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"El corazón quiere lo que quiere"

La historia del vuelo hacia la libertad de Fred y George se contó tantas veces en los días siguientes que Ana sospechó que en cualquier momento se convertiría en leyenda. Inmediatamente después de su partida, muchos alumnos se plantearon seguir los pasos de los gemelos Weasley; así, un gran número de estudiantes aspiraba a ocupar el cargo vacante de alborotador en jefe.

Filch rondaba por los pasillos con un látigo en la mano, ansioso por atrapar alborotadores, pero el problema era que había tantos que el conserje no sabía adónde mirar. La Brigada Inquisitorial hacía todo lo posible por ayudarlo, pero a sus miembros les ocurrían cosas extrañas sin parar. Pansy Parkinson, para gran alegría de Hermione, se perdió todas las clases del día siguiente porque le habían salido cuernos; y el pobre de Blaise tuvo que soportar varias veces ser atacado por bombas fétidas invisibles. Ana siempre terminaba ayudándolo cuando tenía tiempo.

Y así era el caos, que ni siquiera los miembros del profesorado querían ayudar a la nueva profesora. Es más, parecían más que dispuestos a aconsejar a Peeves de cómo mantener el caos de la manera correcta.

Por otra parte, el partido que cerraría la temporada de quidditch, Gryffindor contra Ravenclaw, iba a celebrarse el último fin de semana de mayo. Lo que casi coincidía con la fecha del cumpleaños de Blaise. Normalmente aquello no presentaba problema alguno, no obstante, el hecho de que ahora la cabeza de Ana vagaba entre los exámenes que cada vez estaban más cerca, el partido donde Ron saldría victorioso o perdedor, y sus sentimientos aún confusos por Blaise, se encontraba en aprietos.

—No sé qué regalarle —admitió Ana a Hermione, la tarde anterior al partido de quidditch mientras estudiaban en la biblioteca.

Esos últimos días, Hermione se había vuelto una persona bastante ermitaña, con buena razón. Contrario a Ana, que cada vez que se ponía a estudiar intensamente en las materias que le gustaban y distraídamente en las que no, Hermione se pasaba cada segundo, cada respiro de su día dedicada a sus estudios. Por lo tanto, no era la persona correcta para distraer.

—Ana, no sé qué decirte —murmuró Hermione, ambas manos en el pañuelo de satén que ahora ataba su cabello crespo. Parecía hasta temblar mientras leía el libro de Aritmancia bajo sus ojos.

Ana hizo una mueca de preocupación al verla. Había estado tan perdida en sus pensamientos que había pasado de alto el hecho de que su amiga tenía un aspecto preocupante.

Un mes faltaba para los exámenes, pero solo hacía falta una respuesta incorrecta de parte de Hermione para que se volviera completamente loca. Por su parte, Ana estaba estresada, pero nunca como su amiga. Sin duda era la culpa de que la realidad de la situación le parecía lejana, pero cuando una semana llegara a sus pies, estaba segura de que se pondría peor. No podía dejar que la opinión de Umbridge le ganara.

Se levantó de su asiento.

—Tienes razón, perdón —susurró mientras guardaba sus pertenencias en su mochila—. No te preocupes, voy a encontrar una solución... En realidad, creo que ya tengo una... Sí... Te dejo a estudiar, nos vemos luego...

•      •      •

El veinticinco de mayo llegó a Hogwarts, al igual que el último partido de Quidditch. Por un lado positivo, Ana tenía todas las esperanzas de que Ron ganara el juego; por el otro lado negativo, no había escuchado muy buenas expectativas del resto del colegiado.

Luego de que todos los jugadores fueran presentados, por un abatido Lee Jordan, comenzó el comentario del juego.

—¡Allá van! —gritó Lee—. Davies atrapa inmediatamente la quaffle, el capitán de Ravenclaw en posesión de la quaffle, regatea a Johnson, regatea a Bell, regatea también a Spinnet... ¡Va directo hacia la portería! Se dispone a lanzar y, y... —Lee soltó una palabrota—. Y marca.

Ana se encogió en su lugar ante las quejas dolorosas de sus amigos de Gryffindor y los miró con culpa.

—Ey, todo puede cambiar, ¿no? —se mordió la lengua al recibir las miradas cansadas de Hermione y Harry, la canción de los Slytherins se hizo escuchar—. Va, ya me cansé de que me miren así. No se puede ser optimista en paz...

—Harry —dijo una voz ronca cerca de ellos—. Hermione, Ana...

Ana giró la cabeza y vio la enorme y barbuda cara de Hagrid, que asomaba entre los asientos. Por lo visto, había recorrido toda la hilera, porque los alumnos de primero y de segundo curso, que estaban sentados detrás de los tres, parecían aplastados y despeinados. Por algún extraño motivo, Hagrid estaba doblado por la cintura, como si no quisiera que alguien lo viera.

—Escuchen —susurró—, ¿pueden venir conmigo? Ahora, mientras todos ven el partido.

El ceño de Ana se frunció con preocupación, por Hagrid y por Ron.

—Pero el partido... Ron...

—Tiene que ser ahora, mientras todo el mundo mira hacia el otro lado. Por favor.

A Hagrid le sangraba un poco la nariz y tenía ambos ojos amoratados. Parecía estar sumamente angustiado.

Hermione, al notar la preocupación de todos se aclaró la garganta y señaló con la cabeza a donde Ron esperaba las Quaffles para detener.

—Yo me quedaré... vayan ustedes dos, ¿sí? Así no dejamos a Ron solo...

Ana y Harry se miraron antes de asentir y seguir a Hagrid a paso torpe. Recorrieron su hilera de asientos provocando las protestas de los estudiantes que tuvieron que levantarse para dejarlos pasar. Los de la fila de Hagrid no se quejaban: sólo intentaban ocupar el mínimo espacio posible.

—Les lo agradezco mucho, de verdad —dijo Hagrid cuando llegaron a la escalera. Siguió mirando alrededor, nervioso, mientras bajaban hacia el jardín—. Espero que no hayan visto que nos marchamos.

—¿Te refieres a la profesora Umbridge? —le preguntó Harry—. Tranquilo, seguro que no nos ha visto. Está sentada con toda su brigada, ¿no te has fijado? Debe de imaginarse que pasará algo durante el partido.

—Ya, bueno, un poco de jaleo no nos vendría mal —comentó Hagrid, y se detuvo al llegar al pie de las gradas para asegurarse de que la extensión de césped que las separaba de su cabaña estaba desierta—. Así dispondríamos de más tiempo.

—¿Está todo bien, Hagrid? —murmuró Ana el rostro lleno de preocupación mientras corrían por la hierba hacia el bosque.

—Bueno, enseguida lo verás —contestó él, y miró hacia atrás cuando estalló una gran ovación en el estadio—. Eh, acaba de marcar alguien, ¿no?

—Seguro que ha sido Ravenclaw —afirmó Harry, apesadumbrado. Ana lo miró mal.

—Estupendo..., estupendo —murmuró Hagrid, distraído—. Me alegro...

Ana y Harry tuvieron que correr para alcanzar a su amigo, que avanzaba por la ladera a grandes zancadas y de vez en cuando miraba hacia atrás. Hagrid pasó de largo de la cabaña y siguió hasta la linde del bosque, y una vez allí tomó una ballesta que estaba apoyada en el tronco de un árbol. Ana miró atónita a Harry.

—Debemos entrar en el bosque. ¡Vamos, deprisa, antes de que nos vean!

Esa no parecía una buena idea, pero aún así, ambos se pusieron a cubierto entre los árboles, detrás de Hagrid, que seguía adentrándose en la verde penumbra con la ballesta al hombro. Corrieron para alcanzarlo.

—¿Por qué vas armado, Hagrid? —le preguntó Harry.

—Sólo es por precaución —respondió, encogiendo sus fornidos hombros.

Tenía sentido, y aún así Ana tuvo que morder su lengua para no discutir aquella lógica.

—¿Y lo que vamos a ver influye en esa precaución...? —dijo Ana luego de tropezar con una raíz y sostener su balance en el hombro de Harry.

—Esperen un poco y lo entenderán...

Dejó aquel indescifrable comentario en el aire y siguió adelante; cada paso que daba Hagrid equivalía a tres pasos de los chicos, de modo que les costaba trabajo seguirlo.

A medida que se adentraban en el Bosque Prohibido la maleza iba invadiendo el camino y los árboles cada vez crecían más juntos, así que estaba tan oscuro como al anochecer. Habían llegado mucho más allá del claro donde Hagrid les había enseñado los thestrals, y en un momento comenzó a caminar entre los árboles hacia el corazón del bosque.

—¡Hagrid! —exclamó Harry mientras atravesaba unas zarzas llenas de pinchos—. ¿A dónde vamos?

—Un poco más allá —contestó él mirándolo por encima del hombro—. Vamos, Harry, ahora hemos de avanzar juntos.

Costaba mucho trabajo seguir el ritmo de Hagrid al haber tantas ramas y tantos espinos por entre los que él pasaba sin inmutarse, como si fueran telarañas, pero en cambio a Ana y a Harry se le enredaban en sus ropas o los detenía más de diez segundos enteros. Al rato, Ana ya estaba adolorida y transpirada. Se habían adentrado tanto en el bosque que, de vez en cuando, lo único que se veía de Hagrid en la penumbra era una inmensa silueta negra delante de ellos.

—Hagrid, ¿no podríamos encender las varitas? —propuso Harry en voz baja.

—Bueno, bien—susurró Hagrid—. En realidad... —Entonces paró en seco y se dio la vuelta; Ana chocó contra él y cayó hacia atrás. Fue sujetada por Harry justo antes de que diera contra el suelo—. Quizá sería conveniente que nos detuviéramos un momento, para que pueda... poneros al corriente —sugirió—. Antes de que lleguemos a donde vamos.

Ana y Harry suspiraron con alivio.

Ambos murmuraron: ¡Lumos!, y las puntas de sus varitas se encendieron. El rostro de Hagrid surgió de la penumbra, entre los dos vacilantes haces de luz, y Ana comprobó una vez más que su amigo estaba nervioso y afligido.

—Bueno —empezó Hagrid—, veamos... El caso es que... —Inspiró hondo—. Bueno, hay muchas posibilidades de que me despidan cualquier día de éstos —expuso.

Ana y Harry se miraron y luego miraron a Hagrid.

—Pero... no has estado tan mal, Hagrid...

—La profesora Umbridge cree que fui yo quien metió ese escarbato en su despacho.

—¿Lo hiciste? —le preguntó Harry.

—¡No, claro que no! —contestó Hagrid, indignado—. Pero ella cree que cualquier cosa relacionada con criaturas mágicas tiene que ver conmigo. Ya saben que ha estado buscando una excusa para librarse de mí desde que regresé a Hogwarts. Yo no quiero marcharme, por supuesto, pero si no fuera por..., bueno, el carácter excepcional de lo que estoy a punto de revelarles, me marcharía ahora mismo, antes de que a ella se le presente la ocasión de echarme delante de todo el colegio, como hizo con la profesora Trelawney.

Ana y Harry hicieron signos de protesta, pero Hagrid los desechó agitando una de sus enormes manos.

—No es el fin del mundo; cuando salga de aquí, tendré ocasión de ayudar a Dumbledore y puedo resultarle muy útil a la Orden. Y ustedes cuentan con la profesora Grubbly-Plank, así que no tendrán problemas para... para aprobar los exámenes. —La voz le tembló hasta quebrarse—. No se preocupen por mí —se apresuró a añadir. Sacó su inmenso pañuelo de lunares del bolsillo de su chaleco y se enjugó las lágrimas con él—. Miren, no les estaría soltando este sermón si no fuera necesario. Verán, si me voy..., bueno, no puedo marcharme sin... sin contárselo a alguien... porque... porque necesito que me ayuden. Y Hermione y Ron también, si quieren.

—Pues claro que te ayudaremos —soltó Harry enseguida—. ¿Qué quieres que hagamos?

Hagrid se sorbió la nariz y dio unas palmadas a Harry en el hombro, con tanta fuerza que el chico salió impulsado hacia un lado y chocó contra un árbol. Ana lo fue a ayudar.

—Ya sabía que dirían que sí —comentó Hagrid tapándose la cara con el pañuelo—, pero no..., nunca... olvidaré... Bueno, vamos... Ya falta poco... Tengan cuidado porque por aquí hay ortigas...

Continuaron andando en silencio otros cinco minutos; cuando Ana se raspó la pierna con una zarza, Hagrid extendió el brazo derecho indicándoles que debían parar.

—Muy despacito —indicó con voz queda—. Sin hacer ruido...

Avanzaron con sigilo y de pronto Ana vio que se encontraban frente a un gran y liso montículo de tierra, tan alto como Hagrid. El montículo, a cuyo alrededor los árboles habían sido arrancados de raíz, se alzaba sobre un terreno desprovisto de vegetación y rodeado de montones de troncos y de ramas que formaban una especie de valla o barricada detrás de la cual se hallaban los tres.

Ana enseguida se dio cuenta de lo que era. Su mandíbula cayó al suelo.

—Ay, Hagrid... Esto... Esto es grave... ¡No puede estar cómodo aquí! —masculló ella con preocupación. A Hagrid se le llenaron sus ojos oscuros de lágrimas.

—Pensé que si lo traía aquí —continuó el guardabosques— y le enseñaba buenos modales... podría presentárselo a todo el mundo y demostrar que es inofensivo.

—Sacarlo de su hábitat... —Ana pasó sus manos sobre su cabeza y observó los brazos de Hagrid—. Mira lo que te ha hecho... si lo encuentran... Hagrid, Dios, lo matarán...

—¡No es consciente de la fuerza que tiene! —aseguró Hagrid muy convencido—. Y está mejorando, ya no pelea tanto como antes...

—Pero sabes cómo viven ellos —insistió Ana y le agarró un brazo—. Sabes cómo son, sabes que hubiera estado más feliz allí que...

—No lo dejaban vivir, Ana, se metían con él por lo pequeño que es.

Ana miró de reojo al bulto gigante y se mordió el labio. Sí parecía más pequeño que un gigante normal, ¿pero qué sabía ella?

—No podía dejarlo allí, Ana —afirmó Hagrid. Las lágrimas resbalaban por su magullada cara y se perdían entre los pelos de su barba—. Es que... ¡es mi hermano!

Ana se mordió la lengua, una protesta se atascó en su garganta.

—Cuando dices «hermano» —intervino Harry—, ¿quieres decir...?

—Bueno, hermanastro —se corrigió—. Resulta que cuando dejó a mi padre, mi madre estuvo con otro gigante y tuvo a Grawp...

—¿Grawp? —repitió Harry.

—Sí..., bueno, así es como suena cuando él pronuncia su nombre —explicó Hagrid con nerviosismo—. No sabe mucho nuestra lengua... He intentado enseñarle un poco, pero... En fin, por lo visto mi madre no le tenía más cariño del que me tenía a mí. Verán, para las gigantas lo más importante es tener hijos grandotes, y él siempre ha sido tirando a canijo, para ser un gigante. Sólo mide cinco metros.

—¡Aún así, Hagrid! ¡Aquí de todos los lugares...! —Ana suspiró y trató de calmar sus nervios—. Ya está... No hay nada que hacer, ya lo has traído y está aquí... —asintió y se relamió los labios—. ¿Qué necesitas que hagamos?

—Cuidar de él —respondió Hagrid con voz ronca—. Cuando yo me vaya.

Ana no se atrevía a mirar a Harry, sino que observó con aprensión a Grawp, que aún dormía.

—Necesita compañía... —continuó Hagrid, sorbiendo su nariz—. Si yo supiera que alguien sigue ayudándolo un poco, enseñándole nuestro idioma... ¿Me explico?

No sonaba como una misión imposible si se lo ponía a pensar con profundidad. El curso anterior había tenido una interacción exitosa y cercana con un dragón, cuando había podido terminar quemada hasta los huesos por sus llamas feroces; también había recibido una reliquia de las sirenas que podría haber puesto en riesgo al fino hilo que era la relación entre ellos y los humanos, pero no falló. Y si en algún futuro quería marcar un ejemplo para que la comunidad mágica siguiera y así ayudar a las criaturas mágicas a tener más oportunidades justas, tal vez tenía que aceptar y ya, ¿no?

—Ya, lo haremos... —suspiró Ana luego de unos segundos. Harry asintió con rendición.

—Sabía que podía contar con ustedes —repuso Hagrid, y sonrió con los ojos llorosos mientras volvía a secarse la cara con el pañuelo—. Y no quisiera que esto les afectara demasiado... Ya sé que tienen exámenes... Si tan sólo pudieran acercarse hasta aquí con la capa invisible una vez por semana y charlaran un rato con él... Bueno, voy a despertarlo para presentárselos...

Cuando estaba a unos tres metros de él, tomó una larga rama del suelo, volvió la cabeza y sonrió a los dos; luego golpeó la espalda del gigante.

Éste soltó un rugido que resonó por el silencioso bosque; los pájaros que estaban posados en las copas de los árboles echaron a volar, gorjeando, y se alejaron de allí. Entre tanto, frente a Ana y Harry, Grawp se levantaba del suelo, que tembló cuando apoyó una inmensa mano en él para darse impulso y ponerse de rodillas. Después giró la cabeza para ver quién lo había despertado.

—¿Estás bien, Grawpy? —le preguntó Hagrid con una voz que pretendía ser alegre, y retrocedió con la larga rama en alto, preparado para volver a pegar a Grawp—. ¿Qué tal has dormido? ¿Bien?

Ana levantó su vista hacia el gigante mientras Harry retrocedía, valorando su vida. Grawp se arrodilló entre dos árboles que todavía no había arrancado. Su cara, increíblemente grande: parecía una luna llena gris que relucía en la penumbra del claro. La nariz era pequeña y gruesa; la boca, torcida y llena de dientes amarillos e irregulares del tamaño de ladrillos; los ojos, pequeños, eran de un color marrón verdoso y en aquellos momentos los tenía entornados a causa del sueño. Grawp se llevó los sucios nudillos, cada uno del tamaño de una pelota de criquet, a los ojos, se los frotó enérgicamente y luego, sin previo aviso, se puso en pie con una velocidad y una agilidad asombrosas.

Los árboles a los que estaban atados los extremos de las cuerdas que sujetaban las muñecas y los tobillos de Grawp crujieron amenazadoramente. Adormilado, Grawp miró alrededor, estiró una mano del tamaño de una sombrilla, tomó un nido de pájaros de las ramas superiores de un altísimo pino y lo volcó a la vez que emitía un gruñido de desagrado por no haber encontrado dentro ningún pájaro; los huevos cayeron como granadas al suelo y Hagrid se cubrió la cabeza con los brazos para protegerse.

—Mira, Grawpy —gritó el guardabosques mirando con aprensión hacia arriba por si caían más huevos—, he traído a unos amigos míos para presentártelos. Ya te hablé de ellos, ¿recuerdas? ¿Recuerdas que te dije que quizá tuviera que irme de viaje y dejarte a su cargo unos días? ¿Te acuerdas, Grawpy?

Pero Grawp se limitó a soltar otro débil gruñido. Había tomado con la mano la copa del pino y tiraba del árbol hacia sí por el puro placer de ver hasta dónde rebotaba cuando lo soltaba.

—¡No hagas eso, Grawpy! —lo regañó Hagrid—. Así es como has arrancado todos los demás... —Y, efectivamente, Ana vio cómo el suelo empezaba a resquebrajarse alrededor de las raíces del árbol—. ¡Te he traído compañía! —gritó Hagrid—. ¡Mira, amigos! ¡Mira hacia abajo, payasote, te he traído a unos amigos!

Grawp miró hacia abajo con adormilada curiosidad.

—¡Estos son Ana y Harry, Grawp! —exclamó Hagrid yendo hacia donde estaban los dos—. ¡Vendrán a hacerte compañía! Qué bien, ¿verdad?

El gigante perdió interés con rapidez y volvió a jugar con la copa del pino.

—Bueno... —dijo Hagrid, se puso en pie mientras recogía su ballesta—. Bueno, ya está, ya lo he presentado, así cuando vuelvan él los reconocerá. Sí, bueno... Ahora..., ahora podemos regresar, ¿de acuerdo?

Ambos asintieron y fueron nuevamente guiados por Hagrid entre los árboles. Caminaban en silencio; ni siquiera hicieron ningún comentario cuando oyeron un estruendo a lo lejos, señal de que finalmente Grawp había arrancado el pino.

—Quietos —dijo de pronto Hagrid cuando Ana y Harry lo seguían con dificultad por una zona de densas matas de centinodia. A continuación, sacó una flecha del carcaj que llevaba colgado del hombro y cargó la ballesta. Los dos amigos levantaron sus varitas mágicas; ahora que habían dejado de andar, ellos también oían moverse algo cerca de allí—. ¡Vaya! —exclamó Hagrid en voz baja.

—Me parece recordar que te advertimos que ya no serías bien recibido aquí, Hagrid — sentenció una profunda voz masculina.

Por un instante, el torso desnudo de un hombre pareció que flotaba hacia ellos a través de la verdosa y veteada penumbra; pero entonces vieron que su cintura se fundía con el cuerpo de un caballo, cuyo pelaje era marrón. El centauro tenía un rostro imponente de pómulos muy marcados y largo cabello negro. Iba armado, igual que Hagrid: llevaba colgados del hombro un arco y un carcaj lleno de flechas.

—¿Cómo estás, Magorian? —lo saludó Hagrid con cautela.

Se oyeron susurros entre los árboles que había detrás del centauro, y entonces aparecieron otros cuatro o cinco congéneres. Ninguno de los que parecían felices de ver a Hagrid en el bosque.

Uno de los centauros iba a abrir la boca para hacer conocer su disgustada opinión, cuando sus ojos oscuros se toparon con los de Ana en asombrado reconocimiento. Se inclinó en sus patas delanteras en un tipo de reverencia.

—Nuestra señora de la noche.

«¿Señora?» pensó Ana con ofensa mientras los demás giraban sus cabezas hacia ella y copiaban los movimientos de su compatriota.

—Nuestra guía —dijo otro con un tono respetuoso.

—Y protectora —añadió otro.

—¿Eh...? —Ana murmuró mientras daba un paso hacia atrás, sin saber cómo reaccionar. Hagrid y Harry la miraron confundidos. Entre los tres parecían un trío de idiotas.

—Pareces estar en presencia de un ser poderoso y no pareces reconocerlo en absoluto —dijo el centauro de nombre Magorian hacia Hagrid una vez que levantó su rostro. Miró a Ana con el semblante serio—. Y tú, joven niña, pareces no comprender el rol que se te ha sido asignado. Lleva a cabo el destino que se te ha sido encargado. Ya no hay una sola presencia dentro tuyo; hay dos —Magorian se giró hacia Hagrid sin alterarse—. Te dejaremos ir, Hagrid. Pero recuerda nuestras palabras. No hay segundas oportunidades.

Antes de que Hagrid saliera de su trance, los centauros desaparecieron entre las sombras. Él y Harry miraron a Ana con estupefacción, pero ella no les podía decir nada. No sabía qué decir.

—Siento que voy a vomitar... —admitió ella antes de volver a caminar por el sendero. Hagrid reemprendió camino sin decir nada.

Finalmente llegaron al camino y, tras unos minutos más, comprobaron que los árboles ya no crecían tan juntos. Entonces volvieron a divisar fragmentos de cielo azul y oyeron gritos y vítores a lo lejos.

—El partido ha terminado... —murmuró Ana sacando una rama de su cabello ondulado y despeinado.

De reojo, notó el mal aspecto que presentaba Harry: sus cabellos normalmente despeinados, ahora estaban enredados entre ramas y hojas, su piel oscura estaba llena de arañazos tanto como en su ropa. Sus anteojos estaban disparejos. Ana se imaginaba que ella presentaba un aspecto similar.

—¡Miren, ya empieza a salir gente, si se dan prisa podrán mezclarse entre el público y nadie se enterará de que no han estado ahí!

—Buena idea —dijo Harry—. Bueno..., hasta luego, Hagrid.

—No podemos decirle nada a Hermione —masculló Ana cuando estuvieron lo suficiente lejos de Hagrid—. Entrará en pánico. No. Se volverá loca y se pondrá furiosa. No podemos decirle...

—¿Y qué tal si hablamos de cómo te llamaron los centauros? —preguntó Harry a lo que Ana resopló.

—¿Qué tal si no? Me duele la cabeza por todo esto... Ay, en qué nos metimos...

—No lo sé...

De repente, Harry cerró la boca mientras su concentración se fijaba en algo desconocido a Ana. Sus ojos se entrecerraron con suma concentración.

—Ana...

—¿Qué? —dijo ella y sacó uno de sus tapones para poder escuchar lo que fuera que había sorprendido a su amigo.

A Weasley vamos a coronar.

A Weasley vamos a coronar.

La quaffle consiguió parar.

A Weasley vamos a coronar...

—¡Yo sabía...! —exclamó Ana con el puño en el aire.

—¡HARRY! ¡ANA! —gritó Ron, que enarbolaba la copa de plata de quidditch y estaba loco de alegría—. ¡LO HEMOS CONSEGUIDO! ¡HEMOS GANADO!

Cuando Ron pasó por delante de ellos, Ana y Harry sonrieron muy contentos a su amigo. Los estudiantes se agolparon junto a la puerta del castillo y Ron se golpeó la cabeza contra el dintel, pero los que lo llevaban a hombros se resistían a bajarlo. Sin dejar de cantar, la muchedumbre entró apretujadamente en el vestíbulo y se perdió de vista. Entonces se miraron y sus sonrisas se desvanecieron.

—No podemos contarles...

—Al menos no hoy —dijo Harry—. Mañana tal vez.

Luego subieron juntos la escalera de piedra. Al llegar a las puertas del castillo, ambos miraron instintivamente hacia el Bosque Prohibido. Ana no sabía qué la traía más preocupada, o el gigante entre aquella oscuridad o las palabras que había escuchado. En definitiva ninguna de las dos era buena.


Los días pasaron junto a la euforia de Ron de haber ganado la Copa de Quidditch y la preocupación de la revelación de Hagrid acerca de Grawp. Ana tenía tantas preocupaciones en su cabeza que había resuelto volver a tomar pastillas para el dolor de cabeza. Recetadas por Mary, claro. Fueron días tan pesados, que cuando el cumpleaños de Blaise llegó, Ana terminó por arrastrarse hacia el escondite con el cansancio pintado en su rostro.

Por su parte, Blaise se encontraba igual de elegante que siempre a pesar de que su rostro estaba enterrado en un libro de Transformaciones y su uniforme estaba un poco desarreglado. Parecía haberlo tratado de arreglar unas cuantas veces sin éxito. Los nervios florecían en sus múltiples expresiones.

—Feliz cumpleaños... —murmuró Ana al entrar y verlo estudiar con suma concentración. Blaise solo dejó salir un leve sonido que parecía ser sinónimo de 'hola'—. Me hacen sentir mal con todo lo que estudian... debería preocuparme más, ¿no?

—¿Cómo se ha referido la profesora McGonagall al hechizo desvanecedor durante todo el año?

El cerebro de Ana solamente escuchó estática. Sus manos comenzaron a transpirar ante la falta de memoria de sus estudios.

—«Es un hechizo utilizado para desvanecer los objetos al no ser, o en otras palabras, al todo.»

Ana se dejó caer en el asiento con pésame y desánimo, sus hombros cayeron tanto como el paquete que sostenía una de sus manos.

—Cuando me vaya me pondré a repasar...

Por fin, Blaise levantó la vista de su libro y la comisura de sus labios se elevó en el mismo momento en que dejaba el libro a un lado para poder conversar con tranquilidad.

—Gracias... por el feliz cumpleaños. Eres la primera en decirlo.

El ceño de Ana se frunció mientras se acomodaba en su asiento, su cuerpo ahora estaba doblado hacia delante.

—Pero... pero es tarde, ¿Hannah no te lo ha dicho aún?

—Me temo que los exámenes no son el fuerte de Hannah, le hacen mal al estómago... y a la psiquis. —Blais suspiró y pasó una mano sobre su cabeza rapada, su cabello crespo cada vez se asomaba más en ella—. No ha estado durmiendo bien, y a pesar de que estoy de acuerdo con que estos exámenes marcan nuestro futuro... cree que será el fin del mundo si no llega a las notas necesarias para ser una medimaga.

El rostro de Ana se iluminó ante las noticias.

—¿Quiere ser medimaga?

—Con cada fibra de su alma —sonrió Blaise—. Estuvo teniendo sesiones de tutoría con la señorita MacDonald.

—Entonces no tendrá problemas —lo animó ella—. Mary es una de las mejores medimagas que he conocido, además de la señora Pomfrey. Es por ella que cada día estoy un poco mejor en mi estado... aunque aún no puedo hacer largas distancias sin sentirme terrible...

Recordaba la vez que Hagrid los había llevado a ella y a Harry al corazón del bosque para conocer a Grawp. Aquella ida y vuelta la había tenido en cama por el resto del día. Sintió un escalofrío mientras pensaba en la misión que aún no le habían contado a Hermione y Ron. No encontraban el coraje para hacerlo.

—De todas formas... —Ana se aclaró la garganta y le tendió el paquete cerrado con prisa y cinta adhesiva del fondo de su baúl—. Aún no soy muy buena envolviendo regalos, pero es para ti. De nuevo, feliz cumpleaños.

Aún con una leve sonrisa, Blaise dobló su cuerpo hacia delante y tendió su mano hacia donde la mano de Ana sostenía el paquete. Ana no supo si fue su imaginación o simplemente sintió el toque fantasma de los dedos de Blaise rozar con los suyos, pero cuando sintió aquella sensación electrizante casi hizo caer el paquete. Por fortuna, el chico fue más rápido y lo llevó cerca suyo mientras que ella se iba hacia atrás de un salto y el corazón latiendo a mil. Entretanto que Blaise admiraba el papel de Navidad que a Ana le había sobrado de las fiestas con el que su regalo estaba envuelto, Ana hacía lo posible para que el rubor en sus mejillas pecosas se notara lo menos posible.

Con cautela, Blaise fue abriendo el paquete sin romper siquiera una de las esquinas mal cerradas, consecuencias de las pocas habilidades manuales de Ana, y cuando sacó el libro amarillento de su interior, un rayo de sorpresa pasó por su mirada.

El libro era un tanto viejo, no era de hacía cien años pero tenía ya su tiempo. Su tapa amarilla y dura se mezclaba bien con sus hojas amarillas y anaranjadas, tanto como el gran título en su frente que decía "Latín para principiantes". Y Ana sabía que dentro del libro, en la primera página amarillenta, había una pequeña dedicación que había escrito una noche de desvelo días atrás.

—Era de papá —dijo Ana luego de unos segundos, su voz llena de nostalgia hizo que Blaise levantara su mirada hacia ella—. Fue uno de los primeros libros que me regaló, y ya sé que es un poco básico el nivel pero me lo dio cuando tenía siete. Aún me costaba pronunciar la «R» así que debes imaginarte que debía empezar desde cero... —se aclaró la garganta—. Bueno... pensé que estaría bueno tener otra forma de comunicación, ya sabes, siguiendo el ritmo de tu regalo de Navidad...

Por un largo minuto Ana no recibió respuesta de parte de Blaise, pero cuando lo hizo, no esperó escuchar lo que hizo.

—No puedo aceptar esto.

Su corazón casi cayó de su pecho al escucharlo, pero a su estómago sí se le hizo un agujero de la angustia. El tono en la voz de Blaise sonaba determinada, lo cual no calmaba los nervios que se habían asentado en la piel de Ana.

—¿Qué? ¿Por qué? Ah... ¿Está en mal estado? Es un poco viejo, pero pensé...

Blaise sacudió su cabeza en una negación.

—No puedo aceptar esto porque era de tu padre, Ana. No puedo sacarte este libro cuando es una de las pocas cosas que tienes de él. No... no es justo.

El alivio volvió a la cabeza de Ana y por fin pudo respirar en paz, sin el peso en su pecho y sin el feo sentimiento de querer vomitar.

—¿Eso? Pero este es solamente uno de los viejos libros de principiante, Blaise. Tengo cientos en casa, y de todas formas, no le daría esto a cualquier persona, y tú no eres cualquiera —una sonrisa tímida se posó en sus labios, sus dedos empujaron el libro que Blaise le tendía para su devolución—. Eres Blaise, eres especial para mí.

Al mismo tiempo que los ojos oscuros de Blaise se iluminaban al escuchar sus palabras, Ana se volvía completamente roja al comprender lo que había dicho. Sus palabras comenzaron a balbucear y su lengua a trabar.

«¿Por qué no te le declaras ya mismo? Dios, qué humillante. Piensa en Dalia»

Dalia. Quien la esperaba en Londres para que pasaran el verano juntas. Dalia. Que la había hecho sentir tan bien todas las veces que habían estado cerca. Dalia. Quien no había respondido su carta desde febrero.

Era casi junio.

Se levantó de su asiento con el corazón a mil.

—Bueno, me tengo que ir... le prometí a Hermione que estudiaríamos Runas juntas... Que tu cumpleaños termine bien.

Sus palabras salieron con tan rapidez que la información no llegó a su cerebro y casi tropezó con sus pies al querer correr hacia la salida. No obstante, se detuvo en el marco mientras sus nudillos se volvían blancos al estar agarrando con fuerza la pared de piedra.

Era un sentimiento tonto. Muy por dentro, sabía que Parvati tenía razón. Había algo aterrador en saber que alguien estaba a tu alcance y podrías alcanzarlo si tan solo estirabas tu mano y le entregabas parte de tu corazón. Era algo tonto tenerle miedo. Pero era real. Algo tan real y cercano que le hacía temblar por todas las consecuencias que podía llegar a tener.

¿Y si todo salía mal? ¿Y si no funcionaba?

Miró a Blaise por encima de su hombro, él la miraba a ella con la misma suavidad que había encontrado en sus propios ojos. Un suspiro dejó sus labios y no pudo evitar mostrarle una pequeña sonrisa.

Tu quoque omnia mihi, Blaise.

Blaise levantó una ceja y miró de reojo al libro amarillo en sus manos.

—¿Qué significa eso?

Ana sintió mariposas en su pecho. Un paso bajo el marco de piedra, un paso más cerca del pasillo iluminado por los caídos rayos del sol.

—¿Por qué no lo averiguas?

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Los jardines del castillo relucían bajo la luz del sol como si acabaran de pintarlos; el cielo, sin una nube, se sonreía a sí mismo en la lisa y brillante superficie del lago; y una suave brisa rizaba de vez en cuando las satinadas y verdes extensiones de césped. Había llegado el mes de junio, pero para los alumnos de quinto curso eso sólo significaba una cosa: que se les habían echado encima los TIMOS.

Los profesores ya no les ponían deberes y las clases estaban íntegramente dedicadas a repasar los temas que ellos creían que con mayor probabilidad aparecerían en los exámenes. Ana había descubierto que la mejor manera de estudiar era alternar en sesiones de estudio con diferentes materias cada hora. Las mañanas eran preferibles para utilizarlas con materias que no le iba muy bien, como Astronomía, Pociones, Herbología y Transfiguraciones; mientras que las tardes repasaba las materias que le gustaban y entendía más. El hecho era simple; tenía más energía en la mañana antes de almorzar.

Una de las tardes durante una profunda sesión de Historia de la Magia, Ana descubrió a lo que Blaise se había referido con el enfrentamiento de Hannah y los exámenes. Desde ese día, la chica sufría un ataque de pánico por día y durante los fines de semana, Ana la veía instalada en la enfermería. Estudiando o recuperándose de un episodio.

Durante la siguiente clase de Transformaciones, recibieron los horarios de los exámenes y las normas de funcionamiento de los TIMOS.

—Como verán —explicó la profesora McGonagall a la clase mientras los alumnos copiaban de la pizarra las fechas y las horas de sus exámenes—, sus TIMOS están repartidos en dos semanas consecutivas. Harán los exámenes teóricos por la mañana y los prácticos por la tarde. El examen práctico de Astronomía lo harán por la noche, como es lógico.

»Debo advertirles que hemos aplicado los más estrictos encantamientos antitrampa a las hojas de examen. Las plumas autorrespuesta están prohibidas en la sala de exámenes, igual que las recordadoras, los puños para copiar de quita y pon y la tinta autocorrectora. Lamento tener que decir que cada año hay al menos un alumno que cree que puede burlar las normas impuestas por el Tribunal de Exámenes Mágicos. Espero que este año no sea nadie de Gryffindor. Nuestra nueva... directora... —al pronunciar esa palabra, la profesora McGonagall hizo una mueca tan disgustada como el rostro normal de Snape— ha pedido a los jefes de las casas que adviertan a sus alumnos que si hacen trampas serán severamente castigados porque, como es lógico, los resultados de sus exámenes dirán mucho de la eficacia del nuevo régimen que la directora ha impuesto en el colegio... —La profesora McGonagall soltó un pequeño suspiro y Ana vio cómo se le inflaban las aletas de la afilada nariz—. Aun así, ése no es motivo para que no lo hagáis lo mejor que puedan. Tienen que pensar en su futuro.

—Por favor, profesora —dijo Hermione, que había levantado la mano—, ¿cuándo sabremos los resultados?

—Les enviarán una lechuza en el mes de julio —contestó la profesora McGonagall.

Su primer examen, Teoría de Encantamientos, estaba programado para el lunes por la mañana. Como Ana ya tenía problemas para dormir en sí, esa noche ni se preocupó en tocar la almohada con su cabeza, y se dedicó exclusivamente a repasar los cientos de libros escritos de su madre. Se preguntaba si ella había tenido excelentes notas en su tiempo.

En el dormitorio nadie lograba conciliar el sueño, y aunque Ana tenía las cortinas corridas para que la encerraran en su burbuja de luz, tenía la sospecha de que sus amiga sí intentaban dormir. No era común en Parvati y Lavender no tener su sueño de belleza; era como un ritual para ellas. Por su lado, Hermione debería de haber estado repasando todos los libros con los ojos cerrados y detrás de sus párpados oscuros.

Al día siguiente tampoco ningún alumno de quinto curso habló demasiado durante el desayuno. Parvati practicaba conjuros por lo bajo mientras el salero que tenía delante daba sacudidas; Hermione releía Últimos avances en encantamientos a tal velocidad que sus ojos se veían borrosos; y Neville no paraba de dejar caer su tenedor y su cuchillo y de volcar el tarro de mermelada de naranja.

Cuando terminó el desayuno, los alumnos de quinto y de séptimo se congregaron en el vestíbulo mientras los demás estudiantes subían a sus aulas; entonces, a las nueve y media, los llamaron clase por clase para que entraran de nuevo en el Gran Comedor; habían retirado las cuatro mesas de las casas y en su lugar habían puesto muchas mesas individuales, encaradas hacia la de los profesores, desde donde los miraba la profesora McGonagall, que permanecía de pie. Cuando todos se hubieron sentado y se hubieron callado, la profesora McGonagall dijo:

—Ya pueden empezar. —Y dio la vuelta a un enorme reloj de arena que había sobre la mesa que tenía a su lado, en la que también había plumas, tinteros y rollos de pergamino de repuesto.

Ana agradeció mentalmente haber estado practicando escribir con una pluma durante las últimas semanas. Ya se había acostumbrado a usar lapicera. Dio vuelta su hoja con el corazón a mil, y al leer la primera pregunta empezó a escribir hasta que su mano se acalambrara y el examen se diera por finalizado.


—Bueno, no ha estado del todo mal, ¿verdad? —comentó Hermione en el vestíbulo, nerviosa, dos horas más tarde. Todavía llevaba en la mano la hoja con las preguntas del examen—. Aunque no creo que me haya hecho justicia en encantamientos regocijantes, no tuve suficiente tiempo. ¿Han puesto el contra encantamiento del hipo? Yo no estaba segura de si debía ponerlo, me parecía excesivo... Y en la pregunta número veintitrés...

—No seas pesada, Hermione —dijo Ron severamente—, sabes de sobra que no nos gusta repasar todas las preguntas, ya tenemos bastante con responderlas una vez.

Los alumnos de quinto comieron con el resto de los estudiantes (las cuatro mesas de las casas habían vuelto a aparecer a la hora de la comida) y luego entraron en masa en la pequeña cámara que había junto al Gran Comedor. Como era en orden alfabético y de un grupo de a tres, Ana fue la primera en entrar junto a Hannah y a Susan Bones.

—La profesora Marchbanks está libre, Abaroa —le indicó con su voz chillona el profesor Flitwick, que se hallaba de pie junto a la puerta. Señaló a la examinadora de estatura igual a la de Ana y encorvada, cuyo rostro estaba decorado de muchas arrugas.

—Abaroa, ¿no es así? —dijo en voz alta la profesora Marchbanks aunque Ana estuviese a un paso suyo. Ana asintió—. Bien, pues ¿por qué no me demuestras cómo suavizar esta mesa, sí?

Ana salió del examen con la impresión de que lo había hecho bastante bien. El encantamiento suavizante le había salido de maravilla aunque hubiese sentido que la mesa había terminado un poco más blanda que lo necesario. Tal vez su encantamiento desvanecedor le salió un poco débil, pero quedó satisfecha al ver el libro en la mesa salir volando.

Aquella noche no tuvieron tiempo para relajarse; después de cenar, subieron directamente a la sala común y se pusieron a repasar para el examen de Transformaciones que tenían al día siguiente. Cuando se fue a dormir, detrás de sus párpados Ana podía observar los diferentes colores de sus pergaminos.

Por la mañana, Ana se confundió en qué era lo que transformaba el hechizo lapifors, pero en el examen práctico tuvo un final satisfactorio cuando su armadillo se transformó en una suave almohada.

El miércoles hizo el examen de Herbología (y gracias a Dios le tocó manejar una mandrágora, que era su tarea favorita de la materia), y luego, el jueves, Defensa Contra las Artes Oscuras. Ana no era Harry, eso estaba claro. Estaba segura de que a su amigo le había ido estupendamente, pero a ella le costó una tremenda determinación para realizar básicos hechizos y contra embrujos. No obstante, lo que la salvó de la perdición fue que en el examen escrito habían muchas preguntas de las criaturas que habían visto, y ese era su punto más fuerte.

El viernes, Ana y Hermione tuvieron el examen de Runas Antiguas, y por primera vez en toda la semana, sintió que le había ido excelente. El examen sólo había consistido de un escrito, y en ningún momento dejó de escribir hasta que la profesora que les había tocado les dijo que ya había finalizado el tiempo. Su pecho inflado de satisfacción casi se desinfló cuando Hermione salió por la puerta luego de ella. Se encontraba de muy mal humor.

—¿Qué pasó...?

—He traducido mal «ehwaz» —dijo Hermione, furiosa—. Lo he confundido con «eihwaz».

Ana sabía cuál sería la reacción de su amiga si le decía que no se preocupara, por lo que le dio unas palmadas en su hombro.

—Entonces vayamos a repasar sin descanso Pociones, ¿sí?

Hermione suspiró y asintió con determinación.

El lunes llegó junto el examen de Pociones, y Ana se sintió más cómoda de lo que había pensado que estaría. Tal vez habían sido las incontables horas que había pasado repasando, o tal vez había sido la indirecta ayuda de su madre y sus miles de anotaciones en los libros de Pociones. El examen escrito fue mucho más fácil que el práctico; sólo tuvo que repetir algunas de las frases que había leído de su madre y escribió lo justo y necesario. Cuando tuvo que realizar la poción agudizadora de ingenio, le resultó un poco difícil seguir el ritmo sin poder leer cada dos por tres las instrucciones de su madre.

El examen de Cuidado de Criaturas Mágicas fue realmente una brisa. Fue tan fluida su escritura que no se sorprendió cuando descubrió que había escrito dos hojas más que Hermione. El examen práctico, le resultó aún más divertido y fácil, lo que explicó que fuera la más rápida en terminar. Por otro lado, el examen teórico de Astronomía del miércoles por la mañana sí que fue un desastre. Ana apenas recordaba cómo se alineaban los planetas, y lamentaba no haber repasado más de la materia. Sin duda había dejado en blanco muchos nombres de las lunas de Júpiter. En realidad, se había olvidado que las tenía. Como para hacer la prueba práctica de Astronomía tenían que esperar a que anocheciera, Ana se dio el gusto de descansar.

Para su suerte, cuando salió del castillo para disfrutar de su tiempo libre, se encontró que las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer sobre el césped verde y brillante de los terrenos. Alzó sus brazos y decidió que no le molestaría disfrutar un poco de la lluvia. Tal vez y con cada gota que cayera en su frente, el agua dejaría correr el dolor de cabeza que se había apoderado de su cuerpo esas últimas semanas.

Se fue a sentar bajo un árbol, sin importarle que su túnica se mojara con la nueva humedad en las hebras del pasto; recostó su cabeza contra el tronco, y por unos segundos se dejó cerrar los ojos y disfrutar de la lluvia y los sonidos suaves de la naturaleza. Fueron tan solo cinco minutos, hasta que sintió que alguien se sentaba a su lado. Abrió un ojo para ver de quién se trataba, y una sonrisa se posó en sus labios al ver a Blaise.

—Tengo un profundo disgusto por la Astronomía —admitió él, tendiendo una mano hacia el frente para que las gotas de agua rebotaran contra su piel.

—Dios, yo también. Solo me gusta ver las estrellas sin otro pensamiento, ¿es que eso es tan malo?

—Creo que esa es la única salvación que tiene la materia.

Ana rió y abrió ambos ojos, notó que cada vez estaba lloviendo más. El castillo frente suyo se veía cada vez más borroso por las infinitas gotas que caían con velocidad. Había una neblina cerca de ellos, y los sapos comenzaron a croar en la distancia.

—No me importaría para nada suspender Astronomía —confesó Ana arrancando las hebras de pasto que había a su alrededor—. La odio. Me odia. No la necesitaré en el futuro... Ugh, ya me cansé de estudiar.

—Pero mañana tendremos Historia de la Magia.

—Sí, pero estoy feliz con todo lo que estudié. —se encogió de hombros y tiró el pasto arrancado en su regazo ahora húmedo—. Cinco horas más no harán una diferencia, y estoy segura de que me irá bien. Ahora para el resto del día... solo quiero saborear esta nueva libertad, ¿sabes? La que tendremos luego de finalizar los exámenes... Dios, me pregunto cómo se sentirá aquello.

Había comenzado a diluviar. El agua que caía del cielo empapaba su ropa, piel y cabello hasta que todo quedara más oscuro de lo que estaba antes. No obstante, no se inmutó. Era la primera vez en semanas que se sentía tan bien, y estaba dispuesta a disfrutar cada segundo de aquel nuevo sentimiento.

Convencida de disfrutar aquel momento al máximo, Ana se levantó de su lugar después de unos minutos y se posó lejos del árbol para dejar que la lluvia cayera directamente sobre su rostro. El frió del agua parecía hacer desaparecer sus preocupaciones.

La lluvia cayó en sus ojos cerrados y detrás de sus párpados podía ver pequeños puntos blancos brillando en lo oscuro de su piel. Era diferente a los puntos que veía cuando tenía jaquecas o náuseas, estos puntos eran fríos, suaves y cariñosos mientras el agua se deslizaba por sus mejillas. Le hizo suspirar con satisfacción.

—Te agarrarás un resfrío —dijo Blaise tratando de cubrir su cabeza con la túnica negra que comenzaba a ceñirse a su piel. Se había parado y había ido a parar a su lado.

Su piel oscura brillaba gracias a la luz del sol escondido y de las gotas de agua que no podían contenerse de besar su rostro. Sus pestañas estaban cubiertas de gotas que bajo la luz correcta asimilaban a diamantes; y aunque el tono con el que había hablado había sido uno lleno de preocupación, una sonrisa lo traicionó mientras la observaba con maravilla.

Aquello hizo que Ana se estremeciera en su lugar en el mismo momento que sus piernas empezaban a sentirse como gelatina. ¿Es que él siempre la había mirado de tal forma? No. Cuando se conocieron por primera vez sus ojos habían sido fríos y oscuros, ahora, esa oscuridad estaba completa de estrellas que brillaban igual que las que había estudiado aquella mañana.

Blaise era muy guapo, y la estaba observando a ella como si fuese la persona más grandiosa en frente de sus ojos. ¿Cómo podía ser Ana tan afortunada después de toda la desgracia que parecía seguirla a todos lados?

—¿Cómo es que eres real? —preguntó ella suavemente a lo que él levantó una ceja con la misma suavidad.

—De la misma manera en que tú lo eres.

Los truenos podían ser oídos en algún lado detrás del bosque pero Ana no podía dejar de observar a Blaise.

—¿Por qué en algún momento te odié?

—Porque era un idiota —admitió Blaise y tendió su túnica sobre la cabeza de ella—, y tú eres demasiado inteligente para que te gusten los idiotas.

—Pero soy una.

—Lo que tú eres es una impulsiva, pero nunca fuiste una idiota.

La lluvia comenzó a caer con tal rapidez y grosor, que uno pensaría que el cielo se estaba a punto de caer. Ana se preguntó qué sería del examen práctico de Astronomía, pero las gotas no podrían importarle menos. No obstante, Blaise siempre había sido más astuto que ella.

—Vayamos a la entrada. Hay un espacio donde podremos seguir estando afuera sin terminar empapados.

Tomando a Ana por sorpresa, Blaise entrelazó sus dedos con los de ella mientras trotaba bajo la lluvia para llevarla bajo un techo donde no se mojaran; ella no podía quitar la mirada encima de donde sus manos se tocaban.

Había tocado la mano de Blaise incontables veces, por accidente o por voluntad propia, aun así nunca había sentido aquella electricidad pura que estaba sintiendo en esos momentos. Las puntas de sus dedos sentían pequeñas chispas y la piel que tocaba con la de él encajaba como un rompecabezas que parecía estar destinado a estar entrelazado. Se sentía diferente. Se sentía bien.

Tan bien que Ana quería que la suave mano de Blaise siempre estuviera entrelazada con la suya.

Cuando llegaron a su destino, Blaise usó su mano libre para secar su ropa con su propia varita, e hizo lo mismo con la de Ana, cuyos ojos estaban fijos en él. Un aliento tembloroso salió de su boca mientras la adrenalina del momento se calmaba con la cálida brisa de la magia de Blaise que soplaba su ropa. Su corazón dolía.

¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué se sentía así? ¿Por qué Blaise la hacía sentir así?

¿Qué había de Dalia?

Siendo honesta consigo misma no sabía si pensar en Dalia era un poco ridículo en esos momentos, pero una parte de ella no podía ignorar lo que había sucedido durante el invierno y todos aquellos momentos que la habían pasado juntas. La forma en que Dalia le sonreía, y la forma en que ella misma le sonreía a ella; o cómo la chica de cabello marino la hacía reír hasta que sus costillas dolieran y cuán segura se sentía Ana cuando sus brazos la abrazaban.

Era ridículo pensar en Dalia cuando hacía cinco meses no le dirigía una palabra. Era ridículo creer en las esperanzas de lo imposible. Tal vez Ana había sentido una y mil emociones con Dalia Mandel; pero tal vez Dalia Mandel no había sentido siquiera una sola emoción con ella. Quizá así de confuso y ridículo se sentía un amor no correspondido.

Y aun así, a Ana le gustaba Dalia aunque le doliera... ¿Pero qué era lo que estaba experimentando hacia Blaise? ¿Por qué se sentía de esa forma?

Por el rabillo de sus ojos lo vio acomodar su túnica para que rodeara su cuerpo lo más cálidamente posible, sus dedos pasaron suavemente sobre sus brazos en busca de arrugas que corregir; su mirada oscura y cálida analizaba el resto del uniforme con tal concentración, que fue imposible no notar la pequeña arruga entre sus cejas que se marcaba con cada segundo.

Ah.

Ahora entendía.

Ahora entendía la diferencia entre Dalia y Blaise.

Era algo mínimo pero indispensable, que casi había pasado de alto. Un sentimiento muy importante que había querido aferrar de un estante vacío cuando había tenido un armario lleno frente suyo.

Podría gustarle Dalia; pero Blaise la hacía sentir querida.

Tan querida.

—... Umbridge se volverá desquiciada si entramos con los zapatos mojados y embarrados, más cuando están los examinadores. Entremos y pasemos directo frente...

—Blaise.

Blaise levantó su rostro y una de sus cejas oscuras se levantó con inquisición.

—¿Sí?

Ana se sintió ridículamente feliz.

—¿Puedo besarte?


Blaise no tuvo que decir nada, puesto que su rostro fue incapaz de esconder su reacción. Añoranza y sorpresa cruzaron sus ojos mientras que en Ana pasó un escalofrío de comprensión a sus palabras. No se arrepentía. No estaba ni cerca de estarlo. No obstante lo había dicho. Era real. Su esperanza a la aceptación era tan real como el asentimiento mudo del chico.

Fue torpe, pues ninguno de los dos tenía experiencia en el arte. Dientes chocaron los unos contra los otros cuando sus bocas se encontraron y sus labios inexpertos se movieron a un paso sin ritmo; ninguno sabía qué hacer con sus manos y ya comenzaban a estorbar en sus costados, por lo que lentamente buscaron por la correcta pieza del rompecabezas para encajar. Las manos de Ana fueron a su cuello, mientras que los dedos de Blaise tomaron suavemente su rostro y su cadera.

Ana suspiró cuando sintió el toque cuidadoso de Blaise, y él casi tropezó en sus pies al escucharla. Una risa se atascó en su garganta cuando uno de los zapatos, aún mojados, de Blaise pisaron uno de los suyos; se disculpó enseguida pero sus labios no se apartaron. Querían estar juntos más tiempo que aquel.

El corazón de Ana florecía en calidez y felicidad cada vez que Blaise se acercaba más a ella. El aroma de su colonia de siempre se mezclaba de forma exquisita con la fragancia de la lluvia en el césped, tanto que comenzó a sentir un deje de mareo ante tanta emoción. Era una nueva sensación que aunque la siguiera sintiendo, ya extrañaba el recuerdo futuro del presente momento.

Manos ásperas tocaban las facciones marcadas de Blaise con un cuidado tan dulce, que sintió su corazón latir tan rápido como la luz dentro de su pecho; esas manos que adoraba entrelazar, las manos que amaba mirar y cuya dueña hacía que su cerebro se quedara completamente entumecido, sostenía sus mejillas como si fueran frágiles reliquias que pertenecían en una caja de cristal.

La mente de Blaise se encontraba en blanco, y aun así un pensamiento persistía en lo profundo de su cerebro; el de los labios de ella tan suaves contra los suyos, y cuánto había soñado que aquello se volviera realidad durante los meses de aquel año. Era afortunado, era más que afortunado...

El repentino sonido de las puertas de madera abriéndose, seguidas de las agudas risas de un grupo de chicas de segundo que habían encontrado el valor de salir con tal clima rompió con el mágico y estático espacio donde Ana y Blaise se habían dirigido, por lo que sus cabezas —con rápida acción— se separaron la una de la otra antes de mirar hacia otro lado. Sus manos se desenlazaron y sus rápidos corazones latieron juntos, mas sus ojos estaban demasiado lejos de los del otro.

El grupo de chicas los ignoró mientras una tras otra saltaba en el césped mojado a medida que corrían por los terrenos con ridículo valor. Pero Ana ignoró todo. Todo y nada recorría su mente: las chicas, su latente corazón, sus manos hormigueantes, sus labios, los labios de él...

«Dios mío»

«¡Dios mío!»

Lo había hecho. Había besado a Blaise Zabini.

Y estaba completamente enamorada.

La cálida luz del interior del castillo se estaba volviendo cada vez más pequeña a medida que la pesada puerta de madera se movía para cerrarse, y con un casi invisible toque de dedos tratando de tomar los del otro, Ana se sintió como una cobarde cuando su túnica se movió a la misma velocidad en la que ella corría hacia la calidez del interior del castillo.

Pero en definitiva no era tan cálido como el toque de él.

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¡VOLVÍ!

como les había dicho hace dos semanas, me fui de vacaciones, pero en vez de terminar este capítulo para dos semanas atrás, se los traigo ahora :')

no podía ni llegar a mil palabras la otra vez, perdón

además odio escribir en el celular así que por eso tardé tanto en actualizar...

PERO VALIÓ LA PENA LA ESPERA, ¿NO?

dios tantos capítulos y al final llegamos al momento que esperaban !!

la escena la tenía escrita desde hace dos años no miento JSAJA todo siempre se conecta <3

bueno, me voy porque tengo un sueño tremendo, díganme en los comentarios qué piensan del capítulo

¡muchas gracias por todo el apoyo!

nos vemos en la próxima actualización

•chauuu•

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