𝐬𝐢𝐱
"Cambios nocturnos"
La última semana de vacaciones se pasó eternamente lenta para el mal gusto de Ana. Cada día era una nueva pesadilla de estar encerrada en su casa sin poder deambular por las calles o hasta salir al patio. Luego de que James hubiese recibido la noticia de que Peter Pettigrew se había escapado de la prisión, los adultos se volvieron desesperados por tomar medidas. Ana estaba agradecida que se preocupasen por ella pero no poder ni pasear a Limonada o sacar la basura era un poco paranoico. No era como si el convicto supiese en dónde vivían. No estaban en su antigua casa y no era como si pudiese viajar tan rápidamente a Londres. Era poco creíble.
Sin embargo, lo único que mantenía a Ana en la cuerda era pensar que tal vez Harry lo tenía peor. Sí, era egoísta pero pensar que el chico había sido mandado al Caldero Chorreante para pasar la semana allí mientras su padre trabajaba en la búsqueda de Pettigrew, un lugar donde podría deambular por el callejón Diagon y encontrarse con sus amigos... bien, tal vez ella era quien lo tenía peor.
—¿Es necesario que estén conmigo todo el tiempo? —protestó Ana la mañana del 1 de septiembre mientras miraba a su abuela y a Sirius.
—Sí —afirmó su abuela y Ana se calló mientras comía sus galletas de jengibre. No podía ir en contra de su nana a menos que quisiese la muerte.
Sirius dejó salir un suspiró y se pasó una mano sobre su largo cabello oscuro.
—Es por tu seguridad, Ana. Lo último que necesitamos es que esa asquerosa rata te encuentre —Sirius bajó la mirada, observando sus manos jugar con las llaves de su moto—. Por eso Remus ha ido temprano al tren para inspeccionarlo y viajará con ustedes.
Ana soltó otra protesta y se deslizó sobre su silla con los brazos cruzados.
Hilda Abaroa se limpió las manos con el trapo de cocina y se levantó de su asiento.
—No más protestas, mi niña. Ve a prepararte que debes ir temprano.
Ana asintió y fue a buscar su baúl que había organizado el día anterior junto al cesto de mimbre que había conseguido para Basil. Arrastró sus pertenencias por la escalera y salió de la casa Abaroa junto a Sirius y Hilda. El hombre metió el baúl y el cesto de mimbre en su sidecar mientras la niña abrazaba a su abuela.
—Te voy a extrañar, nana —murmuró ella escondiendo su rostro en el cuello de Hilda.
—Yo también a ti mi niña, cuídate mucho y no te olvides de mandarme cartas.
—Claro, nana. Te amo.
—Te amo yo también, Anita.
El viaje a King's Cross fue lo peor para Ana. La velocidad con la que Sirius iba por las calles la mareaba y ni hablar de que jamás había viajado en una motocicleta. Era la peor experiencia del mundo. Y lo peor fue que llegaron a la estación con solo diez minutos de adelanto, lo que significaba que luego de poner el baúl y el cesto en un carrito, corrieron por entre los andenes. Esa mañana sí estaba siendo la peor para Ana. No solo podría el tren salir sin ella pero debía correr. Pero lo que se llevó la cereza en la punta del pastel fue que no veía el andén nueve y tres cuartos en ningún lado. Ana era despistada pero estaba segura de que no existía tal andén.
—¿Y ahora qué hacemos? —inquirió con desesperación y Sirius señaló con la mirada la barrera entre los andenes nueve y diez.
—Ahora corres hacia ella.
Ana lo miró con incredulidad pero luego de diez segundos se encogió de hombros.
—No es lo más raro que haya escuchado este mes... bien, lo haré.
Ana preparó su carrito y sin perder más tiempo, corrió hacia la barrera de ladrillo sin pensarlo. Sirius no le haría una broma a seis minutos de salir el tren ¿no? Ana rápidamente se dio cuenta de que ese no había sido el caso cuando luego de correr no se chocó contra nada y en cambio vio que se encontraba en un andén completamente diferente al anterior.
Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Pero lamentablemente, Ana no podía satisfacer su curiosidad del lugar porque no había tiempo y cuando Sirius apareció detrás suyo, se apuraron a buscar siquiera a Harry.
—¡No puedo subir al tren yo sola, me moriré de vergüenza!
—¿¡Por qué?!
—¡Porque no entiendo nada!
Sin embargo, la suerte estaba creciendo para ella porque Harry los encontró primero.
—Subamos rápido tu equipaje, vine con mis amigos y nos están esperando en el compartimiento. Vamos, rápido.
Ana ni lo pensó dos veces y corrió hacia el interior del tren junto a Harry mientras escuchaban el potente silbido que marcaba que el tren estaba a punto de arrancar. Un chico pelirrojo les abrió la puerta de un vagón y entre Ana y Harry subieron su equipaje antes de saltar hacia el interior antes de que el chico volviese a cerrar la puerta.
—Eso estuvo cerca... —resolló Ana y se levantó lentamente de su lugar para girarse y observar afuera de la ventanilla, donde podían ver a Sirius mirarlos con inquietud.
—¡Nos vemos, Sirius! —exclamaron Harry y Ana a la vez, haciendo que el hombre sonriera y les devolviera el saludo.
—¡Cuídense!
El tren dobló una curva y los padres se perdieron de vista. Ana dejó salir un largo suspiro y se giró a ambos chicos. El pelirrojo la miraba con curiosidad.
—Soy Ana Abaroa —lo saludó ella con una sonrisa cansada y él se la devolvió.
—¡La prima de Harry!
Ana miró a Harry de reojo y sonrió.
—Soy Ron Weasley, vamos al compartimiento que Hermione nos está esperando.
—Sí, necesito hablarles a solas de algo... —admitió Harry y enseguida ayudaron a Ana a llevar su equipaje hacia tal compartimiento.
Una vez que llegaron, cuando Ana vio a Remus dormir contra la ventanilla una protesta dejó sus labios.
—Los adultos controlan mi vida —masculló luego de dejar salir un bufido y Harry levantó una ceja.
—¿Estuvieron tanto encima tuyo?
—Como madres pulpo con sus bebés, ni me dejaron dormir con las luces apagadas.
Harry sonrió de costado y se encogió de hombros mientras se sentaban en los asientos.
—Deberías haber visto cómo papá me mandaba cartas todo el rato...
Ana iba a responder cuando se dio cuenta de que había otra chica en el compartimiento, mirándola con interés y timidez a la vez.
—¡Ay, perdón! —Ana se disculpó y le tendió una mano con una sonrisa plasmada en sus labios—. Estaba distraída, soy Ana.
—Hermione Granger, es un gusto conocerte, Ana.
—Sí... —acordó Ron asintiendo mientras se acomodaba en su lugar—. Harry no se calló en ningún momento acerca de ti.
Ana quería decirles que Harry no se había callado de hablar de ellos dos pero con todo lo que había sucedido aquel mes, el chico solamente los había mencionado unas cuatro veces. Lo que no significaba que Ana había recordado sus nombres y por lo cual se encontraba encantada de que ellos se presentaran.
—Antes de que nos desviemos del tema, es necesario que les cuente acerca de algo... —les llamó la atención Harry antes de comenzar a explicar.
Harry les explicó a sus amigos de que Peter Pettigrew había escapado de prisión para ir detrás de Ana y él por lo cual debían tomar numerosas cauciones para no encontrarse en problemas.
—¿Peter Pettigrew escapó para ir detrás de ustedes? ¡Ah, tendrán que tener muchísimo cuidado! Tú no vayas en busca de problemas, Harry...
—Yo no busco problemas —respondió Harry, molesto—. Los problemas normalmente me encuentran a mí.
Ana no podía negar aquello porque desde que había conocido a Harry su vida había sido llenada de problemas, lo cual no era malo luego de vivir en un mundo bastante aburrido.
Por el rabillo de su ojo, Ana notó que el bolsillo de Ron se movía y vio una cabeza pequeña asomarse por el agujero.
—¡Una ratita...! —exclamó ella distrayéndose de la conversación principal y tirando su cuerpo hacia delante para tomar el pequeño roedor en sus manos.
—Ah sí, esa es Scabbers, era la rata de mi hermano, Percy —explicó Ron mientras Ana acariciaba su cabecita—. Pero si te soy sincero, Scabbers falleció hace como tres o cuatro años y mi mamá la reemplazó con una nueva rata igual para que Percy no se diese cuenta, así que no es Scabbers Scabbers...
Ana asintió y miró con interés al roedor.
—Está muy vieja...
—Sí, yo solo estoy esperando a que día llegue... como tampoco puedo esperar a ir Hogsmeade.
Al escuchar ese nombre, los hombros de Ana cayeron lentamente mientras los otros dos seguían hablando.
—¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —inquirió Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población enteramente no muggle de Gran Bretaña...
—Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Honeydukes!
—¿Qué es eso? —preguntó Hermione.
—Es una tienda de golosinas —respondió Ron, poniendo cara de felicidad—, donde tienen de todo... Diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca... y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribir a continuación...
—Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —presionó Hermione con impaciencia—. En Lugares históricos de la brujería se dice que la taberna fue el centro en que se gestó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña...
—... Y enormes bolas de helado que te levantan unos centímetros del suelo mientras les das lengüetazos —continuó Ron, que no oía nada de lo que decía Hermione como Ana que había cerrado sus ojos imaginándose todos los dulces que Ron mencionaba aunque no supiese nada.
—No puedo creer que no nos dejen ir —protestó Ana tendiéndole a Scabbers a Ron que cuando la tomó en sus manos los miró horrorizado.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Mi padre ha decidido que es muy peligroso que salgamos del castillo —resopló Harry con irritación—. Y convenció a la abuela de Ana para que tampoco firmara su autorización.
—Y aunque pudiese falsificar la firma de mi nana —Ana hizo un mohín y miró de reojo a Remus que seguía durmiendo—, él me delataría y no pienso recibir una carta de reproche de ella.
—Pero si nosotros estamos con ellos... Pettigrew no se atreverá a...
—No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Pettigrew ha matado aun montón de gente en mitad de una calle concurrida y ha hecho otras atrocidades. ¿Crees realmente que va a dejar de atacarlos porque estemos con ellos?
Aunque esa fuese un punto de vista muy pesimista, Ana entendía que la chica tenía razón. No podía ponerse en peligro y arriesgar dejar a su abuela sola, sería muy egoísta.
—Bien... cambiando a un tema más alegre —Hermione se aclaró la garganta y le sonrió a Ana—. ¿Estás emocionada por conocer Hogwarts, Ana? Recuerdo cuando recibí mi carta, estaba muy nerviosa al no conocer nada por ser hija de muggles y todo eso...
Ana apreció el repentino cambio de tema y le sonrió con inquietud.
—Estoy emocionada pero si te soy sincera no puedo dejar de sentirme ansiosa y nerviosa... no por no conocer nada pero por el hecho de que será un año muy duro con todo lo que tengo que aprender...
—Sí, Harry nos ha contado que harás tres años en uno —apuntó Ron e hizo una mueca—, suerte con ello.
—Ron, no ayudas —resopló Hermione y negó con la cabeza antes de mirar con simpatía a Ana—. No te preocupes, Ana. Yo te ayudaré con todo lo que necesites y...
—¡Ey! Nunca nos ayudas a nosotros —protestó Ron y Harry asintió dándole la razón. Hermione se cruzó de brazos.
—Eso es porque ustedes dos quieren que yo haga su tarea y además ambos son vagos y no prestan atención en clase. En cambio, Ana está en otra situación donde hará tres años en uno y se le sumará todo, por lo cual ella necesita un guía. Pero ustedes quieren que yo les complete los cuarenta centímetros de pergamino.
Ana dejó salir una risa mientras que los dos amigos resoplaban.
—Y... ¿ya sabes en que casa quedarás? —inquirió Ron cambiando nuevamente de tema.
Ana hizo de sus labios una línea fina y negó con la cabeza.
—Sé muy poco de las casas si le soy sincera —admitió ella avergonzada, tratando de recordar los nombres de ellas y fallando—. Sé que hay una casa para los valientes... donde Harry me dijo que están ustedes tres.
—La mejor casa —añadió Harry ganándose una sonrisa por parte de los tres.
—Sí.. también está eh... la de los que son amigables y buenos, creo, y... ¡ah! la de los cerebritos y luego la de los malos.
Ron trataba de no reír pero su rostro se estaba tornando rojo cada vez que aguantaba la risa bajo su mano, que tapaba su boca, y Harry parecía orgulloso de sí mismo. En cambio, Hermione parecía completamente indignada, cuestión que hizo que Ana se volviese roja de la vergüenza.
—Esa sí es una... forma de describir las casas —rió Ron disimuladamente.
—Oh por Merlín, calla, Ron —Hermione negó y miró con una mueca a Harry—. No puedo creer que le hayas dicho eso, Harry, no te tomas nada en serio.
—Pero si fue una buena explicación, directo al grano.
Hermione iba a continuar quejándose pero antes de que pudiese abrir la boca, los gatos comenzaron a maullar ya irritados de estar encerrados en sus cestas de mimbre.
—¡No dejen que salgan! —chilló Ron.
Pero Ana no comprendía porqué no podía dejar salir a su querido gato cuando éste no hacía ni un esfuerzo para moverse. Ni siquiera se inmutó cuando el gato naranja de Hermione saltó y fue a parar en las rodillas de Ron; el bulto del bolsillo del chico estaba temblando y él se quitó al gato de encima, dándole un empujón irritado.
—¡Apártate de aquí!
—¡No, Ron! —exclamó Hermione con enfado.
Ron estaba a punto de responder cuando Remus se movió. Lo miraron con aprensión, pero él se limitó a volver la cabeza hacia el otro lado, con la boca todavía ligeramente abierta, y siguió durmiendo.
—Qué sueño pesado tiene... —susurró Ana para sí misma.
El tiempo pasó con Ana siendo debidamente enseñada acerca de las casas por parte de Hermione. Estaba Gryffindor, la casa de la valentía, osadía, caballería y valor; además, su animal emblemático era un león (detalle que a Ana le pareció indicado). Luego estaba Hufflepuff, donde se valoraba el trabajo duro, la dedicación, paciencia y lealtad; su animal era un tejón. Estaba también Ravenclaw, casa de la inteligencia, creatividad, curiosidad e ingenio; y cuyo animal era un águila. Finalmente se encontraba Slytherin, se valoraba la ambición, liderazgo, la astucia e inventiva; su animal era una serpiente.
Sin embargo, aun luego de escuchar toda aquella información, Ana jamás se había sentido tan perdida. ¿Ella qué sabía en dónde iba a quedar? Solamente esperaba que no hubiese sido un error haber sido aceptada.
A la una en punto llegó una bruja regordeta que llevaba un carrito de comida que Ana no conocía.
—¿Creen que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron señalando a Remus.
—Debe estar cansado, es mejor que no lo molestemos —dijo Harry mirando los dulces.
—Le gustan los chocolates, tal vez le pueda comprar algo... —apuntó Ana mirando el carrito pero haciendo una mueca una vez que se dio cuenta de que habían dos problemas—. Si solo conociera algo de aquí... o entendiese las monedas.
—Si le gusta el chocolate, un caldero de chocolate le gustará y en cuestión de las monedas yo te explico, no es muy difícil... —Hermione se acercó a ella para ayudarla.
Luego de que Hermione le explicara que el Galeón era la moneda de oro, Sickle la de plata y Knuts la de bronce, Ana compró un caldero de chocolate que guardaría para Remus y Harry le compró a ella unas varitas de regaliz.
A media tarde, cuando empezó a llover y la lluvia emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y tres personas que Ana tampoco conocía aparecieron en la puerta. Un chico rubio y dos chicos regordetes a ambos lados del primero. Parecían un sequito de alguna película que Ana había visto como Grease o Volver al Futuro.
—Bueno, miren quiénes están ahí —dijo el rubio arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado y la rata.
Sus dos amigos se rieron como bobos y Ana los miró atónita. ¿Quién diablos eran ellos?
El rubio pareció notar la presencia de Ana y encaró una ceja mirándola con superioridad.
—¿Y tú quién eres? ¿Otra del par de inútiles?
Ana se giró a Harry con una mirada de incredulidad cuando se dio cuenta de quienes se trataban. Ese rubio era Malfoy, Ana no sabía su nombre pero sí muy bien su apellido. Harry no había dejado de quejarse de él por todo el mes.
—¿Y tú le das el tiempo de tu día?
Harry tuvo que mirar hacia otro lado y disimular su risa con una tos falsa, que hizo que Malfoy dejara salir un bufido de irritación pero ignorándolos para centrarse en Ron.
—He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano —continuó Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?
Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks. Remus roncó.
—¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Remus.
—Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había levantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué decías, Malfoy?
Malfoy entornó sus ojos claros. Ana suponía que tenía un poco de razonamiento y no armaría pelea delante de Remus.
—Vámonos —murmuró a sus amigos, con rabia.
Y se fueron.
—Uau para tener mucho que decir sí que no han dicho algo inteligente ¿eh? —señaló Ana levantando una ceja antes de volverse a Harry y Ron que se volvían a sentar—. No puedo creer que tengan rivales aquí, ¿qué clase de escuela es ésta?
—Bienvenida a nuestro mundo —suspiró Hermione con una sonrisa de simpatía.
La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero Remus seguía durmiendo. Aun cuando Ana no dejaba de hacerles preguntas a Hermione y a Ron acerca de sus vidas. Por ejemplo, ahora Ana sabía que Ron tenía cinco hermanos mayores y una hermana menor y que los padres de Hermione eran dentistas.
—Debemos de estar llegando —apuntó Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo de Remus por la ventanilla, ahora completamente negra.
Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.
—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado de Remus, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...
—No podemos haber llegado aún —negó Hermione mirando el reloj.
—Entonces, ¿por qué nos detenemos?
Ojalá Ana tuviese una idea pero era su primera vez en el Expreso Hogwarts y si eso no era normal entonces estaba muy perdida.
El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.
Basil se estiró en su lugar y mientras Harry se fijaba por la ventanilla de la puerta, saltó hacia el regazo de Ana para comenzar a ronronear suavemente mientras ella acariciaba su pelaje gris. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.
—Eh... ¿eso es normal?
—No. —le respondieron los tres y Ana frunció el ceño sin dejar de acariciar a su gato.
—¿Habremos tenido una avería?
—No sé...
Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Ana vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.
—Algo pasa ahí fuera —murmuró Ron—. Creo que está subiendo gente...
La puerta del compartimento se abrió de repente y alguien cayó.
—¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento...
—Hola, Neville —respondió Harry.
—¿Harry? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?
—¡No tengo ni idea! Siéntate...
Ana no tenía ni idea de quién era el supuesto Neville pero sí escuchó que se sentó arriba de Crookshanks al escuchar su bufido. Ana escuchó a Hermione decir algo entre las líneas "Hablaré con el maquinista..." pero estaba muy ocupada estando confundida mientras le rascaba detrás de las orejas a Basil para entender lo que había dicho exactamente.
En menos de segundo ya había entrado otra chica al compartimiento y Ana se estaba mareando entre todas las preguntas que se hacían entre ellos y los golpes que de vez en cuando recibía porque se chocaban contra ella. Era como si Ana se encontrase en un momento de vulnerabilidad y no sabía qué hacer.
—¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.
Por fin se había despertado Remus.
—Uno diría que se duerme mejor con las luces apagadas... —murmuró Ana.
Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. Remus parecía tener en la mano un puñado de llamas que relajaron instantáneamente a Ana sin que ella se diese cuenta.
—No se muevan —ordenó con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que pudiera alcanzarla.
De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Remus en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Ana miró hacia abajo y observó que de la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas.
Solo puedo ver por una fracción de un segundo, pero Ana al inspeccionar a la silueta se dio cuenta de que la había antes en uno de los libros de Lyall.
Y antes de que alguien pudiese reaccionar, aspiró larga, lenta, ruidosamente, queriendo succionar las emociones de todos los que se encontraban allí.
Un frío intenso se extendió por encima de todos. Ana tembló y apretujó a Basil contra ella, sintiendo cómo él le gruñía al dementor. Y un momento a otro, Harry se cayó de su asiento y comenzó a agitarse.
—¡Harry! —exclamó Ana horrorizada pero antes de que pudiera ayudarlo, Remus caminó hacia el dementor con determinación.
—Ninguno de nosotros esconde a Peter Pettigrew bajo la capa. Vete.
Sin embargo, el dementor no se movió, ignorando el mandato de Remus, haciendo que el hombre levantara su varita hacia éste y murmurara algo que Ana no logró escuchar, creando una luz tan brillante que tuvo que cerrar los ojos para que no se quedara ciega.
Cuando volvió a abrir los ojos, el dementor ya no estaba y todos miraban a Harry con preocupación.
—¡Harry! ¡Harry! ¿Estás bien?
Ana, Ron y Hermione se encontraban arrodillados ante él mientras Harry se despertaba lentamente y desorientado. Una vez que se acomodó las gafas, volvieron a insistirle.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Ron, asustado.
—Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puerta—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese... ese ser? ¿Quién gritaba?
—Si esto es rutinario para ustedes ya quiero que termine el año —susurró Ana y frunció el ceño mirando el rostro transpirado de su amigo—. Primero, Remus lo ha espantado y se fue y segundo, nadie gritó Harry...
Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. Remus partía en trozos una tableta de chocolate. Ana creyó que tal vez su compra había sido innecesaria.
—Come un poco de esto —Remus le tendió un pedazo bastante grande a Harry—. El chocolate te dará energía.
—Gracias, Remus...
—¿Qué hace un dementor aquí? —inquirió Ana, estupefacta y haciendo que todos la miraran—. Es decir... ¿no es que están todos en Azkaban?
Ana quería estar orgullosa de que se había acordado toda esa información pero la verdad es que estaba bastante espantada como para apreciar cuando Remus asintió.
—Han traído dementores de Azkaban —explicó él mientras repartía el chocolate con todos.
Ana aceptó gustosamente su pedazo y le dio un mordisco, sintiéndose mejor en cuestión de segundos.
—Discúlpenme, iré a hablar con el maquinista.
Remus les dedicó una sonrisa tranquilizadora y desapareció por el pasillo.
—Eso ha sido horrible —señaló el chico rubio que había entrado antes de la niña pelirroja que se parecía a Ron, y Ana no conocía—. ¿Notaron el frío cuando entró?
—Eso es porque los dementores se alimentan de tu paz, esperanza y felicidad —se metió Ana mientras de arrodillaba en frente de la niña pelirroja junto a Hermione—. Te deja un vacío congelado y si tiene el suficiente tiempo, te dejaré desalmado.
Ana rápidamente se dio cuenta de que no había hecho que el ambiente se relajase y en vez lo volviese más tenso y se apuró en tenderle a la niña su pedazo de chocolate.
—Come un poco, esto te devolverá la energía y el calor a tu cuerpo.
—¿Cómo... cómo sabes todo eso? —inquirió Hermione realmente curiosa dado que por lo que Harry les había contado, Ana había estado completamente aislada de aquel mundo.
—De mi abuelo Lyall, me ha prestado cientos de libros acerca de criaturas mágicas... — «y como era evidente que se había especializado en apariciones espectrales no humanas, había leído todas sus notas acerca de aquellos no seres».
—No... te conozco —susurró la niña pelirroja con timidez, aún temblando pero un poco mejor luego de haberle dado un saboreo al chocolate.
—¡Oh! Soy Ana Abaroa, es un gusto conocerte...
—Ginny Weasley...
Ana sonrió y miró a Ron de reojo.
—¡Tu hermano es Ron!
La postura de Ginny se relajó y asintió.
Ana se volvió al chico rubio de mejillas regordetas.
—¿Y tú cómo te llamas?
—Neville... Longbottom —el chico se había vuelto rojo y le dedicaba una sonrisa nerviosa que se relajó cuando Ana le sonrió con amabilidad.
—Un gusto, Neville.
En ese momento Remus volvió y sonrió al ver que todos se encontraban en un mejor estado.
—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos, Ana recuerda que tú irás con los de primero —dijo él y se volvió a Harry—. ¿Te encuentras bien, Harry?
—Sí...
Antes de que Remus se fuese nuevamente, Ana saltó hacia su asiento y agarró el caldero de chocolate que lamentablemente había sido aplastado por algún que otro golpe y se lo tendió a Remus.
—¡Te compré un chocolate! Perdón por el estado pero sufrió las consecuencias del caos...
Remus se quedó pasmado en su lugar al observar el regalo pero luego una pequeña sonrisa abarcó sus labios y tomó el chocolate como si fuese un tesoro.
—Muchas gracias, Ana.
—No hay problema —le sonrió ella, no entendiendo cuan especial era para el hombre.
Lo que duró el resto del viaje, todos se cambiaron rápidamente en los baños hasta que finalmente el tren se detuvo en la estación. Cuando Ana salió del tren, se halagó a sí misma por haber llevado consigo misma el nuevo paraguas que había comprado. Era bastante llamativo con la cara de una rana pegada en el medio de éste pero al menos podía decir que no estaba empapada como todos los demás.
—¡Por aquí los de primer curso! —gritaba la voz que pertenecía a una silueta gigante que se encontraba en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asustados).
—Esa es mi señal —les dijo a los otros tres lo suficiente alto para que la escucharan entre todo el ruido que los rodeaba.
Harry, Hermione y Ron la saludaron y le desearon suerte pero Ana los perdió rápidamente porque no la paraban de empujar y no tuvo más remedio que seguir la voz del hombre.
—¿Están todos? —llamó el hombre y cuando Ana llegó a él, la miró con ojos brillantes—. ¡Ah! Ana Abaroa ¿no es así?
El cabello largo y —seguro que normalmente ruloso— del hombre estaba completamente empapado y pegado contra su gran físico. Parecía un oso pardo entre una multitud de cuerpos pequeños.
—¡Sí, señor! —le respondió ella tirando su paraguas hacia atrás para mirarlo, empapándose en el acto.
—Por favor, llámame Hagrid y bonito paraguas, Ana.
Ana le sonrió y enseguida notó que su alrededor se había llenado de niños y niñas que parecían estar entre horrorizados y curiosos, además de completamente empapados. Ana no comprendía cómo no habían llevado paraguas.
—Bien, ¡los de primer año síganme!
El trayecto fue duro. En múltiples ocasiones, Ana había resbalado con el barro y había terminado de rodillas en el suelo, ensuciando por completo su túnica. También había notado que un par de cuerpitos se habían acercado a ella para que el paraguas detuviese algo de agua y no quedaran completamente empapados por la lluvia.
Ana escuchó que Hagrid daba un grito pero por la lluvia se le hizo imposible entender. Sin embargo, cuando llegaron a una curva, pudo ver una arquitectura a lo lejos y sabía que sería una vista impresionante si no fuese porque no veía nada.
El estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro, en donde una flota de botecitos se encontraba en la orilla.
—¡No más de cuatro por bote! —gritó Hagrid haciéndose escuchar y Ana rápidamente se subió a uno de los botes, seguida de ese trío de cabezas que había aprovechado la protección gratis. A Ana le dio gracia pero no les negó el paraguas, de hecho, se lo entregó a la niña que estaba en el medio de los tres para que pudiese cubrir a ellos tres. No quería sentirse culpable si se enfermaban. No iba a dejar de escuchar la voz de su abuela reprochándole.
—¿Todos han subido? —continuó Hagrid, que tenía un bote para él solo—. ¡Venga! ¡ADELANTE!
Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago. Todos estaban en silencio o tal vez no, Ana no podía escuchar nada más que la lluvia así que no prestó atención si alguien hablaba. Y tampoco al castillo que sabía que estaba en frente suyo pero no podía ver porque su cabello se pegaba en frente de sus ojos.
—¡Bajen las cabezas! —exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco. Muchos agacharon la cabeza pero no todos podían escuchar a Hagrid, como Ana, y se llevaron puesto una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Ana escupió una hoja que le había entrado a la boca y se dio cuenta de que habían llegado a un muelle, donde treparon rocas.
Luego de subir unos cuantos escalones más, detalle que no le sentó para nada bien a Ana, llegaron a una gran puerta de roble.
—¿Están todos aquí?
Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo.
La puerta se abrió de inmediato. Una bruja alta, de cabello negro y túnica verde esmeralda, esperaba allí. Tenía un rostro muy severo pero a la vez cálido que le hacía recordar a Ana de su nana.
—Los de primer año, profesora McGonagall —les presentó Hagrid.
—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí.
Desde ese punto, la mente de Ana se disparó hacia un tumulto de sensaciones y emociones. El interior del castillo era impresionante y precioso, era como si su mente quisiese observar todo detalle y más. Era algo nuevo, algo extraño y Ana quería conocer hasta lo más íntimo de ese nuevo mundo. Pensar que hacia un mes no sabía absolutamente nada de la magia y ahora estaba en un castillo que no era nada menos que una escuela mágica. Era un sueño del que Ana no quería despertar.
Pero debía despertar rápidamente de sus pensamientos profundos porque se estaba perdiendo toda la explicación que la profesora McGonagall estaba dando. Si Ana estuviese prestando atención, hubiese sido el discurso mas inspirador que hubiese escuchado, pero claro, Ana estaba en su mundo observando todas esas pinturas moverse y solo se percató de que habían llegado ante otra gran puerta de roble cuando se chocó contra un pequeño cuerpo.
—¡Uf!
La niña con la que se había chocado era la misma a la que le había entregado el paraguas y ahora se lo tendía con una pequeña sonrisa.
—Gracias por el paraguas, no me gusta la lluvia...
—Tú y yo... ¿Dónde se fue la profesora?
La niña ladeó su cabeza haciendo que sus rastas se movieran al mismo compás que su cabeza y luego señaló la puerta.
—Fue a preparar todo...
—¿Ya?
Ana se preguntó cuánto se había perdido en sus pensamientos.
—En marcha —dijo una voz aguda—. La Ceremonia de Selección va a comenzar.
La profesora había vuelto y tomó por sorpresa a Ana, casi haciendo que dejase caer su paraguas.
Luego de que les pidiese que formasen una hilera, con Ana al principio porque sería la primera en ser seleccionada —para su suerte sí escuchó esa parte—, se adentraron a un Gran Comedor. Y Ana volvió a quedarse asombrada por las vistas.
Fantasmas, velas flotantes, utensilios muy antiguos, fantasmas... ¿ya había señalado los fantasmas? ¡Y el techo....! Muy nublado. Ana dejó de mirarlo y se dedicó a observar a la cantidad de alumnos que ya habían. Eran muchos, demasiados. Ana vio que Harry y el grupo se encontraba en la segunda mesa a la derecha y la saludaba dándole ánimos y apoyo moral, detalle que Ana agradeció porque ya estaba sintiendo los nervios. Tanto eran los nervios que su mente se bloqueó nuevamente y no logró escuchar toda la canción del sombrero que había visto traer por la profesora McGonagall en algún momento.
...porque yo soy el sombrero.
Todos comenzaron a aplaudir y Ana los siguió aunque no hubiese sido capaz de escuchar. Tal vez hubiese sido una buena primera experiencia pero Ana sentía que iba a devolver todas aquellas golosinas que había ingerido en el trayecto. ¿Qué tal si no quedaba en ninguna? o ¿qué tal si sí quedaba en alguna pero estaba muy lejos de sus nuevos amigos? Ana no era la mejor para hacer amigos, nunca los había tenido. Ahora solo contaba con el empujón que era Harry pero si quedaba en otra casa que no fuese Gryffindor perdería contacto y estaría sola por el resto de su educación...
Un codazo en sus costillas hizo que Ana perdiera el aire por unos segundos hasta que miró a la persona que lo había hecho y el niño la miraba y hacia adelante como una advertencia.
—... te han llamado.
Ana parecía un tomate andante. Si hubiese sabido con previo aviso que iba a sufrir tanta vergüenza, se habría ahorrado tiempo perdido.
Ana se arrastró hacia el taburete en frente suyo y sin querer mirar a nadie a los ojos se colocó el sombrero como le había explicado Harry unos días atrás.
—Mm, una mente muy nerviosa —dijo una voz en su oído y aunque Ana supiese que era del sombrero, saltó en su lugar—. Muy, muy nublada.
«Me estoy muriendo de vergüenza, señor sombrero».
Ana lo escuchó reír en su cabeza haciendo que aquel sonido la relajara un poquito.
—Nada de temer... veo que no quieres alejarte de tus amigos pero sería una excelente Ravenclaw, tu mente te llevará a grandes lugares sin duda... pero bien, entonces serás ¡GRYFFINDOR!
—Ay, gracias Dios —murmuró Ana una vez que se había quitado el sombrero y cuando saltó del taburete fue a la mesa que estaba aplaudiendo con ferocidad y alegría, donde Harry la estaba esperando con una gran sonrisa.
—Bienvenida.
Ana le sonrió y asintió, se sentía bien estar ahí.
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holaa, también lo hice largo *emoji de payaso*
publiqué hoy pq el sábado tengo dos parciales y el viernes voy a estar en el limbo o(-<
¡espero que les esté gustando la historia! como habrán visto, van a haber unos cuantos cambios pero todo va a tener sentido I promise ♥
¡tengan una buena semana!
•chauuu•
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