𝐟𝐢𝐟𝐭𝐞𝐞𝐧
"Tensión creciente"
Días después de que hiciera aquel trato con Zabini, Ana se dio cuenta de que había hecho un grave error.
Sus personalidades chocaban de la peor manera y era imposible siquiera avanzar con una runa. El chico siempre tenía un comentario sarcástico que decir entonces Ana terminaba arrematando con otro. Y cuando estaban a punto de ahorcarse entre ellos, Madame Pince los regañaba y obligaba a callar. Pero aquel día, ni siquiera el primer llamado de atención de la bibliotecaria los hizo callar.
—Te dije que buscaras a Selwyn Walmsley, no Sylvain Warrick —masculló Zabini.
Los labios de Ana hicieron una línea fina. Esa era la quinta vez en toda la hora que la criticaba. Sí. Tal vez había oído mal pero ella no se la haría fácil si él no colaboraba.
—Tal vez si modularas mejor, yo entendería. Pero siempre dejas que yo adivine el final de tu oración.
Zabini la miró con incredulidad pero Ana no dejó de observar su libro con completamente falso interés.
—¿Eres un dolor de cabeza para todos los que te encuentras?
—Perdón, siempre fui un poco alérgica a idiotas. Siempre me sacan una reacción malhumorada pero eso es tu culpa por tu actitud tan aberrante —lo cortó Ana levantando un poco la voz.
—Tú has sido la que me pidió ayuda así que...
—Por favor, dime cuándo me la darás porque por ahora solo hemos perdido tiempo, Blake.
Zabini cerró los ojos y Ana vio como sus fosas nasales se movían tratando de calmar. Ana no sabía porqué pero era un sentimiento agradable hacerlo enojar. Se lo tenía bien merecido.
—Te comportas como una niña y lo último que necesito es hablarle a una pared que no se toma esto en serio.
Mientras Ana se volvía roja de la cólera, algunos estudiantes se habían comenzado a dar vuelta hacia ellos, curiosos porque ambos nuevamente comenzaban a levantar la voz. Muchos ya habían visto esa escena varias veces a la semana y no entendían la razón de que seguían en la misma mesa. Es decir, se detestaban ¿entonces para qué gastar sus energías con el otro?
—¿Me dices a mi que no me lo tomo en serio? —bramó Ana finalmente hartándose—. Tú eres quien hace que todo sea más complicado.
—¿Yo? Deberías al menos agradecer que te estoy ayudando, Abaroa —escupió Zabini levantándose de su lugar y apoyando sus dos manos en la superficie de madera. Ana se levantó no dejando que la intimidase.
—Hasta Snape me ayudaría más que tú.
—¡Suficiente! —exclamó Madame Pince levantándose de su asiento y acercándose a ellos con furia en su expresión—. Les he dado varias oportunidades pero me han colmado la paciencia. Largo de mi biblioteca.
—Pero...
Ana señaló los libros con preocupación y Madame Pince con un gesto de su varita hizo que los libros fuesen abruptamente a los brazos de ambos.
—Largo.
Con un portazo, Ana y Zabini se encontraban en el pasillo.
—Esto es todo tu culpa —protestó Ana y comenzó a caminar, tratando de que los libros que tenía no se le cayesen.
—Muy maduro de ti culpar a los otros.
Ana iba a darle un comentario no muy bonito cuando un chico de séptimo se chocó contra ella, haciéndole caer todos los libros que cargaba.
—¡Uf!
Ana se iba a disculpar cuando el chico ni le dio el tiempo y se rió de ella mientras caminaba junto a sus amigos. Burlándose de que tuviese que levantar sus pertenencias. Al ver el poco carisma que tenían les iba a decir algo pero para su sorpresa, Zabini se le adelantó.
—¿Por qué no crecen de una vez, par de idiotas? Ya están en séptimo —bramó él y se arrodilló junto a Ana para ayudarla a levantar los libros.
Ana lo observó incrédula y cuando terminaron de recolectar con una risa amarga dijo:
—La primera que no te pido ayuda y me das una mano pero cuando te pido que colabores ni me prestas atención.
Zabini resopló.
—Un gracias no te matará, Abaroa.
La chica se sorprendió y se mordió la lengua.
—Sí, lo siento... gracias.
Zabini resopló y asintió.
—Yo... también lo siento. Por lo que dije allí dentro. Fui un poco inconsiderado.
Ana dejó salir un bufido de incredulidad.
—¿Un poco?
—No te hagas la lista.
Ana puso los ojos en blanco y se dedicó a mirar los libros que sostenía. Y para su sorpresa, uno de los libros había quedado abierto en una sección bastante interesante. La sección se llamaba 'Lenguaje de la luna' y aunque no parecía haber mucha información, lo que sí había le produjo una sensación de curiosidad.
—¿Qué hay de... esto? —inquirió ella levantando su vista al chico que la miraba con una ceja encarada mientras se acercaba a ella. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca para leer la página, sus ojos se abrieron de la sorpresa.
—Claro... se me pasó totalmente de la cabeza.
Ana lo miraba con desconcierto mientras él tomaba el libro con sumo interés.
—¿Qué es el lenguaje de la luna?
Los ojos oscuros de Zabini dejaron de leer las líneas y la miraron con recelo, aún no interesado en cooperar con Ana pero mínimamente interesado en lo que aquello significaba.
—Un lenguaje antiguo, muy antiguo. Casi no hay nada de él y hace siglos que los magos se han rendido en encontrarle un verdadero significado... pero por lo que he leído es acerca del poder de la luna misma —Zabini cerró el libro y se irguió, aún teniendo la atención completa de Ana—. Sabrás que se considera a la luna como una fuente de magia, ¿no?
—Sí —afirmó Ana y pensó en lo que había leído en alguno de sus libros—. Como pasa cada luna llena... los hombre lobo están afectados por el poder de la luna.
—Exacto... nadie puede explicarlo pero su magia es tremendamente poderosa y confusa. Cuando le otorga maleficios a unos pero beneficia a otros... nadie lo entiende —al notar que se había puesto a hablar sin cesar, Zabini se aclaró la garganta y su expresión se endureció—. Pero no me sorprende que los magos no lo hayan descubierto. Todos eran a su manera unos inútiles. Se rindieron el momento que se complicó su situación.
Ana lo miró mal pero negó con la cabeza, mirando la tapa del libro viejo. La luna... sería muy bruto de ella decir que no había tenido nada que ver con descubrir aquellas runas porque de hecho la luna había sido el único factor que la había llevado a ver aquellas inscripciones en aquellas páginas en blanco. Y si había un lenguaje desconocido en ellas del cual Zabini estaba remotamente familiar, entonces debían seguir con la búsqueda.
—¿Hay libros que nos puedan ayudar?
—Pocos —admitió Zabini cruzándose de brazos—. Pero seguramente encontremos algo.
—Vayamos a buscarlos, entonces.
Ana se dio vuelta para entrar a la biblioteca cuando recordó que habían sido echados de ella. Apoyó su frente en la gran puerta de madera.
—¿Ahora qué hacemos? —suspiró ella, dándose la vuelta para ver a Zabini con inquietud.
—Esperamos. Le damos una semana para que se relaje, y Abaroa —Zabini la miró de pies a cabeza— deja que yo hable con Pince.
Ana lo miró con ofensa.
—¿Qué fue eso? ¿Por qué me miras así?
Zabini se dedicó a mirarla a los ojos antes de darse media vuelta y caminar lejos de ella. Ana lo miraba con irritación. Ojalá que su plan funcionara.
• • •
Era viernes, y Ana se había levantado muy temprano junto a Hermione para ir a desearle suerte a Hagrid dado de que ese día se presentaría ante la Comisión para Criaturas Peligrosas. Luego de semanas de buscarle ayuda, esperaba que sus horas de investigación consiguieran frutos buenos.
—Y recuerda Hagrid, debes darle el ejemplo del Dragón de Oxford, ¿sí? —insistió Ana antes de bostezar inconscientemente—. Fue un desastre pero se salvó de ejecución y seguramente te lo acepten...
—Y no te olvides de decirle que Buckbeak no es peligroso, debes demostrarles el porqué hizo lo que hizo. No fue su culpa —insistió Hermione y Ana asintió.
Hagrid las miraba con afición. Ambas tenían los cabellos enmarañados como si se tratasen de nidos de pájaros dado que no habían tenido tiempo de cepillarse. Sus rostros seguían dormidos y las ojeras bajo sus ojos eran bastante visibles. Era bastante obvio que ambas seguían completamente dormidas pero el hecho de que estuviesen allí a esas altas horas de la mañana con el simple objetivo de ayudarlo, hizo que Hagrid las atrajera hacia él en un fuerte abrazo.
—¡Uff!
Ambas jadearon al ser aplastadas contra el hombre pero le devolvieron el abrazo.
—Muchas gracias por la ayuda... a ambas. Pero seré un mal profesor si no les digo que vayan a dormir —apuntó Hagrid y las dejó ir. Las dos niñas dejaron salir un bostezo antes de mirarse, no les vendría mal dormir unas horas más. Es decir, recién eran las cuatro de la mañana.
—Bien... pero luego cuéntanos todo, ¿sí? —inquirió Hermione y Hagrid asintió antes de acercarse a Dumbledore, quien estaba parado al lado de Buckbeak.
—¡Suerte!
Ni Ana ni Hermione escucharon de Hagrid en todo el viernes y cuando el sábado llegó, Ana se encontraba pidiéndole a Hermione si le podía traer una cerveza de mantequilla.
—Quiero probarla de una vez —explicó Ana mientras se dirigían al vestíbulo y ella le daba a Hermione unas cuantas monedas propias para que comprara la bebida.
—Te encantará —asintió Hermione con una sonrisa.
Ana y Harry se cruzaron mientras subían las escaleras de mármol luego de ver a sus amigos partir y un silencio se formó entre ambos. Hacia tiempo que no se dirigían la palabra por el pleito que había sucedido entre sus otros dos amigos y Ana sentía que no tenía mucho que contarle.
Pero antes de que pudiera abrir la boca, su amigo había desaparecido.
—Ah... bien.
Siguió subiendo las escaleras para dirigirse a la Sala Común, pensando en todo el trabajo que tenía por delante. Debía terminar el ensayo de las mandrágoras para herbología que la profesora Sprout les había mandado hacia una semana —el cual Ana tampoco había empezado— y también debía leer tres capítulos para encantamientos... Los ojos de Ana se toparon con la silueta de Zabini subiendo hacia el piso donde se encontraba el pasillo del escondite y suspiró.
El chico todavía no le había dado señales de que podían retornar a su búsqueda en la biblioteca y ya estaba impacientando. Quería saber lo más rápido posible lo que aquellas runas extrañas significaban. Pero claro, eso no dependía de ella y debía esperar.
Una vez que llegó al retrato de la señora gorda y dijo la contraseña, vio a los alumnos de años menores charlar contentamente en sus respectivos rincones de la sala común. Y cuando vio a Ginny hablar con sus amigas en los sillones, Ana sonrió. Estaba completamente satisfecha de haber establecido con la chica una amistad. Y aunque quisiera ir y hablarle, no quería molestarla mientras conversaba con su círculo. Sería un poco incómodo para ella.
Subió a su dormitorio y buscó entre su pequeño escritorio sus apuntes de herbología para terminar el ensayo que debía entregar el miércoles. Basil y Crookshanks estaban durmiendo en la cama de Hermione y Ana no pudo evitar acercarse y acariciar sus pequeñas cabezas con suavidad. Hacer eso siempre le daba un poco de serotonina para seguir con energía.
Ana agarró sus apuntes y cuando se iba a establecer allí mismo, decidió que tal vez podía ir a visitar a Remus y hacer sus deberes en su oficina. Contenta con su sentencia, salió del dormitorio y bajó las escaleras, siendo nuevamente recibida por las risas y susurros que salían de las bocas de los estudiantes. Era bastante reconfortante que pudiesen estar tan relajados luego de las semanas estresantes que habían pasado a causa de Peter Pettigrew.
Iba a salir de la sala común cuando vio a Neville entrar con una sonrisa alegre. Ana se había olvidado por completo de que el chico tenía prohibido las salidas a Hogsmeade y se alegró de verlo.
—Neville, hola.
—¡Hola, Ana! —Neville observó los pergaminos y libros que Ana llevaba bajo su brazo y ladeó la cabeza—. ¿Vas a la biblioteca?
—No, iré a la oficina de Re... el profesor Lupin para hacer el trabajo de herbología —se corrigió rápidamente y le sonrió—. ¿Quieres venir?
Neville hizo una mueca de arrepentimiento y miró hacia atrás.
—Estoy esperando a Harry... me iba a ayudar con el trabajo de los vampiros del profesor Lupin.
Ana lo miró y al recordar que Harry no volvería por el chico dado que seguramente se encontraba camino a Hogsmeade a escondidas como la vez anterior, señaló detrás suyo.
—Harry no se enojará si vienes conmigo, voy a buscar mi trabajo así lo miras como referencia y seguramente el profesor Lupin pueda explicarte lo que no entendiste.
—¿Eso no es trampa?
Ana se encogió de hombros con una sonrisa.
—No si el resto de la clase no lo sabe.
Ambos llegaron a la oficina de Remus luego de haber esquivado a los troles de seguridad y de haber sido cuestionados por algunos profesores que querían saber qué hacían fuera de su sala común. Remus los recibió encantado de tener visitas y los invitó a tomar alguna bebida caliente. Té de jazmín para Neville y chocolate caliente para Ana.
—¿En qué te puedo ayudar, Neville?
Neville se removió en su lugar y abrió el libro de la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Pues... no entiendo lo del ajo... es decir, ¿lo deben comer o solamente debe estar cerca para que les afecte?
—Una pregunta bastante interesante —asintió Remus—. Lo que sucede con el ajo es...
Mientras que Remus le explicaba a Neville acerca de los vampiros y el chico tomaba torpemente notas en su pergamino, Ana trataba de hacer su trabajo de herbología, recordando todo lo que Neville le había explicado en sus sesiones de estudio. Cuando no recordaba algo, Neville se lo volvía a plantear de una manera más fácil para que no olvidara. Y así se pasaron aquellas dos horas. Ana avanzaba en su ensayo de herbología con la ayuda de Neville y él terminaba su trabajo de vampiros con su ayuda y la de Remus. De vez en cuando se distraían y hablaban de otros asuntos que le interesaban a ambos y Remus daba su opinión cuando Ana se la pedía, curiosa de lo que tenía por decir.
La segunda hora iba a concluir con un comentario de Ana acerca de que quería conocer a un vampiro alguna vez para ver si eran tan espantosos como aquel libro de criaturas lo demostraba, cuando un furioso grito proveniente de la chimenea que la oficina tenía hizo que los dos alumnos saltaran en sus lugares.
—¡Ah!
—¡Lupin! ¡Quiero hablar contigo!
Ana y Neville se encontraban horrorizados mirando el fuego pero Remus solo suspiró y se levantó de su asiento antes de dirigirles una sonrisa apenada.
—La sesión deberá terminar ahora, lo siento.
Ni Ana ni Neville querían saber en qué problemas se había metido Remus para que Snape le hubiese pegado tal grito pero lo dejaron desvanecerse por el fuego antes de cerrar la puerta de la oficina.
—¿Qué habrá sucedido? —preguntó Neville con preocupación mientras volvían a la torre de Gryffindor. Ana negó.
—No lo sé pero seguro el asunto no merecía que me rompiera los tímpanos con aquel grito —Ana soltó una protesta—. Solamente quiero escuchar buenas noticias hoy... como que Hagrid haya ganado en caso de Buckbeak.
Neville la miró nervioso.
—¿Es en serio que lo... que ejecutarán a Buckbeak?
Ana asintió con tristeza.
—Si Hagrid no gana el caso lo harán —su expresión cambió a una de furia—. ¿Quiénes se creen que son? No pueden matar todo lo que les parece un poco peligroso, Buckbeak es una criatura que saben muy bien que en vez de que su vida esté en sus manos debería ser responsable la naturaleza a su propio destino. No una comisión tan... asquerosa. Ugh, me enoja.
Neville asintió. Sería una pena que Buckbeak perdiera. Por mucho miedo que le causara, aquella criatura no era responsable de su propia naturaleza.
Ambos llegaron al retrato de la señora gorda, se separaron para ir a sus respectivos dormitorios y para la sorpresa de Ana, se chocó con Hermione que estaba leyendo una carta.
—¡Hermione! Llegas un poco temprano ¿no? —dijo Ana pero cuando la chica levantó su vista y se notó que estaba llorando, el rostro de Ana palideció—. ¿Qué sucedió? ¿Estás bien?
Hermione siguió llorando y le tendió la carta con manos temblorosas. Ana la tomó en sus manos y la leyó. El pergamino estaba húmedo; las gruesas lágrimas habían emborronado tanto la tinta que la lectura se hacía difícil en muchos lugares.
Queridas Hermione y Ana:
Hemos perdido. Me permitirán traerlo a Hogwarts, pero van a fijarla fecha del sacrificio.
A Buckbeak le ha gustado Londres.
Nunca olvidaré toda la ayuda que nos han proporcionado.
Hagrid
Ana leía la carta con espanto. Contrario a Hermione, en vez de llorar, se enfureció.
—No. No, no, no —masculló releyendo la carta una y otra vez hasta que se supo el mensaje de memoria—. Esto no puede estar pasando, no fue culpa de Buckbeak... ¡son unos viejos imbéciles!
Al escuchar a Ana gritar, varias cabezas se dieron vuelta para observarla con curiosidad pero Ana ni se dio cuenta. Estaba bastante enojada como para pensar.
—Debe... debe de haber algo que podamos hacer. Esto es una completa porquería.
Hermione aún temblando trató de posar una mano sobre el brazo de Ana para que se tranquilizara.
—Ana...
—¡No! ¡La comisión es inútil! —exclamó Ana temblando—. El padre de Malfoy seguramente ha tenido que ver con esto... ese asqueroso...
Antes de que pudiese terminar la frase, Hermione le tapó la boca y la comenzó a empujar suavemente hacia la salida de la sala común. Ya habían traído bastante atención.
—Hay que decirles a Harry y Ron —suspiró Hermione y tomó la carta en sus manos antes de que Ana la rompiera—. Ellos... ellos también deben saber.
Ana asintió aún un poco desorientada por el enojo y salieron de la sala común.
Estaban caminando por el pasillo donde los troles de seguridad estaban haciendo su ronda cuando divisaron a sus amigos caminando hacia ellas desde el otro lado.
—¿Has venido a darte el gusto? —le preguntó Ron a Hermione cuando se detuvieron frente a ellos—. ¿O acabas de delatarnos?
Ana no sabía de lo que estaban hablando lo más mínimo pero antes de que pudiera preguntar, Hermione les tendió la carta de Hagrid con manos temblorosas.
—No —respondió ella—. Solo creíamos que debían saberlo. Hagrid ha perdido el caso. Van a ejecutar a Buckbeak.
Ana miró hacia abajo cerrando los puños en ambos lados de su cuerpo. Seguía encolerizada por las noticias y no quería explotar nuevamente.
—Nos ha enviado esto —murmuró Hermione, tendiéndoles la carta. Harry la tomó.
Luego de que ambos amigos la leyeran y se miraran entre ellos con el ceño fruncido, Harry habló:
—No pueden hacerlo —musitó Harry—. No pueden. Buckbeak no es peligroso.
—El padre de Malfoy consiguió atemorizar a la Comisión para que tomaran esta determinación —masculló Hermione secándose los ojos—. Ya saben cómo es. Son unos viejos imbéciles y los asustó. Pero podremos recurrir. Siempre se puede. Aunque no veo ninguna esperanza... Nada cambiará.
Ana quería pensar diferente a Hermione pero ni tener la cabeza por las nubes podía cambiar el hecho de que toda la comisión había sido sobornada por un hombre con dinero.
—Sí, algo cambiará —dijo Ron, decidido—. En esta ocasión no tendrán que hacerlo solamente ustedes el trabajo. Yo las ayudaré.
—¡Ron!
Hermione le echó los brazos al cuello y rompió a llorar. Ron, totalmente aterrado, le dio unas palmadas torpes en la cabeza. Hermione se apartó por fin y Ana se encontraba un poco más relajada al notar que tenía un problema menos del que preocuparse.
—Ron, de verdad, siento muchísimo lo de Scabbers —sollozó Hermione.
—Bueno, ya era muy viejo —admitió Ron, aliviado de que ella se hubiera soltado—. Y era algo inútil. Quién sabe, a lo mejor ahora mis padres me compran una lechuza.
—O un gato —Ana le dedicó una pequeña sonrisa inocente y ante la expresión que el chico puso todos se rieron, aliviados de que tal vez no todo estaba perdido.
Las medidas de seguridad impuestas a los alumnos después de la segunda intrusión de Pettigrew impedían que Ana, Hermione, Harry y Ron visitaran a Hagrid por las tardes. La única posibilidad que tenían de hablar con él eran las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Hagrid parecía conmocionado por el veredicto.
—Todo fue culpa mía. Me quedé petrificado. Estaban todos allí con sus togas negras, y a mí se me caían continuamente las notas y se me olvidaron todas las fechas que me habían buscado. Y entonces se levantó Lucius Malfoy, soltó su discurso y la Comisión hizo exactamente lo que él dijo...
—¡Todavía podemos apelar! —dijo Ron con entusiasmo—. ¡No tires la toalla! ¡Estamos trabajando en ello!
—Sí, Hagrid —apoyó Ana con determinación—. No podemos dejar que la corrupción gane. Hay que buscar otra forma de ganar a la Comisión.
Volvían al castillo con el resto de la clase. Delante podían ver a Malfoy, que iba con Crabbe y Goyle, y miraba hacia atrás de vez en cuando, riéndose. Ana quería soltarle un par de comentarios bastante fuertes.
—No servirá de mucho —suspiró Hagrid con tristeza, al llegar a las escaleras del castillo—. Lucius Malfoy ya tiene a la Comisión en el bolsillo. Solo me aseguraré de que el tiempo que le queda a Buckbeak sea el más feliz de su vida. Se lo debo...
Hagrid dio media vuelta y volvió a la cabaña, cubriéndose el rostro con el pañuelo. Ana detestaba verlo así. Debían buscar una forma de...
—¡Miren cómo llora!
Malfoy, Crabbe y Goyle habían estado escuchando en la puerta.
—¿Habían visto alguna vez algo tan patético? —rió Malfoy—. ¡Y pensar que es profesor nuestro!
Ana iba a empezar a insultarlo cuando Hermione se le adelantó a todos:
¡PLAF!
Dio a Malfoy una bofetada con todas sus fuerzas. Malfoy se tambaleó. Ana soltó una carcajada de la sorpresa. Bien merecida tenía esa paliza.
—¡No te atrevas a llamar «patético» a Hagrid, puerco... malvado...!
—¡Hermione! —exclamó Ron con voz débil, intentando sujetarle la mano.
—Suéltame, Ron.
—Sí, Ron, suéltala —Ana le dio un pequeño golpe en la mano del chico haciendo que Ron la mirase con incredulidad. Ana estaba disfrutando de aquella escena un poco mucho.
Hermione sacó la varita. Malfoy se echó hacia atrás. Crabbe y Goyle lo miraron atónitos, sin saber qué hacer.
—Vámonos —musitó Malfoy. Y en un instante, los tres desaparecieron por el pasadizo que conducía a las mazmorras.
—Qué cobardes que son —escupió Ana y le sonrió a Hermione—. Eso ha sido fantástico, Hermione.
—¡Qué ha sido ello! —exclamó Ron, atónito por la sorpresa.
—Justicia —dijo Ana.
—¡Harry, espero que le ganes en la final de quidditch! —dijo Hermione chillando—. ¡Espero que ganes, porque si gana Slytherin no podré soportarlo!
El resto del día fue bastante normal. Luego de que en la clase de Flitwick vieran los encantamientos estimulantes, Ana se había encontrado bastante feliz y energética... hasta que el efecto se fue y ahora se encontraba tratando de dar vuelta una página del libro de historia. Sus ojos se cerraban y aunque hubiese leído la misma línea por más de cinco veces aún no la comprendía. No le entraba en el cerebro y se estaba volviendo loca.
Su cabeza iba a caer en aquella foto de una mujer con una armadura muy brillante cuando un un pergamino enrollado cayó encima de su regazo, sacándola de su trance y haciendo que mirara hacia arriba.
—¿Qué...?
Zabini la observaba desde arriba con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Seguramente tratando de adivinar el porqué Ana parecía que había pasado una semana entera sin dormir. Se veía como un mapache que había caído en un río y se había revolcado en un cesto de basura. A los ojos del Slytherin, claro.
—El trabajo de Runas del cual estoy cien por ciento seguro que no has hecho —señaló él y Ana lo miró desconcertada—. Vi tu rostro hoy durante la clase cuando Babbling mencionó el ensayo. Solamente no pienses de esto como rutina. No volverá a pasar, Abaroa. —Zabini iba a irse cuando apuntó el pergamino con un dedo—. Antes de que me olvide, dáselo a Babbling de parte de los dos. Es como que ruega que trabajemos en equipo.
Antes de que Ana pudiese siquiera formular un gracias el chico desapareció de su vista, dejándola sola con un pergamino bastante largo. Ana lo abrió y para su sorpresa, sí se encontraba escrito el ensayo de Runas Antiguas que debían entregar ese jueves. Y para mayor asombro de Ana, la escritura en el papel parecía hecha por ambos. Por un lado se encontraba la letra elegante y nítida de Zabini y por el otro... la letra inteligible de Ana. Y al final del ensayo, se encontraban los nombres de ambos como si verdaderamente hubiesen hecho aquel trabajo espalda contra espalda.
Ana ya podía sentir la vergüenza de entregar ese trabajo y sentir el remordimiento de no haber participado en él para nada. Pero lo que la hacía querer gritar aun más era que ahora se encontraba completamente en deuda con Blaise Zabini.
Aquel jueves fue doloroso para Ana. Se levantó y puso cara de horror, se bañó y soltó una protesta, mientras desayunaba se lamentaba y luego de usar el Giratiempo, caminó hacia Runas Antiguas arrastrando sus pies. Sí, estaba siendo más exagerada de lo que quería pero mentir no era su especialidad. Y cuando sí lo hacía, la culpa la comía. ¿Y mentirle a una profesora como Bathsheda Babbling quien Ana respetaba mucho? Le temblaban las piernas.
Cuando llegó al salón 6A y entró junto a una chica de Ravenclaw que hablaba animadamente con una chica de Slytherin, Ana vio a Zabini sentado en su asiento de siempre, leyendo el libro de Runas Antiguas como si no le importase que estuviesen a punto de mentirle a la profesora Babbling. Porque de hecho a Zabini le traía sin cuidado.
Al sentarse junto al chico, Ana empezó a hiperventilar. Nunca se había metido en problemas por mentirle a un profesor, usualmente se metía en problemas porque siempre era un poco más honesta de lo que debería.
—Si tiemblas un poco más harás que el edificio completo se caiga.
Ana miró mal a su compañero de banco y resopló.
—¿Tan fácil te resulta mentir?
Zabini levantó su cabeza y la miró imperturbado.
—Sí.
—Buenos días —saludó la profesora Babbling entrando al salón con una taza humeante de té. Inmediatamente fue recibida con el mismo saludo y sonrió antes de sentarse detrás de su escritorio—. Espero que estén teniendo una semana agradable. Y si puedo ser honesta estoy impaciente por las vacaciones de Semana Santa.
Todos se rieron ante la forma en que lo dijo y ella juntó sus manos con una sonrisa.
—Bien, antes de que comencemos la clase, por favor acerquen sus trabajos a mi escritorio.
Uno de cada pareja de la clase se fue acercando al escritorio de la profesora Babbling para dejar sus trabajos y cuando Ana se dio cuenta de que ya todos habían pasado no tuvo más remedio que levantarse y caminar con toda la determinación que su cuerpo encontraba entre sus huesos. Una vez que dejó el pergamino arriba de los otros, volvió rápidamente a su lugar no queriendo ver a la profesora a los ojos.
Algunos segundos pasaron pero la profesora Babbling no comenzaba la clase, en vez, miraba a Zabini con una ceja encarada. Ana la miraba desconcertada.
—¿Señor Zabini? —lo llamó y el chico la miró con atención—. ¿Su trabajo?
Ana casi cayó de su silla al suelo. Se había olvidado por completo de que la profesora Babbling estaba acostumbrada a recibir dos trabajos de su mesa. Uno de cada uno.
—Eh... ¿profesora? —la llamó Ana sintiendo todo su cuerpo cosquillear de la inquietud. La mujer la miró con una sonrisa confusa entonces señaló la pila de pergaminos—. Lo... lo hicimos juntos.
La mujer la miró sin entender por unos segundos hasta que salió de su trance y agarró el pergamino entre sus manos para abrir los ojos estupefacta. Babbling los miró y luego miró fijamente el pergamino.
—¿Lo han hecho juntos...?
No.
Pero claro, Ana no podía decir eso así que asintió, seguida por Zabini.
La profesora Babbling se encontraba radiante al escuchar eso y se aclaró la garganta con satisfacción.
—Muy bien, me alegro que hayan resuelto cualesquiera que fuese su desacuerdo. Era hora de que comenzasen a colaborar.
Ana veía aquella ventana abierta con mucha tentación. Eso le dolería menos que ver que la sonrisa de una de sus profesoras favoritas se basaba en una mentira. Pequeña pero mentira al final del día.
Luego de eso la clase comenzó pero la mente de Ana durante la mitad de la hora estuvo perdida en sus pensamientos hasta que Zabini le pidió que corriera su codo de su espacio, sacándola de su trance y haciendo que prestara atención. Sin embargo, detrás de su cabeza, Ana podía sentir el insistente pensamiento de que desde aquel día ella y Zabini debían comenzar a trabajar como equipo.
Al finalizar la clase, Hermione se acercó a Ana luciendo preocupada.
—Ana —la agarró del brazo y la llevó a un rincón mientras sus compañeros se iban a sus próximas clases—. Zabini no te está amenazando, ¿no?
Ana la miró con desconcierto sin saber a lo que se refería. Hermione suspiró y volvió a susurrar:
—Lo de la tarea, Ana... ¿te hizo hacerla por él?
Al escuchar eso, Ana quiso salir corriendo de allí. Hermione no podía estar más equivocada. Ella había sido quien no había hecho la tarea. Y así se lo dijo en un breve resumen de lo que había sucedido, finalmente terminando con Hermione mirándola estupefacta.
—Eso... no me lo vi venir.
—Yo tampoco —admitió Ana y rápidamente miró a Hermione con nerviosismo—. Por favor no le cuentes a la profesora Babbling, ya me estoy muriendo de vergüenza por sí sola.
Hermione suspiró y apoyó una mano sobre el hombro de Ana.
—Por más que no me guste la idea... a veces el cerebro... no da más.
Ana le sonrió hasta que sintió una presencia detrás suyo que la hizo abrir los ojos como dos platos. Se dio media vuelta y observó que Zabini le tendía un libro.
—Hermione te veo en transfiguraciones —le dijo Ana y Hermione asintió antes de irse mirando a Zabini con recelo—. ¿Qué es esto?
—Pince nos ha dejado volver a la biblioteca. La pude persuadir esta mañana y esto —alzó el libro y lo apoyó en los brazos de Ana— lo conseguí hoy luego de una rápida vista en los estantes. No hay mucho dado que solamente son noticias de diferentes periódicos pero había una noticia bastante interesante. Mira la página ciento treinta y dos.
Ana abrió el libro y pasó de página rápidamente hacia la que le había dictado Zabini. Cuando llegó observó que se trataba de un pedazo recortado de algún periódico, cuyo título era "Receta de medialunas". Ana miró a Zabini con desconcierto pero él le insistió que siguiera leyendo.
5 de enero de 1980.
Receta de medialunas.
Ingredientes.
- 1/2 Kg de harina 0000
- 225cc. de leche
- 100g. azúcar
- 15g. miel
- 15g. sal
- 25g. de levadura
- 1 huevo
- 200g. manteca
- 25g. más de harina (para el empaste).
Receta...
Ana miró a Zabini más confundida que nunca. ¿Qué diablos tenía que ver lo que estaban buscando con medialunas?
—Eh... no entiendo. ¿Quieres que te consiga medialunas?
Si Zabini pudiese verse más decepcionado e irritado con alguien de lo que se veía en esos momentos, Ana quería verlo porque no creía que pudiese verse peor.
—No, Abaroa —masculló él y señaló las líneas que cubrían el periódico—. Mira las letras, no hubo ningún problema de mala impresión. Algunas letras son más oscuras que otras por una razón.
Ana volvió a leer y prestó un poco más de atención que en la primera leída y fue allí cuando lo notó. Sí, si alguien que estuviese leyendo aquella columna solamente quería cocinar medialunas las pasaría de alto como errores de impresión pero la frase que resaltaba no podía ser ninguna coincidencia. Mezcla runas.
La muchacha levantó su cabeza hacia Zabini y lo miró pasmada.
—¿Cómo siquiera encontraste esto?
—Eso no importa —la cortó él y tomó el libro en sus manos—. Lo que sí importa es que quien sea que haya escrito esto no quería solamente mostrarle al mundo mágico su receta de medialunas. Y antes de que me preguntes cómo sé que se refiere a lo que estamos buscando...
—Una corazonada —afirmó Ana y él asintió.
Ana miró nuevamente la frase secreta y una bombilla se prendió en su cabeza. Errores de impresión... eso no era nada nuevo en la rutina de Ana. Ya había visto errores de impresión antes... cuando descubrió las runas en el libro que había tomado del ático de Lyall. Había una mínima posibilidad de que quien hubiese escrito ese libro también fuese el dueño de aquella receta. Y aunque fuese un poco alocado, que inconscientemente los estuviese guiando hacia el final que deseaba que encontraran.
—Debo decir, Abaroa —Zabini cerró el libro y Ana lo miró—. Esto es más interesante de lo que hubiese pensado viniendo de ti.
—Y tú eres más útil de lo que creía posible —señaló Ana con burla antes de mirarlo con una mueca—. Solo un poco, igual. Me sigues pareciendo un idiota.
—El sentimiento es mutuo.
Zabini se dio media vuelta y comenzó a caminar en la dirección contraria de donde estaba Ana, seguramente yendo a su próxima clase. Pero antes de que bajara de las escaleras, se detuvo y miró sobre su hombro hacia donde Ana se encontraba.
—Y Abaroa, cinco de la tarde del sábado en la biblioteca.
Con eso desapareció rápidamente por la escalera dejando a Ana poniendo sus ojos en blanco.
—Mangoneador.
Luego de aquel sábado en donde trataron de encontrar un significado a las runas mientras mezclaban diferentes alfabetos rúnicos, Ana estaba orgullosa de decir que habían avanzado. Muy poco. Pero avanzado. Habían sacado dos runas del medio de la transcripción. 'N' y 'T', ahora les faltaba siete letras más.
Ninguno de los dos sabía cómo habían logrado transcribir aquellas dos runas al alfabeto latino pero lo que sí sabían era que les había sacado varias horas de dormir y comer. Y llegada la Semana Santa, Ana llegó a un punto de quebrar en un colapso nervioso cada hora del día.
Tenía demasiada tarea. En realidad, los de tercero estaban completos de tarea como ninguna otra semana pero Ana estaba a punto de perder la cordura.
Parecía que los profesores se habían puesto de acuerdo en cómo completamente hacer que sus estudiantes perdieran los estribos durante aquella semana. Cada uno de ellos le había mandado a Ana más tarea de lo que podía tragar, claro que había excepciones como Remus que había visto a Ana una noche arrastrarse por uno de los pasillos, pero tener que completar los tres años en uno estaba siendo un desafío que Ana quería que terminase pronto.
Pero eso no pasaba.
—Ana, ¿qué haces? —inquirió Ron una tarde durante Semana Santa.
Ana se encontraba boca arriba con las piernas levantadas en el respaldo del sofá y su cabeza casi tocando la carpeta que cubría el suelo de madera.
—Tratando de que la sangre llegue a mi cabeza y así poder terminar mi trabajo de pociones —dijo ella y continuó con sus ojos cerrados.
Ron se acercó a Harry y observó a Ana con horror.
—Ya ha perdido la cabeza...
Ana entrecerró los ojos mientras observaba a Ron.
—Tú perderás la cabeza, pecas.
—No me llames así... tú también tienes pecas, Ana.
Ana volvió a cerrar los ojos.
—Pero las mías son lindas.
Ron la miró ofendido y resopló mientras se iba a un rincón para terminar con su propia tarea. Harry seguía observando a Ana.
—Te dolerá la cabeza si sigues así, Ana —señaló Harry frunciendo el ceño y Ana suspiró mientras volvía a una posición cómoda.
—Nadie puede estar en paz aquí, ¿eh?
Ana se levantó y por el mareo que sintió al pararse tan rápido casi cayó encima de la pila de libros que rodeaba a Hermione. Si ella misma no estuviese en la misma situación que Hermione, Ana sentiría pena por ella. Pero Ana ya tenía siete colapsos nerviosos diarios y durante las mañanas su cuerpo comenzaba a temblar por haber ingerido tanto café en el desayuno como para siquiera pensar en otra cosa que no fuese el colegio.
Si solo supiese lo que se acercaba con el partido de quidditch entre Gryffindor y Slytherin. Porque de esa tensión nadie se iba a salvar.
• • •
¡hola!
¿cómo están? buen viernes ♥
¿qué les pareció el capítulo?
ana y blaise colaborando??? qué es esto?? ah
lamentablemente no voy a poder actualizar el viernes que viene people pq voy a estar ocupada pero si es que por un milagro lo hago q genia soy sajasj
estoy leyendo una fic de los merodeadores en ao3 y creo que tengo una pequeña obsesión help es que está muy bien escrita locoo. si pueden vayan a leerla, se llama "all the young dudes" una obra de arte ♥
¡nos vemos la próxima actualización!
•chauuu•
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro