𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐨𝐧𝐞
"En la boca del huracán"
El humo de la taza de té, que se encontraba abandonada en la mesa cuadrada en medio de la cocina, realizaba onduladas siluetas en el aire con su color gris. La cocina era de una medida cómoda, ni tan grande para sentirse aislada ni tan pequeña para sentir la claustrofobia; portaba una ventana desgastada de un color verde que daba a un gran jardín echado a perder y abandonado y una puerta del mismo color que se encontraba entre abierta, dejando entrar algunas gallinas curiosas; también se encontraba rodeada de armarios de madera, algunos abiertos y rebosando de instrumentos, mientras que otros estaban cerrados a punto de estallar; el lavabo estaba lleno de vasijas y cubiertos sin lavar, mientras que en las encimeras habían distintos frascos con sustancias sospechosas.
El lugar hubiera parecido abandonado si no fuera por el humo del té y las dos personas sentadas en la mesa cuadrada mientras se miraban en silencio.
Ana Abaroa ignoraba el aroma dulce de su té caliente mientras miraba con aprehensión a Berenice Babbling, que sorbía de su propia taza con calma. Esa mañana, luego de prometerle a su padre que estaría bien y que esa era la única forma de obtener respuestas, Ana había sido recibida por la mujer en la puerta de su casa.
Berenice Babbling había cambiado desde la última vez que Ana la había visto. Su cabello de sal y pimienta se encontraba más blanco que antes, y el vitiligo que cubría su piel oscura había avanzado aún más por su lado izquierdo, tanto que su brazo izquierdo estaba casi fuera de melanina. Asimismo, parecía que su rostro había alcanzado su edad puesto que las arrugas se encontraban más acentuadas sobre su ceño y mejillas; habían líneas de cansancio bajo sus ojos color ónix. A Ana le recordaba a los ojos de su hija, Bathsheda Babbling.
—Repite de nuevo la profecía, querida —dijo ella luego de dejar su taza en la mesa.
Ana suspiró pero asintió.
Desde que Ana se había sentado en la cocina habían estado discutiendo el contenido de la profecía que había encontrado en el Departamento de Misterios el curso anterior, y que había roto unas semanas atrás. No obstante, aunque no tuviera más la bola de cristal, Ana recordaba lo que aquella voz había dicho como si tuviera un disco rayado en su memoria.
—Viva y muerta niña nacida bajo la luna sangrante; hija de lobos e hija de locos. Ella quien luche contra quien traiga la victoria, quien traiga la muerte, ladrón de la noche y cuyo amante en restos padece... Luna y sombras por sus venas se mueven, con poder tan letal para burlar a La Muerte. Una se salvará mientras la otra se muere, pues no se puede burlar a la muerte más de dos veces.
Berenice Babbling mordió una de las galletas dulces que se encontraban dejando migas en el plato del centro.
—¿Y estás segura de que nada de aquello te suena familiar?
—Estoy segura, Berenice —insistió Ana con exasperación; habían estado teniendo la misma conversación casi cinco veces—. No sé quién es la persona con la que me debo enfrentar... Ahora solo sé que el hecho de que su pareja está muerta es importante por alguna razón, y que es la misma persona que estoy buscando desde hace más de un año.
—Quien la voz te dijo que buscaras... —asintió Berenice Babbling—. Sí, recuerdo la carta que me enviaste meses atrás cuestionando quién era aquella Victoria... veo que has resuelto aquel dilema sin problema... Ah, y has descubierto quién es la persona besada por el sol. ¿Puedes contarme acerca de ello? Me temo que no comprendo de cómo ha empezado eso.
—Ah, claro... pues luego del Torneo de los Tres Magos, cuando salvé a Cedric... —Ana se aclaró la garganta recordando aquel extraño día—... pues, la voz apareció frente a mí y después de decirme que su magia me está haciendo daño, me explicó que es necesario que lleve a cabo un contrato... Necesitaba encontrar a su otra mitad, a quien había sido besado por el sol... Esa era la única forma de que la profecía pudiera realmente funcionar en mi favor. Dijo que es la única forma de que el contrato llegue a su fin... y pues después no la volví a escuchar. Bueno, hasta hace unos meses. Pero fue por poco tiempo.
El rostro de Berenice Babbling portaba concentración mientras escuchaba atenta a las palabras de Ana, y cuando ella terminó de relatar, asintió con el ceño fruncido.
—Esto es preocupante... ¿Y has encontrado a la persona me has dicho?
—Sí. Es mi vecina... La conocí tres veranos atrás. Es decir, no es mi vecina, sus abuelos lo son... ella vive con sus padres.
Berenice se levantó cuando una de las gallinas voló sobre la mesa, y la tomó entre sus manos antes de tirarla con cuidado por entre la puerta entreabierta. Ya sin gallinas adentro, cerró la puerta con llave. Su ceño seguía fruncido.
—Bueno, ya me has dado toda la información que tenías, así que veo justo que yo te dé lo que he encontrado durante este arduo año. Mis viajes me han llevado desde Irlanda hasta el sureste de Asia en un prolongado viaje para encontrar respuestas que nos ayuden, y luego de consultar libros antiguos y personas de conocimientos secretos y poco conocidos, conseguí responder una pregunta que seguramente te has estado haciendo durante estos años desde que descubriste lo que sucedió durante tu nacimiento.
»He encontrado lo que pasó esa noche. Tal vez esto ya sea parte de tu conocimiento, pero cuando naciste la magia de la luna creó una conexión entre tú y ella como si se tratara de un extraño caso siamés. Tu magia y la de ella están pegadas la una de la otra, no hay forma de saber dónde empieza la tuya ni en dónde termina la suya, y si mal no me equivoco, eso es lo que ha llevado a tu estado deficiente luego de revivir a aquel chico Diggory. Tu cuerpo no sabe encontrar el límite —Berenice tomó una bocanada de aire y con el movimiento de su varita hizo que un libro flotara hacia ellas antes de abrirse en una de sus páginas mientras se posaba sobre el centro de la mesa. Había dibujos explicados en un idioma tanto familiar como extraño—. La magia de la luna es un ciclo, querida. Su magia es regeneradora; es acerca de la vida y la muerte, acerca de límites muy lejanos para la comprensión de la mente humana. Es lo imposible volviéndose realidad. Te has convertido en un milagro; en un sueño ambulante.
Ana frunció el ceño, dedos rozando las palabras escritas en el libro.
—No... no me siento como uno. Es más, me siento más débil que nunca.
—Porque aún no has maniobrado para encontrar tus límites —asintió Berenice—. Has dejado que su magia te consuma en vez de tú ser quien esté en control... Y mientras eso no suceda, yo creo que sentirse un poco cansada es un precio pequeño para el regalo bendito de la vida, ¿no es así?
—¿Control...? —Ana se relamió los labios. Había esperado meses para finalmente encontrar el control de su cuerpo, pero la voz de la luz aún hacía eco en su mente—. No suena mal, Berenice, pero la voz dijo que podría terminar...
—Ah, sí, lo comprendo querida —Berenice asintió con un suspiro, pero sus ojos brillaron nuevamente—. Pero yo creo que eso ha pasado, como he dicho, porque no sabías a lo que te enfrentabas. Ya ahora que estamos un paso adelante, siento que puedes usar lo que está dentro tuyo para tu beneficio y el ajeno. Piénsalo —acercó su silla a la de ella, las joyas en su cuello brillaron haciendo que Ana pestañeara—. Podrás cambiar el rumbo de tantas vidas sin la ayuda de magias oscuras y peligrosas... Ya no más dolor de vidas perdidas...
Ana pensó en su madre y su padre, dos vidas que habían sido arrebatadas tempranamente. Dos personas que aún tenían una vida por delante, y que no pudieron cumplir sus sueños porque la muerte les había ganado. Pensó en todas esas vidas que cambiarían el mundo pero serían perdidas antes de que pudieran siquiera pensar en hacerlo.
—Si pudiera controlar la magia para que no me hiciera daño a mí, eso sería fantástico —aceptó Ana—. Pero, ¿y Dalia?
Berenice ladeó su cabeza.
—¿Qué hay de ella, Ana?
—Pues, ¿cómo es que ella fue la elegida por el sol? Es muggle; no tiene magia.
Las comisuras de Berenice se elevaron, en parte por la intriga y otra parte por la ingenuidad de la pregunta.
—Querida... Somos humanos antes de ser brujas y hechiceros. No creo que las grandes y antiguas magias de la Luna y el Sol tengan prejuicio contra quienes no han sido bendecidos con la magia.
Ahora que lo escuchaba, Ana se avergonzó de su pregunta. Tal vez y era mejor que eligieran a alguien sin magia; de esa forma ambas magias no se entrelazarían entre ellas para jamás encontrar sus principios y fin. Pensó en lo que Berenice le había dicho minutos atrás y se cruzó de brazos.
—Ha dicho que la magia de la Luna se basa en la regeneración, que es un ciclo en movimiento... ¿Y qué hay del Sol?
La sombra sobre los ojos oscuros de Berenice parecieron oscurecerse, una mueca incómoda posó sobre sus labios. Desvió su mirada hacia la ventana donde las hojas de los árboles se movían por la suave brisa de afuera.
—Es... complicada. Debes entender que si me ha costado encontrar pedazos de información acerca de la magia de la Luna... encontrar información honesta del poder del Sol fue más difícil. En los tiempos modernos se han establecidos roles diferentes para ambas entidades, pero ha variado con gran amplitud en comparación con el principio. La magia del Sol... pues es muy poderosa. Es acerca del tiempo; de controlarlo mejor dicho. Tu amiga no sería capaz de traer a alguien de la muerte... pero sí podría detener que aquello pase.
—¿Que pase qué?
—Que la muerte pase. Mientras la Luna despierta a los muertos de sus sueños, el sol mantiene despiertos a los vivos. La magia del Sol es una especie de limbo, la forma en que se empeña en evitar la muerte es más complicada. Entretanto que el poder de la Luna es temporal hasta que el sujeto muere de nuevo por causas naturales a la vida... la del Sol es permanente.
La mandíbula de Ana casi tocó el suelo cuando cayó.
—¿Quiere decir...?
—Me temo que sí. La magia del Sol nos convierte en seres mortales cuando es de forma moderada, pero en su completo poder... Pues tu amiga, sin desearlo, ha encontrado la fórmula para la inmortalidad.
Luego de procesar la nueva información de que Dalia Mandel había pasado toda su vida cuidando de sus pasos por el miedo de sus padres en que su enfermedad la conquistara por completo cuando de hecho era inmortal, Ana tuvo que tomar aire en el jardín descuidado en la parte trasera de la casa Babbling.
El gallinero estaba lleno de gallinas y ningún gallo, lo que significaba que Berenice no criaba gallinas, sino que producía huevos sin fertilizar. Ana notó que algunas de las aves aún tenían pintura de alguno de los proyectos de la bruja, y que unas cuantas plumas habían dejado un recorrido luego de lo que parecía ser una pelea dramática.
Cuando sintió la presencia de la mujer detrás de ella, Ana suspiró. Su mirada aún fija en las gallinas. Su bastón se hundía en el barro.
—La profecía hablaba de la persona en busca de la victoria. Aquella que deberé enfrentar en algún punto por alguna razón desconocida... Pero, ¿cómo siquiera empiezo a buscarla? Es una locura. Ni siquiera sé qué hará, ¿ladrón de la noche? ¿qué significa eso? Ni sé cuándo lo hará... Honestamente, se está volviendo tan molesto como entretenido el hecho de que, aparentemente, no sé nada.
La bruja se detuvo a su lado, la mirada también puesta en sus gallinas sucias.
—¿Tienes enemigos?
—¿Enemigos? —Ana rió a secas—. No soy yo de quien el mundo mágico habla, Berenice. Mi amigo Harry es de quien hablan. Él es quien está en peligro con Voldemort acechando sus pasos por detrás.
Berenice levantó una ceja.
—¿Y es Voldemort una amenaza para ti?
Esta vez Ana se volvió hacia ella con sorpresa en su mirada.
—¿Amenaza...? Si soy sincera, creo que es una amenaza para todos nosotros ¿no? Pero tal vez no personalmente... Es probable que ni siquiera sepa que existo.
Berenice asintió dándole la razón, y cuando una de las gallinas quiso curiosear cerca de ellas la espantó con una de sus botas viejas y manchadas de barro y otras sustancias. —¿Y alguien conoce acerca de tu magia? ¿Alguien que pueda usar ese conocimiento en tu contra?
Ana rebuscó en su memoria alguna persona a la que le hubiera contado de su situación que pudiera hacer lo que Berenice había dicho, pero encontró que no había nadie de esa naturaleza. Las personas que sabían de ella eran todas cercanas con Ana y habían hecho lo imposible para ayudarla, nadie coincidía con el perfil tan cruel.
Y las personas con que sí había tenido un altercado, ninguna de ellas sabía acerca de su magia. No era alguien que comentara de sus secretos de forma pública. No obstante, una persona podría llegar a caer en la categoría.
—Bueno... Es decir, el día que conocí a Pettigrew durante mi primer año en Hogwarts, parecía que sabía que algo extraño sucedía conmigo —confesó ella recordando la noche en la Casa de los Gritos donde ella y sus amigos se le habían enfrentado—. Sabía acerca de la profecía... y temía que Voldemort fuera detrás de mí... De hecho, esa fue la excusa para cada horrible cosa que me hizo pasar. Su obsesión fue lo que llevó a que... matara a mamá.
—Entonces Voldemort sí sabe —murmuró Berenice. Ana negó.
—Voldemort no sabe. Por más que lo odie, Pettigrew sí sentía miedo... pero de igual manera su temor era un muy grande "y si". Además, si Voldemort realmente conoce acerca de mí, ¿por qué no ha hecho nada acerca de ello? Es decir, como dije, ha estado encima de Harry todo este tiempo. No sobre mí.
Berenice se quedó en silencio por unos segundos hasta que asintió. Antes de que Ana se diera cuenta, caminó delante de ella y levantó su varita.
—De todas formas, me gustaría que estuvieras preparada —dijo ella, la punta de su varita alzada al cielo celeste. Ana alzó una ceja.
—¿Preparada?
—Te entrenaré.
—¿Entrenarme en qué...? —musitó Ana, su confusión crecía con cada segundo que pasaba metida en esa conversación.
Berenice relajó su postura y pasó una mano sobre su delantal viejo y manchado. Sus manos estaban más arrugadas que años atrás.
—Antes hemos hablado que mientras dejes que la Luna te controle, sufrirás, por eso te ayudaré a que tomes control de tu propia magia tanto como la suya. Veremos el potencial absoluto que escondes dentro tuyo.
Ana echó una vista a su cuerpo de pies hasta hombros y soltó una risa pesimista. Miró a Berenice con vacilación luego de dar un paso hacia atrás. Su varita quemaba en su bolsillo trasero.
—No creo que esté apta para... entrenar. Berenice, ¿es que me has dado un vistazo? Necesito un bastón para caminar. Un bastón.
La bruja puso los ojos en blanco y con su varita le dio un rápido pero doloroso golpe en el hombro de Ana, que dejó salir una protesta mientras subía una de sus manos para acariciar el lugar adolorido.
—Una muy buena razón para ir probando el terreno, ¿no lo crees? Veremos lo que puedes hacer durante tu momento más bajo para luego estar preparadas para tu mejor momento —se aclaró la garganta y la comisura de sus labios se alzaron, pequeñas arrugas se marcaron en sus mejillas—. Ahora. Cuéntame de nuevo cada una de las cosas que has podido hacer con la ayuda de la magia de la Luna. Empieza por el comienzo, querida. Tenemos un largo camino que recorrer.
• • •
La primera semana de vacaciones de verano Ana las pasó en la casa de campo de Berenice Babbling y sus interminables horas de entrenamiento, que le hicieron competencia a los ejercicios que Mary MacDonald le había hecho hacer durante todos los fines de semana del curso anterior. Cuando el sábado llegó, Ana dejó su alarma sonar hasta pasado su horario habitual, y solo logró despertar cuando Basil decidió que su pecho sería un buen lugar para dormir.
Luego de su nueva rutina, que consistía en hacer todo lo más despacio posible por el dolor en sus extremidades, bajó con ayuda de su bastón por las escaleras y hacia la cocina donde esperaba que su abuela estuviera. Cuando entró, se llevó la sorpresa de ver a su padre sentado en una de las sillas y con una taza de café en sus manos mientras su abuela lavaba las vajillas.
—Hola pa, no te esperaba hoy... —una mueca de disgusto se posó en sus labios—. No me digas que debo ir a la casa de Berenice, no arreglamos nada para hoy...
Remus negó, la comisura de sus labios se había elevado pero escondió la sonrisa detrás de su taza. Contrario a sus labios, sus ojos parecían cansados al estar vestidos con dos bolsas oscuras bajo ellos. Se veía más pálido que lo usual y su cabello castaño tenía canas más pronunciadas aunque su edad fuera menor de cuarenta. Ana tenía una idea vaga de porqué estaba así.
Aquella primera semana el mundo mágico había estado al borde del caos, con la fina línea de la tensión que se estiraba más, a punto de romperse. Luego de la batalla en el Departamento de Misterios, la preparación de la comunidad para enfrentar el inoportuno destino que les esperaba, el ministerio había sacado una serie de folletos para que el pueblo se protegiera. El folleto de color morado que había llegado con el periódico a la casa Abaroa se escondía en uno de los cajones de la cocina, y decía:
Distribuido por encargo del Ministerio de Magia
CÓMO PROTEGER SU HOGAR Y A SU FAMILIA CONTRA LAS FUERZAS OSCURAS
La comunidad mágica se halla en la actualidad bajo la amenaza de una organización compuesta por los llamados «mortífagos». El cumplimiento de las sencillas pautas de seguridad que se enumeran a continuación lo ayudará a proteger de ataques a su familia y su hogar.
1. Se recomienda que no salga solo de su casa.
2. Se aconseja tener especial cuidado durante la noche. Siempre que sea posible, procure terminar sus desplazamientos antes de que haya oscurecido.
3. Repase las disposiciones de seguridad de su vivienda y asegúrese de que todos los miembros de la familia conozcan medidas de emergencia, como los encantamientos escudo y desilusionador, y, en caso de que en la familia haya menores de edad, la Aparición Conjunta.
4. Prepare contraseñas de seguridad con familiares y amigos íntimos para detectar a mortífagos que pudieran suplantarlos utilizando la Poción Multijugos (véase pág. 2).
5. Si advierte que un familiar, colega, amigo o vecino se comporta de forma extraña, póngase en contacto de inmediato con el Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, pues esa persona podría encontrarse bajo la maldición imperius (véase pág. 4).
6. Si aparece la Marca Tenebrosa encima de una vivienda u otro edificio, NO ENTRE. Póngase en contacto de inmediato con la Oficina de Aurores.
7. Ha habido indicios no confirmados de que los mortífagos podrían estar utilizando inferi (véase pág. 10). Todo encuentro o detección de un inferius debe ser INMEDIATAMENTE comunicado al ministerio.
Ana no se sorprendería que, siendo miembro de la Orden del Fénix, su padre estuviera atareado de misiones para mantener la paz. Ni siquiera tenía noticias de Sirius o James, ni siquiera de Hermione, Harry y Ron. Esperaba que todos estuvieran bien.
—¿Entonces qué haces aquí? —preguntó ella y se sirvió un plato de huevos revueltos y croquetas de patata, acompañado de un vaso de jugo de naranja y café. Remus pareció sorprendido de que no supiera.
—¿No te han llamado?
—¿Quién?
—Alice y Samuel, quieren que vayamos a almorzar esta tarde allí. Entienden que no podemos estar durante la noche fuera de la casa, pero quieren que conozcas a las gemelas... y también estarán Esther y Julian, los padres de Alice. Todavía no sé si Caden esté aún, pero no lo daría por perdido siendo que sus padres estarán... ¿Quisieras ir? Hoy estoy libre...
—¡Sí! —exclamó Ana con la boca llena de huevo revuelto, tragó rápido cuando su abuela la miró con el ceño fruncido desde su lugar—. ¿A qué hora iremos?
Remus miró el reloj de pared.
—En tres horas.
—Estaré lista en dos... —comió con más rapidez su desayuno antes de detenerse y alzar su mirada hacia Remus—. ¿Después me ayudas con los ejercicios que me mandó a hacer Mary? Necesito otra persona para hacerlos...
La sonrisa de Remus se suavizó.
—Claro que sí.
Luego de que terminara de bañarse y vestirse, Ana bajó hacia la sala de estar donde su padre la esperaba con la usual bolsa de polvos flu para utilizar la red de la chimenea. Su abuela recién llegaba de la cocina con un cuenco hondo lleno de sopa de tomate que había sobrado de la noche anterior y que Ana llevaría a la casa de Alice y Samuel para compartir.
—¿Todo listo? —preguntó Remus cuando Ana se acercó a ellos desenredando su cabello.
Ana asintió y tomó el cuenco con la sopa que su abuela le tendía antes de darle un beso en la mejilla en agradecimiento. Ya con todo listo, Remus le tendió un manojo de polvo flu y le sonrió.
—Di bien fuerte «Calle Academy número once, Rothesay»
Con el puñado de polvo en su mano, Ana asintió y se metió dentro de la chimenea. Se aclaró la garganta e hizo lo que había estado haciendo toda esa semana para ir a la casa Babbling.
—¡Calle Academy número once, Rothesay!
La sala de estar de la casa Sommer-Jeanes se encontraba igual que la primera vez que Ana la había visto, excluyendo algunos detalles de las dos nuevas adiciones a la familia. Las paredes seguían siendo de aquel verde claro y suave que a Ana le hacía recordar a los ojos de su papá; el piano aún estaba a la esquina, mientras que los rayos del sol que entraban por las ventanas con las cortinas corridas lo pintaban de un color brillante. No obstante, en la antes prolijidad de la habitación, ahora había juguetes por todas partes, un corralito de seguridad vacío pero con una alfombra de todos los colores dentro de ella, y la mesa ratona estaba llena de platos sucios y mamaderas casi vacías.
Ana salió de la chimenea para no pasar por un accidente cuando su padre llegara, y sacudió su ropa con un paño que Alice había colgado a la derecha para esa misma cuestión; limpió sus zapatillas en el trapo en el suelo y admiró sus alrededores mientras esperaba a su papá. En menos de un minuto, su padre apareció en una nube de polvo dentro de la chimenea, y a continuación hizo los mismos pasos que Ana.
—¡Alice! ¡Samuel! ¡Llegamos! —exclamó Ana cuando Remus terminó de limpiar sus zapatillas.
Luego de unos segundos, el ruido de unos zapatos apresurados se escucharon por el pasillo de madera que llevaba hacia la cocina, y la silueta de Alice apareció por debajo del marco que conectaba con la sala de estar. Tenía su cabello crespo recogido con un paño de color terracota, llevaba las mismas argollas que la última vez y que parecían ser sus favoritas; tenía puesto un vestido largo hasta los tobillos de estampado floreado y color marrón claro, y que hacía resaltar su piel más oscura, acompañado de un saco verde oscuro.
Si había algo que Ana había aprendido de Alice Sommer, era que nunca se haría ver desarreglada para la ocasión que fuese. Cuando los vio, una sonrisa grande se ensanchó en sus labios pintados, pero Ana no pasó de alto la mirada de reojo a su bastón.
—Pues qué temprano han llegado... —se fijó en el reloj de pie que había contra una de las paredes—. Una hora más temprano. Nos deberán disculpar, pero aún estamos preparando todo en la cocina...
Luego de que Ana la saludara con un abrazo y Remus con un beso en la mejilla, Alice señaló a la cocina con su cabeza mientras le sonreía a la primera.
—Bien, vamos a la cocina. Hay un par de personas que me gustaría que conocieras.
La cocina era grande. Tenía una ventana larga que daba hacia el jardín, que por lo que Ana llegaba a ver era tan colorido y grande como esperaba. Las paredes y los armarios estaban pintados del mismo verde claro que la sala de estar, y con la luz del sol filtrada por el cristal le daba un brillo especial. El piso de madera estaba pulido con cera y brillante; en el medio de la habitación había una isla pintada de la misma manera que los otros muebles y con una encimera de mármol como todo lo demás. Y aunque parecía que algún día aquella cocina había estado brillante y pulcra, tal como antes, era un caos casi controlado.
Las ollas de cobre sacaban humo y burbujas en las hornallas, el aroma a especias inundaba el olfato de Ana junto con un pilar de verduras y carnes que estaban siendo cortadas y lavadas, y en la isla de antes, dos pequeñas bebés se encontraban tirando la comida de sus platos de plástico al suelo mientras se reían al ver su desorden.
Las bebés tenían las mismas mejillas regordetas y los mismos rollos en sus brazos, sus cabellos crespos estaban creciendo encima de sus cabezas, y lo único que las diferenciaba de su apariencia física era que la bebé vestida con una suave remera verde mostraba indicios de dientes en su sonrisa mientras que la vestida de violeta no.
Faith e Irene estaban irreconocibles respecto a las fotos que Ana había recibido casi siete meses atrás.
—¡Mira cómo han crecido! —chilló Ana de la emoción al verlas. La de verde sacudió su cuchara y su porción de puré de batata salió volando hacia el rostro de Samuel que estaba enseñando a agarrar el cubierto.
—Y se vuelven más inquietas con el pasar de los días —suspiró Samuel pero una sonrisa traicionó su declaración. Irguió su postura—. ¿Cómo están?
Después de saludar a Samuel y dejar que él hablara con su padre, Ana se dispuso a caminar hacia las gemelas, cuando dos voces desconocidas la hicieron detenerse en seco.
—Hija, se volarán las cosas si dejamos todo en la mesa de afuera —dijo una voz suave mientras entraba por la puerta de afuera—. ¿No prefieres que comamos...?
La voz suave de la mujer que había entrado a la cocina se apagó cuando sus ojos marrones se posaron en Remus y Ana, y un brillo de comprensión pasó sobre ellos.
La mujer rondaba la mitad de sus sesentas, y la vejez tanto como la historia de sus sonrisas la llevaba en las arrugas bajo sus ojos y en ambas mejillas, mientras que la preocupación en las líneas de su frente. Su cabello era completamente gris, blanco bajo los rayos de luz detrás suyo, y se movía en ondas hasta sus hombros. Su piel era clara con matices rosados, tanto que sus mejillas estaban sonrojadas; y sus ojos vestían grandes y redondos anteojos con marco dorado, y poseían la misma forma, color y familiaridad de Alice, lo que los convertía en el indicio más grande de que aquella mujer se trataba de su madre.
—Oh, Remus, ha pasado tanto tiempo... —dijo ella después de unos segundos, sus ojos se habían humedecido mientras caminaba hacia él. Lo envolvió en un suave abrazo—. ¿Cómo te has encontrado?
Remus le devolvió el abrazo con un solo brazo, una sonrisa apenada en sus labios.
—Han sido largos años, Esther.
Esther asintió y con un sutil movimiento secó sus ojos antes de volverse a Ana, quien apoyaba todo su peso en el bastón mientras la observaba con curiosidad.
—Y tú debes ser Ana... —Esther sonrió y tomó la mano libre de Ana para acunarla en las suyas—. Es un gusto conocerte de nuevo, me llamo Esther.
Ana sonrió, la mano que Esther sostenía se sentía cálida ante su piel. Notó las pequeñas pecas en las manos pálidas de la mujer.
—El placer es mío.
Luego de las introducciones, donde Ana también conoció al padre de Alice, Julian, se sentó en una de las sillas alrededor de la isla mientras doblaba las servilletas de papel con la babosa ayuda de Faith e Irene. Mientras tanto, su padre ayudaba en la cocina junto a Alice y Samuel; Esther y Julian estaban organizando la mesa de afuera.
—No, lamentablemente no puedes comerte la servilleta, Faith —dijo Ana mientras evitaba las manos regordetas de la bebé vestida de verde, que Alice le había dicho que era su ahijada.
—Desde que ha estado creciendo sus dientes de leche no ha parado de querer comer absolutamente todo —rió Alice mientras lavaba las vajillas que Samuel le tendía al finalizar de cocinar con ellas.
—E Irene ha estado más que celosa —sonrió Samuel al pasar detrás de sus hijas y plantar un beso en la frente de ambas.
Ana rió y apiló las servilletas blancas en una esquina lejos de las gemelas, pero les acercó sus chupetes. Ambas se relajaron al instante.
—¿Caden no vendrá? —preguntó Remus después de un rato mientras cortaba los pepinos en forma de cubos.
—Sí, pero han llegado muy temprano —dijo Alice colando unos fideos—, y él... pues ya sabes cómo es. Tarde como de costumbre.
—A la moda —añadió Samuel haciendo que Alice sonriera.
—Exacto.
Cuando toda la comida estuvo servida en su respectivo recipiente, Ana siguió a Alice hacia afuera, con un cuenco lleno de ensalada de pepino y espárragos, y por primera vez vio cuán hermoso había sido diseñado.
El jardín era enorme. El sendero por el que Ana caminó era de piedra, y se encontraba rodeado de arcos enredados entre flores y plantas verdes y brillantes; el césped estaba podado bien corto pero los arbustos, flores y árboles a su alrededor lo hacían menos vacío. Había un estanque en la parte trasera del jardín, escondido entre un sauce llorón y arbustos que le daban sombra. Una mesa larga y de madera de arce se encontraba situada en el medio del jardín, decorada con un mantel floreado y dos jarrones con flores, llena de platos rebalsados de comida. Cada detalle meticulosamente acomodado.
Ana había crecido rodeada de bosques, praderas por las que correr junto a las vacas de los vecinos o sus caballos, y arroyos en los que saltar cuando estaba aburrida. Pero nada de ello había sido suyo, entonces ver aquel jardín ser de alguien era... extraño.
—Es gigante... —murmuró ella una vez que se había sentado en la mesa y había apoyado el cuenco en ella. Su mirada aún vagaba por los árboles y sus hojas verdes y a veces doradas por los rayos del sol moviéndose entre ellas.
—Y muy lindo, ¿no es así? —dijo Alice, sentando a Faith en su propia silla alta. Le había puesto un sombrero para cuidarla del sol—. Tus abuelos lo cuidaron desde siempre y queríamos seguir con aquel legado... aunque plantamos más flores de las que había. Tu abuela era alérgica.
Después de unos minutos, todos estaban sentados en sus respectivos asientos cuando la puerta de la cocina se abrió de repente y un hombre entró al jardín con una sonrisa grande donde se podía ver el espacio entre sus paletas delanteras.
—¡Llegué!
El hombre parecía ser de la misma estatura que Alice cuando no usaba tacones, su piel era menos oscura que la de ella mientras que su cabello poseía la misma oscuridad pero en menor cantidad. Frente sus ojos vestía un par de anteojos redondos, y en su cuerpo vestía una gabardina de color marrón, que aunque hiciera calor escondía su cuerpo.
Llevaba una botella de vino blanco en una mano.
—Ya era hora —exclamó Alice pasando una servilleta de tela sobre la boca de Irene—. Ve a buscar la limonada que me la he olvidado en la nevera.
—Pero no saludé a nadie —se quejó el hombre desde su lugar.
—Después tendrás todo el tiempo del mundo, ve, Caden.
Ana vio a Caden abrir los brazos en rendición antes de volver a entrar a la cocina. Luego de un minuto de espera, donde todos comenzaron a servirse sus respectivas ensaladas y aperitivos, el hombre volvió a salir al jardín con una jarra llena de limonada. Llegó a la mesa, le dio un beso en la mejilla a sus padres, a Alice y a Samuel; llenó de besos a los rostros de las gemelas, y cuando llegó frente a Ana y Remus sonrió.
—Te ves como un viejo marino con esa barba, Lupin. ¿Cómo has estado?
Se dieron un corto abrazo acompañado de sonrisas y Caden se volvió a Ana. El brillo en sus anteojos le daba directo en la visión de ella.
—Y tú debes ser Ana, es un gusto conocerte. Escuché mucho sobre ti —le tendió una mano que Ana aceptó, le dio un apretón firme—. Bienvenida a la familia.
• • •
El almuerzo fue entretenido. La familia Sommer se pasó contando historias a Ana y a Remus acerca de sus infancias, rememorando los recuerdos de la juventud de los dos hermanos Alice y Caden. Al parecer, Alice desde pequeña había siempre estado a la moda, lo que resultó en ella dedicando su adolescencia y temprana juventud en esta misma; ahora, ella tenía una línea de ropa que parecía estar alzando fama entre la comunidad muggle ya que dejaba a las personas embarazadas la chance de seguir luciéndose. Por otra parte, Caden siempre había sido el más alborotador de los dos. En Hogwarts había quedado seleccionado en Gryffindor, al parecer como el padre de Faith, y en su época había sido el capitán del equipo de quidditch. Ahora viajaba por todo el mundo, sin detenerse en un lugar por mucho tiempo.
—¿Cómo está todo con Darius? —preguntó Alice a Caden, mientras Ana hablaba con Esther y Julian, cerca de ella.
—Já, Alice, solo fue una aventura. Ya ha terminado.
—Pues, ¿cómo iba a saber eso? Apenas y vienes a visitar...
—¿Y qué te ha pasado a ti, jovencita? —le preguntó Julian a Ana, haciendo que ella lo observara mientras los hermanos discutían.
Ana notó que los ojos de Julian observaban el bastón que había dejado apoyado contra el borde de la mesa. Inconscientemente, Ana pasó una mano sobre el muslo de su pierna más débil.
—Bueno, fueron unas semanas un poco estresantes... y mi cuerpo dejó de funcionar del todo bien —admitió Ana. Aunque el dolor ya no lo sintiera, su movilidad aún estaba reducida.
Caden dejó de discutir con su hermana y se volvió hacia Ana con el ceño fruncido.
—Es por lo que sucedió semanas atrás, ¿no es así? —dijo él—. Recién la semana pasada volví al Reino Unido, pero todos mis compañeros han estado hablando de lo que sucedió en el Ministerio. Hemos tenido cientos de maldiciones que romper, más que en años completos.
—¿Has estado trabajando como rompedor de maldiciones? ¿En Gringotts? —inquirió Remus, sus cejas estaban alzadas.
—Ah, no. Ni hablar. Trabajo para... para un grupo de rompedores de maldiciones independiente. Es mucho más satisfactorio —sonrió Caden con la copa de vino sobre sus labios.
Ante su comentario, Esther dejó salir un suspiro de cansancio. Unas pequeñas arrugas se juntaron entre sus cejas.
—Algo que desearía que dejaras de traer en la mesa, amor.
Caden sonrió con inocencia, antes de volverse a Remus con un rostro más serio que del con que había empezado a hablar.
—De todos modos, hemos estado alerta estas últimas semanas. Hay más maldiciones que romper que cualquier otro mes, están en todos lados... Bueno, desde que él volvió.
El sonido metálico del tenedor de Esther siendo golpeado contra su plato hizo que todos dejaran sus cubiertos a mitad de camino hacia sus bocas. Las líneas en su rostro mostraban gran preocupación.
—Por favor, suficiente. No debemos hablar de... de esto mientras haya niñas en la mesa.
Alice suspiró, limpiando la boca de Irene.
—Mamá, las niñas no entenderán nada y no depende de nosotros si Ana escucha o no... —miró a Ana con las disculpas escritas en su rostro. Esther se volvió a ella también.
—No deberían de sufrir acerca de este tipo de problemas...
—Y en cuestiones normales estaría de acuerdo contigo, Esther —admitió Remus con una mueca—. Pero... eventos recientes me han cambiado de parecer. Apoyo la idea de que los chicos no deberían de soportar todo esto... pero al menos deberían estar informados.
El aire se transformó y nadie pudo ignorar cuán tenso se había vuelto. Las miradas estaban puestas en Esther, cuyo semblante parecía caer más a medida que pasaban los segundos, y luego de un minuto se levantó de su lugar con ambos puños temblando sobre la mesada.
—Necesito un momento.
Dejando su silla atrás, Esther apresuró sus pasos hacia el interior de la casa y en un momento se logró escuchar el sonido suave de la puerta cerrándose detrás suyo. Julian miró con preocupación hacia donde su esposa se había ido antes de mirar con el mismo semblante a sus hijos.
—Disculpen...
Sin esperar respuesta, Julian fue detrás de Esther a su búsqueda y consolación. En la mesa pasaron unos minutos en silencio, hasta que Alice tomó su copa de vino con una mueca.
—Mierda.
—¿Estará bien? —preguntó Ana. Sus ojos aún miraban donde Esther y Julian se habían ido.
Alice y Caden se miraron de reojo, mientras que Samuel le sacaba los baberos a las gemelas ya que habían caído dormidas.
Alice se enderezó y miró a Ana. Sus ojos oscuros cansados.
—Mi mamá... Pues, me temo que no ha estado bien por un largo tiempo. Ha sufrido demasiado y es cansador...
—¿A qué se refieren?
Una sonrisa triste se posó en los labios de Alice.
—Mira, Ana, hemos estado teniendo años tristes y hemos compartido una gran variedad de tragedias en la familia, como creo que sabes... —suspiró y le dio un largo trago a su copa—. Fue el incidente de Navidad que sucedió aquí unos años atrás lo que empezó todo esto, y si tu papá te ha contado de aquel... pues no fue un buen día para nosotros.
»Te mentiría si te dijera que recuerdo todo acerca de ese día, apenas recuerdo fragmentos de esa noche que ni siquiera creo que estén en el orden correcto. Sólo tenía catorce, recién cumplidos... Mamá nos había escondido —murmuró Alice—. Ella y papá estaban horrorizados, pero no había mucho que pudieran hacer más que esconderse y escondernos... Es decir, somos muggles. El tío Gregory y la tía Martha, los padres de tu mamá, estaban luchando contra unos mortífagos, pero solo había mucho que podían realizar. Serafina también luchaba, era imparable, pero solamente era una sola bruja... Y Caden... —los ojos de Alice se posaron en su hermano—. Tú solo tenías siete...
Caden, que antes había estado mirando la mano con la que sostenía su copa de vino casi vacía, pareció salir de su trance, aunque en vez de mirar a Alice solo se dispuso a interrumpir.
—Sucedió mientras estábamos cenando —dijo él, su mirada aún perdida en el vacío de su cristal—. La comida olía estupenda, las luces eran cálidas... y había risas hasta que ya no más. Fue rápido —levantó su mirada hacia Ana, sus ojos ya no mostraban la calidez y diversión de antes—. Un minuto estábamos haciendo chistes y el otro estábamos escondiéndonos para salvar nuestras vidas mientras los gritos te hacían paralizar en tu lugar.
»Y una vez, fue que aquellos gritos le pertenecieron a Faith. La estaban torturando. Mamá fue la primera en reaccionar; nuestros tíos estaban demasiado ocupados así que mamá corrió hacia ella una vez que estuvo segura de que estábamos a salvo. Con Alice estábamos escondidos en un armario, papá distraía a los mortífagos y mamá corrió hacia Faith. No podía ver mucho, estaba temblando y estaba oscuro... pero mamá le dio un puñetazo al rostro de aquel bastardo... y sucedió. No lo vi, pero vi sus rostros y escuché sus gritos. Nuestro abuelo había ido a ayudar, cuando en medio de todo el caos, lo asesinaron.
El silencio reinó en la mesa. Ana recordó las libretas de su madre, en donde había escrito cada día de su vida por años, pero por unas semanas, en el año setenta y siete, había un hueco de información. Reanudó a contar su historia como si nada hubiese pasado, por lo que Ana suponía que se trataba de aquella tragedia.
—Voldemort significa tragedias en todos lados —dijo Alice con amargura—, pero aún como muggles, tenemos un especial hueco en el infierno para él.
—Están informados —dedujo Remus después de un rato.
—Sí —afirmó Samuel—. Alice se ha suscripto a aquel periódico suyo, el... ¿cuál era, cariño?
—El Profeta —dijo Alice mordiendo su labio—. Necesitamos estar informados... pero como han visto, a nuestra mamá no le gusta eso.
—No es particularmente... fanática de nuestro mundo —confesó Caden con un suspiro.
Ana no la culpaba.
—Pero aún así —Alice se levantó con Faith en brazos para llevarla a dormir—, no podemos negar lo que se avecina. Y aunque a nadie le guste... para una guerra, se necesita estar más que preparado. Y esta familia ya ha sufrido suficiente. No aceptaremos más derrotas. Ya no más.
Ni Esther ni Julian volvieron a la mesa después de la discusión, pero luego de comer el postre y de ayudar a lavar las vajillas tanto como a ordenar todo, Ana volvió a ver a su tía abuela cuando ya era hora de que ella y su padre volvieran a su casa. Mientras Remus hablaba entre susurros con Alice y Caden, Esther se acercó a Ana con un álbum de fotos tan gordo como una enciclopedia.
—Esto es para ti, Ana —murmuró Esther. Sus ojos estaban caídos y cansados, igual que como habían estado durante el almuerzo—. Siento que me haya ido de forma tan abrupta en el almuerzo... pero Alice y Caden ya te habrán contado. —Su mirada se desvió hacia sus hijos antes de volver hacia el álbum en sus manos—. Una vez éramos felices... y me gustaría que pudieras ver esa parte de nosotros.
Ana tomó el álbum en sus manos, la portada tenía dibujos hechos por manos infantiles, pero se estaban borrando con el tiempo.
—Especialmente a tu madre —admitió Esther cuando Ana levantó la mirada hacia ella. Había una sonrisa triste en sus labios—. Sé que... sus últimos días no fueron lo más agradables y una parte de mi cree que tú también lo sabías... Pero tu madre fue feliz... solo que nos tocaron tiempos difíciles.
Esther tomó la mano de Ana con la cual se apoyaba en su bastón y le dio un suave apretón.
—Espero que aún en estos tiempos tan oscuros puedas encontrar el rayo de luz que necesitas. No hay cosa más fea que dejarse estar perdido...
La conversación de Alice, Caden y Remus parecía estar terminando, por lo que Esther le dio un último apretón a su mano antes de poner una distancia entre ellas.
—Ten un buen año, Anita. Espero que las circunstancias cambien cuando nos volvamos a ver. —Esther mantuvo la comisura de sus labios levantadas—. Tienes más familia que espera por ti. Cuídate.
• • •
I'M BACK
el primer mes de facultad siempre me aniquila, por eso no tuve tiempo de actualizar, pero estos días estuve leyendo sus comentarios y <333
bueno, empezó un nuevo acto, ¿qué les parece?
siempre me gusta compartir un poco más acerca de la familia de ana ♥ aunque siempre estén tristes ♥
¡muchas gracias por todo su apoyo durante este mes pausado! estoy leyendo sus comentarios y opiniones, y nos vemos la próxima actualización
besooss
(pd: no revisé absolutamente nada así que si encuentran algún error ortográfico/gramático pls digan im very tired)
•chauuu•
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