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"Verdades y mentiras"

El castigo no empezó inmediatamente luego de que Umbridge lo propusiera, sino que Ana tuvo que esperar una vez que Harry le hizo una pregunta.

—Esto... —empezó él sin moverse—, profesora Umbridge... Esto..., antes de empezar quería pedirle... un favor.

Los saltones ojos de la bruja se entrecerraron. Ana puso una mueca, sabiendo lo que se avecinaba.

—¿Ah, sí?

—Sí, mire... Es que estoy en el equipo de quidditch de Gryffindor. Y el viernes a las cinco en punto tenía que asistir a las pruebas de selección del nuevo guardián, y me gustaría saber si... si podría librarme del castigo esa tarde y hacerlo... cualquier otra tarde...

Harry no había terminado de hablar, cuando él y Ana se dieron cuenta de que no serviría de nada.

—¡Ah, no! —replicó la profesora Umbridge esbozando una sonrisa tan amplia que parecía que acabara de tragarse una mosca especialmente sabrosa—. No, no, no. Los castigos no pueden ajustarse a la comodidad del culpable. No, mañana ambos vendrán aquí a las cinco en punto, y pasado mañana, y también el viernes, y cumplirán sus castigos como está planeado. De hecho, me alegro de que se pierda algo que desea mucho. Eso reforzará la lección que intento enseñarles.

Ana miró apenada a su amigo, que le devolvió una tensa mueca. Cada vez que la profesora Umbridge hablaba, un mililitro de odio oscurecía sus corazones.

—Como pueden ver, he separado con una cortina dos pupitres —dijo Umbridge, señalando hacia delante de ellos dos, donde se veía exactamente lo que ella había dicho. Dos pupitres separados por una gruesa cortina rosada y con encajes blancos. Era horrible.—. En sus pupitres encontrarán unas orejeras que se pondrán ni bien se sientan. No quiero que hablen, murmuren, estornuden, escuchen, y moverse está absolutamente prohibido, además de sus plumas escribiendo. En ese caso, les he dejado una pluma especial a cada uno al igual que pergamino —la profesora Umbridge los miró, ladeando su cabeza—. Señor Potter, usted escribirá «No debo decir mentiras».

—¿Cuántas veces? —preguntó Harry, mordiendo su lengua.

—Ah, no sé, las veces que haga falta para que se le grabe el mensaje —contestó Umbridge con ternura, antes de volverse a Ana—. Y usted, señorita Abaroa, escribirá mil veces «Debo ser obediente»

Los labios de Ana hicieron una línea fina blanca. Ni Snape le daba tanta tortura. Y lo preocupante no era lo que debía escribir ni cuánto, sino que lo que preocupaba a Ana era la absoluta prohibición de sus sentidos.

«¿Sin poder moverme por horas? Está loca»

Ana y Harry se sentaron en sus respectivos asientos, no sin antes enviarse miradas de apoyo, y tomaron las orejeras con una mueca en sus labios. Detrás suyo, la profesora Umbridge dejó salir algo parecido a una risa, hasta que volvió a hablar.

—Ya pueden empezar.

Vacilando, Ana observó con recelo a las orejeras rosas brillantes y con un largo y alentador suspiro, las acercó a su cabeza, repitiendo que no sería lo peor. Sólo debería concentrarse en escribir y...

Cuando la esponjosa textura de las orejeras tapó sus oídos, Ana se sintió enferma. Era una sensación extraña al igual que fuerte. Umbridge les había dicho que se les haría imposible escuchar algo, no obstante, parecía ser que aquello había sido una grave mentira puesto que en definitiva podía escuchar algo. Podía escuchar la caliente, bombeante sangre de su corazón zumbando en sus oídos.

Los movimientos rítmicos de su corazón comenzaron a quemarle la cabeza, y su respiración sin ritmo acechó en forma de escalofríos por su columna. Todo se sentía estridente como si se encontrase en mitad de la muchedumbre en un concierto, donde la música latía en el cuerpo de uno y los pensamientos quedaban apagados por los gritos. Era demasiado.

Con fuerza sostuvo la pluma rosada que la profesora Umbridge había dejado sobre un pergamino, sus manos temblaban sobre el escritorio pero hizo todo lo posible para ignorarlas y así concentrarse en el bote de tinta que esperaba ser hundido con la punta de la pluma.

Sintió nuevamente la presión en su cabeza y se encogió en su lugar. Quería moverse, quería tirar aquellas orejeras por la habitación y cerrar de golpe la puerta del despacho de Umbridge luego de escaparse de allí; quería maldecir, gritar, vomitar... su cuerpo se sentía asqueroso.

Mordió su lengua cuando un quejido quiso traicionarla. No le mostraría a Umbridge cuánto sufría. Jamás caería tan bajo. Jamás.

Forzando su mano hacia la tinta, tuvo la esperanza de que Harry estuviese teniendo un mejor momento que ella.


Las incontables horas se pasaron con una dura y macabra lentitud. Cada segundo eterno y doloroso en donde Ana transpiraba y temblaba, y su respiración se volvía cada vez más irregular. Con cada frase que escribía su cabeza ardía más, y cada vez que apoyaba la punta de la pluma rosada en el tintero, la sangre recorriendo sus oídos la hacía encogerse aún más.

A mitad de la detención descubrió que si se concentraba en escribir cien veces «Debo ser obediente» en cada carilla, y de cualquier forma, su cerebro se concentraba en cómo la tinta manchaba el pergamino amarillento. La tinta rosada parecía sangre cada vez que Ana se tildaba por el pánico.

Cuando Harry se fue al terminar, Ana notó por una de las ventanas que había oscurecido por completo. No sabía qué hora era, pero aquello era de sus menores preocupaciones. Le faltaban doscientas frases.

Las agujas seguían moviéndose en el reloj, y luego de un largo tiempo Ana se dio cuenta de que sus sentidos se habían adormecido por lo que completó con su tarea una vez que el reloj marcó la una de la madrugada.

No tuvo que decir nada al dejar la pluma en el escritorio, ya que la profesora Umbridge se acercó a ella con la cabeza en alto.

—Ah, sí... —Umbridge tomó los pergaminos que Ana había usado y los analizó—. Creo que aún hay mucho pergamino por cubrir. Mañana lo seguirá llenando, sí... Ya puede marcharse.

Sin decir nada, Ana tomó sus cosas y sin mirar a la profesora Umbridge, salió del despacho.

Pero la puerta quedó abierta.

•      •      •

No pudo dormir esa noche. Su cuerpo y mente estaban completamente agotados, y aún así no pudo pegar un ojo.

Aún sentía el zumbido en sus oídos, y aunque el adormecimiento siguiera presente en cada célula suya, no podía evitar encogerse cada vez que su mente recordaba la sensación palpante que las orejeras rosas habían hecho con ella. ¿Habrían estado hechizadas? ¿Es que Umbridge sabía que tendría ese efecto en ella?

Cualquiera fuese la respuesta, Ana sabía que la profesora no era inocente en lo absoluto.

A la mañana siguiente, antes de que cualquiera de sus amigas se despertara, Ana bajó de su cama con cuidado para no molestar a Basil y salió de la habitación aún con su uniforme puesto ya que no se había molestado en cambiar la noche anterior. También tomó su mochila.

Cuando salió de la sala común hacia el pasillo, se dio cuenta de que era más temprano de lo que pensaba, pues las pinturas aún roncaban en las paredes. A paso cauto se movió por el castillo, ignorando el dolor que aún sentía en todos lados, y ya acostumbrada a que ningún pensamiento se presentara en su cabeza.

Sabía que esto no era normal, podía escuchar en el fondo de su cabeza aquella vocecita que le decía que era preocupante que su cuerpo estuviera reaccionando y no a la vez, pero Ana no podía hacer nada. Al menos no conscientemente.

Y sin haberse esperado el lugar donde sus piernas la llevaron, levantó su rostro para observar la puerta de la enfermería.

No supo ni cuándo levantó la mano y tomó el pomo, ni cuándo abrió la puerta, no obstante, cuando estuvo dentro de la enfermería, la escena mañanera que había tomado el lugar se presentó ante sus ojos.

Por más que fuese temprano, varias camillas estaban tomadas. A su izquierda algunas cortinas estaban corridas para dar privacidad a sus pacientes, y a su derecha había algunos estudiantes esperando terminar de ser atendidos. Entre ellos se encontraba Katie Bell, que cuando Ana abrió la puerta estaba subiendo una de sus medias grises.

Ninguna palabra salió de su boca mientras admiraba el estado de la enfermería, no se atrevía —además de que no podía— a hablar. Sentía un eco en su boca y un desierto en su garganta.

Afortunadamente, la señora Pomfrey la notó al cerrar la puerta.

—Ana... —dijo mientras se acercaba a ella con el ceño fruncido, eso también podía ser resultado de los sonidos de vómitos que se hacían oír al final de la enfermería—. ¿Qué traes querida?

Ana abrió la boca pero nada salió. Alguien más vomitó y se encogió en su lugar.

La señora Pomfrey la miró inquisitivamente pero en vez de decir algo, puso una mano sobre su espalda y la llevó a una de las camillas.

—Siéntate aquí y espera a Mary, está terminando con la señorita Bell, ¿bien? —varios estudiantes se quejaron desde sus camillas y la señora Pomfrey suspiró—. Ella cuidará bien de ti.

No esperando una respuesta de Ana, la enfermera se alejó hacia los estudiantes enfermos.

Ana quería taparse las orejas, quería dejar de escuchar toda la conmoción que tomaba lugar en la enfermería, pero a la vez temía escuchar solamente su respiración y su corazón. Era un debate que le comía la cabeza, por lo que simplemente acercó sus rodillas a su pecho y se quedó quieta en su lugar, esperando a Mary.

La espera no fue larga; no había contado hasta veinte cuando Mary apareció delante suyo con su cabello rizado y oscuro peinado en nudos encima de su cabeza. Se veía igual de elegante y profesional que siempre.

—Buenos días, Ana. Poppy me ha dicho que viniese, ¿qué tienes?

Un nudo en la garganta impidió que Ana pudiese hablar, sólo un quejido suave siendo lo que dejó su boca. No podía hablar, no podía darle la cara a Mary, no podía hacer nada.

¿Qué le pasaba? ¿Qué le pasaba a su cuerpo? ¿Por qué había comenzado a temblar? ¿Por qué todo se sentía tan... agobiante?

Estaba perdiendo el tiempo de Mary.

No obstante, Ana parecía equivocarse nuevamente porque Mary en vez de impacientarse, comenzó a correr las cortinas para que la privacidad fuese un problema lejano en la cabeza de Ana. Una vez que terminó se sentó a su lado.

—Respira hondo. No hay apuro alguno.

Ana hizo lo que Mary le aconsejó, respiró hondo y... lo único que obtuvo fue un sollozo ahogado y sus ojos cristalizándose.

¿Se estaba ahogando?

No.

Se estaba desahogando.

Fueron cinco duros minutos en donde Ana simplemente sollozó al lado de Mary. No obstante, esos fueron los mejores cinco minutos que Ana tuvo desde hacía 24 horas. Su garganta dejó de estar cerrada, su corazón aunque doliese un poco dejó de sonar en sus oídos, y sus pensamientos por más dispersos que se encontraran, estaban allí.

Abrió la boca para hablar.

—Me siento... agobiada.

Mary asintió, mirando a las cortinas verdes frente a sus ojos. Esperó un minuto más para ver si Ana tenía algo más que decir, y cuando se dio cuenta de que no era así, se permitió hablar.

—¿Por la escuela? —inquirió, ahora mirándola desde arriba.

Ana sacudió su cabeza, una mezcla entre afirmación y negación.

—Por todo —susurró, viendo la oscuridad entre sus piernas y sus ojos.

—¿Y cuándo ha comenzado este sentimiento abrumante? ¿Cuándo empezaste a sentirte claustrofóbica?

Ana sacó su rostro de entre sus rodillas y se relamió los labios. Estaban salados por las lágrimas.

—Ayer. Durante mi detención con la profesora Umbridge.

Mary quedó en silencio por unos segundos, siendo sus respiraciones el único sonido que las rodeaba.

—¿Te ha hecho algo?

Ana recostó su cabeza entre sus rodillas.

—No lo sé.

Y esa era la verdad. No era como si tuviese pruebas en contra de Umbridge, no había evidencia de sus planes o sus pensamientos. ¿Qué sabía ella si la mujer lo había hecho a propósito? Cabía la posibilidad de que había sido una desafortunada coincidencia.

—Nos... nos dio unas orejeras a Harry y a mí para que no hubieran distracciones, y cuando me las coloqué todo se sintió tan...

—¿Fuerte? —sugirió Mary. Ana levantó su rostro hacia ella, sorprendida de que supiese.

—Sí. Fuerte.

Hablar no era necesario, por lo que Mary asintió mientras sacaba una libreta del bolsillo de su delantal blanco. Señal de que ya era oficialmente una enfermera en Hogwarts.

—¿Has tenido la misma sensación alguna vez, Ana? —preguntó mientras escribía rápidamente en la hoja amarillenta. Sus movimientos eran fluidos, su letra imposible de leer.

Pensando en su respuesta, Ana mordió su labio y se encogió de hombros.

—No... No exactamente. —admitió y se sorbió la nariz.

Mary volvió su mirada oscura hacia ella, apoyó la libreta en su regazo y ladeó la cabeza.

—¿Quisieras explicarme aquello?

De repente, los bordes de su suéter fueron más interesantes que la mirada seria de Mary.

—Me he sentido agobiada antes... Por ejemplo cuando hay muchas personas o cuando el ruido es muy alto... Me he acostumbrado pero nunca se ha sentido así.

Volviendo a su atención a la libreta, Mary escribió un par de renglones más en silencio y cuando quedó satisfecha la guardó en su bolsillo y se aclaró la garganta. Miró a Ana y Ana la miró.

—Hay dos factores contribuyendo a esto, Ana. Quisiera hacerte más análisis, pero es muy posible que hayas heredado varios síntomas de tus padres. —confesó Mary. Ana frunció el ceño, sus mejillas aún se sentían raras por el trazo seco de sus lágrimas.

—¿Heredado...?

—Sí. El TDAH de tu madre y la condición de tu padre.

Aquella simple declaración trajo cientos de preguntas a la cabeza de Ana, pero solamente un pensamiento fue capaz de dejar sus labios.

—Pero yo no tengo licantropía.

Eso en definitiva no era una mentira. Nunca tuvo que preocuparse por convertirse en un hombre lobo al final de cada mes, o los prejuicios que venían de su mano.

—Eso es claro, pero aún así no es imposible que los síntomas relacionados con la licantropía hayan atravesado tu cuerpo cuando naciste —admitió Mary y con su elegante postura se sentó cómodamente en su lugar. Cruzando una pierna sobre la otra—. Verás, no hay muchos, si es que hay alguno, casos de crías de licántropos. Como ya sabes, no están bien vistos en nuestra sociedad, lo que causa que ellos no se reproduzcan... por lo tanto nuestro conocimiento acerca de ellos es finamente limitado. Así que como dije antes, es posible que las células de la licantropía de tu padre hayan pasado a ti. Eso explicaría tu sensibilidad a muchos de tus sentidos, por ejemplo: al sonido.

»He leído tu historial clínico, he leído que tu insomnio crece durante los finales de cada mes y puede que tu cuerpo esté reaccionando a la luna llena; pero de nuevo, puede estar causado por el TDAH de tu madre. Solía tener una mala relación con el sueño, necesitaba medicación de la cual muchas veces se olvidaba de tomarla; a veces era verbalmente agresiva, su esfuerzo era el doble durante sus estudios, se desconcentraba durante las conversaciones... pues, todos esos y más síntomas de TDAH que podrían estar vinculados a ti. ¿Le he errado?

Más despierta, por el tema de conversación, Ana dejó de mirar a Mary y se centró en un punto verde de las cortinas. Mary estaba, en definitiva, en lo correcto. Ella había experimentado todas esas cosas en algún punto de su vida, especialmente aquella parte de desconcentración. No obstante, eso no estaba esencialmente vinculado con el factor de TDAH, ya que la señora Pomfrey le había dicho el curso anterior que alguien se lo había hecho a ella con magia. Un accidente. Un ataque.

Asimismo, nada de lo que Mary había explicado realmente aclarado la raíz de todo su dolor. El dolor que sus músculos, sus articulaciones sentían; sus doloridas extremidades o el profundo sentimiento de cansancio que siempre sentía.

Por lo tanto, preguntó.

—Pero... Hay muchas cosas que aún no comprendo.

Por primera vez en esa mañana, Mary le dio una pequeña y aseguradora sonrisa.

—Entonces dime. Por eso estoy aquí.

Ana asintió y se aclaró la garganta, sus piernas bajaron de la camilla y colgaron en el aire. Sus pies estaban dormidos.

—Mi cuerpo está en dolor constante. Caminar es un desafío, más ahora que las clases a veces se encuentran muy lejos de cada una. Cuando me despierto lo primero que hago es tomar un aliviante para el dolor. A veces hasta la más pequeña tarea me deja jadeante por aire y con un dolor tremendo... Puede que no haga nada y aún así me siento como si un camión me hubiera arrollado. Ahora incluso las escaleras me ayudan a atravesar el castillo. Es vergonzoso.

Mientras Mary la miraba con atención y seriedad, Ana tomó una gran bocanada de aire. Haber hablado tanto le había quitado el aire. Luego de inspeccionar el rostro de Ana, Mary volvió a hablar.

—Primero que todo, voy a tener que hacer más análisis para saber qué es lo que te está causando dolor. No quiero preocuparte pero no es normal para una adolescente de quince años sentirse como alguien de ochenta. Es conveniente darle una mirada detallada. Segundo, no es vergonzoso para nada, Ana. Sentir dolor y cansancio, además de todo lo que hablamos antes, no es algo de lo que sentirse avergonzado.

«Porque tú no lo sientes...» pensó Ana con amargura.

La expresión que sumió el rostro de Ana pareció delatarla dado que cuando Mary la miró una mueca se posó en sus labios gruesos. La mujer se aclaró la garganta y sacudiendo su cabeza, miró hacia delante.

—No suavizaré esto para ti, es una situación amargante que le pase a alguien, pero si todos nos sintiéramos avergonzados de lo que nos hace nosotros, entonces el mundo hubiese dejado de progresar un gran tiempo atrás. —la mirada dura de Mary se giró hacia Ana, y la chica no tuvo más que prestar atención—. En un lugar de ignorancia, no te estoy diciendo que seas fuerte, que aguantes... decir todo aquello no ayudará en nada y me temo que en un punto comenzarás a odiar esa frase. Empezarás a odiar las miradas de pena, las palabras alentadoras, la sugestión de ayuda... No todo el mundo entenderá, no todo el mundo permitirá espacio en sus cabezas para escucharte, y especialmente, no todo el mundo va a aceptarte. Es una realidad dura que muchos han tenido que soportar a lo largo de la historia, pero eso no los detuvo. Ya vemos todos los avances que hay hoy en día, todas las luchas.

»Ahora te sientes avergonzada, ¿pero será siempre así? ¿o usarás tu energía, tu tiempo, para comprenderte a ti misma?

Si era sincera, Ana no sabía qué decir. Estos meses habían sido agobiantes, agotadores y dolorosos; no obstante, toda su vida había sido así de alguna forma. Todas aquellas burlas, la invisibilización, el aislamiento... Ella sabía acerca de eso y nunca nada la había detenido para convertirse en quien era hoy en día. Tal vez esto era diferente, tal vez ya no estaba aislada de los demás, no la burlaban cada segundo de cada día, y ya no era invisible. Pero dolía, todo dolía y la molestaba porque no se merecía eso, sabía que merecía más, merecía mejor.

Era demasiado peso para sus hombros.

—Es demasiado, lo entiendo —dijo Mary sacando a Ana de sus pensamientos—. Puedes tomarte tu tiempo para pensar en esto, pero has venido aquí para que te ayudemos y eso es lo que haré si me permites. Hay muchas cosas que tal vez no cure, pues muchas de ellas no necesitan cura sino que solamente las entiendas; por eso está dentro de mi rango de habilidades enseñarte y hacer que comprendas más a ti misma. Eso te lo aseguro.

Al darse cuenta de que ese podría ser el fin de esa conversación, Mary se levantó de su silla y comenzó a buscar algo en su bolsillo.

—Bien, puedes volver aquí cuando te sientas más cómoda con la decisión pero mientras tanto te recetaré algunas pociones genéricas para el dolor y tu sensibilidad —sacó dos frascos de vidrio. Uno con un líquido amarillento y otro un líquido transparente y espeso—. El amarillo es para el dolor. Debes tomar un trago cada ocho horas y ninguna hora menos; aliviará por completo tu dolor pero te sentirás en las nubes, esta poción hace que no te duela nada, adormece hasta una herida letal por lo que por eso no quiero que tomes más de lo recetado. El líquido transparente por su parte no es ingerible. Quiero que cada cuatro horas te pongas dos gotitas en los oídos, ¿sí? Amortigua el sonido.

Asintiendo, Ana tomó los dos frascos y los metió dentro de sus no mágicos bolsillos. Ya podía escuchar los cristales golpeándose entre sí mientras caminaba.

—Como te decía antes, necesito hacerte más análisis. Los análisis mágicos son completamente diferentes a los de los muggles, me temo que voy a necesitar sacar mucho tiempo de tu calendario. ¿Qué te parece durante los fines de semana? Aún puedes estudiar mientras estás aquí, pero necesitaré los días completos...

—No... no puedo —dijo Ana de repente—. Tengo detención con Umbridge todos los días a las cinco de la tarde por un mes entero. Y las sesiones... duran más de seis horas.

Perpleja, Mary frunció el ceño y sus ojos oscuros parecieron oscurecerse aún más.

—Tú no te preocupes de eso. Necesito comenzar lo más pronto posible así que hablaré yo misma con Dolores y le diré que rebaje tu castigo de los fines de semana y la norma de las orejeras.

«Buena suerte con aquello»

—Ya que estamos hablando de esto, dejarás de tomar las pastillas. Tengo la sospecha que las has estado consumiendo sin una receta, ¿no es así?

Mary obtuvo su respuesta cuando Ana se ruborizó.

—Sé que alivian el dolor, pero eres joven y tu cuerpo no está preparado para ingerirlas en períodos continuos. Si estoy en lo correcto, tu abuela te ha estado dando ibuprofeno, que aun no siendo la mejor elección es mejor que darte paracetamol o aspirinas. —Mary arrugó su nariz—. No tomes esos. El paracetamol solamente si está recetado por un doctor, pero las aspirinas son un no rotundo para ti. ¿Me oyes?

—No... ¿No son todas lo mismo?

Algo pareció encenderse dentro de Mary porque Ana tuvo la sensación de que era mejor no respirar y no moverse.

—No lo son. Menores de dieciocho años que consumen aspirinas sin atención médica pueden dañar su cerebro irreversiblemente. No quiero que las tomes. ¿Has estado consumiendo...?

Inmediatamente, Mary sacó su varita del bolsillo y tomó el rostro de Ana con suavidad para revisar sus oídos. Los ojos azules de la adolescente miraron a todos lados con inquietud.

—No... No sé, tengo las pastillas aquí... —dijo Ana sacando de uno de sus bolsillos el pequeño frasco transparente que contenía las pastillas que había estado tomando esos meses, y que su abuela le enviaba por el correo.

Sin vacilación, Mary le arrebató el frasco con sus manos suaves y cuidadas, e inspeccionó las pastillas blancas.

—Son ibuprofeno. Bien. Evanesco.

Sin alzar su varita, Mary susurró el hechizo haciendo que inmediatamente desaparecieran las pastillas del frasco. Se lo devolvió a Ana, quien la observaba aturdida. Pocas veces había visto a alguien emplear magia sin varita, y de las pocas personas a las que había visto, podía decir con firmeza que eran grandiosos magos.

En silencio, Mary tomó frascos con los mismos líquidos que le había dado a Ana y aún en silencio hizo que los líquidos se transportaran a los respectivos orificios del rostro de Ana. Con una sonrisa, asintió satisfecha mientras los guardaba.

—Listo. Tu cuerpo comenzará a relajarse ahora mismo, pero si quieres faltar a las primeras clases yo les avisaré a tus profesores del porqué. No te preocupes.

Lo último que Ana escuchó a un ruido alto fue a alguien quejarse al otro lado de la enfermería antes de que sus oídos zumbaran y opacaran el sonido.

Ya sin nada que aportar, Mary le dirigió una última sonrisa antes de correr las cortinas para dirigirse hacia donde el estudiante anteriormente se había quejado de su malestar. No obstante, antes de que pudiera dar otro paso, Ana abrió la boca.

—Sí quiero que me ayudes... A entenderme a mí misma, Mary.

Mary se detuvo en seco, deteniendo el sonido hueco de sus tacones y observó a Ana por encima de su hombro. Sus ojos oscuros brillaban.

—Me alegra escuchar eso, Ana. Nos vemos el sábado.

•      •      •

El pánico que había surgido en Ana luego del primer castigo se desvaneció en horas luego de recorrer los pasillos del castillo. Las pociones que Mary le había dado surgieron sus efectos y en cuestión de minutos sus sentidos se calmaron y sus pensamientos se enforcaron.

Lamentablemente, estar en el año en donde los exámenes más importantes de su carrera académica tomarían lugar permitió que los profesores advertidos de la condición de Ana ignoraran por completo su situación. Por lo tanto, al finalizar el horario de clases, la pila de tareas que Ana debía realizar se multiplicaron.

—Pensé que te había pasado algo —admitió Hermione con un bostezo mientras bajaban las escaleras hacia la biblioteca. Era la primera vez en todo el día en que ambas habían podido compartir una conversación—. Ayer no te vi llegar y hoy no estabas en tu cama...

—Lo siento, la visita a la enfermería fue mucho más... larga de lo esperado.

Hermione acarició su cabello esponjoso, dándole a Ana una mirada de preocupación.

—¿Y estás completamente segura de que te encuentras mejor?

Ana asintió adormilada. El mundo alrededor suyo se sentía un poco más en paz con los medicamentos que Mary le había recetado. Las luces eran menos cegadoras, los sonidos no eran tan fuertes, su mente no era un remolino sin descanso y su cuerpo se sentía más liviano. El dolor siendo un mal recuerdo lejano en la punta de sus pies.

Antes de que Ana pudiera responderle, por quinta vez, que se sentía mejor que nunca; Hermione dejó salir una exclamación mientras buscaba en su bolsillo algo que parecía ser de suma importancia.

—Casi me olvido, llegaron estas dos cartas para ti. Son de tu papá y tu abuela —dijo Hermione sacando dos cartas con diferentes firmas pero igual destinatario.

Mientras Ana tomaba ambas cartas en su mano, ella y Hermione llegaron a la puerta de la biblioteca donde la segunda se quedaría durante el resto de la tarde para estudiar y terminar los trabajos mientras la otra iba a detención con Umbridge.

Resuelta en que leería las cartas luego de detención, Ana se despidió de su amiga en la entrada del mundo de libros y a paso lento se encaminó hacia la oficina de Umbridge.

A medida que se acercaba a su castigo, su piel comenzó a erizarse mientras que los nervios recorrían su cuerpo. Por más que la medicina aún surgía su efecto, el pánico que había sentido el día anterior no se había desvanecido del todo. Y ahora que Mary había hablado con Umbridge acerca de sus métodos, ¿de qué sería capaz la mujer de rosa de hacer?

Para la incredulidad de Ana, nada de lo que se había imaginado hubiese podido adivinar lo que la profesora Umbridge dijo una vez que abrió la puerta a su despacho.

—No debería de estar aquí, señorita Abaroa —dijo ella con su familiar y falsa amabilidad.

«¿Es que se ha golpeado la cabeza?»

—Tengo detención con usted, profesora —insistió Ana, sin poder evitar mostrar su confusión hacia la declaración de la profesora.

Umbridge rió empalagosamente, y Ana escondió una mueca.

—Ah sí, habíamos arreglado por un mes, ¿no es así? —le sonrió ella y sus labios finos y rosados hicieron que el estómago de Ana se diese vuelta—. Pues ya no.

La estupefacción parecía imposible de abandonar el rostro de Ana, pues no estaba comprendiendo qué era exactamente lo que estaba sucediendo. ¿Aquella mujer que había decidido hacerle la vida imposible por un mes entero de la nada desistía? Algo no cuadraba. ¿Qué rayos le había dicho Mary?

—Hoy la enfermera vino a hablarme —añadió Umbridge con un brillo en sus ojos claros—. Y eso me indicó que la lección quedó bien aprendida. No eres muy difícil de romper, ¿no?

La garganta de Umbridge dejó salir un falso interesado «hm» pero su sonrisa nunca abandonó sus labios. Por otro lado, Ana estaba congelada en su lugar sin saber qué decir mientras las palabras de Umbridge se repetían en su cabeza. La mujer ladeó la cabeza y su sonrisa creció.

—Hasta luego.

Lo último que vio Ana dentro de la oficina de Umbridge fue la encorvada espalda de Harry quien aún debía realizar su duro castigo. En su cabeza seguían estando las orejeras rosas.


—...Y luego me dijo eso —dijo Ana con una risa incrédula—. Fue un gancho a la yugular, ya les digo.

Luego del rechazado castigo de Umbridge, Ana se encaminó hacia los dormitorios completamente sin palabras. Una parte de ella suspiraba de la emoción de no tener que pasar otro minuto bajo la mirada de aquella mujer aberrante, pero su otra mitad aún seguía golpeada por sus palabras. La agresividad pasiva con la que Dolores Umbridge se dirigía hacia todos era mil veces peor que el odio directo que Snape mostraba.

Uno te irritaba. El otro te apuñalaba.

—Esa vieja está loca —señaló Parvati con una mueca, mientras su cabello negro y largo caía en cascadas sobre un costado de su cama—. Lo que no entiendo es cómo encuentra la audacia para hablarle a la gente así cuando se viste como un poodle rosado.

—Eso es lo que la hace más aterradora —asintió Lavender, temblando por los escalofríos—. Es un doble asesinato, sus palabras y su vestimenta.

—Sí... Es una lástima que Harry siga teniendo detención con ella hasta el viernes. Espero que no esté sufriendo —suspiró Ana, bajando su mirada hacia el pergamino en donde había estado escribiendo esa última hora.

—¿Es por eso que estás escribiendo su redacción de Pociones? —inquirió Parvati, luchando contra su propia redacción de la materia.

—Sí —afirmó ella, apretando varias veces el pulsador de su bolígrafo—. Ya he terminado el mío con ayuda de las notas de mamá, y como hice el dibujo del Bowtruckle durante la clase, y practicamos un poco con los hechizos desvanecedores, quiero ayudarlo un poco con el suyo.

Parvati y Lavender se miraron de reojo, deseando en silencio que por un acto milagroso Ana hiciera lo mismo con ellas. No obstante, la idea rápidamente se fue al retrete. Así no llegarían a terminar con todos los deberes.

La tarde terminó con Ana finalizando sus deberes de forma apurada para así asistir a su amigo con las suyas, y aún cuando sus amigas estaban durmiendo como troncos en sus respectivas camas, dedicó sus últimos minutos despierta a leer las cartas que había recibido aquella mañana. Una de su abuela y otra de su padre.

La carta de su abuela, con aquella letra tan elegante que Ana adoraba leer, tenía escrito un largo discurso de consuelo hacia ella. Hilda le decía que no se esforzara de más, además de que descansara lo suficiente para que su cuerpo no estuviera tan cansado todo el tiempo, remarcaba la necesidad de que su nieta durmiera ocho horas cada noche. Tampoco faltó el párrafo hablando acerca de cuánto la extrañaba al igual que Limonada.

Agradeciendo mentalmente a su abuela, Ana dejó el papel a un lado para dar lugar a la otra carta de aquella noche. Sin sorprenderse, descubrió que la carta de su padre era igual de corta de como había sido la suya.

Querida Ana,

Siento escuchar que Dolores Umbridge les esté haciendo pasar un mal rato; pero por esas mismas razones te ruego que cuides tus pasos en Hogwarts. Puedes superar esto, hija. Eres mil veces mejor que ella, úsalo a tu ventaja.

Te quiero mucho y te deseo un mejor comienzo,

papá.

•      •      •

El jueves y el viernes fueron agotadores dada la cantidad de deberes que se apilaban en la imaginaria carpeta de Ana luego de cada clase. Afortunadamente, su primer año en Hogwarts la había preparado profundamente para una crisis de tal forma; lamentablemente, su cuerpo no era el mismo que hacía dos años.

—Dios, mi cuerpo me va a fallar —dijo al alzar su mirada hacia las escaleras de las gradas del campo de quidditch.

Era viernes por la tarde, lo que significaba que las pruebas de quidditch del equipo de Gryffindor tomarían lugar en esos instantes. Como ni Hermione ni Harry podían atender para alentar a Ron, Ana decidió que sería ella quien lo hiciera. Pero se había olvidado de dos detalles: uno, no sabía nada acerca de quidditch y estaba al borde de detestarlo, y dos, tenía que subir escaleras tan angostas como su cordura.

El problema no estaba en que debía subir las escaleras —pues ya estaba claro que estas la ayudarían a subir—; sin embargo, el problema recaía en que no había forma de que ella se sostuviera de una baranda mientras subía, y al llegar a la cima, el vértigo le arrebataría el aire.

Ya extrañaba la solidez de los hombros de Hermione.

—¡Ana! No sabíamos que ibas a ver las pruebas.

Ya dada vuelta, una sonrisa se posó en los labios de Ana al ver que Lavender y Parvati se acercaban a donde estaba ella. Ambas venían entre brazos entrelazados; como Parvati era más alta y delgada que Lavender, parecían encajar como un rompecabezas siendo que la rubia era más petisa y su cuerpo más redondo.

Por algo eran dos de las chicas más lindas de todo el colegio.

—Voy a ver a Ron —explicó Ana, abrazando el libro de Herbología que había traído con ella para leer entre pruebas—. No sabía que ustedes iban a venir.

Ni Parvati ni Lavender eran particularmente lo que se podría definir como fanáticas de quidditch. En ese aspecto se parecían más a Ana.

—Me gusta ver a los jugadores —admitió Lavender sin vergüenza, aunque un tono rojizo se posó en su piel bronceada—. Parvati solo me acompaña.

Con pena, Ana miró de reojo a Parvati que llevaba una mueca en sus labios. No parecía contenta de su situación, y Ana la entendía; no era una situación agradable que la persona que querías te llevase para hablar de las personas que encontraba atractiva, evidentemente no siendo tú una de ellas.

Tarareando una dulce canción, Lavender se adelantó y comenzó a subir las escaleras, mientras que Parvati se acercó a Ana para tenderle un brazo aún con su mirada fija en la espalda de su mejor amiga.

—No puedo creer que prefiere a estos tórtolos antes que a mí —murmuró Parvati. Ana le dio unas palmaditas en su brazo mientras lo rodeaba con el suyo, agradeciendo la acción en silencio.

—Se dará cuenta, lo prometo.

Parvati solo le sonrió débilmente.

Una vez que las tres se encontraron sentadas en asientos cómodos —y lejos de los primeros así Ana no sufría un desmayo—, las pruebas de quidditch comenzaron con los estridentes gritos de Angelina Johnson.

La concentración de Ana rápidamente se fue al retrete al ver a los jugadores volar, por lo que mientras escuchaba a sus dos amigas hablar, volvió su atención al libro de Herbología. Por más que no fuese una admiradora de las plantas, los chasquirridos eran intensamente más interesantes que el deporte.

Luego de un par de minutos en donde aprendió que las plantas violetas y ruidosas solamente se encontraban en lugares atestados de flora tropical, como el Amazonas, los oídos de Ana no pudieron evitar escuchar los comentarios de Lavender.

—Uou, Cullen hizo una maniobra genial —dijo ella entusiasmada, un dedo enredado en uno de sus rizos.

Interesada, Ana levantó su cabeza para ver a lo lejos a un chico de piel negra en frente de uno de los aros.

—No lo fue —dijo Parvati, con sus ojos fijos en sus uñas las cuales estaba limando—. Su agarre es tembloroso y su giro doble ocho fue un poco lento. Angelina nunca lo va a aceptar hasta que mejore su agarre.

Estupefactas, Ana y Lavender se miraron entre sí antes de observar con incredulidad a Parvati.

—Pensé que el quidditch no te interesaba —señaló Ana. A lo lejos se escuchaban las críticas que Angelina tenía hacia Cullen.

—Que no me interese no significa que no sepa nada de él —insistió Parvati, y sopló sus uñas, luego una mueca se posó en sus labios—. Mi tía es guardiana del equipo de las Holyhead Harpies, este verano fue imposible no escuchar sus desvaríos. No cuando su querida Ravenclaw se convirtió en prefecta como ella.

No fue sorpresa que de una prueba de quidditch salida mal, Parvati pudiese sacar como tema la nueva insignia de prefecta de su gemela Padma. Esos últimos días parecía que eso era lo único que podía hacer: compararse con ella.

En un intento con consuelo, Lavender tomó sus manos antes de darle su —ya décimo, al menos mientras Ana estaba cerca para oírlo— discurso de porqué no debía compararse con Padma cuando ella era lo suficientemente brillante por sí misma. Rápidamente ambas olvidando lo que habían ido a hacer en el campo de quidditch.

Por otro lado, Ana no tuvo tanta suerte de ignorar las pruebas porque enseguida fue el turno de Ron, que parecía tan rojo como un tomate. Aunque estuviese un poco lejos, Ana podía notar el temblor en todo su cuerpo a causa de los nervios.

Con su libro de Herbología a un lado, Ana se levantó lentamente de su asiento y comenzó a aplaudir y chiflar para su amigo en esperanzas de que aquello le diese ánimos para presentar lo mejor de sí mismo en la prueba.

—¡Tú puedes, Ron! ¡Lo harás genial!

En su escoba, Ron pareció escuchar los alaridos de su amiga porque su rostro rojizo se giró hacia ella antes de alzar su mano con timidez.

No era como si Ana supiese exactamente lo que estaba observando —y no saber nada del deporte no ayudaba en lo absoluto—, pero no era una tarea difícil darse cuenta de que Ron estaba nervioso. Jugaba bien, al menos en los estándares de Ana, pero parecía retenerse de tomar riesgos y no se movía con más seguridad, temiendo en hacerlo mal. Detuvo varias tiradas al igual que erró otras.

Y cuando Angelina decidió que era suficiente, Ana llegó a la conclusión de que Ron era bueno en quidditch, pero le faltaba confianza en sí mismo.

Cuando Ron bajó hacia el campo para darle lugar a otro participante, Ana volvió su mirada a Parvati que parecía más aburrida que otra cosa. Sus uñas estaban a mitad de ser carmesí.

—Tiene mucho que aprender —confesó ella sin levantar la mirada—, pero no estuvo peor que los anteriores.

Ana quedó satisfecha.

Las pruebas terminaron en la noche, cuando el sol bajó por completo y lo único que alumbraba las hojas amarillentas del libro de Ana era su varita y la luna que subía hasta sus cabezas. Ella, Parvati y Lavender decidieron levantar campamento cuando ningún jugador quedó volando , y ni siquiera pasaron diez segundos una vez que tocaron tierra, cuando fueron recibidas por las exclamaciones de júbilo provenientes de Ron.

—¡Me han elegido, Ana! ¡Soy guardián!


Aquella noche la sala común de Gryffindor fue más cálida que el resto de la semana que había pasado. El cuerpo de Ana no estaba tan cansado como otras veces dado el buen descanso que había obtenido gracias a los medicamentos, y el dolor en sus músculos tampoco era tan irritante. Era más bien una leve caricia en su piel.

El único problema que por ahora no tenía solución era la cantidad de deberes que habían recaído sobre los estudiantes de quinto.

Para poder terminar su redacción de Herbología, luego de que todos llegaran a la torre de Gryffindor para felicitar a Ron, Ana se unió a Hermione en los sillones cerca del fuego. No obstante, eso rápidamente decayó cuando Fred les entregó cerveza de mantequilla y Hermione cayó dormida en su lugar. Cerveza en mano y libro en regazo.

Con un suspiro, Ana dejó su copa en el suelo para luego tomar cuidadosamente la de Hermione y hacer lo mismo que la suya. Levantó su bolígrafo para escribir la última oración de su redacción, la cual no estaba demasiado bien redactada, cuando se sobresaltó al escuchar un bolso caer al lado suyo.

—Hola, Harry —sonrió Ana de manera cansada.

Esos últimos días, Ana lamentaba que no había podido hablar demasiado con su amigo. El cansancio y la cantidad de deberes había hecho que ambos se centraran en su propia burbuja, además del hecho de que Harry había pasado todas las tardes en detención.

El chico no se veía bien. Las ojeras bajo sus ojos eran oscuras, su piel cálida y oscura había perdido un poco de color como si la sangre de su cuerpo no circulara correctamente. Ana se preguntó si así se había visto ella todo aquel tiempo que no había estado bajo los efectos de la medicina.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó, pero rápidamente añadió—. Debes estar aliviado que ha sido tu último castigo con Umbridge.

—No tienes idea... —murmuró Harry con un suspiro de cansancio—. Oye, Ana, estaba en el despacho de Umbridge y me ha tocado el brazo...

Ana escuchó atentamente a Harry, y cada vez que hablaba su ceño se fruncía más profundamente, dejando marcas en su frente. Al parecer, Umbridge le había agarrado el brazo y había sentido un intenso dolor en la cicatriz de su frente como cuando Voldemort lo había tocado allí.

—Ah, Harry, no sé qué decirte —admitió Ana—. ¿Crees que está conectada con Voldemort?

Susurrando la última parte para no causar pánico en la sala, Ana dobló su cuerpo más cerca de Harry para escucharlo hablar.

—Bueno —contestó Harry, bajando la voz—, es una posibilidad, ¿no?

Ana lo pensó por unos segundos pero al darle vueltas al tema, una mueca se posó en sus labios.

—No creo que se arriesgue a volver a hacerlo, Harry. Es decir, Dumbledore ya lo hubiese descubierto luego del drama del año pasado y los anteriores.

Por más disgusto que le causaba su director, Ana debía darle crédito cuando se lo merecía. Dumbledore no era estúpido, y menos tomaría riesgos como tal cuando la Orden estaba realizando sus encargos.

—No importa, el caso es que creo que tienes que hablarlo con tu papá —señaló Ana preocupada, viendo a su amigo tocar su frente con desconcierto—. Si lo hablas con él encontrará una forma de ayudarte...

—No. Ni hablar. Ya tiene demasiado en su plato, no quiero molestarlo.

—Harry, es tu papá, jamás lo molestarías por pedirle ayuda cuando te sientes mal. Es más, creo que estaría más aliviado si sí le contaras la verdad. Si le cuentas a él, estoy segura de que hará que Dumbledore lo escuche para que te ayude...

—No, Ana —dijo Harry con brusquedad—. Ya ambos tienen problemas mayores como para que yo los preocupe con algo que he sentido todo el verano, no es necesario.

La expresión de Ana cambió de preocupación a exasperación en cuestión de segundos.

—Harry creo que no comprendes que tú mereces ayuda al igual que todos, ¿por qué te cuesta tanto admitir que...?

Las palabras de Ana quedaron atascadas en su garganta cuando de forma instintiva tendió su mano a la de Harry para darle un amistoso apretón, pero en ella sintió un líquido pegajoso y su superficie lastimada.

Y antes de que Harry tuviese la oportunidad de esconderla, Ana rodeó su muñeca con sus dedos y observó con horror lo que parecía una escena de crimen en la piel de su amigo. Una grabación dolorosa había lastimado la piel de la parte superior de la mano de Harry, y ahora su piel oscura y cálida estaba para siempre pintada con una frase que hizo que Ana temblara en su lugar: No debo decir mentiras.

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¡bienvenides nuevamente!

hidden vuelve para actualizarse luego de dos meses (?) en pausa :)

este capítulo lo iba a subir hacía un mes pero como comencé con las clases presenciales de la facultad mi tiempo se redujo a casi nada para mis hobbies; no obstante, ahora estoy más tranquila y encontré una rutina a la que me ajusté con gusto. no prometo actualizar tan seguido como antes, pero les aseguro que las actualizaciones no van a ser después de meses como sucedió con este !

espero que marzo les haya tratado con gentileza y que abril lo esté haciendo ahora

muchísimas gracias por la paciencia, el apoyo y la interacción que hubo estos meses con hidden a pesar de que no actualizaba <3

les quiero y nos vemos la próxima

•chauuu•

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