𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐬𝐢𝐱
"Horrores del campamento"
Ana no podía creerse lo que estaba viendo y recordando las sabias palabras de Freddie Mercury se preguntaba si eso era real o una fantasía.
Hannah no dejaba de irradiar felicidad con su sonrisa blanca y Blaise miraba a Ana como si fuese una media sucia. Y Ana simplemente no podía dejar de viajar su mirada entre ambos sin poder creérselo. Si aquello era una amistad, entonces era una muy extraña. Pero cerrando su boca para que no le entraran moscas, Ana fijó su mirada en Blaise.
—¿¡Conoces a Hannah!? —Ana miró de reojo a la chica de ojos dulces y luego a Blaise, que aún seguía con su ceño fruncido—. ¿Y tu apodo es Bee...? Oh Dios, no sé si este es el peor o mejor día de mi vida.
Ana se tapó la boca al recordar el apodo que Hannah había usado para referirse a Blaise Zabini y escondió una pequeña risa que estaba siendo vista con molestia y cansancio por el chico.
—Calla, Abaroa.
La chica lo ignoró y se giró a Hannah con estupefacción. Necesitaba saberlo todo o su curiosidad no la dejaría vivir.
—¿Cómo es esto posible?
Hannah rió y su rostro se hizo más dulce, como si aquello fuese posible. Ana se encontraba más atónita ante la idea de que una chica tan dulce y risueña como Hannah Abbott pudiese siquiera entablar una amistad con alguien tan arrogante como Blaise Zabini. Es decir, la chica era como un sol sonriente y Blaise era... Blaise.
—Conozco a Bee desde el momento en que nací —comenzó a explicar Hannah, notando la mirada aturdida de Ana—. Nuestras mamás son mejores amigas desde que iban al colegio, así que naturalmente nos hicieron amigos a nosotros desde recién cuando salimos de St. Mungo. Y ya que el año pasado me salvó en Runas Antiguas, mamá insistió en invitarlo como agradecimiento —se volvió a Blaise y lo miró divertida antes de golpearlo suavemente con su codo—. Te hubiese invitado de todos modos, así que no te vuelvas malhumorado conmigo o llamaré a tu mamá.
Blaise puso los ojos en blanco pero una pequeña sonrisa se asomó por la comisura de sus labios. Y mientras ambos amigos bromeaban entre susurros, Ana se encontraba en un estado de shock. Esto era más sorprendente que el partido en sí y por ahora la chica no se sentía muy conmocionada por no ir a verlo. La situación en la que estaba era mucho más interesante. Se giró hacia Hannah, luego de procesar sus palabras.
—¿Te ayudó en Runas? —se acercó a Hannah para susurrar—. ¿Y fue paciente contigo?
Hannah la miró divertida y asintió. Ana se preocupaba que su rostro le comenzase a doler por no dejar de sonreír.
—Bee es un ángel como tutor, muy paciente considerando que me va terrible en Runas...
Con ofensa y luego de dejar salir un resoplido de incredulidad, Ana miró a Blaise con el ceño fruncido.
—Hipócrita...
Antes de que alguno pudiese decir algo al respecto, una voz los interrumpió.
—¡Hannah, ven aquí! ¡Aún no estás completamente preparada!
La voz provenía de una señora regordeta cuya cabeza sobresalía de una de las tiendas decoradas con verde y tréboles. El cabello de la mujer era rubio y estaba estilizado en un bob corto que delineaba su carismático rostro de la mejor manera.
—Bueno, me debo ir —se disculpó Hannah y miró a Blaise con advertencia—. En cinco minutos vuelve a la tienda que ya nos vamos.
—Pero porque no voy ah...
—Nos vemos, Ana —la saludó Hannah y antes que ninguno de los dos pudiese decir algo, la chica rubia corrió hacia donde su madre la había llamado.
Si algo había aprendido Ana en sus catorce años de vida, era que en ningún momento aprendió a empezar una conversación. La verdad, jamás comprendería cómo la humanidad había hecho para sobrevivir por tantos milenios. ¿Entablar una conversación de más de cinco minutos con un desconocido? La única forma en que ella había sobrevivido era porque naturalmente la otra persona comenzaba con la conversación y no ella. Pero esa no era la cuestión con Blaise Zabini. Él tampoco quería estar allí.
Un vendedor pasó cerca de ellos mientras una brillante luz lo acompañaba para que las personas pudiesen ver sus productos, y Ana pudo observar con más atención al chico que estaba frene a ella.
A diferencia con ella, Blaise sí había crecido. Algunos pocos centímetros, pero al fin del día había crecido más que Ana, lo que significaba que se estaba quedando atrás. Se había dejado crecer un poco más el cabello y ahora en la parte superior de su cabeza habían comenzado a formarse pequeños rulos gruesos, no completos, pero en el proceso. Y ahora que lo inspeccionaba bien, llevaba suéter bordó de lino y unos pantalones que no parecían ser convenientes para un campamento. Eran muy formales.
—Pensé que odiabas el quidditch —espetó Ana de repente, haciendo que Blaise encarara una ceja pero después asintiera.
—No estás equivocada. Esto solamente lo hago por Hannah.
—Eso es lindo... —confesó Ana y asintió con una sonrisa cómplice—... Bee.
Mientras Ana reía divertida por aquel apodo, Blaise ponía los ojos en blanco y resoplaba. Sin embargo, parecía más molesto porque Ana lo hubiese llamado así que por el apodo mismo.
—No me llames así... Anastasia.
Ana se encogió con una mueca de asco ante ser llamada por su nombre completo y parecía que Blaise también había quedado asqueado por su propias palabras.
—Dios, no me llames así nunca más, suena raro —rogó Ana y el chico asintió sin quejarse, esa era una idea bastante buena. Mientras que ambos se recuperaban por el imprevisto asqueo, Ana volvió su mirada a la tienda donde Hannah había entrado y miró a Blaise con curiosidad—. Te seré sincera, no pensé que serías alguien con amigos.
—¿Y por qué es eso? —bufó Blaise con ofensa.
Ana se lo quedó mirando por unos segundos antes de observarlo de pies a cabeza con una ceja levantada. Cuando el chico no pareció darse cuenta, se encogió de hombros.
—No importa —Ana negó e irguió su postura con una sonrisa a medias—. Pero bueno, míranos entablar una conversación sin tirar manos. Durante las semanas próximas del año pasado si me hubieses dado una oportunidad, te hubiese tirado de la torre de Astronomía.
—Ahora te encuentro... tolerable —admitió Blaise receloso y Ana resopló.
—Bien, porque tú también estás en la cuerda floja aún.
Ambos se miraron con desconfianza pero su momento se cortó cuando escucharon a Hannah llamar por Blaise, entre medio de todas las voces de la multitud que ya estaban comenzando a irse al estadio.
—Bueno... disfruta del partido, Zabini —lo saludó Ana con un ademán y se dio la vuelta—. Nos vemos en el colegio.
Y justo como le gustaba terminar una conversación —con la última palabra—, Ana se mezcló entre las animadas personas en busca de un vendedor que la pudiese encontrar los regalos perfectos.
• • •
—¡Jaque Mate!
—No creo que eso sea Jaque Mate... —Remus frunció el ceño al ver la jugada de Ana, que sonreía satisfecha.
—Bueno, nunca jugué al ajedrez pero esta movida parecía tener aire de Jaque Mate así que... ¡gané!
Luego de que todos se hubiesen ido a ver el partido, Ana y Remus habían buscado varias formas para divertirse mientras se encontraban solos. Al principio habían jugado algunas partidas con las cartas que Remus había llevado, pero rápidamente las partidas se habían vuelto muy feroces porque los dos parecían ser expertos en cada juego. En su defensa, Hilda siempre la había hecho jugar durante sus partidas con las otras ancianas del pueblo. Y esas mujeres eran viciosas, siempre querían ganar más que contar los últimos chismes del vecindario. Eran serpientes en el juego.
Por el otro lado, Ana le enseñó a Remus a jugar al tatetí —un juego que solamente había jugado sola toda su infancia en los pisos de su antigua escuela durante los recreos—, y admitía que era más divertido jugar con alguien más. Pero también perdía más, lo que era estresante.
Y finalmente, Remus ahora le estaba enseñando a jugar ajedrez. Ana había visto a muchas personas jugar al ajedrez —como Ron, pero él solo jugaba ajedrez mágico— pero nunca se había interesado por él. No solamente porque debía pensar las jugadas con mucha precisión si quería ganar, pero también porque todo pasaba muy lento. Por suerte, había encontrado una forma de divertirse con él, y era simplemente haciéndole caso omiso a las reglas que se había olvidado desde el momento que Remus las había enunciado y ahora jugaba libremente.
Remus suspiró derrotado e iba a acomodar nuevamente las piezas, cuando las risas de la multitud se hacían oír nuevamente con cercanía. Ana se animó y sonrió, levantándose de un salto.
—¡El juego debe de haber terminado! Vayamos a ver quién ganó.
Ana arrastró a Remus y ambos salieron de la tienda para ser recibidos con una celebración en verde. Con admiración, Ana observó a varios leprechauns riendo a carcajadas por encima de las cabezas de las personas y una lluvia de tréboles viajaba donde sea que fuese la multitud. Y todo eso solamente podía significar una cosa.
—¡Ganó Irlanda! —festejó, divisando a todo el grupo acercarse a las tiendas de los Weasley. Ana y Remus caminaron hacia allí, y enseguida fueron recibidos con explicaciones del partido.
Nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, James preparó chocolate caliente para que todos tomaran antes de acostarse. El partido había sido ganado por Irlanda, con el puntaje de 170-160, y al parecer Fred y Geroge habían adivinado con anterioridad el resultado, lo que les ganó un par de monedas brillantes. James le explicaba a Remus de una forma muy detallada el análisis del partido, y no lo dio por finalizado hasta que Ginny se cayó dormida sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Los adultos mandaron a los más jóvenes a dormir, y entonces Ana se metió a la tienda que compartía con Hermione y Ginny, despidiéndose de los demás.
—¡Qué día...! —exclamó Ginny antes de caer en su cama y comenzar a roncar suavemente.
Ana y Hermione rieron y se prepararon rápidamente para irse a dormir. Cuando Ana estuvo arropada en la litera, con los párpados cerrándose, aún podía escuchar el eco de cánticos y de ruidos extraños que venían del otro lado del campamento. Y con eso, se durmió profundamente.
O eso hubiese querido.
No sabía si había dormido más de una hora, tal vez no, tal vez sí, pero lo que sí sabía con certeza era que el señor Weasley la estaba llamando por detrás de la entrada de la tienda con cierta urgencia en su voz.
—¡Niñas, levántense ahora! ¡Deprisa, es urgente! ¡No pierdan tiempo, salgan ahora como están!
Con los nervios haciendo que sus cabellos se erizaran, las tres jóvenes se miraron y tomaron sus chaquetas antes de colocarse sus pantuflas y salir rápidamente de la tienda, aunque estuviesen aún muy dormidas.
A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, Ana pudo ver a gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena.
A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Parecía que no tuvieran rostro, pero luego comprendió que iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.
Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con sus varitas a las figuras del aire. La marcha de la multitud arrollaba las tiendas de campaña. En una o dos ocasiones, Ana vio a alguno de los que marchaban destruir con un rayo originado en su varita alguna tienda que le estorbaba el paso. Varias se prendieron. El griterío iba en aumento.
Las personas que flotaban en el aire resultaron repentinamente iluminadas al pasar por encima de una tienda de campaña que estaba en llamas, y Ana reconoció a una de ellas: era el señor Roberts, el gerente del camping. Los otros tres bien podían ser su mujer y sus hijos. Con la varita, uno de los de la multitud hizo girar a la señora Roberts hasta que quedó cabeza abajo: su camisón cayó entonces para revelar unas grandes bragas. Ella hizo lo que pudo para taparse mientras la multitud, abajo, chillaba y abucheaba alegremente.
El estómago de Ana dio un vuelco y se tuvo que tapar la boca del horror. ¿Qué diablos estaba sucediendo?
Cuando Ana llegó —seguida por Hermione y Ginny— hacia donde se encontraban los otros, Remus corrió a su lado con preocupación.
—¿Estás bien? —inquirió Remus desesperado, tomando el rostro de Ana en busca de alguna herida que mostrase lo contrario. La niña asintió aún con el ceño fruncido.
—¿Qué... qué está pasando?
En ese momento salieron de la tienda de los chicos Bill, Charlie y Percy, completamente vestidos, arremangados y con las varitas en la mano.
—Vamos a ayudar al Ministerio —gritó el señor Weasley por encima de todo aquel ruido, arremangándose él también—. Ustedes vayan al bosque, y no se separen. ¡Cuando hayamos solucionado esto iremos a buscarlos!
Remus le dio un pequeño beso en la cabeza y siguió rápidamente a los otros que ya se habían precipitado al encuentro con la multitud. James se giró hacia los jóvenes con preocupación en su mirada.
—Cuídense entre ustedes.
Y con eso, le siguió el paso a los otros que iban a la fuente del problema. La multitud que había bajo la familia Roberts se acercaba cada vez más.
—Vamos —dijo Fred, cogiendo a Ginny de la mano y tirando de ella hacia el bosque.
Ana, Hermione, Harry, Ron y George los siguieron. Al llegar a los primeros árboles volvieron la vista atrás. La multitud seguía creciendo. Distinguieron a los magos del Ministerio, que intentaban introducirse por entre el numeroso grupo para llegar hasta los encapuchados que iban en el centro: les estaba costando trabajo. Debían de tener miedo de lanzar algún embrujo que tuviera como consecuencia la caída al suelo de la familia Roberts.
Las farolas de colores que habían iluminado el camino al estadio estaban apagadas. Oscuras siluetas daban tumbos entre los árboles, y se oía el llanto de niños; a su alrededor, en el frío aire de la noche, resonaban gritos de ansiedad y voces aterrorizadas. Ana avanzaba con dificultad, su estatura no ayudando cuando era empujada de un lado a otro por personas cuyos rostros no podía distinguir. Su corazón latía con tanta fuerza que sentía todo su cuerpo temblar. De pronto oyó a Ron gritar de dolor.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Hermione nerviosa, deteniéndose tan de repente que Harry chocó con ella y luego Ana—. ¿Dónde estás, Ron? Qué idiotez...¡Lumos!
La varita se encendió, y su haz de luz se proyectó en el camino. Ron estaba echado en el suelo.
—He tropezado con la raíz de un árbol —dijo de mal humor, volviendo aponerse en pie.
—Bueno, con pies de ese tamaño, lo difícil sería no tropezar —dijo detrás de ellos una voz que arrastraba las palabras.
Ana, Hermione, Harry y Ron se volvieron con brusquedad. Draco Malfoy estaba solo, cerca de ellos, apoyado tranquilamente en un árbol. Tenía los brazos cruzados y parecía que había estado contemplando todo lo sucedido desde un hueco entre los árboles.
—Vete a la mierda —espetó Ron con rabia.
—Cuida esa lengua, Weasley —le respondió Malfoy, con un brillo en los ojos—. ¿No sería mejor que echaran a correr? No les gustaría que la vieran, supongo...
Señaló a Hermione con un gesto de la cabeza, al mismo tiempo que desde el camping llegaba un sonido como de una bomba y un destello de luz verde iluminaba por un momento los árboles que había a su alrededor.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Hermione desafiante.
—Que van detrás de los muggles, Granger —explicó Malfoy—. ¿Quieres ir por el aire enseñando las bragas? No tienes más que darte una vuelta... Vienen hacia aquí, y les divertiría muchísimo.
A Ana le hirvió tanto la sangre que apuntó su varita al pálido rostro de Malfoy.
—Fáltale el respeto una vez más y te prometo que te convertiré en el juguete de mi gato, idiota.
La mirada de Ana brilló con furia y al notarlo, Malfoy la miró con asco.
—Veamos quién se ríe primero cuando te cacen a ti y a la sangre sucia, Abaroa.
De la varita de Ana salieron disparadas unas chispas azules tan brillantes que Malfoy estuvo casi frito si no se hubiese movido de donde estaba a tiempo. Porque donde había estado salía humo del tronco del árbol.
—¡Asquerosa traidora de la sangre! —bramó Malfoy acomodando su cabello que se había despeinado por el susto. Ahora Ana se estaba acercando a él peligrosamente mientras retrocedía.
—Ven aquí si tienes agallas Malfoy, porque a mí me sobran.
Ana iba a volverle a tirar un hechizo si no fuese por Hermione que sostuvo su brazo y tiró suavemente de ella hacia donde estaban los demás.
—Venga, vámonos —los apremió Hermione, arrojándole a Malfoy una mirada de asco—. Tenemos que buscar a los otros.
—Mantengan agachadas sus cabezotas —masculló Malfoy con desprecio.
—Vámonos —repitió Hermione, y arrastró a Ana, Ron y Harry de nuevo al camino.
—¡Un día de estos lo haré pagar! —exclamó Ana aún sosteniendo su varita con fuerza. Aquel chico la hacía pensar en las peores cosas.
—Has hecho suficiente —le aseguró Hermione y posó una mano sobre su hombro. Ron negó con la cabeza.
—¡Les apuesto lo que quieran a que su padre es uno de los enmascarados! —exclamó Ron, furioso.
—¡Bueno, con un poco de suerte, el Ministerio lo atrapará! —repuso Hermione enfáticamente—. ¿Dónde están los otros?
Fred, George y Ginny habían desaparecido, aunque el camino estaba abarrotado de gente que huía sin dejar de echar nerviosas miradas por encima del hombro hacia el campamento.
Un grupo de adolescentes en pijama discutía a voces, un poco apartados del camino. Al ver a Ana, Hermione, Ron y Harry, una muchacha de pelo espeso y rizado se volvió y les preguntó rápidamente:
—Où est Madame Maxime? Nous l'avons perdue...
—Eh... ¿qué? —preguntó Ron.
—¡Oh...!
La muchacha que acababa de hablar le dio la espalda, y, cuando reemprendieron la marcha, la oyeron decir claramente:
—«Ogwarts.»
—Beauxbatons —murmuró Hermione.
—¿Cómo? —dijo Harry.
—Que deben de ser de Beauxbatons —susurró Hermione—. Ya saben: la Academia de Magia Beauxbatons... He leído algunas cosas sobre ella en Evaluación de la educación mágica en Europa.
Ana no tenía ni la menor idea a lo que se estaba refiriendo, pero como siempre: asintió.
—Fred y George no pueden haber ido muy lejos —anunció Ron, que sacó la varita mágica, la encendió como la de Hermione y entrecerró los ojos para ver mejor a lo largo del camino.
Ana lo siguió y enunció su hechizo favorito; Lux. Sí, aunque hubiesen pasado meses y meses de conocer nuevos hechizos, ese siempre sería el de su preferencia.
—No, no lo puedo creer... ¡He perdido la varita! —exclamó de repente Harry.
—¿Bromeas?
Ana, Hermione y Ron levantaron las suyas lo suficiente para iluminar el terreno a cierta distancia. Ana no veía nada en el césped.
—A lo mejor te la has dejado en la tienda —apuntó Ron.
—O tal vez se te ha caído del bolsillo mientras corríamos —sugirió Hermione, nerviosa.
—Sí —respondió Harry—, tal vez...
—O tal vez Malfoy te la robó —pensó Ana con el ceño fruncido. Ese bueno para nada tenía la pinta de irle robando sus varitas a la gente. Todavía seguía enojadísima.
Un crujido los asustó a los tres. Una criatura que Ana no reconocía, intentaba abrirse paso entre unos matorrales. Se movía de manera muy rara, con mucha dificultad, como si una mano invisible la sujetara por la espalda.
—¡Hay magos malos por ahí! —chilló como loca, mientras se inclinaba hacia delante y trataba de seguir corriendo—. ¡Gente en lo alto! ¡En lo alto del aire! ¡Winky prefiere desaparecer de la vista!
Y se metió entre los árboles del otro lado del camino, jadeando y chillando como si tratara de vencer la fuerza que la empujaba hacia atrás.
—Eh... ¿qué? —preguntó Ana confundida y miró a sus amigos—. ¿Qué criatura es esa? ¿La conocen?
—Es una elfina doméstica —explicó Harry—. Y su nombre es Winky.
—Pero ¿qué le pasa? —preguntó Ron, mirando con curiosidad a Winky mientras ella escapaba—. ¿Por qué no puede correr con normalidad?
—Me imagino que no le dieron permiso para esconderse —explicó Harry.
Ana miró horrorizada a su amigo.
—Espera, ¿qué? ¿permiso?
—¿Saben? ¡Los elfos domésticos llevan una vida muy dura! —dijo, indignada, Hermione—. ¡Es esclavitud, eso es lo que es! Ese señor Crouch la hizo subir a lo alto del estadio, aunque a ella la aterrorizara, ¡y la ha embrujado para que ni siquiera pueda correr cuando aquéllos están arrasando las tiendas de campaña! ¿Por qué nadie hace nada al respecto?
—¡¿Hay esclavos?! —inquirió Ana con incredulidad.
—Bueno, los elfos son felices así —observó Ron—. Winky antes del partido dijo: «La diversión no es para los elfos domésticos...» Eso es lo que le gusta, que la manden.
—¿A quién podría gustarle la opresión, Ron? —preguntó Ana sin poder creérselo—. Dios, me duele la panza de tan solo pensarlo...
—Es gente como tú, Ron —replicó Hermione, acalorada tanto como Ana—, la que mantiene estos sistemas injustos y podridos, simplemente porque son demasiado perezosos para...
Oyeron otra fuerte explosión proveniente del otro lado del bosque.
—¿Qué tal si seguimos? —propuso Ron.
Ana no iba a dejar el tema colgando de la nada y parecía que Hermione tampoco. Ambas se miraron y asintieron sin la necesidad de decir palabra alguna. Algo se debía hacer porque dejar que una opresión tan grande que hasta las mismas criaturas esclavizadas decían estar felices, era un problema que necesitaba de urgente ayuda. ¿Quién si quiera le había puesto esos pensamientos en sus mentes? Seguramente una persona sin vergüenza.
Siguieron el oscuro camino internándose en el bosque más y más, todavía tratando de encontrar a Fred, George y Ginny. Pasaron junto a unos duendes que se reían a carcajadas, reunidos alrededor de una bolsa de monedas de oro que sin duda habían ganado apostando en el partido, y que no parecían dar ninguna importancia a lo que ocurría en el camping. Poco después llegaron a una zona iluminada por una luz plateada, y al mirar por entre los árboles Ana divisó a tres mujeres altas y hermosas de pie en un claro del bosque, rodeadas por un grupo de jóvenes magos que hablaban a voces. Enseguida las reconoció como veelas.
Al escuchar las idioteces que decían para llamar la atención de las tres mujeres, Ana sintió pena por ellas. No debía ser divertido ser acorralada por jóvenes que solamente te deseaban por tu belleza. Aunque al menos sonrió al ver que las tres veelas estaban en control y no parecían del todo irritadas. Todos con sus preferencias, ¿no?
—¿Les he contado que he inventado una escoba para ir a Júpiter? —dijo Ron de repente y Ana soltó una carcajada al ver que observaba a las veelas.
—¡Lo que hay que oír! —exclamó Hermione con un resoplido, y entre los tres agarraron firmemente a Ron de los brazos, le dieron media vuelta y siguieron caminando. Para cuando las voces de las veelas y sus tres admiradores se habían apagado, se encontraban en lo más profundo del bosque. Estaban solos, y todo parecía mucho más silencioso.
Todos miraron a sus alrededores.
—Creo que podríamos aguardar aquí. Podemos oír a cualquiera a un kilómetro de distancia —apuntó Harry.
Apenas había acabado de decirlo cuando un hombre rubio y ojos claros salió de detrás de un árbol, justo delante de ellos.
Bajo la tenue luz de las tres varitas, su rostro parecía como si le hubieran quitado los muelles de los pies. Se lo veía pálido y tenso.
—¿Quién está ahí? —dijo pestañeando y tratando de distinguir sus rostros—. ¿Qué hacen aquí solos?
Se miraron unos a otros, sorprendidos.
—Bueno, en el campamento hay una especie de disturbio —explicó Ron.
El hombre lo miró.
—¿Qué?
—El camping. Unos cuantos han atrapado a una familia de muggles...
—¡Maldición! —dijo el hombre, muy preocupado, y sin otra palabra desapareció haciendo «¡plin!».
—No se puede decir que el señor Bagman esté a la última, ¿verdad? —observó Hermione frunciendo el entrecejo.
«Oh, ese debía ser Ludo Bagman»
Mientras Ron explicaba cuán buen jugador había sido Bagman, Ana levantó su mirada hacia la luna que aunque no estuviese completa, se hacía notar detrás de las movedizas nubes que cubrían el cielo. Su mirada se volvió blanca ante su luz y un escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza, haciéndola salir de sus pensamientos para mirar a sus amigos.
No sabía qué exactamente había sentido pero parecía haber sido como... como una advertencia. Se cruzó de brazos al sentir aún el frío del escalofrío levantar los cabellos de sus brazos y miró a sus amigos.
—... Es una idiotez hacer algo así cuando todo el Ministerio de Magia está por allí —declaró Hermione—. Lo que quiero decir es que ¿cómo esperan salirse con la suya? ¿Creen que habrán bebido, o simplemente...?
Pero de repente dejó de hablar y miró por encima del hombro. Los otros tres la siguieron. Parecía que alguien se acercaba hacia ellos dando tumbos. Esperaron, escuchando el sonido de los pasos descompasados tras los árboles. Pero los pasos se detuvieron de repente.
—¿Quién es? —llamó Harry.
Sólo se oyó el silencio. Ana volvió a sentir el escalofrío que había sentido antes y levantó su varita hacia donde antes había escuchado los pasos.
—¿Quién está ahí? —preguntó.
Y entonces, sin previo aviso, una voz diferente de cualquier otra que hubieran escuchado en el bosque desgarró el silencio. Y no lanzó un grito de terror, sino algo que parecía más bien un conjuro:
—¡MORSMORDRE!
Algo grande, verde y brillante salió de la oscuridad que los ojos de Ana habían intentado penetrar en vano, y se levantó hacia el cielo por encima de las copas de los árboles.
—¿Qué...? —exclamó Ron, poniéndose en pie de un salto y mirando hacia arriba.
Durante una fracción de segundo, Ana no logró darle una forma al dibujo. Luego comprendió que se trataba de una calavera de tamaño colosal, compuesta de lo que parecían estrellas de color esmeralda y con una lengua en forma de serpiente que le salía de la boca. Mientras miraban, la imagen se alzaba más y más, resplandeciendo en una bruma de humo verdoso, estampada en el cielo negro como si se tratara de una nueva constelación.
De pronto, el bosque se llenó de gritos. Ana no comprendía por qué, pero la única causa posible era la repentina aparición de la calavera, que ya se había elevado lo suficiente para iluminar el bosque entero como un horrendo anuncio de neón. Buscó en la oscuridad a la persona que había hecho aparecer la calavera, pero no vio a nadie.
—¿Qué...? —murmuró Ana confundida.
—¡Ana, vamos, muévete! —Hermione la había agarrado por la parte de atrás de la chaqueta, y tiraba de ella. Harry y Ron ya estaban yendo delante de ellas con apuro.
—¿Qué pasa? —preguntó Ana, sobresaltándose al ver la cara de ella tan pálida y aterrorizada.
—¡Es la Marca Tenebrosa, Ana! —gimió Hermione, tirando de ella con toda su fuerza—. ¡El signo de Quien-tú-sabes!
Ana abrió los ojos de la sorpresa y su primer instinto fue cubrir a Hermione con su propia chaqueta, luego de sacársela.
—¡Cúbrete!
Pero tan solo habían dado unos pocos pasos, cuando una serie de ruiditos anunció la repentina aparición, de la nada, de una veintena de magos que los rodearon.
Ana tardó mucho en darse cuenta de lo que estaba sucediendo, dado que su mente estaba en Hermione. Afortunadamente, Harry fue más rápido.
—¡AL SUELO! —y, agarrando a sus tres amigos, los arrastró con él sobre la hierba.
—¡Desmaius! —gritaron las veinte voces.
Hubo una serie de destellos cegadores, y Ana sintió que el cabello se le agitaba como si un viento formidable acabara de barrer el claro. Sus brazos rodearon con más fuerza a Hermione y sus ojos se mantenían cerrados con firmeza.
—¡Alto! —gritó una voz familiar.
—¡ALTO! ¡Es mi hijo! —exclamó otra voz. James.
El cabello de Ana volvió a asentarse. Levantó un poco la cabeza. Al darse la vuelta vio a James y al señor Weasley, que avanzaban hacia ellos a zancadas, aterrorizados.
—¡Harry... Ana...!
—Ron... Hermione —la voz del señor Weasley estaba temblorosa como la de James—. ¿Están bien...?
—Apártense —dijo una voz fría y cortante. Ana no reconoció al hombre.
Él y los otros magos del Ministerio estaban acercándose. Ana y Hermione se levantaron lentamente, ambas visiblemente concernidas.
—¿Quién de ustedes lo ha hecho? —dijo bruscamente, fulminándolos con la mirada—. ¿Quién de ustedes ha invocado la Marca Tenebrosa?
—¡Nosotros no hemos invocado eso! —exclamó Harry, señalando la calavera.
—¡No hemos hecho nada! —añadió Ron, frotándose el codo y mirando asu padre con expresión indignada—. ¿Por qué nos atacan?
—¡No mienta, señor Potter! —gritó el hombre de antes. Seguía apuntando a Ron con la varita, y los ojos casi se le salían de las órbitas: parecía enloquecido—. ¡Lo hemos descubierto en el lugar del crimen!
—¡Ey! Baja esa varita, Crouch. Son niños —se metió James con el ceño fruncido—. Y si piensas que fue mi hijo entonces estás haciéndola una gran ofensa a mi esposa.
Ante las duras palabras de James todos se callaron. Bien sabían quién había asesinado a Lily Evans y señalar dedos a Harry era definitivamente una locura. James se volvió a los amigos, que aún se encontraban temblorosos, y les dio una suave mirada.
—¿De dónde ha salido lo marca?
—De allí —respondió Hermione temblorosa, señalando el lugar del que había partido la voz—. Estaban detrás de los árboles. Gritaron unas palabras...un conjuro.
Aparte del señor Crouch —que aún murmuraba algunos comentarios acusatorios—, ningún otro mago del Ministerio parecía creer ni remotamente que Ana, Hermione, Harry y Ron pudieran haber invocado la calavera. Por el contrario, después de oír a Hermione habían vuelto a alzar las varitas y apuntaban a la dirección a la que ella había señalado, tratando de ver algo entre los árboles.
—Demasiado tarde —dijo sacudiendo la cabeza la bruja vestida con la bata larga de lana—. Se han desaparecido.
—No lo creo —declaró un mago de barba escasa de color castaño. Era Amos Diggory, el padre de Cedric—. Nuestros rayos aturdidores penetraron en aquella dirección, así que hay muchas posibilidades de que los hayamos atrapado...
—¡Ten cuidado, Amos! —le advirtieron algunos de los magos cuando el señor Diggory alzó la varita, fue hacia el borde del claro y desapareció en la oscuridad.
James se acercó aún más hacia donde estaban los cuatro y tomó de los hombros a Harry, para suavemente darles un apretón. Ana jamás lo había visto tan preocupado, pero allí, con el ceño fruncido y la mueca en sus labios parecía más adulto que nunca.
Al cabo de unos segundos oyeron gritar a Amos:
—¡Sí! ¡Los hemos capturado! ¡Aquí hay alguien! ¡Está inconsciente! Es... Pero... ¡caray!
—¿Has atrapado a alguien? —le gritó el señor Crouch, con tono de incredulidad—. ¿A quién? ¿Quién es?
Oyeron chasquear ramas, crujir hojas y luego unos pasos sonoros hasta que el señor Diggory salió de entre los árboles. Llevaba en los brazos a un ser pequeño, desmayado. Ana la reconoció de inmediato Era Winky.
El señor Crouch no se movió ni dijo nada mientras el señor Diggory depositaba a la elfina en el suelo, a sus pies. Los otros magos del Ministerio miraban al señor Crouch, que se quedó paralizado durante unos segundos, muy pálido, con los ojos fijos en Winky. Luego pareció despertar.
—Esto... es... imposible —balbuceó—. No...
Rodeó al señor Diggory y se dirigió a zancadas al lugar en que éste había encontrado a Winky.
—¡Es inútil, señor Crouch! —dijo el señor Diggory—. No hay nadie más.
Pero el señor Crouch no parecía dispuesto a creerle. Lo oyeron moverse por allí, rebuscando entre los arbustos.
Mientras tanto, Ana observó a Winky que seguía desmayada, y la preocupación hizo que se acercara a la elfina y se arrodillara frente a ella. Tantos hechizos tomados por su pequeño cuerpo no debía de ser sano. Con una mano, que seguía temblando de la sorpresa, suavemente le tocó el rostro a Winky. Su piel arrugada estaba fría y Ana deseó poder ayudarla un poco, al menos despertarla antes de que algún otro lo hiciese con brusquedad.
Una oleada de cansancio recorrió su cuerpo de manera repentina e hizo que se tambaleara hacia atrás, no pudiendo soportar la pesadez de su cuerpo. Un jadeo de sorpresa dejó sus labios y su visión se volvió tan borrosa que pensó que se estaba quedando ciega. Pero no. Era solamente cansancio. Y por ello se dedicó a cerrar los ojos por unos segundos. Estaba terriblemente agotada...
Sin embargo, luego de lo que parecieron dos segundos, Ana escuchó un suave susurro que la llamaba urgentemente para que se despertara, entonces lo hizo. Lentamente abrió los ojos y su mirada se chocó contra la de James que parecía aliviado de que se hubiese despertado.
—Gracias a Dios, no sabía qué más hacer...
—¿Qué...?
—Te desmayaste por unos cinco minutos —explicó James ayudándola a levantarse con lentitud, sosteniéndola por su cintura para que tuviera balance.
«¡¿Cinco minutos?!» Ana no podía creer lo que había escuchado. Eso no se había sentido como cinco minutos, se había sentido como dos segundos, y hasta eso era decir mucho. Con una expresión de incredulidad miró hacia su alrededor para poder entender lo que estaba sucediendo y notó que varias cosas habían cambiado. Ludo Bagman había hecho su aparición en la escena y parecía bastante sorprendido con lo que se había encontrado; Winky estaba despierta y Amos Diggory la estaba reprochando con un tono de voz elevado.
Eso último hizo que reaccionara.
—¡Ey, oiga! ¿Por qué le grita a Winky? —inquirió Ana saliéndose del agarre de James y cubriendo a la elfina con su propio cuerpo, del los ataques verbales del adulto. El señor Diggory la miró sorprendido pero rápidamente señaló a Winky con su mano.
—Aquella elfina si no ha invocado la marca entonces ha visto quién lo ha hecho, ¡y debe decirnos quién!
Tal vez Ana no sabía la historia completa, pero lo que sí sabía era que aquel hombre no debería estar gritándole a Winky de esa forma —menos cuando parecía estar muy asustada—, así que pensó en decírselo a su rostro cuando el señor Crouch interrumpió.
—Amos —dijo secamente—, soy plenamente consciente de que lo normal, en este caso, sería que te llevaras a Winky a tu departamento para interrogarla. Sin embargo, te ruego que dejes que sea yo quien trate con ella.
El señor Diggory no pareció tomar en consideración aquella sugerencia, pero era evidente que el señor Crouch era un miembro del Ministerio demasiado importante para decirle que no.
—Puedes estar seguro de que será castigada —agregó el señor Crouch fríamente.
Ana se tensó y resguardó aún más a Winky detrás suyo. ¿Qué le haría?
—A... a... amo... —tartamudeó Winky, mirando al señor Crouch, sin haberse movido de detrás de Ana, con los ojos bañados en lágrimas—. A... a... amo, se lo ruego...
—No le haga daño —masculló Ana sin dejar de mirarlo fijamente mientras Crouch la miraba con seriedad y una mueca de repudio en sus labios. El hombre bajó su mirada a Winky y Ana no vio ni un rastro de piedad en su mirada.
—Winky se ha portado esta noche de una manera que yo nunca hubiera creído posible —dijo despacio—. Le mandé que permaneciera en la tienda. Le mandé permanecer allí mientras yo solucionaba el problema. Y me ha desobedecido. Esto merece la prenda.
—¡No! —gritó Winky, saliendo del encubrimiento de Ana y postrándose a los pies del señor Crouch—. ¡No, amo! ¡La prenda no, la prenda no!
Ana no tenía ni la menor idea de lo que la prenda significaba pero parecía ser terrorífico si le sacaba tal reacción a la elfina.
—¡Pero estaba aterrorizada! —saltó Hermione indignada, mirando al señor Crouch y se colocó al lado de Ana—. ¡Su elfina siente terror a las alturas, y los magos enmascarados estaban haciendo levitar a la gente! ¡Usted no le puede reprochar que huyera!
El señor Crouch dio un paso atrás para librarse del contacto de Winky, a la que miraba como si fuera algo sucio y podrido que le podía echar a perder los lustrosos zapatos. Ana sintió asco hacia el hombre al notar aquello.
—Una elfina que me desobedece no me sirve para nada —declaró con frialdad, mirando a ambas amigas—. No me sirve para nada un sirviente que olvida lo que le debe a su amo y a la reputación de su amo.
Los puños de Ana se apretaron en ambos lados de su cuerpo y estuvo preparada en soltarle varias palabrotas al señor Crouch, cuando James apoyó una mano sobre su hombro. Se veía totalmente serio mientras observaba de reojo a Winky llorar.
—Llevaremos a los nuestros a las tiendas, si no hay nada más que decir. Amos, te pediré que le devuelvas la varita a Harry si es que lo permites...
Ana no sabía cómo el señor Diggory había tomado posesión de la varita de Harry pero se la devolvió al chico sin decir palabra.
—Vamos, ustedes cuatro —les dijo en voz baja el señor Weasley. Pero ni Ana ni Hermione querían moverse. No apartaban la vista de la elfina, que seguía sollozando—. ¡Niñas! —la apremió el señor Weasley. Ambas se volvieron y siguieron al grupo, que dejaban el claro para internarse entre los árboles.
—¿Cómo puede tratar a Winky de esa forma tan aberrante? —inquirió Ana con incredulidad—. ¡Me da tanta rabia!
—... Y el señor Diggory, sin dejar de llamarla «elfina»... ¡el señor Crouch! ¡Sabe que no lo hizo y aun así la va a despedir! Le da igual que estuviera aterrorizada, o alterada... ¡Es como si no fuera humana!
—Es que no lo es —repuso Ron.
Ambas amigas lo miraron con los ojos brillantes.
—Eso no quiere decir que no tenga sentimientos, Ron. Da asco la manera...
—Y estamos totalmente de acuerdo con ustedes —James interrumpió a Hermione, apoyando sus manos en las espaldas de ambas chicas para que apresuraran su paso—. Lamentablemente, no estamos en el mejor sitio para discutir tales temas.
—Necesitamos llegar a las tiendas lo más pronto posible —añadió el señor Weasley—. ¿Qué ocurrió con los otros?
—Los perdimos en la oscuridad —explicó Ron—. Papá, ¿por qué le preocupaba tanto a todo el mundo aquella cosa en forma de calavera?
—Se los explicaremos en la tienda —contestó el señor Weasley con cierto nerviosismo y James asintió.
Pero cuando llegaron al final del bosque no los dejaron pasar: una multitud de magos y brujas atemorizados se había congregado allí, y al ver aproximarse a James y al señor Weasley muchos de ellos se adelantaron.
—¿Qué ha sucedido?
—¿Quién la ha invocado?
—¡No será... él!
—Por supuesto que no es él —contestó el señor Weasley sin demostrar mucha paciencia—. No sabemos quién ha sido, porque se desaparecieron. Ahora, por favor, perdónenos. Queremos ir a dormir.
Atravesaron la multitud seguidos de Ana, Hermione, Harry y Ron, y regresaron al camping. Ya estaba todo en calma: no había ni rastro de los magos enmascarados, aunque algunas de las tiendas destruidas seguían humeando.
Remus, Sirius y Charlie se encontraban hablando seriamente frente de la carpa de los Weasley, y cuando observaron al grupo acercarse, ambos adultos trotaron hacia ellos y Remus abrazó a Ana con preocupación.
—Charlie nos dijo que no habían llegado a la tienda, ¿Dónde estaban?
—Primero entremos —pidió James, visiblemente cansado. Todos asintieron y se agacharon para adentrarse e la tienda.
Bill estaba sentado a la pequeña mesa de la cocina, aplicándose una sábana al brazo, que sangraba profusamente. Percy hacía ostentación de su nariz ensangrentada, y ahora que veía por la luz, Ana vio que Charlie tenía un desgarrón muy grande en la camisa, Sirius tenía el labio partido y Remus cojeaba de una pierna. Fred, George y Ginny parecían incólumes pero asustados.
—¿Los han atrapado? —preguntó Bill de inmediato—. ¿Quién invocó la Marca?
—No, no los hemos atrapado —repuso el señor Weasley—. Hemos encontrado a la elfina del señor Crouch con la varita de Harry, pero no hemos conseguido averiguar quién hizo realmente aparecer la Marca.
—¿Qué? —preguntaron al mismo tiempo Remus, Sirius, Bill, Charlie y Percy. Todos parecían incrédulos.
—¿La varita de Harry? —dijo Fred.
—¿La elfina del señor Crouch? —inquirió Percy, atónito.
Con ayuda de Harry, Ron y Hermione —Ana mucho no pudo contar porque al parecer había estado inconsciente la mayor parte del tiempo—, James y el señor Weasley les explicaron todo lo sucedido en el bosque. Al finalizar el relato, Percy se mostraba indignado.
—¡Bueno, el señor Crouch tiene toda la razón en querer deshacerse desemejante elfina! —dijo—. Escapar cuando él le mandó expresamente que se quedara... Avergonzarlo ante todo el Ministerio... ¿En qué situación habría quedado él si la hubieran llevado ante el Departamento de Regulación y Control...?
—Ella no hizo nada... —lo interrumpió Hermione con brusquedad—. ¡Sólo estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado!
Ana asintió, dándole la razón y frunció el ceño al chico, que parecía estar desconcertado.
—¡Hermione, un mago que ocupa una posición cómo la del señor Crouch no puede permitirse tener una elfina doméstica que hace tonterías con una varita mágica! —declaró Percy pomposamente.
—¡No hizo tonterías con la varita! —gritó Hermione—. ¡Sólo la recogió del suelo!
—Para luego ser tratada con tan poco respeto —añadió Ana con furia.
—Bueno, ¿puede explicar alguien qué era esa cosa en forma de calavera? —pidió Ron, impaciente—. No le ha hecho daño a nadie... ¿Por qué le dan tanta importancia?
—Ya te lo dije, Ron, es el símbolo de Quien-tú-sabes —explicó Hermione, antes de que pudiera contestar ningún otro—. He leído sobre el tema en Augey calda de las Artes Oscuras.
—Y no se la había vuelto a ver desde hacia trece años —añadió en voz baja el señor Weasley—. Es natural que la gente se aterrorizara... Ha sido casi cómo volver a ver a Quien-tú-sabes.
—Sigo sin entenderlo —dijo Ron, frunciendo el entrecejo—. Quiero decir que no deja de ser simplemente una señal en el cielo...
—Ron, Quien-tú-sabes y sus seguidores mostraban la Marca Tenebrosa en el cielo cada vez que cometían un asesinato —repuso el señor Weasley—. El terror que inspiraba... No puedes ni imaginártelo: eres demasiado joven. Imagínate que vuelves a casa y ves la Marca Tenebrosa flotando justo encima, y comprendes lo que estás a punto de encontrar dentro...
La mirada de Ana pasó sutilmente hacia James, Remus y Sirius, y pudo notar la tensión y tristeza abarcar cada parte de sus rostros como si supieran exactamente cómo aquel sentimiento se sentía. Y Ana tenía la certeza de que eso era exactamente lo que sucedía.
Se hizo el silencio. Luego Bill, quitándose la sábana del brazo para comprobar el estado de su herida, dijo:
—Bueno, quienquiera que la hiciera aparecer esta noche, a nosotros nos fastidió, porque los mortífagos echaron a correr en cuanto la vieron. Todos se desaparecieron antes de que nosotros hubiéramos llegado lo bastante cerca para desenmascarar a ninguno de ellos. Afortunadamente, pudimos tomar a la familia Roberts antes de que dieran contra el suelo. En estos momentos les están modificando la memoria.
—¿Mortífagos? —repitió Ana confundida—. ¿Qué son los mortífagos?
—Es como se llaman a sí mismos los partidarios de Quien-tú-sabes —explicó Bill—. Creo que esta noche hemos visto lo que queda de ellos; quiero decir, los que se libraron de Azkaban.
—Pero no tenemos pruebas de eso, Bill —observó el señor Weasley—, aunque es probable que tengas razón —agregó, desesperanzado.
El estómago de Ana dio un vuelco y sintiéndose un poco enferma, decidió salir de la tienda a paso apurado.
Había algo tan desmoralizador en aprender acerca todas las imperfecciones del mundo mágico que el gusto amargo no se iba de su boca. No solamente había aprendido que los magos y brujas veían como algo común tener sirvientes —a los que ni les pagaban por lo que podrían hasta considerarse esclavos—, y no movían ni un cabello para cambiar ese sistema tan enfermizo; pero también que aún habían personas que creían en las ideologías de un hombre tan repugnante y cruel como Voldemort. ¿Cómo era que los más vulnerables no estaban protegidos bajo la ley? ¿Cómo era que debían soportar las miradas de los demás? ¿Por qué debían hacerlo?
—¿Ana...? ¿Estás bien? —preguntó Harry, apareciendo detrás de ella, y siendo bienvenido por la fría brisa que viajaba por el aire.
—Esto apesta.
Harry abrió la boca pero sin saber qué decir, asintió y metió sus manos en los bolsillos de sus pijamas.
—Sí.
Ana suspiró y dejando de observar el cielo oscuro, se dio vuelta para observar con determinación a Harry, que la miraba con atención.
—Y lo voy a arreglar —afirmó Ana. Harry sonrió.
Sintiendo cómo la adrenalina de encontrarse en una escena de un crimen se iba disminuyendo, un bostezo dejó los labios de Ana y señaló la tienda que se encontraba al lado de la que estaban enfrentando.
—Me voy a dormir...
Pero antes de que pudiese dar siquiera dos pasos, Harry colocó una mano sobre su hombro con el ceño fruncido.
—¿Estás segura de que te sientes bien? Digo, a partir de todo lo demás, te desmayaste cuando posaste tu mano en Winky...
Ana frunció su entrecejo y lo miró aturdida.
—¿Cuando...? —Ana recordó lo que había sucedido y un escalofrío recorrió su cuerpo, haciendo que mirase hacia la luna que se escondía detrás de las voluminosas nubes oscuras. Sin embargo, una débil sonrisa se posó en sus labios y enfrentó a Harry—. Sí. Nos vemos mañana...
Sin dejar que Harry pudiese reprochar su extraña actitud, Ana se escurrió por la oscuridad hacia el interior de la tienda, que era un cálido cambio de atmósfera del que recién había escapado.
Mirando su mano con cierto extrañamiento, decidió que aquel misterio sería problema para su futuro yo, porque ya no había signo en su cuerpo de que pudiese sobrellevar otra sorpresa. No esa noche.
Y sin perder más tiempo, se tiró encima de su cama, cerrando los ojos y perdiéndose en un profundo sueño. Lejos de la magia, y más importante, lejos de la luna.
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HOLA
todavía es viernes así que no llegué tarde o(-< me había olvidado que era viernes, es una semana rara no se burlen
ah también mentí el capítulo anterior, no llegamos todavía a hogwarts rip pero les prometo ahora sí que el próximo llegan allá ¿y cómo sé eso? porque ya escribí el capítulo esaaa estoy a full B)
les voy a contar algo, un dato pero bueno: empecé a hacer comisiones —de arte of course— pq quiero money, re directa era perdón, y también a hacer stickers !!! graphic design is my passion !!!
bueno listo me voy, ¡espero que les haya gustado el capítulo! muchas gracias por el apoyo, esta semana tenemos muchos nuevos lectores ♥ so thank you ♥
nos vemos la próxima semanaa
•chauuu•
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