𝐟𝐢𝐟𝐭𝐲
"La realidad dolorosa"
Ana estaba paralizada en su lugar mientras los otros estudiantes pasaban a su lado sin darle mucha atención. Todos subían las escaleras con normalidad, paso a paso, por lo que no estaba segura que significaba lo que había sucedido con ella. Pero nadie parecía estar sorprendido, sólo... ella.
—Ah, veo que has conocido una de las bendiciones de esta escuela, amiga de Potter —dijo una voz que subía por las escaleras hacia ella.
Pertenecía a Hyeon Yeong, el amigo de Parvati y Lavender, y estaba subiendo las escaleras igual que ella, sólo que a un ritmo más... lento, moderado. Nada parecido a la errática y veloz forma en la que ella había subido. Parecía estar acostumbrado a que las escaleras funcionaran como si fueran mecánicas.
—¿Qué...? ¿Cómo...?
El chico subió por completo las escaleras y acomodó su túnica de Ravenclaw con una sonrisa sabionda.
—Bienvenida al club de los discapacitados, león.
A Ana se le secó la boca y frunció el ceño en confusión.
—¿El qué?
Hyeon Jeong se encogió de hombros y metió una mano en un bolsillo mientras daba lentos pasos por el pasillo, dirigiéndose hacia las otras escaleras.
—Te acostumbrarás —confesó él, alarmando a Ana un poco más.
Mirando de reojo a sus piernas, Ana notó un leve temblor, consecuencia del susto que se había llevado pero también a causa del cansancio y dolor por el que había pasado esos meses. Al parecer las aspirinas no serían suficiente para su cuerpo.
—¿Me estás diciendo que esto es oficial ahora? —inquirió ella, apurándose para caminar al lado del chico mientras se dirigían a la intersección.
—Si antes no era oficial, entonces tal vez debas visitar la enfermería un día de estos —apuntó Hyeon Jeong con desgana
El ceño de Ana se frunció y vio cómo el chico caminaba sin problemas.
—Pero... Pero tú puedes caminar perfectamente.
Una risa salió del chico sobresaltándola. Hyeon Jeong dejó salir un silbido de sorpresa.
—Primero, mi salud no es de tu incumbencia, por lo que deberías primero aprender acerca de eso; segundo, puede que camine pero eso no significa que no me duela; y tercero... en mi caso tengo esto.
De la nada, Hyeon Jeong sacó su mano del bolsillo en que la había metido y sacó un bastón de tamaño normal el cual apoyó en el suelo.
—Bolsillos mágicos —alardeó él al notar la mirada de estupefacción de Ana, y la saludó con un corto gesto—. Hasta luego.
Ana no durmió bien esa noche. La duda de si en verdad su dolor resultaría en un problema más grave para su futuro la consumió durante toda la noche. ¿Es que Hyeon Jeong tenía razón? ¿Debía de acostumbrarse a ese paralizante sentimiento? ¿A ese dolor punzante? ¿A ese cansancio constante?
Aún recordaba la advertencia de aquella voz que le había hablado durante sus semanas dormida, por más que fuese un recuerdo lejano. Aquella voz le había dicho que su contrato la estaba matando lentamente.
¿Así se sentía morir?
La mañana siguiente llegó y mientras sus amigas se vestían y preparaban para comenzar con el día escolar, Ana mantenía su cabeza bajo las sábanas. Durante la madrugada, sus ganas de ir a clases se habían disipado y ahora estaba tratando de retrasar el momento de levantarse lo más posible. No obstante, eso era imposible con Hermione como prefecta.
—Debes levantarte, Ana —le había dicho mientras cepillaba su cabello, que parecía como una nube alrededor de su cabeza. Durante el verano había logrado vencer al encogimiento de cabello y ahora su melena era todavía más grande—. Lo digo como tu amiga y como prefecta.
Afortunadamente, Ana no se levantó hasta que las tres chicas habían bajado a desayunar, y nadie tuvo que observar sus grandes ojeras que eran señal de su rendición. Se cambió con rapidez y probó usar un poco de maquillaje robado de Lavender, cuando se dio cuenta que en definitiva no era para su tono de piel y se sacó rápidamente con agua y las toallitas húmedas de su amiga. Al parecer, era destino que todos pudiesen ver su rostro de cansancio.
Cuando bajó hacia la sala común, observó lo silenciosa y vacía que se encontraba ya que todos habían sido inteligentes y habían bajado a desayunar. Por su parte, Ana sabía que no llegaría a tiempo para probar un bocado.
Esta vez, Ana se encontraba preparada para la nueva mecánica de las escaleras y cada vez que debía bajar una, se mantenía quieta en su lugar dejándolas trabajar como era debido. Mientras bajaba, una parte de ella estaba aliviada y contenta de que no debía bajar los cientos de escalones que poseía Hogwarts; pero su parte más racional, se lamentaba al saber lo que al parecer eso significaba.
Al llegar al vestíbulo, en frente del Gran Comedor, Ana se encontró con sus tres amigos esperándola con angustia.
—Ana, ¿te sientes bien? ¿por qué no tomas una aspirina? Ni siquiera has llegado para desayunar —dijo Hermione con el ceño fruncido.
—Nunca te lo pierdes... —añadió Ron y le tendió un bollo con manteca, que Ana tomó agradecida.
—Tuve una mala noche... y no, Hermione, eso no funcionará —resopló ella, antes de recibir su horario por parte de Harry.
Historia de la Magia, clase doble de Pociones y a la tarde sesión doble de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—No sabía que los lunes eran sinónimas del infierno —susurró Ana.
—¡Dije lo mismo! —exclamó Ron con incredulidad—. El año recién comienza y ya nos quieren muertos...
Todos los alumnos de Hogwarts estaban de acuerdo en que Historia de la Magia era la asignatura más aburrida que jamás había existido en el mundo de los magos. El profesor Binns nunca alteraba el esquema de las lecciones y las recitaba sin hacer pausas mientras los alumnos tomaban apuntes o contemplaban el vacío con aire amodorrado. Tal como Hermione, Ana había resistido el efecto soporífero de la voz de Binns ya que los temas con los que trataba eran interesantes; no obstante, cada día le resultaba más difícil prestarle atención.
La clase trató acerca de las guerras de los gigantes, y por más que Ana trataba de concentrarse en las pérdidas que ambos lados habían sufrido, su mente no podía dejar de vagar hacia Hagrid. Tantos años de guerra entre los gigantes y los magos, y aún nadie llegaba a un acuerdo digno para la primera parte. No se imaginaba cuánto debió de haber sufrido la familia de Hagrid y él mismo a causa de esto.
Cuando la clase terminó, los cuatro se dirigieron al patio para disfrutar del descanso mientras Hermione reprochaba a Ron y Harry acerca de lo poco que prestaban atención. Caía una débil llovizna, y el contorno de los alumnos, que estaban de pie formando corros en el patio, se veía difuminado. Los cuatro eligieron un rincón apartado, bajo un balcón desde el que caían gruesas gotas; se levantaron el cuello de las túnicas para protegerse del frío aire de septiembre.
Mientras sus amigos discutían acerca de la tortura por la que los haría pasar Snape en la primera clase, Ana miró a su alrededor sintiendo que alguien la estaba observando. Y así era, Blaise estaba abajo del techo del largo pasillo que componía el patio y la miraba expectante.
—Ya vuelvo...
Ninguno prestó demasiada atención a Ana ya que su discusión comenzaba a volverse más intensa, por lo que pudo dirigirse hacia Blaise sin problema alguno. El chico vestía con su uniforme de Slytherin planchado y perfectamente arreglado; además de una bufanda con los mismos colores de su casa, y Ana no pasó de alto cuando acomodó los tapones de oídos que le había regalado para su cumpleaños.
—Hola, Blaise.
—Abaroa —asintió él en saludo—. ¿Cómo han sido el resto de tus vacaciones?
—Eh, no puedo quejarme. ¿Las tuyas?
—Igualmente.
Ambos se quedaron en silencio que sorprendió a Ana; no porque no hablaban, sino porque el silencio era... incómodo. Para nada como ese familiar silencio entre ellos al que ambos habían estado acostumbrados esos dos años.
Era raro. Como si no supiesen cómo hacer funcionar esa extraña y nueva amistad.
—Escuché que has conocido a Daphne Greengrass —recordó Blaise y Ana asintió.
—Sí, ¿son amigos?
—No exactamente, pero es tolerable a diferencia de los demás del curso.
Ana asintió lentamente sin nada más que agregar. Si así serían sus futuras conversaciones con el chico, tan ridículamente incómodas, preferiría que la tierra la tragara. Cuando el chico volvió a hablar, la pregunta que le hizo la volvió un tomate de la vergüenza.
—¿Has leído el libro que encontraste en mi biblioteca?
No. No lo había leído. Ni siquiera lo había abierto. Seguía en su baúl.
—Todavía no, lo siento. No tuve tiempo —admitió Ana encogiéndose en su lugar para hacerse más pequeña. Lo que no era una tarea demasiado difícil.
Fue el turno de Blaise en asentir lentamente sin más que decir. Afortunadamente para ambos, la campana no tardó en sonar y los dos parecieron aliviarse de que aquella conversación llegara a su fin. No obstante, Ana no pudo evitar preguntar:
—¿Quieres ir a la mazmorra con nosotros?
«¿Por qué has preguntado eso? ¿Quieres morir de la vergüenza, tonta?»
Con vacilación, Blaise miró a lo lejos por el hombro de Ana y sus cejas se contrajeron por lo que observaron.
—Será mejor que pase la propuesta, pero gracias.
Sin entender, Ana miró hacia atrás y entendió el rechazo del chico. Hermione y Ron habían comenzado con su matutina discusión.
—Ah, sí, será mejor que no. Bueno, nos vemos en clase, Blaise.
Sin nada más que decir, ambos se separaron y Ana se dirigió a su grupo. Hermione y Ron no dejaron de pelearse hasta que llegaron a la mazmorra de Snape, lo que hizo pensar a Ana que había sido un alivio que Blaise hubiese rechazado su invitación.
Los cuatro se unieron a la fila que se había formado en frente de la puerta del aula de Snape; y luego de unos segundos entre susurros, la puerta finalmente se abrió con un chirrido amenazador. Los cuatro amigos entraron y se encaminaron hacia sus asientos de atrás, Ana y Harry ignorando los murmullos irritados de Hermione y Ron.
—Silencio —ordenó Snape con voz cortante al cerrar la puerta tras él.
En realidad no había ninguna necesidad de que impusiera orden, pues en cuanto los alumnos oyeron que la puerta se cerraba, se quedaron quietos y callados. Por lo general, la sola presencia de Snape bastaba para imponer silencio en el aula.
—Antes de empezar la clase de hoy —dijo el profesor desde su mesa, abarcando con la vista a todos los estudiantes y mirándolos fijamente—, creo conveniente recordarles que el próximo mes de junio realizarán un importante examen en el que demostrarán cuánto han aprendido sobre la composición y el uso de las pociones mágicas. Pese a que algunos alumnos de esta clase son indudablemente imbéciles, espero que consigan un «Aceptable» en el TIMO si no quieren... contrariarme. —Esa vez su mirada se detuvo en Neville, que tragó saliva—. Después de este curso, muchos de ustedes dejarán de estudiar conmigo, por supuesto — prosiguió Snape—. Yo sólo preparo a los mejores alumnos para el ÉXTASIS de Pociones, lo cual significa que tendré que despedirme de algunos de los presentes.
Ana estuvo tentada en hacer un comentario cuando Snape la miró a ella y Harry, pero se mordió la lengua. No tenía ánimos.
—Pero antes de que llegue el feliz momento de la despedida tenemos todo un año por delante —anunció Snape melodiosamente—. Por ese motivo, tanto si piensan presentarse al ÉXTASIS como si no, les recomiendo que concentren sus esfuerzos en mantener el alto nivel que espero de mis alumnos de TIMO.
»Hoy vamos a preparar una poción que suele salir en el examen de Título Indispensable de Magia Ordinaria: el Filtro de Paz, una poción para calmar la ansiedad y aliviar el nerviosismo. Pero les advierto: si no miden bien los ingredientes, pueden provocar un profundo y a veces irreversible sueño a la persona que la beba, de modo que tendrán que prestar mucha atención a lo que están haciendo. —Hermione, que estaba sentada a la derecha de Ana, se enderezó un poco; la expresión de su rostro denotaba una concentración absoluta—. Los ingredientes y el método —continuó Snape, y agitó su varita— están en la pizarra. —En ese momento aparecieron escritos—. Encontrarán todo lo que necesitan —volvió a agitar la varita— en el armario del material. —A continuación, la puerta del mueble se abrió sola—. Tienen una hora y media. Ya pueden empezar.
La poción era más difícil que cepillar los dientes de un cocodrilo. Había que echar los ingredientes en el caldero en el orden y las cantidades precisas; había que remover la mezcla exactamente el número correcto de veces, primero en el sentido de las agujas del reloj y luego en el contrario; y había que bajar el fuego, sobre el que la pócima hervía lentamente, hasta que alcanzara los grados adecuados durante un número determinado de minutos antes de añadir el último ingrediente.
En cada paso, Ana le agradeció a su madre por anotar todo el libro de Pociones; en donde Faith había dejado consejos y advertencias acerca de la poción, como por ejemplo que al añadir las gotas de eléboro, se esperara exactamente tres segundos entre gota y gota.
—Ahora un débil vapor plateado debería empezar a salir de su poción —advirtió Snape cuando faltaban diez minutos para que concluyera el plazo.
Y así era con la poción en el caldero de Ana. Con sudor y migraña, consiguió aquel vapor plateado que su madre había asegurado con sus pociones. Ahora solamente necesitaba la solución para sus sudorosas axilas.
Cuando Snape llegó a su caldero para meter su nariz en el vapor plateado y criticar su pobre calidad, Ana no pudo evitar sonreír con astucia cuando no encontró nada que decir.
«Gracias, mamá, por dejarme ganarle a este sinvergüenza»
Snape siguió buscando calderos para criticar, y finalmente llegó al de Harry con una sonrisa burlona. Al parecer, su amigo no había tenido la misma suerte que ella.
—¿Qué se supone que es esto, Potter?
—El Filtro de Paz —contestó el chico, muy tenso.
—Dime, Potter —repuso Snape con calma—, ¿sabes leer?
Ana puso los ojos en blanco mientras apagaba las llamas donde el caldero posaba, finalizando con su poción y escuchando el desenlace de la discusión entre Snape y Harry.
—... No —dijo Harry elevando la voz—. Me he olvidado del eléboro.
—Ya lo sé, Potter, y eso significa que este brebaje no sirve para nada. ¡Evanesco! —La pócima de Harry desapareció—. Los que hayan conseguido leer las instrucciones, llenen una botella con una muestra de sus pociones, etiquétenla claramente con sus nombres y déjenla en mi mesa para que yo la examine —indicó luego Snape—. Deberes: treinta centímetros de pergamino sobre las propiedades del ópalo y sus usos en la fabricación de pociones, para entregar el jueves.
Antes de siquiera alguien se pudiese mover, un ruido seco y pesado se escuchó golpear contra el suelo y todos observaron con estupefacción la poción reluciente de Ana expandirse sobre el suelo de la mazmorra. Lentamente, los ojos subieron y se fijaron en Ana, cuyo brazo estaba extendido delatando que aquella caída no había sido para nada accidental.
—Detención después de clases, Abaroa —gruñó Snape y apuntó su varita al suelo pegajoso y mojado—. Limpiarás cada caldero sucio de esta aula.
«Qué sorpresa»
Ana dejó salir una suave afirmación hacia su castigo antes de comenzar a guardar sus pertenencias mientras sentía la mirada de los demás. Todos en aquella aula sabían cuánto se detestaban Ana y Snape, y no era para nada raro que el profesor la castigara el primer día de clases. Era rutina de todos los años.
—No tenías que hacer eso —masculló Harry mientras abrían la puerta del Gran Comedor.
—Harry, si tengo una oportunidad de hacerle el día peor a ese hombre, no importa cuán pequeña sea, la voy a tomar.
—Esa es una forma horrible de pensar, Ana —Hermione frunció el ceño.
—Bueno, él tiene un carácter horrible. Debe haber un balance.
El almuerzo se pasó con rapidez; pero Ana lo disfrutó sirviéndose en su plato diferentes tipos de comida, desde patatas fritas con salsa hasta pastel de carne. Cuando el tiempo de seguir con las clases llegó, se despidió de sus amigos —Hermione debía ir a Aritmancia mientras que Harry y Ron a Adivinación— antes de ir a paso apurado a la biblioteca con la conversación que había tenido con Hyeon Jeong la noche anterior.
Aún no podía quitar aquel pensamiento de la cabeza, aquella palabra de su cabeza; y mientras caminaba y sentía el cansancio y el dolor despertar en sus piernas, aquella palabra se volvía más real.
Discapacidad.
Nunca se había puesto a pensar realmente en la palabra, siempre había sido algo demasiado lejano a su realidad pero que ahora estaba a la vuelta de la esquina. Discapacidad era ceguera, sordera, total paralización de las piernas, una espina dorsal quebrada... no lo que ella tenía. No un dolor constante en su cuerpo.
¿Pero qué sabía ella? Nada.
No sabía nada, por lo que debía aprender, ¿y qué mejor lugar para hacerlo que la mismísima biblioteca de Hogwarts?
Luego de unos minutos caminando de pasillo a pasillo, y de asombrándose cada vez que una escalera la ayudaba, finalmente llegó a esas puertas de roble que resguardaban el lugar que tantas veces le había traído problemas. Y ahora que lo pensaba mejor, no estaba muy segura de que la bibliotecaria le abriría las puertas con los brazos abiertos después de todos los líos.
Decidió responder aquella duda luego de abrir las puertas y ser tragada por las estanterías de libros. Cuando la puerta se cerró detrás suyo una vez ella dentro, Ana hizo una mirada periférica del lugar para observar qué era lo que tenía delante. Estudiantes ya leyendo o haciendo tarea en las mesas, y Madame Pince con su mirada de recelo tan familiar en su rostro arrugado. Ana no pasó de largo la mirada de escrutinio y molestia que le dio cuando finalmente la captó con sus ojos de halcón.
Lamentablemente para la bibliotecaria, Ana no solo caminaría por los suelos de su preciada habitación, sino que caminaría directamente hacia su escritorio con una sonrisa nerviosa para preguntarle acerca de los libros que buscaba.
—Buenas tardes, Madame Pince... —susurró Ana, mordiendo su labio inferior al observar la mueca en la mujer.
—Haga esto rápido y sin molestar, Abaroa.
—Claro, Madame Pince —insistió Ana—. Sólo quería saber dónde se encuentran los libros acerca discapacidades.
Decir que la bibliotecaria parecía estar estupefacta ante la pregunta era decir poco, no obstante, y sin dar rodeos, acomodó sus anteojos (nuevos y brillantes) en su nariz encorvada y elegante.
—La sección se encuentra al final del pasillo en la segunda estantería, hay toda una selección de libros que puede interesarle.
Con un asentimiento rápido para no quitarle más tiempo a la mujer, Ana se escabulló ágil pero cautelosamente por la biblioteca en búsqueda de aquella interesante estantería. Y cuando llegó a ella, un suspiro de incredulidad la traicionó antes de que pudiera pensarlo.
Era irónico —y un poco de mal gusto— que la mayoría de los libros acerca discapacidades se encontraran en lo más alto de los estantes. A Madame Pince no le agradaba que se usara magia dentro de la biblioteca, así que cómo podría alguien en silla de ruedas, dolor crónico u otra discapacidad, llegar hasta allí arriba.
Derrotada, Ana comenzó a juntar algunos libros interesantes de la parte de abajo. Encontró uno llamado Discapacidades Fantasma, de Wilbur Adams, y otro por el nombre de Realidad Dolorosa, de Maya Mishra. Había cientos más, pero muchos de ellos parecían centrarse en discapacidades más individuales y no en el esquema general como Ana quería informarse.
Estaba haciendo puntas de pie para alcanzar un libro interesante que estaba casi al alcance de la punta de sus dedos, cuando sintió una presencia detrás suyo que la hizo encogerse en su lugar. Giró su rostro para ver quién era y sus ojos se abrieron por la sorpresa.
—¡Cedric, hola!
Había alzado su voz por lo que rápidamente tapó su boca con su mano, y así ningún otro sonido podía salir. Cedric le sonrió cansadamente.
—Hola, Ana.
Tal como Maya Mishra había dicho, la realidad era dolorosa, y Cedric parecía estar caminando profundamente por ella. No parecía ser el mismo chico de sonrisa radiante y mirada cálida con el que Ana lo había conocido; sus ojos se encontraban apagados, cansados, y no había rastro de una sonrisa en su rostro, más que las líneas bajo sus ojos testigos de su pasada felicidad. Su piel bronceada parecía no haber visto la luz del día en meses y ahora se encontraba pálida y demarcada.
Ana había estado en lo incorrecto, ella no tenía ni idea de cómo se sentía morir. Pero Cedric sí, y su estado lo demostraba.
—Ha sido un tiempo largo desde que hablamos... ¿Cómo...? ¿Cómo estás?
No había pregunta más inútil que aquella, Ana sabía como el chico se sentía, lo podía percibir desde diez metros; sin embargo, había veces que ella misma necesitaba que alguien hiciera la pregunta para poder desenredar todos sus pensamientos. Y Cedric parecía necesitarlo.
—No voy a mentirte, me siento como una mierda.
Ana suspiró con simpatía y asintió.
—No sé yo como se siente aquello...
Cedric rió sin humor y pasó una mano sobre su cabello. Ana no sabía si era por cómo la luz de las ventanas golpeaban contra él, pero pensó ver cabellos blancos en el chico.
—Ha sido un verano duro —admitió él, cruzando sus brazos—. Mi familia ha estado todo el tiempo encima mío, tratando de distraerme ¿sabes? Papá no se despegó de mi lado... Menos luego de que rompiera con Cho.
«Lo que había dicho Lavender era verdad, Cedric sí había roto con Cho»
—Oí sobre eso. Lo siento mucho.
—No lo estés, por favor. Se merece mejor, más del mamarracho al que me he vuelto.
Aunque Cedric de hecho sí se veía como un mamarracho en esos momentos, era triste que pensara que no merecía tener a alguien a su lado. Más alguien que parecía quererlo y también querer cuidar de él.
En silencio, Ana comenzó a mirar de reojo hacia el alrededor en busca de los amigos de Cedric. Raramente se encontraba solo, y estaba segura que no se alejarían demasiado de él luego de todo por lo que había pasado el curso anterior.
—No me creen —dijo Cedric amargamente de la nada. Ana frunció el ceño confundida.
—¿Perdón?
—Acerca de... Quién me mató. No me creen que Voldemort lo haya hecho; dicen que estoy paranoico, en shock.
Por un momento, Ana sintió sorpresa ante el hecho de que Cedric había pronunciado el nombre más infame de la comunidad mágica, pero rápidamente aquella sorpresa se convirtió en irritación con lo que el chico le contó.
—Pues esos son amigos terribles.
—Ex amigos. Ahora puedo decir con seguridad que estoy sin amigos.
Ni Cedric pudo pasar de alto cuando el ceño de Ana se frunció casi tapando sus ojos.
—Bueno, eso es tonto. Tienes amigos, nos tienes a Harry y a mí —señaló con obviedad—. Además, algo que aprendí estos últimos años es que hacer nuevos amigos es genial; así que si quieres, puedes juntarte con nosotros. Puede que seamos dos años menor que tú, pero no somos tan inmaduros.
Ana resaltó el "tan" con cierta gracia. Sin embargo, Cedric no pudo evitar avergonzarse.
—No quisiera estorbar.
—Afortunadamente para ti, otra cosa que he aprendido es que cuando piensas que estorbas, la mayoría de las veces eso sólo sucede en tu cabeza. Créeme, he tenido mis momentos incómodos.
Ambos rieron suavemente, y se hubiesen quedado en silencio por unos minutos si no hubiese sido porque Cedric señaló la estantería detrás de Ana con curiosidad.
—Lo siento, me desvié de tema, quería ver si necesitabas ayuda con los libros —explicó él, alzando su mirada hacia los estantes de arriba donde Ana antes había querido llegar.
—Ah, sí, por favor, ya no puedo estirar más mi brazo...
Cedric asintió en comprensión. Ana se movió a un lado cuando el chico se acercó a los libros, y luego de señalar cuáles eran los que ella quería agarrar, Cedric se los tendió sin esfuerzo alguno.
Con una mirada de reojo, mientras Ana acomodaba los libros en sus brazos, Cedric se fijó en el gran reloj de madera que colgaba de una de las paredes y pasó una vez más una mano sobre su cabello.
—Debo irme, tengo una clase en diez minutos y el aula está al otro lado del castillo... deja que te ayudo a llevarlos a una mesa...
Luego de que Ana encontrara una mesa un tanto apartada y vacía, Cedric apoyó los libros que llevaba sobre ella y saludó a Ana con un leve gesto antes de ser detenido nuevamente por sus palabras.
—Y Cedric, antes de que me olvide... Si es que te sientes solo en tu sala común... Busca a Hannah Abbott, ¿sí? Te caerá bien.
Cedric miró por encima de su hombro hacia ella y se fue de la biblioteca luego de darle la primera sonrisa sincera que había salido de sus labios desde el incidente.
La hora se fue con rapidez. Ana sólo llegó a leer un cuatro de un libro en donde se hablaba acerca de las discapacidades invisibles o fantasmas, como por ejemplo: esclerosis múltiple, el espectro autista, el TDAH y más. Estas discapacidades creaban dificultades en la vida normal de las personas, pero a diferencia de las discapacidades visibles, eran prácticamente muy difíciles de ver.
Cuando la campana tocó, anunciando el comienzo de otra hora de clases, Ana se llevó consigo misma todos los libros que había encontrado ante la mirada recelosa de Madame Pince y sus labios fruncidos.
En el camino hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, Ana se movió a paso lento al tener que aguantar el gran peso sobre su espalda y el dolor que aún la tenía rehén. Podía decir que en esos dos meses se había acostumbrado un poco más al dolor, pero eso no significaba que aún sabía cómo manejar su condición. Se preguntaba si encontraría la respuesta en uno de los libros en su mochila.
Cuando llegó a aula, notó que sus amigos ya habían llegado y estaban sentados en su respectivos asientos, habiéndole dejado un lugar entre los asientos de Hermione y Ron. Ana los saludó y se sentó con un suspiro de alivio en su lugar.
La profesora Umbridge ya estaba sentada en su sitio. Llevaba la suave y esponjosa chaqueta de punto de color rosa que había lucido la noche anterior, y el lazo de terciopelo negro en la cabeza.
—¡Buenas tardes a todos! —saludó a los alumnos cuando por fin éstos se sentaron. Unos cuantos respondieron con un tímido «Buenas tardes»—. ¡Ay, ay, ay! —exclamó—. ¿Así saludan a su profesora? Me gustaría oírlos decir: «Buenas tardes, profesora Umbridge.» Volvamos a empezar, por favor. ¡Buenas tardes a todos!
—Buenas tardes, profesora Umbridge —gritó la clase.
—Eso está mucho mejor —los felicitó con dulzura—. ¿A que no ha sido tan difícil? Guarden las varitas y saquen las plumas, por favor.
Sin chistar, Ana guardó su varita, haciendo una mueca sólo cuando sintió un dolor punzante en su cuello al darse la vuelta. Sacó su lapicera y pergaminos y volvió a girar contra el pizarrón, en el momento en que la profesora Umbridge abría su bolso y sacaba su corta varita de él. Dio unos golpecitos en la pizarra con ella; de inmediato, aparecieron las siguientes palabras:
Defensa Contra las Artes Oscuras: regreso a los principios básicos
—Muy bien, hasta ahora su estudio de esta asignatura ha sido muy irregular y fragmentado, ¿verdad? —afirmó la profesora Umbridge volviéndose hacia la clase con las manos entrelazadas frente al cuerpo—. Por desgracia, el constante cambio de profesores, muchos de los cuales no seguían, al parecer, ningún programa de estudio aprobado por el Ministerio, ha hecho que estén muy por debajo del nivel que nos gustaría que alcancen en el año del TIMO. Sin embargo, les complacerá saber que ahora vamos a rectificar esos errores. Este año seguiremos un curso sobre magia defensiva cuidadosamente estructurado, basado en la teoría y aprobado por el Ministerio. Copien esto, por favor.
Volvió a golpear la pizarra y el primer mensaje desapareció y fue sustituido por los «Objetivos del curso».
1. Comprender los principios en que se basa la magia defensiva.
2. Aprender a reconocer las situaciones en las que se puede emplear legalmente la magia defensiva.
3. Analizar en qué contextos es oportuno el uso de la magia defensiva.
Durante un par de minutos en el aula sólo se oyó el rasgueo de las plumas sobre el pergamino. Cuando los alumnos copiaron los tres objetivos del curso de la profesora Umbridge, ésta preguntó:
—¿Tienen todos un ejemplar de Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard? —Un sordo murmullo de asentimiento recorrió la clase—. Creo que tendremos que volver a intentarlo —dijo la profesora Umbridge—. Cuando les haga una pregunta, me gustaría que contestaran «Sí, profesora Umbridge», o «No, profesora Umbridge». Veamos: ¿tienen todos un ejemplar de Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard?
—Sí, profesora Umbridge —contestaron los alumnos al unísono.
—Estupendo. Quiero que abran el libro por la página cinco y lean el capítulo uno, que se titula «Conceptos elementales para principiantes». En silencio, por favor.
Ana no duró mucho leyendo los párrafos eternos de la sexta página, y enseguida su aburrimiento y falta de concentración la hicieron desviarse del tema, llenando el margen de su pergamino con pequeños garabatos y los nombres de sus artistas favoritos. No sabía porqué pero escribir Oasis en diferentes tipos de letra era más entretenido que saber acerca de la magia escrita en ese libro aburrido.
Luego de unos minutos, su mano se acalambró por lo que levantó la vista para observar a sus compañeros, y se llevó la —no tan— sorpresa de que todos tenían la mirada fija en Hermione, que tenía la mano levantada desde hacía quién sabe cuando. Siguiendo a los demás, con un brazo apoyado en su escritorio y su mejilla en su mano, Ana observó a Hermione.
Cuando más de la mitad de la clase miraba a Hermione en vez de leer el libro, la profesora Umbridge decidió que ya no podía continuar ignorando aquella situación.
—¿Quería hacer alguna pregunta sobre el capítulo, querida? —le dijo a Hermione como si acabara de reparar en ella.
—No, no es sobre el capítulo.
—Ahora estamos leyendo —repuso la profesora Umbridge mostrando sus pequeños y puntiagudos dientes—. Si tiene usted alguna duda podemos solucionarla al final de la clase.
—Tengo una duda sobre los objetivos del curso —aclaró Hermione.
La profesora arqueó las cejas.
—¿Cómo se llama, por favor?
—Hermione Granger.
—Mire, señorita Granger, creo que los objetivos del curso están muy claros si los lee atentamente —dijo la profesora Umbridge con decisión y un deje de dulzura.
—Pues yo creo que no —soltó Hermione sin miramientos—. Ahí no dice nada sobre la práctica de los hechizos defensivos.
«Dile, Hermione» pensó Ana con orgullo hasta que se dio cuenta de lo que su amiga había dicho y observó el pizarrón con desconcierto.
—¿La práctica de los hechizos defensivos? —repitió la profesora Umbridge con una risita—. Verá, señorita Granger, no me imagino que en mi aula pueda surgir ninguna situación que requiera la práctica de un hechizo defensivo por parte de los alumnos. Supongo que no espera usted ser atacada durante la clase, ¿verdad?
—¡¿Entonces no vamos a usar la magia?! —exclamó Ron en voz alta.
—Por favor, levante la mano si quiere hacer algún comentario durante mi clase, señor...
—Weasley —dijo Ron, y levantó una mano.
La profesora Umbridge decidió ignorarlo y se giró hacia Hermione nuevamente que tenía la mano levantada. Harry y Ana ahora le seguían con sus propios brazos alzados.
—¿Sí, señorita Granger? ¿Quiere preguntar algo más?
—Sí —contestó ella—. Es evidente que el único propósito de la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras es practicar los hechizos defensivos, ¿no es así?
—¿Acaso es usted una experta docente preparada en el Ministerio, señorita Granger? —le preguntó la profesora Umbridge con aquella voz falsamente dulce.
—No, pero...
—Pues entonces me temo que no está cualificada para decidir cuál es el «único propósito» de la asignatura que imparto. Magos mucho mayores y más inteligentes que usted han diseñado nuestro nuevo programa de estudio. Aprenderán los hechizos defensivos de forma segura y libre de riesgos...
—¿De qué va a servirnos eso? —inquirió Harry en voz alta—. Si nos atacan, no va a ser de forma...
—¡La mano, señor Potter! —canturreó la profesora Umbridge.
Harry levantó un puño. Una vez más, la profesora Umbridge le dio rápidamente la espalda, pero otros tenían la mano levantada.
—¿Su nombre, por favor? —le preguntó la bruja a Dean.
—Dean Thomas.
—¿Y bien, señor Thomas?
—Bueno, creo que Harry tiene razón. Si nos atacan, no vamos a estar libres de riesgos.
—Repito —dijo la profesora Umbridge, que miraba a Dean sonriendo de una forma muy irritante—: ¿espera usted ser atacado durante mis clases?
—No, pero...
La profesora Umbridge no le dejó acabar:
—No es mi intención criticar el modo en que se han hecho hasta ahora las cosas en este colegio —explicó con una sonrisa poco convincente, estirando aún más su ancha boca—, pero en esta clase han estado ustedes dirigidos por algunos magos muy irresponsables, sumamente irresponsables; por no mencionar —soltó una desagradable risita— a algunos híbridos peligrosos en extremo...
El aula se quedó en completo silencio, en segundos algunas manos se debilitaron y ojos se abrieron en sorpresa; y todo eso era porque cada uno de ellos se encontraba en Ana. Cuando escuchó el último comentario, Ana sintió un tic sobre su ojo izquierdo y aquella irritación que se había instalado en su pecho se transformó en rabia. Le ardía la piel.
Con la mano levantada hacia el cielo y levantándose de su asiento para llamar aún más la atención de Umbridge, Ana apretó su mandíbula para no comenzar a soltar injurias. Umbridge la miró con una ceja alzada.
—¿Tiene una pregunta, señorita...?
—Anastasia —sonrió con falso contento—. Anastasia Lupin, profesora.
Un rayo de reconocimiento pasó por las facciones de Umbridge y por un segundo la sonrisa desapareció de sus labios puntiagudos, por un segundo hubo asco en su rostro. Y Ana no podía esperar a convertir esa sonrisa falsa en odio hacia su persona.
—Perdone que interrumpa —dijo Ana levantando la voz para que no pudiera interrumpirla y añadió el mismo tono de condensación que la mujer antes había usado—, pero no pude evitar escuchar el tono que utilizó al referirse al profesor Lupin, y me ha causado curiosidad siendo que ha sido el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que ha tenido el colegio y además, pues, es mi padre. Por favor, no sea tímida. Dígalo de nuevo.
Nuevamente la sonrisa irritante, característica de la mujer se mostró en sus labios.
—Señorita Abaroa, espero que no se tome nada tan personalmente, espero que siendo mi estudiante no se deje llevar por sus emociones...
—Lupin. —la corrigió Ana en un santiamén—. La única emoción que siento es curiosidad, profesora —respondió Ana sin bajar su mano alzada y nuevamente alzando la voz—. Quien me temo que se ha dejado llevar por sus emociones es usted, al menos una de las pocas que siente.
La mujer se volvió tan roja que Ana no pudo evitar sonreír más irritadamente, mostrando sus dientes.
—Señorita Lupin —volvió a decir Umbridge sin esconder la amenaza en su voz—, cuide con qué tono usa al hablar conmigo. Soy su profesora y me tratará con respeto.
—Y yo soy estudiante y me tratará con el respeto que desea recibir de mí —respondió Ana de forma mordaz—. Espero que sus opiniones personales no se metan en el camino de nuestra enseñanza. Eso sería terriblemente emocional de su parte, profesora.
Los estudiantes alrededor parecían estar hundiéndose cada vez más en sus lugares a medida que la agria conversación tomaba lugar. No sabían si espantarse o asombrarse.
—Esas cosas...
—Esas "cosas" son personas, profesora. —Ana ya no podía esconder su furia, lo que fue su perdición—. Le disgustan los híbridos tanto y aún así usted se parece al perfecto intercambio entre un sapo y un asno.
No pudo evitarlo. No pudo morder su lengua lo suficiente para callarse la boca y tragar sus palabras. No pudo evitar hundirse en el pozo cavado por ella misma, y mientras observaba las miles emociones que pasaban por el rostro cruel de su nueva profesora, sintió en la punta de sus dedos su propia y nueva realidad dolorosa.
• • •
No había habido forma alguna de que ella se salvase del resultado que surgió de sus acciones, y mientras caminaba hacia la oficina de la profesora McGonagall con la nota que Umbridge había escrito para que se la diese quemando su mano, se reprochaba a sí misma dentro de su cabeza.
Se había pasado. Lo había hecho incontables veces con Snape y aún así sentía que se había pasado.
¿Pero qué importaba? ¿Qué importaba si esa nota contenía su detención mensual? ¿Qué importaba si Dolores Umbridge la odiaba para siempre? Al menos, en aquella clase, parada frente a ella, Ana la había puesto en su lugar en cuestión de segundos. La había humillado.
¿Entonces por qué sentía miedo?
Un suspiro la traicionó y levantó su mirada cuando llegó a la puerta del despacho de su jefa de casa. Toda esa larga caminata por el pasillo la había cansado por completo, pero aún así levantó su puño y golpeó sus nudillos contra la puerta, haciéndolos doler.
En cuestión de cinco segundos la puerta se abrió y Ana observó con cierta ansiedad a la profesora McGonagall que la miraba detrás de sus lentes cuadrados.
—¿Qué sucede, Abaroa? Deberías de estar en clase, ¿qué haces aquí?
Sin decir nada y con una mueca amarga, Ana le tendió el pergamino rosado que dictaba su sentencia de muerte. La profesora McGonagall levantó una ceja y tomó el pergamino entre sus dedos, lo abrió con un golpe de su varita y comenzó a leer cada línea, y a medida que su mirada bajaba, sus ojos se abrían más.
—Pasa, Abaroa. —Ana se mordió el labio pero entró a su despacho, antes de que la puerta se cerrara de repente detrás suyo—. ¿Es verdad? —preguntó la profesora McGonagall volviéndose a ella.
Avergonzada y aún un poco irritada, los ojos de Ana observaban todo menos los ojos analizantes de su profesora.
—¿Es verdad que has insultado a la profesora Umbridge?
—Sí.
—¿La has llamado insensible?
—Sí.
—¿Le has dicho que es el perfecto intercambio entre un sapo y un asno?
—Sí.
Ana sintió que afirmar sus acciones a la profesora McGonagall era un castigo suficiente.
El rostro asombrado de la profesora McGonagall se frunció, pero luego de una pausa dijo:
—Toma una galleta y siéntate, Abaroa.
Ana jamás había estado tan confundida en su vida, levantó su mirada y observó que la mujer apuntaba a una lata con tritones de jengibre. Sin saber qué hacer, Ana tomó una galleta entre sus dedos y se sentó en la silla enfrente del escritorio de la profesora McGonagall.
—Debes controlarte, Abaroa. Emociones en la clase de Dolores Umbridge cobrarán un precio terrible si es que se pasan de la línea. Y no me refiero a un castigo o menos puntos para Gryffindor. Ya sabes de dónde viene y cuáles órdenes sigue.
Un sabor amargo se posó en la boca de Ana y asintió abatida. Aún recordaba que Harry les había dicho que Umbridge era del ministerio.
—Aquí dice que te ha impuesto un castigo todas las tardes de este mes, y que empezarás mañana —prosiguió la profesora McGonagall, y miró de nuevo la nota de la profesora Umbridge.
Ana cerró sus ojos y volvió a asentir con una mueca en sus labios. Se lo había venido venir. Ante eso, McGonagall asintió satisfecha y le tendió nuevamente la lata para que pudiese agarrar otra galleta.
—Tu padre puede defenderse él mismo, tú concéntrate en cuidarte las espaldas, Lupin —McGonagall alzó una ceja, seguramente Umbridge había escrito así el apellido de Ana; sin embargo parecía que era más bien una advertencia que respeto a su padre—. Cuídate de Dolores Umbridge.
Luego de agarrar otra galleta, Ana se levantó de su lugar, siguió a la profesora McGonagall hacia la puerta, y luego de que le abriese un suspiro la traicionó.
Ese sería un año muy difícil.
• • •
¡Buen domingo!
literalmente son las 00:00 de la mañana mientras escribo esto
espero que hayan tenido una semana genial, yo al principio anduve con un dolor tremendo en el brazo por la tercera dosis de la vacuna o(-<
pero bueno ahora estoy como nueva <3
on another note... me divertí demasiado escribiendo la parte de ana y umbridge asjsaj ya sabíamos que esto iba a pasar... hay fila para darle piñas a esa mujer insufrible <333
no puedo esperar a que lean todo lo que tengo preparado para este acto omggg se viene lo que todes querían !!!! ahhhh emoción ♥
les quiero un montón, muchas gracias por el constante apoyo, besoooossss
•chauuu•
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