuyos nombres salgan del cáliz de fuego estarán obligada sa competir en el Torneo.

—¿Qué? —jadeó Ana sin poder creérselo.

Todos se giraron para observarla, y aunque hubiese querido que ese no fuese el caso, no tuvo otra elección que aceptarlo.

—Seguimos teniendo catorce años, ¿es que eso no cuenta en nada? No llegamos a ser mayores de edad ni en un mes, y este torneo está planteado para que solamente quienes con su sumo consentimiento y entendimiento, participen. Lo que, claramente, nosotros dos no poseemos —masculló Ana mirando a Crouch—. Yo no quiero participar de este torneo, ¿no tengo una elección en esto?

—Las reglas muy claramente dicen que una vez puesto el nombre de uno en el cáliz, no hay vuelta atrás. Y no hay vuelta atrás. —le respondió Crouch, aún con su mirada seria.

—Eso solamente suena que ni siquiera quieren aceptar que cometieron un error ustedes, y culpan a un objeto inanimado —resopló Ana, copiando la mirada seria del ministro.

Antes de que Ana pudiese recibir la reprimenda de su vida al hablarle así al ministro de magia, Karkarov interrumpió con furia.

—Insisto en que se vuelva a proponer a consideración el nombre del resto de mis alumnos —dijo Karkarov—. Vuelve a sacar el cáliz de fuego, y continuaremos añadiendo nombres hasta que cada colegio cuente con tres campeones. No pido más que lo justo, Dumbledore.

—Pero, Karkarov, no es así como funciona el cáliz de fuego —objetó Bagman—. El cáliz acaba de apagarse y no volverá a arder hasta el comienzo del próximo Torneo.

—¡En el que, desde luego, Durmstrang no participará! —estalló Karkarov—. ¡Después de todos nuestros encuentros, negociaciones y compromisos, no esperaba que ocurriera algo de esta naturaleza! ¡Estoy tentado de irme ahora mismo!

—Esa es una falsa amenaza, Karkarov —gruñó una voz, junto a la puerta—. Ahora no puedes retirar a tu campeón. Está obligado a competir. Como dijo Dumbledore, ha firmado un contrato mágico vinculante. Te conviene, ¿eh?

Moody acababa de entrar en la sala. Se acercó al fuego cojeando, y, a cada paso que daba, retumbaba la pata de palo.

—¿Que si me conviene? —repitió Karkarov—. Me temo que no te comprendo, Moody.

—¿No me entiendes? —dijo Moody en voz baja—. Pues es muy sencillo, Karkarov. Tan sencillo como que alguien eche los nombres de Potter y Abaroa en ese cáliz sabiendo que si salen se verán forzados a participar.

—¡Evidentemente, alguien tenía mucho empeño en que «Hogwag tuviega» el triple de «opogiunidades»! —declaró Madame Maxime.

—Estoy completamente de acuerdo, Madame Máxime —asintió Karkarov, haciendo ante ella una leve reverencia—. Voy a presentar mi queja ante el Ministerio de Magia y la Confederación Internacional de Magos...

—Si alguien tiene motivos para quejarse, son Potter y Abaroa —gruñó Moody—, y a Abaroa la han echo a un lado mientras que Potter no ha podido decir palabra alguna.

—¿Y es que eso no es suficiente? —inquirió Fleur con incredulidad—. Ella ha dejado en «clago» que no desea «participag», y estoy «seguga» de que él tampoco. Ellos están en desventaja, no «nosotgos» —los miró como si se disculpase por decir ello pero negó con la cabeza—. Además, hemos «espegado pog» esta «opogtunidad pog» semanas. ¡Todos «nosotgos mogigiamos pog» el «pgemio!

—Tal vez alguien espera que Potter y Abaroa mueran por él —replicó Moody, con un levísimo matiz de exasperación en la voz.

Ana miró a Harry con estupefacción y él le devolvió la mirada, aunque parecía un poco más... acostumbrado a aquella frase.

Ludo Bagman, que parecía muy nervioso, se alzaba sobre las puntas de los pies y volvía apoyarse sobre las plantas.

—Pero hombre, Moody... ¡vaya cosas dices! —protestó.

—Como todo el mundo sabe, Moody da la mañana por perdida si no ha descubierto antes de la comida media docena de intentos de asesinato—dijo en voz alta Karkarov—. Y ahora recorre los pasillos de Hogwarts dando tal ejemplo.

—Conque imagino cosas, ¿eh? —gruñó Moody—. Conque veo cosas, ¿eh? Fue una bruja o un mago competente el que echó sus nombres en el cáliz.

—¡Ah!, ¿qué prueba hay de eso? —preguntó Madame Maxime, alzando sus manos.

—¡Que consiguió engañar a un objeto mágico extraordinario! —replicó Moody—. Para hacerle olvidar al cáliz de fuego que solo compiten tres colegios tuvo que usarse un encantamiento confundidor excepcionalmente fuerte... Porque creo estar en lo cierto al suponer que propuso los nombres de Potter y Abaroa como representantes de un cuarto y quinto colegio, para asegurarse de que eran los únicos en sus grupos...

—Parece que has pensado mucho en ello, Moody —apuntó Karkarov con frialdad—, y la verdad es que te ha quedado una teoría muy ingeniosa... aunque he oído que recientemente se te metió en la cabeza que uno de tus regalos de cumpleaños contenía un huevo de basilisco astutamente disimulado, y lo hiciste trizas antes de darte cuenta de que era un reloj de mesa. Así que nos disculparás si no te tomamos demasiado en serio...

—Hay gente que puede aprovecharse de las situaciones más inocentes —contestó Moody con voz amenazante—. Mi trabajo consiste en pensar cómo obran los magos tenebrosos, Karkarov, como deberías recordar.

—¡Alastor! —dijo Dumbledore en tono de advertencia.

Ana sintió que ese tema era uno sensible, pero no lo suficiente para que se olvidara de que estaba siendo sometida a un torneo sin su consentimiento.

—No sabemos cómo se ha originado esta situación —continuó Dumbledore dirigiéndose a todos los reunidos en la sala—. Pero me parece que no nos queda más remedio que aceptar las cosas tal como están. Tanto Cedric como Ana y Harry han sido seleccionados para competir en el Torneo. Y eso es lo que tendrán que hacer.

—¿¡Qué!? —exclamó Ana, perdiendo la paciencia—. Con todo respeto, profesor Dumbledore, pero ¿qué? Está claro que... que el cáliz sufrió una alternancia y aunque no esté confirmado, lo que el señor Moody ha dicho... puede que esté cerca de la realidad. ¿Y no es que en ese caso —cuando se nos ha puesto en peligro—, ustedes deberían apartarnos de él? En otras palabras asistirnos...

Ana machacaba su cabeza tratando de recordar todos aquellos libros de leyes y derecho que Hermione les había hecho leer a todos los integrantes de P.E.D.D.O. para que supieran cómo defender a los elfos. Necesitaban comprender vocabulario decente.

—Protección de menores —soltó Harry, hablando por primera vez desde que Dumbledore se había dirigido a él. Ana asintió desesperadamente, tratando de seguir defendiendo su causa.

—¡Sí, sí, eso!

Dumbledore los miró por unos segundos y negó, como si quisiese que entendiesen que no había escapatoria.

—Me temo que no es así de fácil. El cáliz ha sacado los nombres de ambos por mucho que la idea sea de gran disgusto, y las reglas que se han impuesto antes de la elección fueron claras al decir que una vez que los nombre se internaran en el fuego no había vuelta atrás.

—Pero las reglas ya no se pueden aplicar a esto —imploró Ana—. Ya se rompió una regla cuando se manipuló al cáliz de fuego a aceptar nuestros nombres, ¿así que cuál es el problema de romper una más? Está claro que al romperla nos beneficiaría a nosotros, los menores.

—Ustedes crearon las reglas —añadió Harry al ver que Ana estaba cerca de largarse a llorar de la impotencia—. No debe ser imposible cambiarlas cuando el juego ha cambiado.

—Si alguien nos quiere muertos entonces ganará si nos hace participar —rogó Ana.

El silencio reinó la habitación, pero Ana estuvo segura de que el palpitar de su corazón se oía hasta en el bosque prohibido.

Pero cuando Dumbledore se dignó en observar a cada individuo que observaba la escena, para luego terminar en las perdidas miradas de Ana y Harry con una expresión de pena, el sonido que Ana escuchó no fue el palpitar de su corazón pero su ruptura.

—Lo siento, Ana, Harry, pero...

Ana no necesitaba escuchar su lamentable excusa, no necesitaba ser tratada como si fuese un cebo tirado en el mar y, honestamente, no necesitaba nada de esa atención que le estaban dando.

Por ello, no dándole tiempo a nadie para reaccionar, recolectó sus emociones en los bolsillos de su túnica y salió de la habitación, cerrando la puerta en un estruendo.


Ana golpeó la puerta de la oficina de Remus con tanta desesperación que sintió sus nudillos doler, seguramente volviéndose rojos.

Sabía que su padre se quedaba trabajando en la oficina hasta altas horas de la noche, y por lo tanto, estaba consiente de que ahora su insistencia al menos no sería en vano.

La puerta comenzó a abrirse y Ana pudo escuchar la risa cálida de Remus.

—Ya estoy, ya estoy, no pensé que estarías tan emocionada por contarme los selec...

Remus no pudo terminar de hablar porque Ana saltó hacia él y lo envolvió en un abrazo, escondiendo su rostro en el suave suéter viejo que lo mantenía cálido. Y cuando él iba a preguntarle porqué tanto cariño, notó que el cuerpo de Ana había comenzado a temblar, pero antes de pensar que podría estar riendo, escuchó los sollozos apagados por su suéter.

Inmediatamente, preocupación subió por las venas de Remus, haciendo que ni siquiera su abrigo pudiese borrar el frío que lo consumió.

—¿Qué sucede? ¿Qué pasó?

Ana no podía encontrar su voz. Su garganta estaba cerrada y solamente balbuceos salían de su boca, no pudiendo formular palabra alguna sin largarse a llorar nuevamente. Era injusto. El cáliz había sido injusto. Dumbledore había sido injusto.

Y con toda la rabia que sentía hacia aquél hombre, las palabras volaron de su boca.

—El cáliz... el cáliz sacó mi nombre. Soy una de las campeonas del Torneo de los Tres Magos.

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¡hola!

rip ana que descanse en paz </3

sjasj no me disculpo por hacerle la vida imposible ¡! y además se viene más drama xd

eso sí!! sé que están buscando más apariciones de blaise y les prometo que no voy a decepcionar ♥ después de todo esto es una fic de él y no me olvido de eso ¡!

NO SABEN LO QUE ENCONTRÉ ay me emociona,,, si tienen una laptop/computadora con windows, toquen la tecla que tiene su logo y la tecla del . (punto) al mismo tiempo y les va a aparecer una pestaña con emojis ♥ ya no más buscar emojis en páginas ♥ asjasj

y otra cosa *emoji de payaso*

a mis lectorxs de Austria, Bosnia y Herzegovina lxs amo sjasj no sé cómo llegaron pero me encanta

¡muchísimas gracias a todxs por leer y por su apoyo! cada comentario, cada mensaje y voto me hace el día y me alienta a escribir, son lxs mejores ♥

como siempre, manténganse informadxs acerca de las noticias del mundo y cuídense mucho

¡nos vemos la próxima semana!

•chauu•

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