𝐟𝐨𝐮𝐫𝐭𝐲 𝐭𝐡𝐫𝐞𝐞
"Quedarse sin tiempo"
Si aquel era el sentimiento de la muerte, Ana debía admitir que era de lo más sereno. Alrededor no se oía ni veía nada, estaba sumergida en una oscuridad desconocida para nada como la que la había acechado todas esas terroríficas veces; no, esta vez la oscuridad le traía una sensación de tranquilidad que no había conocido nunca y se preguntó si podría embriagarse por siempre en aquella dulce soledad.
«No estás preparada para morir, ¿qué dices?»
Era cierto. Ana en definitiva no quería morir, no cuando tenía tantas cosas que hacer, no cuando su abuela se encontraba sola. No podía herir a su abuela con el hecho de que había sobrevivido más tiempo que su hijo y su nieta, la destrozaría por completo.
—Ese es un sentimiento muy honorable.
Una exclamación salió de la garganta de Ana y dio un paso hacia atrás. No sentía sus pies tocar el suelo así que tal vez flotó hacia atrás, o cayó hacia atrás...
—¿Quién eres? —preguntó Ana levantando sus brazos como si aquellos la pudiesen proteger de la misteriosa voz.
—No será necesario —dijo aquella voz refiriéndose a la postura que había tomado—. Nadie puede lastimarte aquí.
Ana dudó pero bajó lentamente sus brazos, mirando a la oscuridad que la rodeaba.
—¿Y tú?
Una suave risa retumbó haciéndola sentir un suave hormigueo en el estómago.
—¿Por qué me lastimaría a mí misma?
La oscuridad alrededor de Ana comenzó a temblar y mezclarse en tintes más brillantes hasta que una pequeña luz blanca y brillante se fue creando de ella. Sus ojos comenzaron a pestañear ante la inesperada aparición de luz y lentamente se fue acostumbrando al ardor que le provocaba el crecimiento de la luz hasta que fue casi de su tamaño, siendo la luz más grande que ella.
Ana pocas veces realmente comprendía el mundo mágico y su sistema, sin embargo, parada en la mitad de la oscuridad frente una luz brillante que parecía acariciar y quemar su piel era un nuevo enigma que debía resolver.
La luz no tenía forma, simplemente era. Se movía en pequeñas ondas como si estuviese flotando y había una pesadez en ella pero no de peso material sino que... era como si estuviese cargada de energía, magia. Hacía que su piel picara donde la luz tocaba. Una sensación extraña.
—¿Dónde estoy? ¿Quién eres?
Ana vio a la luz moverse alrededor suyo como si la estuviera analizando. Sentía su mirada en ella pero no había ojos que ver, sólo luz.
—¡Dime quién eres! —dijo Ana perdiendo la paciencia. Ya estaba lo suficientemente desorientada para no sentirse del todo segura.
La luz se detuvo en seco y flotó nuevamente frente a sus ojos.
—Soy nadie, soy todo lo que toco. No tengo un nombre por lo que no puedo darte algo que no poseo.
Si había algo de lo que Ana se estaba hartando eran acertijos y metáforas. ¿Cómo es que nadie hablaba con sentido? No obstante, apartó su irritación y se dedicó a pensar en toda la información que había recolectado en los últimos dos años.
—¿Eres la luna?
No perdía nada al preguntar, pero si se tambaleó en vacilación cuando escuchó que la luz disentía sus teorías.
—¿Es que soy un satélite? ¿Una metáfora? Soy magia, Anastasia. Soy tú y tú eres yo. No trates de darme una forma mortal porque no la poseo. Hasta mi voz es tuya, pues yo no la tengo —Ana sintió que la luz cada vez se hacía más grande—. He querido hablar contigo desde el día de tu nacimiento pero he visto que no has logrado comprender del todo lo que hacemos aquí; me temo que te he hecho perder el tiempo, distrayéndote en sueños... se me era imposible encontrar la forma de hablarte, siempre había un obstáculo por lo que es un alivio que estemos aquí. Ya era tiempo de que nos conociéramos.
—¿A... a qué te refieres con... bueno, con todo? —Ana entrecerró los ojos al notar que la luz le hacía lagrimear—. ¿Distraerme en sueños? ¿Qué es lo que estamos haciendo aquí?
Se volvió a escuchar su risa pero esta vez Ana sintió una suave brisa chocar contra su rostro.
—Perdona mi entusiasmo, estamos aquí para que finalmente comprendas lo que hice el día de tu nacimiento, para que entiendas cuál es tu objetivo, nuestro objetivo —la luz se hizo tan grande que cubrió por completo a la oscuridad, pero esta vez, a Ana no le molestó—. Te he observado estos últimos años, verás, he estado dormida desde aquella terrible noche donde tu magia fue escondida; una terrible situación que nos dejó a ambas atrapadas en un cuerpo sin vida, sin magia suficiente para realmente estarlo. Te llevaron con una familia cuyo olor era tan normal que lo único que pude hacer fue invernar, y lo hice los últimos doce años, hasta que dos años atrás volví a sentirla, la magia me refiero, tú magia.
»Pero dormir por mucho tiempo me había debilitado, no podía despertar del todo y por ello lentamente fui tratando de hablarte, decirte que estaba allí contigo a través de sueños. No fue suficiente, pues te olvidabas de ellos al despertar aunque podías sentir mi presencia. Eso me dio esperanza y continué haciendo aquello hasta que comenzaste a recordarme a mí y a mis palabras. Pero me querías silenciar, comenzaste a usar magia contra mí, ingerías magia para dormir sin sueños y me hiciste el trabajo cien veces más difícil; no obstante, recuperé mis fuerzas y seguí intentando hasta que en una noche te brindé ayuda, fue una luna llena, una de las fases donde soy más... estable.
Ana frunció el ceño tratando de recordar alguna luna llena en que había sido ayudada por aquella luz mágica.
—No lo recordarás —la interrumpió la luz haciendo que se sobresaltara—. Tu mente hace un buen trabajo en borrar memorias... ha borrado hasta las mías. Pero eso es a lo que quiero llegar. Mis memorias no están del todo formadas y eso es un defecto al ser tu cuerpo tan débil.
Ofensa llenó los pulmones de Ana y abrió la boca preparada para decir algo. No le dio tiempo para decirlo.
—Me temo... me temo que esa parte es mi culpa y por eso te he traído aquí, al lugar donde he estado estos últimos años.
»Nuestro contrato es peligroso, Anastasia. El vínculo que se formó entre tú y yo el día de tu nacimiento no solamente es una maldición para ti, sino que también lo es para mí. Ambas nos encontramos atrapadas y presiento que si no llegamos a un acuerdo... terminará por quitarte tu vida.
Un escalofrío recorrió la espalda de Ana y se abrazó a sí misma, tratando de comprender lo que se le estaba diciendo.
—¿Y tu vida? —preguntó lentamente, no queriendo ofender a la magia frente suyo.
—¿Vida? Yo no muero, estimada, soy magia y aunque tú puedas desfallecer, yo seguiré presente. Reitero, es peligroso para ti en términos de vida, pero para mí, es peligroso en lo que conlleva quedarme mucho tiempo contigo. Ya he... visto lo que mi esencia hace con los seres humanos cuando me poseen, no deseo volver a repetir esa experiencia.
El brillo de la luz titiló por un segundo que pudo haber pasado por alto de Ana si hubiera pestañeado. La voz que había hablado esos últimos minutos quedó en silencio y esta vez Ana fue quien dio el primer paso para que la conversación continuara.
—Dijo algo acerca de un acuerdo.
—Sí, nuestro acuerdo consiste en algo que ya has oído. Una profecía.
El aire se le atascó en la garganta pero Ana sabía muy bien a lo que se refería. Pettigrew había mencionado una profecía de la cual temía que ella fuese partícipe. Los alrededores donde ella estaba comenzaron a oscurecer nuevamente y un suspiró dejó a la luz.
—Estoy débil luego de lo que hemos hecho y aunque me alegre de que hicieras lo pedido, me temo que pedí más de lo que era posible por lo que tú también lo estás. No hay tiempo que perder, pues —la luz brilló aunque la oscuridad cada vez se hacía más grande—. Debes encontrar a quien el sol ha besado, si no mi magia te terminará por matar. La profecía sólo podrá valerse si encuentras a mi otra mitad y así nuestra maldición podrá llegar a su fin y tú podrás quitar el peligro del camino.
—Espera, ¿qué?
Los nervios hicieron que la piel de Ana se erizara mientras la oscuridad parecía devorar la luz a una velocidad mayor.
—Encuentra la profecía, mas yo no la recuerdo. Debes apurarte antes de que quien te busca te encuentre primero —frente los ojos de Ana la luz se fue apagando y ella no podía inmutar palabra alguna—, no confíes en nadie Anastasia Abaroa, ni en quién quiere traer victoria para sí mismo.
«¿Victoria para sí mismo?»
—¡Espera! ¡Tienes que decirme más! —se desesperó Ana viendo a la luz titilar y lentamente siendo tragada por la oscuridad de antes.
—Encuentra... a quien fue besado... por el sol... —la voz se había convertido en un susurro—, nos volveremos a encontrar... en tus sueños... cuídate... de ti.
La luz se apagó frente a sus ojos y un temblor recorrió el cuerpo de Ana mientras hasta la oscuridad parecía desaparecer. Sintió su conciencia desaparecer y lo último que escuchó en su mente fue una sola pregunta: ¿Qué iba a hacer?
• • •
Lo primero que notó Ana al recobrar la conciencia fue que la boca la tenía completamente seca. Su lengua se sentía áspera y pastosa mientras que su respiración le raspaba la garganta; sus encías se encontraban parcialmente pegadas contra las paredes del interior de su boca y sus labios rotos costaban abrirse. Le dolía la cabeza y sus piernas parecían estar dormidas como si no se hubiese movido en años, no obstante, en el momento en que su cerebro pareció despertarse, los dedos de sus pies fueron los primeros en moverse.
Estar viva se sentía «tan» bien.
Cuando trató de abrir los ojos se dio cuenta de que sus pestañas se encontraban mojadas y podía oler el ligero aroma a alcohol que alguien había usado para limpiar seguramente las lagañas que se habían formado. Quiso quejarse pero la garganta le irritaba tanto que optó por no hacer sonido alguno y abrió los ojos lentamente para acostumbrarse a sus alrededores.
Lo primero que vio fue un techo que conocía muy bien: el techo de la enfermería. Si hubiese podido, se hubiera reído de la predecible situación. ¿Cuándo no terminaba en esa sala? Lo segundo que vio fue la figura de alguien sentado a su lado, una pierna cruzaba la otra en un ángulo de 90° mientras que el pie de la pierna estirada se movía a un ritmo sereno, sus manos estaban apoyadas en su regazo, se encontraban quietas y entrelazadas entre sí; y lo último que notó Ana fue a quién pertenecía aquel rostro cuyos ojos estaban cerrados.
—¿Bl...?
Una mueca se posó en sus labios al notar que en definitiva no podía hablar aún pero sí vio cómo el chico abría los ojos que se posaron rápidamente sobre los de ella, mirándola sin poder dar abasto. No obstante, y sin decir nada, Blaise se irguió rápidamente en su lugar y estiró un brazo hacia la pequeña mesa al lado de la camilla donde descansaba Ana para agarrar la jarra de agua y servirla en un vaso. Lo tendió hacia ella y la ayudó a beber. Sin quejarse o perder tiempo extrañándose ante la situación, Ana dio breves tragos a la refrescante bebida que la hizo sentirse mejor.
Después de que quedó satisfecha y Blaise dejó el vaso de cristal en la bandeja a su lado, lentamente se volvió a sentar en su asiento sin dejar de mirarla. Unos segundos pasaron entre ellos, cuando decidió hablar.
—Así que no estás muerta.
Ana iba a preguntarle a qué se refería, cuando los eventos de la noche anterior aparecieron con letreros de neón en su cabeza. El laberinto. Aquella voz. Cedric.
—Dios, Cedric... —Ana entró en pánico pero Blaise la detuvo en su lugar cuando quiso levantarse—. ¿Está bien? ¿Está...?
—Está bien. Vivo. —dijo él viendo el alivio relajar los hombros de Ana y su expresión—. Más que tú, incluso. Gracias a ti.
Su pánico cambió a confusión y frunció el ceño aunque le doliese la cabeza. ¿Gracias a ella? ¿Qué había hecho? ¿Cómo...?
—No lo recuerdas —sentenció Blaise con un asentimiento y comenzó a alzarse de su lugar—. No soy la mejor persona para contarte lo que ha pasado, buscaré a tu abuela...
No dejándolo ir, Ana reaccionó rápido y lo tomó del antebrazo, haciendo que parase en seco.
—¿Qué haces aquí, Blaise?
El chico pestañeó lentamente, pensando en su respuesta.
—Tu abuela estaba cuidándote pero me dejó pasar, se fue a hacer un té en la oficina de Madame Pomfrey así que déjame buscarla...
—Me refería al porqué, ¿por qué estás aquí? —insistió Ana, dejando caer su mano hacia la suave camilla.
Blaise la miró y Ana advirtió un dejo de vacilación en su expresión, como si él tampoco supiese su razón de estar allí.
—Supongo que... Quería verte por mí mismo en vez de escuchar los rumores de que estabas muerta. Fueron tediosos en estas últimas dos semanas.
«¿Qué?»
No habían podido pasar dos semanas, es decir, la noche anterior había sucedido lo de Cedric, ayer había hablado con aquella luz y...
Ana se agarró la cabeza con una mano mientras lentamente se volvía a recostar en la camilla. Dos semanas. Dos semanas inconsciente mientras rumores como que estaba muerta rondaban los pasillos del colegio.
Al ver que Ana se encontraba en un estado deplorable, Blaise volvió a intentar levantarse para ir a buscar a Hilda, pero nuevamente, los dedos de Ana se cerraron alrededor de su muñeca, haciéndolo detener en su lugar.
—No quiero... volver a la realidad aún. Por favor.
Si Blaise traía a su abuela, entonces Ana debería obligarse a escuchar dos cosas: lo que había sucedido en esas dos últimas semanas y lo que aquella noche en el laberinto significaría para el futuro. Cedric no había muerto por causa natural y sabía que la respuesta era más siniestra que aquello.
Pero si Blaise se quedaba con ella —por más raro que sonara— podría disfrutar de la ignorancia por unos minutos más. Al menos hasta que su abuela volviese por su cuenta.
—Háblame de lo que sea —pidió Ana viendo cómo Blaise volvía a su asiento sin quitar su muñeca de su agarre—. Pero no menciones esa noche, por favor.
No queriendo incomodarlo, Ana sacó su agarre de él y arropó su mano por encima de la sábana blanca que tapaba su cuerpo. Blaise le dio una inexpresiva mirada y volvió a sentarse como antes, una pierna encima de la otra. Ana rogaba que viendo su, probablemente, horrible aspecto, le tuviese un poco de simpatía. Afortunadamente, el chico cedió. Sólo que empezó a hablar de algo que a Ana le disgustaba.
—Me has estado ignorando.
Una mueca se posó en los labios de Ana y cerró los ojos con vergüenza, arrepintiéndose de su decisión. No obstante, al ser ella quien le había básicamente rogado que le hablase de algo, optó por responderle honestamente.
—Sí, lo he estado haciendo —dijo ella, recordando las semanas de junio que había evitado estar cerca de Blaise.
Blaise fijó su mirada en ella pero Ana no pudo adivinar qué expresión le estaba dando, pocas veces lograba adivinar igualmente. Lo que sí podía adivinar era que él le preguntase su razón de hacerlo y esperaba con fervor que no lo hiciera. ¿Qué le iba a decir? ¿Me dijeron rumores de tu familia y traté de no estresarme más de lo que estaba? ¿Es que estaba loca?
No obstante, Blaise no inquirió acerca de sus razones, sino que hizo una declaración un poco sorpresiva.
—Eres difícil de leer.
Estupefacción subió a la expresión de Ana y observó a Blaise no sabiendo si había oído bien. ¿Difícil de leer?
—Diría que soy un libro bastante abierto —confesó Ana incrédula y frunció el ceño hacia Blaise—. ¿Cuál es tu excusa? Tú eres difícil de leer.
—No tengo una. No deseo ser leído.
Ana resopló ante la respuesta pero sorprendida no se encontraba. Se había acostumbrado a sus extrañas manías de ser cerrado y exagerado en su forma de expresarse. Se cruzó de brazos y ladeó su cabeza, encarando una ceja.
—¿Cómo puedes decir que soy difícil de leer cuando siempre estoy por todos lados diciendo lo que pienso sin ocultar mis emociones?
—Eso no significa que eres fácil de leer, sólo muestras lo que prefieres y dejas el resto a la imaginación de los demás. ¿Qué hay de la parte cuando sufres? —Blaise la imitó y cruzó sus brazos—. Cada vez que hieres, actúas como si estuvieses bien cuando en realidad sufres tanto como cualquier otra persona. No sé por qué haces eso, ¿qué ganas?
Incredulidad fue lo que Ana sintió al escuchar aquello. ¿Blaise Zabini le estaba diciendo eso?
—No me estás a punto de decir que no haces exactamente lo mismo.
—No, lo hago —admitió Blaise sin dudar un segundo—. Pero como te he dicho, no deseo ser leído, percibido; en la otra mano, tú sí, y tienes personas que se preocupan por ti por lo que es aún más raro. Casi nunca puedo saber lo que piensas.
—A menos que puedas leer mentes, creo que eso es tan sólo difícil de hacer.
Blaise dejó salir un bufido de molestia y negó con la cabeza, frotando sus dedos contra sus ojos, buscando una forma de responderle. Luego de unos segundos donde Ana esperó pacientemente, se llevó una sorpresa cuando lo escuchó hablar nuevamente.
—Me refiero a que me confundes, Abaroa —dijo él dejando de mover sus manos y mirándola fijo a los ojos—. La mitad de las cosas que haces no veo razón de por qué las haces, y ciertamente no comprendo el porqué tratas de conocerme.
Ana quedó muda. Revivió todas esas veces que le había hecho preguntas absurdas o triviales para hacer conversación o hacerlo hablar mientras se encontraban solos. Se había transformado en algo tan normal entre ellos dos que se había olvidado que lo hacía para entenderlo un poco más, o como Blaise lo había puesto, conocerlo. Y si Ana era honesta consigo misma, luego de todo lo que había pasado y todo lo que había conocido, no sabía si era necesario negarlo.
—¿Es algo malo que quiera hacerlo? —preguntó ella honestamente, queriendo saber si en serio le molestaba tanto que quisiera formar una amistad luego de haber estado reñidos por un corto período de tiempo.
Blaise la observó con incredulidad pero en vez de responder sacudió su cabeza y dejó salir un resoplido entretenido. Desconocido para Ana, algo en su expresión cambió a algo que nunca había sentido antes, pero lo único que se atrevió a decir fue:
—Como dije, eres confusa.
Ana lo miró de reojo y pensó en cómo él se encontraba allí con ella. Un bajo suspiro la abandonó.
—Lo mismo va para ti.
Al otro lado de la habitación, tapado por las cortinas que rodeaban la camilla de Ana y a Blaise también, se escuchó una puerta abrirse y los tacones de un par de zapatos entrar a la enfermería. El seco sonido comenzó a acercarse hacia donde estaban y en cuestión de segundos se detuvo justo fuera de las cortinas, cuando estas se abrieron la figura de Hilda Abaroa se hizo ver, sosteniendo con sus manos arrugadas una humeante taza de té.
—Gracias por cuidarla, querido, deja...
Las palabras se atascaron en la garganta de Hilda una vez que vio que su nieta se encontraba despierta y observándola, y Ana temió que la taza se le cayera de las manos cuando estas comenzaron a temblar.
—Anita...
Rápidamente Hilda se acercó a un lado de su camilla, dejó su taza en la mesita y tomó suavemente el rostro de Ana buscando algún signo de malestar en sus ojos. Viendo los ojos marrones de su abuela volverse rojos y cristalizados, Ana posó sus manos sobre las suyas para darle apoyo y asegurarle de que estaba bien.
—Estoy bien, nana...
Una risa de alivio dejó a Hilda y apoyó sus labios en la fría frente de Ana antes de volverse a Blaise que se había levantado con su llegada.
—Querido, por favor llama a Poppy y trae a Dumbledore lo más pronto posible, la contraseña de su despacho es «Cucurucho de cucarachas». Dile que venga, que Ana ha despertado.
• • •
Luego de ser informada de absolutamente todo, por más que su abuela y su padre hubieran pedido que le dieran un poco de espacio al que Ana se negó al haber tenido suficiente espacio las últimas dos semanas, Ana supo que: Alastor Moody había sido controlado por la maldición Imperius desde el principio del curso por el supuesto fallecido Barty Crouch Jr, que usó al auror para poder ingerir la poción multijugos; Voldemort se había alzado nuevamente y el hechizo de Faith había funcionado bien ya que Peter Pettigrew sí había estado cerca de un traslador junto al mago tenebroso; Ana al haber estado dos semanas en la enfermería sin responder habría sido transferida al hospital San Mungo la mañana posterior; y asimismo, Cedric sí había sido asesinado aquella noche pero, milagrosamente, Ana lo había revivido.
Lo que traía consigo mismo una gran cantidad de preguntas.
—No sé qué hice —confesó Ana cuando Dumbledore le preguntó lentamente si sabía qué había pasado aquella noche—. No sé cómo hice, sólo sé que... que...
«No confíes en nadie» Esas habían sido las palabras que aquella luz le había dicho en ese extraño sueño y por más que a Ana le hubiese resultado raro, no iba a ir en contra de lo que suponía realizar eso. No cuando su cabeza parecía estar en una constante pelea contra sí misma.
—Sólo sé que estoy tan confundida como todos los demás —terminó de decir ella, optando por no decir la verdad pero tampoco completamente mentir, después de todo sí estaba confundida.
Dumbledore la miró fijamente a través de sus anteojos de media luna y Ana tuvo el presentimiento de que estaba buscando una vacilación de su parte, algo que le confirmase de que estaba mintiendo, escondiendo algo. No obstante, a Ana le resultaba más fácil no decirle la verdad a quienes le caían mal.
De esa forma no había forma que ella los decepcionara cuando la vara estaba tan baja.
—Ana —Dumbledore le llamó la atención nuevamente y ella lo miró—. Te encuentras en una situación peligrosa. Lo que le has hecho a Cedric aquella noche fue un acto milagroso que no se ha visto jamás con anterioridad, lo que presupone que tu magia atraerá atención no solicitada si sale a la luz, lo cual inevitablemente hará. No poseemos el poder en quién recibirá las noticias por lo que hemos de ser cuidadosos. En el momento no sabemos cómo pudiste resucitar la vida de Cedric pero debemos apresurarnos antes de que alguien descubra la explicación —se irguió en su lugar y Ana vio sus anteojos brillar—. Así que te preguntaré nuevamente, ¿sabes cómo lo hiciste?
Mirándolo fijamente con una mueca propia en sus labios, Ana tomó aire y después de unos segundos negó sin dejar de mirarlo. Aquella sería su respuesta hasta que realmente estuviera segura de que Dumbledore fuese de confianza, porque Harry podía confiar en él todo lo que quisiese, pero ella no era amiga del gran mago de la comunidad mágica.
Decidiendo que era hora de que el interrogatorio finalizara, Dumbledore asintió después de unos segundos y miró a Remus —quién recién había finalizado de darse un baño cuando el director le había avisado que Ana estaba despierta— y le indicó que salieran de adentro de las cortinas para hablar afuera. Remus asintió sin antes darle una aliviada sonrisa a Ana que se la devolvió.
Una vez que él y Dumbledore se encontraron afuera, Ana quedó junto a Hilda quien aún tenía su mano entrelazada con la suya mientras permanecía sentada en el asiento que previamente Blaise había utilizado.
Hilda levantó la mano de Ana y la apoyó contra sus labios antes de susurrar:
—Estás mintiendo.
Ana la miró con desesperación pero Hilda negó y se levantó de su lugar luego de darle unas suaves palmadas a su mano mientras la apoyaba en su estómago.
—No preguntaré porqué pero sabes que estoy aquí por ti, Ana —Hilda le sonrió débilmente y le tendió un pequeño frasco de vidrio con el líquido celeste casi lila que había tomado tantas veces—. Bebe esto y trata de dormir, ¿sí?
Con un beso en su frente, Ana vio a Hilda salir del cerrado espacio que formaban las cortinas verdes claro y quedó completamente sola en la oscuridad, sólo siendo acompañada por el leve susurro de afuera y las pisadas suaves que cada vez se hacían más lejanas.
Con un suspiro Ana levantó el frasco y vio el vidrio brillar en una luz blanca y azul causada por la luz filtrada por las ventanas. Presionó su agarre en el frasco y cerró los ojos, dejando caer el brazo encima de su estómago como había estado antes.
Lo último en sus planes era dormir, más cuando al parecer había pasado dos semanas enteras en un sueño profundo. Pero esa no era la única razón y lo sabía, sabía que había algo peor que haber dormido dos semanas.
Dormir ahora tenía otro sentido, era el único momento donde aquella magia... aquella voz le podía hablar y la poción de insomnio había obstaculizado aquello; lo que significaba que si ahora no dormía sin ella entonces aquellas pesadillas serían peores lo que también igualaba a directamente no dormir, lo que resultaría en...
Una protesta dejó sus labios y pasó sus manos sobre su rostro, tratando de borrar sus pensamientos. Extrañaba su vida libre de magia.
Vacilando volvió a mirar de reojo el frasco y resopló, sacando el pequeño corcho de la apertura antes de darle un largo trago al frío líquido. Y cuando su mente comenzó a nublarse, se dijo a sí misma que la luna debía esperar.
Tal como ella lo había hecho.
Las semanas que siguieron a su despertar pasaron más borrosas de lo que Ana quería admitir. Sus hombros sentían un nuevo peso en ellos y su cuerpo no se sentía igual que antes, pues todo lo que hacía le causaba cansancio, como si lo sucedido le hubiese quitado sus huesos. Hasta levantarse era un desafío.
No obstante, hubo un momento del día posterior que Ana recordaba con colores vibrantes. Cuando la familia Diggory y Cedric se acercaron a la enfermería una vez que todos sus amigos la habían ido a visitar, alegres de su recuperación.
Alivio fue lo que sintió Ana al ver a Cedric tan sano como siempre, aún cuando su rostro parecía cansado y angustiado. Por más poca relación que ambos hubiesen tenido antes de la tercera prueba, su situación ahora era mucho más compleja. Ana lo había revivido, y por más que eso era completamente alucinante para los dos, había pasado.
—Gracias —había susurrado Cedric mientras la estrujaba suavemente en un abrazo que decía más de mil gratitudes—. Gracias.
Ana no se atrevió a decir nada.
La noche antes del retorno a su casa en Londres, Ana preparó su baúl lentamente. Ella y Harry habían estado temiendo el banquete de fin de curso, que Ana tanto había disfrutado el año pasado. No obstante, a diferencia de su amigo, Ana no asistió al Gran Comedor, sino que se refugió en la oficina de su padre al no querer estar rodeada de gente o escuchar el deprimente discurso que daría Dumbledore.
No podía pensar en peor escenario que aquel.
Ya instalada en la oficina de Remus, Ana hizo una pequeña fortaleza con algunos sacos de su padre y las maletas llenas de libros y sus pertenencias. Hacía unos días, desafortunadamente para Ana y casi todo el alumnado de Hogwarts, Remus había decidido renunciar permanentemente a su puesto como profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Por más que Ana le hubiese rogado a que se retractara, el pretexto de Remus había sido que había de atender cuestiones mayores fuera del colegio que no podría realizar dentro de este. Ana desistió al ver que no había forma de hacerlo cambiar de opinión.
Escuchando el sonido de la noche a través de las ventanas abiertas de la oficina, cerró los ojos y disfrutó de aquel momento en paz que no había obtenido los últimos días.
—Ahora sólo estamos tú y yo, mamá —dijo Ana mirando una de las libretas que había tomado de una de las cajas y que no había leído con anterioridad.
Corrió su mirada unos centímetros para abajo y vio el hilo rojizo que ahora salía de su varita luego de haber cambiado el enfermizo verde que tantos problemas le había causado. Ahora hasta que dijese lo contrario, Pettigrew se encontraba atado a Ana, y usaría esa información para su beneficio. Después de todo, si lo había atrapado una vez, podría hacerlo nuevamente.
Iba a abrir la libreta y sumergirse en las historias que su madre había volcado en ella cuando un sentimiento se posó en su pecho haciéndola mirar por el rabillo de su ojo hacia donde la luz de la luna creciente se filtraba en la ventana. Tenía experiencia en esos momentos, aun así, se sorprendió de sí misma cuando sus piernas se movieron hacia la abertura para mostrarle el cielo estrellado y despejado donde el satélite descansaba.
La voz de su sueño le había dicho que era magia, magia sin nombre y sin figura, pero Ana sería una idiota en no conectar los puntos y presumir que la magia venía de ningún lado, porque definitivamente aquella magia que se había unido a ella en su nacimiento tenía una conexión con la luna.
«Conectada con la luna mientras alguien más, aparentemente, fue besado por el sol»
Un suspiro de derrota la traicionó y se sentó en el borde de la ventana para sentir el fresco aire de la noche que golpeó serenamente contra sus mejillas pecosas.
Debía encontrar a esa persona, debía volver a encontrarse con aquella luz, debía encontrar la profecía.
Tantas tareas y aún no sabía si el tiempo se le acababa.
¿Qué tal si se quedaba sin tiempo? ¿Qué sería de ella si eso pasara?
Negándose a pensar de forma tan pesimista, sacudió su cabeza y se alejó de la ventana, tampoco queriendo tentar su suerte, para volver a su asiento de antes donde había dejado la libreta. Sin embargo, habiendo levantado la libreta tan abruptamente, hizo que un pergamino doblado cayera hacia el suelo de madera.
Se agachó curiosa y levantó el papel, leyendo las primeras palabras que decía en tinta:
Querido Remus...
Ana alejó su mirada del pergamino en cuestión de segundos con los ojos bien abiertos y se mordió el labio al darse cuenta de que leer aquella carta no era para nada de su incumbencia. Parecía ser una carta de su madre hacia su padre. Se fijó rápidamente la firma para ver si sus sospechas eran correctas y cuando verificó que así era, volvió a doblar el pergamino y lo dejó sobre el escritorio.
Para que llamara la atención de su padre, Ana buscó entré las cajas algún pergamino y cuando encontró y arrancó un pedazo, escribió (con una de las lapiceras que aún faltaba guardar) una corta nota para que leyera una vez que volviese:
"Papá, esta carta cayó de una de las libretas de mamá y es para ti :)"
Satisfecha con su letra ilegible, cerró la lapicera y colocó el papel sobre la carta, asegurándose que no se pudiese volar.
Un chillido detrás suyo la hizo encogerse en su lugar, cuando notó que se trataba de dos duendecillos encerrados en una gran jaula.
—Oh, pero si son curiosos...
Cambiando sus planes para la noche, Ana dejó la libreta en el escritorio y se acercó a los duendecillos traviesos para que abarcaran toda su concentración por las próximas horas.
• • •
El tren había comenzado a moverse cuando Remus encontró un compartimento libre de alumnos, en donde podría descansar las próximas largas horas de viaje. Horas atrás, Sirius y James le habían propuesto que usase magia para aparecer de vuelta en Londres como harían ellos, pero él se había negado. Había algo especial en viajar en el Expreso Hogwarts y quería disfrutarlo una última vez, como en los viejos tiempos.
Sentado en uno de los asientos, su mirada se fijó en los terrenos verdes a través de los vidrios que pasaban a una velocidad moderada, haciéndolos parecer borrosos. Su cuerpo podía sentir la leve turbulencia que causaba el movimiento del tren y sus ojos se cerraron para apreciar la serenidad. Después de todo lo que había sucedido, necesitaba un momento como ese. A solas y con un leve sonido que no lo dejaba completamente abandonado en sus pensamientos.
Hubiese sido perfecto si no fuese por un mínimo detalle.
Uno de sus ojos se abrió y miró de reojo hacia el pergamino que había encontrado aquella mañana cuando había vuelto a su oficina. Sonrió al recordar la breve nota que Ana le había dejado en conjunto con el pergamino que tanto pánico le traía. Dejó de sonreír al pensar nuevamente en este.
Una carta de Faith. La última carta de Faith.
Después de todo lo que había sucedido ese último mes, temerle al miedo se había vuelto un sentimiento recurrente para Remus. Y mientras pensaba en las miles de posibilidades que aquella carta podía significar, su corazón se apretujaba un poco más en su pecho. Casi le estaba costando la vida.
«Sé valiente. Una última vez»
Era fácil decirse aquello, pero ponerlo en práctica parecía ser una tarea imposible.
Una vez más, el fantasma de Faith le seguía dando problemas.
Leer la carta significaba dos polos opuestos en su cabeza: en primer lugar, sería una forma de traerla de nuevo a su vida, de vivir por unos segundos en un mundo donde Faith estaba con él, viva y feliz; pero en segundo lugar se trataría de una despedida, el último pedazo de Faith que faltaba por explorar. Era una lucha en la que no había ganadores.
Con una mano temblorosa tomó el pergamino y se dejó sentir su áspera textura entre sus dedos. Un último fragmento de Faith, ¿le traería un fin a su pasado o abriría heridas nuevas?
Nunca sabría si no leía, y con eso en mente, desplegó el pergamino para comenzar a leer la agridulce carta:
Querido Remus,
Si te soy sincera, no estoy segura de que esta carta te llegue en ningún momento cercano, aún no sé si la terminaré o encontraré la valentía para hacerlo. Me temo que está fuera de mis manos. Ya con ello fuera del camino, te diré que la razón de esta carta es, simplemente, mi despedida.
No es una noticia que las palabras no sean mi fuerte, es más, si pudiese no expresar mis sentimientos de esta forma, jamás lo haría, sin embargo, tú lo amas. Sí, puede que esto hasta para ti sea una sorpresa, pero no lo es para mí porque por más que siempre te costó decir lo que sientes, escuchar a los otros decirlo es un detalle que adoras, y hacerte sentir amado siempre fue una de mis cosas favoritas. No siempre ha sido así, ¿no? No siempre te comprendí lo suficiente para estar un paso delante tuyo; pero tú sí siempre lo hiciste y es mi deber pedir disculpas por ello. Lo siento.
Perdóname por haberme acercado a ti, perdóname por haberte dejado un lugar en mi corazón, perdóname por haberme enamorado de ti. No fue mi intención caer en tus brazos, menos que tú me sostuvieras. Sé que si estuvieras aquí me dirías que no tengo nada por qué disculparme, que no hice nada mal, y tienes razón, amar no es una razón para disculparse. Pero mientras te amé, cometí el peor de los pecados, y como dije antes, es mi deber hacerlo.
Recientemente llegué a la conclusión que he estado elaborando estos últimos años y la respuesta que encontré me rompió el corazón: Descubrí que mi amor es, lamentablemente, defectuoso, y con él te arrastré todo este tiempo. Te diré un secreto Remus, un secreto con el que lastimé a muchas personas: nunca sentí tanto amor, ya sea platónico como romántico, por alguien como lo hice contigo. Y esa es una posición cuyo peso debe ser terrible así que lo siento si te ha ralentizado. No pude contener mi corazón y eso ha llevado a que mi vida se convirtiera en un libro cerrado.
El jueves pasado me hiciste un comentario, no sé si lo recuerdas (seguramente no ya que no fue importante para ti), pero me dijiste: «Faith, ¿qué te parece lana verde para esas medias que le estás haciendo a Ana?». Me reí ante tu recomendación, ¿lo recuerdas? Tú no sabías qué diablos habías dicho que podría ser considerado tan gracioso pero te reíste conmigo de todas formas, tal vez maravillado ante mi supuesta incredulidad. No obstante, incredulidad no era lo que sentía, era simple y pura rabia al mundo porque me había fallado. No existe remedio para curarme y me enoja estar consciente de aquello. Estoy perdida en mi cabeza y me temo que tu amor no podrá salvarme esta vez.
Creo que esto no lo sabías, y si tenías sospechas entonces no lo demostraste en ningún momento, pero mi memoria me ha estado fallando estos últimos meses. Cada día me levanto y una parte de mi memoria se esfuma en la nada, dejándome con un vacío latente que no puedo llenar. Por eso aquella vez me reí del mundo, me había olvidado de algo a lo que tenía tanto afecto, me olvidé de mi pequeño proyecto. Tú sabes que mi mente lo era todo para mí así que es irónico que ahora sea lo que lentamente me esté matando. Me mata porque hay días en que me olvido que te amo, Remus, que te amo a ti y a Ana lo suficiente para seguir mintiéndome de que todo estará bien. No todo estará bien, y debo meter ese hecho en mi cabeza antes de que sea tarde para salvarte. Debo salvarte. Tengo que salvarte de mí.
Remus, nuestro amor estaba destinado a caer por más que los dos nos queramos susurrar mentiras, y una parte de ti lo sabe. Lo descubriste años atrás y lo callaste; perdóname por no haberme dado cuenta antes pero, repito, que mi amor hacia ti me hizo cometer el peor de los pecados, y ese pecado es el de quitarte tu vida. Te he apuñalado. Mi amor te ha matado y no hay remedio que me cure, pero eso no significa que no pueda tratar de salvarte a ti, porque si me lo permites salvaré tu vida antes de que sea tarde para los dos. Es mi deber como sanadora salvarle la vida a los demás, y eso es lo que haré contigo.
Así que Remus Lupin, tú eras la persona correcta para mí. Me hiciste una mejor persona, me hiciste sentir mariposas y me diste una razón para continuar; pero el amor verdadero es el que mejora la vida de todas las partes involucradas, y yo (Faith Ward), no soy la persona correcta para ti. Te mereces a alguien que dé, no a alguien que saque, mereces ser feliz, Remus, y ese anillo que esconde en tu mesa de luz no te devolverá todos los años que te saqué. Te arrebatará aún más y no voy a permitir que cometas otro error, sabiendo que te terminará matando. Guarda ese anillo para alguien cuyo amor sepas es el correcto, y antes de que te preguntes cómo lo sabrás, te aseguro que será instinto. Créeme, así fue como me di cuenta de que eras la mejor persona para mí. Solamente lo supe.
Espero recordar darte esta carta, espero recordar dónde se encuentra y que en los años siguientes cuando nos veamos, tú estés con alguien a quien ames. Ojalá nos hubiésemos conocido en otro mundo, en otro tiempo, tal vez y así te hubiese podido amar como siempre he querido.
Te dedico el mundo entero, Remus Lupin, y espero que el mundo te lo dedique a ti.
Con amor,
Faith Ward.
fin del segundo acto
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¡hola!
al fin llegamos al cierre de este acto <3
díganme ¿qué les pareció? ¿cuál fue su momento favorito? ¿qué esperan ver más en el siguiente acto?
muchísimas gracias por el apoyo que le dieron al segundo acto y espero volver a verles a través de los comentarios o votos en el próximo ♥
les dejo porque en dos horas tengo un examen de suficiencia o(-< I'M SHAKING
¡nos vemos la próxima semana, les amo!
•chauuu•
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