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𝐟𝐨𝐮𝐫𝐭𝐲 𝐭𝐰𝐨

"Las consecuencias de nuestro pasado"

Después del sueño que le proporcionó una gran ayuda en revelarle información sin decir nada más, Ana se despertó con el corazón en la boca y una pregunta golpeando fuertemente contra su cráneo: ¿Salvar a quién?

No era una noticia nueva que después de cada sueño su cerebro quedaba en completa confusión, pero mientras los días pasaban, un intenso sentimiento de miedo se coló en su mente.

Tener la información de que debía salvar a alguien pero aún no sabía quién, le ponía los cabellos de punta. Podía ser que era una exageración, un truco de su mente que estaba cansada después de tantos sueños raros, pero la duda de si se basaba en la realidad aquella frase la volvía loca.

Había optado por mantener aquel extraño suceso en secreto. Estaba consciente de que no era la mejor idea, pero decirle a alguien sólo traería dolores de cabeza, y ya había tenido suficiente de ellos. En consecuencia de eso, optó por encontrar una distracción para mantener a su cerebro lejos de la idea de que alguien podía estar en peligro y su vida dependía de la pobre confundida Ana.

Al empezar junio, para distraerse de los nervios que el sueño siniestro y la tercera prueba le habían proporcionado, Ana encontró consuelo en la tarea de aprender el hechizo Indagare Absentis, que Faith había creado en su juventud. En sí, Ana ya había dominado el movimiento de varita y la pronunciación del encantamiento (lo que había resultado en la aparición de lazos de todos los colores, indicando dónde sus amigas se encontraban); sin embargo, había un detalle del que Ana no podía atornillarse en su cabeza.

—... Si la distancia es intermedia, el color es azul brillante, pero si la distancia es intermedia con el uso de un traslador, el lazo será de color naranja. No es tan difícil, Ana.

Hermione se encontraba releyendo las anotaciones de Faith, sentada en los pies de su cama mientras que Ana mantenía una postura erguida frente suyo, con su varita alzada.

—¡Son muchos colores, Hermione! —dijo Ana con exasperación.

—Tienes suerte de que lo son. Tu mamá tuvo en cuenta un montón de posibilidades —Hermione suspiró y dejó la libreta en la cama—. Debemos encontrar un método para que recuerdes los colores y sus definiciones, pero tú también debes intentar al menos memorizarlos.

—Pero lo estoy intentando —bufó Ana bajando su brazo y escondiendo su rostro entre sus manos—, en serio que trato pero mi memoria...

Con un suspiro derrotado, Ana se dejó caer al lado de Hermione mientras ella la miraba con simpatía. Ambas habían estado presentes la tarde en que la señora Pomfrey les había revelado que alguien había realizado pobremente un encantamiento desmemorizante cuando Ana había sido una bebé, lo que había resultado en sus usuales pérdidas de memoria y breves disociaciones. Y ahora, se encontraban practicando un hechizo rastreador para encontrar a Peter Pettigrew, que habían figurado había sido el culpable de todo.

—Un descanso no le hará daño a nadie —murmuró Hermione y apoyó una mano sobre el brazo de Ana—. No hay apuro así que si quieres...

—¡Ana Abaroa eres una serpiente astuta!

Parvati y Lavender habían entrado al dormitorio entre jadeos de cansancio, que combinados con sus rostros brillosos, Ana concluyó que habían corrido hasta allí, pero por más desprolijas que se viesen, dos sonrisas gatunas posaban en sus rostros.

—¿Qué hice ahora? —preguntó Ana con confusión una vez que ambas amigas se acercaron a ella con brillo en sus ojos.

—Acabamos de tener una conversación de lo más interesante con Daphne Greengrass —explicó Lavender tomándola de un brazo y tirando de ella para levantarla.

—¿Quién?

—¿Slytherin de nuestro año? —dijo Parvati rodeando su brazo libre con el suyo. Ante la mirada de desconcierto de Ana, siguió insistiendo—. Una chica linda, cabello marrón un poco más arriba sobre los hombros con flequillo corto, piel bronceada, hoyuelos en ambos lados de sus mejillas que complementan perfectamente su...

—¡Nos contó acerca de ti y Blaise Zabini! —exclamó Lavender interrumpiendo a Parvati—. Teníamos nuestras sospechas desde el baile de Navidad, pero nuestras dudas se disiparon hace diez minutos.

Ana tuvo que haber sospechado que Parvati y Lavender iban a darse cuenta antes que cualquier otra persona cuando tenían un gran talento en hacer que los asuntos de los demás fueran también suyos, a la larga de coleccionar cada rumor. Era tan fascinante como aterrador.

Pero lo que era aterrador en esa situación, no era el talento de sus amigas, sino que alguien más parecía saber su secreto. Alguien que no conocía.

—¿Esta chica sabe que hablo con Blaise?

No serviría de nada mentirle a Parvati y Lavender, por lo que Ana aceptó que debía ser la verdad y afirmarles que de hecho sí se hablaba con el chico.

—¡Lo admites! —sonrió Parvati pero enseguida negó—. Daphne no sabe nada, sólo nos contó que se sentía curiosa de saber lo que Zabini hacía cuando desaparecía por las tardes o en cualquier momento libre y nosotras conectamos todas esas veces que te escabulliste con libros y desaparecías por horas. Nunca te veíamos en la biblioteca así que debíamos asumir que te encontrabas en otro lado, ¿no?

—Cuéntanos todo —pidió Lavender sentándose en su cama y tirando consigo misma a Ana para que cayera a su lado—. Pensé que se odiaban.

Una pequeña risa salió de Ana mientras estaba bajo la atenta mirada de sus tres amigas, y enredó un mechón de cabello en uno de sus dedos tratando de no morder sus uñas. No era particularmente admiradora de la atención, no cuando debía hablar de ella misma.

—Eh, nos estamos haciendo... ¿amigos?

La duda llenó su voz en su búsqueda de una palabra que definiera correctamente su relación con Blaise, enseguida siendo captada por Parvati que encaró una ceja al escucharla.

—No suenas muy segura de eso.

—Bueno, claro que no, es muy difícil de leer —admitió Ana recordando todas las veces que el chico le había proporcionado un dolor de cabeza. A veces parecía dispuesto a entablar una conversación con ella y otras parecía no querer ni verla, era extraño—. No estoy segura de que hacer de él...

Lavender le dio un leve apretón a su brazo y Ana la observó, descubriendo la expresión de preocupación en los ojos café de su amiga.

—Ten cuidado con él, Ana —dijo Lavender ganando una mirada de desconcierto de su parte—., hay rumores alrededor de su familia, su madre. Hablan de que cada uno de los siete esposos de la señora Zabini murió por circunstancias misteriosas, que terminaron por dejarle una gran fortuna. Si fuesen verdaderos, yo tendría cuidado alrededor de alguien que fue criado por una mujer que presuntamente pudo hacer algo como matar.

Ana definitivamente no sabía acerca de eso. No sabía mucho de la familia de Blaise, además de que su abuelo había sido profesor de Runas Antiguas y a su madre le gustaba la floriografía y era mejor amiga de la señora Abbott. Eran nuevas noticias que podría ser que la señora Zabini había asesinado a sus siete esposos, las cuales eran noticias preocupantes teniendo en cuenta que la familia Abbott había sido amiga de la Zabini desde hacía años. ¿Hannah sabía más de aquello? ¿Es que sabía la verdad acerca de la señora Zabini? ¿Si le preguntaba le contestaría o mantendría el secreto?

—¿Hay... pruebas de aquello?

—No —respondió Parvati cruzándose de brazos—, por eso es un rumor. Nadie sabe la verdad, sólo presunciones.

Pensar en el hecho de que en definitiva la madre de Blaise había tenido siete esposos que sí habían muerto —por su culpa o no—, hizo que su cerebro volviera a freírse. Necesitaba una distracción. Nuevamente.

—Ustedes dos sí que tienen un talento para saberlo todo acerca de todos... —murmuró Hermione, quien observaba cuidadosamente a Ana no sabiendo que sacar de su postura. No queriendo presionarla a hablar, se volvió a Parvati y Lavender—. Digan, ¿tienen algún chisme acerca de Rita Skeeter?

—¿Esa loca? —Parvati puso una mueca de asco—. ¿Qué quieres saber? ¿Acerca de su horrible sentido de la moda y que aún apoya la crueldad animal de la industria?

—Más bien algo acerca de su forma de conocer los asuntos de todos.

—¡Oh! Le preguntaste a las personas correctas —dijo Lavender con una sonrisa sabia—. Tenemos nuestras teorías y algunos rumores bajo nuestra manga, ¿quieres escuchar?

—Nada me haría más feliz —confesó Hermione agarrando una libreta propia con una de las lapiceras que Ana le había dado.

—Creo que estoy preparada.

Ana se había levantado de la cama de Lavender y había vuelto a sostener firmemente su varita, Hermione se tensó en su lugar al escucharla decir eso y la miró con los ojos bien abiertos por la sorpresa.

—¿Estás segura? —preguntó con un dejo de preocupación mientras Ana se acercaba a su baúl para buscar lo que debía encontrar.

Parvati y Lavender se miraron con desconcierto antes de notar que Ana había sacado una pequeña bolsa de organza con un manojo de cabellos de origen desconocido para ambas. Enseguida se dieron cuenta de que Ana estaba a punto de usar el hechizo que su madre había creado para rastrear desaparecidos, sólo que ninguna de las dos sabía a quién quería encontrar.

—Sólo tienes esta oportunidad, Ana —insistió Hermione una vez que Ana había apoyado los cabellos sobre su cama.

Alzando su varita hacia el pedazo de cabello, Ana inspiró y exhaló una gran bocanada de aire. Lo sabía, sólo una oportunidad.

Y necesitaba esa oportunidad para encontrar a Peter Pettigrew.

Indagare Absentis.

El pedazo de cabello desapareció de la tapa de su baúl y de la punta de su varita comenzó a salir una luz, la cual Ana se había estado familiarizando las últimas semanas que había practicado el encantamiento rastreador. Sin embargo, cuando el lazo se formó por completo un nuevo color resplandeció sobre su mano.

El lazo era de color rubí.

•      •      •

Ana evitó encontrarse con Blaise por las siguientes semanas y decidió enfocarse en aquel lazo brillante que la seguía a todos lados y siempre apuntaba al norte o a donde parecía moverse el desaparecido, en este caso Pettigrew.

El lazo no había dejado su color rojo rubí en ningún momento, por lo que al menos Ana tenía la certeza de que el hombre no se encontraba cerca suyo. Aquello era bueno, ya que no debía preocuparse con enfrentarlo en ningún momento cercano, pero también era una molestia porque significaba que no estaba cerca de encontrarlo.

Ninguna de las dos situaciones le agradaba.

El desayuno fue muy bullicioso en la mesa de Gryffindor la mañana de la tercera prueba. Llegó una lechuza para Hermione llevándole su acostumbrado ejemplar de El Profeta. Lo desplegó, miró la primera página y escupió sin querer el jugo de calabaza que tenía en la boca.

—¿Qué...? —preguntaron al mismo tiempo Ana, Harry y Ron, mirándola.

—Nada —se apresuró a contestar ella, intentando retirar el periódico de la vista. Pero Ana lo tomó y leyó el título.

HARRY POTTER, «TRASTORNADO Y PELIGROSO»

Ugh.

Eso fue lo único que Ana pudo decir antes de que Ron le arrebatara el periódico de sus manos y mirara el titular como ella.

—No puede ser. Hoy no. Esa vieja rata...

—¿Qué? —preguntó Harry—. ¿Otra vez Rita Skeeter?

—No —dijo Ron, e, igual que había hecho Hermione, intentó retirar el periódico.

—Es sobre mí, ¿verdad?

—No —contestó Ron, en un tono nada convincente.

Pero, antes de que Harry pudiera pedirles el periódico, Draco Malfoy gritó desde la mesa de Slytherin:

—¡Eh, Potter! ¿Qué tal te encuentras? ¿Te sientes bien? ¿Estás seguro de que no te vas a poner furioso con nosotros?

También Malfoy tenía en la mano un ejemplar de El Profeta. A lo largo de la mesa, los de Slytherin se reían y se volvían en las sillas para ver cómo reaccionaba Harry.

—Déjame verlo —le dijo Harry a Ron—. Dámelo.

A regañadientes, Ron le entregó el periódico. Ana no quería leerlo porque con sólo leer el titular sabía que el resto no era digno de ser leído y una completa basura. Basura como todo lo que Rita Skeeter aparentaba escribir.

Sintiendo una mirada fija sobre su espalda, y aprovechando que sus amigos estaban concentrados en observar a Harry leer aquella nota dirigida a él, Ana se dio media vuelta lentamente en busca de ese par de ojos que se habían fijado en ella.

Ignorando a sus compañeros que hablaban entre ellos burlándose de Harry y aquel pobremente escrito artículo, Blaise la observaba desde su asiento mientras tomaba su desayuno.

No era normal en él molestarse porque lo había estado ignorando, de hecho, Ana tenía la certeza de que así lo prefería el chico. ¿Entonces por qué la mirada que Blaise le entregaba aquella mañana parecía preguntarle por el cambio que había surgido esas semanas? ¿Estaba enojado? ¿Preocupado? Como siempre, Ana no sabía leerlo y como había hecho esas semanas, volvió su mirada hacia sus amigos tratando de ignorar la punzante mirada que seguía sintiendo en su nuca.

No podía esperar siempre a que él le respondiese, Blaise también debía ser el primero en hablar.

—... Se me acaba de ocurrir algo —dijo Hermione, mirando al vacío y atrayendo la atención de Ana—. Creo que sé... porque entonces nadie se daría cuenta... ni siquiera Moody... y ella podría haber llegado al alféizar de la ventana... Pero no puede hacerlo... lo tiene tajantemente prohibido... ¡Creo que la he pillado! Necesito ir dos segundos a la biblioteca... ¡Sólo para asegurarme!

Diciendo eso, Hermione tomó la mochila y salió corriendo del Gran Comedor.

—¡Eh! —la llamó Ron—. ¡Tenemos el examen de Historia de la Magia dentro de diez minutos!

—¿Qué pasó? —inquirió Ana robando una magdalena que Harry se había servido.

—Parece que descubrió el secreto de Skeeter —explicó Harry sin inmutarse de que ahora poseía una magdalena menos.

—Tiene que odiar mucho a esa Skeeter para arriesgarse a llegar tarde al examen. ¿Qué van a hacer en clase de Binns, leer otra vez?

Como estaban exentos de los exámenes de fin de curso por ser campeones de Hogwarts, en todos los que había habido hasta el momento Ana y Harry se habían sentado al final del aula y habían estudiado nuevos maleficios para la tercera prueba.

Ana se encogió de hombros, seguramente se comería las uñas de la angustia o algo parecido.

Pero, justo entonces, la profesora McGonagall llegó hacia ellos bordeando la mesa de Gryffindor.

—Abaroa, Potter, después de desayunar los campeones tienen que ir a la sala de al lado —dijo.

—¡Pero la prueba no es hasta la noche! —exclamó Harry, manchándose de huevo revuelto la remera.

—Ya lo sé, Potter. Las familias de los campeones están invitadas a la última prueba, ya saben. Ahora tienen la oportunidad de saludarlos.

«Eso suena bueno» se dijo Ana, relajándose mientras pensaba en abrazar a su abuela.

Ana y Harry terminaron de desayunar en el Gran Comedor, que se iba vaciando rápidamente. Fleur, que acababa de levantarse de la mesa de Ravenclaw, se iba acercando a ellos con una gran sonrisa.

—¡Buenos días, Ana! —Fleur la saludó con un beso en cada mejilla y luego se dirigió a Harry—. Y buenos días también a ti, «Haggy».

Satisfecha al recibir un leve movimiento de mano de parte de Harry, Fleur rodeó un brazo de Ana con el suyo y la alejó de su amigo mientras caminaban.

—¿Emocionada por ver a tu familia? —le preguntó Ana y Fleur asintió.

—¡Sí! Me «encantagía pgesentagte» a mi mamá. Te «adogagá».

Risueñamente, Fleur la arrastró hacia fuera del Gran Comedor para entrar inmediatamente hacia la sala que había justo al lado.

Cedric y sus padres estaban junto a la puerta. Viktor Krum se hallaba en un rincón, hablando en veloz búlgaro con su madre, una señora de pelo negro, y con su padre. Fleur se separó de Ana para ir hacia el otro lado de la sala, donde su madre y hermana se encontraban. Y, delante de la chimenea, se encontraba toda aquella familia que Ana había conseguido el último año.

James se encontraba mirando hacia ella y a Harry, que había entrado justo detrás, con una gran sonrisa, mientras que Sirius que estaba a su lado los saludaba con una mano; Remus les sonreía cansada pero amablemente y Hilda también les sonreía dulcemente, con ambos puños en sus caderas. Sin embargo, habían dos personas más cuya visita sorprendió tanto a Ana como a Harry: Bill y la señora Weasley.

—¡Sorpresa! —exclamó emocionada la señora Weasley—. James tuvo la amabilidad de invitarnos a verlos en la última prueba.

—No es nada, Molly. Prácticamente son como familia —le aseguró James antes de volverse a Harry—. ¿Cómo estás, hijo? ¿Te sientes bien?

Rápidamente James atrapó a Harry en un cálido abrazo y cientos de preguntas acerca de su bienestar, por lo que Ana (dejándolos tener un momento a solas) se acercó a la otra parte del grupo.

—Es bueno volver a verlos, señora Weasley, Bill —Ana les dio a ambos un abrazo antes de ser abrazada por su abuela y recostar su cabeza sobre su hombro—. ¿Cómo están Charlie y Percy?

—Charlie quería venir, pero no han podido darle permiso —explicó Bill y le sonrió orgulloso—, dice que ambos estuvieron fenomenal con sus dragones. Charlie no dejó de hablar de cómo adiestraste al Opaleye.

—Dijo que tienes un talento con los dragones y hablará de ti con sus superiores en Albania —le sonrió la señora Weasley haciendo que Ana sonriera hasta que las mejillas le dolieran.

Siempre era un buen día para escuchar cumplidos.

—No es una sorpresa teniendo en cuenta cuánto sabes acerca de las criaturas mágicas —añadió Sirius despeinando el cabello de Ana.

—Gracias.

—Pero me temo que Percy no está muy bien. Se encuentra bastante alterado. —suspiró la señora Weasley.

—¡Ana!

Del otro lado de la sala, Fleur la llamaba agitando su mano para que se acercara a ellas mientras Gabrielle y su madre le sonreían amablemente. Disculpándose, Ana se escurrió de su grupo y caminó tímidamente hacia la familia Delacour, siendo recibida por los brazos de Fleur que la atrajeron a su costado.

Maman, c'est Ana, la championne de Hogwarts et mon amie.

Ana podía no entender francés, pero estaba casi segura de que Fleur la estaba presentando así que tendió una mano hacia la mujer rubia que la miraba con una bella sonrisa rosada.

Bonjour Madame.

Si algo había aprendido Ana a partir de los meses que los estudiantes de Beauxbatons habían estado en Hogwarts eran aquellas dos palabras y algunas otras pocas.

¡Vous êtes très beau! Je m'appelle Louise.

Ana miró de reojo a Fleur y le dedicó una mirada de vergüenza al no saber qué había dicho su madre, además de que parecía llamarse Louise.

—Dijo que «eges» muy «hegmosa» y que su «nombge» es Louise.

—¡Oh! —Ana se volvió a Louise y le sonrió agradecida—. Merci beaucoup, Madame Delacour.

Esas fueron las últimas palabras que Ana dijo en francés aquel día.

Ana disfrutó demasiado aquella mañana mientras caminaba por los terrenos de Hogwarts junto a su grupo, escuchando las historias que los adultos contaban de sus días en el colegio. Sirius contó acerca de una gran broma que habían realizado en su quinto año que había consistido en juntar la sustancia emitida por las mofetas y rociarlas en una gran bomba luego del último partido de quidditch (el que James no se olvidó de apuntar que Gryffindor había ganado). Por otro lado, la señora Weasley recordaba con todo detalle al guardabosque que había precedido a Hagrid, un hombre llamado Ogg.

Cuando volvieron al castillo para la comida, el grupo se separó y Ana se sentó junto a su abuela que no dudó ni un segundo en tomarle el rostro suavemente y darle un beso en su frente.

—¿Qué tienes, Anita? Pareces preocupada de algo.

Era imposible mentirle a Hilda Abaroa y peor guardar secretos de ella, lo que Ana sabía muy bien luego de vivir toda su vida con ella. Un suspiro la abandonó y negó con la cabeza mientras se servía agua en su copa.

«¿Qué me pasa? La tercera prueba, tengo que salvar a alguien desconocido y estoy atada a Pettigrew»

—Nada, nana. Sólo que estoy un poco cansada, no te preocupes.

Hilda la miró con el ceño fruncido y una mueca formándose en sus labios.

—Si me mientes así entonces claro que me preocuparé.

Como era de esperarse, nada pasaba por alto para Hilda Abaroa, por lo tanto Ana tuvo que tragarse un bufido y asentir derrotada.

—Estoy estresada. Por todo. Además de eso, a la noche tendré que hacer la prueba en vez de tratar de dormir así que sí, estoy cansada y estresada.

Hilda estiró una mano hacia ella con simpatía y le dio suaves palmaditas en la mano. Ana levantó su mirada hacia ella y notó que la preocupación había cubierto el arrugado rostro de su abuela, pero antes de que pudiese restarle importancia a sus conflictivos sentimientos, Hilda habló.

—Anita, no es necesario que te estreses por hoy. Si lo deseas puedes usar esa linda piedra que tu madre dejó para ti. No te sobrecargues con cosas que puedes evitar, te lo digo con cariño.

Ana estaba agradecida porque su abuela estuviese allí con ella porque si era honesta consigo misma, no sabría qué hacer sin su presencia. Enredando los dedos de su propia mano con los de Hilda, Ana le entregó una sonrisa antes de comenzar a disfrutar su comida entre risas y divertidas conversaciones con sus amigos.

El grupo —menos Hermione y Ron que aún debían ir a las clases—, se la pasó dando un largo paseo por el castillo durante la tarde y volvieron al Gran Comedor para el banquete de la noche.

Por más platos que hubiera frente a ella, Ana no tenía espacio para comida en su estómago. Sentía que todos sus órganos se habían dado vuelta dentro suyo y se habían enredado unos con los otros. Cuando el techo encantado comenzó a pasar del azul a un morado oscuro, Dumbledore, en la mesa de los profesores, se puso en pie y se hizo el silencio.

—Damas y caballeros, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia el campo de quidditch para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir ya al señor Bagman hasta el estadio.

«Dios, voy a vomitar»

Ana y Harry se levantaron. A lo largo de la mesa, todos los de Gryffindor les aplaudieron. Hilda y los demás adultos le desearon suerte, y salieron del comedor, con los otros campeones.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Fleur, mientras bajaban la escalinata de piedra por la que se salía del castillo.

—Creo que mis huesos tiemblan... y estoy transpirando un poco de más.

Tratando de animarla, Fleur le dio un suave apretón a su hombro y le sonrió suavemente para que relajara su postura. Ana se lo agradeció con una pequeña sonrisa.

Llegaron al campo de quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos: era la entrada al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.

Cinco minutos después empezaron a ocuparse las tribunas. El aire se llenó de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios. El cielo era de un azul intenso pero claro, y empezaban a aparecer las primeras estrellas. Remus, Hagrid, Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su chaleco de piel de topo.

—Estaremos haciendo una ronda por la parte exterior del laberinto —dijo la profesora McGonagall a los campeones—. Si tienen dificultades y quieren que los rescaten, echen al aire chispas rojas, y uno de nosotros irá a salvarlos, ¿entendido?

Los campeones asintieron con la cabeza.

—Pues entonces... ya pueden ir —les dijo Bagman con voz alegre a los cinco que iban a hacer la ronda.

Remus les dedicó a Ana y a Harry un asentimiento y un poco de tensión en los hombros de Ana se disipó.

Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!», y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:

—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡El señor Cedric Diggory, el señor Harry Potter y la señorita Abaroa, los tres del colegio Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro—. En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! —Más aplausos—. Y, en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!

Ana iba a aplaudir por Fleur cuando volvió a sentir aquella fija mirada en ella que había sentido esa misma mañana, y aunque cientos de pares de ojos la miraran, buscó al dueño de la mirada que más podía sentir. Mezclado con la multitud apretujada en las tribunas, Blaise se encontraba mirándola y Ana no sabía si estaba viendo mal por la larga distancia o si en verdad el chico le estaba dando una pequeña sonrisa asomada en la comisura de sus labios. "Suerte" leyó Ana que el chico había pronunciado silenciosamente.

Mirándolo, viendo que había dicho aquello, un sólo pensamiento pasó por su cabeza.

«No importa cuál sea la verdad de aquellos rumores, es una buena persona»

—¡... Entrarán Harry, Ana y Cedric! —dijo Bagman—. Tres... dos... uno...

Dio un fuerte pitido, y Harry y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto mientras que Ana los siguió un poco más despacio. Sería una noche larga, no tenía por qué cansarse tan temprano.

Los altísimos setos arrojaban en el camino sombras negras y, ya fuera a causa de su altura y su espesor, o porque estaban encantados, el bramido de la multitud se apagó en cuanto los tres traspasaron la entrada. Ana sacó la varita y susurró su encantamiento preferido «¡Lumos!» mientras veía que los otros dos hacían lo mismo. Después de unos cincuenta metros, llegaron a una bifurcación y antes de que Ana pudiese siquiera pronunciar una vocal, Harry susurró un rápido "Hasta luego" y en cuestión de segundos ambos chicos desaparecieron de su vista.

No sabiendo exactamente qué hacer, Ana trotó hacia Harry con la esperanza de que al menos pudiera resistir diez minutos en el laberinto. No obstante, cuando vio a Harry girar a la derecha luego de que sonara nuevamente el silbato de Bagman —indicando que Krum ya había entrado—, Ana perdió todo sentido de orientación. Llegó a la esquina y luego de darse cuenta de que su amigo había desaparecido, un bufido dejó sus labios.

Se escuchó por tercera vez, distante, el silbato de Ludo Bagman. Ya estaban todos los campeones dentro del laberinto

Deteniéndose en su lugar, Ana ajustó su coleta y levantó su varita frente suyo, llevándose una no tan grata sorpresa. Al haber estado distraída con el torneo en sí, había pasado por alto el lazo brillante que la ataba a Peter Pettigrew, y en esos momentos la fina línea había cambiado su usual color rojo a un color verdoso.

El aire de sus pulmones se atascó en su garganta haciéndola ahogarse y temblorosamente observó el lazo. No recordaba qué significaba ese color, su mente estaba en blanco lo que también significaba un problema más porque ya estaba en la tercera prueba.

Sacudiendo su cabeza y dejando salir un suspiro, Ana alzó su varita y comenzó a caminar por el laberinto. Si gritaba por ayuda entonces llamaría mucho la atención, de los campeones y de las criaturas que rondaban por aquellos oscuros pasillos, por lo tanto debía encontrar a Harry y decirle de su descubrimiento. Tal vez él sí recordaba qué significaba el color verde.

Mientras caminaba, Ana observaba a todos lados en busca de un obstáculo o al menos alguien más pero presentía que estaba más sola que nunca. A veces giraba a la derecha, otras veces a la izquierda, y aún no encontraba nada. Ya cuando pasaron cinco minutos en completa soledad, sus nervios volvieron a posarse en su piel. No sabiendo qué hacer, bajó su varita y miró hacia arriba.

El cielo estaba nublado, y aunque la oscuridad reinaba se podía ver a las nubes moverse sobre su cabeza, acompañadas por la fogosa luz de la luna que estaba casi llena. Ana podía decirse a sí misma que estaba sola, ¿pero es que realmente lo estaba?

Sintiendo una oleada de confianza surgir dentro suyo, caminó en rumbo a una corazonada que se había instalado en su pecho. Caminó por unos minutos más, a veces topándose con callejones sin salida, y cuando giró a su izquierda...

—¡Fleur!

Fleur se encontraba tirando hechizo tras hechizo hacia un escreguto de cola explosiva que parecía querer atacarla con su aguijón gigante. La criatura medía cerca de tres metros y cada vez que un hechizo de Fleur golpeaba contra su caparazón, parecía enojarse más. De reojo, Fleur la observó por encima de su hombro y le sonrió tensamente.

—¡Hola! Estoy en «apgietos» —confesó Fleur y unas enredaderas salieron de la punta de su varita para atrapar a la gran criatura que las destrozó en segundos.

Para ayudar, Ana levantó su varita que se burlaba de ella mientras el lazo brillaba con aquel color verdoso, y apuntó hacia el gran escreguto.

Wingardium Leviosa.

El escreguto se levantó en el aire levemente, mientras se movía desesperadamente para tocar tierra pero Ana no le dio el tiempo.

—¡Atácalo en su blindaje inferior!

No perdiendo el tiempo, Fleur apuntó su varita hacia donde Ana le había indicado y un chorro de luz azulada salió de esta, dándole en el punto indefenso del escreguto, paralizándolo instantáneamente.

—¿Sabes hacer magia no verbal? —dijo Ana impresionada al ver que Fleur no había tenido que pronunciar ningún encantamiento.

—Así es, después de todo, los campeones somos los «mejoges» ¿no? —Fleur le dedicó una sonrisa confiada y sacudió su túnica—. «Gacias pog ayudagme» nos vemos en la meta, Ana.

No obstante, antes de que Fleur pudiese ser fiel a su palabra, Krum apareció de la nada con su varita alzada hacia ellas dos. Ana se extrañó ante la escena, puesto que Krum no tenía porqué atacarlas cuando podía simplemente evitarlas, y por lo visto, Fleur también pensaba lo mismo.

—«Viktog», ¿qué...?

¡Crucio!

Un agudo grito de dolor salió de Fleur haciendo saltar a Ana en su lugar mientras sus huesos se helaban. Había algo extremadamente terrorífico en presenciar el uso de la Maldición Imperius en primera fila, la boca de Ana se secó y su cuerpo comenzó a temblar al ver a Fleur gritar por la tortura que Krum le estaba haciendo pasar. Pero como si un interruptor se hubiese prendido en su cerebro, Ana automáticamente alzó su varita hacia Krum, quien tenía la mirada perdida.

¡Flipendo!

Una luz blanca salió de su varita y le dio justo en el pecho a Krum , haciéndolo volar hacia atrás y cortando con el efecto de la maldición que había hecho que Fleur se cayera al suelo. Rápidamente, Ana se abalanzó hacia ella y la rodeó de su cintura para levantarla lo más pronto posible.

—¡Tenemos que huir!

Cargar a Fleur fue un desafío extra para Ana, pero no había forma que la dejaría cerca de Viktor Krum y su aparente manía de usar maldiciones contra los otros participantes. Una vez que dio unas cuantas vueltas por el laberinto en busca de un lugar seguro, Ana jadeó y se sentó en el suelo trayendo lentamente a Fleur con ella.

—¿Estás bien, Fleur? ¿Puedes moverte?

Un quejido salió de la chica pero asintió, sentándose en el suelo y tomando su estómago entre sus manos.

—Sí, estoy bien, sólo me tomó «pog sogpgesa» —murmuró Fleur pero frunció el ceño una vez que su respiración se tranquilizó—. ¡No lo puedo «cgeeg»! Pensé que «ega» un chico amable...

Ana miró por sobre su hombro y una mueca se posó en sus labios mientras los engranajes se movían dentro de su cabeza. Miró de reojo al fino lazo que salía de su varita y recordó que el rosa significaba que el desaparecido había muerto, por lo que Pettigrew en definitiva seguía muy vivo.

—Creo que es un chico amable... hay algo extraño sucediendo —admitió Ana mirando hacia las nubes que se movían lentamente. Si había un momento para que alguien le diera una señal, ese era el momento perfecto. Pero en vez de esperar por una señal, Ana sacudió su cabeza y miró el lazo verde—. Fleur, creo que tenemos que...

Interrumpiendo desde algún punto lejano, un gruñido se hizo escuchar mientras Ana observaba a la oscuridad acercarse a ellas con peligrosa amenaza, como si las estuviera acechando.

«¿¡No podemos tener un minuto de descanso!?»

—¿Desde cuándo la «oscugidad» hace sonidos? —preguntó Fleur levantándose lentamente mientras alzaba su varita en preparación para defenderse.

—Desde nunca —afirmó Ana siguiéndole el paso—. Fleur, necesito pedirte algo.

—¿Qué cosa?

Ana la miró sobre su hombro con determinación en sus ojos.

—Necesito que confíes en mí.

Los ojos claros de Fleur brillaron contra el resplandor blanco de su propia varita y una sonrisa se asomó sobre sus labios.

—Desde el «pgimeg» día.

Sintiendo aquella conocida oscuridad asomarse por su piel, Ana alzó su varita y apuntó hacia ella.

Lumos.

Y con la varita encendida y Fleur habiendo tomado su mano libre que le había tendido, Ana corrió hacia la oscuridad. Si su padre estuviese allí con ella, apuntaría a que lo que estaba haciendo era muy irresponsable, sin embargo, Ana la veía como la única opción. Sabía que el luminicus no atraparía a Fleur en sus garras porque no era su objetivo previsto, sino que Ana lo era; por lo tanto, lo único que debía hacer era rogar con todas sus fuerzas a que su cuerpo no la traicionara y su mente se mantuviese determinada en verla vivir un día más.

El sentimiento que recorrió su cuerpo cuando se adentró a la oscuridad fue de puro vacío, un vacío frío y oscuro que le heló hasta la sangre. No queriendo perderse en él, Ana reforzó su agarre en Fleur y empujó cualquier sentimiento de duda que quería arrebatarle la sensatez. No podía morir ese día, no podía dejar a Fleur sola, no quería perder.

Un arrebato de energía empujó dentro suyo y en cuestión de segundos se encontraba corriendo en la oscuridad liviana del laberinto, habiendo dejado atrás la pesadez del luminicus atrás.

Un suspiro de alivio le ganó a sus pensamientos y pudo escuchar a Fleur jadear detrás suyo.

—¿Qué fue eso? —preguntó ella temblando de pies a cabeza pero sin reducir su paso.

—Un problema grande —confesó Ana y giró hacia la derecha, dónde el lazo verde más tiraba—. Fleur, tenemos que dejar la prueba, debemos volver hacia las tribunas lo más pronto posible.

Escucharon un alarido en otra parte del laberinto y Fleur jadeó.

—¿Qué? ¡«Pego» aún no hemos conseguido la copa! ¡Hay que «ganag»!

—Ganar no servirá si nos morimos —insistió Ana y evitó entrar a un callejón sin salida—. Este es un problema más grande que todos nosotros y hay que... ¡Agh!

Una figura gigante se había abalanzado sobre ella una vez que había virado hacia la derecha y la había tirado hacia una de las paredes del laberinto. Tratando de recuperarse lo más rápido posible, pero sintiendo un dolor punzante en su costado, Ana se dio media vuelta en el suelo y notó que se trataba de una acromántula. Era gigante, y de cuerpo peludo y negro. La araña gigante la miraba con sus pequeños ojos negros y brillantes, como si se tratara de una presa que devoraría para la cena; y en esos momentos, Ana lo era. No había demasiado que ella pudiese hacer contra una acromántula, ni siquiera cuando había leído incontables libros sobre ellas. Eran casi invencibles.

Ana hizo énfasis en el casi cuando se estaba a punto de levantar pero escuchó a Fleur exclamar un hechizo.

¡Incarerous!

De la punta de su varita sogas gruesas aparecieron y volaron hacia la araña gigante, atrapando sus largas patas brillantes, inevitablemente haciéndola caer al suelo en un gran estruendo; no obstante, antes de que pudiese liberarse de las cuerdas, Fleur atacó de nuevo apuntando hacia la panza de la araña.

¡Desmaius!

Aturdida por el hechizo y precisión de Fleur, la araña se desplomó en su lugar, quedándose quieta y derrotada.

Las respiraciones agitadas de Ana y Fleur fueron lo único que se podía escuchar entre la oscuridad del laberinto. Saliendo del trance, Fleur corrió hacia Ana y se arrodilló frente suyo para examinar la herida que la araña había provocado.

—¿Dónde te duele? —inquirió Fleur pero antes de que Ana respondiese, una mueca se posó en sus labios al ver que el lugar donde la araña le había atizado sangraba—. Necesitas a una «sanadoga».

Fleur pareció debatir consigo misma mientras que Ana observaba por encima de su hombro, dónde notaba que la oscuridad se volvía más densa, indicando que su enemigo se acercaba. No obstante, Fleur suspiró rendida y asintió con una leve sonrisa.

—Bien, «aceptagé tu pgopuesta». Volvamos, ¿sí?

Aliviada por no tener que insistir en volver al principio, Ana asintió buscando aquella roca mágica que su madre había encantado y cuando la sacó de uno de sus bolsillos, tragó en seco observando que la oscuridad se acercaba.

—Buen plan, agárrate bien, no sé cuán doloroso sea esto.

Cerró los ojos y una vez que sintió el brazo de Fleur rodeándola, pensó en el punto de partida del laberinto y cuánto quería ir hacia allí. La piedra en su mano se calentó y en cuestión de segundos sintió un tirón al vacío que rogaba fuese las consecuencias de su uso.

•      •      •

Ana cayó de bruces y algunas fibras de césped se metieron en su boca haciéndola escupir el sabor a tierra que tenían. Con una mueca de dolor al sentir una punzada en su costado, Ana se dio media vuelta para ver el cielo nublado y notó que las nubes se habían disipado y habían sido reemplazadas por estrellas.

—¡Necesita a una «sanadoga»! —escuchó que alguien exclamaba a su lado.

«Fleur»

Ana comenzó a erguirse pero el agarre suave de Fleur le ganó y la ayudó a levantarse. Con un poco de torpeza, Ana se levantó y observó la muchedumbre que había delante suyo mientras la señora Pomfrey se acercaba hacia ella ya preparada para atenderla. Dejándose ser dirigida por la enfermera, Ana buscó desesperadamente con la mirada a Hermione mientras desde el rabillo de su ojo observaba la brillante luz verde del lazo. Una vez que la encontró, rodeada con sus compañeros y mirándola con preocupación en sus ojos, no dudó ni un segundo.

—¡Verde! ¡Es verde!

Hermione se vio confundida por unos segundos, frunciendo el ceño y abriendo la boca sin saber qué decir, no obstante, cuando comprendió lo que Ana apuntaba, sus ojos se abrieron con sorpresa y terror. Traslador, articuló. Y Ana no perdió más tiempo.

Soltándose del agarre de la señora Pomfrey que dejó salir una exclamación de sorpresa, Ana corrió hacia James que iba directo hacia ella junto con su abuela.

—¡James, está aquí! ¡Está allí dentro! —exclamó ella una vez que estuvieron más cerca que lejos.

Una mueca de dolor pasó por sus labios que trató de enmascarar y James la observó con una mezcla de preocupación y confusión.

—¿Estás bien? ¿Quién está aquí, Ana?

Ana jadeó y se sostuvo el costado.

Pettigrew.

El rostro de James pasó por varias etapas de emociones, dolor, estupefacción y furia. Y si Ana no estuviese tan cansada, se hubiera vuelto a escapar del agarre de la señora Pomfrey que no tardó en reprocharla por seguir esforzando su cuerpo adolorido y dejó a James caminar con determinación y furia hacia Dumbledore, seguramente en busca de que el torneo llegase a su fin antes de que las consecuencias fuesen irrevocables.

Estaba aturdida. No podía escuchar nada de lo que Madame Pomfrey le estaba diciendo pero deducía que estaba decepcionada por la forma en que su boca y cejas se movían; tampoco podía sentir el dolor en el costado de su estómago, sospechaba que la adrenalina la estaba golpeando más fuerte que nunca. Sentía que el ruido de la audiencia era elevado y aun así sólo un zumbido se escuchaba dentro de sus oídos, tal vez era uno de los efectos secundarios del pequeño traslador, o tal vez del golpe que se había llevado. No sabía. No sabía.

«Tengo que salvarlo... ¿salvar a quién?»

Ana tampoco sabía.

Tampoco supo cuándo la señora Pomfrey la había sentado en uno de los asientos ya que sus piernas parecían de gelatina, pero allí estaba ella. Siendo atendida por la enfermera que la miraba con preocupación. Le estaba diciendo algo, parecía ser importante. Ana no lograba escuchar.

«Fleur»

—Fleur... —murmuró frunciendo el ceño—, está herida...

—Se encuentra bien, querida, está descansando —dijo la señora Pomfrey secando la sangre seca que cubría el costado de Ana—. Estás desorientada, tu abuela traerá agua para que bebas. Mira, ahí viene.

Ana giró su rostro y vio a su abuela caminar hacia ella con intranquilidad entre sus cejas. Cuando llegó se arrodilló frente a ella y le tendió el vaso con agua.

—Aquí tienes, cariño. ¿Cómo te sientes?

—Mi cabeza... —Ana se tomó la cabeza entre las manos, sintiendo un punzante dolor en la sien.

Sálvalo.

Movió su cabeza para ver quién le había dicho eso pero nadie parecía haber hablado. La señora Pomfrey estaba concentrada en su herida y su abuela parecía buscar a alguien mientras sostenía su mano en la suya.

«¿A quién?»

A él. Sálvalo.

—Harry está en peligro —masculló Ana, trató de levantarse pero la enfermera la tomó firmemente de los hombros y no la dejó moverse.

—James está haciendo todo lo posible para que la prueba se termine ahora, Ana. Dumbledore ha mandado a que los busquen —le aseguró Hilda pero Ana negó insatisfecha—. Estará bien, cariño.

Del rabillo de su ojo, Ana vio el resplandor verde que la había acompañado esa última hora. Sospechaba que, de hecho, Harry no estaría bien.

Una manta cayó sobre sus hombros, y aunque fuese la mitad del verano, Ana sintió como si siempre la hubiese necesitado. Levantó la vista para ver quién era y observó el rostro de Sirius más serio que nunca.

—¿Cómo estás, Ana? ¿Está muy herida, Poppy? —dijo él dirigiéndose a la enfermera que negó.

—La herida ya está cicatrizando pero sí está en estado de shock. Necesita aire y descansar.

—Tu papá ya está en camino —Sirius apoyó una mano sobre el hombro de Ana—, James va a entrar al laberinto en búsqueda de Harry y Cedric. Amos Diggory y yo nos sumaremos así que si tienes alguna pieza de información...

—¡Ana!

Remus había aparecido por uno de los lados exteriores del laberinto y se encontraba corriendo hacia ella con su usual mirada de preocupación. Una vez que llegó a ellos, tomó suavemente el rostro de Ana y lo inspeccionó por heridas, una vez que quedó satisfecho dejó salir un suspiro tembloroso.

—No puedo creer que ese bastardo haya vuelto aquí —escupió Remus pasando una mano sobre su cabello ya despeinado—. Sirius ve con James al laberinto, yo me quedaré con Ana y... 

Pero Remus no pudo terminar de decir lo que iba a hacer porque el aire cambió instantáneamente con el sonido de un chasquido en la entrada del laberinto. Ana tomó su cabeza en una de sus manos y entrecerró los ojos con dolor mientras observaba hacia la entrada donde varias personas se habían juntado. Y allí los vio, Harry y Cedric habían llegado y estaban tirados en el césped.

«Tengo que salvarlo. Tengo que salvar a Harry»

No dándole tiempo a ninguno de los cuatro adultos que la rodeaban para detenerla, Ana saltó de su asiento y comenzó a correr hacia donde había visto a Harry, ignorando a que su papá la estaba llamando y siguiendo, e ignorando que su cabeza brotaba del dolor como si le estuviesen golpeando la frente con un martillo. Empujó a quienes se ponían en su camino y a quienes la golpearon con sus codos, y después de unos segundos que parecieron eternos, llegó.

Pero llegó tarde.

—¡Dios... Dios mío, Diggory! —exclamó Cornelius Fudge—. ¡Está muerto, Dumbledore!

El corazón de Ana pareció detenerse porque no sintió la sangre recorrer sus venas como debería. El mundo alrededor suyo pareció moverse en cámara lenta cuando Remus llegó detrás suyo y la tomó de los hombros para ver qué era lo que sucedía. La gente que estaba cerca, lo suficiente para haber oído las palabras de Fudge, comenzaron a repetirlas con horror, y Ana sintió su esperanza cada vez desapareciendo un poco más.

Detrás suyo escuchó a su padre ahogar su respiración sin poder creer lo que estaba viendo y escuchando; también vio a James acercarse a Harry con preocupación derramando sobre sus movimientos.

Pero cuando pensó que no podría sentir esperanza nunca más, un suave susurro en su oído izquierdo sopló contra su rostro y algo en Ana se movió: Sálvalo.

No había llegado tarde. Había llegado justo a tiempo.

Dejando la mano de su padre en el aire, Ana dio un paso hacia delante, donde Fudge y Dumbledore se encontraban discutiendo, y esquivándolos fue hacia donde Cedric tendía. Su cuerpo tieso segundos atrás la hubieran helado pero, sin darle tiempo a nadie ni a ella misma, se agachó a su lado y posó una mano sobre su rostro helado. Cerró los ojos y respiró profundamente.

Quería salvarlo, así que el mundo le respondió oscureciendo todo y haciéndola caer. Porque aunque ella no vio absolutamente nada, el campo completó presenció aquella brillante luz que la envolvió.

•      •      •

¡buen jueves! les traigo un capítulo antes de lo normal <3

¿cómo están?

la nota va a ser un poco corta porque el capítulo fue eterno, disculpen se me fue la mano !

el próximo capítulo va a ser el último del segundo acto, ¿qué les pareció este acto? ¿les gustó?

TRADUCCIONES del francés del capítulo:

"Maman, c'est Ana, la championne de Hogwarts et mon amie": Mamá, esta es Ana, la campiona de Hogwarts y mi amiga.

"Bonjour Madame": Buenos días, señora.

"¡Vous êtes très beau! Je m'appelle Louise": ¡Eres muy hermosa! Mi nombre es Louise.

"Merci beaucoup, Madame Delacour": Muchas gracias, señora Delacour.

muchas gracias por su apoyo lxs amoo <3

•chauuu•

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