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𝐬𝐢𝐱𝐭𝐲 𝐬𝐢𝐱

"Nuestros futuros elegidos"

POR ORDEN DEL MINISTERIO DE MAGIA

Dolores Jane Umbridge (Suma Inquisidora) sustituye a Albus Dumbledore como director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Esta orden se ajusta al Decreto de Enseñanza n.°28.

Firmado:

Cornelius Oswald Fudge ministro de la Magia

—Pues eso responde todo... —murmuró Ana con preocupación.

Los carteles habían aparecido en el colegio durante la noche, y aunque Harry les hubiera contado a Ana, Hermione y Ron lo que había sucedido en el despacho de Dumbledore, no se explicaba cómo era posible que todo el mundo supiera que Dumbledore había burlado a dos Aurores, a la Suma Inquisidora, al ministro de la Magia y a su asistente junior, y había escapado.

En adición a las terribles noticias, se sumó la Brigada Inquisitorial. Un grupo seleccionado por Dolores Umbridge por su apoyo al Ministerio de Magia, y que en su poder se encontraba la autoridad para descontar puntos. Era tal la tiranía, que las únicas gemas de los grandes relojes de arena que no habían disminuido durante el primer día eran las verdes. Aquella mañana, Gryffindor y Ravenclaw iban empatados en cabeza, ahora, Gryffindor iba último.

—Lo han visto, ¿verdad? —comentó Fred.

Él y George habían bajado por la escalera de mármol y se reunieron con Ana, Hermione, Harry y Ron —que se encontraban mirando desolados a los relojes del vestíbulo— frente a los mismos relojes.

—Montague ha intentado meterse con nosotros en el recreo —dijo George.

—¿Qué quieres decir con eso de que lo ha intentado? —preguntó rápidamente Ron.

—No ha podido pronunciar todas las palabras —explicó Fred— porque lo hemos metido de cabeza en el armario evanescente del primer piso.

Ana borró su sonrisa al ver la expresión horrorizada de Hermione.

—¡Ahora sí que se han metido en un buen lío!

—No hasta que Montague reaparezca, y pueden pasar semanas. No sé adonde lo hemos enviado —comentó Fred, impasible—. Además... hemos decidido que ya no nos importa meternos en líos.

—¿Les ha importado alguna vez?

—Claro que sí —respondió George—. Nunca nos han expulsado, ¿no?

—Siempre hemos sabido cuándo teníamos que parar —añadió Fred.

—A veces nos hemos pasado un poco de la raya... —admitió su gemelo.

—Pero siempre hemos parado antes de causar un verdadero caos —dijo Fred.

—¿Y ahora? —inquirió Ron, vacilante.

—Pues ahora... —empezó George.

—... que no está Dumbledore... —siguió Fred.

—... creemos que un poco de caos... —continuó George.

—...es precisamente lo que necesita nuestra querida nueva directora —concluyó Fred.

—Bueno... no me quejo —dijo Ana e ignoró la mirada perpleja de Hermione—. Pero díganme... ¿Su «caos» hará mucho ruido?

—Terriblemente —sonrió Fred.

Ana asintió y acomodó el tapón de su oído derecho.

—En ese caso me voy. Puedo comer después, no te preocupes, Hermione... ¡Nos vemos luego!

Después de dejar al comedor detrás, Ana se encaminó al lugar que siempre le proporcionaba tranquilidad y silencio. El escondite estaba vacío cuando llegó, lo cual era razonable teniendo en cuenta que Blaise se encontraba almorzando. Se sentó en el lugar que él siempre se sentaba y cerró los ojos cuando su cabeza tocó la pared detrás suyo.

El extraño sentimiento de reconocer la débil fragancia que su colonia había dejado después de tanto tiempo estar en el mismo lugar, hizo que Ana abriera los ojos y retuviera su respiración. Parecía desquiciada mientras su mirada se encontraba fija en la pared de enfrente, pero el simple pensamiento de que podía oler la colonia de Blaise la hizo asustar. ¿Cuántas cosas podría reconocer aún cuando él no estaba?

Las paredes temblaron antes de que pudiera responderse aquella pregunta.

Ana sujetó con fuerza su mochila y miró por detrás de su hombro hacia una de las ventanas para ver lo que estaba pasando. A lo lejos se podían ver destellos de luz y humo, pero antes de que pudiera dudar de lo que estaba viendo, cientos de fuegos artificiales fueron a parar a los jardines con dramático efecto y fluorescente color. Era un festín para los ojos, pero Ana agradecía no poder escuchar los chillidos agudos del gran espectáculo de los Weasley.

Los colores eran suficientes para sus sentidos.


Los días siguientes, Ana los pasó esperando la carta de Dalia y deprimiéndose con cada día que pasaba y que ella no recibía una lechuza. Era realmente una bomba de realidad haberse declarado a Dalia, y en vez de recibir noticias recíprocas, recibir la nada misma. Podría jurar que no había estado equivocada acerca de sus sentimientos hacia Dalia y viceversa, pero cada día que pasaba la duda era mayor y su existencia era un enigma.

Tan solo pensar en cómo habían conectado durante el invierno a pesar de todo, hacía que su pecho pesara más de lo normal. Solamente un evento había causado esa extraña sensación, y había comenzado cuando su padre había fallecido. Tenía miedo de creer que una vez más tenía el corazón roto.

Era el primer día de las vacaciones de Pascua, y Hermione, como de costumbre, había pasado gran parte del tiempo haciendo horarios de repaso para los cuatro. Los exámenes tomarían lugar en seis semanas, y aunque Ana tuviera problemas amorosos, eso no podría posponerse. Por otra parte, Ron se llevó una sorpresa.

—¿Cómo puede ser que eso te sorprenda? —le preguntó Hermione mientras tocaba cada cuadradito del horario de Ron con su varita para que se pintara de un color diferente según la asignatura.

—No lo sé —admitió Ron—. Han pasado muchas cosas.

—Toma, ya está —dijo Hermione, y le entregó su horario—. Si lo sigues al pie de la letra, no tendrás problemas.

Ron lo contempló con desánimo, pero de pronto su rostro se iluminó.

—¡Me has dejado una noche libre cada semana!

—Para los entrenamientos de quidditch —aclaró Hermione.

La sonrisa se borró de la cara de Ron.

—¿Qué sentido tiene que entrenemos? —comentó, desalentado—. Tenemos las mismas posibilidades de ganar la Copa de quidditch este año que las de mi padre de ser nombrado ministro de la Magia.

Ana suspiró y le dio unas palmaditas en el hombro.

—No seas tan pesimista, Ron... Sólo debes trabajar en tu confianza...

Las palabras de Ana no surtieron efecto alguno, lo que hizo que ella misma se hundiera aún más en su lugar. Hermione lo notó y se aclaró la garganta. Dejó su varita a un lado.

—¿Estás bien, Ana? ¿Cómo está todo con Dalia?

El rostro de Ana cayó por completo y rodeó sus piernas con sus brazos en un vago intento de consuelo.

—Me encantaría saber, Hermione... Pero Dalia no me ha respondido a la carta que le envié en febrero... Me ha estado ignorando —murmuró ella, cabeza entre rodillas y voz casi inaudible—. Le dije que me gustaba mucho su regalo y le pregunté qué éramos, porque ella me gusta a mí pero no tenía su versión aún...

Aquello pareció despertar la curiosidad de Harry, que había estado mirando distraídamente a la pared opuesta hacía unos minutos atrás.

—¿Le dijiste a tu amiga que te gustaba? ¿Cuándo?

Ana levantó su rostro y se mordió el labio inferior. Recordar la carta nunca respondida le hacía sentir peor.

—Le dije cuando Blaise me dijo que yo le gustaba, a lo que entré en pánico porque a mi me gustaba Dalia... En ese entonces...

La mandíbula de Ron estaba en el piso cuando terminó de hablar.

—¿Zabini se te declaró? ¿Blaise Zabini? ¿Blaise Zabini como Blaise Zabini?

—¿Cuántos Blaise conoces, Ron? —dijo Hermione con un dejo de irritación. Ana suspiró y volvió a esconder su rostro contra sus piernas.

—Lo dijo en San Valentín, fue él quien me dio esas flores y los chocolates...

La cabeza de Ana comenzó a dar vueltas, pero para su fortuna, Hermione interrumpió la conversación antes de que Harry o Ron presionara con más preguntas acerca del tema.

—En todo caso... traigo buenas noticias.

Ana la miró de reojo, aliviada por el cambio de conversación e intrigada por las supuestas noticias que parecían estar en la punta de la lengua de Hermione. Harry y Ron también la observaron con curiosidad.

—Bueno, estaba pensando...

—¿Cuándo no lo has hecho?

—Calla, Ron... Estaba pensando acerca de tu problema, Ana. Ya sabes «Quien quiere traer la victoria para sí mismo.» Pues... Se supone que debería ser una descripción, ¿no es así?

—Usualmente, sí —murmuró Ana.

—Sí, así que lo que estaba pensando era... Aquella voz que te advirtió de esta persona, Ana, no lo dijo solo porqué sí; debe de haber tenido una razón para ello, aunque no podamos decir el porqué. Usó ese exacto tipo de fraseología... y creyó que era necesario que tú supieras de él... ¿Y qué tal si en realidad lo haces? ¿Qué tal si has escuchado antes aquella frase?

Ana se mordió el labio tratando de recordar aquella frase en otro lado, pero luego de unos segundos negó con una mueca y menos optimismo que segundos atrás.

—Creo que lo recordaría, Hermione...

—Pero ahí está el problema —susurró Hermione trayendo su cuerpo hacia delante como si estuviera contando un secreto—. Tu memoria siempre está borrosa, no puedes ni recordar lo que pasó ayer, menos una frase que antes de que te lo dijera esa voz no significaba nada para ti. Solo puedes recordar cosas que parecen importantes en el momento, no detalles, programas de radio, pasajes de libros aburridos... no frases que leíste o escuchaste solo una vez.

—¿Estás diciendo que Ana conoce esta frase? —preguntó Ron con el ceño fruncido. Hermione asintió.

—Lo que estoy diciendo es que lo escuchó antes; ahora solo necesitamos saber en donde.

—Eso tomaría años —musitó Harry con los brazos cruzados—. Pudo haberlo escuchado en cualquier lado... No tenemos todos los recursos para volver a visitar toda su vida.

—La voz no hubiese dicho lo que dijo si no hubiera sido al menos un poco importante para Ana —se defendió Hermione y miró a Ana que estaba en silencio procesando toda la información—. Sabemos que es la descripción de alguien, un humano o una criatura lo suficientemente inteligente para desear eso para sí mismo. Esto significa que podemos descartar a los animales, criaturas mágicas sin pensamiento crítico, plantas, objetos... Y pues, sabemos que Ana conoce a esta persona.

—¿Lo sabemos? —dijeron los tres al unísono. Hermione puso los ojos en blanco.

—Sí, como dije antes, esta persona es de importancia para ella. O al menos lo era. Y, como sabemos que esta descripción habla acerca de las ambiciones, la personalidad de una persona...

—... Sabemos que la ambición de esta persona me afecta personalmente... y significan algo para mí —murmuró Ana finalmente, pero una mueca se posó en sus labios—. ¿Pero quién podría ser?

Hermione sonrió.

—Descubrámoslo.

En los recurrentes días, Ana hizo todo lo posible para recordar si había escuchado o leído la frase que la voz de sus sueños le había dicho tantas veces. Con ayuda de Hermione, Harry y Ron, logró releer varios tomos cuya lectura había realizado antes de la tercera prueba del Torneo de los Tres Magos (sin abasto); con la ayuda de Lavender, cuya madre adoraba las películas de terror, trató de memorizar alguna línea de las películas que Ana había visto durante el verano... pero nuevamente falló en recordar algo similar; y se encargó de volver a leer cada libreta que su madre había dejado. Lo único que descubrió con lo último fueron aún más invenciones de parte de Faith, y que, a pesar de que se lo veía venir, su madre había tenido más problemas que soluciones. Había tenido problemas con su salud mental, salud física; problemas con su temperamento y su ego; problemas sociales y familiares... Ana podía hacer un diccionario de cuán problemática había sido la vida de su madre y ella misma. Al parecer, los genios sí eran siempre dementes.

A medida que pasaron los días, Ana también notó el ánimo de Harry decaer. No era visible para el ojo pasajero, pero para Ana, que siempre encontraba su atención fijarse en cosas por más tiempo de lo normal, descubrió que ya no escuchaba a su amigo hablar. Ahora siempre estaba callado, asintiendo o negando cada vez que Ron se dedicaba una hora a quejarse, y siempre mirando a un punto fijo con una triste mirada en sus ojos.

Así que un sábado por la noche, cuando terminó la ejercitación que Mary le había dado aquel día, se le acercó en el momento que todos se fueron a dormir para hablar con privacidad. Harry estaba sentado frente a una de las ventanas, con un libro de Herbología en su regazo sin leer.

—¿Harry...?

Harry pestañeó unos segundos para centrar su mirada y giró su rostro hacia Ana con dolorosa lentitud. Un sonido de inquisición sonó en su boca cerrada.

—¿Qué te sucede?

—Nada.

Ana encaró una ceja y se sentó frente a él.

—Uau, ¿así mentía yo? Qué humillante.

Harry suspiró y la miró por encima de su hombro con aquella triste expresión que no había podido esconder de ella aquellos últimos días. A Ana no le gustaba para nada presenciarla.

—¿Sabías que mi padre acosaba al profesor Snape?

El rostro de Ana se deformó al escuchar tal declaración, y no pudo evitar abrir la boca con sorpresa. Había un aire de incredulidad alrededor de aquella frase, que Ana no podía hacer oídos a lo que había escuchado.

—¿Tu padre? ¿James? ¿James tu padre?

—¿Qué otro padre tengo, Ana? —murmuró Harry con un dejo de sarcasmo. Su rostro volvió a caer y Ana se aclaró la garganta. Harry sacudió su cabeza y volvió a mirar por la ventana, donde las estrellas brillaban en lo alto del cielo—. Yo... Yo ya sabía que ese era el caso, ¿sabes? Papá me contó antes de entrar a mi primer año, porque sabía que Snape era profesor en el colegio y quería que fuera preparado... Me contó que lo antagonizaban y molestaban cada vez que se aburrían tanto como se defendían y protegían de su propio odio y asco. Era un odio de ambas partes... pero lo que vi recientemente me tomó de sorpresa...

Era difícil aceptar que James Potter había sido alguna vez un hostigador, pero la triste e indiferente expresión que presentaba el rostro de Harry hizo que Ana ladeara su cabeza ante el último comentario.

—¿Qué viste...?

Harry suspiró y miró hacia abajo, sus manos no dejaban de golpear contra la solapa del libro en su regazo.

—Presencié una memoria de Snape del pensadero en su oficina, y vi cómo mi padre junto a Sirius lo acosaban y molestaban por el simple hecho de existir. Esas fueron sus exactas palabras: «es simplemente que existe, no sé si me explico.» Eso fue lo que papá dijo... Ni siquiera Remus los detuvo.

Una mueca se posó en los labios de Ana y copió a Harry, su mirada se posó en las estrellas y su cabeza se concentró en la nueva información. No era fácil aceptar que los padres de uno tenían defectos, pero Ana sabía que siempre los tendrían. Era normal al ser humanos; pero era difícil de negar la perfección.

Ambos se quedaron en silencio. Compartían la misma decepción de conocer las pasadas personalidades de sus padres, que pudieron haber tenido un fuerte efecto en las personas a su alrededor y así haberlas lastimado. Por su parte, Ana no quería creer que su padre había sido tan participante en el acoso como James y Sirius, pero no decir o hacer nada creaba la complicidad; y por otra parte, Harry lamentaba haber odiado a Snape tanto como había defendido a su padre.

Y al estar al tanto de las circunstancias, Ana no se sorprendió de la pregunta que Harry hizo a continuación.

—¿Crees que somos iguales a nuestros padres?

Ana dejó de mirar a las estrellas para poder centrar su mirada en la perdición de los ojos de Harry.

—¿Como son ahora o como eran antes?

Harry lo pensó por unos segundos.

—... Ambos.

Ana se encogió de hombros y se recostó sobre su asiento.

—Entonces no. En ninguno de los períodos. ¿Es que tenemos ciertas características que ellos tienen también? Sí. ¿Somos iguales? Absolutamente no —Basil se subió a su regazo y Ana rascó detrás de sus orejas—. En mi caso quizá sea porque no fui criada por ellos... Pero en tu caso, bueno, por lo que sé acerca de tu papá, es muy diferente al chico que viste en la memoria de Snape. Así que mi suposición es que te crió para que pudieras ser tú mismo y no una versión miniatura de él. Es decir, vamos, no eres una mariposa social como tu papá, ni yo una genio demente como mi mamá.

»Mira, he leído las libretas de mamá... y tanto como era una genio, era una imbécil. Siempre alardeando, siempre demasiado confianzuda, siempre orgullosa aunque sus palabras fueran hirientes. Siempre necesitando ser la persona más inteligente de la habitación. Y hablaremos de papá, ¿sí? Era inteligente, descarado, un ratón de biblioteca, horrible estableciendo autoridad y muchas veces un idiota con la lengua suelta. Por lo que has visto tú, puedo afirmar que no le importaba que sus amigos hicieran todas esas cosas... Me estoy desviando del tema, ¿no?

A pesar de todo, las comisuras de los labios de Harry se alzaron cuando asintió.

—Sí.

—Bueno, lo que estaba tratando de decir es que tal vez sea igual de terca que ellos, o sea igual de rápida en demostrarme ante los demás como mi mamá y trate con todo ser querida por mis amigos como papá... Pero al final del día soy Ana. La que fui criada a ser: No de mi mamá, no de mis papás. Mi versión de Ana.

Harry se le quedó mirando unos segundos, la sonrisa se había borrado y la duda había vuelto a abarcar sus facciones.

—Yo... sí... Pero... Pero, ¿qué pasa si me vuelvo como él?

—¿Como amante de la cocina James? ¿O como el James de quince años?

—Sabes que estoy hablando de la segunda opción.

—En ese caso... —Ana lo miró con suavidad—. Ya tienes quince, Harry, y no actúas para nada como tu papá a nuestra edad. Tú eres... "El profesor Harry", "tengo muchos problemas para un chico de mi edad, Harry"... Especialmente, eres "Me preocupo demasiado por los demás, que siempre termino culpándome a mí mismo de todo, Harry."

—Já, já...

Ana sonrió al volver a ver la sonrisa en la comisura de sus labios.

—Bueno, pienso que no eres para nada como tu papá en esa edad... Y apuesto a que está orgulloso de que lograste eso.

El aire tenso se disolvió mientras ambos observaban en silencio la oscuridad detrás de la ventana, acompañados solo por el ronroneo de Basil y el crepitar del fuego de las velas llameantes que nunca se apagaban.

Con lentitud, la tristeza en las facciones de Harry se transformó en cansancio hasta que tuvo que realizar una última pregunta que parecía rondar su cabeza desde que Ana había hablado.

—¿Era tu mamá en serio una idiota a nuestra edad?

Ana resopló con incredulidad y asintió.

—Dios sí, era insoportable. Era muy grosera con los demás, y no era el tipo de antisocial que es tímido, no podría haber estar más alejada de ese término; era el tipo de persona antisocial que creía estar por encima de los demás... Tenía muy poca empatía y no hizo nada para esconder aquello en sus notas...

Harry asintió, aún aturdido.

—Uau, es decir, los demás siempre decían que tenía cierta actitud, pero...

—Sí, podía ser una idiota a veces. No obstante, cambió después del colegio. Creo que notó el estado en que se encontraba el mundo y simplemente pensó que esa sería la mejor opción. Pero, ey, nunca dejó de ser terca. Creo que heredé aquello de ambos... —Ana se levantó de su asiento, con Basil en brazos, cuando un bostezo la traicionó—. Bueno, creo que debería irme a dormir. Se me caen los párpados, ¿vas tú también?

—Creo que me voy a quedar un rato más...

Ana asintió y caminó hacia donde se encontraban escondidas las escaleras caracol que subían hacia el dormitorio de las chicas, cuando un pensamiento se presentó en su cabeza y miró a su amigo por encima de su hombro.

—¿Y Harry?

Harry la observó con curiosidad.

—Si aún te deprime saber cómo era tu papá antes, tengo algo que añadir: tu papá cambió; Snape no lo hizo.

•      •      •

Para subrayar la importancia de los próximos exámenes, una serie de folletos, prospectos y anuncios relacionados con varias carreras mágicas aparecieron encima de las mesas de la torre de Gryffindor poco después de que las vacaciones finalizaran, y en el tablón de anuncios colgaron un letrero que decía:

ORIENTACIÓN VOCACIONAL

Todos los alumnos de quinto curso tendrán, durante la primera semana del trimestre de verano, una breve entrevista con el jefe de su casa para hablar de las futuras carreras. Las fechas y las horas de las entrevistas individuales se indican a continuación.

Ana revisó la lista y vio que la profesora McGonagall la esperaba en su despacho el lunes a las nueve de la mañana, lo cual significaba que se perdería la clase de Historia de la Magia si lograba extender la entrevista al menos media hora. Una de las pocas ventajas de que su nombre y apellido ambos empezaran con la letra "a". Sería la primera en tener la entrevista. Ana y los otros alumnos de quinto habían pasado una parte considerable del último fin de semana de las vacaciones de Pascua leyendo la información sobre diferentes carreras que habían dejado en la torre para que los alumnos la examinaran. Por su parte, ella había decidido compartir esos momentos en el escondite junto a Blaise. Tal vez por cierta curiosidad en saber la respuesta del chico.

—Pues, la sanación no me interesa en lo absoluto —admitió Ana leyendo todos TIMOS necesarios para poder empezar la carrera durante la última tarde de vacaciones—. Mamá me tendrá que perdonar, pero no heredé eso de ella...

—Ni yo Herbología —suspiró Blaise leyendo el folleto verde titulado: «¿ESTÁS DISPUESTO A ENTREGAR TU AIRE Y TIEMPO A LAS PLANTAS?»—. Es evidente que solo mi madre heredó el don de la Herbología.

Ana agarró un folleto violeta y bufó.

—Mientes. Eres bueno en todo.

Blaise levantó una ceja ante el tono desafiante en la voz de Ana. Tomó un folleto color naranja titulado: «¿CREES QUE TE GUSTARÍA TRABAJAR EN RELACIONES CON LOS MUGGLES?» y lo desdobló.

—Si tanto crees pensar que soy bueno en todo, ¿qué recomiendas que siga?

Ana dejó el folleto que acababa de agarrar en su banco y levantó los brazos con un estilo un tanto dramático.

—Si somos sinceros, cualquier cosa que quieras. Eres bueno en todas las materias, no, eres excelente en todas las materias. Bueno, no sé cómo eres con Estudios Muggles pero no creo que te vaya mal...

Una sonrisa cálida se posó en los labios de Blaise cuando escuchó el cumplido de Ana, y ella no pudo evitar sentir un cosquilleo en su estómago al ver que era para ella.

—Pareces pensar muy bien de mí.

Ana resopló con ofensa.

—Porque te lo mereces. Eres extraordinario.

La intensidad en la oscura mirada de Blaise traicionó al cuerpo de Ana, el cual parecía volverse más rojo con los segundos que pasaban bajo sus ojos. Tuvo que mirar más allá del cristal detrás de Blaise para poder relajarse.

—De todos modos, pienso que serías un profesor excelente —murmuró ella aún evitando la mirada de Blaise.

—¿Profesor? —inquirió Blaise con sorpresa. Se aclaró la garganta—. ¿De qué exactamente?

—De lo que quieras... —admitió Ana volviendo su mirada a él—. Pero si buscas por una respuesta más exacta... Las Runas Antiguas sería un buen comienzo, ¿no lo crees? Corre en la sangre de tu familia ser expertos en ellas...

El pecho de Blaise se agitó al compás de una risa incrédula mientras su cabeza se movía de un lado hacia otro. Ana no comprendía qué había sido gracioso en su comentario.

—No encuentro en mí la paciencia suficiente para convertirme en uno... Además, no podría quitarle el puesto a la profesora Babbling. Es increíble en lo que hace.

—¡Pues no es necesario que lo hagas! Siempre puedes concentrarte en ser su asistente primero, como Mary y la señora Pomfrey... o ser un profesor en alguna otra parte. No debes limitarte solo a las paredes de Hogwarts.

—¿Estás diciendo que debería mudarme de Irlanda a, tal vez, los Estados Unidos? Sería una opción trabajar en Ilvermorny —dijo Blaise.

Ana se removió en su asiento, la posibilidad de Blaise yéndose del país a otro no sentaba un buen gusto en su boca. De hecho, parecía ser algo terrible, casi una traición.

—Bueno, yo preferiría que te quedaras aquí... Pero no es mi lugar decir eso —admitió después de un rato en silencio—. De todos modos, aún creo que eres demasiado extraordinario para quedarte quieto en un solo castillo.

El rostro de Blaise se suavizó y suspiró, la comisura de sus labios se elevó por unos segundos mientras meditaba su respuesta. Su cuerpo se encontraba relajado, pero había un extraño brillo en sus ojos que Ana no podía ponerle nombre.

—Creo que tengo suficientes razones para quedarme. Y podría ser persuadido a tener más.

Ana volvió a sentir el calor subir a su cabeza, y mentiría si dijera que no podía sentir hasta la punta de sus orejas quemar. Tenía una leve sospecha del significado de aquellas palabras, y la pesadez de su intención era algo que Ana aún no podía responder. Carecía de respuestas; eran un lujo que aún no conseguía.

Se levantó de su banco con los folletos asomados en ambos bolsillos de su campera aireada y unos cuantos en ambos puños de sus manos.

—Creo que debería ir yendo ya... La cena va a comenzar en cualquier momento...

Blaise se aclaró la garganta y asintió, imitó a Ana y se levantó de su banco. Sus folletos estaban doblados y organizados en sus manos.

—Creo que será lo mejor.

Ana asintió y caminó con la cabeza gacha hacia la salida, cuando en el momento en que mitad de su cuerpo ya había salido, la voz de Blaise la hizo detenerse en seco.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó él con lentitud, a Ana le dio tiempo para volverse a mirarlo sobre su hombro—. ¿Sabes qué responderás mañana?

Ana recordó que al día siguiente tendría la entrevista vocacional. Una sonrisa se asomó por las comisuras de sus labios.

—Creo... Creo que tengo una leve sospecha de mi respuesta.

Sin esperar a escuchar más preguntas, Ana se dio media vuelta y se dirigió hacia donde el Gran Comedor la esperaba con la última cena de las vacaciones de Pascua. Tendría toda una noche para pensar en su futuro.

La mañana siguiente, después de levantarse con la ansiedad de ser la primera entrevistada de Gryffindor —al parecer tenía sus ventajas tanto como sus desventajas— y de comer un rápido desayuno que no logró llenar el profundo vacío instalado en su estómago, Ana se acercó a paso lento hacia el despacho de la profesora McGonagall. Cuando llegó, el reloj marcaba las ocho y cincuenta y nueve, por lo que esperó un minuto más antes de entrar.

—Buenos días, profesora McGonagall —dijo Ana cuando abrió la puerta a su despacho y vio a la profesora sentada detrás de su escritorio.

—Buenos días, Abaroa —respondió McGonagall con un asentimiento, pero, mientras ella hablaba, alguien hizo un ruido con la nariz en un rincón.

Ana giró su cabeza para observar allí.

La profesora Umbridge estaba sentada con un sujetapapeles sobre las rodillas, una recargada blonda alrededor del cuello y una sonrisita petulante en los labios.

«Dios mío»

—Siéntate, Abaroa —le indicó lacónicamente la profesora McGonagall, a quien le temblaron un poco las manos cuando barajó los folletos que había esparcidos por su mesa.

Ana se sentó de espaldas a la profesora Umbridge y la ignoró por completo, sin el deseo de empeorar su mañana. El rasgueo de su pluma rosada era el último de sus problemas.

—Bueno, Abaroa, esta reunión es para hablar sobre las posibles carreras que hayas pensado que te gustaría estudiar, y para ayudarte a decidir qué asignaturas deberías cursar en sexto y en séptimo —le explicó la profesora McGonagall—. ¿Has pensado ya qué quisieras hacer cuando salgas de Hogwarts?

Ana se relamió los labios y buscó con la mirada entre los folletos multicolor frente suyo. Dos vivían en su mente desde que los había leído todos.

—Bueno... He pensado en dos opciones... Una sería ser Magizoologista...

—Para eso necesitarás muy buenas notas en temas específicos... —replicó la profesora McGonagall; tomó en sus manos un folleto verde que había estado debajo de uno naranja y lo abrió—. Piden tres ÉXTASIS como mínimo. Asimismo, es recomendable elegir entre tres reservas de criaturas mágicas una vez terminado el colegio. Allí podrás poner a prueba tus conocimientos y entrenar con criaturas en sus respectivos hábitats antes de ir por tu cuenta... Supongo que querrás saber qué asignaturas tendrías que estudiar, ¿no es así?

—Sí, por favor... —dijo Ana, pestañeó con lentitud cuando escuchó la pluma de Umbridge moverse con rapidez.

—Naturalmente, necesitarás estudiar Cuidado de Criaturas Mágicas con suma precisión —confirmó la profesora McGonagall con tono resuelto—. Puede que Hagrid acepte «Aceptable» para continuar con su materia, pero te recomiendo que si quieres seguir una carrera enfocada en las criaturas mágicas, te esmeres con mínimo «Supera las expectativas.» Aunque por lo que he visto, tus notas en tal área no bajan de «Extraordinario» lo que será una gran ayuda —La profesora Umbridge emitió una débil tosecilla, como si quisiera comprobar

lo discretamente que era capaz de toser.

«Ya empezará» Ana puso los ojos en blanco, pero no pasó de largo la rápida sonrisa que la profesora McGonagall le mostró al verla hacerlo.

—También deberás estudiar Pociones, como ya habrás imaginado —la breve sonrisa volvió a su rostro cuando Ana asintió rendida—. Es fundamental para los Magizoologistas saber los recursos que las criaturas nos dan para la creación de antídotos y venenos, tanto para saber cómo ayudarlos a ellos en un caso de emergencia. Debes saber que el profesor Snape no acepta a ningún alumno que no haya conseguido un «Extraordinario» en su TIMO, así que te recomiendo que te esfuerces durante el período que falta para el examen, no obstante, veo que eso no tomará tanto tiempo siendo que tus notas han variado entre «Aceptable» y «Supera las expectativas» estos últimos años. Conocer la naturaleza es imprescindible para el ejercicio de esta carrera, por lo que también deberás prestar atención a las clases de Herbología. Estás por un buen camino con tus notas en tal materia...

Ana asintió y sacó una pequeña libreta de uno de sus bolsillos para escribir con rapidez todo lo que había escuchado y entendido. No dejaría toda esa información a la suerte de su memoria. Era demasiado arriesgado.

—Y me has dicho que tenías otra opción entre tus elecciones, Abaroa —añadió la profesora McGonagall cuando Ana terminó de escribir.

—Ah... sí... —su rostro se ruborizó de la vergüenza.

—¿Y bien?

—Pues... también había considerado tener un puesto en el Departamento del Cumplimiento de la Ley Mágica. Especialmente en el Wizengamot.

Ana lo vio como una victoria cuando dejó de escuchar el rasgueo de la pluma de Umbridge detrás suyo. No obstante, los nervios la comían desde su interior. La profesora McGonagall la observó por detrás de sus anteojos y asintió con lentitud.

—Es una carrera muy diferente a tu opción anterior... y mucho más exigente, pero si es eso lo que deseas ahora veremos lo que necesitarás —la profesora volvió a tomar otro folleto, esta vez uno color violeta profundo y oscuro, y lo abrió—. Necesitarás seis ÉXTASIS para obtener un puesto en el Departamento del Cumplimiento de la Ley Mágica. Las materias que se refieren a ella serán: Defensa Contra las Artes Oscuras, Transformaciones, Encantamientos, Historia de la Magia, Pociones y Herbología. En otras palabras, todas las materias principales de nuestro currículum, menos Astronomía ——La profesora Umbridge soltó la tos más pronunciada hasta el momento—. ¿Quiere una pastilla para la tos, Dolores? —preguntó con aspereza la profesora McGonagall sin mirar a su colega.

—No, muchas gracias —contestó ésta con aquella sonrisa que hervía la sangre de Ana—. Sólo me preguntaba si le importaría que hiciera una breve interrupción, Minerva.

—Adelante —indicó la profesora McGonagall apretando los dientes.

—Me estaba preguntando si la señorita Lupin tiene aptitud de jueza —comentó la profesora Umbridge con dulzura—. Su mentalidad es... pues infantil.

—Ah —dijo la profesora McGonagall con altivez mientras que Ana resoplaba por lo bajo—. Bueno, Abaroa—continuó, como si la interrupción no se hubiera producido—, si de verdad quieres ser parte del Wizengamot en un futuro, te recomiendo que te concentres en alcanzar el nivel requerido en Pociones y Transformaciones. El profesor Binns siempre ha aceptado «Aceptable» para concurrir a sus clases después de los TIMOS, y por lo que veo, superas aquella expectativa. En cuanto a Defensa Contra las Artes Oscuras, tus notas son aceptables; el profesor Lupin... ¿Seguro que no quiere una pastilla para la tos, Dolores?

—¡Oh, no, Minerva! No las necesito —dijo la profesora Umbridge con la misma sonrisa tonta, ya que había vuelto a toser aún más fuerte—. Simplemente quería añadir un breve comentario, y decir que me parece un poco indecente darle falsas esperanzas a Lupin luego de su comportamiento durante el curso...

—Falsas esperanzas... —McGonagall chasqueó su lengua y al fin miró a Umbridge—. Su comportamiento durante este curso y los anteriores me han demostrado cuán capaz es de algún día convertirse en jueza. La pasión por la justicia es el paso principal para convertirse en un implementador de la ley.

La sonrisa de la profesora Umbridge se borró de su rostro con la rapidez con que explotaba una bombilla y para no reírse, Ana se dio media vuelta con rapidez. La profesora McGonagall se volvió hacia Ana; resoplaba y echaba chispas por los ojos.

—¿Alguna pregunta, Abaroa?

—Sí... ¿Habrá algún entrenamiento luego de salir del colegio?

—Así es, el entrenamiento consistirá en cinco años trabajando en el Servicio de Administración del Wizengamot bajo la tutela de quien esté a cargo de ti. Tu trabajo variará entre manejar los horarios de los jueces hasta el mantenimiento de los documentos de la corte. No obstante, todo esto será después de tres años trabajando para...

—Y también sabrá —interrumpió Umbridge con la misma expresión de un asno— que su carácter irracional y bruto jamás podría ver la luz del Wizengamot, donde la cordialidad y el respeto es lo que más se busca.

—... después de tres años trabajando para cualquiera de las tres oficinas restantes del Departamento del Cumplimiento de la Ley Mágica, tales como...

—Lo que significa que Lupin jamás podría alcanzar el mismo nivel de respeto que los jueces de Wizengamot poseen, tal como su padre.

—Entonces ya lo tiene —respondió la profesora McGonagall.

—Nadie dejará a la hija de un peligroso hombre lobo cuidar nuestras leyes.

Ana tosió tan fuerte como tantas veces había hecho la profesora Umbridge con anterioridad. Se levantó de su asiento y luego de buscar la aprobación de la profesora McGonagall, se giró hacia la mujer cuyo cabello parecía tirar tan fuerte de sus neuronas.

—En realidad, profesora Umbridge... Perdóneme mi interrupción, pero no veo porqué necesitaría de su bendición para postularme en esta carrera. El mundo mágico necesita una transformación, necesita evolucionar. Demasiadas de sus leyes son antiguas y vergonzosas, ¡Realmente no ayudan a nadie! —lo último lo dijo de manera tajante—. Profesora McGonagall —se volvió a ella—. Me encantaría trabajar como Magizoologista, pero al trabajar en esa área, solo sería capaz de ayudar a una porción de la comunidad, y no a toda. Quiero ser capaz de ayudar a todos: criaturas, bestias, entidades, espíritus y humanos, todos juntos. Quiero cambiar el prejuicio e injusticia tan instalado en el sistema. Reconozco que es un problema de mucha profundidad e historia, pero confío en mí misma en realizar un cambio. Traeré al mundo mágico una oportunidad de igualdad y oportunidades aunque me tome toda la vida. Voy a lograr aunque sea lo más mínimo.

La profesora McGonagall sonrió levemente y asintió, detrás de Ana se podía escuchar los chillidos de ofensa de Umbridge.

—Entonces no veo que debamos discutir nada más —decretó la profesora McGonagall antes de que la otra mujer pudiera interrumpir—. Ya puedes irte, Abaroa.

Ana se colgó la mochila en uno de sus hombros, e ignorando los nuevos chillidos e insultos de la profesora Umbridge, salió del despacho con el mentón alto. Mientras recorría el pasillo, siguió oyendo sus chillidos.

•      •      •

Esa misma tarde, durante la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, Ana ignoró por completo la mirada en llamas de Umbridge hasta el final de clase y se concentró en la mirada preocupada que Hermione no quitaba hacia Harry. Al parecer, Fred y George crearían una distracción para que Harry pudiera hablarle a su padre con la chimenea que se encontraba en la oficina de Umbridge. Hermione no estaba encantada con las noticias, pero no mostraba tanta acidez ante la idea ya que sabía que James Potter podría solucionar cualquier problema que Harry estuviera teniendo.

Cuando la clase finalizó y salieron al pasillo para ir a dejar sus cosas en los dormitorios, Ana estaba a mitad del viaje cuando notó cómo todos corrían a una dirección entre chillidos y gritos que ella no podía escuchar; los alumnos que salían de las aulas se paraban en seco y miraban con temor hacia el techo...

La profesora Umbridge abandonó precipitadamente la clase, tan aprisa como le permitían sus cortas piernas.

Por su parte, Ana vio cómo se iba corriendo con la varita en alto y antes de que pudiera irse por el otro lado para no tener que estar rodeada de una multitud, la mano de Hermione rodeó su brazo con fuerza. Ana levantó su mirada hacia ella y notó cómo la expresión de temor en su amiga se movía desde donde Harry se iba corriendo, y donde al parecer, el alboroto había sido perseguido por Umbridge.

—No te preocupes, Hermione —Ana le acarició el brazo para que se tranquilizara—. Harry no tendrá problemas; si hay algo que los gemelos saben hacer es una gran dramática distracción. Pero ahora, yo no quiero ser víctima de su espectáculo así que, ¿qué te parece si subimos a los dormitorios y dejamos todas nuestras cosas antes de volver a bajar?

Hermione asintió, aún paralizada por sus emociones encontradas, por lo que Ana tuvo que ser la encargada de guiar sus piernas hacia donde una de las escaleras movedizas las llevaría a la Torre de Gryffindor.

Diez minutos más tarde, después de que Hermione tomara cuatro vasos de agua para tranquilizarse, ella y Ana bajaron hacia donde se había visto por última vez el espectáculo de los gemelos Weasley. Bajaron al vestíbulo y se encontraron con una escena un tanto familiar. Los estudiantes estaban de pie formando un gran corro a lo largo de las paredes, algunos cubiertos con un sustancia pegajosa y verde; además de alumnos, también había profesores y fantasmas. Entre los curiosos destacaban los miembros de la Brigada Inquisitorial, que parecían muy satisfechos de sí mismos exceptuando a Blaise que solo parecía aburrido, y Peeves, que cabeceaba suspendido en el aire, desde donde contemplaba a Fred y George, que estaban sentados en el suelo en medio del vestíbulo. Era evidente que acababan de atraparlos.

—¡Muy bien! —gritó triunfante la profesora Umbridge desde la otra punta—. ¿Les parece muy gracioso convertir un pasillo del colegio en un pantano?

—Pues sí, la verdad —contestó Fred, que miraba a la profesora sin dar señal alguna de temor.

Filch se abría paso entre los estudiantes, agitando un pergamino en el aire y con la expresión de un niño en Navidad.

—Ya tengo el permiso, señora —anunció con voz ronca mientras agitaba el trozo de pergamino que Harry le había visto sacar de la mesa de la profesora Umbridge—. Tengo el permiso y tengo las fustas preparadas. Déjeme hacerlo ahora, por favor...

—Muy bien, Argus —repuso ella—. Ustedes dos —prosiguió sin dejar de mirar a los gemelos— van a saber lo que les pasa a los alborotadores en mi colegio.

—¿Sabe qué le digo? —replicó Fred—. Me parece que no. —Miró a su hermano y añadió— : Creo que ya somos mayorcitos para estar internos en un colegio, George.

—Sí, yo también tengo esa impresión —coincidió George con desparpajo.

—Ya va siendo hora de que pongamos a prueba nuestro talento en el mundo real, ¿no? —le preguntó Fred.

—Desde luego —contestó George.

Y antes de que la profesora Umbridge pudiera decir ni una palabra, los gemelos Weasley levantaron sus varitas y gritaron juntos:

—¡Accio escobas!

Por unos segundos no pasó nada, hasta que de repente, las escobas de Fred y George, una de las cuales arrastraba una pesada cadena y una barra de hierro, volaban a toda pastilla por el pasillo hacia sus propietarios; torcieron hacia la izquierda, bajaron la escalera como una exhalación y se pararon en seco delante de los gemelos.

—Hasta nunca —le dijo Fred a la profesora Umbridge, y pasó una pierna por encima de la escoba.

—Sí, no se moleste en enviarnos ninguna postal —añadió George, y también montó en su escoba.

Fred miró a los estudiantes que se habían congregado en el vestíbulo, que los observaban atentos y en silencio.

—Si a alguien le interesa comprar un pantano portátil como el que han visto arriba, nos encontrará en Sortilegios Weasley, en el número noventa y tres del callejón Diagon —dijo en voz alta.

—Hacemos descuentos especiales a los estudiantes de Hogwarts que se comprometan a utilizar nuestros productos para deshacerse de esa vieja bruja —añadió George señalando a la profesora Umbridge.

—¡DETÉNGANLOS! —chilló la mujer, pero ya era demasiado tarde.

Cuando la Brigada Inquisitorial empezó a cercarlos, Fred y George dieron un pisotón en el suelo y se elevaron a más de cuatro metros, mientras la barra de hierro oscilaba peligrosamente un poco más abajo. Fred miró hacia el otro extremo del vestíbulo, donde estaba suspendido el poltergeist, que cabeceaba a la misma altura que ellos, por encima de la multitud.

—Hazle la vida imposible por nosotros, Peeves.

Y Peeves se quitó el sombrero con cascabeles de la cabeza e hizo una ostentosa reverencia al mismo tiempo que los gemelos daban una vuelta al vestíbulo en medio de un aplauso apoteósico de los estudiantes y salían volando por las puertas abiertas hacia una espléndida puesta de sol.

•      •      •

¡buen domingo!

estuve todo el día tratando de terminar y editar este capítulo asjsaj perdón la tardanza o(-<

¿cómo están? ¿cómo los trató esta primera semana de 2023?

ah antes de que me olvide, la semana que viene va a ser el último capítulo antes de que me tome un descanso hasta febrero, ¿sí? así que voy a publicar un capítulo el sábado y descanso unas dos semanas antes de volver a publicar ¡!

¿les gustó el capítulo? fue en lo general tranqui porque se viene TODO en el próximo <3

así que sí, me voy a descansar justo cuando publique esa bomba ♥

nos vemos el sábado

•chauuu•

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