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𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐟𝐨𝐮𝐫

"Caras nuevas"

La vendedora del puesto de comestibles guardó las zanahorias en la canasta de mimbre y se la tendió a Ana.

—Ten un buen día.

—¡Igualmente!

Ana y Hilda habían decidido aquella mañana en comprar en la feria toda la comida que necesitarían para la semana, dado que en aquellos puestos todo se encontraba más barato que en las tiendas. Y luego de que Hilda le hubiese explicado a Ana que debían comenzar a ahorrar porque todo había comenzado a ser demasiado caro, la niña se había tomado aquella tarea muy a pecho. Siempre buscando el puesto que tuviese el menor precio en sus productos.

Mientras caminaba por las calles en busca de su abuela, Ana se encontraba entre la multitud de personas que habían tenido la misma idea que las dos. El aire estaba inundado de fragancias, desde frutas a especias, flores a bebidas artesanales. Habían más colores que espacios libres y el silencio no parecía ser un amigo de ninguna esquina.

Los vendedores gritaban sus ofertas y los clientes demandaban una negociación para aquellos precios que les parecían dudosos. Una señora con un ramo de flores extravagantes pasó por la izquierda de Ana y cuando algunas de las plantas chocaron contra su rostro, un estornudó dejó su cuerpo haciendo que sus compras saltaran en la canasta.

—Ugh... —Ana se sorbió la nariz y después se paró en puntitas de pie para buscar a su abuela entre la multitud que parecía más abundante que antes.

Era positivo decir que Ana solamente había crecido un centímetro durante el verano y no le estaba gustando para nada aquel detalle, porque esta vez cuando un hombre de alta estatura se chocó contra su hombro sin pedir disculpas, Ana se tambaleó hacia atrás y cayó de cola al suelo.

Afortunadamente sus compras seguían en la canasta, burlándose de que ella hubiese sufrido las consecuencias de la gran multitud.

Roja de la vergüenza iba a levantarse por sí sola cuando una mano se acercó a su rostro para que la tendiese. Mirando hacia arriba con los ojos entrecerrados por el sol, reconoció a la persona inmediatamente.

—¡Harry!

El chico había crecido durante el verano a diferencia de ella. Su cabello oscuro estaba un poco más crecido y aunque estuviese despeinado, era obvio que si lo tocaba sería muy suave. Su piel naturalmente bronceada, ahora se encontraba un tajo más colorida por el sol del verano. Como un marrón mezclado con dorado a causa de los rayos de sol que lo salpicaban de la mejor forma. Sin embargo, sus ojos verdes no habían cambiado como la sonrisa amable y tímida que posaba en sus labios.

—Deberíamos dejar de encontrarnos así o nos acostumbraremos... —dijo él y Ana sonrió mientras tomaba su mano para darse un empujón hacia arriba.

—¡Pero si a mí me encanta encontrarnos así! Siempre en los momentos más incómodos... —rió ella y se sacó el polvo de sus bermudas—. ¿Qué haces aquí?

—Comprando —explicó él con obviedad y Ana chasqueó la lengua. Obviamente estaba comprando, ¿qué clase de pregunta había sido esa?—. Papá quería comprar algunas verduras frescas porque dice que las de aquí son las mejores, las llevaremos mañana a lo de los Weasley. Iremos con ellos a los Mundiales, ¿te ha invitado Ron?

Ana recordó aquella misma mañana antes de siquiera poder desayunar cuando una pequeña bola con alas se había avecinado por la ventana llena de hiperactividad y había vuelto loca a Limonada. La pequeña lechuza había llevado una carta de parte de Ron que le decía que su padre había conseguido entradas para el final del Mundial de quidditch —aparentemente Irlanda contra Bulgaria—, que tomaría lugar el lunes a la noche y ella estaba invitada, si es que James y Harry no se habían adelantado. Para la suerte de Ron, James y Harry habían estado tan ocupados dándole vueltas a la idea ya que no sabían si Ana le gustaría atender el evento que nunca le presentaron la idea.

—Sí, iré mañana a su casa, podemos ir juntos —propuso ella mientras caminaban entre las personas, ahora ella un poco más segura por estar acompañada de su amigo. Harry asintió.

—Sí, claro. Sirius y Remus también vendrán, todos tenemos entradas pero no sabíamos si tú querrías ir... —murmuró Harry avergonzado y Ana rió.

—Ah, sí, quidditch, mi deporte favorito... —dijo ella con gracia y se encogió de hombros—. Iré para pasar tiempo con ustedes, eso sí me divierte.

Harry sonrió satisfecho y continuaron caminando, con él diciendo quién creía que iba a ganar en el Mundial, cuando unas voces los hicieron levantar la mirada.

Ana movió su cabeza para buscar a las personas pertenecientes a las voces y suspiró con alivio al ver a su abuela hablar con James mientras inspeccionaban unas cerezas que parecían muy dulces y jugosas.

La última vez que había visto a James Potter había sido unas semanas atrás cuando había invitado a las Abaroa a una deliciosa cena. Ana debía admitir que la comida de James y su abuela se convergían de la mejor manera. Se preguntaba cómo haría su futura yo para vivir lejos de la comida de ambos porque por ahora estaba teniendo el hábito de acostumbrarse al pollo tikka masala de James —que era ilegalmente delicioso—, o el dulce chumbeque de su abuela. Se le hacía agua la boca de tan solo pensar en aquellos platos.

Se acercaron a ellos y para su sorpresa, cuando James se dio vuelta hacia ellos una vez que Hilda los había saludado, Ana vio la barba y bigote que le había crecido. Con la mandíbula en el suelo, tuvo que preguntar.

—¡Solo te vi una semana atrás...! ¡Cómo...!

James rió y se pasó una mano sobre su barba estilizada y mediana que cubría la mitad de su rostro.

—Ayer por la noche tuve una epifanía y necesitaba ver cómo me quedaba la barba, ¡resultó ser un éxito!

—Te ves encantador, querido —afirmó Hilda y Ana le dio la razón.

—Como Papá Noel pero con estilo.

James se tomó su estómago y se dobló un poco hacia atrás.

—¡Ho, ho, ho...!

—¿Dónde está Sirius cuando lo necesitamos? —inquirió Harry divertido—. Tal vez y no te deje vivir en paz nunca más después de esto...

James lo miró con advertencia.

—Ni se te ocurra —su expresión rompió en una sonrisa cuando su mirada chocó contra la de Ana, risueñamente—. Hilda me ha contado que irás a los Mundiales, ¡te llevaremos nosotros! ¿Qué dices?

—¡Genial!

Ambas familias siguieron con sus compras acompañadas de la otra, mientras se contaban mutuamente las noticias que habían recibido durante la semana que no se habían visto. Por ejemplo, James le contaba a Hilda que Remus había estado preparando los temas que enseñaría en su segundo año como profesor en Hogwarts y que se lo veía terriblemente feliz de haber conseguido otra oportunidad. Y por el otro lado, Ana le contaba a Harry todo lo que había descubierto acerca de Faith a la par que él le contaba acerca de su propia madre, y cómo James la había descrito todos esos años que Harry había preguntado por ella.

Lily Evans había sido una chica extremadamente inteligente y dulce que al parecer se había disgustado de James por lo menos los primeros cinco años en que se habían conocido. Siendo ella la perfecta estudiante, había mirado con recelo las travesuras de James y sus amigos, y hasta con unas duras palabras por decirles. A Ana, aquel detalle le hizo recordar a Hermione. Siempre lista para dar su opinión y demostrar a qué morales seguía.

Sin embargo, luego de que terminara con su amistad con Snape —algo que mantuvo atónita a Ana por unos segundos porque ¿cómo alguien podía ser amigo de una persona tan... desagradable? Ella no sabía—, la chica había mantenido una amistad más cercana a los Merodeadores, y por ende, James.

—Enemigos a enamorados... —murmuró Ana pensante y con una pequeña sonrisa—. Nana adora esas novelas, le gusta mucho Orgullo y Prejuicio... pero debo admitir que a mí no me gustan mucho las novelas románticas. Son muy lentas...

Harry sonrió y se encogió de hombros.

—Por lo que me dijo papá, a él siempre le gustó mamá, era ella quien tenía un poco de sentido común.

James dejó salir un ofendido '¡Ey!' y los tres demás rieron ante su reacción.

Luego de las compras y que las familias se separaran, el día transcurrió de manera normal. Mientras que las canciones de Madonna sonaban en la radio y Ana meneaba su cabeza a "Material Girl" por decimoquinta vez en el día, cepillaba el sucio cabello de Basil.

Como el gato ya se encontraba viejo y por su poca movilidad —que solamente consistía en bajar del sillón para comer y hacer sus necesidades—, había dejado de bañarse por su cuenta y a consecuencia de aquello, Ana había tenido que comenzar a darle un cuidado más estricto que antes. Cada tarde lo cepillaba, mimaba y le hacía tomar agua para que estuviese hidratado. Esto también traía otro tipo de consecuencias que encontraba muy gracioso: Limonada se encontraba completamente envidiosa de la nueva atención que el gato estaba teniendo y hacía lo posible para que Ana la tratase mejor que cualquiera. Por eso, ahora le estaba rogando a la niña que la llevase a dar un paseo mientras arrastraba su correa por el suelo.

—Limón, nana ya te llevó hoy a la madrugada, no puedes llorar siempre por tus caprichos —la reprochó ella mientras sentía a Basil ronronear bajo sus suaves cepilladas. El gato parecía más que satisfecho con el cariño que Ana le estaba dando.

Limonada ladró ofendida y dejó de mover su cola y sus largas orejas se fueron más hacia abajo. Sin embargo, la vieja spaniel ideó un plan tan rápido como comía su propia comida y levantó una pata como amenaza. Ana soltó el cepillo con alerta y se levantó de un salto de su asiento.

—¡Limonada, no!

Ana tomó a la perra en sus brazos y corrió hacia la entrada mientras la correa se zarandeaba entre sus piernas.

—¡Nana voy a llevar a Limonada a caminar!

—¡No más de una hora querida!

Ana cerró la puerta detrás suyo y rendida dejó a Limonada en el suelo. No sabía cómo había aprendido a comportarse como un gato pero debía de tener más cuidado o en cualquier momento estaría siendo más caprichosa y autoritaria que cualquiera que conociese. Por el otro lado, Limonada estaba contenta con su previa actuación y meneaba su cola con alegría mientras su dueña caminaba fuera del pequeño patio delantero hacia la vereda.

Todavía había luz afuera y el suave brillo de los rayos de sol se reflejaban en los grandes edificios y ventanas de ellos. Las copas de los árboles estaban bañadas en la luz y el aire del verano no pensaba irse en ningún momento. Ana debía de admitir que había sido uno de los veranos menos lluviosos de la época y se encontraba agradecida por ello. Por mucho que le gustaban los días lluviosos, no tenía buenos recuerdos con la lluvia y Londres por mucho que quisiese dejar el pasado en el pasado. Aún extrañaba a su antiguo paraguas.

—Buenas tardes, Ana querida —la saludó su vecina, la señora Mandel.

La señora estaba en sus setenta y su postura estaba un poco torcida, dándole un aspecto más pequeño de lo que en realidad era. Su piel acaramelada se encontraba arrugada y llena de pequeños lunares que formaban las más interesantes constelaciones. Sus ojos eran algo pequeños pero igual de dulces que ella, le hacían acordar a almendras. Por el color y la forma. Siempre vestía floreados vestidos que parecían hechos a mano por lo increíblemente detallados que eran. Simplemente preciosos.

Uno de los talentos ocultos de Ana, que preferiría mantener siempre a oscuras para no pasar vergüenza por el que lo supiera, era que entablar conversaciones con gente mayor se le era más fácil que hablar con personas de su edad. Era humillante pero siempre podía contar con ganar un par de dulces luego de alegrarle el día a alguien anciano. Además, a veces no te oían así que podías decirle cualquier cosa sin que tuviesen que entenderlo.

—Buenas tardes, señora Mandel, ¿cómo se encuentra?

—Muy bien, muy bien, ¿otra vez llevando a la pequeña Limonada a pasear? Si mal no recuerdo, Hilda la ha llevado hoy por la mañana mientras regaba mis laureles rosas.

Ana suspiró y miró de reojo a su mascota antes de buscar en su garganta la voz más suave y dulce posible.

—Limonada es muy malcriada.

Limonada, claramente, no comprendió lo que Ana había dicho pero sí siguió moviendo su cola contenta por el dulce tono que había empleado su dueña al decir su nombre. La señora Mandel rió encantada y en ese momento una figura apareció por la puerta de su casa y se posó a su lado, justo detrás del arbusto de laureles.

—Abuela me voy yendo, aún necesito encontrar una zapatería antes que cierren —dijo la nueva persona levantando una bolsa de papel que al parecer contenía un par de zapatos.

La señora mayor frunció sus labios y apoyó ambos puños en sus caderas.

—¿Por qué no dejas que yo los arregle? No me costará nada, cariño.

La voz dejó salir un resoplido y Ana dio un paso hacia delante, buscando cómo verle el rostro.

—Sabes cómo es papá, muy quisquilloso con sus zapatos.

Al parecer, Limonada se estaba volviendo impaciente de que no estuviesen ya deambulando por la calle, que hizo su segundo caos del día. Un récord: ladró para llamar la atención de Ana.

—¡Oh! —la señora Mandel pareció recordar que había estado hablando con Ana porque se volvió hacia ella con una gran sonrisa—. ¿Por qué no dejas que Ana te lleve, Dalia? Es mi nueva vecina, junto a Hilda. Estoy segura de que ella conoce mejor Londres que tú.

El momento en que la tal Dalia se hizo ver, Ana sintió su alma ascender al cielo por unos segundos. Era la chica más preciosa que había visto en su vida.

Era un poco más alta que Ana, pero había poca gente que era más baja que ella que conociese, su cabello era de un color azul verdoso, claramente teñido, que estaba estilizado para que tuviese cabellos más cortos delante que atrás además de su flequillo despeinado. Su piel era igual de acaramelada que su abuela, pero sin arrugas. Sus ojos eran del mismo color almendrado pero joviales y astutos, no como los dulces de la señora Mandel. Llevaba puesto una camisa interesante, con cada pieza de diferentes colores pero el mismo patrón de rayas. Y tenía puesto unos jeans que parecían ser un poco más grandes de lo deseado pero igualmente le quedaban muy bien, acompañados de unas zapatillas deportivas blancas.

Sin embargo, al darse cuenta de que debería hablarle, Ana maldijo los caprichos de Limonada y deseó no estar allí en esos momentos. Pero al saber que su abuela no le dejaría de reprochar por no ayudar a una vecina, se rindió y asintió, tratando de enmascarar su decepción.

—Sí, claro...

Luego de que Dalia saludara a su abuela, siguió a Ana que había comenzado a caminar buscando en su memoria la dirección de una zapatería. Necesitaba que su memoria no la traicionase y le sirviese de una vez por todas porque si no la humillación que la seguiría sería tremenda. Y por alguna razón quería impresionar a Dalia con sus vastos conocimientos como si ello pudiese servirle de algo.

Pero cuando se alejaron lo suficiente de ambas casas donde la señora Mandel ya no podía verlas, Dalia se paró en sus talones y le dio la cara a Ana con una ceja alzada, cuando ella la miró.

—Mira, ya no nos ve, podemos ir en diferentes direcciones. Estoy segura de que puedo encontrar una zapatería por mí misma sin tu ayuda. Además, no entiendo porqué dijiste que sí cuando está claro que te mueres por largarte.

Ana abrió la boca pero nada salió, solamente su rostro comenzó a tornarse rojo. Así que debía comenzar a mejorar su actuación porque al parecer no era muy sutil.

La chica de cabello fantasioso se dio media vuelta para cruzar la calle cuando Ana la detuvo con una pequeña exclamación.

—¡Espera, no! —tiró de una de las mangas de su colorida camisa e hizo que Dalia la mirase incrédula—. Puede que no estuviese en mis planes acompañarte pero me sentiría mal si no te llevo...

Los ojos castaños de Dalia la miraron de reojo y un resoplido dejó sus gruesos labios antes de seguir caminando por donde Ana se había estado dirigiendo.

—Qué complicado complejo de héroe tienes.

Ana entrecerró los ojos y caminó a su lado.

—¿No eras una damisela en apuros? Lo siento por asumir —dijo Ana con un toque de ironía. No lo notó pero una pequeña sonrisa se asomó por la comisura de los labios de Dalia.

La trayectoria pasó en un silencio, sorprendentemente, cómodo. Ana estaba complacida consigo misma luego de recorrer por un tiempo las calles sin perderse y debía de admitir que después de dos veranos en aquel barrio, podía decirse que le estaba ganando la mano a Londres. Aunque tal vez tuvo que preguntarle repetidamente a personas dónde se encontraban distintas calles. Pero en su defensa, necesitaba doble confirmación de que estaba en lo correcto.

Por el otro lado, al estar más cerca de Dalia, Ana podía notar más detalles de ella que antes. Por ejemplo, ahora que veía su perfil lateral, sabía que su nariz era refinada —bastante diferente con toda la estética que envolvía a la chica— y le daba un toque más elegante a la chica. También tenía varios aritos en sus orejas que brillaban ante la luz del sol con su destellos dorados a causa del color del metal. Ana presentía que estaban bañados en oro pero no estaba segura. Dalia tenía maquillaje en sus ojos además, una reluciente sombra de color rojiza acompañada de un suave delineado en la parte superior de sus ojos. Y como su abuela, algunos lunares estaban salpicados en su rostro.

—¿Vas a seguir mirándome o quieres ser atropellada por un auto?

Ana saltó en su lugar al ser descubierta y abrió los ojos bien grande al darse cuenta en la situación que se encontraba. Limonada se había detenido detrás de ella mientras que ella misma había seguido caminando, y Dalia la miraba con una ceja encarada mientras su vista se movía de ella a la calle delante suyo. El semáforo estaba en rojo.

—Perdón... —Ana se disculpó y luego dejó de mirar a la chica para no pasar más vergüenza. Decidió cambiar de tema mientras esperaban a que todos los autos terminaran de pasar—. ¿De dónde eres si no eres de aquí?

Dalia la miró con cautela y se encogió de hombros mientras se cruzaba de brazos, impaciente por que el semáforo cambiara de color.

—España.

El semáforo se volvió verde y Limonada ladró para comenzar a tirar de la correa mientras caminaba delante de Ana.

—¿En serio? —inquirió Ana con sorpresa y curiosidad—. No tienes acento...

Dalia pareció acostumbrada a aquel comentario pero trató de ser sutil acerca de su cansancio e irritación hacia él. Sin embargo, no pudo evitar rodar los ojos.

—Trilingüe; español, inglés y ladino. Mejor nota de mi clase en inglés.

Ana sonrió encantada ante aquella información.

—Yo sé un poco de español... ejem...: Hola, ¿cómo estáis vuestra abuela?

Dalia apretó sus labios en una línea fina para obstruir una pequeña risa ante el acento y mala formación de palabras de Ana, pero se contuvo y asintió.

—Podría confundirte con una española, claramente.

Ambas se miraron de reojo y enseguida rompieron a risas. Las pocas personas que se encontraban caminando por la calle miraron a ambas niñas con una mezcla de curiosidad e irritación pero nadie dijo nada y siguieron con sus días mientras las dos seguían riendo hasta que el estómago de Ana comenzó a doler y Limonada quería seguir caminando.

—Mejor me quedo con latín...

Dalia dejó salir una risa nasal y siguió caminando junto a Ana, metiendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones. Una suave brisa chocó contra su nuca e hizo que sus cabellos azulados volaran sobre su rostro.

—¿Y tú de dónde eres? —le preguntó llamando la atención de Ana, que la miró confundida.

—De aquí.

Dalia negó pero su sonrisa nunca se fue.

—Me refería a la razón de porqué le has preguntado a cada persona que hemos encontrado las direcciones.

—Oh...

Ana se volvió a poner roja y miró hacia delante, concentrándose en Limonada que seguía meneando su cola. Habían muchas razones para aquello ¿pero cuál le podía decir a la chica que recién había conocido? ¿que su padre había fallecido y habían decidido moverse de ciudad? ¿que había elegido a la peor guía y así destruir su primera impresión?

—No paso mucho tiempo aquí —explicó Ana un poco nerviosa—. El resto del año lo paso en una escuela pupilo.

Dalia frunció su ceño e inspeccionó a Ana de pies a cabeza sin poder creerse lo que había oído. Ana quedó un poco ofendida ante la implicación de su mirada pero decidió pasarla por alto y enseguida señaló a una tienda que se encontraba en la otra vereda, reconociéndola inmediatamente.

—Ahí está la zapatería del señor Snyder, es el pequeño edificio verde de allí, el que tiene ese cartel viejo...

Dalia asintió y se acomodó un mechón detrás de su oreja, no sabiendo exactamente qué decir.

—Eh, gracias.

Ana se encogió de hombros con una sonrisa y Dalia se dio la vuelta para cruzar la calle antes de que algún auto pasase antes que ella.

—¿Dalia? —la llamó Ana y la chica se dio vuelta, haciendo que sus aros brillaran contra el sol—. Fue un gusto conocerte.

Ana no supo qué descifrar de los ojos de Dalia pero no pasó por alto la pequeña sonrisa que se posó en sus labios antes de que se volviese hacia la calle.

—Nos vemos, española.

Una risa dejó a Ana y se dio media vuelta para seguir cumpliendo los deseos de Limonada, caminando por la calle con un sentimiento más risueño del con que había comenzado ese paseo.

•      •      •

Ana no sabía cuánto más su paciencia podía esperar y su cuerpo se estaba durmiendo mientras descansaba en el sofá y escuchaba a Basil ronronear en su canasta de mimbre.

Ya era el día siguiente, específicamente las doce del mediodía, y Ana estaba esperando a que James y Harry aparecieran en su sala de estar para llevarla con los Weasley. Esa sería la primera vez que visitaba la casa de la familia de pelirrojos y estaba emocionada por ello. Al parecer, Harry había visitado la casa —a la cual la llamaban La Madriguera—, varias veces en los años anteriores y la había adorado con toda su alma. Siempre la describía como la mejor casa de todas y eso ponía en los cielos a la imaginación de Ana, que estaba segura que la casa cumpliría con sus expectativas y tal vez más.

—¿Por qué no tomas una taza de café antes de ir? —preguntó Hilda mientras entraba a la habitación y observaba los ojos de Ana cerrarse—. No te veré hasta Navidad y no quiero que la primera noticia que tenga de ti sea que te dormiste y no saludaste a nadie.

Se había quejado tantas veces en el día que Ana optó por levantarse y mirar a su abuela antes de bostezar.

—No puedo, llegarán en cualquier momento y...

Y se escuchó el sonido de ropa golpeando contra el viento cuando una figura salió de la chimenea y sacó volando algunas cenizas que Ana no había limpiado antes. Harry tosió algunas cenizas y Ana evitó la mirada de su abuela mientras iba a saludarlo.

—¡Harry! Vamos...

Harry negó y saludó a Hilda.

—Hola, señora Abaroa —le sonrió y luego de que ella lo saludara se volvió a Ana—. Hay que esperar a papá que ya debería de estar...

En ese momento, James apareció por la chimenea, igual de impecable que siempre aunque con su cabello oscuro despeinado. Ahora ya no tenía su barba y solamente había dejado un leve bigote entre su nariz y labios. Ana no tardó en apuntar aquello.

—¿Qué pasó con la barba? ¿Por qué ahora te pareces a Freddie Mercury?

James suspiró como si fuese un recuerdo doloroso el de su barba y se tocó el rostro una vez que saludó a Hilda con un beso en su mejilla.

—Me empezó a dar comezón así que tuve que cambiarlo a un simple bigote... ¿Quién es Freddie Mercury y por qué me suena tanto?

—Queen —le recordó Ana, mientras James se alegraba por haber recordado al cantante y le preguntaba a Harry si en serio se veía como Mercury. La niña se giró hacia su abuela y abrió sus brazos—. Nos vemos en Navidad, nana, te escribiré para contarte acerca del partido...

Hilda le sonrió y la atrapó en sus brazos, sosteniendo a su nieta con cariño entre su pecho.

—Cuídate mucho, Anita. Si es que necesitas cualquier cosa no dudes en mandarme una carta, ¿sí?

Ana asintió y le dio un beso en su mejilla antes de acercarse a donde la canasta con Basil se encontraba y tomarla entre sus brazos. Se fue con Harry que estaba preparándose para usar nuevamente la red Flu y le sonrió.

—Debes exclamar muy claramente «La Madriguera», ¿sí?

Luego de obtener la afirmación de la niña, James se acercó a ellos y apuntó su varita hacia la chimenea. De inmediato apareció una hoguera que crepitó como si llevara horas encendida. James se sacó del bolsillo un saquito, lo desanudó, tomó un pellizco de polvos de dentro y lo echó a las llamas, que adquirieron un color verde esmeralda y llegaron más alto que antes.

—Ustedes vayan yendo que yo llevaré el baúl restante, tengan cuidado.

Harry se encaminó hacia el fuego diciendo: «¡La Madriguera!», y luego de que se escuchase un sonido sordo, el chico había desaparecido. Como aún no sabía si los animales tenían diferentes reacciones ante tal forma de viaje, Ana sostuvo la tapa de la canasta con fuerza mientras caminaba hacia el fuego verde. No iba a correr el riesgo de que Basil dejase de estar relajado y la arañase.

—¡La Madriguera!

Un instante después, Ana giraba muy rápido, y la sala de estar de su hogar se perdió de vista entre el estrépito de llamas de color esmeralda.

Cada vez daba vueltas más rápido con los codos pegados al cuerpo y sosteniendo a Basil en su canasta con tal fuerza que no sentía sus dedos. Borrosas chimeneas pasaban ante ella a la velocidad del rayo, hasta que se sintió mareada y cerró los ojos. Cuando por fin le pareció que su velocidad aminoraba, se preparó para dar bruces contra el suelo de la cocina de los Weasley al salir de la chimenea.

Pero ese momento nunca llegó, y en vez de darse cara contra el piso, alguien estabilizó su caída y la tomó de los brazos —que seguían sosteniendo la canasta con Basil—, y no sufrió ningún golpe. Además de su ego, claramente.

—¡Uff! —exclamó Ana acomodándose en su lugar y estabilizando su cuerpo para agradecerle a Harry quien había sido el que la había salvado de un golpe—. ¡Gracias, Harry!

Ana alzó su mirada y vio a casi toda la familia Weasley así que les sonrió.

—¡Hola, señor Weasley! Fred, George, Ron... —Ana fue mirando y saludando a cada uno hasta que llegó a dos rostros que no reconocía. Creyó haber contado mal y volvió a mirar nuevamente a los demás para volver a contar mentalmente, sin embargo —para la sorpresa de nadie—, volvió a ver esos dos nuevos rostros.

Harry tuvo que rescatarla de nuevo y le susurró al oído unas nuevas noticias que la tomaron por completo. Ana lo miró atónita y luego a los aparentes Bill y Charlie, hermanos mayores de Ron.

—¿¡Hay más!?

Todos rieron sonoramente ante la reacción de Ana y el señor Weasley le tendió una mano con un apretón cálido.

—Es muy bueno verte de nuevo, Ana. Nos alegra que hayas aceptado venir con nosotros a los Mundiales, estoy seguro que te gustarán...

En ese momento apareció de repente James por la chimenea, y como siempre salió sin ningún cabello fuera de lugar —o más en su caso—, y con su cotidiana sonrisa. Llevaba el baúl de Ana en un costado pero no parecía haberle traído ningún problema.

—Lo siento por la tardanza, ¿cómo están todos?

Mientras que James saludaba a los demás, Ana y Harry fueron saludados por los dos Weasleys desconocidos por la primera.

—¿Qué tal les va? —preguntó el más cercano a ellos, dirigiéndoles una amplia sonrisa y tendiéndoles una mano grande que ambos estrecharon. Estaba llena de callos y ampollas. Aquél —por lo que había dicho Harry— debía de ser Charlie. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.

Ana debía de preguntarle más tarde cómo había obtenido ese premio.

Bill se levantó sonriendo y también les estrechó la mano a ambos, que lo miraban un poco aturdidos. En esos momentos Ana pensó que no sería malo mirarlo por unos segundos de más. Bill era (no había otra palabra para definirlo) atractivo: era alto, tenía el cabello largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas (que, según reconoció Ana, no eran de cuero sino de piel de dragón).

Ana se volvió roja y tuvo que mirar a Harry para calmarse, sin embargo, su amigo no estaba mejor que ella y parecía querer evitar mirar a cualquiera. Le calmó no ser la única que se había quedado sin palabras.

Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, la voz de la señora Weasley se hizo escuchar mientras entraba en la cocina.

—¿Ya han llegado...? —la mujer bajita, rechoncha y de rostro amable observó a los invitados y les sonrió—. ¡Hola, queridos! ¿Cómo ha sido el viaje?

Mientras que la señora Weasley y James se ponían a charlar —una conversación que parecía ilegal siquiera pensar en interrumpir— aparecieron dos chicas en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weasley: Hermione y Ginny, la hermana pequeña de Ron. Las dos les sonrieron a Ana y a Harry, y ellos les sonrieron a su vez. Y un detalle peculiar que Ana notó fue que cuando Ginny posó su mirada castaña en Harry, se ruborizó.

Ana quedó incrédula por segunda vez en la hora. Los Weasley sí sabían como sorprender.

—Les podemos enseñar en dónde dormirán —propuso Ginny con una sonrisa desde la puerta.

—Harry ya lo sabe —respondió Ron—. En mi habitación. Durmió allí la última vez...

Hermione puso los ojos en blanco y señaló a Ana con su cabeza.

—Claro, y dejarás a Ana detrás.

Ron miró a Ana y luego a las dos chicas.

—Pero si ella dormirá con ustedes...

Ginny soltó una protesta por la poca voluntad de su hermano y le tendió una mano a Ana.

—Vamos, Ana.

Y Ana nunca le diría no a Ginny cuando se encontraba irritada así que asintió sin dar más vueltas. Sin embargo, cuando se dispuso a seguirlas, Basil pareció querer desatar su primer caos y saltó de la canasta de mimbre —llevándose la tapa consigo mismo— y terminó en el regazo de Fred que, por el susto, dio un salto en su lugar.

—¡Ay!

Por el repentino ataque gatuno, una bolsa de caramelos cayó del bolsillo de su pantalón haciendo que el contenido rodase por todas partes mostrando brillantes envoltorios de todos los colores. Esto pareció no gustarle mucho a la señora Weasley que se giró hacia su hijo con el ceño fruncido.

—¿Qué es eso Fred? ¡No serán esos «Sortilegios Weasley»!

Antes de que pudiese escuchar a qué se refería la mujer, Ron ahora parecía muy encantado de mostrarle dónde dormiría.

—Ven Ana, vayamos todos a mostrarte dónde dormirás...

—Sí, nosotros también vamos —dijo George.

—¡Ustedes se quedarán donde están! —gruñó la señora Weasley.

Ana, Harry y Ron salieron despacio de la cocina y, acompañados por Hermione y Ginny, emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por una desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores.

—¿Qué es eso de los «Sortilegios Weasley»? —preguntó Harry mientras subían.

Ron y Ginny se rieron, pero Hermione no.

—Mi madre ha encontrado un montón de cupones de pedido cuando limpiaba la habitación de Fred y George —explicó Ron en voz baja—. Largas listas de precios de cosas que ellos han inventado. Artículos de broma, ya saben: varitas falsas y caramelos con truco, montones de cosas. Es estupendo: nunca me imaginé que hubieran estado inventando todo eso...

—Hace mucho tiempo que escuchamos explosiones en su habitación, pero nunca supusimos que estuvieran fabricando algo —dijo Ginny—. Creíamos que simplemente les gustaba el ruido.

—Lo que pasa es que la mayor parte de los inventos... bueno, todos, en realidad... son algo peligrosos y, ¿saben?, pensaban venderlos en Hogwarts para sacar dinero. Mi madre se ha puesto furiosa con ellos. Les ha prohibido seguir fabricando nada y ha quemado todos los cupones de pedido... Además está enfadada con ellos porque no han conseguido tan buenas notas como esperaba...

—Y también ha habido broncas porque mi madre quiere que entren en el Ministerio de Magia como nuestro padre, y ellos le han dicho que lo único que quieren es abrir una tienda de artículos de broma —añadió Ginny.

Entonces se abrió una puerta en el segundo rellano y asomó por ella una cara con gafas de montura de hueso y expresión de enfado.

—Hola, Percy —saludaron Ana y Harry a la vez.

—Ah, hola, Ana; Harry —contestó Percy—. Me preguntaba quién estaría armando tanto jaleo. Intento trabajar, ¿saben? Tengo que terminar un informe para la oficina, y resulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de subir y bajar la escalera haciendo tanto ruido.

—No hacemos tanto ruido —replicó Ron, enfadado—. Estamos subiendo con paso normal. Lamentamos haber entorpecido los asuntos reservados del Ministerio.

—¿En qué estás trabajando? —quiso saber Harry. Ana asintió un poco curiosa.

—Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional —respondió Percy con aires de suficiencia—. Estamos intentando estandarizar el grosor de los calderos. Algunos de los calderos importados son algo delgados, y el goteo se ha incrementado en una proporción cercana al tres por ciento anual...

—Eso cambiará el mundo —intervino Ron—. Ese informe será un bombazo. Ya me lo imagino en la primera página de El Profeta: «Calderos con agujeros.»

Percy se sonrojó ligeramente.

—Puede que te parezca una tontería, Ron —repuso acaloradamente—, pero si no se aprueba una ley internacional bien podríamos encontrar el mercado inundado de productos endebles y de culo demasiado delgado que pondrían seriamente en peligro...

—Sí, sí, de acuerdo —interrumpió Ron, y siguió subiendo.

—Buena suerte... —le dijo Ana antes de que Percy cerrara la puerta de su habitación de un portazo.

Mientras Ana, Harry, Hermione y Ginny seguían a Ron otros tres tramos, les llegaban ecos de gritos procedentes de la cocina. Seguramente la señora Weasley había descubierto los planes de los gemelos.

La habitación donde dormía Ron en la buhardilla de la casa, en los ojos de Ana, era genial: había pósteres del equipo de quidditch favorito de Ron, los Chudley Cannons, que daban vueltas y saludaban con la mano desde las paredes y el techo inclinado; y en la pecera del alféizar de la ventana había una rana enorme. También se encontraba la pequeña lechuza gris que había llevado la carta de Ron a su casa para entregársela a Ana. Daba saltos en una jaulita y gorjeaba como loca.

—¡Cállate, Pig! —exclamó Ron, abriéndose paso entre dos de las cuatro camas que apenas cabían en la habitación—. Fred y George duermen con nosotros dos porque Bill y Charlie ocupan su cuarto —le explicó a Harry— Percy se queda la habitación toda para él porque tiene que trabajar, así que tú Ana, dormirás en la habitación de Ginny. Como Hermione.

Ana asintió y le sonrió a Ginny mientras sostenía de una forma más cómoda el canasto vacío.

—¿Por qué llamas Pig a la lechuza? —le preguntó Harry a Ron.

—Porque es tonto —intervino Ginny—. Su verdadero nombre es Pigwidgeon.

—Sí, y ése no es un nombre tonto —contestó sarcásticamente Ron—. Ginny lo bautizó. Le parece un nombre adorable. Yo intenté cambiarlo, pero era demasiado tarde: ya no responde a ningún otro. Así que ahora se ha quedado con Pig. Tengo que tenerlo aquí porque no gusta a Errol ni a Hermes. En realidad, a mí también me molesta.

La verdad era que Ana coincidía con Ginny, era un nombre adorable para una pequeña lechuza adorable.

Pigwidgeon revoloteaba veloz y alegremente por la jaula, gorjeando de forma estridente. Ana le sonrió a la lechuza y tuvo que detenerse de ir hacia ella y acariciarla. Y justo recordó que su gato había quedado suelto en los suelos de abajo.

¡Basil! —masculló con preocupación y miró a Ginny—. ¿Habrá dejado de molestar? Jamás pensé que podría actuar así... se ha juntado demasiado con Limonada...

—Seguramente esté en los jardines con Crookshanks —le aseguró Hermione para que se relajara—. Le gusta perseguir gnomos y seguramente Basil se entretenga con eso también... ¿por qué no vienes a la habitación de Ginny y dejas eso?

Hermione señalaba la canasta de mimbre y Ana asintió gustosa. Sus dedos ya le estaban doliendo de agarrar sus relieves.

—Luego podemos bajar y ayudar a su madre con la cena —añadió Hermione mientras salían de la habitación de Ron para ir a la de Ginny.

Cuando los dos Weasley coincidieron con la idea, Ginny cerró la puerta de la habitación de su hermano y siguió el paso de Ana y Hermione que iban delante de ella.

A Ana le estaba encantando el interior de La Madriguera. Su decoración le hacía sentir en casa por lo hogareña y cálida que era. Y su estructura la hacía más que interesante, tal como Harry la había descrito. Por muy abarrotada de objetos que estuviese, era sin duda una casa muy acogedora que hacía que los invitados se sintieran como en casa.

Al volver a pasar por la habitación de Percy, Ana tuvo que preguntar acerca de él. Su curiosidad le ganaba.

—Percy parece muy feliz con su trabajo —señaló Ana mirando a Ginny y ella suspiró y una mueca se posó en sus labios.

—La verdad es que sí, y estoy contenta por él... pero creo que se ha vuelto muy obsesionado. Estoy segura de que si papá no lo hubiese obligado a venir, no lo hubiese hecho —confesó Ginny y se acercó a una puerta que tenía su nombre tallado en la madera—. Tampoco ha parado de hablar de su jefe, el señor Crouch, y si te soy sincera es preocupante. Nadie debería querer a su jefe tanto, pero él se pasa de los límites.

Ana rió y se adentró en la habitación una vez que Ginny había abierto la puerta. El cuarto era pequeño, pero colorido. Había un póster gigante de un tal grupo "Las Brujas de Macbeth" en una pared, y una foto de una jugadora de quidditch que Ana no conocía —pero no se extrañaba de aquello—, en otra pared. Un escritorio estaba frente a una ventana abierta, que daba justo con la huerta. Y en el resto de la habitación había libros, revistas de quidditch, ropa desordenada y envoltorios de caramelos. El único sitio que estaba completamente ordenado y limpio era donde había una bolsa de dormir que sería el espacio de Hermione. Sonrió.

—Acogedor —murmuró contenta y posó la canasta en los pies de la cama de Ginny.

—Tu bolsa de dormir está abajo de mi cama, después a la noche la podemos acomodar —le sugirió Ginny y señaló la puerta—. Vayamos a ayudar a mamá y mientras nos cuentas cómo pasaste tu verano ¿qué tienes para contar?

Ana rió ante la curiosidad de Ginny y le siguió el paso hacia la cocina para ayudar a la señora Weasley.

—Qué no tengo para contarles... ha sido un verano completamente novedoso.

—Entonces es mejor que empieces a contar...

•      •      •

¡holaa!

feliz viernes ♥ ¿cómo están?

no tengo mucho que decir pero quería decir un headcanon de harry que es claramente canon porque no hay otra forma de verlo pero...: Bill Weasley fue el despertar bisexual de Harry chau lo dije

¡casi me olvido! le doy la bienvenida a Dalia, un nuevo personaje en la historia a la que amo mucho y espero que les agrade a ustedes ♥

antes de irme, hice estos picrew de los personajes con el picrew de @/makowwka (twitter) así que todos los créditos a le artista ¡!

(en orden de izquierda a derecha: Ana, Hermione, Ginny, Parvati, Lavender, Luna —me inspiré en Willow Smith y ya no puedo ver a alguien más como Luna perdón pero no perdón)

(and the boys...: Blaise, Harry, Ron, Neville, Dean y Seamus)

y bueno ya está eso quería decir xd

besos y nos vemos la próxima semana ¡!

•chauuu•

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