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𝐬𝐢𝐱𝐭𝐲 𝐞𝐢𝐠𝐡𝐭

"Desconocido peligroso"

La segunda parte del examen de Astronomía fue un completo desastre. No solo por el hecho de que la cabeza de Ana se encontraba aún en el persistente recuerdo de los labios de Blaise y no en Venus, sino también por el hecho de que hubo un espantoso enfrentamiento en la cabaña de Hagrid. Umbridge junto a cinco miembros del ministerio acorralaron a Hagrid en su propia cabaña en la mitad de la noche y trataron de aturdirlo hechizo tras hechizo, en lo que solo resultó en la aturdimiento de la profesora McGonagall —con cuatro rayos aturdidores— y a Fang, con solo uno. Hagrid terminó por escapar de las garras de Umbridge por tan solo poco.

Durante el examen de Historia de la Magia, Ana tuvo el corazón escondido entre las mangas de su túnica. Sus pensamientos estaban desparramados por todos lados y se arrepentía de haber estado tan confiada el día anterior, ya que veinte minutos en el examen escrito y no había escrito palabra alguna. Haber repasado cinco horas aquella mañana en definitiva no había surgido efecto.

Cuarenta minutos después, Ana había avanzado en su pergamino, pero su mente parecía una rebelión en sí: Blaise. Hagrid. Blaise.Asamble Medieval. Blaise. Rebelión de duendes...

Un grito espeluznante.

Ana soltó su pluma, cuya tinta hizo una mancha oscura en la mesa al caer y sostuvo el pergamino de su examen para que no sufriera el mismo destino. Aún sentía el escalofrío de haber escuchado aquel grito desgarrador, y segundos después se dio cuenta de que reconocía aquella voz. Había sido Harry.

Cuando se dio media vuelta para ver dónde su amigo se encontraba y descubrir qué era lo que había sucedido, Ana se dio cuenta de que estaba demasiado alejada para siquiera ver un destello de él. Solo lo vio cuando el profesor Tofty lo tomó en sus brazos y caminó con él hacia el vestíbulo de manera preocupada.

Al tener un nuevo problema en qué preocuparse, Ana hizo lo posible para terminar aún más rápido su examen y se dedicó a aquellos quince minutos a escribir más de lo que sus manos habían hecho en esa hora. Terminó la última pregunta con un calambre en la mano, tinta en sus dedos y la roja marca de la pluma en su piel.

—Hay que encontrar a Harry —espetó Hermione preocupada cuando los tres salieron por el umbral hacia el vestíbulo. Ana y Ron asintieron con fervor.

Su búsqueda no tardó en dar frutos, ya que una vez que corrieron hacia las escaleras para ir a buscarlo, Harry se detuvo en el escalón de arriba.

—¡Harry! —exclamó Hermione enseguida—. ¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien? ¿Estás enfermo?

—¿Dónde estabas? —inquirió Ron.

—Nos has asustado a lo grande... —murmuró Ana preocupada.

—Vengan conmigo —contestó Harry—. ¡Vamos, tengo que contarles una cosa!

Los guió por el pasillo del primer piso mientras asomaba la cabeza en varias aulas hasta que al final les dijo que entraran a una; una vez que Ana, Hermione y Ron hubieran entrado, Harry entró y cerró la puerta detrás suyo. Se apoyó en la puerta y miró a sus amigos.

—Voldemort tiene a papá.

—¿Qué?

—¿Cómo lo...?

—Lo he visto. Ahora mismo. Cuando me he quedado dormido en el examen.

—Pero... pero ¿dónde? ¿Cómo? —preguntó Hermione, que parecía necesitar sentarse. Ana sí se sentó en una de las sillas abandonadas.

—No sé cómo —respondió Harry—. Pero sé exactamente dónde. En el Departamento de Misterios hay una sala con un montón de hileras de estanterías llenas de pequeñas esferas de cristal, y ellos están al final del pasillo número noventa y siete... Voldemort intenta utilizar a papá para conseguir eso que quiere agarrar de allí dentro... Está torturándolo. ¡Dice que acabará matándolo! — se acercó a una mesa y se sentó—. ¿Cómo vamos a ir hasta allí? —les preguntó a sus amigos.

Hubo un momento de silencio. Ana abrió la boca con sorpresa.

—¿Ir hasta allí...? ¿Quieres que vayamos al Departamento de Misterios...?

—¡Para rescatar a mi papá! —insistió Harry en voz alta.

—Harry —dijo Hermione con una voz que delataba su miedo—, Harry, ¿cómo... cómo quieres que Voldemort haya entrado en el Ministerio de la Magia sin que nadie lo haya descubierto?

—¿Y yo qué sé? —bramó él—. ¡Lo que importa ahora es cómo vamos a entrar nosotros allí!

—Pero... Harry, piénsalo bien —continuó Hermione, y dio un paso hacia él—, son las cinco de la tarde... El Ministerio de la Magia debe de estar lleno de empleados... ¿Cómo quieres que

Voldemort haya entrado allí sin ser visto? Harry..., es el mago más buscado de la comunidad. ¿Crees que no habrán detectado la ausencia de tu papá? Es decir, siempre fue muy responsable en su trabajo y es muy conocido... ¿Podría Voldemort entrar a un edificio lleno de Aurores y llevarse a uno de ellos sin que detectaran su presencia?

—¡No lo sé, Voldemort debe de haber utilizado una capa invisible o algo así! —gritó Harry—. Además, el Departamento de Misterios siempre ha estado completamente vacío cuando he ido...

—Tú nunca has ido allí, Harry —afirmó Hermione con serenidad—. Sólo has soñado que ibas.

—¡Lo que yo tengo no son sueños normales y corrientes! —le gritó Harry, levantándose y dando también un paso hacia Hermione—. Entonces, ¿cómo explicas lo del padre de Ron? ¿Qué fue aquello? ¿Cómo supe lo que le había pasado?

—En parte tiene razón —intervino Ron mirando a Hermione.

Ana miraba a sus amigos, el dolor de cabeza se había llegado hasta entre sus cejas en forma de punzada. Necesitaba que dejaran de gritar. Al menos por unos segundos.

—Basta —masculló ella y dio un paso entre Harry y Hermione—. No van a resolver nada gritando y peleándose. Tal vez tengas razón, Harry, tal vez no... —levantó una mano para detener la interrupción furiosa de su amigo—, pero aun así necesitamos pruebas. Dumbledore no está, por lo que tenemos que preguntarle a la siguiente persona cercana a la Orden para que nos ayude...

—A la profesora McGonagall la transfirieron a San Mungo —dijo Harry con impaciencia.

—Tenemos otra opción: Mary.

Harry se quedó tieso en su lugar mientras recordaba que, de hecho, Mary formaba parte de la Orden y aún se encontraba en Hogwarts. Ana suspiró y caminó hacia la puerta del salón, una mano ya sobre la manija.

—Mientras siguen... hablando, iré a buscarla y pedirle que se comunique con los otros —abrió la puerta, una mueca en sus labios cuando se giró hacia ellos—. No se arranquen los cabellos. Por favor.

La puerta se cerró con fuerza detrás de ella.


Ana nunca había corrido tan rápido en su vida. O al menos aquello era lo que creía mientras sus piernas se convertían en fuego y agujas mientras bajaba a saltos todas las escaleras que tenía en el camino. Su respiración ya estaba agitada y le dolían los costados de su cuerpo cuando llegó al pasillo de la enfermería; sus piernas eran gelatina cuando abrió la puerta de la enfermería y se tiró hacia su interior con el corazón en la garganta.

La señora Pomfrey la miró con sorpresa cuando casi cayó en el suelo de la enfermería. Su rostro se transformó en preocupación; caminó con rapidez hacia ella.

—¿Ana? ¿Te encuentras bien? ¿Qué sucede? —dijo la señora Pomfrey y la ayudó a levantarse. Las piernas de Ana todavía temblaban.

—Necesito... hablar... con Mary... —la garganta de Ana ardía tanto como su pecho, pero obtuvo el respiro más profundo de todo el recorrido y suspiró aliviada—. Necesito hablar con Mary, es urgente...

—Querida, ¿es algo con lo que puedo ayudarte? —frunció el ceño la señora Pomfrey y la sentó en una de las sillas de espera—. Me temo que Mary no se encuentra aquí...

—¿Cómo?

—No, se ha ido a Hogsmeade hace una media hora para poder hablar con su padre en el teléfono público. Al parecer hubo una emergencia con su madre y debía hablar con él lo más pronto... Querida, dime la verdad, ¿estás bien?

Las manos de Ana escondían su rostro rojizo y cansado. Su plan se había ido por el retrete directo a la cañería. Si Mary ni McGonagall se encontraban en Hogwarts, entonces no había forma de que la Orden fuera notificada o al menos que ellos fueran notificados de que todo estaba bien o mal. Harry no soportaría aquella respuesta.

—Necesitaba... hablar con mi papá —mintió Ana una vez que sus manos dejaron de tapar su rostro. Alzó su mirada hacia la enfermera—. Pensé que ella tendría una forma de contactarme directamente con él... siendo que son amigos...

No podía nombrar a la Orden, eso sería irresponsable.

El ceño de la señora Pomfrey se profundizó mientras asentía en comprensión a su urgencia, y cuando Ana pensó que ya su plan no daría frutos y debería ir con sus amigos sin buenas noticias —o noticias en general—, la mujer le dio unas palmaditas en el hombro y le sonrió.

—Si era eso lo que necesitabas, no te preocupes. Tengo una solución, tú quédate aquí... y toma un poco de agua fresca, te hará sentir mejor.

Ana no se podía creer su suerte, entonces mientras se hidrataba con un vaso de agua fría esperó ansiosa a que la señora Pomfrey regresara de su oficina con su salvación. Una vez que terminó su agua, la mujer apareció por debajo del umbral con un objeto en su mano y una sonrisa en sus labios.

—Aquí está. Casi no lo encontraba...

Alzó el objeto en su mano y Ana notó de qué se trataba. Era un espejo antiguo de mano. Su borde era dorado y muy detallado como si se tratara de bordado, el cristal en su centro estaba un poco sucio, pero nada que una túnica no pudiera limpiar.

La señora Pomfrey rió suavemente al ver la confusión en la expresión de Ana.

—Lo hizo tu madre en su último año en Hogwarts —explicó la mujer una vez que se lo dio—. Quería que habláramos seguido mientras ella se encontraba fuera del colegio, por lo que me dio este espejo con la breve explicación de que era un reemplazo a los teléfonos muggles. Debes decir el nombre de la persona con quien quieres hablar y el cristal debería conectarte con la persona... ¡Uy!

Ana se había abalanzado hacia la enfermera y la había rodeado en un abrazo corto pero potente antes de separarse ya con el espejo en mano y un poco de esperanza en su pecho.

—Muchas gracias, señora Pomfrey. En serio... —sus piernas la llevaron a la puerta aunque seguía mirando a la mujer—. Se lo voy a devolver luego, lo prometo.

—No pasa nada, Ana. Úsalo todo el tiempo que necesites —levantó una mano para que Ana detuviera su caminar—. Y trata de respirar en tu camino, ¿sí?

El camino de vuelta fue más rápido y eficiente. Al recordar el camino que había tomado a la ida, ya sabía qué pasajes tomar y los que no y así tardó minutos menos que antes. Cuando llegó, le tomó por sorpresa ver a Ginny y a Luna en el interior del aula. Entró y rápidamente le explicaron el plan alternativo si el de Ana no funcionaba.

—¿Y Mary?

—Tuvo una emergencia familiar y está en Hogsmeade... No me mires así Harry, tengo otra solución, esto —levantó el espejo de mano que brillaba contra los rayos del sol que se filtraban por las ventanas—. La historia corta es que nos dejará comunicarnos con quien queramos si tan solo decimos su nombre. O al menos eso es lo que me dijo la señora Pomfrey...

Le dio el espejo a Harry para que pudiera inspeccionarlo en frente de todos. Miró de reojo a Ana y se aclaró la garganta con el ceño fruncido.

—Eh... James Potter.

La impaciencia de Harry comenzó a incrementar cuando el espejo no movía su imagen para mostrar a un sano James. Ana se mordió el labio y miró al artefacto con ansiedad.

—Tal vez tienes que sonar más convencido... —sugirió ella y se encogió en su lugar ante la mirada de su amigo. Harry resopló y se acomodó en su lugar.

—James Potter.

Todos retuvieron sus alientos cuando la imagen comenzó a moverse y luego de unos segundos en ansioso silencio y oscuridad, el espejo se transformó en una imagen desconocida para Ana. Era un ángulo extraño desde donde estaban observando, parecía un espacio pequeño en un escritorio —se podían ver los extremos de pergaminos y libros en los costados de la imagen—, y apuntaba hacia una pared de lo que parecía ser un cubículo de trabajo. La pared estaba llena de pergaminos, mapas y noticias cortadas de todos las posibles apariciones de magos oscuros.

—Es el cubículo de papá... —susurró Harry cuando reconoció qué estaban viendo—. Pero no lo veo... ni oigo...

—¡James! —susurró Ana en desesperación contra el espejo—. ¡James! ¿Estás ahí, James?

Nada.

—¿Qué tal si probamos con Remus, Harry? —sugirió Hermione con inquietud—. Puede que le podamos advertir a alguien...

Los nudillos de Harry se habían vuelto blancos por su agarre casi estrangulado del espejo, pero accedió a la propuesta cuando el espejo se volvió a sus reflejos preocupados. Luego de pronunciar el nombre de Remus, volvieron a sentir la anticipación de minutos atrás, hasta que se dieron cuenta de que observarían oscuridad por un largo rato.

—¿Por qué no está cambiando? —preguntó Ron en un susurro.

Ana frunció el ceño.

—No... no lo sé.

La uña de uno de los dedos de Hermione casi tocó la superficie del espejo.

—Sí ha cambiado, miren más de cerca...

Todos estiraron sus cuellos para observar la imagen con más atención, y después de unos segundos buscando a lo que se refería Hermione, Ana notó una suave luz detrás de la oscuridad rojiza. Se veía borrosa, como si...

—Estamos viendo desde una ventana —murmuró Hermione de nuevo—. Nos está tapando una cortina.

Harry se levantó de repente y apoyó con fuerza el espejo en una de las mesas. Todos se sobresaltaron cuando lo oyeron.

—¡Estamos perdiendo tiempo! Nadie va a venir a ayudarnos, ¿es que no lo entienden? Todos están ocupados, ¡Y MI PADRE ESTÁ SIENDO TORTURADO EN ESTE INSTANTE!

—¡Entonces usemos el plan alternativo! —rogó Hermione con la voz ahogada—. Vayamos ahora mismo al despacho de Umbridge, ya cada uno sabe qué hacer. Tú y yo nos pondremos la capa invisible y entraremos en el despacho, y podrás comprobar si Sirius está allí o no...

Harry resopló y pasó sus manos sobre su cabello oscuro y despeinado, la angustia era fácil de ver en sus ojos verdes.

—Bien. Sí. Está bien, vamos ahora. Todos hagan lo que tengan que hacer.

A Ana, luego de entrar de nuevo al aula, sus amigos le habían explicado que acompañaría a Ron para distraer a Umbridge mientras los demás se encargaban de lo suyo. Y mientras Harry fue a buscar la capa invisible, ella y los otros se apiñaron en el final del pasillo del despacho de la mujer con los nervios en su piel. Cuando Harry llegó, Hermione les susurró a Ana y a Ron.

—Vayan a distraer a Umbridge.

Ana y Ron se miraron antes de ir con paso decidido donde pensaban que la profesora se iba a encontrar en esos momentos. Habían escuchado entre los susurros de los estudiantes, que Umbridge se estaba encargando de encontrar a los estudiantes de tercero que habían puesto bombas fétidas en el pasillo de los baños.

Después de buscarla por casi cinco minutos, la encontraron yendo a paso furioso con sus piernas cortas hacia por donde ellos habían venido. El pánico se asentó en sus cuerpos y Ron fue el primero en hablar con la mentira en la punta de su lengua.

—¡Profesora Umbridge! Peeves está provocando caos en el Departamento de Transformaciones —jadeó Ron como si hubiera corrido más de lo que habían hecho, para jactar la dramatización de sus palabras.

En ese momento parecía una mejor mentira de la que se había atascado en la garganta de Ana, la cual era que el profesor Dumbledore había sido visto en el vestíbulo y llamaba a por ella. De mala fortuna, ambos rápidamente descubrieron que, de hecho, había sido una mentira terrible.

Umbridge se acercó a ellos con una ceja alzada y una expresión demoníaca.

—¿Sí...? —dijo ella y antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, les agarró el brazo con la fuerza de una serpiente taipán—. ¿Y también vienen a traerme información acerca de quién se ha colado en mi despacho?

El brazo de Ana comenzó a doler tanto que tuvo que apretar la mandíbula para no dejar salir una queja. El brillo endemoniado en los ojos de sapo de la profesora Umbridge la miraron con puro odio.

—Agárrenlos y traigan a ambos a mi oficina —dijo a un par de integrantes de la Brigada Inquisitorial cuando se posaron detrás de ella—. Yo me voy a encargar del intruso.

Cuando la profesora Umbridge pasó por entre Ana y Ron, no sin antes clavar sus uñas en la piel de ambos, los dos estudiantes de Slytherin, Warrington y un chico cuyo nombre Ana no sabía, se acercaron a ellos con paso amenazador y sonrisas adulantes. Antes de que alguno pudiera reaccionar, Warrington se abalanzó hacia Ron y le dio un puñetazo en la nariz para que fuese más fácil inmovilizarlo, mientras que el otro chico saltó un poco tarde hacia Ana, lo que le dio tiempo para darle una patada en el estómago.

—¡No te me acerques, idiota! —gritó Ana cuando el chico volvió a tratar de agarrarla. Por el otro lado, Ron no se pudo defender de nuevo, y con otro golpe Warrington le rompió el labio—. ¡Ron...! ¡Ay!

El corpulento chico la había agarrado del brazo justo donde Umbridge lo había hecho con anterioridad; de instinto, y por la adrenalina que el dolor le había proporcionado, le dio un puñetazo en la garganta. El chico la soltó con un aullido ahogado mientras sostenía su garganta, a lo que Ana aprovechó y le dio una patada más en la entrepierna. El chico se dobló en su lugar y cayó al suelo de rodillas por el dolor.

«Sabía que esa bolsa de boxeo iba a servir»

Sin perder tiempo, se dio media vuelta dispuesta a ayudar a Ron con el otro chico, cuando alguien rodeó su cabello y la tiró hacia atrás, obtuviendo que se diera un moretón en uno de sus codos. Con los ojos llorosos por el dolor, Ana miró con furia hacia el rostro de Pansy Parkinson que la miraba tan arrogante como siempre.

—¡Sal... de aquí... Parkinson! —forcejeó Ana con su cabello pero la chica seguía tirando de ella como si su vida fuese más entretenida de esa forma.

—Voy a hacerte sufrir, Abaroa —escupió ella con la misma sonrisa de antes, pero cuando Ana se dio vuelta y le mordió el antebrazo, chilló con impotencia—. ¡Ugh! ¡Eres una maldita...!

Parkinson le rasguñó la mejilla con sus uñas filosas y largas, pero antes de que Ana pudiera volver a defenderse, otro par de brazos la mantuvieron paralizada mientras la levantaban del suelo. Sin ver hacia atrás, Ana empezó a forcejear mientras tiraba patadas al aire.

—¡Suéltame! ¡Suél... ta... me!

—Sigue actuando así para que no se den cuenta.

La voz de Blaise susurró contra su nuca haciendo que los cabellos de allí se pararan y su espalda sintiera un escalofrío. Las manos del chico suavizaron su agarre aunque de lejos aún parecía que la estaba agarrando sin su consentimiento. La perfecta mentira para ojos ciegos.

Ana le dedicó un asentimiento sutil, y siguió forcejeando de su agarre aunque no con las mismas fuerzas que antes. Blaise se dirigió a Pansy que sostenía su brazo mordido.

—Ve a desinfectar la herida, yo me encargaré de ella —dijo él con dureza a lo que Pansy asintió antes de enviarle otra mirada asesina a Ana, quien le devolvió la misma expresión.

Después de un minuto más de forcejeo de parte de Ron, Warrington y Blaise los llevaron hacia el despacho de la profesora Umbridge donde seguramente la mujer los esperaría con los otros. Efectivamente, cuando llegaron a la puerta, Ana vio que unos varios corpulentos alumnos de Slytherin arrastraban a Ginny, Luna y, para su sorpresa, Neville, a quien Crabbe había hecho una llave y llevaba tan sujeto por el cuello que parecía a punto de ahogarse.

Los integrantes de la Brigada Inquisitorial se miraron y asintieron con determinación antes de abrir la puerta a la oficina rosada.

Adentro, la profesora Umbridge los esperaba junto a otros estudiantes de Slytherin, y vio en qué estado estaban Hermione y Harry. Mientras que Hermione estaba siendo inmovilizada contra la pared por Millicent Bulstrode, Harry estaba contra el escritorio de Umbridge, acorralado por ella y con un aspecto fatal. Tenía cenizas en todos lados y su cabello parecía haber sido tironeado.

Malfoy estaba apoyado en el alféizar de la ventana sonriendo mientras lanzaba una varita

mágica al aire y la recuperaba con una mano. Ana tenía el presentimiento de que no le pertenecía.

—Los tenemos a todos —anunció un chico robusto que Ana no conocía, mientras que Warrington empujaba bruscamente a Ron hacia el centro del despacho—. Éste —dijo hincándole un grueso dedo a Neville en el pecho— ha intentado impedir que agarrara a ésa —señaló a Ginny, que pretendía pegar patadas en la espinilla a la alumna de Slytherin que la sujetaba—, así que lo hemos agarrado también.

—Estupendo —dijo la profesora Umbridge mientras contemplaba los forcejeos de Ginny— Muy bien, veo que dentro de poco ya no quedará ni un solo Weasley en Hogwarts.

Malfoy, adulador, rió con ganas. Umbridge dibujó su ancha y displicente sonrisa y se sentó en una butaca de chintz; miraba a sus prisioneros pestañeando, como un sapo sobre un parterre de flores.

—Muy bien, Potter —comenzó—. Has colocado vigilantes alrededor de mi despacho y has enviado a esos payasos —señaló con la cabeza a Ana y a Ron, y Malfoy rió aún más fuerte— para que me dijeran que el poltergeist estaba provocando el caos en el departamento de Transformaciones cuando yo sabía perfectamente que estaba manchando de tinta las miras de todos los telescopios del colegio, porque el señor Filch acababa de informarme de ello. Es evidente que te interesaba mucho hablar con alguien. ¿Con quién? ¿Con Albus Dumbledore? ¿O con ese híbrido, Hagrid? No creo que se tratara de la profesora McGonagall porque tengo entendido que todavía está demasiado enferma para hablar con nadie.

Ana sintió la rabia subir por su cuerpo y hubiera forcejeado si no hubiera sabido que el agarre de Blaise era muy débil en sus muñecas. No obstante, volvió a sentir los labios de Blaise cerca de su oreja, lo que hizo que su corazón calmara un poco de su rabia. El chico volvió a hablarle, pero esta vez susurró en un idioma que Ana no había escuchado en un largo tiempo.

—Mea sunt; epsa est tua.

«Ellos son míos; ella es tuya»

La textura de su varita rozó en la mano de Ana, que Blaise aún escondía detrás de su espalda, y cuando la sintió por completo le dio un buen agarre. Su mano temblaba de los nervios y de la rabia de la situación. Umbridge seguía escupiendo en el rostro de Harry cada vez que hablaba o gritaba.

Como todos tenían la atención puesta en Harry y la profesora Umbridge, Blaise dejó de rodear una de las muñecas de Ana para poder él mismo agarrar su varita con cautela, a lo que Ana sintió un dejo de vergüenza al sentirse amargada sin el toque del chico. Sin embargo, en vez de contar, lo que Blaise hizo fue más sutil. Fue levantando sus dedos en forma de cuenta regresiva, y Ana lo comprendió al momento en que levantó el primer dedo.

Uno.

Sintió la tensión de sus dedos alrededor de su varita.

Dos.

Fijó su vista en la nuca de la profesora Umbridge mientras empujaba el pecho de Harry con un dedo.

Tres.

Su mano salió volando hacia delante, varita en alto y mente hecha.

—¡Reducto!

La luz azul brillante salió de su varita en un frenesí recto y le dio directo en el pecho de la profesora Umbridge cuando se dio vuelta para hablarle a uno de sus perros falderos. Al instante, la mujer salió volando hacia atrás y se golpeó contra la pared y sus retratos de gatitos. Uno de ellos cayó sobre ella cuando su cuerpo se desmayó.

Atónita, Ana se dio cuenta de que sin haber escuchado nada de parte de Blaise, cada uno de los estudiantes de Slytherin se encontraban aturdidos y desmayados por todo el despacho. Era como si una bomba les hubiera caído a cada uno. Se dio media vuelta y notó que la punta de la varita de Blaise largaba un último hilo de humo, tal cual una película de vaqueros.

—¿Es que cargaste tu varita con balas? ¿Qué fue eso?

—Tenía que esmerarme en los exámenes.

Mientras sus amigos salían de la sorpresa que aquella situación los había puesto, Ana se giró para acercarse hacia donde la profesora Umbridge yacía. Estaba completamente inmovil.

—Me olvidé por completo que «Reducto» no se usa en personas... —murmuró ella con preocupación. Tal vez no por haber aturdido a Umbridge, pero sí por las consecuencias—. ¿Creen que le haya roto todos los huesos? ¿Se podrá recuperar?

—Yo no me preocuparía tanto... —dijo Ginny acercándose para ver los efectos de la magia de Ana.

Ron silbó con asombro.

—Bueno, ¿quién sabría que tenerte como doble espía serviría, Zabini?

Blaise puso los ojos en blanco.

Yo lo sabía.

Harry fue a buscar su varita de la mano tiesa de Draco mientras Hermione arrebataba la suya propia; Ron los miró con ansiedad.

—Harry, ¿qué averiguaste en la chimenea? ¿Tiene Quien-tú-sabes a tu papá o...?

—Sí —afirmó Harry—, y estoy seguro de que papá todavía está vivo, pero no sé cómo vamos a ir hasta allí para ayudarlo.

Blaise miró a Ana con un dejo de sorpresa en su mirada al escuchar aquella declaración, pero ella solo lo miró y le dio una señal de que no podía contarle todo lo que estaba pasando. Al menos no ahora.

—Tendremos que ir volando, ¿no? —soltó Luna con un tono realista poco común en la chica.

—Bien —contestó Harry con fastidio, y se volvió hacia ella—. En primer lugar, olvídate del «tendremos», porque tú no vas a ninguna parte, y en segundo lugar, Ron es el único que tiene una escoba que no esté custodiada por un trol de seguridad, de modo que...

—¡Yo también tengo una escoba! —saltó Ginny.

—Sí, pero tú no vienes —la atajó Ron.

—¡Perdona, pero a mí me importa tanto como a ti lo que le pase a James! —protestó Ginny, y apretó las mandíbulas, con lo que de pronto resaltó su parecido con Fred y George.

—Eres demasiado... —empezó a decir Harry, pero Ginny lo interrumpió con fiereza.

—Tengo tres años más de los que tenías tú cuando te enfrentaste a Quien-tú-sabes por la piedra filosofal, y aunque no lo creas, tengo verdadero potencial para una lucha.

—Sí, pero...

—Todos pertenecíamos al ED —intervino Neville con serenidad—. ¿No se trataba de prepararnos para pelear contra Quien-tú-sabes? Pues ésta es la primera ocasión que tenemos de actuar. ¿O es que todo aquello no era más que un juego?

—No, claro que no... —contestó Harry impaciente.

—Entonces nosotros también deberíamos ir —razonó Neville—. Podemos ayudar.

—Es verdad —coincidió Luna, y sonrió.

—Yo me quedaré y resolveré todo esto —habló Blaise por primera vez mirando a todos los integrantes de la Brigada y a Umbridge, y los otros se sorprendieron de que siguiera ahí, menos Ana—, mientras ustedes hacen lo que sea que tengan que hacer.

Todos se quedaron en silencio mientras Harry pensaba en el próximo paso de su misión.

—Bueno, no importa —dijo Harry con frustración—, porque de todos modos todavía no sabemos cómo vamos a ir...

Ana levantó una ceja.

—Ya hemos dicho que volando... Y aunque no me guste la idea... —tragó saliva y miró hacia la ventana—. Los thestrals en el bosque son la solución más... segura. Confío más en ellos que una escoba...

—¡Claro! —susurró Harry y sus ojos se iluminaron—. Aún deben estar cerca, Hagrid los había acercado ayer... Hay que apurarnos, vayamos ya al bosque... Los siete —añadió a regañadientes.

Cuando todos los demás salieron corriendo hacia el bosque prohibido para encontrar lo más pronto posible, Ana vaciló en el umbral de la puerta por unos segundos, hasta que se dio media vuelta para enfrentar a Blaise que aún estaba parado en el lugar de antes.

—Necesito un gran favor, y en serio lo siento que no pueda explicar nada ahora, pero te prometo que algún día lo haré, ¿sí? —Ana habló tan rápido que temió que el chico no lo entendiera, pero Blaise no dio señal de confusión.

—¿Qué necesitas? —preguntó él con suavidad y los hombros de Ana se relajaron un poco.

—Es un encargo extraño, pero necesito que vayas a la entrada por donde vamos a Hogsmeade y necesito que esperes allí a Mary, la enfermera. Debe estar llegando y es urgente que le pases este mensaje... —tomó aire y exhaló—: Dile que... pues ya lo sabes... que Voldemort tiene a Cornamenta en donde residen los misterios.

El ceño de Blaise se frunció y le agarró la muñeca con el tacto suave y diferente al agarre con el que Pansy Parkinson la había lastimado.

—Van a ir directo a la boca del lobo. Es un riesgo tremendo, Ana.

—Lo sabemos —suspiró Ana—. Pero te prometo que estaremos bien, ¿sí? Nos vemos en un par de horas. ¡Ve y busca a Mary...! ¡Ah! —se dio media vuelta con rapidez para volver a mirarlo—. Te juro que cuando vuelva hablaremos de nosotros dos. Tenemos que hablar, ¿sí? ¡Bien! ¡Nos vemos!

Antes de salir corriendo, le dio un casto beso en su mejilla antes de salir por el umbral hacia donde los cabellos de sus amigos aún se veían correr, mientras que Blaise la observaba irse con una mano en la mejilla que ella había besado.

•      •      •

Como al final solo encontraron seis thestrals y, además, Ana estaba aterrorizada de las alturas, ella y Hermione se subieron al más grande. Ana adelante, para sentirse más protegida y porque entre ella y Hermione ella sola podía ver la criatura, y Hermione atrás, abrazada a su amiga.

—Esto es una locura —murmuró Ron palpando con la mano que tenía libre el cuello de su caballo—. Es una locura... Si al menos pudiera verlo...

—Yo en tu lugar no me quejaría de que siga siendo invisible —dijo Harry siniestramente—. ¿Están preparados? —Todos asintieron—. A ver... —Miró la parte de atrás de la reluciente y negra cabeza de su thestral y tragó saliva—. Bueno, entonces... Ministerio de la Magia, entrada para visitas, Londres —indicó, vacilante—. No sé si... sabrás...

Ana ni miró hacia el aire o el suelo cuando su thestral salió volando a gran velocidad ya que su cabeza estaba apretujada contra el crin del animal. Su terror no la dejaría disfrutar del viaje y temía que si gritaba, llamaría la atención de criaturas o personas no invitadas.

Los brazos de Hermione, cada vez que el animal usaba más velocidad, le apretujaban el estómago, pero Ana no se quejaba. Prefería tener ese sostén aunque le doliera.

Se puso el sol, y el cielo, salpicado de diminutas estrellas plateadas, se tiñó de color morado; al poco rato las luces de las ciudades de muggles eran lo único que les daba una idea de lo lejos que estaban del suelo y de lo rápido que se desplazaban. Ana solo miraba hacia abajo cuando el animal cambiaba de dirección de forma repentina, pero estaba sujetada fuertemente a su cuello sin reducir la fuerza de sus brazos.

Ana notó una sacudida en el estómago; de pronto la cabeza del thestral apuntó hacia abajo y un chillido salió de su boca mientras se iba hacia delante por la caída del animal. Habían empezado a descender.

Cuando sintió que su thestral se posaba suavemente sobre el suelo, el cuerpo de Ana temblaba mientras Hermione se bajaba de la misma forma. Le dio unas cuantas caricias al crin del thestral mientras pasaba una pierna sobre su lomo para poder salir.

—Muchas... —Ana tragó saliva cuando colgó del cuerpo alto del animal—... gracias.

—¿Y ahora qué hacemos? —le preguntó Luna a Harry con interés, luego de bajar de su thestral.

—Por aquí —indicó él. Los guió hasta una desvencijada cabina telefónica y abrió la puerta—. ¡Vamos! —los apremió al ver que los demás vacilaban.

Los seis se apretujaron en la cabina telefónica y Harry cerró la puerta cuando entró detrás de Luna.

—¡El que esté más cerca del teléfono, que marque seis, dos, cuatro, cuatro, dos! — ordenó.

El que estaba más cerca era Ron, así que levantó un brazo y lo inclinó con un gesto forzado para llegar hasta el disco del teléfono. Cuando el disco recuperó la posición inicial, una fría voz femenina resonó dentro de la cabina.

—Bienvenidos al Ministerio de la Magia. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.

—Harry Potter, Ron Weasley, Hermione Granger, Ana Abaroa —dijo Harry muy deprisa—, Ginny Weasley, Neville Longbottom, Luna Lovegood... Hemos venido a salvar a una persona, a no ser que el Ministerio se nos haya adelantado.

—Gracias —replicó la voz—. Visitantes, recojan las chapas y colóquenselas en un lugar visible de la ropa.

Media docena de chapas se deslizaron por la rampa metálica en la que normalmente caían las monedas devueltas. Ana observó con incredulidad lo que estaba escrito en su chapa, una vez que Hermione le pasó la suya: «Ana Abaroa, Misión de Rescate.»

—Visitantes del Ministerio, tendrán que someterse a un cacheo y entregar sus varitas mágicas para que queden registradas en el mostrador de seguridad, que está situado al fondo del Atrio.

—¡Muy bien! —respondió Harry en voz alta—. ¿Ya podemos pasar?

El suelo de la cabina telefónica se estremeció y la acera empezó a ascender detrás de las ventanas de cristal, Ana le agarró el brazo a Hermione; los thestrals, que seguían hurgando en el contenedor, se perdieron de vista; la cabina quedó completamente a oscuras y, con un chirrido sordo, empezó a hundirse en las profundidades del Ministerio de la Magia.

Una franja de débil luz dorada les iluminó los pies y, tras ensancharse, fue subiendo por sus cuerpos. La luz era tenue, y no ardía ningún fuego en las chimeneas empotradas en las paredes.

—El Ministerio de la Magia les desea buenas noches —dijo la voz de mujer.

La puerta de la cabina telefónica se abrió y todos salieron. Lo único que se oía en el Atrio era el constante susurro del agua de una fuente dorada, donde los chorros que salían de las varitas del mago y de la bruja, del extremo de la flecha del centauro, de la punta del sombrero del duende y de las orejas del elfo doméstico caían en el estanque que rodeaba las estatuas.

—¡Vamos! —indicó Harry en voz baja, y los siete echaron a correr por el vestíbulo guiados por él; pasaron junto a la fuente y se dirigieron hacia una mesa vacía.

Los guió hacia un par de ascensores, pulsó el botón y un ascensor apareció tintineando ante ellos casi de inmediato. La reja dorada se abrió produciendo un fuerte ruido metálico, y todos

entraron precipitadamente en el ascensor. Harry pulsó el botón con el número nueve; la reja volvió a cerrarse con estrépito y el ascensor empezó a descender, traqueteando y tintineando de nuevo. Segundos después, el ascensor se paró, la voz de mujer anunció: «Departamento de Misterios», y la reja se abrió. Salieron al pasillo, donde sólo vieron moverse las antorchas más cercanas, cuyas llamas vacilaban agitadas por la corriente de aire provocada por el ascensor.

—Esto es disparatado... —murmuró Ana, su mano aún rodeaba el brazo de Hermione, quien asintió con una mueca mientras seguían a Harry a una puerta negra.

Cuando Harry abrió la puerta, siguió adelante, y los demás cruzaron el umbral tras él.

Se encontraron en una gran sala circular. Todo era de color negro, incluidos el suelo y el techo; alrededor de la negra y curva pared había una serie de puertas negras idénticas, sin picaporte y sin distintivo alguno, situadas a intervalos regulares, e, intercalados entre ellas, unos candelabros con velas de llama azul. La fría y brillante luz de las velas se reflejaba en el reluciente suelo de mármol causando la impresión de que tenían agua negra bajo los pies.

—Que alguien cierre la puerta —pidió Harry en voz baja.

Ana sintió la mano de Hermione agarrar la suya con fuerza cuando la oscuridad los absorbió el momento que Neville obedeció la orden. Sin el largo haz de luz que llegaba del pasillo iluminado con antorchas que habían dejado atrás, la sala quedó tan oscura que al principio sólo vieron las temblorosas llamas azules de las velas y sus fantasmagóricos reflejos en el suelo.

Mientras contemplaban las puertas se oyó un fuerte estruendo y las velas empezaron a desplazarse hacia un lado. La pared circular estaba rotando. Ana y Hermione se abrazaron con temor de que el suelo se abriera y cayeran en el vacío.

Durante unos segundos, mientras la pared giraba, las llamas azules que los rodeaban se desdibujaron y trazaron una única línea luminosa que parecía de neón; entonces, tan repentinamente como había empezado, el estruendo cesó y todo volvió a quedarse quieto.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ron con temor.

—Creo que ha sido para que no sepamos por qué puerta hemos entrado —dijo Ginny en voz baja.

«Genial» resopló Ana en su mente mientras suavizaba el agarre en el brazo de Hermione. Sus manos seguían juntas.

—Entonces, ¿por dónde vamos, Harry? —preguntó Ron.

—En los sueños entraba por la puerta que hay al final del pasillo, viniendo desde los ascensores, y pasaba a una habitación oscura, o sea, esta habitación; luego entraba por otra puerta que daba a un cuarto lleno de una especie de... destellos. Tendremos que probar algunas puertas —decidió—. Cuando vea lo que hay detrás sabré cuál es la correcta. ¡Vamos!

Se dirigió hacia la puerta que tenía enfrente y los demás lo siguieron de cerca; levantó la varita y empujó.

La puerta se abrió con facilidad.

En contraste con la oscuridad de la primera habitación, aquella sala, larga y rectangular, parecía mucho más luminosa; del techo colgaban unas lámparas suspendidas de cadenas doradas. La sala estaba casi vacía: sólo había unas cuantas mesas y, en medio de la habitación, un enorme tanque de cristal, lo bastante grande para que los siete nadaran en él, lleno de un líquido verde oscuro en el que se movían perezosamente a la deriva unos cuantos objetos de un blanco nacarado.

Mientras sus amigos discutían el origen de aquellas cosas y lo que eran, Ana se disponía a observar junto a Hermione las mesas llenas de papeles. Ana podía leer la palabra "cerebro" en varios de ellos.

—¡Vámonos! —exclamó Harry—. Aquí no es, tendremos que probar otra puerta.

—Aquí también hay puertas —observó Ron señalando las paredes.

—En mi sueño yo cruzaba esa habitación oscura y entraba en otra —explicó Harry de nuevo—. Creo que deberíamos retroceder e intentarlo desde allí.

Así que volvieron apresuradamente hacia la puerta donde aún se podía ver la sala circular y oscura, pero una vez que el cabello platinado de Luna pasó por el umbral antes que Ana y Hermione, la puerta se cerró de golpe en sus narices.

—¡No es gracioso, chicos! —dijo Ana y su mano voló hacia la fría y brillante superficie para empujarla y abrirla.

Pero lo que vieron detrás de la puerta no parecía para nada a la sala circular de antes; en vez, era una sala circular que brillaba bajo una luz blanca mientras bolas de diferentes colores flotaban alrededor como si fueran luciérnagas. Parecían tener pelo.

—Dios... —dijo Ana con terror mientras Hermione tragaba un gemido.

Cerró la puerta y la volvió a abrir.

Nada. De nuevo las bolas de colores que ahora parecían dirigirse hacia ellas.

Hermione cerró la puerta con su cuerpo y le envió una mirada aterrada a Ana, que portaba la misma expresión en su rostro.

—¿Qué demonios hacemos? No puedo quedarme en una habitación con un cerebro flotante. ¡No podemos!

Ana tragó saliva y miró alrededor de la habitación iluminada por aquellas velas amarillentas y los cerebros nacarados flotantes. Tal como había dicho Ron antes, el lugar estaba lleno de puertas como la sala principal y Ana estaba segura que muchas de ellas se encontraban conectadas entre sí; llegó a la conclusión de que solo había una forma de llegar a la sala que Harry había descrito en sus sueños.

—Tendremos que viajar por las puertas. Aunque haya miles de salas, tendremos que llegar en algún momento...

—Nos tomará años... ¿y si quedamos atrapadas aquí para siempre? —murmuró Hermione con el ceño fruncido. Ana se acercó a ella y le tomó el brazo con suavidad.

—No tenemos otra opción; los otros seguirán buscando esa sala si no nos encuentran y si Harry tiene razón y Voldemort tiene a su papá... pues necesitamos ayudarlos.

Hermione suspiró y levantó su varita luego de vacilar por unos segundos. Asintió con determinación.

—Bien. Vamos.


Diez salas más fueron las que les tomó para llegar a una sala larguísima que parecía ser la que Harry había descrito que había pasado en su sueño. Las puertas por las que habían pasado habían consistido en espacios chicos tanto como enormes, pero al no haberse detenido en ninguna, todo el trayecto se les hizo más corto de lo que pensaban que iba a ser. Después de diez minutos, tenían las varitas preparadas para cualquier peligro, mientras caminaban con cuidado entre las cientas de estanterías con bolas de cristal. Estas brillaban débilmente, bañadas por la luz de unos candelabros dispuestos a intervalos a lo largo de las estanterías. Las llamas de las velas, como las de la habitación circular que habían dejado atrás, eran azules. En aquella sala hacía mucho frío.

—Estamos en el pasillo ciento cuarenta... ¿Dónde debíamos ir? —susurró Ana mientras observaba con cautela entre las bolas de cristal y su brillo hipnotizante.

—En el pasillo noventa y siete... —las frías llamas iluminaban el rostro oscuro y nervioso de Hermione, cuyos ojos no dejaban de mirar a todos lados—. ¿Crees que ya estén aquí?

—Eso vamos a averiguar...

Sus pasos eran casi inaudibles mientras sus túnicas se movían al compás de sus piernas con el suave sonido de la tela rozar el aire con su danza. Las hileras eternas de bolas de cristal parecían no tener fin, y aunque las llamas azules iluminaran sus alrededores, era difícil distinguir lo que tenían delante. Solo veían oscuridad.

Cuando estaban llegando al pasillo ciento dieciocho, Hermione, que estaba mirando detrás suyo para asegurarse de que nadie las estaba siguiendo, chocó contra la espalda de Ana que se había detenido en su lugar. Hermione dio un paso hacia atrás, varita en alto.

—¿Qué sucede? ¿Hay alguien? —siseó Hermione en un susurro, pero Ana no respondió—. ¿Ana?

Los ojos de Ana estaban fijos en una bola de cristal al final de uno de los estantes del pasillo ciento diecinueve. Dentro de ella brillaba una débil luz interior, aunque estaba cubierta de polvo y parecía que nadie la había tocado durante años. No obstante, cuando Hermione caminó hacia ella, notó que Ana no estaba mirando hacia la bola de cristal en sí —su estatura no le permitía mirarla con atención—, sino que estaba observando una etiqueta amarilla debajo de ella. Había una fecha de unos dieciséis años atrás escrita con trazos finos, y debajo la siguiente inscripción:

F.A.D. a P.C.P.

(?)

y Anastasia Lupin

—¿Qué es eso? —murmuró Hermione nerviosa. Ana sacudió su cabeza.

—No lo...

Delante de ellas, a una distancia de unos cuantos pasillos, se escuchó el sonido de una risa maniática. Hermione saltó hacia adelante con su varita en alto, mientras que Ana aprovechaba la distracción de su amiga para tomar la bola de cristal y guardarla dentro de su túnica. La sensación de que había realizado una imprudencia rozó sus dedos cuando puso las manos alrededor de la polvorienta y cálida bola de cristal. Más cuando la guardó en su bolsillo.

Antes de que su amiga se diera cuenta de lo que había hecho levantó su varita y dio un paso hacia delante.

—Vayamos despacio.

Las dos chicas dejaron detrás al pasillo diecinueve y se acercaron con más cautela que antes al pasillo noventa y siete, donde el débil sonido de las voces se hacía oír. Fue cuando llegaron detrás de la estantería del pasillo ciento tres que detuvieron sus pasos sigilosos y se escondieron entre las bolas de cristal. Ana miró por el rabillo de sus ojos por una de las esquinas de la estantería hacia donde las voces se escuchaban, pero no podía ver nada más que las leves siluetas de las estanterías y sus cristales.

—Deben estar detrás de la estantería del pasillo... —susurró a Hermione cuando volvió su rostro detrás de su escondite—. No los puedo ver, pero creo que quienes estén allí están rodeando a Harry y los otros... Sus voces se escuchan a ambos lados del pasillo.

Ana agradecía que sus tapones de sonido funcionaran tan bien como para distinguir aquellos detalles. Era increíble el trabajo de su madre.

Hermione dio un paso delante de Ana y observó por la esquina de la estantería para ver donde ella había visto antes. Suspiró y miró a su amiga por encima de su hombro.

—¿Qué hacemos?

—Nos separamos y tomamos cada una un lado.

Los ojos de Hermione se abrieron con sorpresa.

—¿Separarnos? Ana no somos profesionales, las dos juntas seremos más fuertes que separadas...

—Sí, pero tenemos la única ventaja de un ataque sorpresa. Si los tienen rodeados y atacamos de un solo lado, es muy probable que los cinco sean atacados del otro...

La mirada de Hermione se suavizó cuando escuchó aquello y asintió.

—Sí, tienes razón... —el semblante de Hermione se endureció e irguió su postura—. Bien, yo tomaré la derecha y tú la izquierda. No ataquemos a los intrusos de forma directa, estallemos las bolas de cristal.

Ana asintió mientras su amiga se alejaba a paso lento hacia el otro lado. Hermione vaciló y la miró por encima de su hombro.

—Y, ¿Ana?

—¿Sí?

—No vuelvas a dudar de tus habilidades de defensa y ataque nunca más.

Ana no pudo evitar sonreír y asentir. Hermione caminó a paso de pluma hacia la otra esquina mientras que ella se iba acercando de pasillo a pasillo hacia detrás de la estantería noventa y siete, en el pasillo noventa y ocho. Su corazón latía tan rápido que temía que alguno de los atacantes escuchara el sonido de su pecho; su mano temblaba con el fuerte agarre de su varita y su respiración estaba atascada en su garganta.

Las voces ahora eran fuertes y reconocibles, ya no podía rechazar la idea de que sus amigos no estaban en problemas así que inhaló una gran bocanada de aire antes de suavemente dejarlo ir.

Era el momento de esperar.

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¡hola!

feliz febrero <3

¡cómo están! yo ya tengo que empezar las inscripciones para el nuevo año de la facultad :')

¿qué les pareció el capítulo? ¿cómo están del capítulo anterior?

todas las veces que tuve que escribir james llevaron a que no sintiera que sea una palabra real <3

anyways ¡sólo faltan dos capítulos más para el final del tercer acto!

estoy emocionada por mostrarles el resto de este acto, y muchas gracias por el constante apoyo ¡!

nos vemos el próximo domingo

•chauuu•

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