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"Huir y esquivar"

El plan de Ana durante la semana posterior se trató de dos puntos en particular: no hablar con Parvati, ya que ambas se encontraban enojadas con la otra (por más que Lavender les rogara que trataran de hablarlo), y por otro lado, evitar a Blaise a toda costa. Eso significaba ignorarlo durante los desayunos, no ir al escondite de ambos, cambiar de pareja en las reuniones de ED (Hannah había ido con él y ahora Ana descargaba su confusión con Smith), y finalmente, cambiar de asiento en la clase de Runas Antiguas. Por lo que después de dos años y medio, ambos tenían nuevos compañeros de banco.

No recibió respuesta de Dalia. Después del fiasco de San Valentín, Ana le había enviado una sola carta a Dalia, agradeciendo el regalo y ella misma declarando sus sentimientos hacia ella, además de preguntar qué era lo que ambas eran. No recibió respuesta y eso la confuso aún más. Después de todo, lo que le había dicho Parvati la había dejado pensando, y eso le daba aún más rabia. Ahora sus sentimientos hacia Dalia eran igual de confusos que con Blaise.

Era un completo desastre.

Por otro lado, mientras Ana había estado debatiendo su vida romántica, fue informada el día después, que Hermione había organizado una entrevista del Quisquilloso, para que Harry pudiera relatar la verdadera historia de todo lo que había pasado con Voldemort en junio y demás. Se sentía aliviada de al menos tener un poco de noticias motivadoras, al menos ahora más gente conocería la verdad aunque no les gustara escucharla. Umbridge debería cuidar de sus espaldas.

El sábado de la semana posterior al fiasco, el partido de Gryffindor contra Hufflepuff llegó al campo de quidditch. No obstante, Ana no se encontraba con los ánimos de verse rodeada de gente; había encontrado un suave consuelo bajo la protección de sus mantas y Connie, el cono de helado de peluche de su niñez, y que su abuela siempre escondía en lo profundo de su baúl. Al parecer aún era un bien necesario después de todos esos años.

—¿Estás segura de que quieres quedarte aquí sola? —dijo Hermione mientras se abrigaba con su bufanda roja y amarilla—. ¿No quieres que vayamos a la enfermería?

—Ugh, no, mañana pasaré todo el día ahí...

Por haber estado encerrada en su habitación tanto tiempo seguido, Ana había descubierto que su sistema inmunológico había empeorado, y cada vez que salía de su fuerte, se enfermaba con cualquier cambio en la atmósfera. Aquel día se había levantado con fiebre y un vago recuerdo de sus pesadillas.

—Entonces, si quieres mejorar, deja el paño mojado en tu frente, Ana —insistió Hermione mientras la observaba sacar el paño mojado con agua fría de su rostro cada cinco segundos—. Porque si sigues así, no quiero escucharte llorar después.

Ana suspiró y dejó caer el paño en su rostro.

—Odio esto.

—Pues lo odiarás aún más si no te decides rápido en qué decirle a Blaise Zabini. Toda esta situación de encierro te está dejando así...

El día después de que Blaise se hubiera declarado, Ana no tardó en contarle a Hermione toda la situación y la razón por la que se había peleado con Parvati. Pero lo malo de contarle a Hermione era que ella siempre buscaba solucionar los problemas más pronto que tarde, y Ana quería alargarlo todo cuanto fuese posible.

—Sabes que lo haré, Hermione... Pero necesito estar preparada, necesito armar un discurso, una disculpa, algo... No quiero perder nuestra amistad...

Hermione suspiró y se terminó de colocar el gorro de lana en su cabeza llena de rizos apretados y oscuros.

—Pues no creo que esto la esté salvando... No me mires así, sabes que tengo razón. Siempre es mejor decir algo, hasta lo más mínimo... Bueno, nos vemos después...

Más tarde, por lo que Ana escuchó, el partido fue un desastre pero incluso así, Gryffindor vio la victoria al final, con tan solo diez puntos de diferencia y una mano ganadora de parte de Ginny. Cuando bajó a la sala común para ir a cenar, escuchó de parte de Fred y George que Ron había sido tan desastroso que ni les daba la cara para molestarlo. Le dio pena escuchar eso.

El lunes por la mañana, su mal humor vio la luz del día cuando Hermione la arrastró hacia el Gran Comedor para tener un buen y nutritivo desayuno.

—Eres... tan terca... como caprichosa... —decía Hermione mientras la arrastraba por los pasillos. Ana trataba de anclar sus uñas contra los bordes de las paredes cada vez que rodeaban una esquina.

—No puedo verle la cara... No estoy preparada, Hermione... Yo... Ay.

Hermione había detenido en seco sus pasos, haciendo que Ana chocara contra su espalda. Se dio media vuelta y la fulminó con la mirada; Ana dio un paso hacia atrás.

—Este berrinche tiene que parar —masculló Hermione con dureza—. Sé que no puedes darle la cara, sé que no estás preparada... No te pido que vayas hasta la mesa de Slytherin y grites a los cuatro vientos que te gusta o que no te gusta. Te estoy pidiendo que acomodes tus prioridades y que termines con esto. No puedes dejar que un chico detenga toda tu vida. Has dejado que afectara tu alimentación, tu voluntad académica y social, tu salud... ¿Es que estás loca?

Ana se mordió el labio inferior y bajó la cabeza. No tenía nada que decir; no había nada que decir. Hermione tenía razón y ella lo sabía muy bien en lo profundo de su corazón. Había dejado que sus sentimientos hacia Blaise detuvieran su mundo entero, y ahora que veía su reflejo en una de las ventanas, lamentaba no haberse peinado esa mañana.

—Tienes razón... —murmuró Ana. Hermione asintió, pero sus hombros dejaron de estar tensos.

—Sí, ya sé. Normalmente la tengo.

La comisura de los labios de Ana se levantaron, pero con rapidez sacudió su cabeza y asintió mientras suspiraba con la mente hecha.

—Bien, vamos a desayunar.

Entraron en el Gran Comedor para desayunar en el preciso instante en que llegaban las lechuzas con el correo. Hermione no era la única que esperaba con avidez su ejemplar de El Profeta: casi todos los estudiantes estaban ansiosos por saber más noticias sobre los mortífagos fugitivos, quienes todavía no habían sido detenidos, pese a que muchas personas aseguraban haberlos visto. Por su parte, Ana esperaba con ansias la carta de Berenice Babbling o de Dalia, pero sin éxito.

—¿Por qué tarda tanto en...? ¡Ay!

Dos lechuzas habían volado al mismo tiempo frente a ella, y derramaron el jugo de naranja sobre su huevo revuelto.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ron, asombrado, mientras los demás ocupantes de la mesa de Gryffindor se inclinaban para mirar y siete lechuzas más aterrizaban entre las anteriores, chillando, ululando y agitando las alas.

—¡Harry! —exclamó Hermione, que a continuación hundió las manos en la masa de plumas y levantó una lechuza que llevaba un paquete largo y cilíndrico—. Creo que sé lo que esto significa. ¡Abre ésta primero!

Con curiosidad, Ana observó a su amigo abrir el sobre marrón y de su interior sacó un ejemplar fuertemente enrollado del número de marzo de El Quisquilloso. Ana se estiró sobre las lechuzas para poder observar la portada: el rostro de Harry, portando una sonrisa tímida y frente a él, las letras grandes en rojo que rezaban:

HARRY POTTER HABLA POR FIN: «TODA LA VERDAD SOBRE EL-QUE-NO-DEBE-SER-NOMBRADO Y LA NOCHE QUE LO VI REGRESAR»

—¿Te gusta? —le preguntó Luna, que se había acercado a la mesa de Gryffindor y se apretujaba en el banco entre Fred y Ron—. Salió ayer. Le pedí a mi padre que te enviara un ejemplar gratuito. Supongo que todo esto —añadió señalando las lechuzas, que seguían buscando un lugar frente a Harry— son cartas de los lectores.

—Uau... ¿ya? —murmuró Ana agarrando un sobre azul.

Después de unos minutos donde todos sacaban las cartas y leían las diferentes opiniones de los lectores, ya fueran positivas o negativas, la sombra negativa y arrogante de Umbridge se posó sobre el hombro de Harry.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con su voz infantil y falsamente dulzona.

—¿Y a usted qué le importa? —dijo Ana recobrando la avidez que había perdido esos últimos días. Umbridge la miró con un tic en sus ojos.

—Cuide sus palabras, Lupin. O me veré obligada a castigarla —respondió ella—. ¿Y bien, señor Potter?

—La gente me escribe cartas porque me han hecho una entrevista —contestó Harry después de pensar unos segundos—. Sobre lo que pasó en junio.

—¿Una entrevista? —repitió la profesora Umbridge con una voz más aguda y alta que nunca—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Quiero decir que una periodista me hizo preguntas y que yo las contesté. Mire...

Y le lanzó un ejemplar de El Quisquilloso. La profesora Umbridge lo agarró al vuelo y se quedó contemplando la portada. Inmediatamente, su blancuzco rostro se cubrió de desagradables manchas violetas.

—¿Cuándo has hecho esto? —le preguntó con voz ligeramente temblorosa.

—En la última excursión a Hogsmeade —contestó Harry.

La profesora lo miró rabiosa mientras la revista temblaba entre sus regordetes dedos.

—Se te han acabado los fines de semana en Hogsmeade, Potter —susurró—. ¿Cómo te atreves..., cómo has podido...? —Inspiró hondo—. He intentado mil veces enseñarte a no decir mentiras. Por lo visto, todavía no has captado el mensaje. Cincuenta puntos menos para Gryffindor.

Se marchó muy indignada, con el ejemplar de El Quisquilloso contra el pecho, y los estudiantes la siguieron con la mirada.

A media mañana hubo otro decreto colgado en los tablones de anuncio, prohibiendo cualquier copia de El Quisquilloso. Ana, en la protección de su cama (ya no tenía mantas porque Hermione le había aconsejado que debía dejarlas), leía la revista una y otra vez sin cansarse de leer la verdad. Era jugosa como la venganza.

Aquella noche se fue a dormir con una dulce sonrisa en sus labios. La furia de Umbridge había desatado tal curiosidad en el colegio, que al final del día no había un estudiante que no supiera acerca de las noticias. La adrenalina que no había sentido por semanas ahora la hizo dormir en el instante que su cabeza tocó la almohada sin que pudiera importarle el dolor de cabeza que se había adueñado de su cuerpo desde hacía días.

Cuando cerró los ojos pensó que soñaría algo más relajado, por las buenas noticias de aquella mañana, pero desafortunadamente, la oscuridad la rodeó una vez más en un espacio infinito.

Igual que cada noche, Ana flotó a ojos ciegos en la nada misma; pero a diferencia de las otras noches de oscuridad, la bola de luz que siempre se avecinaba hacia sus ojos ardientes nunca llegó. Solamente se podían oír los ecos de unas palabras a una distancia lejana. Quiso concentrarse en oír lo que ellos decían, pero en menos de un minuto se arrepintió de hacerlo. Los ecos no eran lejanos; eran susurros que se volvían cada vez más altos.

La... cía... pro... fecía...

La voz se volvía aún más alta, pero Ana encontraba sentido en sus palabras.

—¿Profecía...?

Pro... fecía... PROFECÍA... ¡PROFECÍA!

Primero, Ana creyó que era el eco de su voz repitiendo sus palabras una y otra vez, hasta que se dio cuenta de que aquella voz no era la suya y cada vez gritaba las palabras con más fuerza. No sabía cómo tapar sus oídos que ya comenzaban a doler.

SA... VICTORIA... BE...

—¡Por favor! ¡Para! —gritó Ana sin saber cómo hacer que el ruido dejara de hacerle doler.

BU... BU... VICTORIA... PROFECÍA... PROFECÍA... PRO...

Ana no sabía cuándo había comenzado a gritar junto a la voz que se oía cada vez más alto y más doloroso, pero en un momento notó que su voz y las voces en repetición se mezclaron y gritaban en unísono. Tampoco supo cuándo las voces se detuvieron, o cuándo la oscuridad fue reemplazada por la luz de la luna atravesando la tela fina de sus cortinas mientras que Hermione la movía con suavidad y una expresión llena de horror.

No podía oír lo que sus labios le decían, no oía su voz suave y preocupada; en realidad, Ana no podía oír nada, y sus ojos se fijaban en la nada misma. Sabía que Hermione le hablaba a ella, sabía que trataba de que saliera del trance en el que había entrado, pero Ana no podía concentrar su cerebro para que hiciera lo que ella quería. No podía mover sus ojos, su cuerpo, ni podía escuchar a Hermione hablar con Parvati o Lavender antes de salir corriendo fuera del campo periférico de Ana. Sabía que sus propios labios se movían, no obstante, no lo que decían.

De lo único que estaba segura era de que sus oídos zumbaban y dolían, sentía la cálida sensación en ellos... pero no sentía nada más. No sintió nada cuándo unos brazos la agarraron y la levantaron de donde estaba; no sintió el frío de los pasillos cuando en algún momento comenzó a moverse por ellos; y no sintió el almohadón frío cuando la recostaron en otro lugar.

Y lo más preocupante, no supo cuándo sus ojos se volvieron a cerrar hacia la oscuridad.

Se despertó bajo la blanca luz de la enfermería. Sus párpados estaban pegados, por lo que se le dificultó abrir los ojos y observar a su alrededor. Cuando lo logró, sus ojos se acostumbraron a la luz fría y blanca mientras observaba lo que sucedía. Estaba boca arriba en una de las camas suaves y familiares; el rumor de un endurecimiento se podía sentir en las puntas de los dedos de sus manos y sus pies; sus mejillas se encontraban craqueladas por el rastro seco de lágrimas desconocidas y sus oídos estaban tapados con algo suave como algodón. No obstante, antes de que pudiera declarar que estaba desorientada, notó a Hermione leyendo un libro a su lado, y de la nada, sus memorias de la noche anterior le hicieron sentir un escalofrío por todo el cuerpo.

El movimiento fue suficiente para llamar la atención de Hermione, que abrió los ojos con sorpresa cuando la vio despierta.

—¡Ana! —susurró y se levantó de su asiento—. Iré a buscar a Madame Pomfrey, quédate quieta.

Ana no pensaba moverse de su lugar, pero no dijo nada cuando Hermione salió de una de las cuatro cortinas que la escondían de los curiosos. Un minuto más tarde, mientras ella tocaba los algodones en sus oídos, la señora Pomfrey y Hermione volvían a pasar por las cortinas.

—Buenos días, querida —susurró la señora Pomfrey, llevaba una bandeja con el desayuno para Ana—. ¿Cómo te sientes?

—No sé... rara —admitió Ana mientras aceptaba la bandeja—. ¿Qué... pasó ayer?

Hermione y la señora Pomfrey la miraron preocupadas.

—¿No recuerdas lo que pasó? —murmuró Hermione con el ceño fruncido, y una vez más, sentada en su asiento. Ana también frunció el ceño.

—Sí, solo que... fragmentos.

Recordaba haberse ido a dormir, recordaba la usual oscuridad de sus pesadillas... y recordaba las voces gritando cada vez más alto.

Sus manos subieron hacia donde el algodón tapaba sus oídos.

—¿Es esto por lo que susurran? —dijo Ana en un murmuro ella misma.

La señora Pomfrey rodeó la cama y comenzó a levantar todo lo que se encontraba en la mesa de luz y que debía ser tirado. Ana no pasó de alto el hecho de que habían varios algodones manchados con sangre.

—Sí —admitió Pomfrey, tirando la basura en el cesto—. Ayer, entre Minerva y la señorita Granger te trajeron hasta aquí ya que estabas en un trance extraño. No reaccionabas, no te movías por tu propia voluntad, murmurabas palabras incoherentes y... pues tus oídos sangraban. No toques los algodones, querida.

Ana bajó sus manos y frunció el ceño. La señora Pomfrey tenía razón; había estado en un trance porque no había otra explicación del porqué no recordaba haber llegado a la enfermería. Todo estaba nublado en su mente.

—Ahora termina de desayunar. Ya tendrás tiempo de hablarlo más tarde.

Luego de que Ana terminara su desayuno con tranquilidad y que la compañía de una silenciosa Hermione, que parecía concentrada en terminar de hacer sus deberes de Encantamientos, la calmara durante esa mañana tan rara, dos figuras familiares se movieron hacia dentro de las cortinas mientras caminaban en puntas de pie.

Harry y Ron llevaban el cansancio en sus rostros, y galletas de jengibre y crema en sus manos. Y, a partir de sus movimientos, no era difícil adivinar que la señora Pomfrey les había advertido que no debían hacer ruido al acercarse a Ana.

—Ambos hemos tenido noches desastrosas, ¿eh? —dijo Harry y le entregó las galletas envueltas en servilletas de papel.

Ana y Hermione fruncieron sus ceños al escuchar ello, a lo que Harry respondió con un suspiro antes de relatar en susurros la visión que había tenido por la noche: Avery, uno de los mortífagos que había escapado de Azkaban, le había dado a Voldemort información errónea, a lo que él parecía estar furioso. No obstante, Rookwood (otro mortífago) estaba dispuesto a darle una mano para solucionar sus problemas, y le había dicho a Voldemort, que Bode había estado bajo la maldición Imperius, impuesta por Lucius Malfoy, para sacar el arma del Departamento de Misterios. Y como si fuera poco: Harry había sido Voldemort.

Hermione, quien había estado muy concentrada mientras escuchaba el relato de Harry, añadió información que hizo «clic» en el cerebro de Ana. La teoría de su amiga era que por esa misma razón habían matado a Bode. Cuando él había intentado robar el arma, presentía que para impedir que la tocaran, los hechizos defensivos le frieron en cerebro; no obstante, ya que estaba recuperando su salud, los mortífagos no podían arriesgar a que recuperar su memoria y lo tuvieron que asesinar.

Hermione asintió con la cabeza, abstraída ante su razonamiento. De repente dijo:

—Pero no debiste ver nada de todo eso, Harry.

Ana se aclaró la garganta, y para que Hermione no terminara de decir lo que sabía que iba a decir, levantó la mano. Sus amigos la observaron con desconcierto.

—Me gustaría contarles lo que vi anoche.

Todos cerraron la boca y asintieron en silencio, mientras Ana preparaba su mente para contarles los sucesos que la habían traído a la enfermería.

—Fue... fue el mismo sueño de siempre. Ya saben, la oscuridad aquella, la sensación de estar flotando y de no estarlo al mismo tiempo... todo eso estaba igual de siempre. Al principio pensé que la voz estaba lejos, ya que se escuchaba como ecos en la distancia... pero en un momento me di cuenta de que ese no era el caso, y la voz simplemente había empezado en susurros antes de subir de tono y comenzar a gritar. Gritaba tan alto que mis oídos empezaron a doler, y como no había forma de que sintiera mi cuerpo, no podía hacer nada acerca de ello. No podía tapar mis orejas, no podía correr... solo podía escuchar lo que me gritaba.

»Como siempre, eran palabras repetidas, mezcladas... entrecortadas. Al principio no tenían sentido, como las demás veces... pero al final las entendí. Lo único que tenía que hacer era concentrarme en las palabras aunque me doliera todo... y lo conseguí. Todo este tiempo estuve creyendo que «Victoria» era alguien, otra persona que podría estar involucrada en ese lío, pero resulta que no es así. «Victoria» no es nadie más que «Quien busca la victoria para sí mismo» A eso se refería la voz. Por lo que con todas las palabras juntas y en las posiciones correctas para formar una oración coherente... La voz me estaba diciendo: Quien busca la victoria para sí mismo sabe acerca de la profecía.

Los cuatro se quedaron en silencio, mientras procesaban lo que todo aquello significaba. Hermione fue la primera en fruncir el ceño y en hacer una mueca con sus labios.

—Eso significa que, quienquiera que te haya advertido aquella voz... después de que salvaras a Cedric, sabe lo que dice la profecía...

—Y como siempre, está un paso más adelante que el mío —terminó Ana con un suspiro, sus manos arrastraron su rostro, de arriba hacia abajo—. Al parecer nunca puedo tener un descanso de esto. Quienquiera que sea esta persona, no solo sabe los contenidos de la profecía, sino que sabe quién soy. Ninguna de las cosas que yo puedo decir tengo conocimientos: No sé de qué demonios trata la profecía, ni quién es esta persona. Es un completo desastre.

—¿Pero qué puede significar «Quien busca la victoria para sí mismo»? —preguntó Ron—. ¿Cómo siquiera podemos reducir nuestros sospechosos? ¿Es que conocemos a alguien que no entre en esa categoría? ¿Quién demonios no quiere buscar la victoria para sí mismo?

—Eso es lo que me he estado preguntando todas estas semanas... —sonrió Ana con cansancio.

Todos se quedaron en silencio, la preocupación de todos los problemas que debían desafiar y resolver hacía que el aire pesara, tanto que respirar era un ejercicio. Solo fue cuando Harry sacó un pergamino enrollado de su bolsillo, que todos pestañear hacia la realidad.

—Casi me olvido, Ana —le tendió el pergamino—. Esto llegó para ti esta mañana.

Ana tomó el pergamino en sus manos, y con curiosidad lo desenrolló. No fue hasta que leyó el contenido de la carta, que su rostro cayó con un suspiro en sus labios.

—¿Qué dice? —preguntó Ron.

—Es de Berenice Babbling —murmuró Ana y cerró el pergamino—. Dice que no podrá responder a mis cartas, porque volverá a realizar sus viajes. Dice que está cerca de hacer una revelación en sus estudios... Algo que me ayudará.

—¿Y eso es malo de qué forma? —dijo Hermione con una ceja alzada. Ana se encogió de hombros.

—Pensé que podría hacerle preguntas acerca de todo esto, pero ahora veo que tendré que esperar... de nuevo —Ana acomodó su postura y asintió—. Pero tienes razón, si puede ayudarme con cualquier otra cosa... eso es bueno.

Hermione aceptó la respuesta con una media sonrisa y se levantó de su asiento.

—Bueno, te dejamos descansar. En quince minutos comenzará la clase de Encantamientos y no quiero llegar tarde... Vendremos a verte esta tarde, ¿sí? —Hermione le agarró la mano a Ana y le dio un suave apretón—. Tú descansa, te daré todo lo que veamos cuando salgas de la enfermería. Nos vemos luego.

Más tarde, Ana se estaba muriendo de aburrimiento mientras contaba todas las burbujas que subían a la superficie del frasco de vidrio que la señora Pomfrey le había dado. Era una poción anestésica; entumecía la zona donde se colocaran las gotas. Ana debía tirar tres gotas en sus oídos cada tres horas. Ya iban siete horas.

Las cortinas se abrieron de repente, y Ana tuvo menos de un segundo para dejar el frasco en su mesa de luz y tirar sus sábanas hacia su cabeza. La señora Pomfrey le había dicho muchas veces que fuera a dormir.

—Hola, Ana. Somos nosotras... —susurró la voz familiar de Lavender.

Ana levantó su rostro hacia fuera de la sábana, y en efecto, Lavender se encontraba dentro de su aislamiento de cortinas. Llevaba su estuche de cuidados de piel bajo su axila.

—Ah... Hola, Lavender...

—Vinimos a verte porque estábamos preocupadas... —susurró Lavender yendo a sentarse en el asiento que había usado Hermione esa misma mañana—. La señora Pomfrey nos dijo que no hiciéramos mucho ruido, y teniendo en cuenta lo que vimos ayer me imagino el porqué...

Ana frunció el ceño y miró detrás de Lavender. Nadie.

—¿«Nos»?

Lavender miró hacia donde había entrado antes de darle una mirada arrepentida e inquieta a Ana.

—Vine junto a Parv... pero no quiere entrar... —explicó ella mientras abría su estuche y apoyaba sus productos en la pequeña mesa—. Pero está preocupada, es decir, ayer nos diste un susto... Hermione nos despertó desesperada, y cuándo te vimos en el estado que estabas y además sangrando de tus oídos... Pues estábamos asustadas por ti. Era como una escena de esas películas de terror que le gustan a mamá... —Lavender se estremeció, su mano apretó el cepillo de pelo que tenía en su agarre—. Nos dio miedo.

Ana bajó la mirada hacia la sábana blanca que tapaba su cuerpo y se mordió el labio, miró de reojo a la cortina que al parecer la separaba de Parvati.

—Lav... ¿Podrías decirle a Parvati que entre? Quiero... quiero hablar con ella por unos minutos. En privado.

La mirada café de Lavender se iluminó ante la sugerencia y asintió; antes de que Ana pudiera decir otra cosa, salió de un salto hacia afuera. Ana miró de reojo los productos que su amiga había sacado del estuche, y además del cepillo de peinar, notó mascarillas y artefactos que no conocía muy bien. Solo tuvo menos de un minuto para analizarlos, cuando Parvati caminó hacia dentro con la misma fluidez elegante de siempre, pero tensión en sus facciones.

Tenía ojeras bajo sus ojos, lo cual era completamente desconocido para ella, ya que siempre parecía tener el más perfecto y cuidado rostro; su cabello largo y negro, aunque estaba delicadamente cepillado, se encontraba peinado en un moño encima de su cabeza; y su uniforme, aunque siempre con un defecto planeado, ahora parecía más desalineado. Sin plan anterior.

También notó que evitaba mirarla a los ojos.

—Hola, Parvati...

—¿Necesitabas algo? —la interrumpió ella. Sus brazos se habían cruzado en su pecho.

—Solo... quería disculparme —susurró Ana con una mueca—. Por cómo te hablé la última vez que lo hicimos... Lo siento, en serio.

Parvati no respondió; se quedó mirando un punto fijo en la ventana detrás de la cama de Ana. No obstante, cuando Ana iba a volver a hablar, la voz de Parvati parecía estar en una lucha consigo misma.

—Yo... —frunció el ceño—... Yo también lo siento. No es asunto mío con quién estás y quién te gusta...

Parvati se sentó en el asiento y cruzó una pierna sobre la otra mientras hablaba.

—No fue mi intención gritarte... pero... si te soy sincera, Ana... No me arrepiento de haberte dicho lo que dije. Pude haberme hecho entender de una mejor forma... pero dije lo que dije.

La cabeza de Ana bajó y asintió.

—Ya sé por qué estabas enojada conmigo... —murmuró—. Y aunque me haya molestado que me lo dijeras de esa forma... lo entiendo. Sé que lo que estoy haciendo es estúpido y no resolverá nada... pero estoy tratando de aferrarme a la esperanza de que le gusto. Es que... no puedo evitarlo. Y sé que estás enojada conmigo porque estamos yendo por el mismo camino y somos dos idiotas...

—Tú más que yo —la interrumpió Parvati, y Ana no pudo evitar mirar de reojo cómo la comisura de sus labios se levantaban por un segundo. Hizo lo mismo y asintió.

—Tal vez.

Con los hombros bajos, ambas levantaron sus miradas y se observaron por unos segundos hasta que Parvati suspiró y asintió, su postura se corrigió y se aclaró la garganta.

—Es que... ¿Qué pasa si esto sucede con Lav y yo? —susurró ella. La mitad de su cuerpo se dobló hacia Ana—. Tú dices que a Lav le gusto... ¿pero lo hace? ¿Es que le gusto en lo profundo de su corazón? No... No sabemos. No lo sabremos hasta que yo haga algo o ella haga algo al respecto; y eso no pasará, porque no pienso arriesgar nuestra amistad de esa forma. Pero tú... tú estás confundida porque hay algo entre tú y Blaise. Él lo sabe y te lo dijo, y tú lo sientes, pero no haces nada al respecto... Y ahora él está allí... esperando una respuesta... aunque sea un no. En cambio, tú estás esperando un milagro al final del arcoíris, que tal vez nunca aparezca. Estás esperando a que Dalia te dé una señal, cuando bien podrías estar ya en una linda relación con Blaise.

Las manos de Ana le hicieron cosquillas por lo que hundió sus uñas en sus palmas, para calmar el hormigueo.

—Ya lo sé. Lo siento, Parvati, pero cómo dije recién... tú y yo somos dos idiotas que se aferran a la esperanza. Tú te aferras a que tus sentimientos por Lavender sean correspondidos... mientras yo espero a Dalia me diga que le gusto —murmuró Ana con tristeza a lo que Parvati respondió con un largo suspiro.

—Pues espero que ella te dé la señal que tanto quieres... y que le puedas decir a Blaise porqué lo has estado evitando.

—Y mientras yo hago eso... espero que tú formes un plan para decirle a Lavender lo que sientes.

Parvati silbó.

—Primero esperemos a que se le vaya su amorío de fantasía con Eric Marshall y todas las demás celebridades, ¿sí?

Las dos rompieron a reír, pero Ana enseguida sintió los efectos persistentes de sus oídos, porque cuando volvieron a doler se los tapó en el mismo instante que Lavender entraba con una cubeta con agua y una sonrisa en sus labios.

—Me alegra que ambas estén bien —dijo ella con alivio antes de dejar la cubeta con agua en el suelo—. Pero, ¿ahora qué dices de lavar tu cabello, Ana? La señora Pomfrey nos dijo que no puedes mojar tus oídos... ¿nos dejas ayudarte?

Ana sonrió una vez más y asintió sin poder negar la propuesta.

—Claro que sí.

•      •      •

Un par de semanas después del incidente, Ana se había acostumbrado a usar protectores de oído para que sus tímpanos no volvieran a lastimarse. Tal como le había regalado a Blaise para su cumpleaños el año anterior, Ana había hechizado unos tapones para que el tono bajo y normal pudiera ser oído por ella, pero el ruido fuerte no.

En cuanto a Blaise, Ana no había hecho mucho avance hacia él. Había días que lo observaba en las clases de Runas Antiguas y se moría de ganas de hablarle, pero cuando llegaba el fin de la clase, se escabullía entre la muchedumbre y corría hacia su clase siguiente. Otros días lo veía caminar solo por los pasillos, y se armaba de valor para ir hacia él y contarle su lado de la historia... hasta que doblaba una esquina y lo perdía de vista. Hasta había estado preparando un corto discurso para explicarle la razón de todo lo que había y no había hecho, pero siempre era capaz de encontrar un error que traía el discurso abajo, o lo demoraba. Ya había llegado al punto en donde no sabía si esos errores eran errores reales, o si tan solo eran excusas para no hablarle.

Se sentía fatal.

Aquella noche estaba caminando hacia la biblioteca para devolver uno de los libros prestados, y así no hacer enojar a Madame Pince de su tardía devolución, cuando por estar despistada y un poco cansada, no vio con quien casi chocaba al girar por una esquina.

—¡Ay!

Antes de que su cuerpo pudiera chocar con el otro, Ana dio unos pasos hacia atrás y levantó su libro para mantener su balance. Cuando su corazón dejó de latir como loco, bajó el libro para disculparse con la otra persona. Sus palabras se atascaron en su garganta.

Y mientras Ana parecía un caniche toy por cómo temblaba de pies a cabeza, Blaise parecía irritado.

—B...Blai...

Pero no le dio el tiempo para que terminara de deletrear su nombre, porque en cuanto notó quién casi se había chocado con él, siguió su camino hacia delante. Aterrorizada al notar que había echado todo a perder, y estaba a punto de volver a hacerlo, Ana volvió a llamarlo. Ahora con un poco más de coherencia.

—Blaise... ¡Blaise! Espera... Espera, por favor...

Blaise se detuvo en seco, pero no volvió para mirarla. Sus puños se cerraron en ambos lados de su cuerpo y su figura se tensó.

—Si vas a seguir corriendo cada vez que me ves, entonces tal vez deberías directamente decirme que no quieres contacto conmigo, ni ser mi amiga.

El cuerpo de Ana dolía, y aunque supiera que Blaise tenía toda la razón de estar enojado, eso no le hacía sentir mejor. Era más doloroso.

—Yo... No, Blaise... Yo sí quiero ser tu amiga... Pero después de que salí corriendo arruiné todo...

—Pues, lo hiciste —afirmó él y se giró para mirarla. Sus ojos mostraban enojo, pero también una pizca de remordimiento. De todos modos, no se lo hizo saber a Ana—. Me hiciste pensar que había hecho el peor de los errores; me hiciste creer que había pasado una línea más grande de la que crucé... y, en general, me hiciste sentir como si yo hubiera sido el descarado. Hubiera... Hubiera entendido si es que ya no hubieras querido ser mi amiga y, de lo contrario, quisieras cortar cualquier contacto conmigo... Pero lo mínimo que esperé de ti fue que me dijeras. Y ni eso lograste.

Ana se abrazó a sí misma mientras las granadas de la verdad caían a sus pies. Su rostro cayó.

—Estaba... Estaba tratando de escribirte un discurso...

—¿Qué clase de discurso tarda un mes en escribirse, Ana?

Una mueca se posó en los labios de Ana. Ahora su nombre sonaba como un castigo de parte de Blaise, como si supiera que llamarla de tal forma le haría más daño. La conocía bien.

Blaise suspiró y pasó una mano sobre su rostro. Había marcas de cansancio en él, y estaba claro que no había tenido las mejores noches de sueño. Se notaba bajo sus ojos y en la forma en que su uniforme no estaba tan alisado como siempre.

—Me gustas —confesó él y Ana levantó su mirada—. Pero estoy enojado porque incluso cuando me hiciste sentir como nada, aún pensaba en ti con el mayor de los respetos. Estoy enojado, porque luego de que me ignoraras todos los días, aún pensaba en ti. Me irrita que aunque cuando pensaba que me odiabas, a mi todavía me gustabas y lo sigues haciendo... Y estoy aún más furioso, de que cuando acabas de decir que quisieras ser mi amiga... Yo aún quiero.

El rostro de Blaise cayó, y al fin, Ana pudo ver la tristeza en él. Tal como se reflejaba en ella.

—Me lastimaste, Ana. Te había contado cuánto me costaba abrirme a los otros... y cuando lo hago contigo huyes. Es decir, era una posibilidad. Era una posibilidad que la idea no te gustara y te hubiera incomodado, ya vimos que lo hizo. Pero... ¿tanto que no pudiste decir adiós?

—Porque no quería decir adiós —masculló ella con la culpa subiendo por su pecho—. No quería decir adiós... Solo que... Me gusta Dalia. Mucho. Este invierno me lo ha demostrado y no voy a ignorarlo... Pero tú... No sé si me gustas o si no me gustas. Me confunde, y pensé que si te confrontaba acerca de ello todo se volvería demasiado real. Pero cuando me di cuenta de que debería de decirte algo... ya era demasiado tarde y había arruinado todo. En serio siento mucho haberte causado daño, Blaise. Realmente lo siento. Estos últimos días he estado lastimando a varias personas y siento que hayas sido parte de ese grupo.

Ambos se quedaron en silencio por largos minutos, y mientras Ana buscaba algún signo de emoción diferente al de antes, notó cómo los engranajes en el cerebro de Blaise se movían con rapidez, por la forma en que sus ojos la observaban. Las agujas del reloj marcaron cinco minutos puntuales cuando Blaise volvió a hablar.

—No has tomado las mejores decisiones... eso ninguno de los dos va a negarlo... Hubiese preferido un rotundo no antes que lo que hiciste... pero lo entiendo —murmuró él—. Lo entiendo... es decir, el mismo momento en que te dije me gustabas, tú me dijiste que necesitabas tiempo para pensarlo...

—De igual manera, Blaise, tuve que haberme acercado a ti antes —lo interrumpió Ana con una mueca—. Pero no volverá a pasar. Lo prometo. Si... si mis sentimientos por ti alguna vez cambian o se vuelven menos confusos... tú serás el primero en saberlo.

El rostro de Blaise se suavizó y asintió, aceptando aquella propuesta. El nudo en el pecho de Ana se desvaneció cuando lo notó.

—Y sí quiero ser tu amiga —añadió ella antes de olvidarse—. Quiero seguir siendo tu amiga y que me cuentes acerca de tu día, de tus problemas... de lo que quieras. No quiero perder eso.

Ante la insistencia en su voz, Blaise no pudo evitar sonreír a medias. Sus ojos no parecían tan cansados como antes.

—Entonces eso es todo lo que pido.

De repente, y arruinando con el ánimo de la situación, la cabeza de Blaise se giró con fuerza hacia donde estaba el vestíbulo (unos pasillos a lo lejos).

—¿Escuchaste eso?

Ana frunció el ceño y se concentró en los ruidos a su alrededor sin éxito. No escuchaba nada raro.

—¿Escuchar qué...?

Blaise se giró hacia ella, cuando notó los brillantes tapones azules que protegían los oídos de Ana, detrás de la cortina ondulada de mechones. La señaló con su cabeza.

—Estás usando tapones para tus oídos

Inconscientemente, Ana levantó una mano para tocar uno de los tapones hechizados. Recordó que con ellos no podía oír ningún sonido fuerte, lo que seguramente había tomado por sorpresa a Blaise.

—Ah, sí... tuve una situación unas semanas atrás... Déjame...

Se sacó los tapones. Por unos segundos no escuchó nada, solo su respiración y la de Blaise; no obstante, el grito desesperado de una mujer se hizo escuchar por todo el pasillo. Venía, sin duda, del vestíbulo.

Ninguno de los dos dudó en correr hacia donde los gritos desgarradores se hacían escuchar entre el eco de las paredes, pero cuando estuvieron más cerca de este, Ana se volvió a colocar los protectores. Cuando llegaron al vestíbulo, lo encontraron abarrotado: los estudiantes habían salido en tropel del Gran Comedor, donde todavía se estaba sirviendo la cena, para ver qué pasaba; otros se habían amontonado en la escalera de mármol. Ana se separó de Blaise al notar a Ginny tratando de ver lo que sucedía, y se acercó a ella mientras abría paso entre los estudiantes más altos que ella. Al llegar a su lado, lo vio.

La profesora Trelawney estaba de pie en medio del vestíbulo, sosteniendo la varita en una mano y una botella vacía de jerez en la otra, completamente enloquecida. Tenía el pelo de punta, las gafas se le habían torcido, de modo que uno de los ojos aparecía más amplio que el otro, y sus innumerables chales y bufandas le colgaban desordenadamente de los hombros causando la impresión de que se le habían descosido las costuras. En el suelo, junto a ella, había dos grandes baúles, uno de ellos volcado, como si se lo hubieran lanzado desde la escalera. La profesora Trelawney exclamaba entre sollozos algo que Ana no podía oír por el volumen de la mujer, a la profesora Umbridge que la observaba desde las escaleras.

—... Era su hogar hasta hace una hora, en el momento en que el ministro de la Magia firmó su orden de despido —la corrigió la profesora Umbridge cuando terminó de gritar—. Así que haga el favor de salir de este vestíbulo. Nos está molestando.

«Me da asco»

Luego se oyeron pasos. La profesora McGonagall había salido de entre los espectadores, había ido directamente hacia la profesora Trelawney y le estaba dando firmes palmadas en la espalda al mismo tiempo que se sacaba un gran pañuelo de la túnica.

—Toma, Sybill, toma... Tranquilízate... Suénate con esto... No es tan grave como parece... No tendrás que marcharte de Hogwarts...

—¿Ah, no, profesora McGonagall? —dijo la profesora Umbridge con una voz implacable, y dio unos pasos hacia delante—. ¿Y se puede saber quién la ha autorizado para hacer esa afirmación?

—Yo —contestó una voz grave.

Ana no lo vio, pero sabía que se trataba de Dumbledore. Su voz potente y firme era difícil de confundir. No obstante, lo pudo ver cuando (en grandes zancadas) se acercó hacia donde estaban las dos profesoras entre todos los baúles.

—¿Usted, profesor Dumbledore? —se extrañó la profesora Umbridge con una risita particularmente desagradable—. Me temo que no ha comprendido bien la situación. Aquí tengo —dijo, y sacó un rollo de pergamino de la túnica— una orden de despido firmada por mí y por el ministro de la Magia. Según el Decreto de Enseñanza número veintitrés, la Suma Inquisidora de Hogwarts tiene poder para supervisar, poner en periodo de prueba y despedir a cualquier profesor que en su opinión, es decir, la mía, no esté al nivel exigido por el Ministerio de la Magia. He decidido que la profesora Trelawney no da la talla, y la he despedido.

—Tiene usted razón, desde luego, profesora Umbridge. Como Suma Inquisidora, está en su perfecto derecho de despedir a mis profesores. Sin embargo, no tiene autoridad para echarlos del castillo. Me temo que la autoridad para hacer eso todavía la ostenta el director — dijo, e hizo una pequeña reverencia—, y yo deseo que la profesora Trelawney siga viviendo en Hogwarts.

Ana vio ese asunto como finalizado, y en vez de prestar atención mientras los otros profesores ayudaban a la profesora Trelawney con su equipaje y la llevaban fuera del vestíbulo, se concentró en buscar con la mirada a Parvati y a Lavender, quienes seguro estaban devastadas por las noticias. En efecto, ambas se encontraban abrazadas mientras observaban con ojos tristes hacia donde su profesora favorita había desaparecido.

—... El Ministerio sólo tiene derecho a nombrar un candidato adecuado en el caso de que el director no consiga encontrar uno —dijo Dumbledore, lo que llamó la atención de Ana que lo volvió a observar—. Y me complace comunicarle que en esta ocasión lo he conseguido. ¿Me permite que se lo presente?

Entonces se dio la vuelta hacia las puertas, que seguían abiertas y dejaban pasar la neblina. Ana oyó ruidos de cascos. Un murmullo de asombro recorrió el vestíbulo, y los que estaban más cerca de las puertas se apartaron rápidamente; algunos hasta tropezaron con las prisas por abrir camino al recién llegado.

A través de la niebla apareció un rostro que tenía el cabello rubio, casi blanco, y los ojos de un azul espectacular; eran la cabeza y el torso de un hombre unidos al cuerpo de un caballo claro con la crin y la cola blancas. Era un centauro.

—Le presento a Firenze —le dijo Dumbledore alegremente a la perpleja profesora Umbridge—. Creo que lo encontrará adecuado.


Marzo fue el mes que más rápido pasó. Luego de resolver los malentendidos con Blaise, su relación volvió a ser como había sido antes, con el pequeño cambio que ahora Ana notaba ciertos detalles en Blaise, que antes no había notado. Primero, adoraba que la llamara por su nombre. No sabía porqué, pero cada vez que Blaise decía «Ana» su pecho se inflaba y su sonrisa se ensanchaba tanto que era imposible esconderla; le hacía sentir tan feliz, que en un momento llegó a la conclusión que no le disgustaba su nombre. Segundo, Blaise siempre la miraba con suma concentración cuando se ponía a divagar de sus teorías acerca de la persona que buscaba la victoria u otras preguntas que aún no habían encontrado respuestas. Era extraño pensar en lo extraño que aquello le resultaba. Era normal escuchar a alguien hablar, pero por alguna razón, la forma en que Blaise lo hacía era pura y llanamente llena de respeto. Y tercero, Blaise tenía cientos de marcapáginas. Era algo que nadie notaría si no lo estuviera viendo leer todo el tiempo, pero Ana siempre lo observaba leer en el escondite o en clase o en sus descansos; y siempre veía un marcapáginas diferente. Algunos estaban tallados, otros pintados, y otros eran completamente lisos. Era algo raro de notar, pero era algo que estaba feliz de haberlo hecho.

Por otro lado, las clases de ED habían elevado el humor de los estudiantes luego del despido de Trelawney y la injusticia impuesta por Umbridge. Por fin habían empezado a trabajar en los encantamientos Patronus, y era imposible negar que todos se encontraban emocionados por ello. Aunque aún no lo hubiese logrado, Ana intentaba con todo su ser y no se daba por vencida.

—Un día de estos lo lograré... —dijo Ana a Lavender, quien aún trataba de hacer que apareciera humo de su varita—... y al fin veré qué animal me toca a mí. No puedo esperar...

—Lo que importa no es que sean bonitos o qué animal te toque —repuso Harry pacientemente—, sino que te protejan. Lo que necesitamos es un boggart o algo parecido; así fue como aprendí yo: tuve que invocar un Patronus mientras el boggart se hacía pasar por un Dementor.

—¡Uy, qué miedo! —comentó Lavender, que ahora disparaba bocanadas de humo por el extremo de su varita—. ¡Y yo sigo... sin... conseguirlo! —añadió con enfado.

—¿Y cuál sería tu recuerdo más feliz, Lav? —preguntó Ana, su varita seguía sin dar abasto.

—¡Cuando descubrí que las escaleras que llevan al dormitorio nuestro solo dejan que las chicas suban!

Ana asintió, no entendiendo cómo ese era el mejor recuerdo de Lavender, pero sus dudas se terminaron cuando Hermione —que estaba cerca de ellas— hizo la pregunta.

—¿Y cómo eso cuenta como uno de tus recuerdos más felices...?

Lavender la miró como si la respuesta fuese la más obvia del mundo. Ana se alivió de no haber sido quien preguntara.

—Pues porque aunque tenga una familia que me apoye y me ame por ser yo misma... fue un sueño hecho realidad que el mundo aceptara y declarara que yo, Lavender Brown, era una chica. Nadie lo podría negar, ni los padres de mi mamá...

El pecho de Ana se volvió cálido al escuchar su razonamiento y una sonrisa ensanchó sus labios con adoración hacia Lavender. Era una memoria muy linda.

—Eso es bellísimo, Lavender. Estoy segura de que lograrás hacer tu patronus en cualquier momento —le aseguró ella. Hermione también sonreía.

—Sí, sigue intentando.

Luego de que Lavender se acercara a Parvati para ver cómo le estaba yendo —igual que su amiga, su varita solo sacaba humo por su extremo—, Ana decidió caminar por la sala en busca de Blaise. En ningún momento lo había visto llegar y temía que algo hubiese pasado sin su conocimiento. En una esquina se encontraban Hannah y Cedric tratando de que su patronus cobrara forma; el de Hannah ya tenía patas. No obstante, cuando Ana se acercó, las patas del animal se esfumaron y Hannah dejó salir un bufido de impaciencia.

—¡Ey! Ya casi lo tienes —aplaudió Ana, a lo que Hannah le dedicó una pequeña sonrisa avergonzada.

—Lo hace muy bien, ¿no? —añadió Cedric y Ana asintió con firmeza, mientras Hannah se volvía más colorada.

—Sí, pues, no quiero que me protejan un par de patas —resopló ella y bajó su varita—. Y no ayuda que Blaise ya haya sacado su pavo real; si ve las patas de mi patronus, será insoportable.

Ana volvió a girar su cabeza hacia todos lados en busca del chico. No había señal de él. Hannah la notó y negó con su cabeza.

—No está, no lo vi durante toda la tarde. La última vez que lo vi fue cuando estábamos en la clase de Encantamientos, me dijo que estaba muy ocupado. Ni idea con qué, pero sonaba urgente.

—No habrá pasado algo malo, ¿no? —el ceño de Ana se frunció pero al ver que Hannah estaba tan calmada, sus hombros se relajaron.

—No creo, si hubiera pasado algo malo nos hubiera...

Los ojos de Hannah y Cedric se arrastraron hacia atrás de Ana, y con desconcierto ella se dio media vuelta para ver qué había causado el silencio. Dobby se encontraba frente a Harry con los ojos desorbitados y los gorros de lana, que Hermione había tejido, todos arriba de su cabeza. Ana se sacó los tapones para poder oír.

—¿Qué ha pasado, Dobby? —le preguntó Harry mientras lo agarraba por el delgado brazo y lo apartaba de cualquier cosa con la que pudiera intentar hacerse daño luego de que se acercara a una pared.

—Harry Potter, ella..., ella...

Dobby se golpeó fuertemente la nariz con el puño que tenía libre y Harry se lo sujetó también.

—¿Quién es «ella», Dobby?

Ana sintió un nudo en su garganta cuando notó el miedo en el rostro pálido de Dobby.

—¿La profesora Umbridge? —preguntó Harry, horrorizado. Dobby asintió, y a continuación intentó golpearse la cabeza contra las rodillas de Harry, pero él estiró los brazos y lo mantuvo alejado de su cuerpo—. ¿Qué pasa con ella, Dobby? ¿Estás insinuando que ha descubierto esta..., que nosotros..., el ED? — Como Harry seguía sujetándole las manos, Dobby intentó darse una patada y cayó al suelo de rodillas—. ¿Viene hacia aquí? —inquirió Harry rápidamente.

Dobby soltó un alarido y exclamó: 

—¡Sí, Harry Potter, sí!

Ana vio puro terror en los ojos verdes de su amigo, y sin pensarlo tomó los brazos de Hannah y Cedric con fuerza.

—¡CORRAN!

Si había algo que Ana no era, era una atleta. No importaba cuánto tratamiento y entrenamiento Mary la hiciera pasar, lo único que aquello había logrado era que el movimiento fuera menos doloroso, no mejor. Cuando salieron por las puertas, que parecían más pequeñas cuando un grupo de treinta personas querían pasar por ellas al mismo tiempo, Ana enseguida perdió el agarre que tenía con Hannah y Cedric, por querer al menos respirar entre el mar de cuerpos que la aplastaban por todos lados.

Cuando por fin tuvo espacio para correr, los pies de Ana se movieron velozmente hacia las escaleras en busca de refugio de la profesora Umbridge. Aún no sabía dónde iría a esconderse, la Torre de Gryffindor sonaba como una gran trampa que debía evitar e ir a cualquier lugar cercano a la Sala de Menesteres era una alerta roja. Dobló una esquina con el corazón en la boca y decidió que su próximo destino eran las afueras del castillo.

En un momento dejó de oír las respiraciones y los pasos apresurados de sus compañeros, siendo que el sonido de su cabello moviéndose en ambos lados de su cabeza y el sordo ruido de sus zapatos golpeando contra el suelo eran suficientes para que mantuviera el ritmo de su ejercitación. Y cuando una mano se cerró sobre su brazo, no pudo evitar soltar un chillido.

—Soy yo, soy yo —murmuró la voz de Blaise, una de sus manos tapando la boca de Ana para que no volviera a chillar. Ana levantó su mirada y lo notó mirando hacia todos los lados con el ceño fruncido.

—¿Blaise...? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde...?

—¡Escuché a alguien gritar por ahí! ¡Vamos! —se escuchó por encima de ellos, en una de las escaleras que estaban a su izquierda.

Blaise volvió a mirar a Ana, y antes de que ella pudiera reaccionar, la arrastró a paso veloz hacia una de las aulas que estaban a mitad de camino; tiró de ella hacia dentro y en menos de treinta segundos la volvió a empujar hacia dentro de un armario donde guardaban las prendas de ropa perdida. Ana abrió la boca tan rápido como Blaise cerró la puerta en su rostro.

—¡Aquí...! —exclamó una voz, que Ana la conectó con Millicent Bulstrode, entrando al aula—. Ah, Blaise, eres tú.

—Quería ver si alguien había entrado en esta aula, me he equivocado —dijo Blaise con calma pero firmeza—. Ve al otro piso mientras yo busco en este, deben de estar cerca.

Millicent pareció dudar, porque Ana no la escuchó irse. Segundos después se dio cuenta de que estaba en lo correcto.

—¿Estás seguro, Blaise...? No me molestaría ayudarte por aquí... —la voz de Millicent se escuchaba tan tímida que Ana se sorprendió de que fuera ella. No obstante, el tono en la voz de Blaise rompió con toda esperanza que la chica de Slytherin había logrado acumular.

—Estoy seguro. Ve.

Los zapatos de Millicent se arrastraron por el suelo mientras el sonido de ellos cada vez se hacía más lejano a medida que ponía más distancia entre el aula que Ana estaba escondida y las escaleras donde había estado anteriormente. Cuando ya no se escucharon más, las puertas del armario se abrieron, y Ana portaba una mueca de incredulidad en sus labios.

—¿A qué te refieres con «Deben estar cerca»? ¿Es que estás metido en esto?

—Lo estoy —afirmó Blaise con el semblante serio antes de empujar hacia el pecho de Ana un pergamino—. Para salvar todos nuestros cuellos.

Ana frunció el ceño y desenrolló el pergamino, con sorpresa notó que era donde todos los miembros del ED habían firmado sus nombres. Volvió a mirar a Blaise.

—¿Qué está pasando?

—Marietta Edgecombe, eso es lo que ha pasado. Después de la cena fue a decirle a Umbridge acerca de las reuniones, y después que el hechizo de Granger surtiera efecto en su rostro, Umbridge juntó a algunos de Slytherin para que los buscáramos a ustedes —tomó el pergamino de los nombres y lo guardó en el interior de su túnica—. Cuando salieron todos corriendo me robé la lista. Parkinson casi logra tener una ventaja, me adelanté.

Ana tiró de los mechones de su cabello sin poder creer lo que oía. Era cuestión de minutos para que Umbridge atrapara a Harry y a sus amigos, y ella estaba allí sin poder hacer nada. Le dolía el estómago. Tampoco le ilusionaba que Cho Chang siguiera teniendo amigas así, cuando seguía siendo amiga de Cedric.

—¿Qué pasará ahora? —murmuró Ana y se dejó caer en una de las sillas corridas y sin haber sido usadas en años. Blaise se cruzó de brazos y negó.

—Ahora solo debemos esperar a que la tormenta se calme... ¿Pero a largo plazo? Nada bueno vendrá con Dolores Umbridge.

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¡feliz año nuevo!

espero que el 2023 les reciba con buena suerte y buenos momentos <3

¿qué les pareció el capítulo? ¡muchas gracias por todo el apoyo en el capítulo anterior! recibió mucho amor, así que me alegra que les haya gustado ♥

les deseo un muy buen año y nos vemos en la próxima actualización

•chauuu•

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