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𝐟𝐢𝐟𝐭𝐲 𝐭𝐡𝐫𝐞𝐞

"Maleducados y malestares"

Al ver la necesidad de llamar la atención completamente innecesaria, la reacción de Ana en vez de hacer una escena dentro de la sala común fue intercambiada por un brazo tomado y el cuerpo de Harry arrastrado hacia la salida de esta misma. Y cuando el retrato de la Dama Gorda se cerró detrás de ellos, no sin antes protestar que la dejaran dormir, fue ahí que Ana descargó su furia.

—¿Qué es esto? —masculló Ana señalando con su mano la roja marca en la piel oscura de Harry.

—Me pregunto qué será... —dijo Harry cansado y con un dejo de sarcasmo que hizo que el ceño de Ana se frunciera más.

—Increíble. Me preocupo por ti y lo único que haces es usar sarcasmo —murmuró Ana con disgusto antes de soltarle la mano—. Debes decirle a Dumbledore.

—Absolutamente no, Ana.

—¿Por qué? Umbridge te ha torturado. ¿Sabes cuántas leyes ha roto? ¿Cuántos Códigos ha sobrepasado? —insistió Ana volviéndose exasperada—. Si Dumbledore interviene y el Ministerio se entera, por más que quieran espiar el colegio, no van a tener más remedio que sacarla. Es decir, ¿sabes lo que harán los padres si se enteraran que una profesora tortura abiertamente a sus hijos? Si papá recibió incontables de quejas, imagínate ahora.

Las palmas de sus manos se apoyaron sobre los ojos de Harry, haciendo que ante su visión aparecieran varios destellos blancos que contrastaban con la oscuridad. No obstante al claro disgusto de Harry de tener que hablar de aquel tema, Ana presionó.

—Bien, ¿qué hay de todos aquellos que pueden ser torturados por Umbridge? —preguntó ella, cruzando sus brazos—. No quieres hacer nada porque no te interesa a ti, pero esto ya no te concierne solamente a ti. Le concierne a todos.

Algo pareció chispar dentro de Harry porque en cuestión de segundos, sus puños se endurecieron a ambos lados de su cuerpo y una mueca de irritación se posó en sus labios.

—No, Ana. Esto solamente afectaría a los demás si tú abres la boca, si tú vas con Dumbledore para que haga algo. Esto solamente escalaría si haces del problema personal que Umbridge tiene conmigo, una situación global. Porque si haces eso, se desquitará con todos los demás —bramó Harry, haciendo que todo su cuerpo temblara. De cansancio y de enojo. Un suspiró lo traicionó y una mano pasó sobre su cabello oscuro y despeinado—. Déjala hacerlo, deja que se desquite conmigo. Estoy cansado y honestamente no me podría importar menos.

Una sensación de tristeza recorrió el pecho de Ana mientras observaba a Harry tan... derrotado. Le recordaba a cuando ella misma perdía esperanzas. La próxima vez que se dignó en abrir la boca, fue con suavidad.

—Es injusto, Harry... Para ti... No debería estar pasando esto, no deberías estar sufriendo.

Los labios de Harry formaron una línea en su rostro.

—Sí, bueno, aprendes a lidiar con eso.

Dándose vuelta para volver a decirle la contraseña a la Dama Gorda, que estaba cabeceando de sueño mientras trataba de escuchar su discusión con gran interés, Harry abrió la boca antes de ser interrumpido nuevamente por Ana.

—¿Qué ha pasado contigo? —susurró ella.

Harry la observó por encima de su hombro con una sonrisa abatida.

—Me di cuenta de que esta —su mano se alzó hacia aquella cicatriz que cruzaba su frente—... no es la única cicatriz que tengo. Buenas noches, Ana.

Y con sus últimas palabras susurradas, Harry se adentró a la sala común luego de enunciar la contraseña que la Dama Gorda tanto esperaba escuchar.

•      •      •

Al día siguiente Ana se levantó de mal humor.

Luego de que Harry le hubiese declarado su claro rechazo ante la idea de ir en contra de Umbridge, Ana se fue directamente a su cama sin dirigirle palabra alguna a sus amigas de habitación que se preguntaban mentalmente qué era lo que la traía tan acalorada.

A diferencia de los días que le habían proseguido al martes, esa noche no durmió bien. Los medicamentos de Mary no parecían siquiera surtir efecto bajo el más grande hechizo de su indignación. Por lo que cuando los rayos de luz comenzaron a filtrarse por sus cortinas, se levantó de un salto de su cama y se preparó para pasar todo el día en la enfermería.

Su granizo de deberes había hecho que los días anteriores se olvidara de que Mary le había propuesto hacer más chequeos durante los fines de semana, no obstante, mientras su cuerpo inquieto no la dejaba relajarse durante la noche, recordó que de hecho podría encontrar una solución a sus problemas.

Tal vez.

En vez de bajar, o deslizarse en su caso, hacia el Gran Comedor para desayunar, Ana lo pasó de largo antes de dirigirse hacia las cocinas. Aún el desayuno estaba a un par de horas de ser servido, y no estaba paciente por esperar.

La caminata hacia el sótano no fue exactamente larga, pero durante su corto camino fue notando que los retratos que colgaban de las paredes se iban despertando para darle la bienvenida a otro monótono día en sus limitados espacios pintados. Cuando Ana llegó al cuadro del cuenco de frutas que detrás de él escondía la gran cocina, levantó uno de sus brazos y cosquilleó a la pera para que esta se convirtiera en un pomo.

Al abrir la puerta, el inconfundible aroma a desayuno invadió las fosas nasales de Ana y con suspiró su boca se hizo agua. Estaba hambrienta.

El momento en que pisó la cocina, no siendo una sorpresa para nadie, los elfos miraron a Ana con recelo pero curiosidad. Su "mala" fama entre los elfos era tan conocida como la de Hermione; no obstante, ella no tenía prohibido entrar a las cocinas como ella aún cuando los elfos se disgustaban de su insistente persistencia a hacerlos cambiar de opinión.

Afortunadamente para los elfos, Ana había aprendido que aquella forma no iba a darle los resultados que quería, por lo que levantó sus manos en rendición.

—Buenos días, solo vengo a desayunar...

Unos segundos de escrutinio pasaron, cuando los elfos encantados de tener visitas no insistentes, alzaron sus bandejas y rodearon a Ana para ofrecerle diferentes opciones. Por su parte, la chica no estaba interesada en comer de sus frutos cuando ella misma estaba en la cocina para hacerse el desayuno.

—Me relaja —dijo Ana cuando un elfo doméstico insistió en darle bollos de manteca.

Su declaración en parte era verdadera al igual que una mentira. Meses atrás hubiese aceptado que la actividad culinaria le despejaba los pensamientos al ser un interés profundo de su abuela en enseñarle sus mayores secretos que algún día prometía compartir a través de libros propios, sin embargo, luego del incidente todo era un poco más de trabajo. Sus nudillos dolían, sus brazos se cansaban con más rapidez, y estar parada por mucho tiempo resultaba más agotador que de costumbre.

Lamentablemente para su cuerpo, eso no significaba que dejaría sus morales por su disconformidad.

Y mientras cortaba el pan para hacerse tostadas, escuchó una voz que hizo que una suave sonrisa partiera de sus labios.

—¡Ana Abaroa! ¡Señorita!

Mirando por encima de su hombro, fijó su mirada en la contenta figura de Dobby que caminaba hacia ella entre la multitud de elfos. Pero con su boca desfigurándose a una 'o', Ana observó con sorpresa lo que el elfo libre portaba en su cabeza.

Una gran cantidad de gorros de lana.

—Dobby, hola... ¿Qué...?

—Es un gusto verla por aquí, señorita Ana Abaroa —afirmó Dobby acercándose con su coloridos accesorios—. Pensé que no podría pasar como la señorita Hermione Granger...

«Hermione»

Un dejo de realización pasó entre la sombra de sus ojos, y un sentimiento cálido se posó sobre su pecho mientras observaba la cantidad de pequeños gorros tejidos que llevaba puesto Dobby. Así era como las pequeñas creaciones de Hermione habían estado desapareciendo. Por parte de Dobby.

—Ah, bueno, no me sorprendería si en los próximos meses sí me prohíben la entrada —admitió Ana, pasando dulce de frambuesa por su pan. Se agachó hacia Dobby—. No estoy esperando quedarme callada...

Dobby sonrió alegre, pero luego sus grandes ojos cristalizados miraron de reojo a sus iguales que estaban concentrados en terminar de cocinar. Bajó su voz para hablar.

—Me temo que la señorita Hermione Granger no solamente se ha ganado la prohibición de entrar aquí, señorita —confesó avergonzado, y tomó un gorro amarillo mostaza de su cabeza—. Se han dado cuenta de lo que trama por lo que no quieren entrar en la sala común de Gryffindor, señorita Ana Abaroa. Se niegan a limpiar la torre... ¡por lo que Dobby ha estado limpiando estos días! —el elfo asintió con fervor—. Me encargaré yo solito, así es Ana Abaroa. Dobby tiene todo bajo control.

Los hombros de Ana cayeron. ¿Dobby estaba haciendo todo el trabajo por sí mismo?

Dándose cuenta del cambio en la actitud de Ana, Dobby alzó sus hombros y seguridad se fijó en su mirada.

—No se preocupe por mí, Ana Abaroa. Dobby hace muy bien su trabajo y el señor Dumbledore le paga muy generosamente.

El elfo libre se ganó muchas miradas de disgusto por parte de los otros elfos, a lo que Ana sonrió con simpatía mientras algunas nuevas ideas surgían en su cabeza para ayudar en el futuro.

Luego de despedirse de Dobby, el cual iba a disfrutar de su propio desayuno, Ana rápidamente terminó de cocinar sus tostadas y su café, y en cuestión de veinte minutos su estómago ya no se encontraba hambriento al haber sido generosamente entregado las energía que necesitaba para empezar con aquel frío día.


Cuando Ana llegó a la enfermería, los cálidos rayos de sol se filtraban fuertemente a través de los cristales de las ventanas y la muchedumbre de estudiantes madrugadores se encaminaba hacia el Gran Comedor entre bostezos y susurros.

Dentro de la enfermería, el ritmo parecía ser más lento que fuera de sus puertas, donde la luz del sol rápidamente viajaba a través de las ventanas para calentar los suelos; allí dentro, algunas cortinas permanecían cerradas, otorgando a los pacientes recostados en las camillas más tiempo de sueño, y también dándole un aire más tranquilo a las blancas paredes que encuadraban la enfermería.

El momento que Ana cerró la gran puerta detrás suyo, moviendo de un lado a otro el polvo que se había acumulado finamente en el suelo, la puerta que daba a la oficina de las enfermeras se abrió, dejando ver a Mary en su uniforme celeste y planchado.

La mujer de ojos azabache le sonrió.

—Bien, has venido —reconoció Mary y señaló con su cabeza hacia el final de la enfermería—. Sígueme.

Un detalle que Ana no había observado en su primera inspección de la enfermería, era que al final del pasillo donde se encontraba la pared sin ventanas se había preparado un espacio personal escondido entre cortinas verdes que iban de una pared a otra. Y cuando Mary le dio el paso entre estas, Ana se quedó atónita.

Detrás de las cortinas había un mundo médico. En el medio del área había una gran camilla blanca rodeada por un halo blanco casi transparente; en la izquierda, además de un gran armario de madera, había un sillón al lado de una mesada llena de tubos de ensayo, frascos de pociones y agujas que flotaban sobre la madera en vez de estar posadas en ella; y finalmente, en la derecha había una larga tela blanca cayendo desde el techo y una colchoneta grisácea en el suelo, seguida de una mesa ratona con frascos con pociones. Todo estaba iluminado por una gran luz blanca que viajaba de área a área.

En definitiva era algo nuevo.

—Se ve más intimidante de lo que realmente es —dijo Mary cerrando las cortinas con un nudo antes de dirigirse hacia el armario de la izquierda—. Ven, siéntate en el sillón, por favor.

Titubeantemente, Ana se acercó al sillón blanco mientras sus ojos viajaban por las agujas que flotaban sobre la mesada para no ser contaminadas. Una pregunta rondó en su cabeza,

—¿No... sería mejor que vaya al hospital para que me hagan estos chequeos? —dijo ella, con la mirada fija en una sustancia naranja que subía y bajaba en un tubo de ensayo.

Un par de guantes de látex flotaron hacia las manos de Mary, quien esperó para que estuvieran vestidos en su piel, y le dirigió un asentimiento.

—Si así lo deseas, puedes ir —admitió ella antes de colocar una sábana blanca sobre el sillón para que Ana se pudiese sentar—. No obstante, he sido contratada porque esta es mi especialidad.

»La comunidad médica del Reino Unido no prepara a los medimagos para ocuparse de problemas externos al campo mágico. Si vas a San Mungo, por más orgullo que me traiga la calidad de los médicos, no encontrarás todos los resultados que buscas. No es porque no puedan, pero no se centran en aspectos mundanos como psicología, radiología, optometría, etc...

«Eso explica demasiado» pensó Ana con amargura. Tenía una lista mental de muchas personas que necesitaban rápidamente ir a terapia.

— ...Porque se cree que la magia puede resolverlo todo. —Mary sonrió—. No puede. Un hechizo no puede hacer que tu trauma desaparezca, y una poción no puede hacer que tu visión quede como nueva; así que es ahí donde entro yo —Mary tomó una aguja flotante, y Ana vio su reflejo en el cristal brillante—. En Brasil me preparé en los campos de neurología, hematología y kinesiología; magia y tecnología muggle combinada. Por lo tanto, estamos aquí.

Ana se sentó en el sillón blanco y apoyó lentamente su cabeza contra el respaldo, sin quitarle la mirada a la fina aguja que estaba segura perforaría su piel.

—Así que... ¿Examinarás mi cerebro? —preguntó Ana luego de unos segundos, levantando su mirada hacia Mary.

—Sí, también voy a sacarte sangre y voy a examinar tu cuerpo completo.

Ana tragó en seco.

Con un chasquido de sus dedos, Mary hizo que una silla apareciera detrás suyo para que se pudiera sentar al lado de Ana, y cuando estuvo cómoda, alzó una ceja hacia la chica recostada en el sillón.

—¿Le tienes miedo a las agujas?

Ana mordía el interior de su boca, no queriendo parecer tan obvia pero sus ojos no podían despegarse de la aguja.

—No cuando no las miro.

Ante eso, Mary sonrió.

—Entonces prepárate para desviar la mirada.


El día fue más entretenido de lo que Ana pensó que sería. Unas horas después de que llegara a la enfermería, Hermione la fue a visitar con pergaminos y los libros de las clases en las que aún tenían deberes, y mientras Mary movía sus piernas para examinar su flexibilidad y dolor, escuchaba a Hermione leer los textos de Encantamientos.

Las horas continuaron de igual manera hasta que Hermione se despidió para ir a la biblioteca durante el almuerzo, y Ana quedó nuevamente sola junto a Mary quien parecía querer hacerla ejercitar hasta transpirar.

—Nunca fui... fanática del ejercicio... —confesó Ana cuando Mary decidió probar la flexibilidad y fuerza de sus piernas en la colchoneta.

—Puedo verlo —dijo Mary cuando escuchó la protesta de dolor de Ana al separar aún más la pierna de la otra—. Estás completamente tensa. Voy a darte ejercicios diarios para acostumbrar tus músculos al movimiento.

Un suave arrepentimiento salió de los labios de Ana cuando Mary empujó su espalda entremedio de sus piernas adoloridas.

A las dos de la tarde, ya cuando el cuerpo de Ana le gritaba desesperadamente que fuese a descansar, Mary le dio un descanso de cinco minutos mientras anotaba observaciones en una de sus libretas, lo que dio tiempo para que otra visita inesperada llegara por entre las cortinas verdes.

Ana estaba leyendo el segundo capítulo de su libro de Transformación, cuando la cabeza de Hannah Abbott sobresalió de entre las cortinas.

Su cabello rubio estaba trenzado por detrás de su cabeza mientras que su flequillo se encontraba más largo sobre su frente; sus ojos verdes parecían más opacos junto a las ojeras que descansaban bajo suyo, y su piel se encontraba colorada por los rayos del sol que la quemaron durante el verano.

—¡Hola! —susurró Hannah con una sonrisa posándose sobre sus labios—. La señora Pomfrey me dejó venir a saludar, escuché por Hermione que estabas aquí atrás... Uou.

La mirada de Hannah viajó hacia las nuevas disposiciones de la enfermería con ojo curioso, y a medida que veía algo nuevo su boca se abría un poco más como si se tratase de una palanca. Cuando su inspección terminó y notó que Mary le daba su consentimiento para entrar, adentró todo su cuerpo hacia la nueva sección.

—Oí que iban a hacer una nueva ala más... moderna, pero no me imaginaba todo eso —murmuró Hannah y su mirada se fijó animadamente en la tela que caía del techo—. ¿Para qué es la tela?

Ana se encogió de hombros por lo que la mirada de Hannah se situó en Mary, quien la observó con una sonrisa en la comisura de los labios.

—Danza aérea. Sirve para que los pacientes tonifiquen sus músculos, flexibilidad y fortaleza mental.

El cuerpo de Ana se desinfló como un globo mientras sus ojos veían con temor a la tela. No quería admitirlo pero estaba segura de que Mary la haría subir allí arriba, y si no moría de un desgarre, moriría del miedo.

Ajena a la preocupación de Ana, Hannah miró a la tela con admiración antes de dirigirse hacia ella con una ceja alzada.

—¿Y tú exactamente qué haces aquí?

Luego de que Ana le explicara a Hannah los efectos que habían surgido en ella durante el verano, y cuán difícil estaba siendo hacer actos cotidianos como caminar; y que ahora a sugerencia de Mary tendría que ir todos los fines de semana para examinar su cuerpo y ver los resultados tanto como su progreso, la Hufflepuff reflejó su preocupación.

—¿Y estarás atrapada los fines de semana aquí?

—El precio de la medicina, supongo —dijo Ana encogiéndose de hombros, a lo cual Hannah se cruzó de brazos.

—Si quieres puedo traer a Bee.

Ante la sugerencia, los ojos azules de Ana se abrieron como dos pelotas.

—No, no te preocupes. No es tan malo como parece y estoy segura de que está ocupado.

Hannah puso los ojos en blanco y acomodó un mechón rebelde detrás de su oreja.

—Oh, por favor. Vendría corriendo si le dijera que pediste por él.

Ante aquello, Ana no pudo evitar soltar una carcajada que rápidamente fue apagada por su mano chocando contra sus labios.

—Creo que sobreestimas nuestra amistad.

—Y yo creo que la subestimas —susurró Hannah por debajo de su aliento, haciendo que fuese para Ana imposible escucharla.

Unos segundos pasaron en silencio, con el único sonido siendo la pluma de Mary escribir entre los renglones blancos de su pergamino, cuando Ana ladeó la cabeza en desconcierto.

—Espera, ¿Qué estás haciendo aquí, Hannah? No has venido hasta aquí simplemente porque Hermione te dijo que estaba acá, ¿no?

—Ah, no —Hannah buscó entre sus bolsillos hasta que finalmente le mostró a Ana un frasco con un líquido claro—. Vine para buscar una poción calmante.

Eso inmediatamente hizo sonar alarmas en la ya de por sí ruidosa cabeza de Ana.

—¿Qué? ¿Estás bien? —preguntó mientras que con cada segundo su ceño se fruncía más y más. Hannah sonrió.

—Ahora sí, pero estos últimos días estuve al borde del colapso. Ya sabes... con los exámenes y todo eso...

—Hannah, recién hemos comenzado el año escolar —dijo Ana con incredulidad, a lo que Hannah se ruborizó.

—Y aún así aquí estoy.

Antes de que ninguna pudiese seguir hablando, desde su rincón Mary se aclaró la garganta una vez que dejó su libreta en una de las mesadas.

—Me temo que el descanso ha acabado, señorita Abbott. Tenemos que seguir con el chequeo de la señorita Abaroa Lupin.

Dándose cuenta de que había abusado de la bienvenida de las dos enfermeras, Hannah abrió los ojos y asintió con fervor.

—¡Sí! Lo siento, ya me voy. Nos vemos, Ana. Suerte...

Hannah estaba a punto de pasar por las cortinas, cuando Mary volvió a hablar.

—Perdón que le pregunte ahora, ¿pero es acaso su madre Caroline Abbott?

Con lentitud, Hannah se dio vuelta y un brillo de orgullo se distinguió en sus ojos color musgo; parecía ser imposible no admirar a su madre.

—¡Sí! —sonrió Hannah—. ¿La conoce, señorita MacDonald?

Melancolía. Eso era lo que los ojos oscuros de Mary mostraban. Un dejo que comenzaba a volverse familiar a los ojos de Ana, que siempre encontraba calidez en la mirada oscura de la vieja amiga de su padre; una calidez distante que parecía haberse apagado hacía mucho tiempo y solo hacía poco volvía a encenderse.

Era como ver los recuerdos de alguien que había perdido todo.

—Alguna vez lo hice. Ambas éramos de Hufflepuff cuando estábamos en nuestra adolescencia. Era dos años mayor que yo... ¿Cómo se encuentra?

—Está muy bien, tal vez un poco cansada con todas las noticias agotadoras de estas últimas semanas, pero mamá es fuerte —aseguró Hannah sin perder su sonrisa.

—Me alegra oír eso. —dijo Mary con una suave sonrisa, tal vez contagiada por la alegría de Hannah—. ¿Y tu padre? Francis Lamb, ¿no es así?

Ante la mención de su padre, los hombros de Ana cayeron tanto como su sonrisa. Por su parte, Ana se tensó al oír la mención del hombre que había aparentemente dejado a su hija y esposa años atrás, tal como había dicho su propio papá.

El aire se volvió ridículamente incómodo, pero Hannah decidió hablar.

—Eh, creo que está bien. Es decir... él y mamá se divorciaron hace como diez años... él se mudó a los Estados Unidos. Vive en Washington. Con su familia.

El estómago de Ana dio un vuelco. Eso no lo sabía. No sabía que el padre de Hannah tenía otra familia. Su ceño se frunció y la preocupación llenó sus facciones a medida que inspeccionaba a su amiga. Aquella radiante y segura aura que siempre portaba había parecido desaparecer, siendo reemplazada por una pequeña y triste aura.

Mary tampoco pasó por alto la carga en el ambiente, a lo que asintió con arrugas formándose sobre su frente.

—Lo siento, no era de mi incumbencia.

—No se preocupe, señorita MacDonald. No lo sabía —dijo Hannah e intentando sonreír, aunque al notar que estaba fallando, sacudió su cabeza y le envió a Ana una mirada de disculpas—. Nos vemos, Ana. Espero que mejores.

Con un asentimiento de despedida, Ana vio a Hannah escabullirse con sus hombros temblando.

•      •      •

Una hora más tarde, luego de que Mary la hubiese hecho hacer más ejercicios de flexibilidad —que afortunadamente no incluyeron la tela del techo—, Ana pudo suspirar en alivio cuando la enfermera le dio la noticia de que ya habían terminado.

—Mañana debes volver, pero te recomiendo que vengas a las nueve. Quiero que duermas o intentes hacerlo —indicó Mary, ya sentada en su escritorio mientras anotaba en sus libretas todo lo que había hecho junto a Ana—. Los fines de semana serán así, de nueve a quince horas. Antes te había dicho que serían todo el día, pero tengo otro paciente a que tratar durante la tarde.

«¿Otro paciente?»

—¿Quién es? —murmuró Ana con curiosidad. Mary levantó su mirada y arqueó una ceja.

—Confidencialidad con el paciente.

Con amargura, Ana aceptó la respuesta.

—Bien... —Mary releyó lo que tenía escrito un par de veces más hasta quedar satisfecha y asintió—. Este martes vuelve a la enfermería para que te dé más dosis de las pociones que te he dado la semana pasada. Quiero ver si con menos estarás bien. Si tienes cualquier duda, por favor no dudes en venir a hablar conmigo o con Poppy. Sé que a los adolescentes les gusta guardar sus preocupaciones dentro suyo... —una mirada de comprensión pasó por su rostro cuando Ana se encogió en su asiento—... pero a los médicos debes decirle absolutamente todo.

Mary se levantó de su asiento y de su escritorio le tendió a Ana una caja con lo que parecían ser trufas de diferentes sabores. El aroma era dulce y delicioso, la boca de Ana se inundó y su estómago rugió en ansiedad. Luego de dudar por unos segundos, tomó uno de color amarillento y con un distintivo aroma a limón.

—Puedes irte, ten una buena tarde, Ana —sonrió Mary, dejando la caja en su escritorio.

De un salto, Ana dejó su asiento y le devolvió la sonrisa a la mujer.

—Gracias, Mary. Nos vemos mañana.

La tarde del sábado y la totalidad del domingo fueron dolorosas. Por su parte, cuando Ana despertó el domingo, su cuerpo completo pareció llorar del dolor con el que lo había abatido el ejercicio que Mary la había hecho pasar el día anterior. Sus extremidades protestaban y su voluntad propia se desinflaba con cada calentamiento que Mary le hacía hacer. Por el momento, nada de telas caídas desde el cielo.

A la luz de buenas noticias, cuando nuevamente el día terminó, Mary volvió a obsequiarle otro de aquellos dulces que Ana había saboreado con lentitud la tarde anterior. Había sido lo más delicioso que había probado en aquella escuela. Le había recordado a la comida casera que hacía su abuela, y cuando Ana le preguntó a la enfermera qué eran, ella había dicho:

—Son brigadeiros, dulces típicos de Brasil. Receta especial de mi abuela.

A Ana le hubiese encantado conocer en persona a la señora que había creado las pequeñas y sabrosas bendiciones en forma de dulces, pero se bastó con nuevamente agradecer a Mary por el ofrecimiento.

Ya era de noche, sus deberes estaban realizados y su cuerpo estaba al borde de quebrarse si movía un músculo más. Mary le había dicho que de a poco se iría acostumbrando al ejercicio, y que el dolor cada vez sería menor. Ana estaba impaciente.

A la luz del fuego del hogar que calentaba a la sala común de Gryffindor, Ana observaba como Hermione terminaba de tejer un gorro de lana verde. No le había dado el corazón para decirle que su plan se había mostrado inefectivo, y que Dobby ahora era el orgulloso dueño de unos cincuenta pares.

Estaba a punto de recostar su cabeza en el suave respaldo de su sofá, cuando Hermione dejó sus agujas a un lado y se levantó de un salto, dispuesta a ir hacia donde Harry y Ron hacían sus deberes. Ana seguía decepcionada de Harry, por lo que resolvió no entrometerse y seguir sentada en su cómodo almohadón mientras su mirada observaba la oscuridad detrás de la ventana.

En el fondo pudo escuchar a sus amigos hablando, pero su sentido auditivo fue volviéndose opaco a medida que un punto gris se acercaba volando hacia la ventana por donde estaba mirando. Y cuando la figura llegó al alféizar de la ventana, sorpresa abarcó sus facciones.

—¿Hermes? —susurró, reconociendo que aquella lechuza no le pertenecía a nadie más que a Percy Weasley.

Detrás suyo logró escuchar la sorpresa de sus amigos, y cuando se levantó vio a Ron pasar por al lado suyo para abrirle a la lechuza de su hermano mayor. Hermes entró en la habitación, aterrizó sobre la redacción de Ron y extendió la pata en la que llevaba atada una carta. Ron tomó la carta y la lechuza se marchó sin perder tiempo, dejando huellas de tinta en el dibujo que el chico había hecho de la luna Ío.

No pudiendo contener su curiosidad, Ana se acercó a sus amigos, ignorando a Harry que la observó de reojo al notar su presencia.

—Sí, es la letra de Percy —observó Ron sentándose en la butaca y leyendo lo que había escrito en la parte exterior del rollo de pergamino: «Ronald Weasley, Casa de Gryffindor, Hogwarts.» Luego miró a sus amigos y añadió—: ¿Qué creen que será?

—¡Ábrela! —le ordenó Hermione con impaciencia, y Ana y Harry asintieron con la cabeza.

Ron desenrolló el pergamino y empezó a leer. Cuanto más avanzaba, más ceñuda era su expresión. Después, cuando con aspecto indignado terminó la lectura, les pasó la carta a los tres, que se pusieron el uno al lado del otro para leerla juntos.

Querido Ron:

Acabo de enterarme (nada más y nada menos que por el ministro de la Magia en persona, a quien ha informado tu nueva maestra, la profesora Umbridge) de que te han nombrado prefecto de Hogwarts.

Cuando supe la noticia me llevé una grata sorpresa, y ante todo quiero felicitarte. He de admitir que siempre temí que tomaras lo que podríamos llamar «el camino de Fred y George» en lugar de seguir mis pasos, así que ya puedes imaginarte cómo me alegré al saber que has dejado de desobedecer a las autoridades y has decidido cargar con una responsabilidad real.

Pero no voy a limitarme a felicitarte, Ron; también quiero darte algunos consejos, y por eso te envío esta carta por la noche en vez de utilizar el correo matutino, como habría sido lo normal. Espero que puedas leerla lejos de miradas curiosas y así evitar preguntas inoportunas.

Por algo que al ministro se le escapó cuando me contó que te habían nombrado prefecto, deduzco que sigues relacionándote con Harry Potter. Debo decirte, Ron, que no hay nada que pueda ponerte en mayor peligro de perder tu insignia que seguir confraternizando con ese chico. Sí, estoy seguro de que te sorprenderá que te diga esto (sin duda argumentarás que Potter siempre ha sido el favorito de Dumbledore), pero me veo obligado a comunicarte que es posible que Dumbledore no siga dirigiendo Hogwarts durante mucho tiempo, y las personas que son importantes de verdad tienen una opinión muy distinta (y seguramente más acertada) del comportamiento de Potter. Ahora no voy a darte más detalles, pero si mañana lees El Profeta tendrás una idea de por dónde van los tiros (¡y ya verás mis declaraciones!).

En serio, Ron, no debes permitir que te metan en el mismo saco que a Potter, pues eso podría resultar muy perjudicial para tus perspectivas de futuro, y me refiero también a la vida después del colegio. Como ya debes de saber, dado que nuestro padre lo acompañó al tribunal, este verano Potter tuvo una vista disciplinaria ante el Wizengamot en pleno, y no salió muy bien parado. Si quieres que te diga la verdad, se libró de que lo condenaran gracias a un mero tecnicismo, pero mucha gente con la que he hablado sigue convencida de su culpabilidad.

Es posible que te dé miedo cortar tus lazos con Potter (ya sé que es un desequilibrado y que, por lo que me han contado, hasta puede llegar a ser violento), pero si tienes alguna preocupación al respecto, o si has detectado algo más en la conducta de Potter que te inquiete, te recomiendo que hables con Dolores Umbridge, una mujer encantadora que no tendrá ningún inconveniente en orientarte.

Y eso me lleva a darte otro consejo. Como ya he insinuado antes, es posible que muy pronto Dumbledore deje de dirigir Hogwarts. Tus lealtades, Ron, no deberían estar con él, sino con el colegio y el Ministerio. Lamento mucho saber que hasta ahora la profesora Umbridge no ha encontrado mucha cooperación por parte del profesorado en su intento de introducir esos necesarios cambios en Hogwarts que el Ministerio tan ardientemente desea (aunque a partir de la semana que viene creo que le resultará más fácil; te remito una vez más a El Profeta de mañana). Sólo te diré una cosa: un alumno que demuestre estar dispuesto a ayudar a la profesora Umbridge en estos momentos podría ser un firme candidato al cargo de delegado dentro de un par de años.

Siento mucho que no pudiéramos vernos más este verano. No me gusta criticar a nuestros padres, pero me temo que no puedo continuar viviendo con ellos mientras sigan mezclándose con ese peligroso grupo que apoya a Dumbledore (si escribes a nuestra madre, deberías decirle que a un tal Sturgis Podmore, gran amigo de Dumbledore, lo han enviado recientemente a Azkaban porque entró de forma ilegal en el Ministerio e intentó robar. Quizá la noticia le abra los ojos y le haga comprender que las personas con las que se relaciona son una pandilla de delincuentes). Me considero muy afortunado por haberme librado del estigma que conlleva asociarse con ese tipo de gente (el ministro se porta estupendamente conmigo), y de verdad, Ron, espero que no dejes que los lazos familiares te impidan ver lo erróneo de las opiniones y de los actos de nuestros padres. Ojalá con el tiempo se den cuenta de lo equivocados que estaban, y, por supuesto, cuando llegue ese día aceptaré sin reservas sus disculpas.

Piensa con detenimiento en todo lo que te he dicho, por favor, especialmente en lo de Harry Potter, y felicidades una vez más por tu nombramiento.

Tu hermano,

Percy

Ana quedó muda. Estupefacción y asombro marcaban sus facciones con dureza, y aún así quería doblarse a carcajadas. Percy Weasley tenía sus prioridades bien conocidas y bien encontradas en el fondo de un cesto de chistes viejos. Se había vuelto completamente desquiciado.

—Bueno —empezó a decir Harry, y aunque su tono fuese cómico, Ana notó un dejo de tensión en su garganta—, si quieres... ¿Cómo era?... —volvió a mirar la carta de Percy—. ¡Ah, sí! «Cortar los lazos» conmigo, te juro que no me pondré violento.

—Dámela —le pidió Ron tendiéndole una mano—. Es un completo... —añadió entrecortadamente mientras rompía la carta de Percy por la mitad—, absoluto... —la rompió en cuatro trozos—, y rematado... —la cortó en ocho trozos— imbécil. —Y los arrojó al fuego—. Démonos prisa, hemos de terminar esto antes del amanecer —le dijo con brusquedad a Harry, y tomó otra vez la redacción para la profesora Sinistra.

Hermione miraba a Ron con una extraña expresión en la cara, la cual Ana no reconocería si conociese menos a su amiga, y sin embargo, la conocía como la palma de su mano. Aquella mirada la había visto pocas veces, pero cada una de ellas había estado dirigida a alguien en particular. Ron.

Mientras Hermione les insistía a Ron y a Harry que le entregaran sus trabajos para corregirlos, Ana tuvo que desviar su vista para esconder la sonrisa que se asomaba en la comisura de sus labios, y la traicionaría si no se controlaba.

Eran las doce de la noche, Ana tenía sueño pero no quería ser la única de los cuatro que fuese a dormir, por lo que se dedicó a jugar «Ta Te Ti» con Ron.

—Estás haciendo trampa —protestó Ron cuando Ana dibujó una cruz, ganando por quinta vez consecutiva.

—No lo estoy. Simplemente apestas, Ron.

—Soy principiante —dijo él, cruzándose de brazos como si aquella fuese defensa suficiente para su falta de victorias.

—¿Qué pasó con «Te voy a destrozar, Ana»? —canturreó Ana, dibujando otras cuatro líneas para comenzar con otro juego.

Ron abrió la boca para contra-atacar, cuando Ana escuchó un suave «chst» proviniendo de algún lugar entre las paredes. Su cabeza se levantó y con su mirada lentamente viajando por los pocos cuadros que había en la sala común, sus ojos se toparon con el de un viejo caballero de melena pelirroja. Ignorando a Ron, saltó de su asiento y se acercó al cuadro que le seguía llamando.

Cuando estuvo a una distancia cercana, el caballero enredó su bigote en su dedo y asintió.

—Señorita, la Dama me ha notificado que hay un joven esperando por usted fuera de la sala común. Dice que está interrumpiendo su sueño e implora que lo ahuyentes.

Por un momento ningún nombre se presentó en la mente de Ana, hasta que recordó quién normalizaba visitarla a aquellas horas de la noche. Una sonrisa de incredulidad se asomó en su boca.

—Gracias —dijo Ana en un rápido susurro y se giró a sus amigos—. Ya vuelvo.

Hermione levantó su cabeza con el ceño fruncido al verla dirigirse hacia la entrada.

—¡Pero si es media noche!

—Lo sé —rió Ana y salió por el cuadro de la Dama que la había llamado.

Cuando salió, se llevó la no tan nueva sorpresa de que Blaise se encontraba allí, discutiendo entre susurros con la Dama Gorda que imploraba poder dormir en paz por una vez. El chico parecía sacado de quicio.

—Tiene razón —dijo Ana con una media sonrisa de burla—. ¿Es que alguna vez dejarás de venir aquí en la mitad de la noche?

Al notarla, el rostro de Blaise se relajó y sus hombros cayeron con tranquilidad a ambos lados de su cuerpo. Parecía haber tenido un día tan largo como Ana, porque sus ojos rebosaban sobre sus ojeras. No obstante, el chico tuvo la suficiente energía para darle una cínica media sonrisa.

—La gente habla. Son irritablemente buenos en eso.

Ana no lo negaba. Los alumnos de Hogwarts al estar aislados del resto del mundo, encontraban un gran placer en chismosear acerca de ellos mismos.

—¿De qué siquiera hablarían? —insistió Ana—. De que, ah, ¿Una Gryffindor y un Slytherin se hicieron amigos? Comienzo a comprender cuán absurdo es aquello...

—Bueno, podríamos dejarlos hablar —confesó Blaise, su cabeza caía sobre su hombro derecho—. ¿Pero es que estás lista para que todos sus ojos caigan en nosotros?

Un escalofrío recorrió la piel de Ana ante el pensamiento de ser el centro de otro rumor. Y había tenido suficiente los primeros días de clase, y no creía poder soportar otro más sin explotar en el rostro de todos cada vez que escuchaba susurros cerca suyo.

—Ahora que lo pienso...

Blaise asintió, afirmando sus dudas y dándole la razón a la obvia reacción de Ana.

—Tal vez algún día.

—Sí... Tal vez un día.

Ambos encontraron aquel silencio cómodo que los había acompañado tantas veces en diferentes lugares de sus encuentros, pero luego de unos segundos en que sus miradas observaron la completa oscuridad en vez de mantener contacto visual, Blaise le dedicó una mirada de pies a cabeza para chasquear su lengua contra sus dientes.

—Como ahora veo que estás bien, me iré yendo.

Antes de preguntara a qué se refería Blaise con aquello, los ojos de Ana se abrieron en asombro.

—¡Oh! Casi me olvidaba de aquello. ¿Viniste hasta aquí para verme?

Blaise se encogió de hombros, aún impidiendo que sus ojos se encontraran. No obstante, no se encontraba vergüenza alguna en sus facciones por lo que Ana no comprendía porqué no la miraba.

—Hannah me ha contado recién hoy que has estado en la enfermería. Quería fijarme por mí mismo que estabas bien —admitió Blaise, y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón de mezclilla.

No había clase de actuación que pudiese evitar que el rostro de Ana se distorsionara, sin poder disfrazar su estupefacción ante lo escuchado.

—¿Es que ser tan abruptamente directo es tan fácil para ti?

—Quizá.

—¿Al igual que mentir? —insistió Ana, recordando fragmentos de una antigua conversación entre ellos dos.

La comisura de la lengua de Blaise pasó por su labio inferior antes de asentir pausadamente.

—Creo... Que no tengo nada que esconder.

—Excepto yo —bromeó Ana, mostrando su brillante sonrisa y tratando de molestar un poco al chico.

En vez de que su plan funcionara, se llevó la sorpresa de un cielo oscuro chocando contra su mirada azulada, hasta que logró entender que se trataba simplemente de los oscuros ojos de Blaise.

—Algunos secretos simplemente quiero que sean míos.

Ana no sabía qué era de la mirada de Blaise que hizo que su piel se erizara y un sentimiento extraño se posara en su pecho. Temiendo caer en la locura, dudó si el curso anterior había estado en lo correcto al deducir que era alérgica a Blaise Zabini; pero temía que las alergias no se sintieran tan confusas como aquella sensación que le había estado provocando pasar tiempo junto al chico.

Tenía el presentimiento de que las alergias eran más directas.

—¿Es que ya se van a besar?

La voz repentina de la Dama Gorda hizo que ambos cayeran víctimas del susto, pero la pintura resopló al ver que su pedido no estaba ni cerca de cumplirse. Parecía que su furia se había disipado en completo interés.

—¿Qué? ¡No! —susurró Ana atónita, y no queriendo molestar a los demás retratos que sí habían encontrado paz aquella noche—. Sólo somos amigos, Dama.

—Me podrían haber engañado —resopló la mujer con recelo—. Oh, ¿pero a dónde va aquel chico?

Con tal rapidez que hizo que su cuello doliera por unos segundos, Ana giró su cabeza para ver que, efectivamente, Blaise había empezado a bajar las escaleras a paso apresurado. Masajeando su cuello, el rostro de Ana cayó despacio siendo también decorado con una mueca al oír a la Dama Gorda protestar nuevamente: «¡Y sin decir buenas noches! Qué maleducado...»

Ana no usaría aquella palabra para describir a Blaise Zabini, sin embargo había una que capturaba su esencia al completo:

«Qué extraño»

Y sin decir nada más, Ana entró a la sala común para finalmente encontrar la paz en aquella intrépida noche de luna creciente.

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¡hola!

buen viernes <3

como dije la actualización anterior, los capítulos no van a ser tan seguidos por lo que voy a actualizar un viernes sí un viernes no, etc... !

¿cómo les trae esta semana? yo estoy muerta o(-<

perdón que actualice a estas horas de la noche pero hoy tuve facultad y además estuve trabajando en una comisión, y estoy frita help

¿qué les pareció el capítulo?

;))))

it's like a reward

jsjasj

bueno ¡! nos vemos la próxima actualización, muchas gracias por el apoyo y la paciencia ♥

les adorooo

•chauuu•

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