𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐭𝐡𝐫𝐞𝐞
"Encuentros nocturnos"
Las siguientes semanas, Ana recibió más cartas de Blaise de las que había recibido en los años que lo había conocido. Él y su madre se encontraban de viaje en Ghana, visitando la familia de su abuela y volverían en unas semanas para poder comprar todo lo que necesitaban para el año escolar de Blaise.
Blaise le contaba acerca de la gran casa de sus bisabuelos, y lo cerca que se encontraba del lago Volta, además de lo precioso que era el paisaje de los terrenos planos y a veces elevados que rodeaba la meseta de Ashanti. Asimismo, le contaba acerca de los animales que tuvo el placer de presenciar y hasta le había mandado un par de fotos de cuando lo había hecho. Ahora, Ana tenía una pared dedicada a las fotos que Blaise le enviaba por sus cartas. Ya iban casi veinte.
Por otro lado, ninguno de los dos se había atrevido a hablar del beso que había tomado parte el curso anterior, pero cuando Blaise la invitó a que fueran al callejón Diagon juntos (y bajo la distante vigilancia de sus padres al no estar el mundo mágico en sus momentos más seguros), Ana no pudo evitar recordarlo y se preguntó si aquel sería el momento en que lo discutirían.
El entrenamiento con Berenice Babbling siguió con sus rutinas diarias, en las que Ana pasó todas las mañanas en su casa tratando de poder llegar al control completo de aquella magia lunar dentro suyo. Durante ellos, Ana aprendió mucha nueva información acerca de la magia y finalmente habían logrado ponerle un nombre a todas las cosas extrañas que había podido hacer gracias a su ayuda:
Resurrección.
Aquella había sido la palabra con la que Berenice había definido lo que Ana había hecho dos cursos atrás, con Cedric Diggory. Lo había traído a la vida, y al parecer, podría traerle a otros la misma bendición una vez que supiera controlar su cuerpo y mente. Era algo extraño de pensar, pues la muerte siempre había sido algo definitivo en la vida de Ana. Pero ahora, con la información que de hecho podía hacer algo al respecto acerca del trágico final de todos, Ana sentía un turbulento vacío dentro suyo. Era inquietante. La muerte no parecía ser algo con lo que se debiese jugar a la ligera... pero cómo anhelaba no temerle más al final de la vida.
Y aún así, con el gran deseo de poder ser quien burlara a la muerte y así ayudar a todos a su alrededor a no padecerla, el avance que había tenido esas semanas había sido casi nulo. Por el momento, lo único que lograba hacer era que los dolores de cabeza aumentaran aún más, al igual que el cansancio en su cuerpo.
—No puedo hacerlo —suspiró Ana con desaliento luego de varios minutos bajo la luz de la luna mientras sus ojos estaban cerrados por la concentración.
Aquel martes, Ana había ido a la casa Babbling a las altas horas de la noche —doce de la noche—, ya que Berenice Babbling le había insistido que bajo la plateada luz de la luna su magia sería más fácil de controlar. No obstante, el desaliento era más fácil dejarlo descontrolado.
—Eso es porque ni siquiera has comenzado a intentar —dijo Berenice, sentada en un banco de madera con una taza de té humeante en sus manos. Le dio un sorbo y Ana le mandó una mirada incrédula—. Has estado resoplando cada minuto desde que te he dicho que cerraras los ojos.
—¡Porque hemos hecho lo mismo cada noche, día tras día! —exclamó Ana y arrancó las hojas de la hierba a su alrededor en un acto desesperado—. No creo que el resultado vaya a cambiar si no cambiamos el método...
—Yo creo que el control de una magia tan poderosa y versátil como la que tienes dentro requiere más paciencia de lo normal —confesó Berenice con la seriedad reflejada en sus facciones arrugadas—. Y si no te lo quieres tomar en serio, entonces de mi parte no hay demasiado en que te pueda ayudar, por lo que te pido paciencia —le dio un sorbo a su té—. Y menos protestas.
Ana suspiró y apretó las palmas de sus manos contra sus ojos, hasta que la oscuridad se llenó de luces blancas y parpadeantes que la hicieron marear por unos segundos.
—¿Puedo al menos ir al baño?
—Claramente.
Después de sacudir la humedad del rocío de sus pantalones, Ana se encaminó hacia el interior de la casa cuyas velas cálidas y anaranjadas eran un grato cambio a la oscuridad y frío de la noche.
El interior tenía un aura extraña durante la noche. Los últimos rastros del olor dulce y nauseabundo del incienso flotaba en el aire en un débil recuerdo de su potente aroma que había acogido al hogar durante todo el día; el goteo del lavabo se hacía oír mientras sus gotas caían de forma repetitiva sobre las vasijas que aún no habían sido lavadas, siendo nuevas adiciones a las pilas de platos sucios de días anteriores; y el desorden, que por el día evolucionaba entre pergaminos flotantes y objetos volando de a un lado a otro, durante la noche parecía haber encontrado la calma luego de una tormenta, donde el caos ya no era abrumante.
Dejando atrás el sonido de la cadena del inodoro haciendo su funcionamiento, Ana salió del baño y caminó entre el silencioso interior de la casa mientras sus ojos vagaban por los rincones en un ataque de curiosidad.
Por las ventanas abiertas, el sonido de los grillos cantar bajo la luna era lo único que se hacía oír en la casa, era tal el silencio que hasta Ana tuvo la duda de si debía caminar en puntas de pie para no perturbar con la calma. Estaba a punto de pasar bajo el umbral de la cocina, cuando sus ojos captaron de reojo una gran pila de libros que estaba a punto de caer por estar balanceada sobre un libro pequeño, en el brazo de un sillón.
Para evitar que el caos colmara de nuevo el interior de la casa, Ana dio un salto hacia la pila de libros y levantó unos cuantos antes de dejarlos en un superficie más plana. No obstante, los que había dejado en la pila, cuando Ana los tocó, cayeron hacia un costado del almohadón como si se tratara de un dominó.
Con una mueca en sus labios, hizo lo posible para ordenar el resultado de su curiosidad, hasta que la portada de uno de los libros hizo que sus ojos brillaran de interés. No era un libro muy gordo como los que tardaban meses en ser leídos por ella, pero tampoco era una lectura completamente ligera; su portada era del color de la noche y en el medio se encontraba una ilustración plateada y brillante de la luna es su esplendor. Se titulaba "Las Fases del Alma", y si su contenido era igual de intrigante que su nombre y su portada, Ana diría que sería la perfecta lectura para compartir con Blaise.
Una sonrisa se apoderó de sus labios y antes de que pudiera pensarlo dos veces, tomó el libro en sus manos antes de guardarlo dentro de su mochila marrón y vieja. Estaba segura que Berenice no tendría problema en que se llevara un libro tan bonito. Seguro y la felicitaba por aún querer aprender acerca de la magia lunar.
—¿Deberé ir a destapar mi inodoro? —inquirió la voz potente de Berenice a través de una de las ventanas abiertas. Ana resopló.
—Ya voy, ya voy...
Ana siguió pasando las siguientes semanas junto a la compañía de Dalia durante el día, mientras que por las noches viajaba a la casa Babbling para su entrenamiento. Luego de contarle a Berenice lo que había descubierto de Dalia y su familia, ella le había dicho que era muy posible que por el carácter reservado de la madre de Dalia, estaba segura que Eden Mandel era una squib: nacidos de brujas y magos que no poseían magia por sí mismos. Ana se preguntó qué habría pasado en su vida para tener una visión tan desconfiada del mundo mágico, porque luego de conocer a la señora Mandel, no tenía duda alguna de su resentimiento.
El final de julio llegó, lo que significó el cumpleaños de Harry. Por medidas de seguridad, que para Ana no cobraban tanto sentido, tuvo que detenerse de ir a la fiesta de cumpleaños de su amigo, y en vez, pasó la noche bajo el duro entrenamiento de Berenice Babbling. A la mañana siguiente, y sin querer, salteó su alarma sin inmutarse de que había un día por delante. Solo se despertó cuando su abuela llamó a su puerta y la abrió entre medias, dejando pasar su cabeza por el hueco entre el marco y la puerta.
—Anita, buenos días. Ha llegado de Hogwarts tu carta con la lista de materiales.
Los ojos de Ana se abrieron tan rápido, que por unos segundos la visión le dio vueltas. Se sentó en su cama, lagañas aún en sus ojos y su cabello enredado en la coleta que se había hecho la noche anterior; Basil dormía en su almohada.
Si la carta había llegado con la lista de sus libros, eso significaba una cosa.
—Le escribiré a Blaise para ver cuándo iremos a comprar al callejón Diagon... —bostezó Ana y apartó las mantas de su cuerpo—. Creo que en un par de semanas estará bien... Tengo que organizarme con Berenice... y que no caiga el día que se estrene la película que Dalia quería ir a ver...
Dalia le había contado acerca de la película Matilda, que se estrenaría a mediados de agosto, e irían a verla juntas. Sería la primera vez que pisaría un teatro, y no podía esperar a conocer tal experiencia.
El día de las compras al callejón Diagon llegó un sábado por la mañana, y mientras Ana desayunaba, era inevitable darse cuenta de que su padre estaba muy nervioso. Hasta Sirius, quien lo había acompañado hasta la casa Abaroa, atendía la situación.
—No te alejes demasiado de nosotros —le decía Remus a Ana mientras le daba un sorbo a su café. Los nudillos de su mano se habían vuelto blancos por el agarre en la taza—. Comprendo que quieres pasar tiempo con... Blaise, pero el callejón Diagon ya no es seguro.
—Ya sé, papá... —suspiró Ana, su cuchara revolvía la avena en un cuenco—. Sirius me ha contado lo de Ollivander... y Florean Fortescue.
Las lúgubres noticias trataban de que ambos magos habían desaparecido de sus tiendas; mientras que el heladero había puesto una lucha para no ser llevado, ende el triste estado en el que terminó la heladería; del fabricante de varitas no se sabía el paradero. Su tienda no había encontrado muestras de una lucha, y se debatía si Ollivander había dejado el lugar por voluntad propia, o si lo habían secuestrado.
—¿Quieres que vaya yo también, querida? —dijo Hilda luego de acercarse a la mesa y tomar suavemente el mentón de Ana. Su pulgar acarició su mejilla, y aunque el tacto fuese suave, la mirada de su abuela estaba llena de inquietud.
Ana tomó la mano de su abuela entre sus dedos y le dio un casto beso.
—No, nana, estaremos bien. No pienso separarme mucho de papá, no te preocupes.
—En todo caso... —Sirius, que antes había estado callado mientras tomaba su té, le pasó una bolsita llena de monedas por encima de la mesa—, aquí tienes. Fui temprano a Gringotts puesto que la seguridad es mayor y el público tarda casi cinco horas en acceder a su oro —pasó una mano sobre un mechón rebelde que caía sobre su frente—. Los duendes están tensos, ende las medidas drásticas...
—Gracias... y no los culpo —Ana tragó seco—. Parece que nadie puede bajar la guardia...
El viaje al Caldero Chorreante fue igual de rápido que las otras veces anteriores donde Sirius la había llevado allí por su motocicleta. Esta vez, como una de las primeras veces que había viajado en ella, Ana había elegido el carro pequeño mientras que su padre se sentaba detrás de Sirius, quien manejaba.
Ana podría jurar que su padre había disfrutado el viaje más de lo que quería admitir, y ella misma debía admitir que el viaje en motocicleta se estaba convirtiendo en más bien... normal. La costumbre le sentaba mejor.
—Los vendré a buscar en un par de horas —dijo Sirius mientras Ana se sacaba el casco verde personalizado que le habían regalado durante la Navidad—. No se aburran tanto sin mí.
Ana resopló y le dio su casco, mientras Remus ponía los ojos en blanco.
—Ah, ¿no te dijimos? Vamos a tener una fiesta salvaje luego de que te vayas...
—Ah, bueno qué lástima que no me hayan invitado. Ya quisiera ver a Eloise Zabini bailando sobre sus tacones.
Esta vez Remus no pudo evitar soltar una carcajada, mientras que Ana se volvía roja de la vergüenza.
—¡Sirius! Ya vete... —Ana insistió mientras lo empujaba hacia que la parte trasera de sus rodillas chocaron contra la motocicleta y el hombre cayó encima de esta.
—Bien, bien, pero no es mi culpa que hagan planes tan divertidos sin mí...
Sirius sonrió mientras giraba la llave, encendiendo nuevamente su vehículo. Ana puso los ojos en blanco pero no pudo evitar la sonrisa en la comisura de sus labios.
—Ya —se puso el casco negro que tapaba su rostro—. Nos vemos en un rato. Tengan cuidado.
Remus puso una mano sobre el hombro de Ana. Asintió hacia Sirius con una leve sonrisa.
—Tú también.
El Caldero Chorreante, el cual Ana nunca había visto vacío, ahora se encontraba por primera vez muy desolado. Aparte del desdentado tabernero, Tom, no había ni un cliente. Al menos, además de las siluetas de Blaise y Eloise Zabini, que se encontraban paradas al lado de la puerta del pequeño patio trasero.
Al verlos entrar, el tabernero sonrió ilusionado, pero antes de que abriera la boca, Eloise Zabini levantó una mano:
—Están con nosotros, Tom. No hacen falta preparativos.
Eloise Zabini, tan elegante como la primera vez que Ana la había conocido, llevaba su cabello crespo y grueso en un rodete trenzado y bajo, que hacía que su rostro se viese más estirado y refinado. Sus ojos oscuros llevaban una suave capa de maquillaje que acentuaba sus facciones, mientras que adornando sus orejas y su cuello habían joyas que brillaban aún en la tenue luz del bar. Llevaba puesto un vestido negro con matices azules que llegaba hasta un poco más de sus rodillas. En su mitad había una fila de botones negros y brillantes que estaban todos perfectamente abotonados, y el primero, que terminaba en el comienzo del escote, abría camino a un moderno diseño para el cuello que rodeaba mitad de este de forma abierta. Sus manos, que Ana suponía estaban tan cuidadas como siempre, ahora se encontraban tapadas por guantes.
Pero por muy espléndida que se veía, ella no era la persona que más llamó la atención de Ana.
El cabello de Blaise no había crecido durante el verano, por lo que Ana supuso que se lo había rapado durante ese tiempo también. Llevaba puesta una camisa blanca por debajo de un suéter chaleco de un color marrón un poco más claro que su piel y unos pantalones formales de un tono marrón diferente. Y si Ana no lo hubiese conocido por tantos años, no se hubiera dado cuenta del único cambio que sí había pasado sobre las facciones del chico, pero como sí lo conocía como la palma de su mano, no le fue difícil notar la nueva suavidad en su mirada oscura.
Era suave, cálida, un contraste enorme con las noticias tan frías que rondaban en la comunidad mágica... y estaba dirigida solamente hacia ella.
Ana sintió un hormigueo en sus labios e ignoró la vocecilla dentro de su cabeza que no paraba de repetirle que se había vuelto tan roja como un tomate.
Se aclaró la garganta y se acercó hacia la familia Zabini con una mano extendida.
—Buenos días, señora Zabini.
—Anastasia —dijo la señora Zabini alzando su mano y dando a la mano de Ana un corto, pero firme, apretón. Ana no pudo evitar hacer una mueca al escuchar su nombre completo. La mujer se volvió hacia Remus aún con su mano alzada luego de soltar la de Ana—. Remus Lupin. Un gusto volver a verte.
Ana juró ver un destello de incertidumbre en las facciones de su padre, pero este no le dio tiempo de pensarlo dos veces porque se apuró en devolverle el gesto a la mujer.
—Buenos días, Eloise.
Mientras los dos adultos intercambiaban unas pocas palabras cortas y formales, en un intento de bajar el nivel de tensión en sus hombros, Ana se acercó a Blaise, con una sonrisa tímida en sus labios.
—Hola...
—Hola.
Un silencio se estableció entre ellos dos por unos segundos que se prolongaron más de lo necesario, puesto que ninguno podía inmutar palabra alguna mientras sus ojos estaban fijados los unos con los otros.
Ana quería gritar que aquello era tan incómodo como la conversación de sus padres, pero resistió la tentación de querer agarrar el brazo de su padre e irse corriendo, y se aclaró la garganta.
—Gracias por las fotos...
Ante el comentario, Blaise sonrió suavemente.
—¿Te gustaron?
—¿Bromeas? Llené una de las paredes de mi habitación con todas las fotos, y si te digo la verdad, mi favorita es la que le sacaste al serval. No sé cómo hiciste para acercarte tanto a uno de ellos sin que te atacara, más sabiendo que tenía a sus crías cerca y que es uno de los felinos más rápido de todo el mundo... Y ya sé que los servales no se alimentan de animales más grandes que una rana, pero eso no significa que no sean agresivos si notan una amenaza. Además, tú...
Ana cerró la boca inmediatamente cuando se dio cuenta de que estaba divagando, y sus orejas se volvieron tan rojas como su rostro al notar la mirada fija de Blaise en ella. No parecía aburrido, es más, parecía completamente interesado en lo que decía, sin embargo, la vergüenza le venció y Ana se aclaró la garganta.
—Eh... ¿Qué tal si vamos yendo al callejón...? —se dirigió a todos, con un tono un poco más alto.
—Sí —asintió Remus, apoyando una mano sobre el hombro de Ana—. Será mejor que no nos quedemos en un lugar por mucho tiempo.
—En eso podemos... acordar —aceptó Eloise Zabini y asintió antes de ir al al pequeño y frío patio trasero, donde estaban los cubos de basura.
La mujer levantó su varita y le dio unos golpes secos y cortos a un ladrillo de la pared en particular que se abrió al instante para formar un arco que daba a una tortuosa calle adoquinada. Pasaron por el arco y miraron alrededor.
El callejón Diagon había cambiado: los llamativos y destellantes escaparates donde se exhibían libros de hechizos, ingredientes para pociones y calderos, ahora quedaban ocultos detrás de los enormes carteles de color morado del Ministerio de Magia que había pegados en los cristales (en su mayoría, copias ampliadas de los consejos de seguridad detallados en los folletos que el ministerio había distribuido en verano). Algunos carteles tenían fotografías animadas en blanco y negro de mortífagos que andaban sueltos: Bellatrix Lestrange, por ejemplo, miraba con desdén desde el escaparate de la botica más cercano. Varias ventanas estaban cegadas con tablones, entre ellas las de la Heladería Florean Fortescue. Por lo demás, en diversos puntos de la calle habían surgido tenderetes destartalados; en uno de ellos, instalado enfrente de Flourish y Blotts bajo un sucio toldo a rayas, un letrero rezaba: «Eficaces amuletos contra hombres lobo, dementores e inferi.»
El ojo de Ana sintió un tic ante la mención de los hombres lobo, pero el resto de la visión solamente la deprimía un poco más.
—Bien... tendremos que pasar por Madame Malkin, y Flourish y Blotts —enumeró Remus con el ceño fruncido mientras le daba una mirada analizante a la calle oscura y deprimente delante de ellos.
—¿Es necesario comprarme nuevas túnicas? —preguntó Ana en un susurro a su padre. Su bastón hacía un sonido sordo cada vez que golpeaba las piedras bajo sus pies—. ¿No puedo seguir cosiendo las que tengo en casa en vez de echar dinero en algo que ya tenemos? He estado mejorando en mi costura...
—No será "echar dinero" cuando es algo que necesitas, Ana —suspiró Remus con una sonrisa apenada—. Es más, has pegado un estirón desde la última vez que cosiste las roturas de tus túnicas. Será mejor que compremos nuevas, y sin agujeros.
Ana sonrió consciente de sí misma y asintió, recordando todos los parches que había cosido en sus túnicas en los últimos años. Asintió y se acercó a Blaise, tratando de ignorar el recuerdo de su vómito vocal de unos momentos atrás. Esta vez, él fue el primero en hablar.
—¿Cómo has estado con tu bastón? —preguntó mientras le daba una mirada al objeto en la mano de Ana.
—Ah... Pues, es un poco molesto tener que llevarlo a todos lados, pero me estoy acostumbrado —Ana sonrió y dio un golpe seco al suelo—. Además, no es por alardear, pero ahora soy más rápida que antes con esto. Ya sabes, ganas algo, pierdes otra cosa.
Blaise asintió, su mirada se encontraba distante en pensamientos que Ana no podía leer por las expresiones de su rostro. Cuando se estaban acercando a la pequeña tienda, Blaise volvió a mirar a Ana.
—¿Y qué hay de tus calificaciones de los TIMOS?
Los ojos de Ana brillaron ante la pregunta, y no pudo evitar sonreír.
—¡Me fue muy bien! No suspendí ninguna, y hasta conseguí dos extraordinarios, uno en Cuidado de Criaturas Mágicas y otro en Runas Antiguas. ¿Qué hay de ti?
Blaise pasó su lengua sobre su labio inferior en pensamiento.
—Seis extraordinarios y tres supera las expectativas en Defensa Contra las Artes Oscuras, Herbología y Estudios Muggles.
La mandíbula de Ana por poco cayó al suelo.
—¡Dios! Eso es genial, felicitaciones, Blaise —Ana dejó salir un suspiro de ingenuidad—. Seis extraordinarios...
Luego de llegar a la tienda de Madame Malkin, los adultos se dividieron para cubrir más terreno, y mientras Eloise entró a la tienda junto a los dos adolescentes, Remus se quedó haciendo de guardia en la tienda.
La tienda estaba vacía cuando entraron, y tan pronto cuando la puerta se cerró detrás de ellos, la figura redonda de Madame Malkin salió de una de las puertas traseras decoradas con lentejuelas azules. Los marcos rosados de sus lentes brillaron bajo la luz de las velas.
—Buenos días señora Zabini, niños, ¿en qué...? ¡Oh! —la mujer pareció percatarse de que eran Ana y Blaise juntos—. Esto es nuevo... Ah, querida, más temprano esta mañana tus tres amigos han venido a comprar sus túnicas. Ha sido un caos total. El señor Malfoy y su madre también estaban aquí... Casi empezaron a lanzar hechizos por toda mi tienda, y por si fuera poco le faltaron el respeto a mi trabajo, hm...
—Eso suena como Malfoy —dijeron Ana y Blaise al unísono.
Luego de terminar las compras de las túnicas, cuatro para Blaise y dos para Ana, ambos adolescentes continuaron con sus compras bajo la atenta mirada de sus padres unos metros detrás de ellos. Pasaron por la librería a comprar todos los libros que les había sido encargados, y en donde Blaise se perdió en sus pensamientos mientras le explicaba a Ana acerca de uno de los libros gordos que había leído durante el verano. Se detuvieron en el boticario, donde mientras los Zabini compraban los ingredientes para pociones en un lado, Ana se enteró de devastadoras noticias por parte de su padre.
—¿A qué te refieres que nos va a enseñar Pociones tu ex profesor? ¿Y que Snape ahora enseñará Defensa Contra las Artes Oscuras...?
—Es lo que he escuchado —afirmó Remus analizando un cuenco con patas de rana—. Slughorn era nuestro profesor de Pociones, así que sería lógico que ahora les enseñe a ustedes.
—El año ni ha empezado y ya está arruinado —musitó Ana, su bastón temblando bajo su mano.
Los ojos de Remus estaban cansados, pero una sonrisa a medias se posó en sus labios antes de posar una mano sobre el hombro de Ana.
—Vele el lado bueno, hija. Podrás seguir Pociones, y si es que sigues queriendo en un futuro, seguir la carrera de magizoología.
—Sí... hurra...
Más tarde entraron en El Emporio de las Lechuzas, donde Ana compró algunas cajas de golosinas para las lechuzas de sus amigos y de la Lechucería del colegio. Y finalmente, durante el final de las compras, los cuatro se encontraron con una nueva y colorida tienda: Sortilegios Weasley, la tienda de artículos de broma que regentaban Fred y George.
Comparados con los escaparates de las tiendas de los alrededores, cubiertos de carteles, los del local de Fred y George parecían un espectáculo de fuegos artificiales. Al pasar por delante, los peatones se volvían para admirarlos y algunos incluso se detenían para contemplarlos con perplejidad.
El escaparate de la izquierda era deslumbrante, lleno de artículos que giraban, reventaban, destellaban, brincaban y chillaban. El de la derecha se hallaba tapado por un gran cartel morado, como los del ministerio, pero con unas centelleantes letras amarillas que decían:
¿Por qué le inquieta El-que-no-debe-ser-nombrado?
¡Debería preocuparle
LORD KAKADURA,
La epidemia de estreñimiento que arrasa el país!
La visión frente suyo era como un vómito de colores que hacía marear a Ana, y aunque no podía escuchar a todo volumen los chillidos a causa de sus tapones auditivos, tenía la sospecha de que el sonido hubiese sido demasiado para ella. A su derecha, Blaise portaba una mueca en sus labios, y Ana ni se imaginaba la cara de disgusto que debería tener la señora Zabini detrás de ellos. Por el rabillo de su ojo, notó que su padre sí sonreía.
Se aclaró la garganta.
—Tengo que entrar porque les debo dinero a los gemelos —explicó al grupo, y cuando notó que Blaise juntaba toda su voluntad para asentir y seguirla, Ana sacudió sus manos en frenesí—. ¡No hace falta que entren! Será menos de cinco minutos seguro, solo les debo dar un sobre...
Aunque Blaise hubiese estado dispuesto a seguirla dentro de la tienda, un dejo de alivio traicionó sus facciones antes de asentir.
Al entrar en la tienda, Ana se sintió sofocada ya que estaba tan abarrotada de clientes que no podía moverse por su propia voluntad. Sin embargo, miró asombrada alrededor y contempló las cajas amontonadas hasta el techo: allí estaban los Surtidos Saltaclases que los gemelos habían perfeccionado durante su último curso en Hogwarts, que aún no habían acabado; el turrón sangranarices era el más solicitado, pues sólo quedaba una abollada caja en el estante. Había una sección con productos rosados y brillantes, la cual Ana sintió que le hubiese encantado a Lavender y ella misma se sintió atraída por el color, pero agitó la cabeza y se dedicó a terminar con su misión lo antes posible. Blaise la estaba esperando.
Estaba a punto de seguir buscando a las dos cabelleras pelirrojas, cuando dos cuerpos se situaron a ambos lados y rodearon sus brazos en su espalda.
—Pensábamos que nunca vendrías, Ana... —empezó diciendo Fred con una gran sonrisa.
—... Porque más temprano estuvieron nuestro hermano, Harry y Hermione. —terminó George con la misma expresión en su rostro.
Llevaban una túnica de color magenta que desentonaba con sus cabellos pelirrojos.
—Ah... por seguridad papá no me dejó ir a su casa este verano... —Ana sacó la pequeña bolsa con las monedas—. Y en todo caso, no puedo quedarme mucho tiempo aquí, así que tengan. Es el dinero que les debía por los fuegos artificiales que les gasté el curso anterior...
Fred fue rápido en tomar el saco en sus manos con una gran sonrisa.
—Un placer hacer negocios contigo, Ana.
—Gracias —sonrió George y la acercó más a él—. Ven, te mostraremos el lugar.
—Ah, en serio que no puedo —se apresuró a decir y salió del agarre de los gemelos. Señaló la puerta principal—. Me están esperando y dije que iba a hacer rápido...
—Vamos, Ana, tu papá puede esperar —Fred guardó la bolsa dentro de uno de los bolsillos de su nueva túnica—. Ey, ¿por qué no le dices que entre? Si fue uno de los creadores del Mapa Merodeador seguro le agradará...
—Ah, es que miren, estoy en una cita y...
Inmediatamente, Ana sintió cómo un frío recorrió su espalda y su cabeza quedó vacía con un leve sentimiento de estar flotando. Tampoco fue lo suficientemente rápida para corregir su error, ya que las cabezas de los gemelos se giraron hacia ella, con ojos brillando de curiosidad.
—¿Una cita? —dijeron en voz alta y al mismo tiempo ambos.
Por unos segundos, Ana sintió terror y tan rápido como sus cabezas se habían girado hacia ella, sus piernas y su bastón se fueron moviendo hacia la puerta.
—¿Dije cita? —rió con nervios—. Perdón, me equivoqué. Ignoren todo lo que dije, ya me voy.
Los gemelos se miraron entre sí.
—Debes decirnos con quién tienes una cita, Ana. Es de vida o muerte —dramatizó Fred abriendo sus brazos con exageración.
—Les deseo mucha suerte con la tienda, ya veo que les irá genial...
Su mano tocó la manija de la puerta.
—¡No te olvides de darte un paseo en nuestra sección de San Valentín! —exclamó George y Fred sonrió.
—¡Lo necesitarás para tu nueva persona!
La puerta principal se cerró con tanta fuerza por parte de Ana, que el color y la locura se esfumaron de repente detrás de la puerta y el vidrio en ella. Ana vio su reflejo en el vidrio mientras seguía observando el interior, antes de que sus ojos cayeran en los reflejos de los tres que estaban esperándola detrás suyo. Su rostro se volvió rosado.
Cómo se alegraba de que los gemelos Weasley no estuvieran más en el colegio.
Se giró hacia su padre y los Zabini con una pequeña sonrisa.
—Bien... ya podemos seguir.
• • •
Después de un tiempo, luego de que las compras terminaran y que Ana y Blaise tuvieran todo lo que necesitarían para el curso escolar, el grupo se volvió a reunir en el Caldero Chorreante para despedirse y partir rumbo a sus casas. El estómago de Ana rugía, pero no se podrían quedar en el bar, por lo que debería esperar a llegar a su casa para almorzar.
Mientras que Remus y Eloise hablaban en la entrada principal del lugar, Ana y Blaise se habían quedado parados en el medio de la habitación. La mente de Ana seguía reviviendo lo que había sucedido dentro de Sortilegios Weasley; no quería que su boca la traicionara una vez más.
—La pasé bien hoy... pese las circunstancias... —se permitió decir ella antes de aclararse la garganta—. Nos veremos en Hogwarts... aunque tal vez me fugue como los gemelos Weasley, ahora que Snape dará las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras...
Una mueca se posó en el rostro de Blaise.
—Ah... sí, mi madre me ha contado. Dice que su antiguo profesor enseñará Pociones. Slughorn. —Blaise pasó una mano sobre su cuero cabelludo y le sonrió, logrando que su hoyuelo apareciera con suavidad—. Y yo también la pasé bien... aun con la paranoia.
Ana sonrió y asintió. Miró sobre su hombro y al notar que los dos adultos estaban terminando su conversación se giró hacia Blaise para despedirse.
Sus brazos se empezaron a alzar para darle un abrazo, cuando su cerebro hizo que se congelara en su lugar y los bajara de inmediato; se iba a parar de puntillas para darle un beso en la mejilla, pero esta vez su corazón comenzó a latir con tal fuerza que temió que lo escuchara, por lo que dio un paso hacia atrás.
Asintió nuevamente.
—Bueno... Nos vemos una semana.
Se dio vuelta automáticamente y empezó a caminar hacia su padre, pero la voz de Blaise la hizo detenerse.
—¿Ana?
Ana tardó unos segundos en girar su rostro, pero cuando lo hizo, vio la sonrisa genuina de Blaise; sus hoyuelos ahora marcados.
—Valió la pena.
—¿Qué hizo? —murmuró.
—Tomar todas esas fotos para ti.
No pudo evitar sonreír, y solo esta vez, no le dio mucha pena volverse tan roja enfrente de él.
Esa noche, siendo una de las últimas antes del comienzo de clases, Ana fue a la casa Babbling para que Berenice le enseñara más de lo que había aprendido. Pero si Ana era sincera, estaba empezando a perder esperanzas con su magia lunar. Ya ni siquiera escuchaba la voz de aquella magia tan extraña en su cabeza; tal vez y se había ido de una vez por todas.
—¿Qué veremos hoy? —preguntó Ana, saliendo de la chimenea y observando que el lugar estaba más patas arriba que lo normal—. ¿Intentaremos con esas runas de la otra vez? ¿O me harás sentar en el césped mojado para intentar conectar con mi magia interior...?
—Ninguna de esas cosas —dijo Berenice caminando hacia el exterior de la casa. Ana no oía a las gallinas de siempre.
Era extraño, una vez que pisó el césped, Ana notó que ni se escuchaba el canto de los grillos ni el croar de las ranas. La luna no estaba llena, su brillo se escondía detrás de las nubes. Era una vista borrosa.
—¿Entonces qué haremos?
Los ojos de Ana buscaron a alguna de las gallinas, siempre había alguna rebelde que no dormía en el gallinero.
—Esta vez haremos algo diferente —admitió Berenice y siguió caminando hacia el fondo de su patio, donde los árboles formaban grandes sombras entre la oscuridad, y donde la luna no podría filtrar su luz. Ahora se le haría imposible junto con las nubes.
—¿Y es necesario que caminemos tanto...?
La luz de la casa se estaba oscureciendo detrás de ellas con la ayuda de la neblina, y el bastón de Ana se estaba hundiendo en el barro. Tuvo que hacer fuerza para no hundirse ella misma.
—Verás, esta noche necesitaba que tuviésemos otro ambiente para que mi nuevo plan funcionara...
De repente, Ana sintió cómo la temperatura bajaba unos centígrados y un leve mareo se posaba en sus sienes mientras observaba aquella oscuridad entre los árboles de copas altas. Era una sensación que conocía muy bien, un sentimiento envolvente y oscuro que hacía que quisieras cerrar los ojos y entregarte completamente a él. Era abrumador, embriagante, aterrador...
Cuando sintió a aquella oscuridad querer tocarla, tropezó con sus pies y cayó hacia atrás. Su cuerpo le dolió, pero más le dolería si se dejaba adentras a ese abrazo de oscuridad.
Berenice se giró hacia ella con seriedad.
—Como no nos veremos hasta las vacaciones de invierno, pensé que podríamos probar un enfoque... diferente.
Y ante ellas, como enfoque diferente, un luminicus se alzaba listo para envolver toda luz de la luna.
• • •
hola
tal vez muches de ustedes ya no estén al tanto de la novela después de todos estos meses, pero si algune de ustedes sigue acá, entonces se lo agradezco de todo corazón
este año no fue el mejor para mí, no voy a ir a los detalles pero pasaron muchas cosas en mi vida personal que le sacaron las ganas a todo, y dejé de escribir por completo durante casi seis meses además de otras cosas. si les soy sincera, no hay mucho que haya mejorado, pero estoy tratando de volver a mi rutina de a poco. no les prometo que vaya a escribir seguido, pero para darme un poco de aliento en volver a mi rutina, las pausas no van a durar seis meses de nuevo. quiero volver a escribir. quiero volver a hacer un montón de cosas y espero que me acompañen.
va a ser un cambio lento, pero espero que lo puedan ver :)
volvamos a seguir con la historia de ana y blaise <3
¡nos vemos!
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