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𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧𝐭𝐞𝐞𝐧

"Caos en Hogwarts"

Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Ana salió de dar su examen de Transformación una hora después que sus compañeros, completamente agotada. Se había perdido el almuerzo y su estómago le rogaba comida. No solo había tenido que transformar una tetera en una tortuga como todos sus compañeros pero también había tenido que transformar a dos pequeños conejos en pantuflas y un ratón a una tabaquera. Ana estaba segura que había errado bastante con su tetera dado que ya al final de la segunda hora se encontraba completamente exhausta.

Sin tener tiempo de comer, Ana se juntó con la clase y volvieron a subir para el examen de Encantamientos. Al final de la segunda hora, en la que nuevamente se encontraba sola, Ana no sabía si estar aliviada de haber realizado un buen hechizo estimulante o tal vez era su imaginación que ya estaba completamente por las nubes después del agotamiento. Después de cenar; los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía.

Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte. Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido nunca, y además concedió a Ana, Harry, Hermione y a Ron muchas oportunidades de hablar con Hagrid.

—Buckbeak está algo deprimido —les dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero... en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.

Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones y Ana quiso llorar luego de las horas que pasó encerrada en aquel salón. La cantidad de pociones que había tenido que hacer a pedido de Snape le volaron la cabeza. El profesor no había tenido ni la menor misericordia con ella y parecía disfrutar agriamente ver cómo confundía díctamo con acónito.

A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía, Ana llegó sola y no muy contenta a las dos de la mañana a su sala común; el miércoles por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Ana había más de una vez derramado una lágrima por no acordarse los nombres de los más famosos magos. El miércoles por la tarde tenían el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Ana quedó roja luego de largas horas estudiando las plantas. Le dolía el cuello y los brazos.

Durante la primera hora de la mañana del día siguiente, Ana tuvo el examen de Runas Antiguas junto a sus pocos compañeros de clase. Y por primera vez en la semana, Ana se sintió confiada escribiendo su trabajo explicando cada runa. Haber estado estudiando los distintos alfabetos rúnicos junto a Zabini había surtido efecto en ella. El último examen, luego del de Runas, fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras. Remus había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha. Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, del cual Ana quiso escapar.

Ahora no solo debía hacer ejercicio mientras se movía por los obstáculos pero lo que le apuntó Remus al comenzar la clase hizo que sus piernas temblaran.

—Todos ustedes deberán comenzar desde a el estanque con el grindylow —explicó él señalando el comienzo del tercio de lo que sería la carrera de obstáculos completa. Remus miró a Ana que lo miraba horrorizada al darse cuenta de lo que se venía—. Ana, tú deberás comenzar desde allí.

Remus señaló el comienzo de la carrera que se encontraba unos metros bastante alejados desde el puesto que había señalado a sus compañeros.

—Prefiero morir ahora mismo... —admitió Ana al ver que debía de hacer más ejercicio que todos.

Remus tuvo que esconder una sonrisa con una tos falsa y le insistió que comenzara de una vez para terminar más rápido.

—¡Tú puedes, Ana! —la animó Hermione mientras veía su espalda alejarse a medida que iba al comienzo.

Ana no estaba segura de aquello.

Luego de una hora y media en la que, para su sorpresa, Ana disfrutó observando las diferentes criaturas mágicas, llegó al último obstáculo del circuito. Meterse dentro del tronco de un árbol y enfrentarse a un boggart. No era como si fuese la tarea más difícil pero Ana no sabía qué esperar allí dentro. Si es que aparecía Michael Myers allí dentro, Ana en serio saldría corriendo de allí. No estaba preparada mentalmente para enfrentarse al hombre de la máscara.

Con una bocanada de aire, Ana se adentró a la última prueba.

El tronco estaba obviamente oscuro, menos donde entraba la luz de su entrada. Ana pensó que el boggart se había esfumado hasta que sintió una leve pero escalofriante brisa rodearla.

Ana observó un gran bulto negro removerse ante sus ojos, seguramente queriendo tomar la forma de su peor miedo... hasta que escuchó un gruñido salir de este.

Pero no era un gruñido de un animal o persona. Provenía de algo más.

Ana levantó su varita con el ceño fruncido. Aquella sombra oscura parecía envolverla más en su oscuridad hasta tapando la entrada de luz, era como si quisiera atraparla y consumirla. Pero algo que Ana notó, invocó las alarmas rojas en su cabeza. No estaba sintiendo miedo.

Entonces a medida que aquella oscuridad se arrastraba sobre su piel, se dio cuenta. Eso no era un boggart.

Para asegurarse de lo que estaba pensando era correcto, trató de exclamar el hechizo.

¡Riddikulus!

Nada.

Aquella oscuridad le estaba mareando hasta el punto que no supo dónde se encontraba la izquierda y la derecha. Era un sentimiento extraño el que la consumía. No era miedo, como haría el boggart, pero tampoco parecía querer devorarla como un lethifold. Era más bien como si quisiera que Ana fuese parte de su oscuridad. Adentrándose en sus venas, su aliento y su vista. Aquella oscuridad era maligna y Ana cada vez se sentía más desconectada de la realidad.

Y así fue cómo recordó. Ya había visto aquella oscuridad, ya había escapado de ella una vez. Sí, lo había hecho aquella vez en el parque de Londres junto a Harry durante el verano. Había sido una suerte que el chico los hubiese sacada de los apuros en los que se encontraban pero ahora no se encontraba junto a ella para ayudarla sino que estaba esperándola afuera de aquel tronco junto a sus amigos para felicitarla de terminar el examen. Ana no creía terminar el circuito.

Una cosa que Ana sabía era lo que sentía una vez que comenzaba a disociarse. Su mirada se fijaba en la nada misma y su cerebro se nublaba haciendo que no se pudiera concentrar en nada. Había sido un tiempo largo desde la última vez que había sucedido aquello y si recordaba bien, había pasado el primer día de clases. Tal vez y estar tan ocupada con los estudios, su cerebro decidió que no había tiempo para desconectarse de la realidad. Pero en aquel momento mientras aquella oscuridad se deslizaba por su piel, se infiltraba en su aliento y nublaba sus pensamientos, Ana volvió a encontrarse en el punto sin retorno.


Una gran bocanada de aire fue lo que hizo que Ana volviese a la realidad. Había tratado de ingerir aire como si se hubiese estado ahogando en lo más profundo de un lago oscuro.

—¡Ana!

El rostro de Hermione se iluminó al ver que Ana había vuelto a sí misma. La mirada azul de la niña se movió hacia sus alrededores y se dio cuenta lentamente que se encontraba en la enfermería. Madame Pomfrey se encontraba atendiendo a una alumna de séptimo año, que se había desmayado durante un examen, a unas camillas lejos de ella.

—¿Qué... pasó? —preguntó Ana no recordando más que la oscuridad que la había consumido. Hermione la miró preocupada.

—¿No recuerdas nada?

Ana trató de pensar en lo que había sucedido pero nada se le presentaba vívidamente. Solamente imágenes borrosas que para Ana no significaban nada... y aquella sensación de soledad.

—Aquella oscuridad... eso recuerdo —confesó Ana y Hermione se removió en su lugar.

—Sí... gracias a Dios que el profesor Lupin se dio cuenta rápidamente que algo se encontraba mal —tembló Hermione y juntó sus manos al no saber qué hacer con ellas—. Fue él quien te salvó de aquella... criatura. Nadie sabe qué era pero sí que era aterradora.

—Sí... me estaba consumiendo —asintió Ana visualizando aquella sombra tan confusa. Sin embargo, Hermione la miró aturdida.

—¿Consumiendo...? El profesor Lupin dijo... bueno pues... dijo que estaba tratando de poseerte.

Hermione la miraba aterrada mientras Ana sorprendida. ¿Poseerla? Solamente recordaba que lo único que podía ver era su oscuridad y nada más pero en ningún momento sintió como si tratase de adentrarse a ella.

—Y Madame Pomfrey... ella dijo que al querer tomar control de tu mente... ésta se bloqueó tratando de protegerte. Dijo que era magia muy oscura...

Ana quiso enderezarse pero Hermione rápidamente lo evitó.

—Debes descansar, órdenes de Madame Pomfrey, Ana —insistió Hermione y antes de que Ana pudiese protestar, volvió a hablar:—. No seas tan testaruda, hasta tú te das cuenta de que sigues frágil.

Ana no protestó contra ello. Aún no sabía cómo procesar la información que Hermione le había dado y sí que era mucha. Su cuerpo se sentía pesado y había un hormigueo en las plantas de sus pies que le indicaban que todavía no estaba apta para caminar. Sentía frío... no, calor. La luz de las velas le hacía arder los ojos y los olores de medicamentos y pociones la mareaban. Si antes no detestaba la enfermería, ahora sí lo hacía.

Madame Pomfrey se acercó a su camilla para darle una inspección.

—¿Cómo te encuentras, querida? —le preguntó mientras revisaba sus ojos.

Ana se encogió de hombros y pestañeó con molestia luego de que la mujer terminara de revisar.

—Bien... ya me debería acostumbrar a terminar en situaciones como esta.

—Pues no me ha causado ninguna gracia lo que ha sucedido —dijo Madame Pomfrey con el entrecejo fruncido—. Aquella criatura...tu encuentro con ella no ha dejado nada bueno en tu cuerpo. ¿Cómo se encuentra tu cabeza? ¿Algún cosquilleo allí dentro o algo fuera de lo normal?

Ana se concentró en buscar una advertencia pero negó. No sentía más dolor, solo cansancio.

—Nada extraño, Madame Pomfrey.

La mujer se vio aliviada al oír aquello.

—Es un alivio, querida. Para tu seguridad, sin embargo, te quedarás aquí hasta que yo esté segura de que te has recuperado completamente. Seguramente por la tarde te daré el alta si no hay complicaciones. Ahora recomiendo que descanses... —miró a Hermione con advertencia y ella la miró inquieta.

—Um... ¿puedo comentarle a Ana acerca de algo antes de que me vaya, Madame Pomfrey? Será rápido, lo prometo.

La enfermera la inspeccionó y luego de unos segundos asintió con un suspiro.

—Un minuto y después se debe ir, señorita Granger.

Hermione asintió con fervor y cuando Madame Pomfrey se fue a revisar a otro estudiante malherido, se giró hacia Ana.

—Es acerca de Hagrid... —Ana la miró con atención pero Hermione parecía nerviosa—. El ministro ya se encuentra en los terrenos, nos lo encontramos cuando te estábamos trayendo a la enfermería hace media hora... la revisión será a las dos de la tarde. Vino un verdugo, Ana...

El corazón de Ana dio un vuelco. Ya estaban decididos, iban a ejecutar a Buckbeak y habría poco para hacerlos cambiar de opinión. Al pensar en aquello, Ana se enojó aún más con el padre de Draco Malfoy y él mismo. Qué personas más desagradables

—¿A las dos, dices? Veré si puedo salir de aquí para la hora.

Hermione asintió y se levantó, recolectando sus pertenencias.

—Debo irme, en diez minutos tengo mi último examen y no pienso llegar tarde. Harry y Ron se fueron a su examen de Adivinación hace un rato así que terminarán antes que yo y seguramente vengan a visitarte.

Ana le deseó suerte para su examen y la vio abandonar a apuradas la enfermería, dejando que se concentrase en el olor fuerte a medicina.

Las horas se pasaban muy lentamente para Ana. No había mucho que hacer tirada en una de las camillas, más que perderse en sus pensamientos, y Ana ya estaba harta de pensar por el día. Dormir no era una opción porque por mucho que se le cerraran los ojos, no quería perderse la revisión del caso de Buckbeak, no quería dejar solo a Hagrid. No se podía ni imaginar lo que sufriría por su cuenta. Necesitaba un hombro en el cual apoyarse —aunque técnicamente si sí se apoyaba en el hombro de Ana, lo más probable sería que ella se cayese también—, ella sabía lo importante de tener a alguien durante tiempos difíciles. Aquel día no era la excepción.

Ana trató de distraerse mientras observaba a Madame Pomfrey atender a los estudiantes que entraban por la puerta para la mujer los ayudara con sus problemas. Se preguntó cómo hacía Madame Pomfrey para siempre tratar a todos sin cesar. Es decir, era la única enfermera del colegio y hacía todo ella sola. Sería un gran respiro para ella si tuviese un asistente que le diera la mano o que otra persona atendiese junto a ella. Sin duda, al ver a la mujer cuidar de cada estudiante con gran atención, el respeto que Ana le tenía crecía enormemente. No sabría qué hacer ella misma si estaba en su posición. Probablemente renunciaría al día.

De pura casualidad, mientras Ana pensaba en que le estaba dando comezón en la pierna, miró de soslayo el reloj de pared y se dio cuenta de que ya eran las dos de la tarde. Dio un salto en su camilla.

—¡Ay!

Madame Pomfrey se acercó a ella con el ceño fruncido.

—¿Qué sucede? ¿Te duele algo, querida?

—Para nada —dijo Ana mientras ataba los cordones de sus zapatos a medida de que se los ponía—. La verdad es que me siento más que bien, Madame Pomfrey, y debo ir a hacer algo ahora mismo o sino...

Ana no pudo dar más explicaciones porque Madame Pomfrey tomó su rostro con delicadeza e inspeccionó sus ojos. Ana no supo porqué lo hacía pero cerró la boca. Una vez que pareció satisfecha, el brazo de la mujer cayó a un lado de su cuerpo.

—Bien, no parece haber un daño prolongado. Si es que sientes mareos, dolores de cabeza, fiebre, ven directamente hacia aquí. No des vueltas ni menos lo pases de alto.

Ana asintió y se acomodó la túnica. Sus cabellos se encontraban muy desordenados pero era lo de menos.

—Gracias, Madame Pomfrey —le sonrió mientras sus ojos brillaban por los rayos de sol que entraban por los ventanales. La mujer sonrió con suavidad.

—No hay de qué, Faith.

Al escuchar aquel nombre, la mirada de Ana se agrandó y miró confundida a Madame Pomfrey que se veía asombrada también por cómo la había llamado.

—Oh, lo siento querida... estoy verdaderamente cansada esta tarde —la mujer se disculpó y cuando se escuchó que un estudiante vomitaba, un suspiro dejó sus labios—. Nos vemos.

Bastante justo, Ana no iba a ir contra aquella lógica y además no tenía tiempo para pensar en el hecho de que la había llamado como su madre.

Ana caminó rápidamente hacia la salida pero cuando estuvo lo suficientemente cerca de ésta, tuvo que dar un paso hacia atrás al notar que se abría. Remus entró a la enfermería con una mirada llena de preocupación que se transformó en una de alivio al ver a Ana enfrente suyo.

—Te encuentras bien —señaló él y Ana asintió impaciente. Estaba perdiendo mucho tiempo.

—Sí, Madame Pomfrey me dejó ir y quiero ir a ver a Hagrid... —explicó ella rápidamente y antes de que Remus le respondiera, Madame Pomfrey se acercó a ellos.

—Lo siento, querida, casi me olvido —la mujer le tendió un pequeño frasco con aquel líquido claro que Ana tanto conocía—. Para hoy a la noche.

Ana le agradeció y lo guardó en un bolsillo de su túnica antes de salir de la enfermería, acompañada por Remus. Ana no se dio cuenta pero el hombre observaba el bolsillo en donde había guardado el frasco con inquietud.

—¿Hoy... a la noche? —inquirió Remus y Ana finalmente lo miró para asentir.

—Insomnio. Esta semana fue peor por los exámenes pero normalmente me pasa demasiado, soy muy inquieta a la noche y me cuesta siquiera dormir dos horas. La poción me ayuda a dormir.

Escuchando su explicación, Remus aún se veía inquieto.

—¿Y esto te ha pasado siempre?

Ana volvió a asentir, encarando una ceja mientras caminaban por el pasillo.

—Sí... aunque esta es la primera vez que tengo una poción que me ayude. Antes de... todo esto me tenía que acostumbrar a no dormir durante algunas semanas.

Remus se veía muy preocupado pero Ana estaba tan distraída pensando en Hagrid que no se daba cuenta de su expresión. Luego de unos segundos, su expresión cambió a una seria y se detuvo, también deteniendo a Ana que lo miraba ahora ella inquieta.

—Debemos hablar de lo que sucedió hoy, Ana.

—Eso lo podemos hablar otro día, por favor —le imploró ella mirando hacia lo lejos del pasillo—. Esto puede esperar, la vida de Buckbeak no. Además, ahora me siento bien, no puedo decir lo mismo de Hagrid.

Era obvio que Remus no quería desistir pero al mirar el rostro de Ana que le imploraba ir a la cabaña del medio gigante, suspiró.

—Bien, iremos ahora. Te acompañaré porque no puedes dejar los terrenos por tu cuenta —afirmó y Ana quedó satisfecha—. Lo hablaremos mañana si me es posible.

Ana no sabía porqué no podría ser posible pero no le dio vueltas y caminó junto al hombre hacia la salida del castillo para visitar a Hagrid y ver cómo se encontraba la situación.

No estaba segura si el ministro desistiría a la ejecución dado que el señor Malfoy se encontraba detrás de la manipulación y el chantaje hacia la comisión pero ojalá que se diese cuenta cuán terrible era aquella situación y le diera la espalda a aquel hombre asqueroso. Es decir, la primera vez que había conocido al Fudge aunque había sido un poco exagerado y extraño no había parecido para nada malo. Solo esperaba que también fuese así de bueno como había sido con ella con Buckbeak.

Sin embargo, ese no pareció ser el caso cuando ya se encontraban bajo el abrazador sol caminando por el empinado terreno ya llegando a la cabaña de Hagrid y escucharon un llanto bastante fuerte dentro de la cabaña.

—No...

Ana quiso ir corriendo hacia dentro de la cabaña y gritarle al ministro el error que estaban cometiendo al quitarle la vida a una criatura salvaje. Quería decirle barbaridades de más al representante de la Comisión que se había dignado a ir hasta allí sin vergüenza de haber sido sobornado por el señor Malfoy. Quería pero no hizo nada. Mientras se acercaba junto a Remus con un nudo en su garganta y sus ojos cristalizándose al pensar en la ejecución, vio cómo todos los culpables salían de la cabaña. Unos satisfechos y otros apenados ante el resultado. A Ana no le importaba sus emociones, ¿cómo se atrevían? Dumbledore salió detrás de ellos con una leve mirada de tristeza y lo vio tratando de tranquilizar a Hagrid, cuyos mocos caían por su llanto.

Cuando los tres hombres que habían ido al castillo para decidir el futuro de Buckbeak pasaron por el lado de Ana y Remus, la niña tuvo que retener todo su instinto para no saltar y reprocharlos por lo que habían hecho. Ya estaba en aguas profundas, no debía hundirse aún más. Los ignoró y se acercó hacia la entrada de la cabaña de Hagrid para verlo. Sin embargo, cuando lo vio detrás de Dumbledore arrodillado ante Buckbeak mientras rodeaba su cuello largo con sus brazos, su respiración se entrecortó.

Estar tan cerca de alguien querido y no poder ayudarlo era el más doloroso desconsuelo. Era una sensación de ahogo en donde la garganta se cerraba, no dejando pasar ni llanto ni gritos ni aire. Y el pecho dolía. Ardía. Porque ver el rostro tan roto de la otra persona te hacía doblar en tu lugar y no había escapatoria de aquello.

Sintiendo su pecho temblar y sus labios balbucear sollozos, Ana se escondió en un lugar del que no pensó demasiado en aquellos momentos pero en el cual se sintió dulcemente protegida y familiarmente embriagada. Era un hogar lejos de casa.

Y Remus Lupin sintió que su mundo se volvía a despertar cuando los brazos de su hija lo rodearon para protegerse de algo tan terrible como aquella noticia.

•      •      •

Ana se encontraba en un rincón de la sala común sentada junto a Hermione y Ron. Luego de que les contara acerca del caso de Buckbeak, los tres habían entrado en un estado de angustia bastante grande y se encontraban esperando a la llegada de Harry. Cuando llegó, todos se volvieron a él con tristeza.

—La profesora Trelawney me acaba de decir...

—Buckbeak ha perdido —dijo Ron con voz débil. Ana quedó cabizbaja tratando de no pensar en lo que le harían al hipogrifo—. Ana fue a visitar a Hagrid y pues...

Ana trató de explicarle que la ejecución sería a la puesta del sol pero que Hagrid no quería que fuesen porque no quería que viesen el acto. Se trabó varias veces al temblar por las cientos de emociones que sentía.

—Tenemos que ir —sentenció Harry de inmediato—. ¡No puede estar allí solo, esperando al verdugo!

—Pero es a la puesta del sol —explicó Ron, mirando por la ventana con los ojos empañados—. No nos dejarán salir, y menos a ustedes dos, Harry...

Harry se tapó la cabeza con las manos.

—Si al menos tuviéramos la capa invisible...

—¿Dónde está? —preguntó Hermione.

Harry explicó que la había dejado en un pasadizo, debajo de la estatua de una bruja tuerta. Ana supuso que era el pasadizo del cual Fred y George le habían comentado aquella vez.

—... Si Snape me vuelve a ver por allí, me veré en un serio aprieto —concluyó.

—Eso es verdad —asintió Hermione, poniéndose en pie—. Si te ve... ¿Cómo se abre la joroba de la bruja?

—Se le dan unos golpecitos y se dice «¡Dissendio!»  —explicó Harry—. Pero...

Hermione no aguardó a que terminara la frase; atravesó la sala con decisión, abrió el retrato y se perdió de vista.

—¿Habrá ido a buscarla? —preguntó Ron, mirando el punto por donde había desaparecido la muchacha.

—Seguramente —asintió Ana con los ánimos un poco más elevados que antes por el simple hecho de haber visto a Hermione tan decidida.

Y Ana había estado en la razón. Hermione regresó al cuarto de hora, con la capa plateada cuidadosamente doblada y escondida bajo la túnica.

—¡Hermione, no sé qué te pasa últimamente! —admitió Ron, sorprendido—. Primero le pegas a Malfoy, luego te vas de la clase de la profesora Trelawney...

Hermione se sintió halagada.


Bajaron a cenar con los demás, pero no regresaron luego a la torre de Gryffindor. Harry llevaba escondida la capa en la parte delantera de la túnica. Esperaron en una habitación contigua al vestíbulo hasta asegurarse de que éste estuviese completamente vacío. Oyeron a los dos últimos que pasaban aprisa y cerraban dando un portazo. Hermione asomó la cabeza por la puerta.

—Bien —susurró—. No hay nadie. Podemos taparnos con la capa.

Ana nunca había usado la capa de invisibilidad y decir que no sentía un poco de adrenalina al cubrirse con ella era decir poco. Caminando muy juntos, de puntillas y bajo la capa, para que nadie los viera, bajaron la escalera y salieron. El sol se hundía ya en el bosque prohibido, dorando las ramas más altas de los árboles.

Llegaron a la cabaña y llamaron a la puerta. Hagrid tardó en contestar; cuando por fin lo hizo, miró a su alrededor; pálido y tembloroso, en busca de la persona que había llamado.

—Somos nosotros —susurró Harry—. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.

—No deberían haber venido —dijo Hagrid, también susurrando.

Pero se hizo a un lado, y ellos entraron. Hagrid cerró la puerta rápidamente y Ana salió de debajo de la capa. Hagrid no lloró ni se arrojó al cuello de sus amigos. No parecía saber dónde se encontraba ni qué hacer. Resultaba más trágico verlo así que llorando.

—¿Quieren un té? —invitó.

Sus manos enormes temblaban al tomar la tetera. Ana se abalanzó hacia ella sosteniéndola con fuerza para que no cayese. Ya su abuela le había reprochado varias veces tener cuidado con la porcelana.

—¿Dónde está Buckbeak, Hagrid? —preguntó Ron, vacilante.

—Lo... lo tengo en el exterior —murmuró Hagrid, derramando la leche por la mesa al llenar la jarra—. Está atado en el huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los árboles y oler el aire fresco antes de...

A Hagrid le temblaba tanto la mano que si no fuese porque Ana había estado atenta a sus movimientos, la jarra se hubiese estrellado contra el suelo. Se tambaleó un poco en las manos de Ana pero al menos no sufrió un final desastroso.

—Nos ocupamos nosotros, Hagrid —se apresuró a decir Ana tomando la jarra y la tetera en sus manos.

—Sí... siéntate —insistió Hermione ayudándolo a sentarse en una de las sillas mientras él transpiraba y se limpiaba la frente con su manga.

—¿No hay nada que hacer; Hagrid? —preguntó Harry sentándose a su lado—. Dumbledore...

—Lo ha intentado —respondió Hagrid—. No puede hacer nada contra una sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak es inofensivo, pero tienen miedo. Ya saben cómo es Lucius Malfoy... Me imagino que los ha amenazado... Y el verdugo, Macnair, es un viejo amigo suyo. Pero será rápido y limpio, y yo estaré a su lado.

Ana se mordió el labio para no maldecir a Malfoy. Cuánta rabia le inducía escuchar aquel nombre.

—Dumbledore estará presente. Me ha escrito esta mañana. Dice que quiere estar conmigo. Un gran hombre, Dumbledore...

Hermione, que había estado vertiendo el té en las tazas, dejó escapar un leve sollozo, que reprimió rápidamente. Se incorporó con la tetera en las manos y esforzándose por contener las lágrimas.

—Nosotros también estaremos contigo, Hagrid —comenzó, pero Hagrid negó con la despeinada cabeza.

—Tienen que volver al castillo. Les he dicho que no quería que lo vieran. Y tampoco deberían estar aquí. Si Fudge y Dumbledore los pillan fueran sin permiso, Harry, Ana; se verán en un aprieto.

Hagrid se volvió hacia Ana con aquellos ojos llorosos.

—Y más tú, Ana... luego de lo que ha pasado esta mañana... —Hagrid se secó los ojos con su nudillos y Ana apoyó una mano sobre su hombro.

—Hagrid eso me podría traer sin cuidado, ya me he olvidado de todo... pero tú...

Hermione, con lágrimas silenciosas cayendo por sus mejillas, volvió hacia la mesa con la azucarera para añadirle dulce al té. Cuando destapó el pequeño recipiente, dejó salir un grito.

—¡Ron! No... no puedo creerlo. ¡Es Scabbers!

Ron la miró boquiabierto.

—¿Qué dices?

Hermione acercó la azucarera a la mesa y la volcó. Con un gritito asustado y desesperado por volver a meterse en el recipiente, Scabbers apareció correteando por la mesa.

—¡Scabbers! —exclamó Ron desconcertado—. Scabbers, ¿qué haces aquí?

Agarró a la rata, que forcejeaba por escapar; y la levantó para verla a la luz. Tenía un aspecto horrible. Estaba más delgada que nunca. Se le había caído mucho pelo, dejándole amplias lagunas, y se retorcía en las manos de Ron, desesperada por escapar.

Ana enseguida se preocupó por el estado del roedor. Se notaba que no había comido en días y parecía estar muy estresada. Scabbers era una rata no sana.

—No te preocupes, Scabbers —dijo Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer.

De pronto, Hagrid se puso en pie, mirando la ventana fijamente. Su cara, habitualmente rubicunda, se había puesto del color del pergamino.

—Ya vienen... 

Ana, Hermione, Ron y Harry se dieron rápidamente la vuelta. Un grupo de hombres bajaba por los lejanos escalones de la puerta principal del castillo. Delante iba Albus Dumbledore. Su barba plateada brillaba al sol del ocaso. Asu lado iba Cornelius Fudge. Tras ellos marchaban el viejo y débil miembro dela Comisión y el verdugo Macnair.

—Tienen que irse —dijo Hagrid. Le temblaba todo el cuerpo—. No deben verlos aquí... Márchense ya.

—Pero... —Ana no quería irse. No quería dejar a Hagrid solo pero al ver la mirada de imploración de él dejó de resistirse y le dio un rápido abrazo—. Estamos contigo, Hagrid...

Hagrid le devolvió el abrazo aún temblando.

—Salgan por detrás.

Lo siguieron hacia la puerta trasera que daba al huerto. Ana quería gritar y aún más al ver a Buckbeak a pocos metros, atado a un árbol, detrás de las calabazas. Buckbeak parecía presentir algo. Volvió la cara afilada de un lado a otro y golpeó el suelo con la zarpa, nervioso.

—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid con voz suave—. No temas. —Se volvió hacia los cuatro amigos—. Venga, márchense.

Pero no se movieron.

—Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.

—No pueden matarlo...

—¡Márchense! —ordenó Hagrid con firmeza—. Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además se metieran en un lío.

No tenían opción. Mientras Hermione echaba la capa sobre los otros tres, oyeron hablar al otro lado de la cabaña. Hagrid miró hacia el punto por el que acababan de desaparecer.

—Márchense, rápido —dijo con acritud—. No escuchen.

Y volvió a entrar en la cabaña al mismo tiempo que alguien llamaba a la puerta de delante.

Ana junto a los otros, lentamente fueron rodeando la cabaña, aturdidos aún por las noticias. Al llegar al otro lado, la puerta se cerró con un golpe seco.

—No puedo creerlo... —susurró Ana sintiendo que vomitaría en cualquier momento. ¿Era normal que su cuerpo se sintiese tan pesado?

—Vámonos aprisa, por favor —susurró Hermione—. No puedo seguir aquí, no lo puedo soportar...

Empezaron a subir hacia el castillo. El sol se apresuraba a ocultarse; el cielo se había vuelto de un gris claro teñido de púrpura, pero en el oeste había destellos de rojo rubí.

Ron se detuvo en seco.

—Por favor; Ron —comenzó Hermione.

—Se trata de Scabbers..., quiere salir.

Ron se inclinaba intentando impedir que Scabbers se escapara, pero la rata estaba fuera de sí; chillando como loca, se debatía y trataba de morder a Ron en la mano. Ana suponía que era por el estado en el que se encontraba.

—Ha estado mucho tiempo sin cuidado apropiado, Ron, debe de estar asustada...

—Pero soy yo, Scabbers... —murmuró Ron.

Oyeron abrirse una puerta detrás de ellos y luego voces masculinas.

—¡Por favor; Ron, vámonos, están a punto de hacerlo! —insistió Hermione.

—Bien, ¡quédate quieta, Scabbers!

Siguieron caminando; Ana trataba de ignorar el rumor de las voces en el jardín de Hagrid pero aquel día se sentía tan extraña que no podía por más que quisiese. Ron se detuvo nuevamente.

—No la puedo sujetar... Calla, Scabbers, o nos oirá todo el mundo.

La rata chillaba como loca, pero no lo bastante fuerte para eclipsar los sonidos que llegaban del jardín de Hagrid. Las voces de hombre se mezclaban y se confundían. Hubo un silencio y luego, sin previo aviso, el inconfundible silbido del hacha rasgando el aire. Ana se quedó sin aire.

—¡Ya está! —susurró a Harry—. ¡No me lo puedo creer; lo han hecho!


Habían habido pocas veces en las que Ana se había sentido tan perdida en su vida. No, no se sentía como aquellos episodios de desorientación que sufría de vez en cuando, era un sentimiento más real que sí recordaba y se impregnaba a su piel como miel. La última vez que lo había sufrido había sido el día en que su padre falleció y de aquel sentimiento no se olvidaba más.

Haber visto a su padre desvanecerse en frente suyo luego de haber estado tan felices cantando una canción de David Bowie a todo pulmón, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar, había dejado a Ana tan perdida que había sido imposible sacarse el sentimiento doloroso del pecho. Y aquella tarde, bajo los colores del cielo, Ana no podía ignorar aquel dolor tan profundo que se había apoderado de su cuerpo.

Detrás de ellos se oyó un aullido salvaje.

—¡Hagrid! —susurró Harry.

Ana no le prestó atención mientras Ron y Hermione le insistían que no podían volver. Estaba tratando de volver a respirar porque su garganta se lo impedía.

—Hay... hay que ir... —murmuró Ana mirando al castillo, sintiendo su cuerpo temblar. Cómo quisiera que su padre estuviese allí para abrazarla.

—¿Cómo... han podido...? —preguntó Hermione jadeando, como si se ahogase—. ¿Cómo han podido?

—Vamos —dijo Ron, tiritando.

Reemprendieron el camino hacia el castillo, andando muy despacio para no descubrirse. La luz se apagaba. Cuando llegaron a campo abierto, la oscuridad se cernía sobre ellos como un embrujo.

Scabbers, estate quieta —susurró Ron, llevándose la mano al pecho. La rata se retorcía como loca. Ron se detuvo, obligando a Scabbers a que se metiera del todo en el bolsillo—. ¿Qué te ocurre, tonta? Quédate quieta... ¡AY! ¡Me ha mordido!

Ana frunció el ceño y miró hacia su izquierda, habiendo visto un movimiento lento. O estaba imaginando cosas o aquella cola le pertenecía a Crookshanks. Ana se pregunta cómo era que el gato sabía siempre dónde se encontraba la rata vieja. Ya parecía una broma y ahora no estaba en los ánimos para soportar tal cosa.

Crookshanks ni se te ocurra... —masculló Ana y todos se giraron para ver al gato.

—¡Crookshanks! —gimió Hermione—. ¡No, vete, Crookshanks! ¡Vete!

Pero el gato se acercaba más...

—Scabbers... ¡NO!

Demasiado tarde. La rata escapó por entre los dedos de Ron, se echó al suelo y huyó a toda prisa. De un salto, Crookshanks se lanzó tras el roedor; y antes de que los tres pudieran detenerlo, Ron se salió de la capa y se internó en la oscuridad.

—¡Ron! —gimió Hermione.

Ana, Hermione y Harry se miraron y lo siguieron a la carrera. Era imposible correr a toda velocidad debajo de la capa, así que se la quitaron y la llevaron al vuelo, ondeando como un estandarte mientras seguían a Ron. Oían delante de ellos el ruido de sus pasos y los gritos que dirigía a Crookshanks.

—Aléjate de él..., aléjate... Scabbers, ven aquí...

Oyeron un golpe seco.

—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso. 

Ana casi se chocó contra Harry y Hermione que casi chocaron contra Ron. Estaba tendido en el suelo. Scabbers había vuelto a su bolsillo y Ron sujetaba con ambas manos el tembloroso bulto.

—Vamos, Ron, volvamos a cubrirnos —dijo Hermione jadeando—. Dumbledore y el ministro saldrán dentro de un minuto.

Pero antes de que pudieran volver a taparse, antes incluso de que pudieran recuperar el aliento, oyeron los pasos de unas patas gigantes. Dos criaturas se acercaba a ellos en la oscuridad: un enorme perro negro de ojos claros y un gran ciervo.

Ana ya no sabía en qué pensar.

—¿Papá...? —inquirió Harry y todos lo miraron estupefactos.

—¿En dónde ves a tu padre aquí, Harry? —jadeó Ana incrédula. Nada tenía sentido.

Sin embargo, antes de que ninguno pudiese hablar o reaccionar, el perro grande se abalanzó hacia Ron y tiró de su túnica sin piedad.

—¡Argh!

Mientras que Ron trataba de zafarse del agarre del perro, el ciervo se interpuso entre él y sus amigos, tratando de alejarlos con sus cuernas. Ana puso una mueca al sentir un pinchazo en su brazo por parte de una cuerna.

—¡Ron! —chilló Hermione tratando de sacar su varita pero el ciervo no la dejó y le dio un pequeño empujón, que siendo el animal de unos 250 centímetros no era poco, y Hermione se tropezó hacia atrás, soltando su varita.

—¿Qué está pasando? —exclamó Ana tratando de que el ciervo no la tocara. Jamás pensó que su primera experiencia viendo un ciervo fuese así.

—¡No lo sé! —Harry miraba al ciervo con confusión—. ¡¿Qué haces?!

Ana estaba muy confundida del porqué Harry le hablaba así al ciervo pero rápidamente se olvidó de aquello por completo cuando sintió un gran latigazo en el pecho que la llevó volando hacia atrás. Harry y Hermione gritaron del dolor, también siendo derribados. Ana no llevaba su varita encima dado que no había pensado que la necesitaba para ayudar a Hagrid.

—¡Lumos! —susurró Harry levantando su varita.

La luz de la varita iluminó un grueso árbol. Habían perseguido a Scabbers hasta el sauce boxeador; y sus ramas crujían como azotadas por un fortísimo viento y oscilaban de atrás adelante para impedir que se aproximaran. Ana había preferido nunca estar cerca de él pero sus deseos nunca se cumplían.

Al pie del árbol estaba el perro, arrastrando a Ron y metiéndolo por un hueco que había en las raíces. Ron luchaba denodadamente, pero su cabeza y su torso se estaban perdiendo de vista. El ciervo los seguía, aún enfrentando su mirada hacia los otros tres. Como si estuviese vigilando que no se acercaran.

—¡Esperen! —gritó Harry, intentando seguirlos, pero una gruesa rama le propinó un restallante y terrible trallazo que lo obligó a retroceder.

Lo único que podían ver ya de Ron era la pierna con la que el muchacho se había enganchado en una rama para impedir que el perro lo arrastrase. Un horrible crujido cortó el aire como un pistoletazo. La pierna de Ron se había roto y el pie desapareció en aquel momento junto al ciervo que parecía un poco alterado por el sonido que había hecho la pierna de Ron.

Ana sintió que el caos finalmente se había avecinado a las colinas de Hogwarts.

•      •      •

¡feliz viernes!

¿cómo están? yo volví a empezar la facultad así que si no actualizo seguido es por eso o(-<

!! se prendió todo !!

primero ana siendo atacada por esa cosa y ahora ron, no tienen ningún descanso lxs nenxs jsjas

¿qué les pareció? espero que les haya gustado e capítulo ♥

¡nos vemos la próxima!

•chauuu•

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