𝐟𝐢𝐟𝐭𝐲 𝐬𝐢𝐱
"Revelaciones de Hogsmeade"
Había pasado una semana desde el cumpleaños de Hermione y dos semanas desde que ella había traído la idea de que Harry les enseñara Defensa Contra las Artes Oscuras. No obstante, el tema no fue callado para siempre dado que el día anterior, durante una tarde tempestuosa y fatigosa en donde se la pasaron en la biblioteca buscando ingredientes de pociones para un trabajo que les había encargado Snape, Hermione volvió a insistir.
—Harry —dijo de pronto Hermione—, ¿has vuelto a pensar en la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras?
—Pues claro —repuso Harry malhumorado—. ¿Cómo vamos a olvidarla, con la arpía que tenemos de profesora?
—Me refería a la idea que tuve yo de que nos dieras clases.
Ana dejó lentamente su libro de pociones en la mesada y miró a Harry. Se mordió el interior de su mejilla en anticipación mientras él seguía con la mirada fija en su libro. Quince segundos exactos fueron los necesarios para que el silencio volviera a romperse por él.
—Bueno —dijo con lentitud—. Sí, he pensado un poco.
—¿Y? —preguntaron Ana y Hermione al unísono, esperanzadas.
—No lo sé —empezó Harry. Luego levantó la cabeza y miró a Ron.
—A mí me pareció buena idea desde el principio —afirmó éste.
—Y si tu temor reside en cómo enseñarás, ten en cuenta de que ninguno de nosotros somos profesores así que no hay forma de que te equivoques. Solo tienes que ser tú mismo. —añadió Ana doblando su cuerpo hacia delante para estar más cerca de Harry.
Harry, incómodo, cambió de postura en la silla.
—Ya les dije que gran parte de mi éxito se debió a la suerte.
—Como dije la otra vez, Harry —empezó Ana, ahora sentada derecha en su asiento—, puede que la suerte haya sido un factor de auxilio, pero el resto lo hiciste tú. Tú has hecho todo aquello; con ayuda o sin.
—Exacto —asintió Hermione antes de mirarlo suavemente—. Harry, sabes hacer cosas que muchos magos adultos no saben. Viktor siempre decía...
Ron giró la cabeza hacia ella, y lo hizo tan bruscamente que dio la impresión de que se había lastimado el cuello. Se lo frotó y dijo:
—¿Ah, sí? ¿Qué decía Vicky?
—¡Jo, jo! —dijo Hermione con voz de aburrimiento—. Decía que Harry sabía hacer cosas que ni siquiera él sabía hacer, y eso que estaba en el último curso del Instituto Durmstrang.
—No seguirás en contacto con él, ¿verdad?
—¿Qué hay de malo en eso? —repuso Hermione en tono cortante, aunque su voz se había entrecortado un poco—. Si quiero, puedo tener un amigo por correspondencia...
—Eso no era lo único que él quería —comentó Ron con aire acusador.
«Dios, estos dos me van a matar si siguen así»
Ana resopló y chasqueó los dedos para obtener la atención de sus amigos. Su mirada cayó en Harry.
—A lo que veníamos a decir... ¿Nos ayudarás entonces?
—Bien, pero sólo a ustedes tres, ¿no?
—Verás... —comenzó Hermione con cierto nerviosismo—. Bueno, ahora no vuelvas a subirte por las paredes, Harry, por favor..., pero creo que deberías enseñar a todo aquel que quiera aprender. Mira, estamos hablando de defendernos de Vo-Voldemort. No seas ridículo, Ron. No sería justo que no ofreciéramos a los demás la posibilidad de aprender.
Harry lo pensó un momento, y entonces respondió:
—Sí, pero dudo que haya alguien, aparte de ustedes tres, que esté interesado en que le dé clase. Recuerda que soy un chiflado.
—Creo que te sorprenderías de la cantidad de gente a la que le apetecería escuchar lo que tú tengas que decir —afirmó Hermione muy seria—. Mira —se inclinó hacia Harry; Ana y Ron se inclinaron también para enterarse—, ¿recuerdas que el primer fin de semana de octubre tenemos la excursión a Hogsmeade? ¿Qué te parecería si le dijéramos a los que estén interesados que se reúnan con nosotros en el pueblo para que podamos discutirlo?
—¿Por qué tenemos que hacerlo fuera del colegio? —preguntó Ron.
—Porque no creo que Umbridge se pusiera muy contenta si descubriera lo que estamos tramando —contestó Hermione, y volvió al diagrama de la col masticadora china que estaba copiando.
Durante toda la noche y mañana del otro día, Ana no dejó de pensar en el fin de semana que se acercaba. La primera razón era porque al fin pondrían en movimiento el plan, pero también era porque sería su primera vez visitando Hogsmeade.
Y ahora que estaba en el escondite de siempre junto a Blaise, no pudo evitar preguntarse cómo sería aquella experiencia.
—¿Cómo es Hogsmeade? —le preguntó a Blaise quien estaba leyendo un libro acerca de la historia de los calderos.
—Aburrida.
Al sentir la mirada fija y no impresionada de Ana, Blaise levantó su cabeza para mirarla con una ceja encarada. El único momento en que Ana tuvo una respuesta satisfactoria fue luego de unos segundos al terminar una breve competencia de miradas. Blaise suspiró rendido.
—Es... única. El hecho de que es el único pueblo completamente mágico de todo el Reino Unido la hace el factor de una gran parte de historia de nuestra comunidad. Quizá no sea el pueblo más grande, pero cada una de las tiendas, casas, y cada rincón que posee forman parte de algo extraordinario. Me gusta visitar especialmente "La Casa de las Plumas de Scrivenshaft." Tienen una larga variedad de plumas.
Ana se cruzó de brazos y acarició su barbilla con una mano mientras pensaba.
—Bueno... no uso plumas si soy sincera, pero cuando vaya ¿te gustaría llevarme? Me gustaría conocerla.
La cabeza de Blaise cayó lentamente hacia abajo, donde las palabras de su libro podían leerse mejor.
—¿Quieres que yo te lleve? —preguntó él en un murmuro.
—Pues sí. Me encantaría visitar tus lugares favoritos —dijo Ana con obviedad. Estaba ansiosa por visitar Hogsmeade, y aún más por conocer los sitios preferidos de sus amigos. Como Zonko o Honeydukes, o esta vez, como La Casa de las Plumas.
Después de ingerir la propuesta correctamente, Blaise asintió con lentitud. Aún su cabeza se encontraba hacia abajo.
—Bien. Te llevaré.
—¡Genial! En ese caso serás mi guía... ¡Casi me olvido!
De repente, Ana cerró su libro de un golpe, lo que hizo que la cabeza de Blaise se levantara con rapidez para observarla tirar su cuerpo hacia delante. Como si estuviera por contarle un secreto.
—Te tengo otra propuesta...
—¿Por qué susurras? Somos solo nosotros dos.
Ana levantó una mano antes de susurrar un corto «shh». Su voz aún estaba bajo su respiración.
—Como decía... ¿Qué pasaría si te dijera que, hipotéticamente claro, Hermione ha creado un plan para que Harry nos enseñe Defensa Contra las Artes Oscuras en secreto? ¿Y que me gustaría invitarte a que te unas?
Cuando Ana dejó de susurrar, Blaise encaró una ceja.
—¿Potter dará clases a escondidas de Umbridge? —dijo él lentamente como si la propuesta no hubiese sido del todo coherente.
—Hipotéticamente. Pero sí.
—¿Y estarás tú allí? ¿Hipotéticamente?
—Pues, claro. Eso es parte del trato hipotético; no puedes deshacerte de mí tan fácilmente. ¡Soy parte del combo!
Los ojos oscuros de Blaise la miraron por un rato largo, fijos en sus ojos azules. Ana no supo qué interpretar de su mirada hasta que volvió a hablar luego de un rato.
—No me parece una mala idea... He escuchado que Potter es bastante habilidoso en el área. Parece serlo luego de tantos años en el centro de los rumores —señaló Blaise lentamente evaluando la situación—. No veo por qué no. Me uniré. ¿Pero qué han de pensar tus amigos de mí?
Ana puso los ojos en blanco pero una sonrisa pequeña se asomó por la comisura de sus labios ante la idea de que Blaise seguía reacio a la opinión de sus amigos.
—Blaise, por favor. Ya saben que hablamos, es decir, saben que fui a tu casa durante el verano y que hablamos entre clases. Están conscientes de que somos amigos.
El rostro de Blaise se crispó, y si no fuese porque la luz del sol se filtraba por detrás de él, Ana quizá hubiese visto la sonrisa que se asomó y se esfumó en cuestión de segundos de sus labios.
—Ah, ¿es que ahora somos amigos? —inquirió él, cruzándose de brazos. Ana se mordió el labio con ansiedad.
—Espero que sí, si no esto será raro...
Esta vez Blaise no pudo esconder su suave risa, por lo que no tuvo más remedio que bajar la cabeza para que Ana no lo viese sonreír.
—Sí, lo somos. Somos amigos.
Los hombros de Ana se relajaron y sonrió satisfecha. Su orgullo no hubiese podido aceptar que Blaise no la considerara su amiga después de todo este tiempo.
—Así que supongo que el caso no es hipotético después de todo. —añadió Blaise.
—Ya no lo es si has aceptado. ¡Ah! Casi me olvido, nos vamos a juntar en la Cabeza de Puerco, donde sea que queda eso. La reunión será el sábado cuando nos dejen ir a Hogsmeade. Será a primera hora. Lleva un vaso propio. —Ana se mordió el interior de su mejilla, sus dedos inquietos en la manga de su túnica—... Me estoy olvidando de algo... ¡Ah, sí! Casi me olvido de nuevo, no puedes decirle a nadie de esto. Es una reunión secreta. No podemos dejar que Umbridge se entere.
—No es como que tenga a muchas personas para contarles. Excepto Hannah.
«Eso es demasiado triste... y cierto»
—Bueno, ten por asegurado que le diré a Hannah si se quiere unir a nosotros —afirmó Ana—. Le diré mañana durante el desayuno junto a Cedric y Ernie. Creo que les llamará la atención unirse.
—Claro que sí —dijo Hannah antes de darle una cucharada a sus huevos revueltos—. Ya me estaba hartando de los métodos de Umbridge, ¿no, Ernie?
Era la mañana posterior a la charla con Blaise. Ana se había acercado a la mesa de Hufflepuff durante el desayuno y había acorralado a Hannah y a Ernie mientras engullaban sus desayunos, para atraerlos a la nueva idea de Hermione. Lamentablemente, Cedric no se había encontrado en ninguna parte por lo que tendría que invitarlo más tarde si es que lo encontraba.
—Así es. No entiendo cómo el Ministerio ha enviado a una profesora tan inepta para una materia tan importante... aún cuando no aceptan que Quien-ustedes-saben ha vuelto. —un escalofrío recorrió el cuerpo de Ernie, y sus mejillas se volvieron rosadas e infladas—. Harry de seguro sabe lo que hace. Le tengo confianza.
—Genial, entonces les recuerdo que nos vamos a juntar el sábado en la Cabeza de Puerco, ¿sí? Ah, y díganle a Cedric si se quiere sumar cuando lo vean. Por cierto, ¿dónde está?
Hannah y Ernie intercambiaron una mirada cargada de preocupación, antes de que Hannah se aclarara la garganta y susurrara aún más bajo.
—No se sentía bien... la verdad es que no se ha estado sintiendo bien estos días. Temo que no quiere ser una inconveniencia por lo que no nos ha contado directamente, pero...
—Escuchamos a Daichi Furukawa quitarle puntos a los chicos de séptimo por estar burlándose de Cedric en la sala común. Honestamente, no sé qué pensaban en chismear donde ella estaba. Daichi es terrorífica.
—Aparentemente Cedric ha estado teniendo pesadillas —interrumpió Hannah mientras Ernie temblaba nuevamente ahora pensando en la prefecta mayor de Hufflepuff.
Los hombros de Ana cayeron en sus costados al escuchar a Hannah. No le sorprendió escuchar que Cedric había comenzado a tener pesadillas luego de lo que había vivido el curso anterior, no obstante, dolía saber la verdad. Más cuando se trataba del sufrimiento de alguien que había sido tan alegre y energético como Cedric. Era triste ver el drástico cambio en su persona, al igual que era completamente adecuado.
—Pobre Cedric... no puedo imaginarme por todo lo que está pasando. Hm... no quiero meterlo en más aprietos de los que ya está, pero si sienten que a él le interesaría invítenlo. Si no, no. Creo que también hay que dejarlo descansar.
Cuando Hannah y Ernie asintieron, Ana dio por finalizada su misión y se levantó de su asiento para ir a terminar su desayuno, cuando una voz desconocida la hizo detenerse en su lugar.
—A mí también me gustaría unirme a la reunión.
Ana giró su cabeza hacia la derecha y notó al chico que había hablado, y al parecer había escuchado toda la conversación. Era un chico rubio de cara cuadrada y cuerpo delgado, que Ana no recordaba haber visto en su vida.
—¿Quién eres? —preguntó Ana sin rodeos, viendo cómo las facciones del chico se extrañaban por no reconocerlo.
—Zacharias Smith. Estamos en el mismo año —dijo él con un tanto recelo antes de aclararse la garganta—. Pero como decía... Me gustaría unirme. Quiero escuchar más acerca de la idea. Suena bastante interesante.
Ana se cruzó de brazos mientras pensaba en si aceptar o no, cuando Hannah, que estaba sentada a la izquierda de Zacharias y cuyo rostro estaba tornado a Ana, comenzó a mover la boca en un ferviente «no» Era imposible ignorar la expresión de irritación y odio que abarcaba su rostro pecoso, y con cada segundo su desesperación se hacía notar aún más. Sin embargo, había otra razón por la que Ana debía hacer caso omiso a sus quejas.
—Pues... cuantas más personas mejor, ¿no, Hannah?
Hannah no escondió su mueca de asco pero cuando se volvió hacia Zacharias una sonrisa falsa y exagerada se posó en sus labios.
—Claro —rió ella secamente antes de volver a mirar a Ana y modular:—. Te vas a arrepentir.
—Ya lo estoy —admitió Ana detrás de sus dientes y dejó salir una tos falsa para apagar su comentario—. Bueno, me voy a desayunar. No le digan a nadie más excepto a Cedric. Nos vemos el sábado...
La mañana de la excursión a Hogsmeade amaneció despejada pero ventosa. Después de desayunar formaron una fila delante de Filch, que comprobó que sus nombres aparecían en la larga lista de estudiantes que tenían permiso de sus padres o tutores para visitar el pueblo. Con gran satisfacción, Ana vio cómo Filch inspeccionaba su nombre más de tres veces. Había algo agradable en ir por primera vez al pueblo después de dos años.
Cuando su rostro sintió el cálido toque del sol, sus mejillas se sonrojaron y sus ojos se cerraron. El nuevo gusto a la pequeña libertad que Remus le había otorgado era deliciosa.
—Recuerda que Remus nos dijo que no te separaras de nosotros —dijo Hermione cuando pasaron entre los altos pilares de piedra coronados con sendos cerdos alados y torcieron a la izquierda por la carretera que conducía al pueblo.
—Sí, sí. Siempre acompañada, nunca sola. Me acuerdo...
Un rostro adornado de pura adoración era el de Ana a medida que sus pies la llevaban por los caminos de tierra y piedra de Hogsmeade. Los nombres que tanto había escuchado ahora sintiéndose tan reales en frente suyo junto los carteles y las ventanas que mostraban sus interiores; las Tres Escobas, donde la cerveza de mantequilla que Ana había probado había provenido, ahora se encontraba frente suyo con su aspecto cálido y aroma delicioso y nostálgico aunque nunca hubiese pisado su interior; Zonko, la tienda de artículos de bromas el cual Ana había escuchado incontables de veces por los gemelos Weasley ahora yacía en todo su esplendor en frente sus ojos. Honeydukes, la Casa de los Gritos; cada una de las historias se volvieron realidad. Y Ana quería vivirlas todas por sí misma.
—¿Y si tenemos la reunión en Honeydukes? —preguntó ella, sus ojos brillantes fijados en la tienda que estaba detrás de sus espaldas.
—Ana, ya sabes que no podemos. Necesitamos un lugar sin mucha gente. Más tarde te acompañamos allí, ¿sí?
Ana se mordió el labio y un suspiro de anhelo salió de su boca antes de que sus ojos volvieran hacia el pasaje de adelante.
Hermione tenía razón. No estaban en Hogsmeade por placer. Estaban allí por trabajo. Por el futuro de los estudiantes de Hogwarts.
Cuando dejaron atrás la oficina de correos, de donde salían lechuzas las cuales Ana quería acariciar, torcieron por una calle lateral al final de la cual había una pequeña posada. Un estropeado letrero de madera colgaba de un oxidado soporte que había sobre la puerta, con un dibujo de una cabeza de jabalí cortada que goteaba sangre sobre la tela blanca en la que estaba colocada. Cuando se acercaron a la puerta, el letrero chirrió agitado por el viento y Ana lo miró maravillada.
—Qué emoción... —susurró, apoyando una mano sobre la puerta. Sus tres amigos la miraron como si le hubiese crecido una segunda cabeza, a lo que ella resopló—. Es el primer lugar de Hogsmeade que visito. Denme un descanso.
De un empujón, abrió la puerta.
El pub no era exactamente limpio y acogedor como sus amigos habían descrito a Las Tres Escobas. Cabeza de Puerco consistía en una sola habitación, pequeña, lúgubre y sucísima, donde se notaba un fuerte olor a cabras. Las ventanas tenían tanta mugre incrustada que entraba muy poca luz del exterior. Por eso el local estaba iluminado con cabos de cera colocados sobre las bastas mesas de madera. A primera vista, el suelo parecía de tierra apisonada, pero al caminar sobre él, se notó que había piedra debajo de una capa de roña acumulada durante siglos.
«Un lugar con carácter» admiró Ana mientras su mirada viajaba por las pocas personas que había en el lugar. En la barra había un individuo que llevaba la cabeza envuelta con grises y sucias vendas, aunque aun así se las ingeniaba para tragar vaso tras vaso de una sustancia humeante y abrasadora por una rendija que tenía a la altura de la boca. También había dos personas encapuchadas sentadas a una mesa, junto a una de las ventanas. Y en un oscuro rincón, al lado de la chimenea, estaba sentada una bruja con un grueso velo negro que le llegaba hasta los pies. Lo único que se destacaba bajo el velo era la punta de la nariz, un poco prominente.
El camarero salió de la trastienda y se les acercó con sigilo cuando llegaron a la barra. Era un anciano de aspecto gruñón, con barba y una mata de largo cabello gris. Era alto y delgado, y Ana no pudo evitar pensar que se parecía a Dumbledore.
—¿Qué quieren? —gruñó.
—Cuatro cervezas de mantequilla —contestó Hermione.
El camarero metió una mano bajo la barra y sacó cuatro botellas sucias y cubiertas de polvo que colocó con brusquedad sobre la barra.
—Ocho sickles —dijo.
—Pago yo —se apresuró a decir Harry, y le entregó las monedas de plata.
El camarero recorrió a Harry de arriba abajo con la mirada, y sus ojos se detuvieron un momento en su cicatriz. Luego se dio la vuelta y depositó las monedas de Harry en una vieja caja registradora de madera cuyo cajón se abrió automáticamente para recibirlas.
—¡Gracias! —dijo Ana antes de tomar las botellas en sus manos y caminar hacia una de las mesas.
Los cuatro se sentaron en el rincón que habían encontrado, y una vez sentada mientras sus amigos conversaban, Ana sacó una taza de plástico blanca y con un diseño animado que cruzaba el medio. Cuando Ron la observó apoyar la taza en la mesada sucia, encaró una ceja.
—Ana... ¿Qué has traído?
Ana lo miró con incredulidad.
—Mi taza de Plaza Sésamo.
—¿Plaza...? ¿Por qué?
—El profesor Flitwick nos recomendó traer nuestros propios vasos y eso es lo que hice —explicó con cierta obviedad y agarró la botella que Hermione acababa de abrir. La mirada de Ron era de desconcierto e incredulidad, a lo que Ana puso los ojos en blanco—. Solo estás celoso de que ahora tienes que tomar del pico de una botella de cien años y yo no.
Ana volcó la cerveza de mantequilla en su vaso de plástico, la espuma burbujeando en su nuevo hogar pasadero.
—Bueno, ¿quién dijiste que iba a venir? —le preguntó de repente Harry a Hermione, arrancando el oxidado tapón de su cerveza de mantequilla y dando un sorbo porque no tenía vaso propio.
—Sólo un par de personas —repitió Hermione. Consultó su reloj y miró nerviosa hacia la puerta—. Ya deberían estar aquí, estoy segura de que saben el camino... ¡Oh, miren, deben de ser ellos!
La puerta del pub se había abierto. Un ancho haz de luz, en el que bailaban motas de polvo, dividió el local en dos durante un instante y luego desapareció, pues lo ocultaba la multitud que desfilaba por la puerta.
Primero entraron Neville, Dean y Lavender, seguidos de cerca por Parvati y Padma con Cho Chang y una de sus amigas. Luego entró Luna, sola y con aire despistado.
A continuación, aparecieron Katie Bell, Alicia Spinnet y Angelina Johnson, Colin y Dennis Creevey, Hannah, Ernie, Cedric, Justin Finch-Fletchley y una chica de Hufflepuff con una larga trenza; tres chicos de Ravenclaw que, si no se equivocaba, se llamaban Anthony Goldstein (el prefecto de Ravenclaw del cual había escuchado en el compartimiento de los amigos de Parvati y Lavender), Michael Corner y Terry Boot; Ginny, seguida por Zacharias Smith, quien Ana había recién conocido unos días antes, y, cerrando la marcha, Fred y George con su amigo Lee Jordan, los tres con enormes bolsas de papel llenas de artículos de Zonko.
Ana frunció el ceño, estiró su cuello con una mueca y sus ojos vagaron por las personas en busca de aquel rostro al que había invitado con días de anticipación. Ojos azules buscando ojos oscuros y familiares, buscando mejillas altas y mirada distante.
Pero nada estaba allí. Él no estaba allí.
Los hombros de Ana bajaron considerablemente mientras los interesados pedían sus bebidas y se sentaban en sus sillas. Su mirada confundida encontró la de Hannah, quien había estado hablando con Cedric desde que habían entrado por la vieja puerta, y cuando se miraron lo único que pudo darle la rubia fue un suave encogimiento de hombros de consolación.
«Debería haber llegado, nunca llega tarde a ningún lado. ¿Se habrá retractado...?»
Una ola de decepción recorrió el cuerpo de Ana, profundizando aún más su mueca. Miró a sus amigos pero ellos estaban en sus propios mundos, observando a todos los demás sentarse en pequeños grupos alrededor suyo, ignorando el hecho de que Blaise Zabini no se había presentado porque no tenían ni la menor idea de que Ana lo había invitado.
Cuando todos se acomodaron en sus lugares, el parloteo fue bajando hasta que cada uno de los ojos estaban fijados en Harry (quien parecía querer que la tierra lo tragara). Por su lado, Ana tenía los brazos cruzados, sintiendo el mal humor crecer dentro de su pecho.
Hermione se aclaró la garganta, pero antes de que alguna palabra pudiera salir de su boca, la puerta del pub se volvió a abrir dejando entrar la luz de afuera hacia el casi oscuro interior.
La mirada de Blaise recorrió el sucio lugar con escrutinio y una mueca de disgusto en sus labios, antes de que sus ojos oscuros se posaran en Ana, cuyos ojos ahora brillaban de anticipación.
«Vino» pensó Ana sintiendo alivio por primera vez en esos diez minutos.
Cuando Blaise le dedicó un asentimiento antes de acercarse a la barra para hacer su pedido, Ana rápidamente buscó una silla para que él se sentara y la colocó cerca suyo ya que era donde más espacio había.
Los otros observaban la escena con un dejo de curiosidad e incredulidad, pero Ana no les prestó atención y solamente se limitó a sonreír suavemente cuando Blaise caminó hacia ellos antes de darles un corto saludo y sentarse en la silla que Ana había escogido para él.
Hermione volvió a aclarar sus garganta, llamando la atención de todos.
—No podía sacarme a Malfoy de encima —se excusó Blaise en un susurro al oído de Ana, con los ojos fijos en Hermione.
—Lo que importa es que has llegado. —dijo Ana aún con su pequeña sonrisa.
—Esto... —empezó Hermione hablando en voz más alta de lo habitual debido al nerviosismo, llamando la atención de Ana y Blaise—. Esto..., bueno..., hola. Bueno..., esto..., ya saben por qué hemos venido aquí. Verán, yo tuve la idea de que sería conveniente que la gente que quisiera estudiar Defensa Contra las Artes Oscuras, o sea, estudiar de verdad, ya saben, y no esas chorradas que nos hace leer la profesora Umbridge —de repente la voz de Hermione se volvió mucho más potente y segura—, porque a eso no se le puede llamar Defensa Contra las Artes Oscuras —«Eso, eso», dijo Anthony Goldstein, y su comentario animó a Hermione—... Bueno, creí que estaría bien que nosotros tomáramos cartas en el asunto. —Hizo una pausa, miró de reojo a Harry y prosiguió—: Y con eso quiero decir aprender a defendernos como es debido, no sólo en teoría, sino poniendo en práctica los hechizos...
—Así es —alentó Ana, con su humor renovado y preparada para animar a su amiga. Hermione le sonrió.
—Pero supongo que también querrás aprobar el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no? — interrumpió Michael Corner.
—Por supuesto. Pero también quiero estar debidamente entrenada en defensa porque... porque... —Hermione inspiró hondo y terminó la frase— porque lord Voldemort ha vuelto.
La reacción de su público fue inmediata. No obstante, la atención de Ana solo estaba concentrada en una persona. La reacción de Blaise fue tan predecible como no; ni su rostro ni su cuerpo mostró reacción alguna ante las palabras de Hermione, pues su expresión fue más de obviedad. Como si ya hubiese sabido que aquella declaración se avecinaba, y sabía que era verdad.
Su reacción no sorprendió para nada a Ana, puesto que ya había tenido el placer de conocer la opinión de Eloise Zabini durante el verano y su relación con la Orden del Fénix. Al parecer, la familia Zabini ya estaba al tanto de lo que había sucedido el curso anterior.
—Bueno, pues ése es el plan —concluyó Hermione—. Si quieren unirse a nosotros, tenemos que decidir dónde vamos a...
—¿Qué pruebas tienen de que Quien-ustedes-saben ha regresado? —preguntó Zacharias Smith con un tono bastante agresivo.
—Bueno, Dumbledore lo cree... —empezó a decir Hermione.
—Querrás decir que Dumbledore le cree a él —aclaró Smith señalando a Harry con la cabeza.
Ana abrió la boca para defender a su amigo pero Hannah fue más rápida en atender la situación.
—¿Zacharias?
—¿Sí?
—¿Por qué no cierras la boca de una vez por todas? —inquirió Hannah con voz dura e irritada. Todos la miraron con asombro excepto Blaise. Aquel día parecía ser que nada lo sorprendía.
Smith se volvió rojo como un tomate cuando escuchó el reproche de su compañera, pero al abrir la boca en vez de palabras, salieron cortos y estupefactos sonidos. Fue tan solo un minuto más tarde que su incredulidad disminuyó.
—Hice una pregunta genuina, Abbott. Es decir, no son noticias nuevas el hecho de que Dumbledore cree todo lo que Potter dice...
Nuevamente, Smith metió la pata en arena movediza.
—¿Es que todo lo que ha dicho Cedric incontables veces no vale? ¿Su palabra, después de todo este tiempo, no tiene significancia? ¿O es que prefieres hacer oídos sordos porque tu cerebro de nuez no quiere aceptar que por primera vez tu familia está en lo incorrecto? Jamás en tu vida has hecho algo significante y aún así siempre encuentras algo de lo que quejarte. Me cansas. Deja que Hermione y Harry terminen de hablar.
Blaise dejó salir una risa amortiguada por su respiración, interrumpiendo con su —aparentemente— no eterna indiferencia.
«Dios, sí son mejores amigos» murmuró Ana en su cabeza, mientras observaba al par hacer trizas a la dignidad de Zacharias Smith. El chico, para recoger los granos de honor que habían caído al piso sucio del bar, miró a Blaise con asco.
—¿Quién crees que eres, Zabini? ¿Quién siquiera te ha invitado?
No pasó ni un segundo antes de que Ana abriera la boca y hablara con la velocidad de la luz.
—Lo invité yo personalmente, pero aunque tengas un problema lo veremos después porque este no es el momento para empezar a mostrar los colmillos a nadie. Vinimos hasta aquí solo por una cosa y me gustaría que la reunión siguiese fluyendo libremente sin odiosas interrupciones, por lo que te pido Zacharias, que por favor dejes hablar a Hermione y a Harry. Gracias.
Sin mirar al grupo, Ana se giró hacia Harry y le indicó con la cabeza que hablara. No había hecho todo ese rápido discurso para que él se quedara callado. Harry se aclaró la garganta y con el ceño fruncido miró a Zacharias.
—¿Quieres saber qué es exactamente lo que me permite afirmar que Quien-tú-sabes ha regresado? —preguntó mirando a los ojos a Zacharias—. Cedric y yo lo vimos. El año pasado, Dumbledore le contó al colegio en pleno lo que había ocurrido, pero si tú no lo creíste, no nos creerás ni a Cedric ni a mí, y no pienso malgastar una tarde intentando convencer a nadie.
El grupo entero se quedó callado ante las palabras de Harry, y hasta dio la impresión que el camarero había estado paralizado en su lugar escuchando toda la conversación. Ana notó a Cedric mirar a Harry con una mezcla de agradecimiento y arrepentimiento, como si no quisiera que Harry se encontrara en una posición tan estresante.
Cuando parecía que el silencio no se iba a acabar nunca más, una voz un tanto desconocida se hizo escuchar.
—¿Es verdad —comenzó a decir la chica de la larga trenza, mirando a Harry— que puedes hacer aparecer un Patronus?
Un murmullo de interés recorrió el grupo.
—Sí —contestó Harry poniéndose a la defensiva.
—¿Un Patronus corpóreo?
—Oye, ¿tú conoces a la señora Bones? —le preguntó después de unos segundos disminuyendo su recelo.
—Es mi tía —dijo la chica sonriendo—. Me llamo Susan Bones. Me contó lo de la vista. Bueno, ¿es verdad o no? ¿Sabes hacer aparecer un Patronus con forma de ciervo?
—Sí.
—¡Caramba, Harry! —exclamó Lee, que parecía muy impresionado—. ¡No lo sabía!
—Mi madre hizo prometer a Ron que no lo contaría —intervino Fred dirigiéndole una sonrisa a Harry—. Dijo que ya atraías suficiente atención.
—Está en lo cierto —murmuró Harry, y un par de personas rieron.
Una sonrisa se asomó en la comisura de los labios de Ana al notar el reconocimiento que estaba teniendo Harry. Aunque el chico no quisiera reconocerlo, se lo merecía más que nadie. Se merecía los elogios y los vítores de aliento; después de tanto tiempo merecía que reconocieran sus victorias tanto como su cansancio.
—...Por no mencionar —dijo Cho mientras los otros hablaban de los logros de Harry— las pruebas que tuvo que superar en el Torneo de los tres magos el año pasado: se enfrentó a dragones, a la gente del agua, a las acromántulas y a todo tipo de cosas...
—Como Ana —intervino Ginny antes de sonreírle a Ana que salió de su trance para mirarla estupefacta.
«¿Qué tenía que ver ella con esa conversación?»
—En ese caso tenemos que mencionar a Cedric, Fleur y Viktor —respondió Ana rápidamente para sacar las miradas de los demás que se habían posado sobre ella. Ginny resopló.
—Tal vez... —añadió Hannah con un asentimiento—, pero no podemos ignorar el elefante en la habitación: el hecho de que resucitaste a Cedric de un destino impensable.
Ana se rió nerviosa mientras todos los ojos seguían posados en ella con pura atención. No sabía qué decir, pues no era como si ella supiera exactamente qué había hecho y cómo. Aquella noche era un recuerdo borroso en su memoria y aquel acto, una niebla interminable. Su mirada buscó refugio, pero en vez encontró los ojos de Cedric que la observaban con aprensiva curiosidad; parecía no querer mirarla de esa forma, pero a la vez no podía evitarlo. Ana no podía culparlo, después de todo su caso era extraño, ¿pero que respuesta tenía ella para darle cuando no sabía ni donde empezar?
—Ah... bueno... pero no estamos hablando de mí. Es más, estamos hablando de Harry y el prospecto de que nos enseñe a defendernos luego de todas sus victorias, ¿no es así? —Ana giró su cabeza hacia Harry en desesperación—. ¿Qué más puedes contarnos, Harry?
Harry se aclaró la garganta para calmar sus nervios pero sus manos lo delataron al abrir y cerrarse en su regazo.
—Miren —dijo luego de unos segundos—, no... no quisiera pecar de falsa modestia ni nada parecido, pero... en todas esas ocasiones conté con ayuda...
—No de nuevo con esto —resopló Ana sin poder evitarlo, a lo que Harry se avergonzó enseguida.
—De acuerdo —suspiró él—, ya sé que algunas cosas las conseguí sin ayuda, pero lo que intento hacerlos entender es...
—¿Intentas escabullirte y no enseñarnos a hacer nada de eso? —sugirió Zacharias Smith.
—Oye, tú —dijo Ron en voz alta antes de que Harry pudiera contestar—, ¿por qué no cierras el pico?
Ron estaba perdiendo la paciencia tanto como Ana. Hannah había tenido razón; ya se arrepentía de haberlo invitado a la reunión. El chico se ruborizó y se defendió diciendo:
—Hemos venido aquí a aprender de él y ahora resulta que en realidad no puede hacer nada...
—No —lo calló Ana con brusquedad, tragando la paciencia que había recolectado—. Lo que pasa es que es modesto, pero ya sabemos que aquella palabra no existe en tu vocabulario, Smith.
Aunque esta vez no hubiese escuchado la risa de Blaise, al mirarlo de reojo notó que una pequeña sonrisa se había asomado sobre sus labios. El pecho de Ana se infló en satisfacción antes de que su cerebro pudiera reaccionar al porqué se sentía de aquella forma, y cuando comenzó a darse vuelta para prestar atención a lo que Hermione estaba diciendo, su mirada se chocó con el vaso de metal que el chico sostenía entre sus manos.
Tal vez no se trataba de la taza infantil que Ana había llevado para tomar su cerveza de mantequilla, pero el hecho de que había llevado un vaso por el consejo de ella, la sorprendía tanto como la encantaba. Era una sensación extraña. Como si hubiese ganado una competencia inexistente.
—Muy bien —dijo Hermione, su voz sacó a Ana de sus pensamientos —. Entonces, la siguiente pregunta es con qué frecuencia queremos reunirnos. Creo que, como mínimo, deberíamos reunirnos una vez por semana...
—Un momento —terció Angelina—, tenemos que asegurarnos de que esto no interferirá con nuestros entrenamientos de quidditch.
—Eso —coincidió Cho—. Ni con los nuestros.
—Ni con los nuestros —añadió Zacharias Smith.
«Dios, ¿cuánta gente juega a quidditch de aquí?»
—Estoy segura de que podremos encontrar una noche que le vaya bien a todo el mundo
—afirmó Hermione impacientándose un poco. Parecía ser que el grupo de Ana no era muy paciente—, pero piensen que esto es muy importante, estamos hablando de aprender solos a defendernos de Vo-Voldemort y de los mortífagos...
—¡Así se habla! —bramó Ernie Macmillan—. Personalmente creo que lo que intentamos es muy importante, con seguridad lo más importante que haremos este curso, más incluso que los TIMOS. No me explico cómo el Ministerio nos ha endilgado una profesora tan inepta en este periodo tan crítico. Es evidente que no quieren aceptar que Quien-ustedes-saben ha regresado, pero ponernos una profesora que intenta deliberadamente impedir que utilicemos hechizos defensivos...
—Creemos que la razón por la que Umbridge no quiere entrenarnos en Defensa Contra las Artes Oscuras —explicó Hermione— es que se le ha metido en la cabeza la idea de que Dumbledore podría utilizar a los estudiantes del colegio como una especie de ejército privado. Cree que podría movilizarlos para enfrentarse al Ministerio.
Aquella noticia sorprendió a casi todos; a casi todos excepto a Luna Lovegood, que soltó:
—Bueno, es lógico. Al fin y al cabo, Cornelius Fudge tiene su propio ejército privado.
—¿Qué? —saltó Harry, absolutamente desconcertado por aquella inesperada información.
—Sí, tiene un ejército de heliópatas —afirmó Luna con solemnidad.
—Eso no es cierto —le espetó Hermione.
—Claro que sí —la contradijo Luna.
—¿Qué son heliópatas? —preguntó Neville, perplejo.
—Son espíritus de fuego —contestó Luna, y sus saltones ojos se abrieron aún más—, unas enormes criaturas llameantes que galopan por la tierra quemando cuanto encuentran a su paso...
Ana, al notar que Hermione estaba preparada para saltar con la filosa lucha de la lógica, le agarró el brazo e intervino antes de que la situación fuese un interminable debate.
—Luna, creo que hay algunas fallas en esa información. Es decir, estoy segura de que ninguna criatura además de los humanos se arriesgaría a juntarse con Fudge; no cuando él les tiene tan poco respeto.
Luna lentamente cerró la boca con un suave sonido. Parecía estar analizando las palabras de Ana con tremenda precisión.
—Ejem, ejem —carraspeó Ginny imitando a la perfección a la profesora Umbridge; varios estudiantes giraron la cabeza, asustados, y luego rieron—. ¿No estábamos intentando decidir cuántas veces nos íbamos a reunir para dar clase de defensa?
—Sí —se apresuró a confirmar Hermione—, exacto. Tienes razón, Ginny.
—Bueno, a mí una vez por semana no me parece mal —opinó Lee Jordan.
—Siempre que... —empezó a decir Angelina.
—Sí, sí, ya sabemos lo del quidditch —concedió Hermione con voz tensa—. Bueno, la otra cosa que queda por decidir es dónde vamos a reunimos...
Ana se cruzó de brazos luego de darle un último trago a su bebida. Encontrar un lugar lo suficiente escondido y sutil, que abarcara casi treinta alumnos y no fuese encontrado por Umbridge, sonaba a una tarea difícil. Por un lado, el escondite de ella y Blaise estaba fuera de los límites por ser tan pequeño; la biblioteca sería el fin de la entrada de Ana a ella (Madame Pince no estaría para nada feliz si hechizos volaban por sus libros); las aulas no eran lo suficientemente sutiles, y cualquiera que quisiera encontrarlos en cualquier momento lo lograría...
—¿La Casa de los Gritos? —sugirió Ana luego de un rato—. Podríamos usar los túneles, y para que nadie nos escuche de afuera podríamos usar algunos hechizos silenciadores...
Su idea no era la peor, pero no pareció convencer a sus amigos. Tal vez por las malas memorias que ese lugar tenía, o por el hecho de que Snape sabía de aquel túnel.
—Bueno, ya buscaremos un sitio —dijo Hermione—. Cuando tengamos el sitio y la hora de la primera reunión les enviaremos un mensaje a todos. —Rebuscó en su mochila, sacó un rollo de pergamino y una pluma y vaciló un momento, como si estuviera armándose de valor para decir algo—. Creo que ahora cada uno debería escribir su nombre, para que sepamos que ha estado aquí. Pero también creo —añadió inspirando hondo— que todos deberíamos comprometernos a no ir por ahí contando lo que estamos haciendo. De modo que si firman, se comprometerán a no hablar de esto ni con la profesora Umbridge ni con nadie.
Fred tomó el pergamino y, decidido, firmó en él.
—Esto... —empezó Zacharias con lentitud, y no agarró el pergamino que George intentaba pasarle—. Bueno..., estoy seguro de que Ernie me dirá cuándo es la reunión.
Pero Ernie tampoco parecía muy decidido a firmar. Hermione lo miró arqueando las cejas.
—Es que... ¡somos prefectos! —dijo Ernie—. Y si alguien encontrara esta lista... Bueno, quiero decir que... ya lo has dicho tú misma, si se entera la profesora Umbridge...
—¿Y piensas que Hermione lo dejará a la vista de todos? —preguntó Hannah con incredulidad, tomando el pergamino de la mano cansada de George—. Por favor, Ernie.
Hannah firmó con fluidez y le pasó el pergamino a Cedric que puso su nombre sin rechistar. Después de Ernie nadie puso reparos, pero Ana notó que Blaise había mirado el papel un largo rato antes de escribir su nombre de la manera más elegante. No había parecido receloso a hacerlo, más bien incrédulo de que le habían pasado el pergamino sin quejas.
Cuando hubo firmado el último, Hermione tomó el pergamino y lo guardó con cuidado en su mochila. En ese momento, el grupo experimentaba una sensación extraña. Era como si acabaran de firmar una especie de contrato.
—Bueno, el tiempo pasa —dijo Fred con decisión, y se puso en pie—. George, Lee y yo tenemos que comprar unos artículos delicados. Ya nos veremos más tarde.
Los demás estudiantes se marcharon también en grupos de dos y de tres. Cuando Blaise se levantó de su asiento, después de limpiar su vaso de metal con un poco de magia, Ana también se levantó de un salto. Tenían un trato que llevar a cabo.
—Debes llevarme a la tienda de plumas —murmuró Ana mientras las últimas personas salían por la puerta. Blaise la miró con una ceja arqueada.
—¿Hoy?
—¿Pues qué otro día será? —susurró Ana incrédula. Su mano tomó la muñeca de Blaise—. Vamos, también quiero visitar Honeydukes y si tenemos tiempo quisiera tomar una cerveza de mantequilla en Las Cuatro Escobas...
Blaise no podía quitar la mirada del contacto que la mano de Ana tenía con su brazo, y ella sin darse cuenta de su reacción, miró a sus amigos.
—Nos vemos más tarde, vamos a ir a la tienda de plumas —sonrió Ana y les dio un corto saludo, antes de tomar la mano de Blaise con la misma mano de antes.
Ana caminó hacia la entrada con Blaise siguiéndola por detrás, sin escuchar la estupefacción en la voz de Ron, que había soltado una pregunta al aire sin saber qué esperar de la respuesta: ¿Qué demonios sucede entre ellos dos?
• • •
¡hola!
¿cómo están?
si leyeron mi perfil, entonces saben que estas semanas no tuve internet y recién hace pocos días se me arregló, por lo que por esa razón no pude actualizar antes !
en otras noticias... ana y blaise <333 jeje
me mata tener todas las escenas planeadas y anotadas, pero tener que esperar a que los capítulos avancen o(-<
soy re impaciente JSJASJ quiero todo YA como ustedes, pero tengo que esperar... :((
bueno, nos vemos en la próxima actualización, ¡cuídense!
nos vemosss
•chauuu•
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro