𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧
¿Puede alguien apuntarme el camino?
Luego del banquete, en donde anteriormente el director Dumbledore —quien tenía la barba blanca más larga que Ana hubiese visto— había dicho su discurso invitándolos a aquel nuevo curso, advirtiéndoles acerca de los dementores y presentando a los dos nuevos profesores, Remus en Defensa Contra las Artes Oscuras y Hagrid en Cuidado de Criaturas Mágicas, Hermione le dijo a Ana que la profesora McGonagall había pedido la presencia de ambas luego de que terminaran de comer. Y Ana estaba completamente nerviosa.
—¿Hice algo mal? Tal vez se dio cuenta de que no presté atención en lo absoluto —lloriqueó ella mientras caminaba junto Hermione que la miraba incrédula.
—No creo que hayamos hecho nada malo, Ana. Recién hemos llegado...
Y aunque Hermione le asegurara a Ana que no habían hecho nada malo, cuando llegaron frente de la profesora McGonagall, Ana sintió cómo su corazón se salía de su boca. Sin embargo, la mujer al notarlas, les sonrió.
—Gracias, señorita Granger por avisarle a Abaroa —la mujer se giró a Ana que podía sentir sus palmas transpiradas juntarse entre sí—. Espero que esté comenzando a sentirse en casa, señorita Abaroa.
—Estoy un poco nerviosa, no voy a mentir —confesó ella y la profesora asintió lentamente antes de levantarse de su asiento.
—Acompáñenme a mi despacho, es necesario que les hable acerca de sus horarios.
Ah, pensó Ana, era solamente acerca del horario del infierno que tendré.
Las dos acompañaron a la mayor y enseguida se encontraron caminando por los pasillos, subiendo escaleras y finalmente llegaron a la oficina, que era lo más normal que Ana había visto en todo ese día. Las dos niñas se sentaron frente el escritorio de la profesora, quien les había dado una señal para que lo hicieran, y ella misma rodeó el mueble y se sentó en frente de ellas.
—Iré directo al grano, señoritas. He visto que sus horarios son muy poco accesibles. Usted, Granger con todas las clases que ha seleccionado y Abaroa con dar tres años en uno será una tarea agotadora así que he optado por tenderles una solución para que este año no sea tan... imposible.
La profesora McGonagall abrió uno de los cajones de su escritorio y con cuidado sacó un colgante bastante curioso en los ojos de Ana. Era un colgante con un gran dije circular que parecía estar creado para que pudiese rotar sin dificultad y en el medio de todo eso había un pequeño reloj de arena. Antes de que alguna de las dos pudiese preguntar qué era tal artefacto, la mujer se adelantó.
—Este poderoso artefacto se llama Giratiempo y lo que hace es hacer que el usuario viaje en el tiempo, más específicamente que viaje máximo cinco horas al pasado —la mujer se aclaró la garganta al ver el rostro de pura emoción de las dos estudiantes pero volvió a mirarlas con advertencia—. Este artefacto al ser muy delicado y poderoso ha de ser usado con extremo cuidado y siguiendo estrictamente una serie de reglas. El Ministerio me ha dejado entregárselo a ambas luego de asegurarnos de que eran merecedoras de usarlo para propósitos académicos, y solo eso, se decidió que lo tendrían con la condición que no le digan a nadie y sean muy cuidadosas con su uso.
—Muchas gracias, profesora McGonagall —asintió Hermione mientras Ana seguía mirando el artefacto con emoción—. No la defraudaremos, lo usaremos correctamente.
—Así es —asintió Ana asegurándole que no se debía preocupar.
—Muy bien —la profesora asintió con un suspiro de alivio y le tendió el Giratiempos a Hermione—. Creo en sus palabras, en las de ambas. Ya pueden retirarse y como su grupo ya ha ido a la torre, la contraseña es «Fortuna maior», señoritas.
Ambas asintieron aún sonrientes y antes de que pudiesen salir del despacho, McGonagall llamó a Ana.
—¡Oh! Antes de que me olvide, Abaroa... como el de usted es un caso especial, le recuerdo que luego de cada clase se deberá quedar con el profesor o profesora correspondiente para que puedan arreglar los temas que irá viendo. Sus despachos estarán abiertos a su disposición todo el día hasta la hora de cenar.
Ana asintió y le agradeció pero nuevamente antes de que saliera por la puerta, la profesora la llamó por última vez.
—Y Abaroa —Ana se giró hacia ella y vio que le sonreía—. Es un placer tenerte este año.
Ana le dedicó una sonrisa brillante.
—Es un honor estar aquí, profesora.
• • •
El día siguiente vino en un cerrar y abrir de ojos, literalmente. Ana se había acostado en su nueva cama y cuando había abierto sus ojos ya era de día y debía comenzar a prepararse. Y no sabía cómo había sucedido eso dado que si bien recordaba, se había quedado un rato largo lamentándose de que estaba muy lejos de su abuela y ya la extrañaba. Pero bien, ya no podía volver atrás así que ahora se encontraba caminado con sus nuevos amigos al Gran Comedor, viendo cómo aquel niño Draco Malfoy se burlaba de Harry.
—¿Cuál es su problema? —inquirió Ana frunciendo el ceño ante el acto dramático del rubio.
—Sólo ignorémoslo, ¿sí? —pidió Hermione con una mueca—. No merece la pena...
Ana asintió, no queriendo darle vueltas al tema y se sentó al lado de Hermione en la mesa de Gryffindor.
—Los nuevos horarios de tercero —anunció un chico pelirrojo, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Harry?
—Malfoy —contestó Ron, sentándose al otro lado del chico y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin.
El nuevo pelirrojo alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima, que consistía en dramatizar un desmayo.
—Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan gallito ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred?
—Casi se moja encima —respondió el tal Fred que era idéntico al chico anterior. Ana abrió la boca sorprendida.
—Son gemelos —apuntó ella sintiéndose como una tonta el segundo en que la declaración salió de su boca.
Los dos pelirrojos se voltearon hacia ella y sonrieron, Fred rodeó los hombros de su gemelo y lo acercó a él.
—¿Qué te hace decir eso?
Ana se cubrió la boca con vergüenza y asintió lentamente.
—Sí, me doy cuenta de lo absurdo que sonó —les tendió una mano—. Soy Ana, por cierto. No me presenté ayer, lo siento.
—No hay nada que lamentarse, ayer parecías muy interesada con el retrato del león encima de la chimenea —y antes de que Ana se pudiese lamentar aquello, ambos le tendieron sus manos—Soy Fred.
—George.
Mientras que Ron se servía su desayuno los miraba con desconfianza.
—¿Por qué siento que ya le acaban de mentir?
—Porque querido hermanito...
—Eso es exactamente lo que sucedió —dijo el supuesto Fred y le tendió nuevamente su mano a Ana—. Soy George, en verdad.
—Yo soy Fred.
Ana los miró entretenida y les estrechó la mano a ambos.
—Pues quien quiera que sean, es un gusto.
Se escucharon un par de carcajadas venir de la mesa de Slytherin y Harry frunció el ceño de mal humor.
—Ey, Harry, de cualquier modo veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —apuntó Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿se acuerdan?
Quidditch. Ana había oído hablar de él, es más había oído demasiado. Ya proviniendo de James o Harry. Y no estaba para nada atraída a la idea de participar en un deporte, menos en donde debería balancearse en una escoba. Con solo pensarlo un escalofrío recorría su espalda.
—Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente Hermione y Ana sonrió mirando su horario.
Ella empezaría todas las asignaturas como nuevas y ya estaba sintiendo los mismos nervios que la noche anterior. Le rogaba a Dios que no vomitara su café en medio de aquella clase de Transformaciones que veía en su horario.
—Hermione —dijo Ron llamando la atención de Ana—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.
—Ya me apañaré. Con Ana lo hemos concertado con la profesora McGonagall.
Ana sonrió conspiratoriamente y mojó su galleta de jengibre en su café para darle un gran mordisco y saborearla. Tal vez no eran las que su nana le hacía pero igualmente eran deliciosas. Suspiró pensando en si su abuela ya se había levantado. Seguramente sí, no se perdería de ver el noticiero.
En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balanceaba.
—¿Va todo bien? —inquirió con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Están en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien... Yo, profesor..., francamente...
Ana sonrió con entusiasmo. Se había asignado a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas y estaba segura de que Hagrid no la decepcionaría, es decir, parecía que todos el tenían mucha fe.
—Me pregunto qué habrá preparado —musitó Ron con curiosidad.
Menos de un minuto después, apareció otro chico pelirrojo que Ana estaba segura que también era parte del clan Weasley, quien estaba mostrando una insignia que se posaba en su pecho con mucha confianza y los miraba con seriedad.
—Ron, antes del almuerzo deberás llevar a Scabbers con la profesora Mcgonagall.
—¿Eh? ¿Por qué, Percy?
Percy se irguió en su lugar con más autoridad.
—Un nuevo protocolo que nos han explicado los profesores, cada alumno con una rata como mascota deberá ser supervisado por su jefe de casa —explicó él y Ron lo miró con confusión.
—Está bien... —masculló Ron y cuando Percy pareció satisfecho y se fue, se giró hacia los otros—. Qué extraño, nunca pidieron eso.
—Tal vez haya alguna enfermedad y quieren prevenir el contagio —apuntó Ana y le dieron la razón. Era mejor prevenir que curar.
El Gran Comedor se vaciaba a medida que la gente se marchaba a la primera clase. Ron comprobó el horario.
—Lo mejor será que vayamos ya. Miren, el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar.
—Esperen ¿qué? —inquirió Ana espantada. Ella no se había sumado a la clase de Adivinación—. ¿Ya me abandonarán? ¿Qué hago?
—¿Qué tienes tú?— inquirió Harry y leyó el horario de Ana—. Estudio de Runas Antiguas...
—Queda en el sexto piso, en la torre este —añadió Hermione.
—Sexto piso...
—Ey, no te quejes, nosotros tenemos que ir al séptimo —señaló Harry con una pequeña sonrisa, ya mejorando su humor y Ana le dio un mordisco a su galleta pero sin ganas.
—Mis pobres piernas...
El minuto en que Ana se alejó del Gran Comedor, ya se encontraba perdida. Su sentido de orientación la abandonaba una vez más. Y todo empeoró cuando comenzó a subir por una escalera y se dio cuenta de que se movía.
—¡Ah!
Sus brazos rodearon la baranda de mármol a su lado mientras la escalera se movía hacia otro destino. Luego de dar media vuelta y detenerse, Ana aprovechó para correr rápidamente hacia arriba antes de que se volviera a mover.
—Esto es una pesadilla... —lloriqueó y miró hacia abajo. Al parecer la escalera la había dejado en el tercer piso pero ahora no tenía ni idea si se encontraba en el norte, sur, este u oeste. Su clase comenzaba en menos de diez minutos y ella estaba completamente desorientada.
Ana iba a aceptar su destino cuando vio a Percy Weasley caminar por el pasillo en donde se encontraba y sus ánimos se levantaron. Él tenía esa insignia brillante y bonita, seguramente la podía ayudar.
—Eh... disculpa... —Ana trotó hacia él mientras lo llamaba y Percy se detuvo en seco y la miró—. ¿Sabes dónde está el salón de Estudios de Runas Antiguas? Me perdí...
—Pues claro que sé, ven.
Percy caminó hacia el borde de la escalera y levantó su brazo para señalar los pisos de arriba.
—¿Ves aquel cuadro con el águila y la mujer de vestido negro? —cuando Ana asintió, Percy siguió con su explicación—. Pues la entrada que está a su derecha es la que da al pasillo de la torre este y el salón de Runas Antiguas se encuentra en la primera puerta a la izquierda. Así que sólo debes subir por tres pisos más y si comienza a moverse una escalera, no le quites de vista al cuadro que será tu guía.
—¡Genial! Muchas gracias.
—No es nada, para algo me han seleccionado Premio Anual —Percy asintió satisfecho—. Ahora ve antes de que pierdas tu clase.
Ana asintió y se apuró en subir las escaleras. Luego de varios intentos, finalmente llegó a donde estaba el cuadro del águila y la mujer.
—Te has tomado tu tiempo, niña —le dijo la mujer del cuadro haciéndola saltar en su lugar—. La clase acaba de comenzar.
Ana abrió los ojos con horror y corrió por última vez hacia la puerta que tenía el cartel '6A' y la abrió con rapidez entrando de una vez por todas.
El salón era pequeño aunque lo suficientemente cómodo para las diez personas que se encontraban allí. Había un estante alto lleno de libros de todos los colores a la derecha de la puerta y un atril para la profesora que se encontraba ya en frente de este.
La profesora era una mujer regordeta de alta estatura —aunque podría ser de mediana pero Ana era tan baja que sentía una gran diferencia—, tenía su cabello grueso y rizado peinado en torceduras elegantes y su piel oscura brillaba ante la luz del sol que traspasaba las ventanas. Llevaba una larga túnica color carmesí y Ana notó que tenía bordado algunos símbolos que si creía correctamente, eran runas mágicas.
—¡Buenos días! —exclamó Ana antes de perder mucho tiempo y perderse en su cabeza—. Perdón por llegar tarde, profesora. Me perdí...
La mujer le sonrió y rió risueñamente, calmando los nervios de Ana que calmaran.
—No se preocupe señorita... Abaroa ¿no? Solamente estaba tomando lista y ha llegado en el momento perfecto, por favor, tome asiento al lado del señor Zabini.
La mujer señaló el único asiento desocupado y asintió para caminar hasta allí, cuando vio a Hermione sentada en el otro lado del salón, junto a una chica desconocida para Ana. La chica articuló un 'lo siento, te busqué pero no estabas en ningún lado'. Ana hizo un gesto de desdén y le sonrió para tranquilizarla. No era tan grave.
El chico con el que la profesora había mandado a Ana a sentarse tenía un semblante muy serio. Su piel oscura estaba envuelta en el uniforme de Slytherin, era alto —Ana notó que sus piernas se movían incómodamente bajo el banco—, sus pómulos eran altos y sus ojos largos y oblicuos. Pero un detalle que Ana quiso ignorar y dejar pasar fue la mueca que el chico puso cuando se sentó a su lado. Tal vez había sido un error así que era mejor olvidarlo.
—... Cómo decía antes —dijo la profesora atrayendo la atención de sus estudiantes—. Mi nombre es Bathsheda Babbling y seré su profesora del Estudio de Runas Antiguas este año y todos los otros años que deseen seguir con esta clase. Es un verdadero placer tenerlos aquí y espero que me acompañen en este largo y fascinante trayecto que trata el estudio de las runas antiguas. Las runas nos han acompañado desde el principio de los tiempos Medievales hasta la modernidad y son de indudable importancia. No solo son una ventana a nuestro pasado pero también son una ventana a la identidad de cada uno y el mundo que nos rodea.
La profesora Babbling apuntó su varita hacia la pizarra negra y para la fascinación de Ana, la tiza comenzó a moverse por sí sola, escribiendo lo que la profesora quisiese.
—Este año se dividirá en tres trimestres en donde veremos los conceptos básicos de las Runas Antiguas. En el primero nos dedicaremos a estudiar el Alfabeto, más conocido como el alfabeto rúnico de Futhark. El segundo trimestre veremos más detalladamente la numérica rúnica, la cual siempre presenta gran fascinación a los estudiantes si se me es permitido decir. Y finalmente, con la combinación de ambos trimestres, nos enfocaremos en el estudio de los significados de runas más complejas y cómo descifrar las más antiguas runas para encontrar los más maravillosos secretos que nuestro mundo posee.
Ante las miradas curiosas de los estudiantes luego de la última declaración, la profesora Babbling sonrió satisfecha.
—Y antes de que se me emocionen demasiado, necesito traerlos de vuelta a la realidad. Como soy muy partidaria de las nuevas experiencias y las runas son por sí mismas otra perspectiva de la realidad, los he sentado junto a alguien con el cual no comparten afiliación —todos comenzaron a ver a su compañero de banco de reojo y al notarlos darse cuenta de que tenía razón, Babbling prosiguió—. Esto es por el simple hecho de que ahora están sentados con sus compañeros de todo el año.
Al ver el rostro de sus estudiantes, Babbling rió sonoramente.
—Por favor, no se alteren. Mi elección no ha sido al azar, esta no es una clase basada en la probabilidad, de hecho, está basada en la realidad solamente que de una perspectiva que ustedes no han visto todavía. Paciencia, por eso están aquí ¿no? Les enseñaré todo lo que tengo y al final del año verán que los cabos finalmente serán atados aunque ahora solamente la duda los reine. Entonces que dicen ¿comenzamos?
• • •
La clase fue estupenda. Ana había encontrado que las runas eran de lo más interesantes y que su lenguaje era verdaderamente impresionante. No entendía cómo había vivido como siete años estudiando matemática cuando esa clase existía. Pero lo que le bajó los humos fue cuando se quiso presentar a su nuevo compañero de clase cuando la hora había terminado.
—Soy Ana, un gusto en conocerte —le sonrió ella y aunque no recibió ni una mirada a cambio, siguió siendo cortés porque su nana no había criado a una maleducada—. Za... ¿Zachery... no?
Ana no se acordaba pero cómo culparse cuando había entrado con un millón de emociones a esa clase. Sin embargo, Zabini no se lo tomó de la mejor manera y luego de agarrar sus pertenencias, caminó contra Ana y le golpeó el hombro no sin antes mascullar:
—Traidora de la sangre.
Ana definitivamente no sabía qué significaba eso pero estaba segura que nada bueno podría venir de "traidora". Así que cuando salía junto a Hermione del salón, se lo preguntó.
—... y me llamó así, ¿qué es eso?
Hermione suspiró pero asintió, como si se estuviese preparando para hablarle de aquello.
—Hay ciertos... extremistas que pertenecen en el grupo de "sangre pura", lo que significa que sus familias provienen de las generaciones más antiguas de magos y brujas que no han tenido contacto con muggles o los hijos de éstos, que tienen un disgusto por aquellos tan grande que desprecian a cualquiera que se relacione con ellos —Hermione hizo una mueca y acomodó su bolso—. El que te lo dijo fue Blaise Zabini, perteneciente a esas generaciones. Se ve que también forma parte de esos extremistas.
La expresión de Ana era de puro espanto. No se podía escapar de los privilegiados extremistas y sus opiniones ni en ese mundo al parecer.
—Pues yo no le veo lo malo relacionarse con el mundo muggle, es decir, he vivido toda mi vida con ellos y estuve rodeada de gente que me cuidó y amó ¿qué más puedo pedir?
Hermione le sonrió y se fijó en su reloj, cambiando su expresión a una aterrada.
—Hay que correr, vamos a llegar tarde a Transfiguración.
Jadeantes y coloradas, ambas llegaron a una parte del castillo desconocido por Ana. Ana le iba a preguntar a Hermione si estaban en el lugar correcto pero cuando se dio vuelta para hacerlo, la chica había desaparecido.
«Tal vez ya usó el giratiempos»
Ana suspiró y caminó derecho hasta que se topó con un par de estudiantes que parecían muy solemnes pero que Ana reconoció inmediatamente.
—¿Parvati?
La chica alzó su mirada perdida y observó a Ana. Sus ojos oscuros parecían cansados pero cuando vio a Ana una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—¿Qué sucede, Ana? No te vi en Adivinación...
—No me alisté a aquella clase... quería saber si se dirigen a Transformaciones.
La chica asintió y levantó su brazo para señalar a una puerta en el final del pasillo.
—Es ahí.
Cuando Ana entró a la clase, notó que no solamente Parvati se veía afligida pero todos sus compañeros. Si Adivinación los había dejado así entonces era mejor que no hubiese elegido aquella clase.
—Buenos días a todos, hoy comenzaremos a estudiar acerca de los animagos. Como verán en la página trece de su libro, los animagos son magos o brujas que se pueden transformar ellos mismos en animales y volver a su forma original cuando lo deseen. Esto es diferente a los metamórfagos dado que no es una capacidad innata como la otra. Este arte de transfiguración se aprende y de la manera más dura y compleja. Déjenme darles un ejemplo.
En ese instante, la profesora McGonagall se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos. Ana abrió la boca con sorpresa.
—¡Uau!
Ana quería hacer eso, eso sí parecía divertido. Pero tal vez no para todos sus compañeros que ni siquiera se inmutaron.
—¿Qué les pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase. Solamente la señorita Abaroa ha reaccionado.
Ana quiso esconderse en su asiento pero al ver que nadie la miraba y en realidad miraban a Harry, los siguió.
—Por favor; profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y... hemos estado leyendo las hojas de té y..
—¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Díganme, ¿quién de ustedes morirá este año?
Todos la miraron fijamente, Ana con desconcierto. ¿Morir?
—Yo —respondió por fin Harry y Ana lo miró con las cejas alzadas.
—¿Qué?
—Ya veo —dijo la profesora McGonagall—. Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas... —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y Ana vio que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No les ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney... —Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tienes una salud estupenda, Potter; así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.
Ana echó a reír junto a Hermione. Definitivamente era un alivio no tener Adivinación.
Una vez terminada la clase, Ana se acercó al escritorio de la profesora McGonagall para que le diese la dirección en donde debía ir ese año.
—Bien, señorita Abaroa. Como he dicho anoche, podrá presentarse en los despachos de los profesores cuando usted lo necesite. Pero por ahora le daré lo que necesita aprender —la profesora sacó un libro de uno de los cajones de su escritorio y lo abrió en una página—. Deberá leer para el jueves desde las páginas uno a la diez y así aprenderá los conceptos básicos de transfiguración, comenzando con el alfabeto de transformación y si desea puede continuar con la lectura hasta la página veinte donde se le explicará acerca de la fórmula de transfiguración. Estoy menos preocupada porque practique los hechizos y más interesada en que entienda lo básico. Los hechizos los veremos más adelante cuando me demuestre que entiende los principios.
Ana asintió y marcó las páginas que debía leer por si se olvidaba.
—Bien, puede acompañar a sus amigos al Gran Comedor. Tenga un buen día.
Luego de encontrarse con su grupo fuera del salón, los cuatro se dirigieron al Gran Comedor para disfrutar del almuerzo.
—Animo, Ron —dijo Hermione, empujando hacia él una bandeja de estofado—. Ya has oído a la profesora McGonagall.
Ron se sirvió estofado con una cuchara y agarró su tenedor; pero no empezó a comer.
—Pero la profesora Trelawney ha visto un grim en el poso de la taza de Harry...
—¿Qué es un grim? —inquirió Ana sirviéndose algunos vegetales en su plato.
—El augurio de la muerte —respondió Ron con un escalofrío—. ¡Y Harry lo tenía en su té! Esto es terrible... mi tío Bilius vio uno y.. ¡murió veinticuatro horas más tarde!
—Casualidad —arguyó Hermione sin darle importancia, sirviéndose zumo que cuando Ana olió se dio cuenta de que era de calabaza.
—¡No sabes lo que dices! —masculló Ron empezando a enfadarse—. Los Grims ponen los pelos de punta a la mayoría de los brujos.
—Ahí tienes la prueba —dijo Hermione en tono de superioridad—. Ven al Grim y se mueren de miedo. El Grim no es un augurio, ¡es la causa de la muerte!
Ana comía su almuerzo sin querer meterse en esa pelea, no cuando estaba realmente confundida. ¿Pozos de té? ¿Un perro? Ana no entendía.
La mirada de la chica vagó por el comedor mientras los otros dos discutían y cuando se posó en una chica entrando al lugar acariciando a su mascota rata, la realización la pegó.
—¡Oh! —exclamó llamando la atención de sus amigos—. Ron, ¿no debías llevar a Scabbers a revisión?
A Ron casi se le cayó el tenedor con estofado al suelo.
—¡Tienes razón! —se paró de un salto de su asiento—. Harry, acompáñame a la torre, no necesito que Percy me reproche luego.
Cuando Ron y Harry desaparecieron del Gran Comedor, Hermione negó con la cabeza.
—Siempre se olvidan de algo.
—No los culpo, me pasa a mí también —admitió Ana con una pequeña risa.
A Ana le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Ana observaba su alrededor con maravilla. Allí a lo lejos se encontraba un gran bosque y cerca de éste había una pequeña cabaña que Ana suponía que era de Hagrid porque se estaban dirigiendo allí.
Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Ana vio a un perro sentado a su lado y tuvo que contener las ganas de ir a acariciarlo.
—¡Vamos, dense prisa! —gritó a medida que se aproximaban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para ustedes! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, síganme!
Ana lo siguió con emoción, no podía creer que conocería más acerca de criaturas mágicas. Claro, los animales de por sí eran increíbles ¿pero con magia? Ana estaba a punto de saltar de la alegría.
—¡Acérquense todos a la cerca! —gritó—. Asegúrense de que tengan buena visión. Lo primero que tienen que hacer es abrir los libros...
—¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.
—¿Qué? —inquirió Hagrid.
—¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos.
Ana sacó el suyo complacida de tenerlo. Claro había sido extraño pero de la mejor manera posible.
—¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Hagrid decepcionado.
La clase entera negó con la cabeza.
—Tienen que acariciarlo —señaló Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Miren...
Agarró el ejemplar de Hermione y desprendió el celo mágico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estremeció, se abrió y quedó tranquilo en su mano.
—¡Uau! —exclamó Ana complacida. Ya creía que había exclamado muchos 'Uau' durante el día.
—¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despectivamente—.¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?
Ese chico ya estaba colmando la paciencia de Ana. En realidad, ya lo había hecho.
—Si no vas a decir algo agradable, entonces cierra la boca —espetó Ana mirándolo y haciendo que todos la miraran con sorpresa. Ana resopló y se volvió hacia Hagrid con una sonrisa amable, cambiando completamente su semblante—. Hagrid, ¿Qué hemos de hacer ahora?
—Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que... ya tienen los libros y... y... ahora les hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Esperen un momento...
Ana empatizaba con él. No podía creer lo irrespetuosos que eran algunas personas. Ahora entendía porqué Harry detestaba a ese chico Malfoy. Era insoportable.
—¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado.
Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, Ana dejó salir un jadeo de maravilla. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una. Ana sabía que las había visto en uno de los libros de Lyall pero no recordaba cómo se llamaban.
—¡Vayan para allá! —les gritaba Hagrid, sacudiendo las cadenas y forzando a las criaturas a ir hacia la cerca, donde estaban los alumnos. Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Hagrid llegó donde estaban ellos y ató los animales ala cerca.
—¡Hipogrifos! —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano—. ¿A que son hermosos?
Eran preciosos. Realmente preciosos. Y Ana no sabía en dónde concentrar su mirada. Si en su plumaje o su pico o...
—Venga —dijo Hagrid frotándose las manos y sonriéndoles—, si quieren acercarse un poco...
Ana casi saltó hacia delante ante la propuesta pero decidió contener su emoción y acercarse con cuidado para no alertarlos. Ni siquiera se dio cuenta de que sus amigos la seguían detrás.
—Lo primero que tienen que saber de los hipogrifos es que son orgullosos—explicó Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendan a ninguno, porque podría ser lo último que hicieran.
Ana se mordió el labio conteniendo su euforia.
—Tienen que esperar siempre a que el hipogrifo haga el primer movimiento—continuó Hagrid—. Es educado, ¿se dan cuenta? Van hacia él, se inclinan y esperan. Si él responde con una inclinación, querrá decir que les permite tocarlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que se alejen de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras. Bien, ¿quién quiere ser el primero?
Ana ni dudo y levantó su brazo con emoción.
—¡Yo...!
—¡Muy bien, Ana! —gritó Hagrid con una sonrisa—. Veamos cómo te va con Buckbeak.
Soltó la cadena, separó al hipogrifo gris de sus compañeros y le desprendió el collar de cuero. Ana dejó su libro en el suelo y se acercó lentamente.
—Bien, Ana—susurró Hagrid en voz baja—. Primero mírale a los ojos. Procura no parpadear. Los hipogrifos no confían en ti si parpadeas demasiado...
¿Parpadear cuando tenía a una criatura hermosa en frente de ella? Ni hablar. Buckbeak la miraba con sus ojos naranjas.
Sin que se lo tuviese que pedir Hagrid, Ana inclinó la cabeza sin sacarle la vista al hipogrifo. Si Buckbeak no se inclinaba tal vez lloraría.
Sin embargo, para la felicidad de Ana, Buckbeak dobló sus rodillas delanteras y se inclinó profundamente.
—¡Bien hecho, Ana! —dijo Hagrid, eufórico—. ¡Bien, puedes tocarlo! Dale unas palmadas en el pico, vamos.
Ana sonrió alegremente y acarició el pico de Buckbeak y cuando éste cerró los ojos, Ana siguió acariciando su plumaje no queriendo alejarse de él. Ni siquiera escuchaba los aplausos de los demás, estaba tan fascinada que su atención estaba puesta en la criatura.
—¡... lo montarás!
Ana detuvo en seco sus movimientos y miró a Hagrid con horror. ¿Montar? El hipogrifo tenía alas así que eso significaría...
—Hagrid, tengo fobia a las alturas —se apuró a explicarle Ana tragando en seco. Prefería contemplar a Buckbeak desde el suelo.
Hagrid comprendió el terror de Ana y se volvió a sus estudiantes.
—¿Algún voluntario?
Luego de que Harry levantara una mano con duda e hiciera todo lo que Ana había hecho, ganándose ahora él el respeto de Buckbeak, en menos de dos minutos ya estaba subido encima del hipogrifo.
—¡Vamos! —gritó Hagrid, dándole una palmada al hipogrifo en los cuartos traseros una vez que Harry estaba acomodado.
Ana dejó salir un suspiro de alivio al ver en lo que se había metido Harry. Volar a esa velocidad la hubiese paralizado de miedo y seguramente hubiese caído al suelo. Cuando Harry y Buckbeak volvieron hacia ellos luego de unos minutos, todos aplaudían y vitoreaban.
—¡Muy bien, Harry! ¡Bueno!, ¿quién más quiere probar?
Envalentonados por el éxito de Harry y Ana, los demás saltaron al prado con cautela. Hagrid desató uno por uno los hipogrifos y, al cabo de poco rato, los alumnos hacían timoratas reverencias por todo el prado. Ana los miraba maravillada queriendo volver a estar con Buckbeak pero esperando que algunos probaran con él. Solamente que justo le tocó esperar al grupo de Malfoy, para su muy mala suerte.
Buckbeak había inclinado la cabeza ante Malfoy, que le daba palmaditas en el pico con expresión desdeñosa. Acción que molestó a Ana por completo.
—Esto es muy fácil —dijo Malfoy, arrastrando las sílabas—. Tenía que ser fácil, si Potter fue capaz... ¿A que no eres peligroso? —le dijo al hipogrifo—. ¿Lo eres, bestia asquerosa?
Los acontecimientos que sucedieron el momento posterior hicieron creer a Ana que el karma sí existía.
Sucedió en un destello de garras de acero. Malfoy emitió un grito agudísimo y un instante después Hagrid se esforzaba por volver a ponerle el collar a Buckbeak, que quería alcanzar a un Malfoy que yacía encogido en la hierba y con sangre en la ropa.
—¡Me muero! —gritó Malfoy, mientras cundía el pánico—. ¡Me muero, miren! ¡Me ha matado!
Estaba claro que en realidad ese no era el caso. En realidad, Ana podía ver que le había hecho un tajo en el brazo y nada más. Tal vez era un poco larga pero se merecía más.
—No te estás muriendo —le dijo Hagrid, que se había puesto muy pálido—. Que alguien me ayude, tengo que sacarlo de aquí...
Hermione se apresuró a abrir la puerta de la cerca mientras Hagrid levantaba con facilidad a Malfoy y luego corría con él al castillo.
Los demás alumnos los seguían temblorosos y más despacio. Todos los de Slytherin echaban la culpa a Hagrid para la rabia de Ana.
—¡Deberían despedirlo inmediatamente! —exclamó una chica de Slytherin, con lágrimas en los ojos.
—¡La culpa fue de Malfoy! —lo defendió Dean Thomas, uno de los chicos del año de Ana que era de Gryffindor.
Ana estaba furiosa. ¿Cómo podían culpar a Hagrid cuando era evidente que Malfoy era el culpable? No solamente no había seguido las instrucciones y había ofendido al hipogrifo pero ¿también se hacía la víctima? ¿Cómo había podido pasar a tercero con esa actitud tan aberrante?
Los pensamientos de Ana se detuvieron en aquel chico con el que debía estar sentada todo el año en Runas Antiguas y se volvió más irritada. Seguramente y ellos dos eran amigos, era evidente que se llevarían de maravilla con sus horrendas personalidades.
—¿Ana?
Ana pestañeó y miró a Hermione, Ron y Harry que la miraban con el ceño fruncido. Ana miró alrededor y notó que estaban sentados en los sillones de la sala común de Gryffindor, con libros abiertos en sus regazos.
—Perdón —se disculpó y pasó una mano sobre su nuca—. Ha pasado nuevamente, perdón...
—¿Qué cosa ha pasado? —inquirió Harry.
—Si te soy sincera no sé —confesó Ana con un suspiro—. A veces me pasa que me disocio de mis alrededores por unos períodos de tiempo, y no, no es TDD —interrumpió a Hermione que iba a hablar—. Ya descartamos esa opción... pero no hablemos de esto, ¿de qué hablaban?
—Íbamos a ver a Hagrid, ¿quieres venir? —le preguntó Harry y ella asintió.
—Sí, claro.
Recogieron sus cosas y salieron por el agujero del cuadro, contentos de no encontrar a nadie en el camino hacia la puerta principal, porque no estaban muy seguros de que pudieran salir por todo lo que sucedía con Peter Pettigrew.
La hierba estaba todavía húmeda y parecía casi negra en aquellos momentos en que el sol se ponía. Al llegar a la cabaña de Hagrid llamaron a la puerta y una voz les contestó:
—Adelante, entren.
Hagrid estaba sentado en mangas de camisa, ante la mesa de madera limpia; su perro jabalinero tenía la cabeza en el regazo de Hagrid. Les bastó echar un vistazo para darse cuenta de que Hagrid había estado bebiendo. Delante de él tenía una jarra de peltre casi tan grande como un caldero y parecía que le costaba trabajo enfocar bien las cosas.
—Supongo que es un récord —dijo apesadumbrado al reconocerlos—. Me imagino que soy el primer profesor que ha durado sólo un día.
—¡No te habrán despedido, Hagrid! —exclamó Hermione.
—Todavía no —respondió Hagrid con tristeza, tomando un trago largo del contenido de la jarra—. Pero es sólo cuestión de tiempo, ¿verdad? Después de lo de Malfoy...
—¡No! —exclamó Ana no queriendo creer que ese chico derrumbaría la vida de Hagrid—. Tú fuiste muy claro con las instrucciones, Hagrid. Él fue quien decidió ignorar todo lo que dijiste y sufrió las consecuencias, es su culpa.
—Ana tiene razón —corroboró Hermione, agarrando la jarra de la mesa—. Es todo culpa de Malfoy.
—Sí... aunque fue una sorpresa ver cómo casi saltabas y lo arañabas tú misma hoy, Ana —admitió Ron mirándola con aprensión—. Fue sorpresivo pero muy entretenido.
Ana se volvió colorada y apretó sus labios en una fina línea.
—Se lo merecía.
—Sí, Hagrid, no te preocupes te apoyaremos —confirmó Ron.
De los arrugados rabillos de los ojos de Hagrid, negros como cucarachas, se escaparon unas lagrimas. Atrajo a Ron y a Harry hacia sí y los estrechó en un abrazo.
—Iré a vaciarla —anunció Hermione mirando la jarra que tenía en sus manos y salió de la cabaña para hacerlo.
—Sí... me iré a refrescar...
Hagrid siguió a Hermione hacia las afueras de su cabaña. Ana se concentró en acariciar la barriga del perro que parecía muy manso.
—Qué buen perrito...
Hagrid regresó con la barba y los largos pelos chorreando, y secándose los ojos.
—Mejor así —dijo, sacudiendo la cabeza como un perro y salpicándolos a todos—. Han sido muy amables por venir a verme. Yo, la verdad...
Hagrid se paró en seco mirando a Ana y a Harry; como si acabara de darse cuenta de que estaban allí:
—¿QUÉ CREEN QUE HACEN AQUÍ? —bramó, y tan de repente que dieron un salto en el aire—. ¡NO PUEDEN SALIR DESPUÉS DE ANOCHECIDO! ¡Y USTEDES DOS LOS DEJAN!
Ana sintió que Hagrid la podía revolear a su voluntad cuando la tomó del brazo.
—¡Vamos! —exclamó Hagrid enfadado—. Los voy a acompañar a los cuatro al colegio. ¡Y que no los vuelva a pillar viniendo a verme a estas horas! ¡No valgo la pena!
Ana definitivamente sabía que lo valía.
• • •
HOLAA
aprobé los tres parciales así que se festeja locxs ♥ Y TAMBIÉN PORQUE LLEGAMOS A LAS 700 LEÍDAS o(-<
muchas gracias por el apoyo y espero que les haya gustado este capítulo largo !!
Ana finalmente conoció a Blaise !! y lo detesta ♥
espero que la personalidad de Ana se haya visto reflejada en este capítulo y que todo esté cobrando sentido de la dirección en que estoy escribiendo ♥
nos vemos el próximo viernes
•chauuu•
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