𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐭𝐰𝐨
"Bajo el sol"
La semana comenzó con noticias terribles. Durante la noche del lunes, Amelia Bones fue asesinada dentro de su departamento, sin que los intrusos forzaran la entrada, lo que significaba que la bruja había sido asesinada por Voldemort de la forma más despiadada. No se había ido sin una larga lucha. Asimismo, el miércoles por el atardecer, mientras veía la televisión con su abuela, Ana vio en las noticias que Emmeline Vance había sido asesinada en el patio trasero del primer ministro.
—No puedo creerlo —había murmurado Ana bajo su aliento.
—¿La conocías también, Anita? —había preguntado Hilda con el ceño fruncido con preocupación.
Ana recordaba la última vez que la había visto, en su propia casa antes de que el cuadro pintado de Emmeline la llevara directo a la casa de Blaise. Había sido una mujer agradable y determinada, por lo que su muerte dolía aún más.
—Sí... tenía una esposa... y dos gemelas... Dios... son muy chiquitas... Pobre Hestia... Pobre Emmeline.
El humor de la comunidad mágica bajó tan drásticamente en cuestión de días, que Ana no vio a su padre ni escuchó de él por el resto de la semana. Sin noticias de sus amigos, el único ingreso de información de la comunidad que tenía era a través de El Profeta. No obstante, la forma en que hablaban acerca de todos los incidentes no le proveía a Ana con un buen sentimiento dentro suyo. Ni siquiera la noticia que llegó el jueves por la mañana fue suficiente para acallar sus preocupaciones.
La primera plana del periódico leía:
SCRIMGEOUR SUSTITUYE A FUDGE
La mayor parte del frente la ocupaba una gran fotografía en blanco y negro de un hombre con espesa melena de león y el rostro muy castigado. La fotografía se movía: el hombre saludaba con la mano al techo.
Rufus Scrimgeour, antiguo jefe de la Oficina de Aurores del Departamento de Seguridad Mágica, ha sustituido a Cornelius Fudge en el cargo de ministro de Magia. El nombramiento ha sido recibido con entusiasmo en buena parte de la comunidad mágica, aunque existen rumores de distanciamiento entre el nuevo ministro y Albus Dumbledore, recientemente rehabilitado como Jefe de Magos del Wizengamot. Estas diferencias surgieron horas después de que Scrimgeour tomara posesión del cargo. Los representantes de Scrimgeour han admitido que el nuevo ministro se reunió con Dumbledore en cuanto ocupó el puesto supremo del ministerio, pero se han negado a comentar el contenido de la reunión. Como todo el mundo sabe, Albus Dumbledore (continúa en página 3, columna 2).
Ana no terminó de leer la noticia, y entonces le dio el periódico, ahora enrollado, a Basil para que afilara sus uñas. No sabía si apreciaba que Fudge se hubiera ido, porque aunque sonaba de maravilla, más cambios la ponían con los pelos de punta.
Solo fue el viernes por la tarde cuando se dedicó a aceptar un leve cambio en su vida.
El timbre sonó por toda la casa, la cavalier spaniel, Limonada, dejó su sueño bajo los pies de Ana (quien estaba mirando un documental en la televisión) y corrió hacia la puerta principal entre ladridos y el sonido de sus uñas contra el suelo de madera. Su cola se movía de un lado hacia otro aunque sus pasos, por más que quisiera que fueran veloces, eran lentos y moderados. La vieja mascota ya había entrado en sus años más grandes.
—Ya voy, Limo... —suspiró Ana, levantándose del sofá con una mueca. El bajo de su espalda le molestaba, pero no tuvo mucho problema en caminar hacia la puerta donde el animal rascaba con sus uñas la madera.
Cuando llegó hacia la puerta, y después de agacharse y mover a Limonada para que no estuviera en el camino, Ana abrió la puerta. Un ramo de flores de todos los colores y tipos la recibió frente su rostro, haciendo que diera un paso atrás por la sorpresa.
—Llegamos de Escocia hace media hora y necesitaba venir a verte para pedirte perdón en persona... —dijo la voz detrás de las flores, la cual Ana reconoció de inmediato. Los ojos café de la persona se hicieron ver por encima de las flores, y Dalia volvió a hablar—. Así que... Hola, Ana.
Aunque la sorpresa no hubiera dejado las facciones de Ana, la comisura de sus labios traicionó una pequeña sonrisa. Abrió la puerta aún más para darle el paso. Limonada ladró mientras su cola se movía de un lado a otro con fervor.
—Entra. Podemos hablar dentro...
Dalia dejó salir un suspiro de alivio y asintió; entró a la casa Abaroa y le entregó el ramo de flores, cuyo perfume hizo que Ana sintiera un leve mareo.
—Nana está en el centro con las amigas que hizo en el bingo. Creo que llegará a la noche... pero ya sabes cómo son las abuelas hoy en día. Tal vez se queden en el casino toda la noche —rió Ana, llevando las flores hacia la cocina mientras Dalia la seguía—. Está muy segura de que un día de estos ganará y así podrá viajar por el mundo... Ojalá lo haga. Quiere terminar su libro de recetas y eso le daría un empujón de creatividad...
—¿Ya empezó a escribirlo? —preguntó Dalia cuando entraron a la cocina y Ana se dispuso a buscar un florero—. Cuando me contaste aún no estaba decidida.
—Después de ver una película de comedia acerca de escritores y... ¿una mesa redonda? No recuerdo muy bien. Bueno, se decidió en que quería ser como la protagonista y empezó a escribir... —Ana limpió uno de los floreros con un trapo húmedo y colocó las flores dentro suyo—. ¡Listo! Lo voy a poner como centro de mesa...
Ambas se quedaron calladas mientras Ana caminaba hacia la mesa redonda y apoyaba el florero transparente sobre el mantel bordado blanco.
—Cuando no me respondiste la carta pensé que me odiarías... —admitió Dalia luego de un momento incómodo y silencioso—. Y tendrías toda razón para hacerlo...
Ana suspiró y se dio media vuelta para enfrentarla cara a cara. Su mano se apoyó en el borde de la mesa. Su peso fue con ella.
—No te odio, Dalia... aunque sí dolió todo lo que tardaste en contestar —admitió—. Pero...
Recordaba aquél mes en que había ignorado a Blaise ya que se había declarado ante ella. Una mueca se posó en sus labios.
—... Pero por otras razones, me lo tenía merecido —enderezó su postura—. Yo también te pido perdón por no responderte... No tuve tiempo... de hacer nada en realidad. Estas semanas han sido cantantes ya de por sí...
Los hombros de Dalia cayeron a ambos lados de su cuerpo como si hubiera estado sosteniendo un gran peso sobre ellos y asintió con una sonrisa asomando sobre sus labios.
—Entonces... ¿Estamos bien?
Ana sonrió.
—Muy.
Ambas volvieron a la sala de estar, donde el sonido de la televisión aún sonaba y las imágenes de diferentes animales del este de Asia. El panda rojo subía por el tronco de un árbol hacia las ramas altas donde estaba su familia.
Ana se sentó sobre el sofá y descansó sus piernas sobre la mesa ratona frente suyo; Dalia notó el bastón apoyado sobre el respaldo del sofá y pasó sus dedos sobre el mango de metal. Se sentó en el brazo del sofá que estaba más cerca de Ana.
—¿Puedo preguntar qué sucedió? —dijo ella aún mirando el bastón con curiosidad.
Ana dejó salir una risa seca y agarró el control remoto para cambiar el canal de televisión.
—La vida supongo...
—Bueno, si te sirve de consuelo, usar un bastón no es tan malo como suena.
—¿Cómo sabes?
—Pues, porque uso uno también —sonrió Dalia—. Lo uso solo cuando necesito caminar mucho... que es exactamente lo que hice estas dos últimas semanas. Creo que debería limpiarlo un poco... está bastante sucio... El mío es completamente de metal, por lo que casi pierdo la mano en nuestro viaje —rió Dalia rascando su mano—. El mango de metal hervía bajo el sol... Mira, aquí se me hizo una lastimadura cuando lo agarré después de dejarlo bajo el sol por cinco horas seguidas...
Ana levantó su vista para observar el punto rojo en la palma de la mano de Dalia, ya estaba sanando.
—Deberías personalizarlo también —añadió Dalia, tomando en su mano el bastón de Ana.
—¿Personalizarlo?
—Sí, ya sabes, con calcomanías y demás. Se sentirá más... personal, tuyo —Dalia saltó de su asiento hacia el piso—. Tengo algunas calcomanías en lo de mis abuelos. Si quieres puedo ir a buscarlas.
Por fin, Ana sonrió con honestidad.
—Sí, me gustaría.
• • •
Después de que Dalia volviera de la casa de sus abuelos con un pequeño cofre de madera lleno de calcomanías variadas, ella y Ana se dispusieron a decorar el bastón de la última. Como querían decorarlo de una manera en específica y no pegarle calcomanías al azar, estuvieron más de una hora decidiendo en cómo realizar aquello. Al principio, Ana quería contar una historia a medida que las pegatinas bajaban hacia la punta de abajo, pero rápidamente descartaron la idea al ver que les faltaban algunas ilustraciones para hacerlo; luego pensaron en solo decorar el bastón con calcomanías de animales, hasta que entendieron que se quedarían cortas; finalmente, decidieron realizar un espiral con diferentes calcomanías para que formara un arcoíris a medida que avanzaba hacia el suelo.
Eran las cuatro de la tarde cuando finalmente empezaron a pegar las calcomanías en la madera del bastón. Empezaron por el color rojo, en otras palabras, todos los corazones que Dalia guardaba en su cofre.
—¿Cómo has estado estos meses? —preguntó Dalia pegando en el caño un corazón que decía "Amo NY", aunque ninguna de las dos hubiera estado en Nueva York
—Pues... he tenido unos exámenes muy importantes.
—¿Sí? ¿Cómo te ha ido?
Ana sintió que su estómago empezaba a doler; Dalia notó la mueca en su rostro.
—Bien, mejor hablemos de otra cosa... ¿Qué hay acerca de tus amigos? ¿Todo bien?
—¡Sí...! Aunque... pasaron algunas cosas el mes pasado... Harry no está tan bien...
Cuando el humor de Ana volvió a bajar abruptamente, Dalia se encogió en su lugar, sus labios hicieron una fina línea en su rostro.
—¡Entonces...! ¿Hay alguna buena noticia? ¿Qué tal acerca de Lavender y Parvati? Recuerdo que las mencionaste mucho en tus cartas... ¡Ah! ¿Y Blaise? Si mal no recuerdo, ya no se llevan mal ¿no es así?
Ana sintió su rostro enrojecer ante la mención de Blaise. Cuando Dalia lo notó, una sonrisa gatuna se apoderó de sus labios haciendo que no pudiera dejar de reír. Sus piernas comenzaron a agitarse de la emoción hasta que su espalda cayó suavemente contra el suelo de madera. Se enderezó casi de inmediato.
—¡Suéltalo! ¿Qué es lo que hizo este chico para que te pongas tan roja?
—¡Ey! No me desacredites... —dijo Ana en un tono serio que tan rápido como apareció se desvaneció, al serle imposible no sonreír—. Pues... lo besé... nos besamos.
Aunque un destello de incertidumbre hubiera pasado por los ojos marrones de Dalia como si fuera una estrella fugaz, en ningún momento se lo dejó ver a Ana y mantuvo su sonrisa tan grande como antes.
—¿Y ya están saliendo?
—Ah... no —murmuró Ana alisando una calcomanía con forma de manzana—. No tuvimos mucho tiempo de hablar de eso... y la mayoría del tiempo sólo estuve confundida...
Miró de reojo a Dalia. Ella no lo notó.
—Pero debería enviarle una carta uno de estos días... se me pasó por completo.
Dalia ladeó la cabeza, su ceño fruncido —¿Y por qué no lo llamas por teléfono? Obtendrás una respuesta mucho más rápido...
—Ah... no tiene.
Dalia rió y se mordió el labio.
—Están llenos de raros en tu escuela... Sin ofender.
Ana le tiró un fajo de calcomanías que salieron volando hacia diferentes lugares menos el rostro de Dalia. Ambas vieron el desorden que habían creado y se echaron a reír, hasta que se dieron cuenta de un pequeño detalle.
—Maldición —dijo Dalia agarrando una calcomanía naranja y otra rosada—. Tenemos que volver a ordenarlas.
Luego de ordenar las calcomanías —otra vez—, ambas pasaron el resto de la tarde pegando cada una de ellas en el bastón de Ana, hasta que la noche cayó. Una vez que Dalia le avisó a sus abuelos que se quedaría a dormir en la casa Abaroa, las dos se dispusieron a cocinar la cena, que consistía en el plato shakshuka. Entre las dos se dividieron las tareas, mientras Dalia cortaba los vegetales, Ana los cocinaba; finalmente añadieron los huevos y cuando esperaron a que todo finalizara de cocinarse, separaron una porción para Hilda, y se echaron al sofá para ver una película. Se decidieron en Jumanji, una nueva película que se había estrenado el diciembre anterior y Dalia ya la tenía en casete.
La película duró casi dos horas, pero no habían terminado los setenta minutos cuando ambas cayeron rendidas con Basil dormido entre ellas y Limonada en sus pies. La voz de Robin Williams las acompañó en su largo sueño, y ninguna de las dos se inmutó cuando a las doce de la noche, Hilda entró por la puerta principal ni cuando se adentró a la sala de estar y las observó durmiendo con la tenue luz de los créditos. Una sonrisa abarcó sus labios y luego de taparlas con una manta de lana, se encaminó hacia la cocina donde el aroma a especias y el shakshuka le hacía revolver el estómago.
Cuando la mañana llegó, Ana se levantó con dolor en cuello por haber dormido con la cabeza colgando del brazo del sofá, y cuando Dalia se despertó estuvieron cinco minutos tratando de que se le fuera el calambre en la pantorrilla que le impidió caminar por unos minutos.
La cocina ya estaba inundada del aroma al desayuno cuando entraron a ella, y ambas vieron a Hilda tararear música romántica y latinoamericana. Ana se dio cuenta que aprendía mucho más español de esa forma, y ya sabía la letra completa de varias canciones.
—Buenos días, nana —bostezó Ana y fue a darle un beso en la mejilla.
—¿Cómo durmieron, queridas? —dijo Hilda luego de plantarle un beso a Ana en la frente y a Dalia en la mejilla—. ¿Estuvo buena la película?
—Las posibilidades de enfrentarme a una planta carnívora gigante son muy bajas —dijo Dalia sentándose frente a Ana en la mesa—. Pero nunca cero.
Ana pensó en todas las plantas del mundo mágico que podrían terminar por devorarla. Le dio un trago a su jugo de naranja.
—Creo que Bonnie Hunt es muy bonita —afirmó Ana.
—Tiene un rostro muy amable —asintió Hilda y agarró dos platos, uno con huevos revueltos, salchichas, frijoles horneados y tostadas; y el otro sin huevos revueltos, pero con tomates asados—. Tu café lo hice con leche de avena, Dalia. La descubrí el otro día en el mercado, ¿puedes creerlo? No tiene nada de lactosa.
—Gracias, Hilda —sonrió Dalia antes de darle un sorbo a su bebida.
Las tres empezaron a desayunar en silencio, disfrutando de la música matutina de la radio, hasta que Dalia terminó de comer sus tostadas.
—Tenía pensado en que podías venir a casa hoy, Ana.
Ana asintió después de tragar una cucharada de frijoles.
—Claro, tal vez Limonada quiera ir a visitar a tu abuelo...
—Ah, me refería a mi casa.
Ana dejó su cuchara en el plato y la miró con ojos saltones.
—Nunca fui a tu casa.
—Por eso estoy diciendo que vengas hoy —sonrió Dalia retomando su comida.
Las palabras de su padre resonaron en la cabeza de Ana. Dos veranos atrás habían formado un pacto en el que Ana no podía vagar por las calles de Londres en su soledad, ya que todas las veces que había estado sola, había sido atacada por las criaturas conocidas como luminicus. No obstante, durante su cuarto año, Ana había descubierto que aunque se encontrara con una persona más, las criaturas no temían acercarse a ella. Pero si sus alrededores estaban llenos de personas...
—¿Por dónde vives, Dalia? —preguntó Hilda, sacando a la luz la pregunta que rondaba dentro de la cabeza de Ana.
—En Hampstead.
Ana y su abuela se miraron de reojo, mientras Dalia cortaba un pedazo de la salchicha en su plato. Hilda le sonrió.
—Es una zona bastante concurrida, ¿no es así?
—Ni se imaginan —rió Dalia, con el tenedor posado en su boca—. Uno pensaría que una zona así sería más calmada... pero viene gente de todos lados todos los días. A mamá la vuelve loca, a mi me encanta.
—Pues no veo porqué no —sonrió Hilda satisfecha y levantó su taza de té hacia sus labios—. Escuché que es una zona muy artística.
—¡Sí! Podemos ir a Parliament Hill, tiene una vista estupenda.
Ana sonrió y asintió.
—Genial, entonces después de desayunar podemos ir a la estación de subtes y...
La voz de Ana se hizo un hilo fino en el aire hasta que desapareció, cuando notó a una lechuza posarse en la ventana detrás del lavabo. Llevaba un gran sobre cuadrado en su pata derecha.
Ana sintió cómo el color dejaba su rostro. Solo una carta podría llevar tal decorado y atención, y era la cual llevaba su futuro escrito en notas. Su estómago sintió un tirón hacia abajo.
Cuando Hilda notó que la mirada de Ana se había quedado posada detrás de Dalia, sus ojos se movieron hacia la ventana y notaron a la lechuza negra que llevaba el sobre. Comprensión pasó por sus facciones y una suave sonrisa se posó en sus labios.
—Anita, cariño, ¿por qué no vas a buscar el correo de hoy? Estaba esperando el número veintidós de mi revista de cocina.
La boca de Ana se secó cuando se levantó de repente de su asiento y asintió con fervor.
—¡Sí...! Yo la busco...
Luego de casi golpearse contra la puerta al salir de la cocina, Ana casi corrió hacia la entrada hasta que se dio cuenta de que no llevaba su bastón y terminaría con un gran dolor. No obstante, sus pasos fueron veloces aunque moderados. Bajo la puerta se encontraba la correspondencia que había pasado por el portero, pero Ana abrió la puerta, barriendo todas las otras cartas a un lado, para encontrarse con la lechuza posada en el cesto de basura de afuera.
La lechuza levantó su pata derecha. Ana se acercó con todo su cuerpo temblando de los nervios y la anticipación. Desató el sobre luego de unos segundos de torpeza.
Un minuto después, corrió hacia el interior de la cocina con toda la correspondencia entre sus brazos. Ignoraba el dolor en su cuerpo.
—¡Mis notas de los exámenes llegaron! —exclamó Ana sin dejar de temblar. Dejó los sobres de su abuela en la mesa. Casi las ensució con los platos de comida.
—¿En serio? ¿Cómo te fue? —preguntó Dalia emocionada.
Sin esperar más, Ana abrió el sobre con dedos temblorosos antes de escanear el contenido del pergamino.
TÍTULO INDISPENSABLE DE MAGIA ORDINARIA
APROBADOS: Extraordinario (E)
Supera las expectativas (S)
Aceptable (A)
SUSPENSOS: Insatisfactorio (I)
Desastroso (D)
Trol (T)
RESULTADOS DE ANASTASIA ABAROA
Astronomía: A
Cuidado de Criaturas Mágicas: E
Encantamientos: S
Defensa Contra las Artes Oscuras: S
Herbología: A
Historia de la Magia: S
Pociones: S
Estudio de Runas Antiguas: E
Transformaciones: S
Ana releyó varias veces la hoja de pergamino, y poco a poco su respiración se fue haciendo más acompasada. Sus notas eran fantásticas. No solo eran así, no había suspendido ninguna. Sus dedos volvieron a repasar las notas, y no pudo contener un grito de júbilo cuando notó dos extraordinarios. ¡Extraordinarios en Cuidado de Criaturas Mágicas y Runas Antiguas!
—¡No he suspendido ninguna! —exclamó Ana con una gran sonrisa—. ¡Y tengo la nota más alta en dos materias!
—¡Eso es genial! —aplaudió Dalia, sonriendo de la misma forma—. ¿En qué materias?
Ana dudó por un segundo.
—Biología y Latín.
—Oh, Anita, eso es estupendo —Hilda se levantó de su asiento y le plantó un beso en la mejilla—. Vayan a festejar juntas luego, ¿sí? Te lo mereces.
Ana asintió aún sonriendo, y volvió a releer sus notas. Eran mejor de lo que esperaba. Mucho mejor de lo que esperaba. Sin embargo, lamentaba un detalle: esos resultados ponían fin a su ambición de convertirse en magizoologista o en parte del Wizengamot, puesto que no había alcanzado la nota requerida en Pociones.
«Bueno, siempre puedo ser profesora»
Luego de terminar el desayuno, Ana se preparó en su habitación mientras que Dalia fue a la casa de sus abuelos a hacer lo mismo, en media hora ambas estaban ya listas y fuera de sus casas. Ana apoyaba su peso sobre el bastón previamente decorado en calcomanías, mientras que Dalia sostenía el suyo con una mano. Tenía calcomanías, solo que menos que el de Ana.
—Por si acaso —sonrió Dalia mientras levantaba su bastón. Le tendió su brazo a Ana—. ¿Vamos?
Ana rodeó su brazo con el suyo.
—Vamos.
El viaje a Hampstead tomó cuarenta minutos, y las dos amigas pasaron el tiempo hablando de sus planes futuros mientras hacían oídos sordos a las tristes noticias que escuchaban en los televisores o radios ajenas. Londres se encontraba en un tiempo oscuro, donde los vecinos esperaban paranoicos a las siguientes noticias trágicas o cuya paranoia los hacía sospechar de hasta sus más íntimos amigos. No obstante, bajo la luz del sol, nada parecía ser tan malo.
Al menos, aquella era la opinión de Ana.
Después de descubrir que Dalia era de hecho la besada por el sol, muchas cosas habían cobrado sentido tanto que muchas preguntas habían hecho espacio en su cabeza. Dalia se sentía como el sol; su piel cálida bajo el tacto frío de las manos de Ana; una sonrisa brillante similar a la luz del sol cuando uno lo observaba de forma directa; y una risa que hacía que las flores a su alrededor tuvieran un poco más de color. En un momento, Ana hubiera pensado que era extraño ver a alguien tan segura de sí misma aún con todos los problemas que parecían seguirla, entre hospitales y enfermedades, pero después de semanas verdaderamente pensándolo, comprendió que no debería sorprenderle en absoluto cuando trataba de Dalia.
Lo que la sorprendía era que una persona tan viva tuviera detrás suyo a la muerte esperando por su caída. Pero ni ella podía alcanzarla. De hecho, Dalia parecía ser inalcanzable.
Cuando llegaron a Hampstead, Ana notó lo diferente que era al distrito de Camberwell, donde ella vivía. A diferencia del ruido de la ciudad, los bocinazos, la suciedad y la eterna contaminación de ruido; Hampstead, aunque siguiera siendo Londres, era el paraíso de los artistas y eruditos. Casas enormes y lujosas, arboleda por todos lados y edificios georgianos que Ana jamás pensó presenciar en su vida.
La casa de Dalia era grande, no era una gran obra artística, pero por el exterior parecía ser de lo más acogedora. Sus paredes de ladrillo estaban cubiertas por enredaderas verdes y brillantes; había varios árboles florecientes en el angosto y rectangular jardín delantero, acompañados de plantas de distintos tamaños; y las ventanas que daban a la calle se mostraban desnudas de cortinas, por lo que Ana pudo ver de antemano el interior de la casa Mandel.
—Hogar, dulce hogar —silbó Dalia agarrando las llaves de su campera, su otra mano sostenía el bastón que había empezado a usar después de subir del subte—. Mis papás están en el trabajo, así que tenemos la casa para nosotras solas... A menos que haya venido Beth, ayuda con la limpieza y demás. Mis padres no tienen tiempo... y como ellos dicen: «Mi cuerpo es demasiado débil para tareas que consumen tanto tiempo» —Dalia chasqueó su lengua—. Como si no hiciera más ejercicio que ambos...
El interior de la casa era tan limpio como iluminado. Al no tener cortinas las ventanas, la luz del sol entraba con gran facilidad por el cristal e iluminaba cada rincón de su interior. La decoración no era de otro mundo, pero era fácil deducir que nadie pasaba allí mucho tiempo. La biblioteca de la sala de estar estaba ordenada sin polvo a la vista; el sofá y los sillones no tenían marcas de siluetas humanas; las bombillas de luz brillaban como si estuvieran recién estrenadas y el suelo estaba tan limpio que brillaba por la cera. El aroma a limón y aromatizantes aún seguía flotando por el aire.
—No hay mucho que hacer aquí —admitió Dalia, sacándose sus zapatillas y vistiendo pantuflas. Ana se quitó sus propias zapatillas y las colocó al lado de las suyas—. Pero podemos buscar el inflador de ruedas en el ático, asi usamos mi bicicleta y recorremos el barrio. ¿Qué dices?
—Está bien.
Dalia sonrió y tiró su bastón hacia el sofá, y Ana la siguió por las escaleras hacia donde la dirigía. La pared a su derecha, mientras subían por la escalera, por lo que Ana notó, era igual de impersonal que el resto de la casa. No había rastro de fotografías, puesto que solo colgaban algunos cuadros con hermosas ilustraciones. Sin embargo, cuando llegaron al segundo piso, Ana tiró todo el ideal que había creado en el piso de abajo, y se maravilló por el cambio.
Las paredes estaban llenas de fotos enmarcadas, muchas eran de Dalia con el avanzar de los años; mientras recorría la pared, Ana vio a una bebé recién nacida, a una niña de temprana edad en silla de ruedas, una niña de siete en la playa con su cabello marrón volando por el viento, y una fotografía de una chica a sus doce años sonriéndole a la cámara mientras acariciaba un gato. Otras fotos eran más familiares, algunas tenían a los tres integrantes de la familia Mandel mientras que otras a solo uno de ellos.
Las puertas de las habitaciones se encontraban cerradas menos una, que por lo que Ana pudo espiar, claramente le pertenecía a Dalia. En aquel espacio había más color que en el resto de la casa.
—Cuidado al subir —dijo Dalia con una mano sobre el barandal de la siguiente escalera, más pequeña que la anterior—. Los escalones son muy angostos. A mamá no le gusta que suba... y no quiero que se de cuenta de que lo hice. Ya sabes, por si piensas caerte.
—Já, já —sonrió Ana con burla, Dalia le sonrió con inocencia.
Contrario a todo el resto de la casa, el ático parecía ser donde el polvo tomaba residencia. Cajas que no habían sido abiertas desde su creación, objetos que nadie había tomado el cuidado de quitarle las telas de araña, bolsas llenas de cosas desconocidas... todo lo que la familia parecía haberse olvidado se encontraba en aquella habitación pequeña en lo alto de la casa.
Dalia prendió la luz, pero ni la bombilla colgante pudo realmente iluminar la oscuridad de ese espacio. La ventana que daba al techo estaba demasiado sucia como para que entrara luz solar.
—A ver, empecemos a buscar... No uso mi bicicleta desde que estaba en España...
Revolver entre cajas ajenas era un acto tan íntimo que Ana no se atrevió a abrir una hasta que Dalia la forzó con sus manos sobre las de ella, a sacar objetos de la que ella misma había abierto. Después de unos minutos, Ana se acostumbró al silencio y se acomodó a la monotonía de abrir las cajas y buscar el inflador de ruedas. A veces encontraba libros viejos, mientras que otras veces encontraba ollas que alguien se había olvidado de sacar; y mientras estaba a punto de abrir su quinta caja, la voz de Dalia la interrumpió.
—Uau... Mira, es la familia de mamá. Es la primera vez que la veo, pensé que había tirado todas las fotos...
Ana, en vez de levantarse de su lugar, se arrastró hacia donde estaba Dalia y miró la fotografía que le estaba mostrando. El color de la foto era muy suave, casi inexistente; la imagen que mostraba el papel era de una mujer alta y joven, en sus veintes más cercanos a sus treintas, cuyo cabello estaba peinado en unos suaves bucles oscuros y cuya vestimenta trataba de una túnica de un color claro, que casi se mezclaba con el fondo. Llevaba un sombrero algo chato pero puntiagudo. Y frente a ella, de estatura mucho más baja, había una niña que rondaba sus seis años, de cabello corto y sonrisa brillante como la de Dalia. Tenía una túnica oscura pero no había rastro de un sombrero puntiagudo.
Pero todos aquellos detalles pasaron de alto por la cabeza de Ana, cuando se dio cuenta, una vez que su nariz casi tocaba la fotografía, de que las dos personas dentro de ella se movían un poco. No era un detalle obvio, ya que sus manos se movían detrás de la tela de sus túnicas, pero era suficiente para que una bruja se diese cuenta de que se trataba de una fotografía mágica.
Las palabras se atascaron en su garganta.
—¿Familia de tu mamá...?
—Sí, atrás dice la fecha, ¿ves? —Dalia dio vuelta la fotografía y Ana claramente pudo leer "17/06/1932" junto las siglas "E y M Cardozo"—. Cardozo es el nombre legal de mamá, pero lo odia tanto que es por eso que usa el de papá.
Como si nada, Dalia se encogió de hombros y dejó la fotografía en el mismo lugar que la había encontrado; limpió el polvo de sus manos con sus vaqueros y siguió rebuscando entre las cajas.
Ana no era extraña a la confusión, pero en esos momentos estaba incrédula. Dalia no tenía la menor idea de que su madre había venido de una familia mágica y que, tal vez, aquella había sido la razón de su odio tan profundo.
Sus ojos miraron de reojo a Dalia, quien seguía ingenua en su ignorancia, y asintió. En menos de un mes había aprendido (y no encontrado ninguna respuesta) acerca de Dalia, más que todos los años que la había conocido. Y al parecer, con lo poco que sí sabía, conocía más a su amiga que ella misma se conocía.
—¡Aquí! —exclamó Dalia sacando un inflador de una caja llena de aparatos—. Espero que funcione, está más viejo que mi abuelo... No le digas que dije eso.
Después de inflar las dos ruedas de la vieja bicicleta de Dalia —a la que le tuvieron que pasar un trapo mojado porque tenía la misma cantidad de polvo que todas las cajas del ático—, Ana se subió detrás de su amiga, con su bastón resguardado en su bolsillo, y empezaron a recorrer las bonitas calles de Hampstead.
El paisaje verde se movía tan rápido por la velocidad del andar de Dalia, que Ana veía destellos de luces entre las hojas de los árboles a medida que pasaban; las casas eran borrones en su visión y las personas siluetas de colores. El ruido de los autos a veces se oía, pero el sonido del viento golpeando contra sus oídos tapaba todo ruido que quisiera interrumpir su paz.
El sol en lo alto hacía que Ana viese el color de sus párpados cada vez que cerraba los ojos y miraba hacia arriba; las sombras se movían detrás de ellos al igual que los destellos de luz a través de los árboles y las casas altas y de ladrillo. A veces podía escuchar la risa de Dalia cuando aumentaba la velocidad o doblaba una esquina, y eso era suficiente para que Ana se relajara.
Hacía días había sentido un gran peso en sus hombros que en esos momentos parecía haber desaparecido. Siempre lo hacía cuando Dalia estaba cerca.
Cuando la bicicleta empezó a andar sobre un terreno más abultado, Ana retractó sus pensamientos anteriores y abrió un ojo para ver qué estaba sucediendo.
Dalia había tomado un camino por un parque, que parecía tener un terreno con más colinas que las calles de antes. Las hojas de los árboles golpeaban suavemente contra el cabello de Ana a medida que avanzaban entre ellos.
—¿Estás segura de que es seguro? —preguntó Ana aferrándose a la cintura de su amiga, que parecía decidida en pedalear sobre los lugares menos concurridos.
—Claro que sí —exclamó Dalia con obviedad—. No estaría haciendo esto si no lo fuese. Contrario a la opinión popular, prefiero no morir.
Las hojas largas de un sauce llorón le dieron completamente al rostro de Ana.
«Si tan solo supieras» suspiró internamente y volvió a aferrarse a Dalia. Tal vez su amiga era inmortal —sin saberlo— pero ella no lo era.
No obstante, Ana volvió a retractarse cuando llegaron a la colina que Dalia había mencionado esa misma mañana. En su cabeza, Ana había imaginado que el lugar habría estado lleno de gente, pero donde Dalia las había llevado era un espacio rodeado de árboles gigantes y llenos de hojas, donde la vista frente suyo era la de una pequeña Hampstead en un precioso mediodía.
En la lejanía de la colina se podía ver a los tejados brillar bajo el sol, y el blanco de la pintura de las paredes de algunas casas hacía que sus detalles fueran más visibles, aun en su lejana estadía. Su abuela había acertado cuando dijo que aquel pueblo era donde los artistas más se lucían. En sí ya era una obra de arte.
—Paso todo el año aquí —admitió Dalia una vez que se bajó de la bicicleta—. Cuando tú estás en tu colegio, y mis clases terminan, vengo a pasar el tiempo. Llevo horas enteras caminando por el parque... así que es bueno que encontramos el inflador, porque me toma mucho tiempo caminar hasta aquí.
Ana rió y se sentó en el césped. Vio un camino hecho por hormigas que llevaban hojas arriba de ellas.
El parque parecía ser el mejor lugar para pasar el tiempo; en la colina de abajo habían varios niños jugando con cometas de todos los colores mientras algunos perro se divertían junto a ellos; cerca de los niños habían familias y parejas con mantas y cestas de picnic mientras disfrutaban el día, y también había gente que había decidido que era el perfecto momento para hacer ejercicio.
La tarde se pasó volando. Luego de pasar la mayoría del tiempo caminando por el parque y admirando la vista, ambas bajaron hasta el pueblo hasta la zona más recurrida y comieron en un puesto de comida que Dalia había dicho era el mejor. Mientras andaban en bicicleta, el cielo se volvía más oscuro, entre colores anaranjados y rojizos, y cuando notaron que las luces se comenzaban a encender por las calles, decidieron que era tiempo de volverse a hacia el sur de Londres.
El viaje en subte fue silencioso, un silencio cómodo y cansado que dejó que Ana descansara su cabeza en el hombro de Dalia mientras cerraba los ojos por un rato. El tarareo de su amiga creó un suave zumbido que tapó el ruido de las paradas y de la gente a su alrededor, y cuando llegaron a la estación donde debían bajarse, Ana estiró su cuerpo hasta el punto que su espalda tronó todos los nudos que se habían acumulado en las últimas semanas.
Mientras caminaban bajo las luces brillantes de las calles londinenses; el suave pero creciente aroma a comida callejera y la que provenía de los restaurantes abriendo sus puertas; y el sonido risueño de risas y charlas entre amigos que iban a pasar aquella noche del sábado disfrutando de la cultura enriquecida de las calles más mercantes, Ana y Dalia disfrutaron del aire frío que hacía volar sus abrigos livianos.
Cuando llegaron al frente de ambas casas en la calle de John Ruskin, las dos amigas se despidieron de la otra con una sonrisa cansada y el corazón contento antes de hacer cantar a sus llaves una vez que las sacaron de sus bolsillos. El tintineo del metal golpeando contra el metal hizo que dentro de la casa Abaroa se oyeran los ladridos emocionados de Limonada, mientras que por la ventana la silueta dormida de Basil recibía a la noche con los brazos abiertos.
El murmullo de la cocina donde su abuela cocinaba se mezcló con el familiar aroma a tomate y más especias, además de ser acompañado por el suave sonido de canciones de décadas anteriores haciéndose oír a través de la radio. No sabiendo si la había logrado escuchar, Ana saludó a su abuela una vez que cerró la puerta detrás suyo, y con pasos cansados se dirigió hacia la escalera para subir hacia su habitación.
La lámpara del techo titiló unas tres veces antes de encender e iluminar la habitación de Ana, su bastón se arrastró por el suelo hasta que su cuerpo se tiró en la silla delante de su escritorio. En la superficie de este habían revistas de faunas de diferentes países, al igual que algunos libros de criaturas mágicas que se había olvidado de guardar días atrás; el periódico El Profeta se encontraba doblado a la mitad, con el rostro de Cornelius Fudge tan paranoico como siempre.
Después de sacar una lapicera de su cartuchera y de alisar un pergamino que había estado doblado por mucho tiempo, Ana mordió la punta de su bolígrafo y miró atentamente a la página amarillenta frente suyo. Había muchas cosas que quería decir, pero su cerebro no parecía cansarse de pensar en diferentes formas de hacerlo, por lo que dudó qué escribir y qué dejar a un lado; no obstante, después de unos segundos dando vueltas en su cabeza, creyó que lo más conveniente sería empezar con un saludo. Por lo tanto, apoyó la lapicera azul en el pergamino arrugado y su mano se empezó a mover, dejando que la tinta creara las palabras que tanto había querido escribir:
Querido, Blaise...
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¡hola!
quise publicar ayer pero me quedé dormida sajsaj
pero bueno!! estaba pensando que voy a empezar a actualizar un domingo sí otro no, otro sí, etc porque mis tiempos son un desastre <3
¡espero que les haya gustado el capítulo! y muchas gracias por su apoyo, son le mejor. muchísimas gracias por leerme y por sus comentarios!
si no se enteraron va a haber una serie de harry potter... y si les soy sincera, "Hidden" va a ser la última novela que haga de la saga porque mi disgusto por JK Rowling no tiene fronteras y su falta de respeto hacia la comunidad trans y demás comunidades que fueron afectadas por sus acciones y escritos me parece irremediable. no disfruto de su contenido hace varios años, aun escribiendo esta fanfic, y cuando termine el capítulo final voy a cerrar por completo esta etapa.
espero que me puedan acompañar en mis próximos proyectos y les deseo un buen abril, ¡nos estamos viendo!
•chauuu•
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