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𝐟𝐨𝐮𝐫𝐭𝐲 𝐧𝐢𝐧𝐞

"Chicos geniales"

Ana no pegó un ojo en toda la noche. Luego de la cena, Remus había desaparecido junto a otros adultos de la cocina mientras que ella y los otros adolescentes tuvieron que lavar las vasijas y los platos usados; y a partir de allí, se le fue imposible dirigirle siquiera una palabra antes de que el señor Weasley los hubiese mandado a dormir.

Pasó toda la noche releyendo las libretas de su madre, buscando respuestas, algo que le dijese qué había ocurrido con Dumbledore para que decidiese abandonar la Orden del Fénix; pero eran cuarenta libretas y su atención se desviaba con cada bostezo que la traicionaba. A veces la almohada era muy tentadora, y otras Basil roncaba muy alto.

Cuando llegó la mañana, se vistió dormida y de la misma forma bajó las escaleras, evitando de cualquier forma caer por ellas nuevamente. Algo que fue imposible para Ginny, que bajó dos tramos de los escalones rodando a causa de los mágicos baúles de los gemelos.

—Bienvenida al club —murmuró Ana somnolienta, comiendo una cucharada de avena, cuando Ginny fue llevada a la cocina por parte de Sirius.

Ginny gruñó con un chichón rojo en la frente.

El vestíbulo estaba en el peor estado. Después de que Sirius le hubiese quitado su cuenco con el desayuno, Ana tuvo que plantarse delante del retrato de la señora Black, cuyos gritos le perforaban el cerebro.

—¡SANGRE SUCIA! ¡CANALLAS! ¡SACOS DE INMUNDICIA...!

—¡Escuchen todos! —gritó James arriba de todo el griterío de la señora Black—. Iremos de esta forma: Harry, Tonks, Molly, Ginny y yo iremos en mi auto...

»Ron, Hermione, ustedes irán con Arthur; Fred, George, ustedes con Remus; y, tú, Ana, irás con Sirius en su moto. ¿Bien?

Ana no pudo quejarse porque en el próximo segundo Sirius la estaba arrastrando afuera y dándole el famoso casco que había usado las veces anteriores.

—Te acostumbrarás —insistió Sirius, dándole vueltas a las llaves de la motocicleta.

Con un suspiro, Ana se colocó el casco negro.

—¿A la decepción?

Tardaron menos de diez minutos en llegar a la estación de King's Cross con la moto, cuyo viaje no fue para nada entretenido para Ana. Sólo podía decir que unas cuantas exclamaciones se le habían escapado luego de que Sirius hiciera maniobras para ir más rápido y no chocar con otros autos. Sus piernas al llegar temblaron más de lo que hubiesen hecho si caminaba hacia la estación.

Una vez dentro de la estación, se quedaron con disimulo junto a la barrera que había entre el andén número nueve y el número diez hasta que no hubo moros en la costa; entonces se apoyaron en ella y la atravesaron fácilmente, apareciendo en el andén nueve y tres cuartos, donde el expreso de Hogwarts escupía vapor y hollín junto a un montón de alumnos que aguardaban con sus familias la hora de partir.

—Bueno, iré entrando a buscar... —Ana dejó salir un bostezo—... un compartimiento vacío. Nos vemos en Navidad, Sirius.

—Espera un segundo —dijo Sirius tomando su brazo cuando se dispuso a caminar hacia el tren—. ¿No esperarás a tu padre para saludarlo? No lo verás hasta Navidad, Ana.

—Me está evitando, Sirius. Desde ayer a la noche cuando Moody me contó que mamá... —bajó su voz—, pues abandonó ya sabes qué. Hablando de eso, ¿sabes algo?

Sirius se corrió a un lado cuando una familia pasaba en apuros a su lado y negó con un suspiro.

—Primero, no te está evitando, estuvo ocupado; segundo, no, tu madre guardaba secretos y debías ser afortunado si querías descubrirlos. Hay cosas que sólo tu padre sabe.

—En ese caso...

Ana se soltó del agarre de Sirius y comenzó a caminar entre la multitud, cuando el hombre la volvió a llamar.

—¡Ana!

Dando media vuelta para mirarlo de reojo, Ana vio cómo Sirius le daba una mirada sabionda que la hizo suspirar luego de unos segundos.

—Dile a papá que lo quiero y nos vemos en Navidad.

Satisfecho, Sirius dejó que Ana finalmente se escabullera entre la multitud y entrara en el tren, seguida por sus compañeros que tenían la misma idea que ella. Dentro del tren, Ana fue empujada por otros estudiantes mientras se movían entre los pasillos en busca de compartimientos vacíos, la cual era una tarea un poco difícil porque el tren en unos diez minutos partiría a Hogwarts y habían habido familias astutas que habían llegado más temprano.

Un jadeo traicionó a Ana cuando el codo de alguien le dio en la espalda, pero rápidamente se compuso cuando a su derecha vio un compartimiento parcialmente vacío, con la sola figura de una persona conocida dentro. Con una sonrisa complacida, Ana abrió la puerta.

—Hola, Luna, ¿puedo sentarme aquí?

Luna no había cambiado mucho durante el verano. Su cabello rizado y apretado era del mismo color rubio platino casi blanco de siempre, y resaltaba contra su piel marrón; sus ojos azules claros y saltones la miraban como si estuviese aún en un sueño. Estaba leyendo su revista de siempre, la cual leía al revés.

—Sí, puedes.

Agradecida, Ana se sentó al lado de una ventana y en frente de Luna, que la miraba con curiosidad. Un bostezó se le escapó.

—¿Te molesta si duermo un poco? No dormí durante la noche... —dijo Ana, apoyando su cabeza contra el vidrio de la ventana, aunque sabía que se llevaría varios golpes con el movimiento del tren.

Luna negó, y sin decir nada, volvió a su lectura. Por su parte, Ana le agradeció con un leve sonido antes de cerrar los ojos y caer rendida en el sueño querido.


Lamentablemente, Ana no despertó por causa de la llegada a la estación de Hogsmeade, sino que saltó en su lugar cuando una risa estridente retumbó en las cuatro paredes del compartimiento. Al principio se encontró desorientada al haberse despertado de repente, pero enseguida notó sus alrededores. Ahora en el compartimiento se encontraban Hermione, Harry, Ron, Ginny y Neville.

Y al parecer alguien había contado el chiste del mundo, porque Luna se tomaba el estómago a causa de la risa.

—¿Qué pasó...? —preguntó Ana luego de bostezar.

—Ron ha hecho un comentario gracioso... —dijo Hermione levantando su varita hacia ella—. Tienes baba.

Con un rápido encantamiento susurrado, el rostro de Ana quedó como nuevo y le agradeció a su amiga. Como aún estaba un poco dormida, refregó sus ojos para despertarse y observó con más detalle sus alrededores. Neville, que estaba sentado al lado de Ginny, miraba de reojo a Luna mientras trataba de relajar su risa; sostenía una maceta con una planta extraña que pulsaba y se movía. Por otro lado, Harry se encontraba leyendo la revista que Luna había estado disfrutando con anterioridad mientras los otros lo miraban expectante. Y cuando finalizó, un dejo de desconcierto pasó por sus ojos.

—¿Hay algo que valga la pena? —preguntó Ron cuando Harry cerró la revista.

—Bueno... —Hermione se aclaró la garganta luego de darle una mirada de reojo a Luna—. Sí que tiene buenas recetas.

—¡Es verdad! —añadió Ginny con una sonrisa—. Hice los hongitos de caramelo y frutilla durante el verano y fueron geniales.

—Esa es la receta favorita de mi papá —confesó Luna encantada y con voz suave—. Puso mucho amor en las recetas de su revista...

Reconociendo que aquello significaba que el padre de Luna era el editor del Quisquilloso, todos la miraron sorprendidos. No obstante, antes de que alguien pudiese preguntar más acerca de ello, la puerta se abrió de repente, dejando ver a un rostro redondo y simpático.

Lavender se veía increíble como siempre; su cabello rizado miel y chocolatoso se movía alrededor de su cabeza como una melena de león y su sonrisa dulce brillaba contra su piel marrón y más morena por el verano. Sus joyas de fantasía que adoraban sus orejas y cuello la hacían resaltar aún más.

—¡Ana! Me alegra haberte encontrado, tenemos mucho por hablar. —dijo ella entrando al compartimiento antes de acercarse a donde estaba—. Perdonen...

Con rapidez, Lavender esquivó todas las piernas que estaban en su camino, y cuando llegó a Ana, la tomó del brazo antes de tirar de él y guiarla hacia la puerta. Sin quejarse, Ana miró a sus amigos y se encogió de hombros. Estaba acostumbrada a que Lavender y Parvati la llevaran de lugar a lugar.

En vez de salir, sin embargo, Lavender se detuvo en el marco de la puerta y se giró hacia Hermione con un nuevo brillo de orgullo en sus ojos castaños.

—¡Oh! Casi me olvido, felicidades, Hermione. Serás una excelente prefecta, estoy segura de ello.

Con aquello dicho, Ana dio un paso atrás para que la puerta no cerrase contra su nariz una vez que Lavender tiró de ella. Asimismo, por el rabillo de su ojo, notó a su derecha cómo Malfoy se iba acercando al compartimiento con el mentón alzado y su sonrisa cruel tan característica de él. Afortunadamente, Lavender comenzó a tirar de ella hacia el otro lado, haciéndola olvidar del Slytherin.

Mientras caminaban, para romper el hielo, Ana frunció una ceja y observó a la rubia con curiosidad.

—¿Cómo sabías que Hermione es prefecta?

Sin tener que decir nada, Lavender la miró con simpatía antes de darle una mirada de abajo hacia arriba; Ana hubiese sentido humillación si no fuese que Lavender estaba completamente en lo cierto. Lavender se aclaró la garganta.

—Bueno... también porque si no es Parvati, era un poco obvio.

—¿Parvati estaba interesada en ser prefecta? —dijo Ana con sorpresa. Nunca lo hubiese sospechado.

—No... No traigas el tema con ella —murmuró Lavender nerviosa—. Está un poco... sensible con toda la cosa.

Jamás en los tres años que conocía a Parvati, Ana hubiese imaginado que un puesto como prefecta era lo que la chica más deseaba. No cuando había mostrado ni el más mínimo interés en respetar las reglas o al menos mostrar entusiasmo en hacerlo. No obstante, Ana no dijo nada y dejó que Lavender cambiara de tema.

—De todos modos... ¿Has oído? —inquirió mientras entrelazaba su brazo con el de Ana—. Oh, ¿has escuchado las noticias?

Era imposible no querer saber las noticias cuando Lavender hablaba tan misteriosamente.

—¿Qué noticias?

—Acerca de Cedric.

Ana quedó en silencio y miró a sus pies moverse. En realidad, no había oído de Cedric en todas las vacaciones, por lo que al final de ellas, se había olvidado de él por más que su cerebro no hubiese exactamente olvidado aquella noche.

Negó con la cabeza y Lavender dejó salir un suave "hm".

—Bueno... Rompió con Cho al principio de las vacaciones, y si Leanne tiene los hechos verdaderos, fue porque necesitaba más tiempo y no podía preocuparse por Cho tanto como ella merecía. Después de todo lo que sucedió, no puedo culparlo. Pobre, Cedric; habiendo tenido que pelear quién tú sabes ha de haber sido horrible.

Algo despertó dentro de Ana y miró a Lavender de reojo mientras seguía hablando. Esta era la primera vez que escuchaba que alguien fuera de la Orden —además de la señora Zabini, que no estaba exactamente fuera de ella—, admitiera estar del lado de Harry; o al menos creerle su versión de la historia.

—Le crees a Harry —dijo, interrumpiendo el largo discurso de Lavender acerca de los chismes que rondaban.

Lavender la miró con sorpresa, y corrió un rizo de cabello fuera de su visión antes de encogerse de hombros.

—¿Que él volvió? Bueno, una de mis amigas pasó dos semanas en la enfermería sin responder, todo porque trajo a un chico de la muerte —que por cierto, me traen muchas dudas pero no preguntaré—, y que sin dudarlo, confió en su amigo acerca de lo que sucedió durante la tercera prueba. Y en mi caso, aunque no conozca demasiado a su amigo, a ella la conozco lo suficiente para confiar en ella a ciegas.

—Lav...

—Además, eres una mentirosa terrible por lo que sí, le creo a Harry.

Ana puso los ojos en blanco mientras escuchaba a su amiga reír.

Luego de unos metros de caminata más en el movedizo pasillo entre susurros y risas, Lavender apuntó al compartimiento del final del pasillo.

—Ese es el nuestro, no sé si conoces a todos los que están adentro. Están Daphne y Hyeon Jeong.

Ana no tenía la menor idea de quiénes eran ellos, tal cómo había dicho Lavender, pero cuando estuvieron a punto de llegar a la puerta, tuvo que abstenerse a conocerlos ya que su amiga se detuvo en sus talones para observar de reojo por la ventana del compartimiento.

La expresión que poseía el rostro de Lavender fue extraña, tanto que Ana no consiguió descifrar qué era lo que estaba sintiendo, por más que eso no fuese una gran sorpresa. Por más curiosidad que hubiese en sus ojos, había algo lejano.

Interesada en saber qué era lo que la había hecho parar en seco, Ana se acercó a ella y observó por encima de su hombro hacia dentro del compartimiento, evitando a toda costa respirar para no espantarla. Y lo que vio le dio un poco de esperanza.

Dentro del compartimiento se encontraban, Dean, Seamus, un chico corpulento y de cabello rojizo, Parvati y la chica que suponía era Daphne.

Parvati y Daphne. A ellas estaba observando Lavender.

Las dos chicas estaban hablando entre susurros, pegada la una con la otra, riendo y sonriendo entre secretos. Y Lavender era quien las estaba observando con la mirada perdida.

«Es el momento, es mi momento, tengo que hacer algo ¿qué hago?»

Inspirando para ganar confianza, y con el pecho en alto para parecer más segura, Ana rodeó con más fuerza el brazo de Lavender y se adelantó para abrir la puerta del compartimiento, y ser recibida por los ojos de los cinco.

—Hola.

Inmediatamente, cuando Ana entró junto a Lavender, Parvati les sonrió abiertamente, alejándose de Daphne —quien las miraba con una ceja alzada y una media sonrisa, marcada con un hoyuelo— y abrió los brazos para señalar a su mejor amiga que se acercara.

—¿Dónde estaban? ¿Qué tomó tanto tiempo?

—Estaba en el otro lado del tren —se excusó Lavender apenada pero aceptando la invitación de Parvati para sentarse a su lado.

Ana, por su parte, quedó parada de manera torpe mientras observaba a las seis personas frente suyo. Parvati, Lavender y Daphne se encontraban a un lado; la última chica tenía la piel bronceada, flequillo corto, ojos profundos y castaños pintados y delineados expertamente. En frente de las tres chicas se encontraban Dean, Seamus y Hyeon Jeong, el chico que Ana no conocía pero a la vez reconocía de alguna clase. Su cabello estaba teñido de un rojo brillante, que complementaba su piel pálida y alrededor de su ojo derecho su piel estaba más roja a causa de una marca de nacimiento. Parecía un oso panda.

—Ana, puedes sentarte aquí —le dijo Lavender, sacando a Ana de sus pensamientos mientras daba palmadas al espacio entre ella y Daphne, la cual se había pegado contra la pared del carro para hacer lugar.

Avergonzada, Ana asintió y se sentó rápidamente para no hacer perder tiempo a nadie. Cuando volvió a mirar hacia arriba, los ojos oscuros de Hyeon Jeong estaban fijos en ella.

—Eres la amiga de Potter.

Ante eso, Ana sintió un poco de duda ante su tono.

—¿Es que es algo malo?

El chico sonrió, mostrando sus dientes naturalmente amarillentos, y se encogió de hombros.

—Nunca dije que lo fuera, sólo estaba señalando un hecho —admitió antes de guiñar un ojo y juntar sus manos en un estruendoso aplauso—. Bueno, es momento de que los deje gente hermosa. Aún debo felicitar a tu hermana, Parvati.

Al escuchar el comentario que alegaba noticias de Padma, Ana miró con curiosidad a Parvati que había puesto los ojos en blanco mientras un bufido la traicionaba.

—Por favor, no necesita más elogios. Mis mamás ya se han hecho cargo de ello.

Hyeon Jeong rió y pasó una mano en su ya desordenado cabello.

—Pues, me temo que necesito hacer la pelotilla con ella. Sino, ¿cómo podré meterme en problemas sin realmente meterme en problemas? Además, no es como si pudiera besuquearla para salir de un lío como hago con Goldstein.

Esta vez fue Dean quien rió sonoramente, con un brillo juguetón en sus ojos oscuros.

—Por supuesto aún te besuqueas con Anthony.

—¿Qué? —preguntó Hyeon Jeong de forma mordaz—. Él besa bien, y yo beso mejor. ¿Quieres probar por ti mismo, Thomas?

—¿No tenías que ir yéndote, Moon?

Quien dijo fue Seamus, que aunque anteriormente había estado profundamente callado, levantó su rostro fruncido ante la burla de su amigo de cabello rojo. Había amargura e irritación en sus facciones, como si no pudiese querer más que se fuese de allí. Era extraño verlo tan serio.

Por su lado, Hyeon Jeong sonrió tal cual el Gato de Cheshire. Levantó sus manos en rendición.

—Sí, no te preocupes Finnigan; en definitiva no te robaré a tu novio.

Ignorando el gruñido de Seamus, Hyeon Jeong se levantó, apoyando sus manos en sus muslos para impulsarse. En su lugar, Daphne se aclaró la garganta, acomodando un mechón rebelde detrás de su oreja.

—Hablando de eso, yo también me voy —dijo, parándose al lado de su amigo—. Necesito retocar mi maquillaje en el baño. Nos vemos.

En el momento en que ambos dieron sus saludos y cerraron la puerta detrás suyo, el compartimiento quedó en completo silencio. Y mientras este reinaba, Ana quedó nerviosa en su lugar sintiéndose demasiado fuera de lugar. Aquellos amigos parecían ya ser muy unidos y allí estaba ella, sin haber realmente conocido a dos del grupo y escuchándolos hablar de temas que, o ella no entendía o parecían ser chistes internos.

No era un sentimiento inusual, siendo que lo había sentido cientos de veces, pero sí era uno de los peores. Más cuando Seamus comenzó a darle una mirada furtiva que la hizo enterrarse aún más en su lugar. El chico se levantó.

—Necesito tomar aire —masculló y sacó su mirada del rostro de Ana.

Los cuatro lo observaron en su fría postura salir del compartimiento y cuando la puerta se cerró detrás de él, Ana notó a Dean poner una mueca y rodar los ojos.

—Perdónalo, Ana. Se ha comportado como un idiota desde que pisó el tren. Problemas personales.

Ana estaba a punto de decir que no había problema alguno, cuando Parvati se le adelantó.

—Ah sí, llamar a Harry un mentiroso es semejante problema personal.

«... ¿Qué?»

Los tres amigos observaron el rostro de Ana convertirse en una extrema confusión, por lo que Lavender con un suspiro se giró hacia ella padeciendo una mueca de simpatía.

—Seamus... Bueno, no quiere hacer daño, claro, y ha tenido sus razones para...

—No le cree a Harry —Parvati cortó a su amiga del problema—. Ni a Diggory.

Seamus no volvió al compartimiento durante el resto del viaje, por lo que los demás le explicaron exactamente la situación en la que se encontraba. Al parecer su madre había leído El Profeta, el periódico más conocido de la comunidad mágica de Gran Bretaña e Irlanda, y había creído cada exageración y mentira que había dicho contra Harry. Por lo tanto, Seamus estaba con su madre.

Por otro lado, Dean explicó que sus padres no sabían absolutamente nada dado que eran muggles y él era lo suficientemente inteligente para no traer el tema a la mesa; y las madres de Parvati, luego de todos esos años que se habían oído los constantes enfrentamientos que tuvo Harry, encontraban difícil no creerle.

Cuando el viaje comenzó a finalizar, los cuatro fueron a cambiarse a sus respectivas túnicas y terminaron en el momento en que el tren se detuvo en la estación de Hogsmeade. Al salir del pasillo y enredarse entre el alboroto que componía a este, Ana se iba a disculpar para ir a buscar su equipaje y a Basil, pero de repente hubo una marea de estudiantes que la empujó sin piedad hacia una de las salidas.

Una vez que bajó del andén, jadeando y mascullando a lo bajo, alzó su cabeza en busca de sus amigos mientras los otros estudiantes bajaban a su lado. No obstante, en vez de encontrar a su grupo, encontró que la voz que apuraba a los de primer año no era la de Hagrid, sino que la firme voz de la profesora Grubbly-Plank.

Su ceño se frunció pero enseguida tuvo que caminar hacia el otro lado cuando recibió un codazo en su costado.

«Auch, tengo que tomar una aspirina lo más pronto posible» pensó con una mueca de dolor en sus labios mientras seguía a los otros, en busca de alguien conocido. Afortunadamente, mientras se acercaba hacia la calle de tierra, Lavender y Parvati se posaron a ambos lados.

—La marea te llevó, ¿estás bien?

—Sí, sí, no se preocupen. Sólo que quiero encontrar a Basil.

Cuando llegaron a la calle oscura y húmeda, les esperaban un centenar de carruajes empujados por Thestrals, como siempre. Estirando su cuello para encontrar a sus amigos, sus ojos azules brillaron al notar entre los tenues faroles que alumbraban el camino a Neville sosteniendo a Basil en sus brazos nerviosos.

Llamando la atención de las dos amigas una vez que comenzó a caminar hacia el chico, las tres se acercaron a Neville que observó a Ana con alivio antes de tenderle a su gato.

—Harry tiene tu equipaje...

—Muchas gracias, Neville, te debo una —murmuró Ana, sosteniendo a su mascota entre sus brazos y dándole un suave beso en su cabeza peluda.

—Subamos a ese carruaje —dijo Parvati señalando uno el cual parecía estar vacío.

Los coches, traqueteando y balanceándose, avanzaban en caravana por el camino una vez que se pusieron en marcha. Cuando pasaron entre los dos altos pilares de piedra, adornados con sendos cerdos alados en la parte de arriba, que había a ambos lados de la verja de los jardines del colegio, Ana se inclinó hacia delante para ver si había luz en la cabaña de Hagrid, junto al Bosque Prohibido, pero los jardines estaban completamente a oscuras. Se preguntaba dónde estaba su amigo mitad gigante.

Los carruajes se detuvieron con un tintineo cerca de los escalones de piedra que conducían a las puertas de roble, y los cuatro Gryffindor se bajaron en el barro, ensuciando sus zapatos. Una vez que los cuatro estuvieron fuera del carruaje, siguieron a la muchedumbre que caminaba a paso rápido hacia el castillo.

Mientras caminaban por el vestíbulo hacia el Gran Comedor, Ana escuchaba los susurros de Parvati y Lavender, que señalaban cuán cambiados estaban algunos estudiantes: como que Hannah Abbott se había dejado crecer el flequillo que ahora casi llegaba a los ojos; o que Draco Malfoy lamentablemente se había hecho prefecto de Slytherin y no paraba de mostrar su insignia como un idiota.

Ya en el Gran Comedor, Ana encontró a sus amigos y los saludó mientras se acercaba hacia ellos a paso lento. Aún el cansancio y el dolor recorría su cuerpo.

—¿Han visto a Hagrid?

Hermione, Harry y Ron negaron. Parvati y Lavender se despidieron de Ana y se fueron a sentarse a unos asientos más alejados de ellos, los cuales estaban libres. Ana y Neville se sentaron en frente de los tres primeros.

—No puede haberse marchado —comentó Ron, que parecía un tanto angustiado.

—Claro que no —dijo Harry firmemente.

—No le habrá... pasado nada, ¿verdad? —sugirió Hermione con inquietud.

—Es Hagrid, puede... puede ir contra cualquier cosa —masculló Ana aunque su voz no estaba del todo segura.

Se produjo una pausa, y luego Harry dijo en voz baja para que no lo oyeran los demás:

—A lo mejor todavía no ha vuelto. Ya saben..., de su misión, de eso que ha estado haciendo este verano para Dumbledore.

Confusión pasó por las facciones de Ana por un segundo, hasta que recordó lo que Hagrid les había dicho en la última semana de clases antes de las vacaciones de verano. Deberes ultra secretos.

Ana asintió dándole la razón, seguramente era aquello. ¿Qué más sería?

—¿Quién es ésa? —preguntó de pronto Hermione, señalando hacia la mitad de la mesa.

Ana miró hacia donde indicaba su amiga. Dumbledore tenía la cabeza inclinada hacia la mujer que estaba sentada a su lado, que le decía algo al oído. Era rechoncha y bajita, y tenía el cabello pardusco, corto y rizado. Se había puesto una diadema de color rosa que hacía juego con la esponjosa chaqueta de punto del mismo tono que llevaba sobre la túnica. Y cuando movió su rostro para darle un sorbo a su copa, Ana observó un rostro redondo con ojos separados y una mueca en sus labios finos.

—¡Es Umbridge! —murmuró Harry.

—¿Quién?

—¡Estaba en la vista! ¡Trabaja para Fudge!

—Bonita chaqueta —comentó Ron con una sonrisa irónica.

Ana volvió a mirar a la mujer con el ceño fruncido. ¿Esa mujer trabajaba para Fudge? ¿Qué es lo que hacía allí?

Sacando la mirada de la mujer de rosa, los ojos de Ana vagaron por la mesa reconociendo los rostros de siempre, hasta que se topó con el rostro más nuevo de todos: Mary MacDonald. La mujer se encontraba hablando suavemente con la profesora de Adivinación Sybill Trelawney, una mujer de ojos saltones y cabello claro y despeinado. Ana no tenía mucho trato con ella, pero parecía que Mary y ella se llevaban estupendo por cómo conversaban. Parecía que Mary ignoraba los comentarios de locura hacia Trelawney.

De repente, Ana tuvo que quitar su mirada de ambas cuando la profesora McGonagall entró al Gran Comedor, guiando a los muy asustados niños de primer año. McGonagall llevaba en las manos un taburete sobre el que reposaba un viejo sombrero de mago, muy remendado y zurcido, con una ancha rasgadura cerca del raído borde.

Los murmullos que llenaban el Gran Comedor fueron apagándose. Los de primer año se pusieron en fila delante de la mesa de los profesores, de cara al resto de los alumnos, y la profesora McGonagall dejó con cuidado el taburete delante de ellos y luego se apartó.

El colegio entero permanecía expectante, conteniendo la respiración. Entonces la rasgadura que el sombrero tenía cerca del borde se abrió, como si fuera una boca, y por primera vez en tres años, Ana escuchó cuando el Sombrero Seleccionador se puso a cantar.

La canción trató de la historia de los fundadores de Hogwarts: Gryffindor, Slytherin, Ravenclaw y Hufflepuff. Les contó su historia de amistad, su objetivo y su separación; contó el comienzo de armonía y el final de esta, lo que significó discordia entre las cuatro casas. El sombrero relató en prosa cuál era su deber y sus deseos para cada estudiante al que su canción iba dirigida; y al final, les hizo saber los peligros que rodeaban a Hogwarts antes de dar por finalizada su canción del año.

Cuando el discurso terminó, el Gran Comedor lo recibió con fuertes aplausos y susurros más bajos que el viento. Ana no tenía ni idea de porqué, pues no había escuchado nunca una de sus canciones.

La profesora McGonagall, que esperaba para empezar a leer la lista de alumnos de primer año, miraba a los ruidosos muchachos con aquellos ojos que abrasaban. Los murmullos cesaron de inmediato. Tras recorrer por última vez las cuatro mesas con el entrecejo fruncido, la profesora bajó la vista hacia el largo trozo de pergamino que tenía entre las manos y pronunció el primer nombre:

—Abercrombie, Euan.

El muchacho muerto de miedo se adelantó dando trompicones y se puso el sombrero en la cabeza; sus grandes orejas impidieron que éste se le cayera hasta los hombros. El sombrero vaciló unos instantes, y luego la rasgadura que tenía cerca del borde volvió a abrirse y gritó:

—¡Gryffindor!

Ana aplaudió con fervor mientras el chico se acercaba cabizbajo hacia la mesa de los leones, tan rojo como un tomate, seguramente deseando que eso se acabara lo más rápido posible.

Poco a poco, la larga fila de alumnos de primero fue disminuyendo. Ana aplaudía a quienes eran integrados a Gryffindor, y sonreía con los demás. Finalmente, la última chica seleccionada corrió a su nueva mesa, y la profesora McGonagall recogió el sombrero y el taburete y se los llevó mientras el profesor Dumbledore se ponía en pie.

—A los nuevos —dijo Dumbledore con voz sonora, los brazos abiertos y extendidos y una radiante sonrisa en los labios— les digo: ¡bienvenidos! Y a los que no son nuevos les repito: ¡bienvenidos otra vez! En toda reunión hay un momento adecuado para los discursos, y como éste no lo es, ¡al ataque!

Las palabras de Dumbledore fueron recibidas con risas y aplausos, y el director se sentó con sumo cuidado y se echó la larga barba sobre un hombro para que no se le metiera en el plato, pues la comida había aparecido por arte de magia, y las cinco largas mesas estaban llenas a rebosar de trozos de carne asada, pasteles y bandejas de verduras, pan, salsas y jarras de zumo de calabaza.

Con hambre, Ana comenzó a servirse un guiso de arroz y pollo mientras se le hacía agua la boca. Mientras tanto, sus amigos hablaban con Nick, el fantasma de Gryffindor, acerca de las advertencias del Sombrero Seleccionador.

—... He oído al sombrero lanzar advertencias otras veces, siempre que ha detectado momentos de grave peligro para el colegio. Y, por supuesto, el consejo siempre ha sido el mismo: permanezcan unidos, fortalezcanse por dentro.

«¿Cuántas veces habrá de haber tenido que advertirle a los estudiantes? ¿Cuántas tragedias habían pasado por los terrenos de Hogwarts?»

—¿...Y pretende que todas las casas sean amigas? —inquirió Harry echando un vistazo a la mesa de Slytherin—. Pues lo tiene claro.

Por su parte, Ana no estaba de acuerdo con Harry. Sí, podría haber tensión entre las casas pero no era difícil hacer amigos entre ellas; después de todo, había hecho conexiones con Luna, Hannah... y, pues, Blaise. ¿Es que eran diferentes a ella? Por supuesto, pero eso no significaba nada malo. Los amigos no siempre debían ser tan iguales.

Luego de que Ron hiciera un comentario que ofendió a Nick, este se elevó —acomodando su sombrero de plumas— y se fue al otro extremo de la mesa donde se encontraban los hermanos Creevey.

La cena se pasó con normalidad, la comida fue estupenda y la conversación fue más llevadera cuando Ana se tomó una aspirina para el dolor y su humor volvió cuando los síntomas se disiparon.

Cuando todos los alumnos terminaron de comer y el nivel de ruido del Gran Comedor empezó a subir de nuevo, Dumbledore se puso una vez más en pie. Las conversaciones se interrumpieron al instante y todos giraron la cabeza para mirar al director.

—Bueno, ahora que estamos digiriendo otro magnífico banquete, les pido un instante de atención para los habituales avisos de principio de curso —anunció Dumbledore—. Los de primer año deben saber que los alumnos tienen prohibido entrar en los bosques de los terrenos del castillo, y algunos de nuestros antiguos alumnos también deberían recordarlo. El señor Filch, el conserje, me ha pedido, y según dice ya van cuatrocientas sesenta y dos veces, que les recuerde a todos que no está permitido hacer magia en los pasillos entre clase y clase, así como unas cuantas cosas más que pueden revisar en la larga lista que hay colgada en la puerta de su despacho.

»Este año hay dos cambios en el profesorado y una nueva adición a nuestro personal médico. Estamos muy contentos de dar la bienvenida a la profesora Grubbly-Plank, que se encargará de las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas; también nos complace enormemente presentarles a la profesora Umbridge, la nueva responsable de Defensa Contra las Artes Oscuras; y finalmente, acompañando a la señora Pomfrey en la enfermería, me alegra darle la bienvenida a la nueva enfermera Mary MacDonald.

Hubo un aplauso educado hacia las dos profesoras, pero uno más animado hacia Mary, que sonreía amablemente ante la presentación.

—Las pruebas para los equipos de quidditch de cada casa tendrán lugar en...

Se interrumpió e interrogó con la mirada a la profesora Umbridge. Como no era mucho más alta de pie que sentada, se produjo un momento de confusión ya que nadie entendía por qué Dumbledore había dejado de hablar; pero entonces la profesora Umbridge se aclaró la garganta, «Ejem, ejem», y los alumnos se dieron cuenta de que se había levantado y de que pretendía pronunciar un discurso.

Ana sintió un escalofrío de vergüenza ajena e incredulidad, y se mordió el labio con anticipación mientras Dumbledore se sentaba en su lugar y le lanzaba la misma mirada hacia Umbridge.

—Gracias, señor director —empezó la profesora Umbridge con una sonrisa tonta y voz chillona—, por esas amables palabras de bienvenida... ¡Bueno, en primer lugar quiero decir que me alegro de haber vuelto a Hogwarts! ¡Y de ver tantas caritas felices que me miran!

Estaba dado por sentado de que nadie sonreía.

—¡Estoy impaciente por conocerlos a todos y estoy segura de que seremos muy buenos amigos...!

Ana se espació durante el resto del discurso. No fue muy difícil que eso pasara ya que la voz chillona de Umbridge mezclada con su manierismo le sacaron todas las ganas de prestarle atención. Sus ojos se centraron en un punto muerto del Gran Comedor mientras que su rostro volvía a ser neutral; su cerebro comenzó a trabajar rápidamente, llenando su cabeza de diferentes pensamientos como si estuviese haciendo «zapping» en un televisor. Era terrible pero ya conocía ese familiar sentimiento del tiempo pasando y no a la vez.

Cuando estaba dejando de sentir su cuerpo, solamente escuchando sus pensamientos, una mano se posó sobre su hombro haciéndola saltar en su lugar con un corto chillido.

—Perdón, Ana, pero ya hay que ir yendo —le sonrió Hermione apenada.

Las cejas de Ana se dispararon hacia el techo y miró a su alrededor, notando que, en efecto, todos se habían levantado de sus lugares y ahora se dirigían hacia la salida.

—Con Ron tenemos que dirigir a los de primero, la contraseña es «Mimbulus Mimbletonia».

Con un último saludo, Hermione corrió hacia donde Ron estaba parado buscándola nerviosamente. Nuevamente Ana quedó sola con sus pensamientos hasta que luego de unos segundos se recompuso y caminó junto a los demás hacia la salida del comedor.

A medida que salió al vestíbulo y caminaba entre la muchedumbre, Ana no pasó por alto el hecho de que varios la miraban de reojo y señalaban con sus dedos índices mientras susurraban entre sí; y, ahí, esa noche, Ana se dio cuenta de que los hechos sucedidos el curso anterior no sólo afectarían a Harry, sino que a ella también.

La mentirosa que había acabado dos semanas en la enfermería a causa de cansancio.

Sólo cansancio.

Por segunda vez en la noche sintió que sus pensamientos la consumían, pero cuando dio un paso hacia el primer escalón de la escalera de mármol, un grito agudo la traicionó. Su cuerpo paralizado fue transportado rápidamente hacia lo más alto de las escaleras y en tan poco tiempo no tuvo ni un momento para procesar lo que había sucedido.

Con estupefacción observó el lugar donde había parado —el final de las escaleras—, y luego bajó su mirada hacia donde había estado segundos atrás: el principio de las escaleras. Aturdida, miró a los estudiantes que la observaban con un poco de curiosidad pero seguían subiendo las escaleras con normalidad, no como ella había hecho.

Observando nuevamente su lugar y el de antes, un sólo pensamiento pasó por su cabeza:

Esto es nuevo.

•      •      •

¡hola!

¿cómo están? esta semana fue un poco mejor respecto al calor pero dios cómo odio el verano, man

¡hoy me di la tercera dosis de la vacuna! ;)

el brazo me duele un poco pero bueno...

anyways, como muches encontraron la familia de Ana un poco confusa hice un árbol genealógico para que lo puedan entender:

(como dicho en la imagen, créditos del picrew —osea los dibujos— a Makowka)

para hacerla fácil también puse en blanco y negro a quienes fallecieron y después a los personajes vivos en las edades actuales <3

¡muchas gracias por leer!

nos vemoss

(capítulo sin editar)

•chauuu•

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