𝐬𝐢𝐱𝐭𝐲 𝐭𝐰𝐨
"Frío y caliente"
Esa noche, Ana no pudo dormir. La idea de que Dalia ahora se encontrara envuelta en todo el caos que era la vida de Ana la hacía mantener los ojos bien abiertos y fijos en el techo de madera encima de su cama. Cuando se había puesto a buscar la respuesta de quién realmente había sido besado por el sol creyó que obtendría una respuesta concreta, no más preguntas.
¿Cómo encajaba Dalia en ello? ¿A qué se refería que había sido besada por el sol? ¿Tenía magia? ¿Era una bruja? ¿Le había escondido su verdadera identidad?
Habían tantas nuevas preguntas que no serían respondidas hasta que se enfrentara cara a cara contra Dalia. ¿Pero es que podría realmente hacerlo?
Durante la noche, Ana escuchó ruidos fuera del dormitorio pero decidió no ir a investigar dado que sus propias preocupaciones eran mayores que cualquier otro problema. En realidad, todo problema que había enfrentado parecía menor que el hecho que Dalia estaba involucrada en un mundo desconocido. Realmente era un dolor de cabeza.
La esperanza de que Berenice Babbling pudiera resolver sus dudas una vez que sus cartas fueran frecuentes fue el único alivio que hizo que Ana pudiera reposar sus ojos por una hora antes de que la luz del sol se filtrara completamente por las cortinas del dormitorio, marcando el comienzo del día.
Luego de despertar y levantarse, Ana dedicó unos diez minutos a enjuagar su rostro con agua fría, así sus sentidos podrían despertar por completo, dejando su aturdimiento atrás. Cuando ató su cabello en una coleta alta, llamaron a la puerta del baño y la voz de Parvati se hizo escuchar detrás de ella.
—Ana, es mi turno...
Ana y Hermione terminaron de prepararse por completo una media hora más tarde. El reloj de pared marcaba las siete y media de la mañana, y Ana había disfrazado su preocupación con una máscara de cansancio. Tal vez no era una completa máscara; se sentía cansada.
—Antes de ir a desayunar, ¿me acompañas a la lechucería? —dijo Hermione mientras bajaban por la escalera caracol hacia la sala común—. Tengo que ir a enviarle una carta a Viktor...
Ana asintió en silencio. Temía que si abría la boca, todos sus secretos saldrían como vómito de palabras.
Al llegar a la sala común, alivio recorrió su cuerpo al recordar que tendría tiempo de disfrutar un día normal sin presiones hasta el día siguiente cuando viajarían de vuelta a Londres. No obstante, el consuelo de aquel pensamiento rápidamente se esfumó cuando ambas observaron la figura esbelta de la profesora McGonagall esperarlas en la entrada de la sala común.
—Abaroa, Granger, buenos días —les dijo cuando ambas se acercaron a la entrada. Ana y Hermione se miraron con preocupación—. Por favor, vengan conmigo. Dumbledore desea hablar con las dos.
—¿Qué ha pasado, profesora McGonagall? —inquirió Hermione cuando la entrada se abrió nuevamente.
—Dumbledore les contará todo, señorita Granger.
Ana miró hacia atrás con preocupación, sus ojos buscando a dos figuras familiares.
—¿Y Harry y Ron? ¿Ya están en el despacho de Dumbledore?
El semblante de la profesora McGonagall era serio, Ana sintió un vuelco en su pecho al observarlo. Eso no se veía nada bien, y lo que la profesora dijo a continuación lo afirmó.
—Ya ambas verán.
Cuando las tres llegaron frente a la estatua que escondía la entrada secreta al despacho del director, la profesora McGonagall enunció la contraseña con un tono duro.
—¡Meigas fritas!
La entrada se abrió y las tres entraron al angosto espacio donde se encontraban las escaleras caracol que subían hacia la oficina de Dumbledore. La pared se cerró tras ellas con un ruido sordo y empezaron a ascender, describiendo cerrados círculos, hasta que llegaron a la brillante puerta de roble en la que sobresalía la aldaba de bronce que representaba un grifo.
Ana esperaba que Dumbledore las recibiera en la solitud de su despacho, no obstante, detrás de las puertas se podía oír los agudos e irritantes chillidos de la profesora Umbridge. No parecía para nada feliz.
—¡... Y han desaparecido frente a mis narices! ¿Cuál es su excusa esta vez, Dumbledore? ¿Qué es lo que esconde? —gritaba Umbridge con acaloramiento e impotencia.
La profesora McGonagall no esperó ni un segundo más y tocó la gran puerta con sus nudillos, deteniendo momentáneamente la conversación acalorada. No pasó ni un segundo completo cuando las puertas se abrieron por sí solas dejando ver la gran oficina circular del director.
Dumbledore estaba sentado en una silla de respaldo alto detrás de su mesa, inclinado sobre la luz del sol que se filtraba por las ventanas altas de su oficina y visiblemente relajado, considerando que Umbridge estaba parada frente a él con su rostro cuadrado tan rojo como un tomate. Estaba furiosa.
—Ah, profesora McGonagall, señorita Abaroa, señorita Granger... —Dumbledore se irguió en su lugar y apoyó ambos brazos sobre su escritorio—. Las estaba esperando. Verán estaba despidiéndome de la profesora Umbridge...
La profesora Umbridge, que no parecía particularmente feliz de que la estuvieran echando, apretó sus puños en ambos lados de su cuerpo. Su figura completa temblaba de rabia.
—Tarde o temprano descubriré lo que oculta, Dumbledore. Me enteraré qué ha sucedido con Potter y Weasley...
Ana y Hermione volvieron a mirarse con preocupación. ¿Qué les había pasado? ¿Por qué Umbridge no sabía dónde se encontraban? Ambas temieron lo peor.
—Dolores, ya le he contado que el señor Weasley se encuentra en San Mungo y les he dado el permiso para que fueran a visitarlo. Nada más —dijo Dumbledore, y antes de que Ana y Hermione pudieran procesar la información o Umbridge a protestar se giró hacia la profesora McGonagall—. Minerva, por favor escolta a Dolores hacia abajo, por favor.
La profesora McGonagall asintió y con dureza observó a Umbridge, antes de señalar con la cabeza la puerta sin darle tiempo de rechistar. La profesora Umbridge dejó salir un sonido de indignación pero se dio vuelta para seguirla, sin antes enviar una mirada fría y furiosa a Ana y Hermione. La puerta se cerró de un portazo detrás de ella.
Luego de un minuto, donde esperaron confirmar que estaban solos, Ana fue la primera en girarse hacia Dumbledore con aspecto enfermizo.
—¿El señor Weasley se encuentra en San Mungo? ¿Lo han atacado? ¿Está bien? ¿Qué le ha pasado?
Dumbledore levantó una mano para silenciar las preocupaciones de ambas amigas que estaban a punto de volar de sus bocas como abejas en enjambre.
—Por la noche Arthur fue atacado mientras trabajaba, afortunadamente para él y su salud, Harry fue lo suficiente rápido para contarnos lo que estaba sucediendo, y fue encontrado con rapidez. Ahora se encuentra bajo el cuidado de los mejores sanadores de todo San Mungo. Estoy seguro de que su camino a la recuperación será pronto.
Ana cayó en el asiento frente suyo tratando de asimilar la información que Dumbledore le acababa de dar. Su cabeza comenzó a dar vueltas por lo que Hermione fue la única en responder.
—Harry... ¿le avisó? ¿Cómo se enteró de que lo estaban atacando al señor Weasley?
Dumbledore asintió, habiendo esperado aquella pregunta. Ana levantó su cabeza con interés.
—Harry confió en nosotros que vio con sus propios ojos a Arthur siendo atacado mientras dormía. Me temo que fue testigo del ataque.
Ana y Hermione lentamente giraron sus cabezas hacia la otra, un millón de preguntas expresadas en sus rostros. Dumbledore se aclaró la garganta y dobló su cuerpo hacia adelante con más seriedad en su expresión.
—Ahora, me temo que no podré enviarlas hacia el cuartel. Umbridge nos está observando con intensidad, y enviarlas a ustedes también causará más riesgo que nada. Si es que desean visitarlos, deberán esperar al final del trimestre.
«Eso sería mañana...»
Ana suspiró, sus manos temblaban.
Ese día no podía ponerse peor.
Las próximas 24 horas fueron dolorosamente lentas. Cada lugar que Ana observaba le recordaba dos aspectos: el señor Weasley había sido atacado por quién sabe qué, y Dalia había terminado siendo el enigma más esperado por ella. Una parte de Ana quería contarle a Blaise lo que había descubierto, pero no solo eso crearía más preguntas, sino que también traería a la realidad el problema que parecía devorar su cabeza.
El día siguiente, cuando el Expreso Hogwarts se encontraba esperando a que todos los estudiantes que volverían a sus casas durante las vacaciones de invierno, Ana y Hermione buscaron un compartimiento vacío y separado de los demás para poder discutir lo que harían una vez que llegaran a Londres.
Basil y Crookshanks se encontraban durmiendo en los asientos, ambos habían encontrado un rincón para descansar juntos.
—Tenemos que ir al cuartel —afirmó Ana, su mirada fija en la ventana que las separaba del frío del invierno—. Harry debe estar asustado, y no me imagino los Weasley... Oh, pobre señor Weasley. Espero que se sienta mejor...
—Ya he hablado con mis papás... —murmuró Hermione, acomodando su cabello rizado y natural bajo su gorra de lana—. No les ha gustado la idea de que los abandone en el viaje... pero les dije que los estudiantes serios se quedan en Hogwarts. ¿Tú cómo harás?
Ana suspiró, pensando en su abuela y su conversación pendiente con Dalia.
—Nana va a entender si voy unos días a Grimmauld... pero no puedo dejarla sola durante las tres semanas. Menos en Navidad.
El viaje a Londres fue lo suficientemente largo para que Ana pudiera dormir durante todo el trayecto. Su cuerpo como su mente se sentía terriblemente cansado y el suave y distante sonido de la locomotora moviéndose creó la música perfecta para hacerla caer rendida. Se había dormido con el sol subiendo hacia el cielo durante el amanecer y cuando abrió los ojos para despertar, el sol ya estaba bajo. Eran las cinco de la tarde acorde el reloj de muñeca de Hermione.
Media hora más tarde, el Expreso Hogwarts se detuvo en la estación de Kings Cross, y cuando Ana bajó llevando a Basil en su jaula de mimbre y su baúl detrás de ella, en menos de un minuto divisó a su papá esperándola junto a una de las columnas.
Moviéndose entre la muchedumbre que había ido a buscar a sus hijos e hijas, Ana recibió a su papá con un abrazo luego de apoyar la jaula de Basil en el suelo.
—¿Cómo ha sido el viaje? —murmuró Remus en la frente de Ana luego de darle un casto beso allí.
—Estresante —admitió Ana y se separó del cuerpo de su padre—. ¿Cómo está el señor Weasley? ¿Y los Weasley? ¿Y Harry...?
—Ana, respira... —Remus apoyó sus manos sobre los hombros de Ana—. Arthur se encuentra en el hospital, está estable y mejora con cada hora. Los Weasley, como es de esperarse, están preocupados pero están más tranquilos que ayer y Harry está... bueno, está claro que no se encuentra del todo bien. Está exaltado pero estoy seguro que el miedo se pasará... James está con él y los demás lo ayudarán a comprender, ¿sí?
Ana asintió, su corazón calmándose luego de la seguridad en la voz de su padre. Luego de un minuto tomó una profunda respiración y lo miró a los ojos.
—Bien, entonces ¿vamos ahora a donde están todos? ¿Iremos hoy a visitar al señor Weasley?
Remus negó con la cabeza y los hombros de Ana se cayeron.
—Hoy no, pero no te preocupes que irás. Estarás con tu abuela hasta Navidad. Ahí pasarás una semana en la casa y luego el resto de las vacaciones la pasarás con Hilda, ¿qué te parece? Sé que quieres pasar más tiempo con Dalia después de cortar tus vacaciones con ella durante el verano...
Ana recordó cómo sus vacaciones de verano junto a Dalia habían sido acortadas luego del accidente de Harry con el ministerio, y luego la memoria de todo lo que había descubierto esos últimos dos días llegó a su mente para afirmar que sí debía pasar más tiempo con su amiga muggle.
Asintió. Remus levantó la canasta de Basil.
—Bien, entonces vayamos yendo... Ah, ahí viene Hermione.
Ana se dio media vuelta, y en efecto, Hermione se movía entre la multitud con su cabello esponjoso y voluminoso aplastándose contra los cuerpos de los demás. Cuando llegó a ellos les sonrió suavemente.
—Hola, profe... eh, Remus —Hermione se disculpó con expresión de culpa antes de mirar a Ana—. Antes de saludarte, te quería contar que yo iré a la casa ahora. Usaré el autobús noctámbulo y seguro llegaré en una hora... ¿Vendrás tú también?
—No, iré en Navidad y me quedaré allí una semana. Me contarán todo cuando vaya, ¿sí?
Hermione le dio un abrazo y asintió.
—Nos vemos el lunes entonces.
En el viaje de vuelta a su casa, Ana estuvo sentada en el sidecar de la motocicleta de Sirius ya que él había sido quien había llevado a su papá en primer lugar. Ese podría no ser su modo preferido de viajar, pero luego de haberlo hecho unas incontables veces, admitía estar acostumbrada a ello.
El invierno en las calles de Londres era una vista de otro mundo. Finas capas de nieve posaban los altos techos de los edificios tanto como sus ventanas y balcones; las decoraciones de navidad ya estaban adornando cada rincón de las calles y sobre sus cabezas pero bajo el cielo del atardecer, se encontraban las luces cálidas que iluminaban tal cual estrellas. Las figuras estrelladas y doradas de los ángeles parecían ser constelaciones.
Cuando llegaron a la casa número 159 de la calle John Ruskin, el motor de la motocicleta de Sirius se detuvo, y Ana finalmente pudo sacarse el casco de seguridad que ahora se encontraba blanco por la nieve que había caído sobre él.
Mientras que la casa frente suyo por el momento no se encontraba llena de decoraciones de navidad, la casa adyacente a su derecha estaba llena de luces y decoraciones para hanukkah. Luces celestes y blancas adornaban las ventanas y una estrella de David posaba con orgullo en la puerta principal.
Parecía ser que la familia Mandel ya se encontraba disfrutando hacía días la Fiesta de las Luces.
—Miau.
Basil maulló cuando Ana levantó su canasta y reconoció dónde se encontraban.
—Sí, Basil. Estamos en casa.
Junto con Sirius llevaron el equipaje dentro de la casa y luego hacia arriba, donde yacía la habitación de Ana, mientras que Remus se quedó abajo hablando con Hilda Abaroa acerca del plan de estadía de su nieta. Diez minutos más tarde, Ana bajó las escaleras sin nada en sus manos y pudo recibir a su abuela con un gran abrazo cuando la encontró en la cocina.
—Hola, Anita... —murmuró Hilda sobre su cabello mientras le daba pequeños besos sobre este.
—Te extrañé mucho, nana —dijo Ana contra el cuello de su abuela. El perfume que usaba era dulce y floral, le hacía acordar a jasmines.
—Yo también mi amor, ven siéntate.
Hilda guió a Ana a la mesa de la cocina donde Remus se encontraba sentado con un vaso de agua en la mano.
—¿Dónde fue Sirius? —inquirió Remus antes de darle un sorbo a su agua.
—Fue al baño de arriba —suspiró Ana pero sonrió al ver a Limonada, que esperaba que alguien abriera la puerta del patio trasero para poder entrar—. Aw, ¿nadie te abre, Limón?
Pasando de largo a la mesa, Ana fue a abrirle la puerta a la cavalier. Una vez que entró se tiró al suelo panza arriba para ser acariciada, un capricho que Ana felizmente acudió a dar. Mientras que ella se encargaba de entretener a la perra, Sirius apareció en la cocina con las manos dentro de sus bolsillos.
—Bueno, deberíamos irnos. —dijo Remus dejando el vaso de vidrio sobre la mesa de madera y levantándose de su asiento una vez que vio a Sirius entrar.
—¿Están seguros que no quieren quedarse a cenar? Estoy haciendo empanadas —dijo Hilda sacando la harina de sus manos con su delantal. Se giró hacia Sirius—. ¿Sirius, querido? Las haré fritas como a ti te gustan.
Sirius sonrió encantado pero le dio un pequeño abrazo de despedida.
—Me encantaría quedarme, Hilda, pero hay mucho trabajo por hacer. Estamos repletos.
—Más con lo que ha pasado con Arthur —suspiró Remus antes de ir a despedirse de ella con un beso en la mejilla—. Nos vemos el lunes, Hilda. Vendremos alrededor de las dos de la tarde.
Hilda suspiró y asintió.
—Muy bien, los veré el lunes. No se olviden de cuidarse, ¿está bien? Y díganle a James que debe descansar él también. No es necesario que haga todo él solo, cuando hay quienes pueden ayudar.
—Le haremos saber —sonrió Remus antes de volverse hacia a Ana y abrir sus brazos para que ella lo abrazara. Ana no gastó ni un segundo para hacerlo—. Cuídate, ¿sí? Cualquier problema que tengas, por favor avísame.
—Está bien... Nos vemos en navidad.
Luego de saludar a Sirius y cerrar la puerta detrás de ella, Ana se movió hacia la cocina donde el olor a empanadas de pino inundaba su nariz con el delicioso aroma de carne especiada y masa frita.
—Me iré a dormir temprano, nana. Luego de comer iré directo a la cama... —Ana bostezó y se sentó en una de las sillas que rodeaban la mesa cuadrada de la cocina—. No pude dormir... durante estas noches...
—Está bien, Anita. Yo mientras se cocinan las empanadas terminaré de escribir una carta...
—Una carta... —murmuró Ana y recostó su cabeza sobre la mesa—... Siento que me estoy olvidando de una carta...
Con los ojos cerrados, Ana hizo todo lo posible para memorizar cuál era la carta que debía recordar, cuando de repente lo hizo. A mediados de noviembre había recibido una carta. Era de Sirius. Su padre le había escrito algo. Debían hablar.
Su abuela ni pudo abrir la boca para preguntarle qué estaba haciendo, cuando Ana salió corriendo por la puerta principal hacia la calle. Su padre y Sirius estaban llegando al final de la calle por lo que tuvo que juntar sus manos sobre su boca como un megáfono y así, gritó:
—¡PAPÁ!
La motocicleta se frenó con un agudo chillido que Ana temió que se escuchara por algunas cuadras. Con rapidez, Remus se dio media vuelta de su lugar para poder observarla desde su larga distancia.
—¡Debemos hablar!
La cocina de la casa Abaroa se encontraba inundada del olor a empanada, por lo que Hilda decidió que era necesario abrir la puerta del patio trasero para que no se ahogaran entre aceitunas y grasa.
Con una canasta en el medio de la mesa cuadrada, Ana, Remus y Sirius se encontraban sentados en silencio esperando a que alguno comenzara a hablar. Lo único que se escuchaba era a Limonada comer el relleno de empanada que Hilda le había separado antes de ir a ducharse al otro lado de la casa para darle a los tres su privacidad.
—Bueno... —comenzó a Ana con una empanada mordida en su mano y el jugo de esta manchando sus dedos—. ¿Qué tenías que contarme?
—Tú fuiste quién me gritó en medio de la calle, hija —apuntó Remus, la empanada en su plato comenzaba a enfriarse.
—Sí —afirmó Ana y le dio un mordisco a su empanada—, «pego»... uf, «espega» —tragó la comida que había estado masticando—. Sí, te llamé yo, pero porque tú me habías escrito en una carta que debíamos hablar cuando yo llegara en las vacaciones de invierno. Y pues... aquí estamos. Ya son las vacaciones.
Remus tragó en seco cuando apreció recordar, y le dio una mordida a su empanada fría. Sirius terminó su segunda.
—Esto podría haber esperado.
Ana frunció el ceño y bufó luego de darle otro mordisco a su empanada.
—Estuve esperando por meses, papá —el rostro de Ana cambió en un segundo—... A menos que sí me haya metido en un embrollo. Ahí sí podemos esperar todo lo que quieras...
Rendido, Remus suspiró. Su mano viajó con apego sobre su rostro cansado y asintió en busca de valentía. Miró a Sirius de reojo, quién le dio un asentimiento tranquilizador. Nuevamente, los ojos verdes de Remus encontraron los de Ana.
—Si soy honesto contigo, hija, no sé cómo decirte...
Ante la clara preocupación en el rostro de su padre, el corazón de Ana se estrujó en su pecho haciendo que este doliera.
—¿Ha... ha pasado algo? —Ana se levantó de su asiento con cierto temblor en sus piernas—. ¿Está todo bien? ¿Te sientes bien? ¿Estás enfermo...?
Cuando las manos de Ana fueron a parar en ambos lados de la cabeza de Remus para ver si es que podía notar los síntomas de alguna enfermedad, las manos de su padre se posaron en ellas para tranquilizarlas. El rostro de Remus se suavizó y cualquier rastro de preocupación se esfumó de él.
—No tienes nada de qué preocuparte, ¿sí? Me siento bien... —Una pequeña sonrisa se asomó sobre sus labios—. Es más, estos últimos meses me he sentido mejor que nunca... igual que cuando nos encontraste.
Ana dejó caer su agarre y sin esconder su sorpresa observó cómo la mano de su padre viajaba sobre la mesa hasta detenerse sobre la de Sirius.
—Decidimos darle una chance a esto... —los dedos de Remus se entrelazaron con los de Sirius, su garganta se aclaró y observó el rostro estupefacto de Ana—. Pero esto no quiere decir que algo cambiará. No te preocupes por ello, Ana. Yo... yo amaba a tu madre y eso nunca dejará de ser...
—Tú y Sirius están saliendo... —murmuró Ana aún con su mirada fija en las manos entrelazadas.
—Sí, Ana, pero...
Una sonrisa brillante apareció en los labios de Ana, y ni siquiera la oscuridad que caía sobre el cielo de aquella noche podía apagar el brillo de felicidad situado en sus ojos.
—¡Tú y Sirius están saliendo!
De un salto se abalanzó hacia Remus y envolvió su cuello con sus brazos para sostenerlo en un fuerte abrazo.
—Finalmente... —murmuró ella contra el cuello de su papá—. No tienes idea de cuánto necesitaba buenas noticias, papá...
Por unos segundos, Remus quedó paralizado en su lugar sin hacer abasto de que Ana se encontraba realmente feliz por la noticia, pero cuando la información fue procesada debidamente en su cabeza, le devolvió el abrazo con la misma fuerza.
—Y tú no tienes una idea de cuánto necesitaba escuchar aquello...
Luego de un minuto donde ninguno dejó de aferrarse al otro, Ana se alejó unos centímetros y se giró a Sirius que los observaba sonriendo desde su asiento. Le tendió una mano.
—Vamos, Sirius. El abrazo no está completo sin ti.
La sonrisa de Sirius se ensanchó.
—Bueno, no puedo negar un buen abrazo.
Ana tiró de él y enseguida los tres se encontraron en un abrazo bajo el silencio y el sonido de la cola de Limonada moviéndose por la emoción de la habitación.
—Ambos se quedarán a comer pudín de chocolate. La Orden puede esperar unas horas más...
• • •
La mañana siguiente, Ana se despertó de un largo, tranquilo y profundo sueño que no había podido obtener por semanas. El cielo se encontraba despejado detrás de sus cortinas, la nieve caía lentamente detrás del cristal, y el único sonido que se podía escuchar además de los pájaros cantando ininterrumpidamente era el murmullo de la ciudad de Londres esperando detrás de ellos.
Era una mañana tranquila e igual a todas las demás. Como si la respuesta a todos sus problemas no estaba despertándose en la casa de al lado con sus cabellos azulados despeinados y una sonrisa que debilitaba las rodillas.
Ana bostezó y se levantó de su cama para comenzar con el día. Rodeó a Limonada, que dormía en la alfombra al lado de su cama, y se vistió de sus pijamas con la ropa que usaría por el resto del día. Salió de su habitación en puntas de pie para no despertar a sus mascotas, y se dirigió al baño.
Una vez que su rostro estaba limpio y despierto, y sus cabellos estaban cepillados en una trenza, bajó a desayunar junto a su abuela. Ya en la cocina, Hilda se encontraba colocando los platos llenos de comida en la mesa cuadrada que se encontraba iluminada por la ventana a su lado, que daba con el nevado patio de atrás.
El estómago de Ana gruñó al oler el aroma a panqueques de banana y miel.
—Buenos días, Anita. ¿Has dormido bien? —dijo Hilda apoyando la taza de chocolate caliente en donde Ana decidió sentarse.
—Mejor que nunca, nana.
Durante el desayuno, con el sonido de la radio y sus canciones navideñas como música de fondo, Ana y Hilda se dedicaron a hablar acerca de las noticias que habían llegado a la casa la noche anterior, y acerca de todas las historias que Hilda había escuchado durante esos largos meses en Londres.
—Debería llamar a Alice y a Samuel más tarde —dijo Ana luego de lavar la última vasija—. Tendré que decirles que no podré ir a su reunión de navidad... Ojalá me inviten para el próximo año.
—Estoy segura de que sí, cariño. Me encantaría conocerlos también —añadió Hilda y secó el plato en sus manos—, especialmente a tu nueva ahijada.
—Oh, yo también... Tal vez en el verano las veamos... Ey, nana, voy a ir a sacar a pasear a Limonada, ¿sí?
Hilda guardó el plato en su correspondiente armario y asintió, una nueva vasija en sus manos.
—Muy bien, pero no tardes tanto, Anita. Aún debemos ir de compras navideñas.
—Volveré en media hora...
Ana fue a buscar su abrigo y la correa de Limonada, quien se encontraba ahora en la entrada principal esperando a ser llevada de paseo, y cuando su cuerpo sintió que estaría totalmente abrigado del frío afuera y que Limonada no saldría corriendo de su correa, abrió la puerta.
El rostro familiar de Dalia Mandel le sonrió con un puño alzado para tocar la puerta.
—¡Ana! Hola, escuché que llegaste ayer a la noche, ¿cómo está todo?
Por unos segundos, Ana quedó hipnotizada en su lugar, observando con detenimiento el rostro de su amiga. Ojos marrones como la tierra, piel bronceada naturalmente aunque fuese invierno, labios rosados y sonrientes, cabello azul y verde, y lunares como constelaciones.
«Dios, esto es real»
Ana no comprendía cómo había tardado tanto tiempo en resolver el acertijo, cuando Dalia era la viva imagen de aquel poema. Era casi tenebroso.
—Ho... Hola, Dalia. Todo va bien, voy a sacar a pasear a Limonada... ¿y tú?
Dalia sonrió aún más.
—Bueno... Ahora que lo veo creo que voy a acompañarte a pasear a Limonada, ¿qué dices?
Por alguna razón, la sonrisa de Dalia siempre parecía tranquilizar los nervios. Se podría decir que era un calmante, un balance para sus nervios a flor de piel. Ana asintió.
—Pero luego debemos ir de compras navideñas con nana, ¿también te quieres sumar?
Dalia le guiñó un ojo.
—Nunca voy a dejar pasar una oportunidad para salir de compras.
Luego de llevar a Limonada a un paseo que consistió entre entretenidas anécdotas de Dalia y lo que había transcurrido en su vida durante aquellos meses que no se habían visto, y el silencio sepulcral de Ana, que aún no podía dejar de pensar en la idea de quién realmente era su amiga, ambas fueron guiadas por las calles de Londres por Hilda que estaba concentrada en su búsqueda de mejores regalos.
Las primeras dos horas, ninguna se separó de la otra, yendo a todos los lugares donde habían especiales ofertas de navidad siendo expuestas en sus vidrieras. Dalia, no realmente interesada en la festividad en sí, fue la encargada de comprar aperitivos para el día. Compró botanas de maíz y papa para ella y Ana, de una tienda de comida kosher que se encontraba escondida en medio del centro; luego, cuando Ana y Hilda salieron de una tienda de segunda mano que vendía libros usados, Dalia sorprendió a la última con un té que había comprado de una cafetería. Finalmente, en la cuarta hora y luego de terminar de almorzar en un pequeño restaurante que era el favorito de Dalia, Hilda las envió a investigar a una venta de garaje a unas cuántas calles lejanas. Al parecer, las señoras mayores que habían estado en una de las tiendas le habían aconsejado ir lo más pronto posible. Había objetos fascinantes.
A pasos de comenzar con la segunda cuadra de la plaza que obstaculizaba el centro con la otra parte, Dalia pidió sin aliento poder sentarse en uno de los bancos frente al lago congelado.
—Uf, ¿es que tu abuela tiene piernas de acero? Me muero... —Dalia se dejó caer sobre el banco cubierto de nieve y posó una mano sobre su pecho, una mueca en sus labios.
Ana se rió al sentarse.
—Es... es una máquina de energía.
—¿Cómo lo hace? —una sonrisa se asomó en los labios de Dalia, enmascarando su cansancio.
—Puede ser por el hecho de que le encanta mirar los canales de pilates... Pero no te confundas, ella no hace pilates, solo... mira.
Ambas se observaron entre sí y enseguida estallaron en risas. La nieve caía sobre sus cabezas, decorando sus cabellos de blanco y humedad. La nariz de Ana se encontraba rosada, contrario a Dalia, cuyas orejas estaban rojas. Ambas temblaban.
—Lo que haría por estar frente a una chimenea... —los dientes de Dalia castañearon mientras hablaba. Ana rió, su propio vaho cubría su vista.
—¿Te gusta el invierno?
Dalia sonrió con culpa.
—Se nota demasiado que ese no es el caso, ¿no? —Dalia suspiró y sopló contra sus guantes gruesos de lana—. Mi estación favorita es el verano... bueno, no. No puedo decir eso cuando siempre me muero de calor esos días... prefiero la primavera. No hace tanto frío y tampoco hace tanto calor. Es la estación perfecta —se giró hacia Ana con una sonrisa de costado—. ¿Y tú?
—Bueno... sí, el invierno es mi estación favorita. Me encanta la nieve y el frío.
Limpió los copos de nieve que se posaban sobre su gorro granate. Sus ojos azules tan fríos como el lago cristalizado frente a ellas. En un momento habían dejado de ser electrizantes. Ana no sabía cuándo había sucedido.
Dejó de observar al lago y se giró hacia Dalia, que observaba sus uñas pintadas bajo sus guantes sin dedos, y le sonrió.
—Desde la mañana no me has contado nada acerca de Leah y Benjamin, ¿cómo se encuentran? ¿los podré conocer durante estos días?
La nariz de Dalia se arrugó cuando levantó la mirada, también sus ojos lo hicieron. El sol le daba justo en el rostro.
—Ah... Ellos andan bien... Ya sabes... En lo suyo.
De hecho, Ana no sabía nada. Sólo sabía sus nombres.
—Ya veo...
Ana volvió a mirar a su alrededor en busca de otra distracción. El parque estaba lleno de personas, habían parejas tomadas de la mano, niños jugando en la nieve y familias disfrutando de los días antes de navidad. Era un ambiente feliz. Ana no se sentía exactamente feliz en esos momentos.
Dalia se aclaró la garganta y una sonrisa pícara se posó en sus labios rosados.
—Ey, pero dejemos de hablar de eso. ¿Qué hay de nuestros cumpleaños? ¿Sigue el plan de festejarlos juntos? —preguntó ella y le tendió una mano a Ana para que la agarrara. Las puntas de los labios de Ana se alzaron.
—Sí. Haremos la fiesta el dos, como habíamos dicho.
—¡Perfecto!
Dalia se levantó del asiento y tiró de Ana hacia ella. Ana tropezó y tuvo que agarrarse del brazo de su amiga, quien le sonreía unos centímetros más arriba.
—Entonces vayamos a ver esa venta de garaje para que tengamos más tiempo de hablarlo, ¿qué te parece?
Esa sonrisa siempre le hacía sentir mejor. Era ridículo.
Con una sonrisa propia, Ana asintió, sin poder despegar su mirada fría con la calidez de la mirada de Dalia.
—Me parece bien...
Aquella noche, luego de que volvieran de la salida al centro, en donde —junto a Hilda— decidieron ver una interpretación de "El Cascanueces" por unos estudiantes de teatro, y en donde Dalia se encontró profundamente confundida al porqué de todo el concepto, las tres comieron en la casa Abaroa una caliente sopa de tomate que fue suficiente para mantener el calor en sus cuerpos.
Por más que había caminado tanto había logrado el ejercicio del día, después de comer, Ana no pudo moverse de su lugar en el techo cuando ella y Dalia decidieron observar las estrellas.
Si eran sinceras consigo mismas, observar el cielo estrellado en Londres no era el mejor de los pasatiempos. El cielo oscuro estaba contaminado de luces y humo, y la visibilidad de las estrellas era pobre en comparación con la vista desde Hogwarts. Aún así, con la pesadez de no poder comparar el escenario frente ellas con la vista de un capo, Dalia hizo lo posible para que su pasatiempo no fuese en vano.
—Mira, allí está Géminis...
Ana concentró su vista hacia donde el dedo de Dalia apuntaba. No vio más que nubes y oscuridad hasta que por unos segundos vio una forma extraña entre las estrellas.
—Huh... casi pude verla.
Dalia rió, el vaho cubrió su rostro. Sus ojos brillaban bajo las estrellas. La luna no brillaba tanto ese día, era casi reconfortante.
—Tienes que tener un poco más de imaginación, Ana... Géminis es una de las constelaciones más fáciles de reconocer... Imagínate a dos personas tomadas de las manos y así se verán las estrellas.
La mirada de Ana volvió a concentrarse en el cielo oscuro, y nuevamente, pero con más precisión esta vez, notó la forma de dos personas entre las estrellas. Era extraño. Sí parecían dos personas tomadas de la mano.
—¿Cómo es que siquiera sabes cómo las constelaciones se ven?
«Apenas y puedo pasar Astronomía»
Dalia cerró sus ojos mientras pensaba en qué responder.
—Bueno...Cuando viajas tanto como yo lo he hecho tienes que encontrar algo con lo que entretenerte o te volverás loco. Yo encontré mi diversión con las estrellas... Es decir, durante cada estación aparecen nuevas y eso mantiene el ritmo —Dalia suspiró, sus dedos rozaron con los piercings en su oreja derecha—. El problema es cuando ya has viajado tanto que no tienes más constelaciones por descubrir, así que creas nuevas... tal como "El Gato con Ojos Saltones".
Ana sonrió divertida ante la mirada graciosa e intrigante de Dalia. Se acomodó para observarla mejor. Su codo se posó contra la cerámica oscura del techo.
—¿«El Gato con Ojos Saltones»?
—Pues sí —Dalia se sentó sin poder dejar de sonreír—. Pero aquella no te la puedo mostrar todavía porque solo se ve en verano. Es de mis favoritas. Sus ojos sí muestran sorpresa.
Ana no pudo evitar dejar salir una carcajada. Su pecho se sentía cálido y su estómago se sentía extraño, le hacía cosquillas desde adentro y no había manera de poder rascar la sensación. Jamás entendería cómo era que Dalia podía crear los días más estresantes en una pesadilla de ayer. Era un verdadero regalo.
Recordando todo lo que había pasado durante los días anteriores, un suspiro tembloroso dejó sus labios mientras se volvía a recostar contra las cerámicas frías. Su pecho volvió a pesar cuando sus pensamientos volvieron al señor Weasley, al poema y a aquella profecía que aún no conocía. Aún sabiendo quién había sido besado por el sol, no había forma de que saliera del laberinto en donde se encontraba perdida.
Dalia la notó y frunció el ceño.
—¿Estás bien?
—Um... el lunes me iré una semana a la casa de un amigo —explicó Ana luego de unos segundos controlando un dolor de cabeza surgido entre su sien y su frente.
—¿Qué? Pero... ¿y nuestro cumpleaños?
—Volveré el lunes que viene, así que estaré aquí para el martes, no te preocupes. No me olvidé de nuestra fiesta... aún —una mueca se posó en los labios de Ana—. Pero no puedo pasar esto para otra semana... verás, el papá de mi amigo Ron fue hospitalizado por un accidente que tuvo en el trabajo.
Dalia ahogó una exclamación de sorpresa, su mirada preocupada viajó por el rostro cansado de Ana.
—Qué horror. ¿Qué le pasó?
—Entraron a su oficina unos ladrones —mintió Ana tal como le había enseñado incontables horas con Blaise—. Lo encontraron lastimado unos compañeros que habían salido...
Dalia resopló con incredulidad.
—Tiene que hacerle juicio a su trabajo. ¿Cómo van a tener tan poca seguridad? Es de locos...
«Eso sería una oportunidad fantástica, pero dudo que el señor Weasley haya estado en ese lugar de forma... completamente legal»
—Sí... Bueno, el lunes lo iremos a ver y me quedaré una semana en su casa para estar con Ron y mis otros amigos...
—Hermione y Harry, ¿no? —Dalia acomodó su cuerpo para que una cerámica no le lastimara la espalda. Ana asintió—. Son los cuatro muy unidos, ¿por qué no los invitas al cumpleaños?
Los ojos de Ana observaron el rastro de estrellas que momentos atrás había formado la constelación de Géminis, cuando su rostro se llenó de comprensión.
—No lo había pensado... pero tienes razón, les puedo preguntar cuando vaya. Tal vez y tengas la oportunidad de conocerlos.
—Como los has descrito en tus cartas y postales, no puedo esperar a hacerlo —admitió Dalia con una sonrisa y brillo en sus ojos—. Mientras tanto, tú conocerás a mis padres.
La noticia hizo que Ana saliera de su trance imaginativo y volviera a la realidad.
—¿Vendrán?
—Pues claro, a mis padres les encanta pasar mis cumpleaños junto a mí. Es como su día favorito... Ya sabes, la vida es una bendición y todo eso...
Ambas se quedaron en silencio por unos segundos, contemplando las estrellas y el frío viento que chocaba contra sus abrigos y cabello. Ya no caía nieve, pero sus dedos comenzaban a congelarse. Ana fue la primera en volver a hablar.
—¿Les agradaré?
Dalia, que parecía esperar la pregunta, sonrió.
—Bueno, no te tienes que preocupar de papá. Dentro de todo, es inofensivo y seguro le caerás bien. Creo que con el hecho de que eres amiga ya has ganado nueve puntos. Es decir, soy su hija favorita.
—Eres hija única.
—Exacto —sonrió Dalia con un cómico brillo en sus ojos hasta que un suspiro traicionó sus labios—. Y mi madre... pues ya sabes como es ella. Es un personaje... Es perfeccionista y más seria que papá. Si te soy sincera no ríe tanto como él... creo que por algo los opuestos se atraen... No obstante... Es mi mamá. Tal como papá, ya tienes puntos por ser mi amiga, y además, eres mucha mejor influencia que otros.
»Pero... si de casualidad se presenta la situación en que no le caigas bien... pues no tienes que preocuparte por obtener su bendición para que seas mi amiga.
Una mueca insatisfecha se asomó en los labios de Ana.
—Que... tranquilizador.
—Ah, vamos, si es que le caes mal entonces te daré un beso para que sanes.
Mientras se ruborizaba, Ana soltó una risotada.
—¡Dalia!
—¿Qué? —preguntó Dalia, mirando la reacción de Ana con diversión—. Los enemigos de mi madre son todo mi tipo.
Ana se volvió más roja que su suéter. Su corazón parecía querer salirse de su pecho y su estómago volvía a sentir las mismas cosquillas que aquella tarde. Era de lo más vergonzoso. Temía que Dalia viese el remolino de sus interiores. Tal vez vomitaría.
El tiempo fue pasando. Las luces de Londres no se apagarían nunca más, y por ello las estrellas parecían más lejanas que nunca. Su brillo no era resplandeciente sino que era igual a linternas sin batería. En lo lejano se escuchaban las bocinas de los autos inundar las calles más centrales mientras que el viento congelado movía las ramas viejas y crujientes de los árboles más cercanos.
Ana aún sentía su rostro caliente cuando decidió que era tiempo de hacer aquella pregunta incómoda que la había presentado a un nuevo mundo de oportunidades tres años atrás.
—¿Dalia?
Dalia, que se había dispuesto a cerrar sus ojos y disfrutar del suave sonido del viento y la madera crujiente, abrió sus ojos antes de mirarla con sueño.
—¿Hm?
Ana se relamió los labios, su mirada todavía fija en las inalcanzables estrellas titilantes. Allí estaba de nuevo. Aquella sensación extraña mezclada con el miedo de la pregunta. Ahora sabía cómo se había sentido Harry esos veranos atrás.
—¿Crees en la magia?
La anticipación hizo que Ana aguantara su respiración hasta que la dulce y segura voz de Dalia fuese oída nuevamente por sus oídos. Aún confundida, Dalia acercó su cuerpo al de Ana y miró al cielo tal como Ana, tal vez buscando lo que ella quería encontrar.
—No... ¿y tú?
Lentamente, Ana giró su rostro hacia el de la chica con una mirada tan suave que le sorprendió cuando Dalia la notó y giró su rostro para poder observarla mejor. Sus narices casi rozaron la una con la otra.
—Yo sí.
Dalia dejó salir un suave ruido de comprensión y asintió, sin quitarle la vista de sus ojos azules.
—Pues... tal vez no debería ser tan rápida en decir que no...
Las mejillas de Dalia se tornaron un cálido tono rojizo antes de evitar los ojos de Ana y mirar hacia la oscuridad interminable sobre sus cabezas. Ana no pudo evitar mirar el perfil de Dalia por otros cinco segundos antes de copiarla y girar su cabeza.
Fue de repente. Ni lo pensó, por lo que sucedió inevitablemente. La mano de Ana encontró la de Dalia y la de Dalia tomó con delicadeza las manos ásperas que la habían encontrado.
Ya ninguna sentía frío.
• • •
¡buen domingo!
QUÉ SEMANA AMIGUES
el domingo pasado no pude actualizar porque fui a ver a harry styles el sábado y al otro día estaba casi muerta
experiencia inolvidable, mejor día del año, 10/10
pero también ARGENTINAAA
no me gusta el fútbol y no sé nada de él, pero la energía de los demás se me pega <33
marruecos por favor rompele el ojete a francia te lo ruego POR FAVORR
bueno estoy en crisis <333
PERO TAMBIÉN
me gusta escribir capítulos que ponen a ustedes también en crisis, así que todes estamos iguales ♥
si no tengo un comentario que me diga que necesita que la relación entre ana y blaise avance a algo más después de este capítulo entonces no es realmente un buen capítulo de hidden </3
no mentía cuando decía que escribo slow burns :)
bueno <3 nos vemos <3
¡muchas gracias por todo el apoyo! ¡son les mejores! ¡les adoro!
•chauuu•
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro