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𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐞𝐢𝐠𝐡𝐭

"El arcoíris después de la tormenta"

En las siguientes semanas, Ana practicó su magia durante las noches junto a Hermione, una vez que Parvati y Lavender estuvieran dormidas. Sentada a un borde de la cama de su amiga, Ana cerraba los ojos con una mano en la de Hermione y concentraba toda su energía en el sueño de su amiga. Había momentos en que sentía una conexión con su suave respiración y el rítmico movimiento de su pecho, o también había segundos donde su mano picaba y el calor de la piel de Hermione la envolvía; no obstante, por el momento nada parecía funcionar. El único cansancio que ambas sentían era el del fracaso.

Por otra parte, Blaise había vuelto a Hogwarts una semana después de que se había ido. Hannah no regresaría. Ana no había pasado por desapercibido los rumores entre los alumnos de Slytherin que escuchaba durante las clases, cuando ajustaba su oído para escuchar con atención. La desaparición del chico no había pasado de alto, y el hecho que hubiese tomado lugar el mismo día que la madre de Hannah, una mujer simpatizante con los muggles y sus hijos, había sido asesinada para muchos era razón de escepticismo. Al menos para cuyos padres estaban en la lista negra del ministerio.

Por esa razón, Ana había hecho todo lo posible para evitar a Blaise. Aún cuándo sentía su mirada fija en su espalda. No podía ponerlo en riesgo, ni siquiera cuando sus manos picaban de la ansiedad que la situación le generaba. Esperaba que él lo entendiese, al menos hasta que la tensión se calmara.

Para mantener su mente ocupada, Ana había encontrado consuelo en el libro que le había... "robado" a Berenice, el que se titulaba "Las Fases del Alma". Era una lectura pesada, más teniendo en cuenta que tenía cientos de deberes por sus clases, pero antes de irse a dormir leía sus páginas y la derribaba el sueño de tal manera que no tenía ni un sueño extraño. Por ahora, lo único que había logrado entender del libro era que dependiendo de la fase de la luna, su poder era diferente, un ejemplo siendo los hombre lobo en la luna llena. No obstante, no había leído nada más.

Octubre llegó y con ello, la primera excursión a Hogsmeade. Ana había puesto en duda que las excursiones siguieran realizándose, dado las nuevas medidas de seguridad tan duras como eran, pero había estado equivocada. Ese sábado por la mañana, cuando Ana empezó a escuchar toda la conmoción en el dormitorio hecho por sus amigas, sus ojos se abrieron y percibieron la luz del sol a través de las cortinas que rodeaban su cama. Miró hacia un costado y notó que se había dormido leyendo el libro de Berenice, y que Basil lo había encontrado como el mejor lugar para dormir.

Con un bostezo, Ana amagó a levantarse, cuando notó que el frío del otoño había logrado que sus articulaciones dolieran más de lo normal. La punzada de dolor que dio contra sus rodillas y codos hizo que se estremeciera y dejara salir un suspiro de derrota. Las mañanas y las noches eran las peores.

Despacio de no molestar su gato holgazán, levantó su brazo para ayudar a erigirse, una mueca en sus labios por el esfuerzo, y corrió la cortina roja para poder observar sus alrededores. Las motas de polvo flotaban en el aire y solo eran visibles a través de los rayos de sol que se filtraban entre el cristal de las ventanas despejadas; mientras tanto, sus amigas se habían vestido hasta el cuero cabelludo con ropa de invierno, desde medias hasta gorros de lana. No pudo verle el rostro a Hermione ya que este estaba tapado con una bufanda gruesa y del color violeta.

Cuando Hermione se percató que Ana se había despertado, bajó su bufanda para que viese su rostro. Su ceño estaba fruncido.

—¿Te sientes bien?

Ana con rapidez masajeó sus piernas para darles un poco de calor; ante la pregunta de su amiga se encogió de hombros.

—Podría estar mejor, oye, ¿me pasarías mis medias gruesas?

Después de ir al baño y vestirse hasta los codos con ropa abrigada, Ana y Hermione bajaron hacia la sala común y se dirigieron hacia el Gran Comedor, sin esperar a Harry y Ron que todavía parecían no estar listos.

—¿Tomaste las pastillas para el dolor? —preguntó Hermione una vez que vio a Ana poner una mueca de dolor por tercera vez en el camino.

—Sí, pero las mañanas de frío son las peores... van a tardar en dar efecto. Necesito entrar en calor. Y una taza gigante de café caliente.

Hermione resopló pero una pequeña sonrisa se asomó en sus labios ante la de Ana.

Durante el desayuno, Ana y Hermione se encontraron con Harry y Ron que estaban igual de abrigados que ellas, y se dispusieron a conversar acerca de nada y todo. Cuando las lechuzas entraron por los ventanales, ninguna fue hacia ellos con cartas, y de esa forma el desayuno terminó pronto. Las manos de Ana aún estaban calientes por sostener la taza de café caliente cuando se puso sus guantes.

Filch estaba plantado junto a las puertas de roble, como de costumbre, comprobando los nombres de los alumnos que tenían permiso para ir a Hogsmeade. El proceso llevó más tiempo del habitual porque el conserje registraba tres veces a todo el mundo con su sensor de ocultamiento.

—¿Qué más le da que saquemos del colegio cosas tenebrosas? —le preguntó Ron mirando con aprensión el largo y delgado aparato—. ¿No cree que lo que debería importarle es lo que podamos entrar?

Su insolencia le valió unos cuantos pinchazos más con el sensor, y el pobre todavía hacía muecas de dolor cuando bajaron los escalones de piedra y salieron al jardín, azotado por el viento y la aguanieve.

El paseo hasta Hogsmeade no fue nada placentero. En primer lugar, el cuerpo de Ana dolía tanto que mover las piernas le hacía poner muecas a cada segundo; su bastón era el poco consuelo que le quedaba. En segundo lugar, además del dolor en sus articulaciones, el increíble viento que azotaba contra su cuerpo le hacía la tarea de caminar un poco más difícil. Sintió su nariz enrojecerse por el aire frío que le pegaba, y este hasta atravesó sus guantes de lana. La mano que sostenía su bastón temblaba del frío, mientras que la otra se aferraba al interior del bolsillo izquierdo. Al llegar a Hogsmeade, el grupo notó que la tienda de Zonko se encontraba cerrada, pero antes que aquella corta excursión se terminara, Harry apuntó a Honeydukes y se acercaron allí.

—¡Menos mal! —dijo Ron, tiritando, al verse acogido por un caldeado ambiente que olía a tofee—. Quedémonos toda la tarde aquí.

—¡Harry, Ana! —bramó una voz a sus espaldas.

Ana cerró los ojos con tanta fuerza que creyó poder hacerlo desaparecer.

Los cuatro amigos se dieron la vuelta y vieron al profesor Slughorn, que llevaba un grotesco sombrero de piel y un abrigo con cuello de piel a juego. Sostenía en la mano una gran bolsa de piña confitada.

—¡Ya se han perdido tres de mis cenas! —rezongó Slughorn, y les dio unos golpecitos amistosos en sus hombros—. ¡Pero no se van a librar, porque me he propuesto tenerlos en mi club! A la señorita Granger le encantan nuestras reuniones, ¿no es así?

—Sí —asintió Hermione, obligada—. Son muy...

—¿Por qué no vienen nunca? —inquirió Slughorn a Ana y Harry.

Ana le dio un empujoncito a su amigo para que fuera el primero en hablar. Harry le mandó furtivamente una mirada frustrada.

—Es que he tenido entrenamientos de quidditch, profesor —se excusó Harry.

Todos miraron a Ana y ella fingió una mueca de dolor y se sostuvo con ambas manos de su bastón lleno de pegatinas.

—Tengo que dormir temprano, profesor. Órdenes de sanador.

Con la cabeza en alto, Ana ignoró las miradas de incredulidad de sus amigos y trató que su mentira fuese válida. Funcionó, ya que el profesor Slughorn se veía afligido.

—Pues eso es una pena, Ana. Pero estoy seguro que la señora Pomfrey tiene razón. ¡Y espero que ganes tu primer partido después de tanto esfuerzo, Harry! Pero un poco de esparcimiento no le viene mal a nadie. ¿Qué tal el lunes por la noche? No me dirás que vas a entrenar con este tiempo...

—No puedo, profesor. El lunes por la noche tengo... una cita con el profesor Dumbledore.

Era verdad. Una vez que el desayuno había terminado y se prepararon para salir del castillo, Ginny había llegado a su lugar y le había entregado una carta a Harry. Dumbledore lo había citado una vez más, pero si había algo que Ana había notado era que su amigo ya no parecía tan dispuesto como años anteriores a las charlas con el director.

—¡Nada, no hay manera! —se lamentó Slughorn con gesto teatral—. ¡Está bien, Harry, pero no creas que podrás eludirme eternamente! Y, Ana, espero realmente que algún día puedas venir.

El profesor les dedicó un afectado ademán de despedida y salió de la tienda andando como un pato.

—¿Dormir temprano? ¿En serio? —dijo Hermione con una ceja alzada y los ojos fijos en Ana. Ella se encogió de hombro con una sonrisa.

—Eso me ayudaría, que mal que aún no lo hago.

Después de que Ana comprara una bolsa mediana con golosinas para compartir, entre ellas babosas de gelatina, sapos de menta y una calavera de chocolate, los cuatro decidieron que la multitud que se estaba formando en el interior de la tienda era suficiente para ellos y debían elegir otro lugar.

—Vamos a Las Tres Escobas —propuso Harry—. Allí no pasaremos frío.

Volvieron a taparse con las bufandas y salieron de la tienda de golosinas. El frío viento les lastimaba la cara después del dulce calor de Honeydukes. No había mucha gente en la calle; nadie se entretenía para charlar y todos iban derecho a sus destinos. El agua nieve caía en sus gorros y sus cabellos desprotegidos; la humedad que se impregnaba en sus abrigos era lo suficientemente incómoda para que quisieran volver a la calidez dentro de sus dormitorios.

Cuando entraron a Las Tres Escobas, Hermione fue directo a la barra para comprar cerveza de mantequilla. Ana, Harry y Ron buscaron una mesa medianamente lejana del resto de la clientela y se sentaron, aún temblando por el frío.

—El frío no me molestaría tanto si no fuese por mis articulaciones... —masculló Ana y repartió la bolsa con golosinas a sus amigos, que eligieron las que les gustaba.

—¿La señora Pomfrey no te ha dado medicina para el dolor? —preguntó Ron, decapitando con sus dientes a la babosa de gelatina.

—Sí, pero hay un límite de dolores que puede calmar...

Una vez que Hermione volvió con las cuatro botellas, los amigos relajaron el frío en sus cuerpos con la cálida y suave bebida. Ana sintió un pico de satisfacción y relajó sus hombros. Tal vez esa excursión no sería un fracaso total y podría disfrutar. Cerró los ojos con tranquilidad.

Estaba a punto de darle otro trago a su bebida, la boca de la botella en sus labios, cuando abrió los ojos y notó que contra una columna no muy lejos de donde estaban sentados, Blaise la miraba, un semblante serio en sus facciones. Ana se atragantó con el líquido y se tapó la boca cuando empezó a toser descontroladamente. Le picaba tanto la garganta que se dobló en su asiento con cada tosido.

—¡Ana! ¿Estás bien? —dijo Hermione asustada y le dio unas suaves caricias en su espalda para que se calmara.

—Creo que se muere aquí y ahora —apuntó Ron y Ana se irguió, rostro colorado y ojos llorosos, para mandar una mirada asesina hacia él.

Harry, que estaba a su otro lado, le dio unas palmaditas un poco más fuertes en la espalda. Ana lo espantó con una mano, tosió por última vez y negó con la cabeza. Sacó un pañuelo de tela del bolsillo de su campera, se enjuagó los ojos y se sorbió la nariz. Le picaba la garganta, pero no quería beber más.

Se levantó de su asiento, ya con los guantes a medio vestir.

—Voy a salir un rato, ya vuelvo.

Antes de que pudiera dar un paso, Hermione le agarró el brazo.

—¿Qué? ¿A dónde irás? Ana, es peligroso estar sola en la calle, más estos días —cada vez que hablaba, su ceño se fruncía más.

Ana mandó una mirada furtiva a Blaise, quien ya estaba bajo el umbral de la puerta principal, una pierna fuera de la taberna. Sus ojos volvieron a Hermione y se mordió el labio inferior.

—No voy a estar sola, lo prometo. No tardaré más de diez minutos, espérenme aquí adentro, ya vuelvo...

Sin dejar que sus amigos protesten de nuevo, Ana se deslizó del agarre de su amiga y salió de la taberna. La calidez del interior la abandonó casi de forma inmediata, y el frío que recorría el fuerte viento le golpeó el rostro de tal manera que tuvo que cerrar los ojos. Como antes, no había nadie afuera, salvo la figura abrigada en negro que se alejaba de la taberna hacia un punto indefinido.

«¿Dónde está yendo?» se preguntó Ana, sus pies comenzaron a moverse por el camino húmedo y patinoso. Cada vez que pensaba ser el espejo mismo de un acosador, Ana se plantaba en frente de una vitrina y observaba el interior de cada tienda (aunque esta estuviese cerrada). Después de doblar en otro camino, hacia la parte más alejada del centro, Ana se dio cuenta a dónde irían. La silueta de la otra taberna del pueblo, Cabeza de puerco, ahora estaba más cerca de Blaise que ella misma.

Cuando Blaise pasó por la puerta hacia su interior, por la sorpresa y el frío en sus huesos, Ana se sostuvo de su abrigo en un abrazo a su cuerpo. Miró a ambos lados del camino para levantar cualquier duda, y su siguiente movimiento fue seguir los pasos de Blaise y entrar a la Cabeza de puerco.

El fuerte olor a cabra fue lo primero que Ana sintió al cerrar la puerta detrás suyo, y los recuerdos del semestre anterior cuando las reuniones del Ejercito de Dumbledore le pegaron con fuerza. Sostuvo su respiración por un segundo y luego exhaló, su mirada vagó por la taberna. La suciedad aún estaba allí, unos montones de polvo sobre las mesas y sobre las esquinas de las paredes; la cera de las velas en los centros de las mesas goteaba con la única calidez de la habitación; lo siguiente que Ana sintió fue el mal olor a sudor y humedad. Su nariz se arrugó.

Su visión se ajustó a luz tenue, y finalmente notó a Blaise en una mesa bajo las sombras. Dos botellas de cerveza de mantequilla frente suyo.

Ana miró de reojo al camarero y al notar que no le tomaba importancia, fue directo a donde Blaise la esperaba. Una vez sentada, con la segunda botella en su mano, se dobló en la mesa y miró a Blaise como si estuviera loco.

—Blaise, no podemos estar juntos. Y menos en público —susurró Ana, sus uñas entre sus dientes—. Tenemos que tener cuidado, más después de todo lo que pasó...

Aunque casi había muerto a causa de la bebida en la taberna anterior, Ana limpió el pico de la botella con su mano y le dio un trago.

—Y no sabes cómo está Harry con Malfoy, se siente muy perseguido estos días. No lo culpo, es decir, estamos todos un poco nerviosos, pero es que...

Ana se calló de forma inmediata cuando sintió la mano de Blaise posarse sobre la suya. Sin embargo, el semblante del chico estaba serio y fruncido, tanto su frente como sus labios.

—Descubrí algo sobre Malfoy.

Un escalofrío recorrió la espalda de Ana.

El semblante de Ana se tensó y esta vez estiró más su cuerpo por sobre la mesa, para que Blaise no tuviera que levantar su voz. No le importó que las mangas de su campera se llenaran de polvo, ni se dio cuenta cuando dejó de respirar ante la anticipación. Pero cuando Blaise se acomodó mejor, con su espalda a los otros clientes para que ni siquiera pudieran ver sus labios moverse, Ana sintió el vacío en su estómago dar un vuelvo.

—Tiene la marca.

El cerebro de Ana no daba escrúpulos de lo que escuchó, sin embargo, cuando sus ojos se fijaron en los de Blaise sintió el horror de aquella declaración. Un jadeo de incredulidad salió de ella y tuvo que volver a sentarse en su silla para no arriesgar caerse.

—¿Estás completamente seguro? —susurró ella, su mente no queriendo dar cuenta de la realidad. Blaise, pasó por su rostro la mano libre y asintió.

—No se dio cuenta de que había entrado en la habitación... no me vio —añadió al notar el horror en los ojos de Ana—, y tampoco escuchó cuando salí de nuevo. No parece exactamente feliz, no actúa como antes, está... está paranoico. Asustado. Creo que lloraba.

Años atrás, Ana se hubiese divertido con la imagen de Draco Malfoy llorando, y sin embargo ahora no le encontraba la gracia. No al conocer la verdad.

—Es solo un chico...

Sentía la bilis subir por el esófago, quemando su pecho.

La mirada de Blaise se suavizó, pero sus labios aún estaban tensos.

—No creo que a ellos les importe. No hay... una edad mínima para ser participante.

Ambos se quedaron en silencio por unos minutos, sus botellas aún llenas al igual que sus cabezas. Ana sabía que le había pedido a Blaise mantener un ojo en Malfoy, ya que Harry había estado paranoico; sabía que todo había sido para contarle a Harry la verdad acerca del Slytherin y apagar sus preocupaciones. Sin embargo, Ana no podía contarle todo aquello. No solo su amigo se volvería más obsesionado, sino que de alguna forma, eso empeoraría todo.

Ni Ana ni Blaise sabían exactamente cuáles eran los planes de Voldemort con Draco Malfoy, pero sí sabían que tener un mortífago dentro de Hogwarts era una estrategia. De ello, Voldemort debería sacar provecho. Acceso a los estudiantes, acceso a Dumbledore, acceso al castillo.

La visión era demasiado grande para ellos dos.

Pensó en contarle a Dumbledore, pero una parte sospechaba, no del mago en sí, sino que ya tenía esa información. Lo veía casi imposible que hubiese un mortífago dentro del castillo y él no lo supiese. No cuando hasta los cuadros hablaban.

Quitó la mano de debajo de la mano de Blaise y volvió a tomar su botella para darle un rápido trago, así no desperdiciar la moneda del chico.

—No deberíamos estar juntos —murmuró Ana de nuevo, un nudo en su garganta—. ¿Quién sabe si no estás en la mira de alguien? Y ahora que me cuentas esto... si algo te pasa...

—...Me he cambiado de habitación, también.

La mirada de Ana se enfocó en él, y la confusión reemplazó el miedo en ella. Ya no sabía si sus oídos le fallaban. Al notarlo, Blaise se explicó luego de tomar de su botella de cerveza de mantequilla con una mueca. Ana no supo si reír o llorar ante la escena; Blaise parecía tan fuera de lugar con su saco negro y su gorro de cachemir.

—Después de descubrir eso, esa misma tarde, el último Slytherin de tercer año se fue a su casa. Su madre estaba asustada. Así que esa misma noche, mientras los demás estaban en el Gran Comedor, moví todas mis pertenencias a la habitación. Esta aún no desapareció por lo que sospecho que estaré bien.

Ana estaba estupefacta, su boca entreabierta y su cerebro aún procesando la información. Por su parte, Blaise suspiró y miró de reojo a los otros dos patrones que estaban cabizbajos en sus asientos, mientras tomaban sus botellas de una bebida más fuerte que la cerveza de mantequilla.

—Después de... del asesinato de mi tía no puedo estar junto a ellos. Me dan asco.

Esta vez, Ana salió rápidamente de su confusión y fue quien apoyó una mano sobre la de Blaise. Le dio un apretón y el chico la observó, con una sonrisa triste en la comisura de sus labios.

Si había alguien que sabía lo doloroso que era perder un ser querido era Ana. Era un vacío que no se llenaría, no importase cuánto tiempo pasara. Lo único que habría serían memorias de un pasado lleno de vida y amor. Y aunque quisiera decirle a Blaise que todo estaría bien, no podía mentirle cuando ella aún sentía aquella cicatriz que le había provocado la muerte de su padre. Además, sospechaba que el dolor de una muerte natural y una causada por el humano era diferente; no tenía consuelo que darle, ella no recordaba la muerte de su madre.

El sonido de las agujas del reloj de pared hicieron que Ana saliera de sus pensamientos, y cuando observó el tiempo casi saltó de su asiento. Habían pasado más de quince minutos. Sus amigos no sabían que estaba con Blaise. Hasta donde ellos sabían, Ana había estado casi veinte minutos afuera, sola, y ahora tal vez muerta.

Le dio un apretón a la mano de Blaise y se levantó de su asiento.

—Me tengo que ir, pero si necesitas hablar con alguien... dime cuándo y dónde y estaré allí.

Quizá podían ser un poco descuidados, después de todo, Blaise ya no estaba en el mismo dormitorio que el resto de los estudiantes de Slytherin de sexto. Aún no sería seguro que los vieran juntos en público, ninguno querría que la palabra saliera a la luz y la mirada de los mortífagos estuviese en Eloise Zabini. Ana ya sabía cuánto dolor sufría ahora la familia.

Blaise se levantó de su asiento, todavía sosteniendo la mano de Ana en la suya, y se encorvó hasta llegar a la oreja de Ana. Su voz bajó tanto que, aunque estuviera tan cerca suyo, Ana tuvo que ajustar su oído.

—Entonces nos veremos el lunes por la noche, en la cena de Slughorn.

Ana se alejó de él y lo miró con ojos entrecerrados y una mueca en su boca. Blaise se encogió de hombros y con lentitud soltó su mano. Una sonrisa casi invisible e inocente se posó en sus labios, mientras se volvía a abrigar con su bufanda gruesa. Con un resoplido, Ana se colocó ambos guantes una vez más, pero al final se resignó.

—Bien, nos veremos el lunes a la noche. Ojalá no sea tan abrumante.

Después de estar bien abrigada, Ana fue la primera en salir de Cabeza de Puerco, e inmediatamente el frío dio contra su rostro al mismo tiempo que el dolor se asentó en sus huesos. Sus dientes castañearon, pero entre el viento y el aguanieve apresuró su paso para llegar lo más rápido posible a donde sus amigos la esperaban. Gracias a su bastón, Ana llegó bastante más rápido a Las Tres Escobas.

Una vez que entró, Hermione, Harry y Ron saltaron de sus asientos y se abalanzaron hacia ella.

—¿Dónde estabas? —musitó Ron con los ojos bien abiertos.

—Pensábamos que estabas muerta —dijo Harry.

—¿Estás loca, Ana? ¡Nos tenías muy preocupados! —exclamó Hermione, su mano sobre el hombro de Ana—. Dijiste menos de diez minutos, han pasado más de veinte. Pensamos que te había pasado algo...

—Perdón, perdón —Ana cerró los ojos, la luz y las voces de sus amigos arrinconándola, la culpa la comía desde adentro—. Ahí les cuento, pero, ¿podemos volver al castillo? Creo que me voy a enfermar.

Cuando los cuatro estuvieron abrigados y fuera de la taberna, antes de que los otros tres la bombardearan de preguntas una vez más, Ana les explicó que había ido a hablar con Blaise. No les contó acerca de lo que él le había contado sobre Malfoy, ni siquiera sabía si habría un día para hacerlo, pero sí les contó acerca de su cambio de dormitorio. Hermione, Harry y Ron estuvieron de acuerdo que aquello había sido una buena idea. Ana sonrió por dentro; finalmente, Blaise no les parecía caer mal. De hecho, parecían haber aceptado que ahora formaba parte de la vida de Ana. Era agradable saberlo.

Mientras avanzaba con dificultad por la nieve semiderretida que cubría el camino de Hogwarts, Ana subió por completo su bufanda sobre su rostro hasta que solo sus ojos estuvieran a la vista. Agachó la cabeza para protegerse de los remolinos de aguanieve y siguió avanzando un poco mejor que sus amigos. El bastón la hacía más ágil que los demás.

No las había notado antes, pero a lo lejos logró escuchar las voces de Katie Bell y alguien más, que se oían más fuertes y chillonas. Ana escudriñó sus figuras, que apenas lograba distinguir. La otra figura era de una chica, y discutían acerca de un paquete que Katie llevaba.

—¡No es asunto tuyo, Leanne! —exclamó Katie, antes de que ambas desaparecieran tras un recodo del camino.

Fuertes ráfagas de aguanieve golpeaban a Ana y la distraían del dolor asentado en sus músculos. Sin embargo, al doblar el recodo vio que la tal Leanne intentaba quitarle a Katie el paquete, ésta trataba de recuperarlo y en el forcejeo el paquete caía al suelo.

De inmediato, Katie se elevó por los aires, con gracilidad y con los brazos extendidos, como a punto de echar a volar. Sin embargo, en su postura había algo extraño, algo estremecedor... La ventisca le alborotaba el cabello y tenía los ojos cerrados y el rostro inexpresivo. Ana, Hermione, Harry, Ron y Leanne se detuvieron en seco, estupefactos.

Entonces, cuando estaba a casi dos metros del suelo, Katie soltó un chillido aterrador y abrió los ojos. Sin duda lo que veía o sentía le producía una tremenda angustia. No paraba de chillar. Leanne empezó a gritar también, y la agarró por los tobillos intentando bajarla al suelo. Los demás se precipitaron a ayudarla, y cuando lograron tomarla por las piernas, Katie se les vino encima. Harry y Ron consiguieron atraparla, pero Katie se retorcía violentamente y apenas lograban sujetarla. La tumbaron en el suelo, donde la muchacha siguió revolcándose y chillando, como si no reconociera a nadie.

En un momento, Harry les gritó que iría a pedir ayuda, pero Ana no le prestó mucha atención. Sus ojos estaban pegados al cuerpo convulsionado de Katie y sus gritos de ayuda. No había nada que ellos pudieran hacer, no había nada que ella pudiese hacer. Katie estaba viva y despierta, aquel poder que recorría el cuerpo de Ana sería inútil.

Cuando la voz de Katie se rompió por la fuerza con la que gritaba, Ana deseó tener sus tapones de oído. Era el sonido más escalofriante que había oído en mucho tiempo.

—¡Apártense! —ordenó Hagrid, quien se acercaba junto a Harry—. ¡Déjenme verla!

—¡Le ha pasado algo! —sollozó Leanne—. No sé qué...

Hagrid miró a Katie y luego, sin decir palabra, se agachó, la levantó en brazos y echó a correr hacia el castillo. A los pocos segundos, los desgarradores gritos de Katie se habían apagado y sólo se oía el bramido del viento.

Los oídos de Ana aún zumbaban, y aunque supiera que sus amigos estaban hablando entre ellos, ella no los podía escuchar. Su corazón latía con tanta fuerza que cualquier otro dolor que su cuerpo estuviese sintiendo en ese momento estaba ahora opacado por él. Solo había habido una vez que había escuchado gritos igual de desgarradores que los de Katie, y ellos no le había pertenecido a ninguna persona viva, sino que al recuerdo de su madre aquella noche en donde la luna le había dado el regalo de la vida. Su cuerpo temblaba.

—...Será mejor que vayamos a Hogwarts —propuso la voz de Hermione, y Ana pestañeó varias veces para concentrarse en su voz. Su amiga abrazaba a Leanne—. Así sabremos cómo se encuentra Katie. Vamos...

Ana se colocó al otro lado de Leanne, y le sostuvo una mano. Para tranquilizarla, y, quizá, para calmarse ella misma. Cuando llegaron al jardín del castillo, Ana escuchó a Harry teorizar detrás suyo.

—Malfoy sabe que existe este collar. Estaba en una vitrina de Borgin y Burkes hace cuatro años; vi cómo lo examinaba mientras me escondía de él y de su padre. ¡Seguramente era lo que quería comprar el día que lo seguimos! ¡Se acordó del collar y fue a buscarlo!

Ana sintió un vuelco en su estómago y apretó sus labios en una línea fina. Esta vez no podía rechazar las ideas alocadas de Harry, no cuando sabía lo que las mangas de Draco Malfoy escondían por debajo. Era inquietante.

—¡McGonagall a la vista! —anunció Ron.

Ana levantó la cabeza y vio a la profesora bajar a toda prisa los escalones de piedra del castillo, azotada por las ráfagas de aguanieve. Se acercó a ellos presurosa.

—Hagrid dice que han visto lo ocurrido. ¡Suban enseguida a mi despacho, por favor! ¿Qué es eso que llevas, Potter?

—Es la cosa que tocó Katie.

—¡Cielos! —dijo la profesora con espanto mientras tomaba el envuelto collar de las manos de Harry—. ¡No, no, Filch, están conmigo! —se apresuró a aclarar al ver que el conserje cruzaba el vestíbulo hacia ellos, con gesto de avidez y sensor de ocultamiento en ristre—. ¡Lleve inmediatamente esto al profesor Snape, pero sobre todo no lo toque, no retire la bufanda!

Ana y los demás siguieron a la profesora por la escalera y entraron en su despacho. Las ventanas salpicadas de aguanieve vibraban y en la habitación hacía mucho frío, pese a que la chimenea estaba encendida. Tras cerrar la puerta, McGonagall se ubicó detrás de su mesa, de cara a Ana, Hermione, Harry, Ron y Leanne, que no paraba de sollozar.

—¿Y bien? —dijo con brusquedad—. ¿Qué ha sucedido?

Con voz entrecortada y haciendo pausas para dominar el llanto, Leanne contó que Katie había vuelto del lavabo de Las Tres Escobas con un paquete en las manos, que a ella le había parecido un poco raro y que habían discutido sobre la conveniencia de prestarse a entregar objetos desconocidos, de modo que al final la discusión había culminado en un forcejeo y el paquete se había abierto. Al llegar a ese punto, Leanne estaba tan abrumada que no hubo manera de sonsacarle una palabra más.

—Está bien —dijo la profesora, comprensiva—. Leanne, sube a la enfermería, y que la señora Pomfrey o Mary te den algo para el susto.

Cuando la muchacha abandonó el despacho, McGonagall se volvió hacia los otros cuatro.

—¿Qué ocurrió cuando Katie tocó el collar?

—Se elevó por los aires —contestó Harry adelantándose a sus amigos—. Luego se puso a chillar y al final se desplomó.

Ana notó que Harry quería hablar de su teoría; su boca se cerraba y abría, pero al final cedió y no agregó nada más. Sin embargo, una sensación extraña se posó en su pecho y ella misma quiso hablar. Quería contarle a la profesora McGonagall lo que había descubierto, acerca de la verdad de Draco Malfoy, y de que estaba casi segura que esta vez sí el chico tenía toda la culpa.

Si hablaba, podría prevenir el desastre. Si abría su boca, parte de la tragedia dentro del castillo se detendría y ya no habrían amuletos malditos y estudiantes sufriendo las consecuencias. Si decía la verdad, salvaría a muchos.

Pero, ¿es que ello salvaría a Draco Malfoy de la furia de Voldemort?

¿Es que Dumbledore lo protegería? ¿Sería suficiente para mantenerlo con vida?

Nunca había sentido simpatía por el chico, entonces, ¿por qué ahora dudaba de mandarlo al frente?

Como Harry, Ana decidió no decir nada.

Esa misma noche, después de un día largo en el que ninguno de los cuatro pudiera concentrarse en sus deberes y de una cena en silencio, los cuatros se fueron a dormir temprano con la esperanza de que los siguientes días fueran mejores.

Luego de que Parvati y Lavender se fueran a dormir y cerraran las cortinas que rodeaban sus respectivas camas, Ana se acercó a la de Hermione, quien ya estaba sentada en el colchón con la espalda en el respaldo de la cama y su almohada. Aunque ambas estuvieran afectadas por el suceso que había tomado lugar esa mañana, decidieron que sería correcto seguir intentando que la magia de Ana lograra su objetivo.

Ana se sentó en el borde de la cama de su amiga, la única luz siendo la luz de la luna a través de la ventana cerca de ellas, y le tomó la mano. Con su mano libre, Hermione acomodó su gorro de seda y asintió.

—No te presiones demasiado —susurró Hermione y le dio un apretón a la mano de Ana—. Ya te saldrá un día.

Con un suspiró, Ana asintió y cerró los ojos. Si era sincera consigo misma, estaba agotada. Sus huesos ya no dolían como en la mañana, pero estaban tan cansados que tenía que usar un poco más de fuerza para lograr moverlos. Su energía era tan poca que temió dormirse ella misma.

Sin embargo, mientras pensaba en su cansancio y en sus músculos que pedían a gritos ir a descansar, Ana despejó su mente y se concentró en el suave latido que sentía en la muñeca de Hermione. Aquel pulso monótono y suave que manifestaba su vida y su cansancio, y que fue lo único que Ana logró sentir después de unos segundos en completo silencio. Sus oídos ya no escuchaban ni su respiración, ni la de Hermione, ni la de sus otras dos amigas, sino que solo escuchaba el pulso de su amiga en su cabeza.

Hasta que ambos pulsos se convergieron y ahora Ana sólo escuchaba uno. Lento, cansado, repetitivo...

Ana resopló.

Con lentitud, volvió a abrir los ojos y ajustó su visión a la oscuridad de la habitación. Un bostezo la traicionó y se preparó para la derrota. No había sentido nada recorrer su cuerpo, solo un cansancio de pies a cabeza. Quería ir a su cama y dormir.

—Estoy muy cansada hoy, mejor intentemos mañana...

Pero Hermione no le respondió. Ana frunció el ceño y fijó sus ojos en el rostro de su amiga. Para su sorpresa, el rostro de su amiga se encontraba en completa paz; su pecho subía y bajaba con la misma lentitud y monotonía que su pulso, y sus ojos estaban cerrados. No había ningún indicio que estuviera despierta; Hermione dormía con plácida tranquilidad.

Ana abrió la boca un poco sorprendida y por unos segundos no supo si su amiga dormía por el cansancio o por ella. Sus manos aún estaban entrelazadas encima del acolchado, Ana levantó su mano libre para inspeccionar a su amiga y cuando tocó su pecho para despertarla, un mareo se posó en su cabeza. Fue tan leve y rápido que no tuvo tiempo de reaccionar al remolino en su cabeza. Alejó la mano de su amiga y se agarró la sien, en busca de apaciguar su visión borrosa y mareada.

Un jadeo la abandonó y vio los ojos de su amiga abrirse con lentitud. Hermione desorientada, miró hacia todos lados tratando de recordar dónde estaba y cuando sus ojos se fijaron en Ana, se abrieron con sorpresa. Ambas se quedaron calladas, atónitas por el logro y confundidas por el mismo.

No obstante, ese silencio no duró mucho ya que al procesar la información ambas chillaron de la emoción. Ana se abalanzó sobre el cuerpo de su amiga y ella la envolvió en un abrazo. La euforia era tanta que se quedaron paralizadas cuando despertaron a las otras compañeras.

—Chicas, bajen el volumen... —se quejó Lavender desde su cama, su voz ronca del sueño.

—No me hagan matarlas... —balbuceó Parvati, pero Ana y Hermione sospecharon que su amiga estaba en el limbo del sueño y la vida.

Ambas se miraron de nuevo y sonrieron con júbilo. Ana volvió a reír, su rostro escondido en el cuello de Hermione y las dos se quedaron en la cama de la última mientras celebraban la victoria.

Era satisfactorio presenciar el arcoíris después de la tormenta.

•      •      •

¡hola!

sí, me volví a desaparecer pero les advertí que iba a pasar. la facultad me tuvo muy ocupada estos meses y a penas tuve tiempo de escribir.

¿cómo están? yo tengo mucho que contarles. en abril ya me enfermé dos veces, a principio de mes me agarró una sinusitis tremenda que me dejó en cama por una semana completa y después hace unas dos semanas se me inflamó un ganglio abajo de la mandíbula que me dolía un montón, fue horrible. además eso pasó después de que me picara una araña en el cuello mientras dormía <3 creo que están relacionados pero no tengo pruebas

y como si eso no fuese poco... me robaron el celular en el subte o(-< eso pasó un día antes de que se me inflamara el ganglio y me picara la arañas, así que no tuve un fin de semana lindo <333

no saben lo decepcionada que estoy, tenía todo en mi celular, mis fotos de mi gatito fallecido y todas mis notas, en las que había muchas de hidden que no puedo recuperar. esas escenas que escribí ni siquiera sé si las voy a poder escribir porque no me acuerdo de todas ni los detalles que me gustaban :/

sé que hace una semana dije que iba a publicar ayer, pero me quedé todo el día haciendo un parcial domiciliario que tenía que entregar hoy y me olvidé de terminar el capítulo

pero bueno... ¿qué les pareció el capítulo? me encanta leer sus comentarios, de sus opiniones o sus reacciones al diálogo, los personajes, etc así que no sean tímides y comenten ♥ siempre les leo y trato de responder cuando puedo ¡!

otra pregunta que quería hacerles y que me da curiosidad, ¿cuáles son sus pensamientos acerca de Ana? ¿les agrada? ¿les molesta? no hay respuesta incorrecta, no se preocupen. sé que a veces por más que queramos los protagonistas no nos llegan a caer del todo bien o para nada bien, a veces es una molestia pero otras da curiosidad saber el porqué. nunca nos va a caer bien todas las decisiones de un personaje, así que está bueno reconocerlo :)

(otra cosa que me di cuenta el otro día, desde el celular, ¿se puede ver el título del capítulo y los gráficos? graciass)

okay, les dejo y nos veremos en la próxima actualización

•chauu•

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