𝐟𝐨𝐮𝐫𝐭𝐞𝐞𝐧
"El comienzo"
Ana jamás había visto a Ron tan enfadado como lo estaba en esos momentos. Hasta ella misma estaba cohibida aunque no hubiese hecho nada.
Eso hasta que abrió la boca diciendo que era natural que los gatos cazaran roedores para comer. Cuando vio la expresión de Ron se dio cuenta de que había metido la pata.
—Perdón —dijo Ana y escondió su rostro con un libro de Runas Antiguas de Hermione.
Ana también estaba segura de que Crookshanks se había comido a Scabbers pero eso no significaba que fuese la culpa de Hermione. Es decir, el gato era eso, un gato. Aunque Hermione lo controlara, eso no significaba que nunca cazaría a otro animal porque era su instinto. Ven una presa fácil y hacen todo lo posible por atraparla... a menos que estuvieran perfectamente adiestrados para no hacerlo. Que no era el caso del gato naranja de Hermione. Así que también la salió a defender cuando Harry declaró su opinión.
—¡Ya sabía que te pondrías de parte de Ron, Harry! —chilló Hermione—. Todo es culpa mía, ¿verdad? Lo único que te pido, Harry, es que me dejes en paz. Tengo mucho que hacer.
—Además —insistió Ana una vez que Harry se había levantado de su lugar—. Crookshanks tiene libre albedrío, es un gato... no es culpa de Hermione que lo sea.
Cuando las dos amigas quedaron solas mientras todos los Weasley y Harry trataban de animar a Ron, Ana se giró a su amiga, preocupada.
—¿Estás bien?
Hermione suspiró y con una mueca señaló el libro de Runas que Ana tenía en su regazo.
—No necesito distracciones, ¿estudiamos runas?
Ana no pasaría en alto estudiar la materia lejos de Zabini así que asintió y se preparó para repasar la clase de la profesora Babbling.
La chica miró a Hermione y la duda de si le contaba acerca de lo que había descubierto en el libro de ilustraciones se presentó en su cabeza. Si le contaba acerca de las runas, Hermione la ayudaría porque seguramente lo encontraría increíblemente interesante... sin embargo, Hermione tenía las manos atadas. Tenía más clases de las que Ana podía contar con sus manos y aunque ella misma también estuviese en una situación similar a la de ella, no quería sobresalir y por ello estaba un escalón más bajo que su amiga.
Dejó salir un suspiro y se concentró en su libro, decidiendo que por ahora ella sola sabría del secreto.
• • •
A la mañana siguiente, Ana se despertó cuando Basil decidió recostarse en su rostro, llenándole la nariz de pelos grises.
—Basil... —murmuró mientras tomaba al gato suavemente y lo colocaba en el hueco que su propia cabeza había formado—. Duerme aquí, yo ya me levanto...
El gato no protestó y se enrolló en el lugar. Ana se estiró y saltó de la cama.
Hermione se encontraba cepillando su cabello delante de su espejo y Ana podía apreciar todas las muecas y expresiones que se posaban en su rostro cuando llegaba a una parte difícil de desenredar.
—¿Te ayudo?
—No... —el brazo de Hermione tembló ante la fuerza que le ponía a su tire—... gracias.
Ana asintió pero al parecer Lavender, quien había estado observando horrorizada cómo Hermione trataba su cabello, tuvo que intervenir.
—Hermione no puedo dejar que arruines tu cabello así, me vas a hacer llorar —admitió Lavender y se colocó en frente de la chica—. Tienes el cabello muy rizado, no tires de él como si tu vida dependiera de eso. Por otro lado... —la rubia tomó el cepillo en sus manos antes de que Hermione pudiese protestar y comenzó a cepillar suavemente—... cepilla suavemente.
Ana dejó que Lavender se encargara del cabello de Hermione y se adentró al baño para poder prepararse rápidamente antes de que Parvati se despertase dado que siempre tardaba mucho en el lugar.
Una vez que todas estaban listas —lo que fue una hora y media después—, las cuatro se separaron y Ana y Hermione se fueron por su lado para ir a desayunar.
—No puedo esperar a tomar una taza de café —admitió Ana, dando un bostezo.
—¿Sigues teniendo pesadillas? —inquirió Hermione preocupada pero Ana se encogió de hombros.
—Por ahora se calmaron... pero no me sorprendería que volviesen. Siempre vuelven en el momento más inesperado.
Cuando las amigas llegaron al Gran Comedor, notaron que todos charlaban animadamente por el partido que tendría lugar durante esa mañana. Y si Ana era honesta, no quería ir. Es decir, no era su culpa que tuviese recuerdos no tan bonitos del deporte pero al final del día los tenía. Sin embargo, era un día importante para Harry y aunque le costase toda su voluntad, Ana debía ir. Por Harry.
Algunos minutos pasaron mientras que Hermione y ella disfrutaban su desayuno mientras Hermione le explicaba algunas cuestiones acerca de pociones, cuando la puerta del comedor se abrió nuevamente pero esta vez atrayendo las miradas de todos alrededor de las amigas.
Era Harry junto a Ron, llevando su Saeta de Fuego en sus hombros. Ana no le veía lo especial al artefacto, es decir, era una escoba que podía tener unos detalles de lujo pero al final del día que por más mágica que fuese... era solamente una escoba.
—No creo que haya logrado entender la moda del quidditch —confesó Ana mientras sus amigos eran rodeados por el equipo de Gryffindor, especialmente Oliver Wood que parecía ser el más orgulloso.
—Al parecer es muy veloz —apuntó Hermione mirando la escoba antes de que los estudiantes de otras casas fuesen allí para admirarla.
—¿Tan veloz como un guepardo? —inquirió Ana con recelo y Hermione se quedó pensando en la velocidad del animal hasta que asintió.
—Más.
Ana hizo un mohín y le dio un mordisco a su tostada.
Cuando terminaron el desayuno, Ana invitó a Hermione a juntarse con Ginny y Luna pero la chica se negó con una disculpas dado que antes de que comenzara el partido, repasaría para Aritmancia. Ana no quería saber nada acerca de números así que se fue con las otras chicas.
Mientras hablaba con Ginny y Luna, Ana aprendió que la primera parecía adorar el quidditch y no podía esperar a que Gryffindor le ganara a Ravenclaw mientras que Luna apoyaba a su manera a su propio equipo.
—Antes del desayuno me aseguré de que ningún Nargle los afectase... aunque creo que Jason Samuels no estuvo muy alegre de aquello...
—Pues que pena —suspiró Ana—. Tú solamente los estabas ayudando, Luna.
—No pasa nada —Luna sonrió suavemente—. Al menos no tendrá ningún problema durante el partido... eso es lo que cuenta.
Cuando el tiempo de acercarse al campo de quidditch, Ana notó que el tiempo no podía ser más distinto del que había imperado en el partido contra Hufflepuff. Hacía un día fresco y despejado, con una brisa muy ligera. Esta vez no habría problemas de visibilidad y Ana estaba segura de que si alguna Bludger se acercaba a ella, podría divisarla. Se volvió a encontrar con Hermione y con ella rodeando el brazo de Ana para que se sintiera segura mientras subían por las escaleras de madera crujiente, se dirigieron a un lugar para sentarse que no fuese tan adelante pero tampoco tan detrás.
Ana miró a su alrededor y observó que habían muchos Gryffindors mostrando su espíritu de casa, siendo pintados por Dean Thomas que tenía unos dotes artísticos bastante admirables. Ana se sorprendía cada vez que notaba que la mano del chico no temblaba cuando pintaba los rostros de sus compañeros y en vez tenía un pulso increíble. Algo que Ana no poseía.
El momento en que los equipos salieron al campo, todo el mundo se volvió loco y aplaudieron con gran estruendo. Ana trató de hacer lo mismo pero un chico de séptimo que estaba delante suyo empezó a mover sus brazos con tal fuerza que casi le sacó la nariz a la niña que solamente se quedó quieta, con temor de sufrir otro golpe en el rostro.
Tal vez Ana no vio cuando el partido comenzó pero sí vio la locura alrededor suyo cuando pasó. Y pensando que sería igual de poco entretenido como lo había sido el partido anterior, Ana se entretuvo escuchando los comentarios de Lee Jordan, quien era el comentarista del juego.
—Han empezado a jugar y el objeto de expectación en este partido es la Saeta de Fuego que monta Harry Potter, del equipo de Gryffindor. Según la revista El mundo de la escoba, la Saeta es la escoba elegida por los equipos nacionales para el campeonato mundial de este año.
—Jordan, ¿te importaría explicar lo que ocurre en el partido? —interrumpió la voz de la profesora McGonagall.
Ana rió junto algunos de sus compañeros.
—Tiene razón, profesora. Sólo daba algo de información complementaria. La Saeta de Fuego, por cierto, está dotada de frenos automáticos y...
—¡Jordan!
—Bien, bien. Gryffindor tiene la pelota. Katie Bell se dirige a la meta...
Ana siguió escuchando al chico dado que ver no podía y esa era la única forma de seguir el partido. De vez en cuando Hermione la zarandeaba con un brazo y en otras los cuerpos alrededor suyo la pisaban porque Gryffindor había metido un punto. Pero a pesar de que habían veces que Ana recibía un golpe o alguien chillaba fuertemente a su lado de la desesperación, había comenzado a entretenerse. Gritar de la felicidad o porque habían hecho una falta hacia su equipo junto a los otros, la hacía sentir un tipo de emoción que pocas veces sentía. Un tipo de adrenalina lo suficiente desconocido para que aun no comprendiendo el juego, se sintiera parte de algo.
—¡Gryffindor gana por ochenta a cero! ¡Y miren esa Saeta de Fuego! Potter le está sacando partido. Vean cómo gira. La Cometa de Chang no está a su altura. La precisión y equilibrio de la Saeta es realmente evidente en estos largos...
—¡JORDAN! ¿TE PAGAN PARA QUE HAGAS PUBLICIDAD DE LAS SAETAS DE FUEGO? ¡SIGUE COMENTANDO EL PARTIDO!
Hermione y Ana rieron ante lo ridículo de la situación pero enseguida volvieron a estar atentas al partido que de alguna forma se volvía más interesante.
Ravenclaw ya había marcado tres goles, lo cual había reducido la distancia con Gryffindor a cincuenta puntos. Si la chica que jugaba la misma posición que Harry atrapaba la snitch antes que él, Ravenclaw ganaría. Ese era el análisis que Ana había comprendido luego de que Hermione se lo explicase.
En un momento, Ana vio en lo alto del cielo a Harry seguido de aquella chica, si bien recordaba, Chang y vio que trataba de sacársela de encima. Ana no sabía cómo lo haría porque la Ravenclaw parecía saber muy bien qué hacer, pero claro, Ana no comprendía nada así que Harry seguramente lo tenía todo bajo control. Cuando los perdió de vista se volvió a interesar en los comentarios que hacía Hermione mientras usaba unos binoculares para observar el juego. Eso hasta que vio una luz blanca brillante.
—¿Qué sucede?
Hermione veía preocupada un punto con sus artefactos pero le respondió.
—Creo que hay dementores... ¡sí, los hay!
Ana se preocupó y trató de ver lo que sucedía delante de todos los cuerpos que tenía pero enseguida todos soltaron en un popurrí de gritos eufóricos y personas desconocidas para Ana la abrazaban con felicidad.
—¡La atrapó!
Ana al comprender a qué se referían sonrió y saltó con ellos, olvidándose por completo de su preocupación. Se volvió a Hermione y saltaron juntas de la felicidad.
—¡Ganamos! —exclamó Hermione alegre y agarró a Ana del brazo para que se apuraran a bajar y así poder saludar a Harry y al resto del equipo. Olvidándose también de que el día anterior se habían peleado.
Al tocar tierra, las rodillas de Ana temblaron y sintió como si hubiese estado reteniendo su respiración por mucho tiempo.
—Uf...
Ana apoyó una mano sobre el hombro de Hermione y mientras todos pasaban por sus costados, las dos se quedaron quietas, esperando a que el mareo de Ana pasase.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Hermione nerviosa y cuando Ana le sonrió, ladeó la cabeza.
—Jamás he estado mejor —confesó y se irguió—. ¿Es normal sentir tanta adrenalina? Porque aunque no entendía nada... me sentía feliz. Como si estuviese conectada con todos los que estaban alrededor nuestro y solamente por un juego... me sentía como en casa.
Hermione le sonrió y le dio un abrazo que aunque ambas estuviesen transpiradas, lo aceptaron gustosamente.
—Pues bienvenida a casa, Ana.
Y aunque Ana hubiese sentido pura adrenalina durante el partido, no se sintió muy en casa el resto del día. No sabía si era el hecho de que la adrenalina se le había ido por completo o porque se la pasó estudiando junto a Hermione en la sala común mientras la fiesta se descontrolaba, o simplemente por ello. La fiesta.
Por mucha diversión que Ana había pasado en el partido, las fiestas sin duda no eran su gusto. Siempre había apreciado la soledad y el silencio pero aquel día no estaba teniendo ninguno de los dos y ya le estaba afectando para cuando el atardecer comenzó a caer. La música alta, las voces a todo volumen y el calor que se esparcía por toda la habitación, solo hacían que Ana se sintiese más incómoda. Y aunque solamente hubiese comido un sapo de menta, su estómago ya sentía revoltijos.
Ana creyó que aquello era la consecuencia de tanta alegría en una sola mañana y estaba pensando que tal vez no valía tanto la pena para tener un dolor de cuerpo tan grande como lo estaba sufriendo en esos momentos.
—Ana, ¿me pasas mis notas de estudios muggles? —le inquirió Hermione sentada en su rincón y Ana asintió antes de entregárselos.
—Hermione, ¿era Elfrico el Malvado...?
—No. Elfrico el Vehemente y después tienes a Emeric el Malvado.
Ana rápidamente corrigió sus notas para que no afectara su futuro examen.
Harry se les acercó y Ana le sonrió cansadamente.
—¿No han venido al partido? —les preguntó.
—¡Sí! Aunque no entendiese, fue muy entretenido.
—Y por mi parte, me alegro mucho de que ganáramos, y creo que tú lo hiciste muy bien, pero tengo que terminar esto para el lunes —suspiró Hermione y Ana asintió. Ella debería estar terminando con su trabajo de pociones que Snape le había enviado una semana atrás.
—Vamos, vengan a tomar algo —dijo Harry.
Ana y Hermione se miraron. Primero, no era como si tuviesen tiempo y segundo, Ana quería evitar sentirse peor de lo que hacía.
—No podemos, Harry, yo aún tengo que leer cuatrocientas veintidós páginas —contestó Hermione.
—Y yo... me siento algo mal —admitió Ana y volvió a mirar sus notas de historia.
—Además... —Hermione miró a Ron—, él no quiere que vaya.
Por más que Ana no comprendiese del todo porqué Ron estaba tan enojado con Hermione cuando la culpa era solamente de Crookshanks, que tanto no se lo podía culpar porque era un gato, de alguna forma entendía sus emociones. Si algo le pasaba a Limonada o a Basil, ella misma se hubiese vuelto histérica. Pero sí que no comprendía la razón que tenía Ron de ser tan poco piadoso con su amiga.
—Si Scabbers no hubiera muerto, podría comerse ahora unas cuantas moscas de café con leche, le gustaban tanto... —apuntó Ron un tanto en voz alta.
Hermione se echó a llorar. Ana entró en pánico y la ayudó mientras juntaba sus pertenencias con cierta torpeza y se dirigía corriendo hacia el dormitorio de las chicas. Ana se quedó inmóvil en su lugar y segundos más tarde escuchó el sonido de un portazo.
Se volvió a Harry y con una mirada de pena, le siguió el paso a su amiga. Una vez que se adentró a la habitación, vio a Hermione acurrucada en su cama, llorando.
—Oh, Hermione...
Ana se acercó a ella y la rodeó en un abrazo reconfortante.
—No te preocupes, se le pasará...
—Me... odia —sollozó ella y Ana negó mientras sentía las lágrimas de su amiga empapar toda su remera.
—No te odia, Hermione. Es tu amigo, no te puede odiar... solamente que se siente dolido por lo que sucedió con Scabbers. Que aunque sé totalmente que no fue tu culpa... —la interrumpió con rapidez—... no puedes negarle que se sienta así como él no puede negar que tú te sientas mal. ¿Sabes? A mí me cuesta pedir perdón cuando alguien me lastima y si puedo evitarlo lo haré... pero mi papá me enseñó que ese es el mejor remedio y siempre que puedo trato de hacerle caso. Por más que cueste tragarse el ego de uno, a veces lo mejor que uno puede decir es 'lo siento'... claro que menos en los casos en donde ni se merecen un hola pero en este caso tanto como tú y Ron lo merecen. ¿No crees?
Hermione pareció pensarlo por unos segundos y la miró con los ojos hinchados.
—Él se merece un coscorrón.
Cuando Hermione escondió nuevamente su rostro en el pecho de Ana, ella se rió.
—Sí... ambos se lo merecen...
Hermione soltó una protesta y Ana rió antes de caer junto a la chica en su cama, sintiéndose un poco cansada.
—¿Tal vez una siesta sea nuestra solución?
Hermione la miró mientras se sorbía la nariz y una pequeña sonrisa se posó en sus labios.
—A ti solo te gustan las siestas.
Ana sonrió.
—Tal vez.
Hermione se secó los ojos y miró sus libros tirados en el suelo con aprehensión. Sin embargo, suspiró y asintió,
—Deja que me ponga mi gorro de dormir y dormimos...
Ana sonrió satisfecha y se acomodó en su lugar para dormir antes de dejar salir otro bostezo. Esta idea le estaba gustando más de lo que debería. Pero ni siquiera el recordatorio de que debía avanzar con sus estudios que insistía en lo más profundo de su cabeza hizo que se desviara de su objetivo. Hacer que Hermione se relaje.
Cuando la chica volvió, ya con su cabello protegido por su gorra y se recostó al lado de Ana, cerraron los ojos. El cuerpo de Ana que le había estado rogando que descansase, rápidamente fue el primero en sumirse a la relajación, haciendo que Ana fuese la primera en caer rendida en los brazos de una siesta bien merecida.
El dormitorio estaba completamente oscuro cuando Ana abrió los ojos. Podía escuchar la brisa golpear contra los vidrios de las ventanas y sentía la respiración de Hermione chocar contra su rostro mientras ella dormía tranquilamente. Una sonrisa pasó por los labios de Ana al ver que Hermione no parecía sufrir más y entonces trató de acomodarse para poder volver a dormir. Se dio la vuelta con cuidado, cerrando los ojos dado que sus párpados se cerraban del sueño, y cuando estuvo completamente cómoda un suspiro de alivio dejó sus labios. Pero Ana ya debía de saber que la noche la odiaba y entonces sintió una mano tocar su frente. Pensando que había despertado a Lavender o a Parvati, Ana abrió nuevamente los ojos para ver qué pasaba, cuando vio de que era una persona completamente diferente.
Ana no podía ver con detalle las facciones de la persona misteriosa pero tenía la silueta de un hombre. Un hombre. En el dormitorio de las chicas.
Un grito de horror salió de los labios de Ana y por puro pánico tiró sus puños hacia el hombre para defenderse pero no sintió en ningún momento que le había dado en el blanco. Con el corazón a mil sintió cómo una pantufla volaba cerca de su rostro hasta darle seguramente al blanco y enseguida las luces de las lámparas se encendieron.
—¿¡Qué ocurre!? —chilló Lavender aún con su antifaz de noche puesto—. ¿Qué pasó?
Ana movió su cabeza con desesperación para buscar al hombre pero ya no había nadie. Había desaparecido tan rápido como aquella pantufla había volado. Hermione apoyó una mano sobre el hombro de Ana y ella dio un respingo, aún asustada por lo que había pasado.
—¿Ana?
La boca de Ana se sentía seca pero para su suerte, Parvati —quien tenía otra pantufla en su mano—, parecía estar en la misma página que Ana porque dijo:
—Peter Pettigrew... era Peter Pettigrew —tembló la chica señalando en frente de Ana y Hermione como Lavender se miraron horrorizadas.
—¿Estás segura, Parvati...? —inquirió Lavender con inquietud y Ana asintió por su compañera.
—Era él... me... me tocó la frente.
El brazo de Ana temblaba mientras se levantaba para rozar los dedos de su mano con su frente como si quisiera despertarse de una pesadilla.
—¿Sigue... estando aquí? —dijo Lavender temblando y cuando todas miraron hacia el lado donde previamente había estado el fugitivo, colectivamente y en silencio decidieron que era tiempo de largarse de la habitación.
—Vamos, vamos... —murmuró Hermione, apurándolas para ser la última en cerrar la puerta del dormitorio con un hechizo.
Se lanzaron por la escalera. Las puertas se abrían tras ellas y las interpelaban voces soñolientas:
—¿Quién ha gritado?
—¿Qué pasó?
La sala común estaba iluminada por los últimos rescoldos del fuego y llena de restos de la fiesta. No había nadie allí.
—¿Y tú le tiraste una pantufla, Parvati? —inquirió Hermione que aun nerviosa, se veía estupefacta. La chica se encogió de hombros.
—Fue instinto... y además no tenía nada más cerca.
—¿Estás bien, Ana? —murmuró Lavender apoyando una mano sobre el hombro de la chica, que saltó en su lugar cuando la sintió.
—No sé...
Algunas chicas y chicos bajaban de las escaleras, haciendo preguntas.
—¿Por qué tanto ruido?
—¡Todo el mundo a la cama! —ordenó Percy, entrando aprisa en la sala común y poniéndose, mientras hablaba, su insignia de Premio Anual en el pijama.
—Pero... pero... —Ana miraba al chico con inquietud entonces Parvati tuvo que levantar su voz.
—¡Peter Pettigrew estaba en nuestro dormitorio! —exclamó, llamando la atención de los demás—. ¡Quiso agarrar a Ana! ¡No podemos volver allí!
Todos contuvieron la respiración.
Harry se acercó a Ana con cansancio y preocupación en sus ojos.
—¿Ana...?
Pensar que aquel hombre había estado tan cerca de arrebatarle todo lo que había conseguido hizo que Ana temblara aún más y entonces Hermione la rodeó con un abrazo.
—Eso es imposible —sentenció Percy con cara de susto—. Seguramente las sombras le jugaron un juego...
—¿A dos de nosotras? —preguntó Lavender irritada—. Si Ana y Parvati dicen que lo vieron entonces yo les creo.
—Yo también —afirmó Hermione, quien podía sentir el cuerpo de su amiga temblar.
—¡Pero...!
—¡Venga, ya basta!
Llegó la profesora McGonagall. Cerró la puerta de la sala común y miró furiosa a su alrededor.
—¡Me encanta que Gryffindor haya ganado el partido, pero esto es ridículo! ¡Percy, no esperaba esto de ti!
—¡Le aseguro que no he dado permiso, profesora! —dijo Percy, indignado—. ¡Precisamente les estaba diciendo a todos que regresaran a la cama! ¡Ana y Parvati han sido engañadas por la oscuridad...!
—¡No fue un juego de sombras! —espetó Ana, saliendo de su trance, y levantando tanto la voz que opacó la de Percy—. ¡Me desperté y Peter Pettigrew tenía una mano sobre mi rostro! ¡Parvati lo vio también!
La profesora McGonagall la miró, suavizando su mirada.
—Abaroa, es normal que las sombras nos hagan ver cosas que no están allí. Se debe pasar con una contraseña aquí y además hemos tomado todas las precauciones, es imposible.
—Por favor, me tiene que creer —le imploró Ana, sintiendo su pecho doler—. Al menos pregúntele a Sir Cadogan qué sabe, por favor...
La profesora McGonagall la miró con cansancio pero asintió antes de abrir el retrato y salir. Todos los de la sala común escucharon conteniendo la respiración.
—Sir Cadogan, ¿ha dejado entrar a un hombre en la torre de Gryffindor?
—¡Sí, gentil señora! ¡Ayer por la madrugada! —gritó sir Cadogan.
Todos, dentro y fuera de la sala común, se quedaron callados, anonadados.
—¿De... de verdad? ¿Ayer...? —dijo la profesora McGonagall—. Pero ¿y la contraseña?
—¡Me la dijo! —respondió altanero sir Cadogan—. Se sabía las de toda la semana, señora. ¡Las traía escritas en un papel!
La profesora McGonagall volvió a pasar por el retrato para encontrarse con la multitud, que estaba estupefacta. Se había quedado blanca como la tiza.
—¿Quién ha sido? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Quién ha sido el tonto que ha escrito las contraseñas de la semana y las ha perdido?
Hubo un silencio total, roto por un leve grito de terror. Neville, temblando desde los pies calzados con zapatillas de tela hasta la cabeza, levantó la mano muy lentamente.
• • •
En la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche. Sabían que el castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común, esperando a saber si habían atrapado a Pettigrew o no. La profesora McGonagall volvió al amanecer para decir que se había vuelto a escapar.
Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas de seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Peter Pettigrew. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras. Hablando de ratones, nuevamente salió un protocolo acerca de las mascotas roedoras de todos los estudiantes, que aunque confundidos, no se negaron. Sir Cadogan fue despedido. Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la señora gorda. Había sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a regresar a su trabajo solo si contaba con protección. Contrataron a un grupo de hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo amenazador; hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus porras.
Y Ana nuevamente no era abandonada por nadie. Siempre con Hermione, algún profesor o prefecto de Gryffindor. Seguía asustada por lo pasado pero estaba harta de la atención que eso le había invocado. Estar en grupos muy grandes de personas que desconocía le inquietaba y que cada una de ellas quisiese escucharla hablar solamente la ponía los pelos de punto. Y todo eso era exactamente lo que no quería. No quería ruidos altos, no quería multitud, no quería hablar. Ana solamente quería silencio y tranquilidad, un espacio en que su ansiedad no le hiciese temblar y en donde se sintiese tan cómoda como segura. Pero aquel lugar era imposible de llegar si había tanta gente rodeándola.
Por la tarde de ese mismo día, Ana se acercó a la oficina de Remus que la había llamado para darle una visita. Cuando llegó y tocó la puerta, se llevó una sorpresa al ver quienes estaban dentro, charlando con Remus.
—¿James, Sirius?
Ambos se volvieron hacia ella y sonrieron aliviados al verla.
—¡Ana!
James caminó hacia ella y le dio un abrazo que hizo que los músculos de Ana se relajaran y pudiese dejar salir un suspiro.
—¿Cómo te encuentras? —James la soltó pero la miró con preocupación—. Cuando Remus nos contó teníamos que venir lo más pronto posible.
—¿Solo vinieron por ello? —inquirió Ana alarmada. Lo último que quería hacer era que tiraran todo por ella.
Al ver su expresión, James apoyó una mano sobre su hombro.
—Como auror mi trabajo es proteger a la comunidad mágica así que iba a ayudar por aquí o mejor dicho en Hogsmeade... pero Sirius —James lo miró—, él sólo me siguió hasta aquí.
Sirius pasó un brazo por los hombros de su amigo y le sonrió a Ana.
—Todo para molestarlo cuanto más pueda.
Ana rió suavemente y escucharon a Remus aclararse la garganta detrás de ellos.
—Ni siquiera me dejaron hablarle cuando he sido yo el que la llamó —indicó divertido el hombre y Sirius levantó sus brazos en signo de defensa.
—Ey, no la hemos visto en un mes... ¿has llamado a Harry también?
Mientras Sirius y James hablaban en un rincón, seguramente esperando que Harry apareciese, Ana se sentó en una de las sillas en frente de Remus.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Remus y le tendió una taza con chocolate caliente.
—Ahogada.
Ana le dio un sorbo a su bebida y sintió el calor recorrer todo su cuerpo, transmitiéndole un sentimiento tan reconfortante que se dejó cerrar los ojos.
—Imagino que tu cuerpo y mente deben estar cansados —asintió Remus y su mirada se suavizó—. Haremos todo lo posible para atraparlo, no te preocupes de ello.
Ana abrió los ojos y luego de observar el chocolate, levantó su mirada hacia Remus.
—¿Sabes lo que es loco? Que aquello me trae sin cuidado. Claro, estaría más tranquila si Pettigrew fuese atrapado pero él ni siquiera es el centro de mis problemas por ahora —Ana le dio un sorbo a su bebida—. Primero estoy sofocada con el colegio, tengo tantos libros que leer, tantos hechizos y pociones que adiestrar y millones de nombres que recordar. Tengo pilas de trabajos y mis manos siempre terminan completamente acalambradas y llenas de tinta al terminar el día. Y ni hablemos de mi cerebro. Creo que ha dejado de funcionar hace días pero yo le sigo insistiendo. No tengo tiempo de dormir tampoco... estos días con suerte dormí por tres horas durante las noches. Mi cuerpo está tan cansado que ni siquiera puedo comer el desayuno sin sentir que me dormiré arriba de mi avena. ¡Y ni hablemos de Buckbeak...! Estuvimos con Hermione buscando cómo ayudarlo pero es más difícil que aprenderse los nombres de la Asamblea Mágica Europea, el mundo siempre fue tan cruel con las criaturas mágicas que estamos perdiendo esperanza. Además, ahora ni siquiera podemos pedirle ayuda a Ron y Harry porque el primero está enojado con Hermione y no pueden estar menos de cinco metros de distancia. Estoy a punto de desplomarme y ahora estoy tan rodeada de personas que lo único que quiero es estar sola.
Ana tomó aire y rápidamente se concentró en su bebida mientras Remus la miraba atónito.
—Esos son varios problemas a la vez, Ana... ¿te lo has guardado para ti sola hasta ahora o alguien más sabe?
La niña la pensó y se encogió de hombros.
—Todos están en sus propios asuntos para que yo les agregue más problemas. Ya he molestado de más estos días, no quiero aprovecharme de la bondad de los demás.
—Ana...
Ana cerró los ojos y asintió.
—Lo sé. Sé que no debería estar cargando con esto sola y sé que tengo amigos en los que contar, cuya bondad es incuestionable... pero aun así lo que más quiero y sé que me va a ayudar es estar sola. En silencio. Sin que nadie me diga qué hacer, sin alguien con quién hablar. Necesito vaciar mi mente y simplemente... ser nada y nadie por unos minutos.
Ambos se quedaron en silencio por unos segundos hasta que Remus volvió a hablar.
—Siempre vas al mismo pasillo, ¿es para estar sola?
El cómo sabía eso Remus era un misterio para Ana. Y al notar su expresión, Remus le sonrió.
—Los cuadros hablan, son bastante chismosos y adoran los rumores. Fue imposible ignorar cuando hablaban de que te escapabas de la vista de la profesora Babbling para ir al pasillo secreto.
—Es bastante silencioso... —admitió Ana, soñando despierta con el lugar—. Estoy escondida de todos... y por alguna razón siempre me siento mejor cuando lo estoy. Si nadie me encuentra o escucha me siento protegida... siempre lo he apreciado.
—Estar escondida también te vuelve vulnerable. Estar completamente aislada es peligroso.
Ana dejó la taza en el escritorio en frente suyo y observó a Remus a los ojos.
—Luego de todos estos años te acostumbras y en mi caso, la he convertido en mi propia defensa.
Remus se sentó en su silla y pasó una mano sobre su rostro antes de sonreírle como si supiese un secreto.
—¿Estás segura de aquello, Ana? —dijo Remus y el ver la expresión confusa que le dio Ana, juntó sus manos—. ¿Te escondiste cuando veías que un profesor era injusto? ¿Te escondiste cuando Hagrid necesitaba ayuda? ¿O cuando tus amigos te necesitaban? —Remus negó—. No creo que estar escondida sea tu defensa. De hecho, creo que eso solamente fue un factor para lo que ahora sí es tu defensa y tu ataque.
Ana no creía estar siguiendo lo que Remus decía y se lo dejó saber con su mirada.
—En ningún momento de tu vida has estado escondida, Ana. Tú te hiciste cargo de ello. Alguien tan brillante como tú... no, no puedes siquiera pensar que has estado oculta.
—¿A qué te refieres? —insistió Ana, interesada en el final.
—Me refiero a que aunque seas difícil de ver, simplemente tu aura es imposible de ocultar. Brillas en la noche, Ana. Y tu propia luz mantiene a los ojos cerrados. Eso es lo que te protege. Esa es tu defensa.
Remus apuntó la taza con el chocolate que se enfriaba y la vació con un movimiento.
—Ahora ve a tu escondite y haz lo tuyo. Yo me encargaré que nadie te moleste.
Cuando Ana se adentró al escondite dejó salir un suspiro de alivio aunque Zabini estuviese allí con su cara de perro de siempre. No escuchar ningún sonido de multitud y estar casi sola era el paraíso al que necesitaba volver.
—Pensé que te sabías mi horario para no venir a molestarme.
Ana se sentó en su lugar y lo miró con una sonrisa llena de falsa amabilidad.
—Cállate ¿quieres? Justo hoy elegiré violencia si me sacas de quicio.
La mirada azul de Ana se centró en el libro en sus manos y luego en el pergamino en el cual había transcrito las runas de dicho libro. Ana estaba completamente estupefacta con aquellos dibujos. No solo no tenían sentido pero tampoco le daban un indicio de dónde podían provenir. No parecían runas normales del alfabeto de futhark pero tampoco parecía el alfabeto de los duendes antiguos o algo por el estilo.
Un suspiro dejó su boca y cuando Zabini la escuchó, su mandíbula se trabó. Ana, que estaba en su mundo, siguió inspeccionando las runas sin llegar a una conclusión así que esta vez soltó un bufido. Los puños de Zabini se pusieron blancos al agarrar su libro con tanta fuerza. Y cuando minutos después Ana soltó una queja por el cansancio, la paciencia del chico se rompió.
—¿Qué? —bramó él—. ¿Por qué haces tanto ruido? Me dices que me calle pero no cierras el pico, por Salazar —levantó su varita antes de que Ana pudiese quejarse de su actitud—. Accio.
Ana quiso agarrar su pergamino pero éste salió disparado hacia el chico que lo agarró de un manotazo.
—¡Eso es mío! —chilló Ana y se levantó de su lugar para pelear por su pergamino.
—¿Qué puede tenerte tan insoportable un domingo por la tarde...? —Zabini alejó el pergamino de Ana y frunció el ceño—. ¿Qué diablos es esto, Abaroa? Tu cordura me podría importar menos pero no puedes crear un alfabeto rúnico como si nada...
—No lo creé yo —resopló ella y le arrebató el pergamino—. Lo encontré escondido en... un libro.
Zabini la miró aburrido.
—Pues cállate mientras descubres el tesoro perdido inexistente.
Ana se sobó los ojos y se preguntó porqué debía ser tan estresantemente arrogante e hipócrita. Le decía que se callara pero era el primero en acotar donde nadie le preguntaba. Había oído hablar que raramente abría la boca y por eso se lo veía como misterioso. Ana lo observó de pies a cabeza y se rió mentalmente de la idiotez esa. Ese chico no era misterioso. Era solamente un imbécil.
Sus ojos se posaron en el libro que el chico leía y notó que era acerca de Runas élficas del siglo XIII. Ana volvió a inspeccionar al chico y una idea se cruzó en su cabeza. Sí. Zabini era un completo imbécil... pero era un imbécil inteligente. Y durante todas las clases de runas que había tenido que sufrir junto a él, era imposible negar que el chico era un natural en la materia. Era simplemente el mejor en ella.
Ana bajó su mirada hacia su pergamino y recordó todo lo que le estaba costando siquiera comprender algo de lo escrito en él y recordó la conversación que había tenido con Remus. No debía guardarse todo para ella misma, a veces aceptar la amabilidad de los demás era crucial pero aprovecharse del ego de alguien era sumamente más llamativo. Y Blaise Zabini estaba hecho de pura arrogancia tanto como de inteligencia.
—Zabinski, te tengo una propuesta.
Al escuchar otro apellido más, Zabini puso los ojos en blanco pero asintió con el menor interés que cabía en su cuerpo.
—Huh...
—No volveré a pisar este sitio nunca más por los próximos cuatro años ni me volverás a ver el rostro a menos de cinco metros...
Zabini la miró de reojo con una mueca.
—... ¿Si yo hago qué?
—Si tú me ayudas a descifrar lo que estas runas significan.
Ana estaba hiriendo su propio ego al decir eso. Pero por mucho que adorase ese lugar que le transmitía silencio y paz, una parte de su interior le decía que el secreto detrás de esas runas era mucho más atractivo.
Zabini se irguió, la miró a ella y luego al pergamino con una ceja alzada y una sonrisa irritante.
—Diez metros.
Ana rodó los ojos. Por mucho que esa idea fuese tentativa había un problema.
—Compartimos clases y no hay tanto lugar en el aula.
—Eso suena como un problema tuyo, Abaroa.
—No te pases de listo.
Zabini apoyó su libro en el banco en el cual estaba sentado y se levantó para dirigirse a Ana.
—Mi vida sin tu presencia por mi ayuda limitada —Zabini la miró de pies a cabeza y tendió su mano—. Más te vale que no sea una pérdida de tiempo, Abaroa.
—Si tanto quieres este lugar para ti solo, espero que empieces a rogar.
Ana solamente esperaba que no estuviese haciendo un error del que no podría volver atrás.
• • •
¡feliz viernes!
¿cómo están?
se va poniendo interesante la cosaa ah
no saben cómo me río cada vez que escriben su enojo hacia blaise asjajasj bien merecido !
¿esto una historia de blaise? nahh hate club JSAJS no se preocupen que ya va a tener sus momentos de redención ♥
remus: siendo re filosófico
ana: ?????????
¿qué les pareció el capítulo?
¡gracias por el apoyo constante que le dan a la historia! me hacen re feliz ♥
nos vemos la próxima semana ¡!
•chauuu•
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