𝐭𝐡𝐫𝐞𝐞
"La magia entre nosotros"
Habían pasado tres días exactos desde el encuentro y Ana no había parado de pensar en ello.
Su padre biológico no había parado de buscarla todos estos años, con la esperanza de que todavía se encontrase con vida y al final sus queridos amigos la encontraban de casualidad en la calle. Aunque Ana tuviese un montón de preguntas, desde si tenían más fotos de su madre o ella de pequeña, se encontraba muy arriba de las nubes con una alegría tremenda finalmente con el misterio resuelto.
Y con esa alegría contagiosa se encontraba teniendo una tarde ruidosa y feliz junto su abuela.
—¿¡Annie are you okay, so Annie are you okay, are you okay Annie!? —cantó ella a todo pulmón mientras batía la salsa para la lasaña.
Al escuchar la voz desafinada de su dueña, Limonada aulló para pedir auxilio y Ana jadeó ofendida.
—¿A qué viene eso, Limo? ¿A caso quieres comer menos? —inquirió Ana con una ceja alzada y Limo resopló y apoyó su cabeza en el suelo—. Eso es lo que pensaba...
Hilda Abaroa soltó una pequeña risa y siguió meneando su cabeza al ritmo de la voz de Michael Jackson.
—No te enojes con ella querida, Limonada tiene los oídos sensibles...
—No te oigo a ti quejarte —comentó Ana mientras seguía revolviendo la sala.
—Eso es porque estoy sorda, querida.
—¡Pero si el otro día me amenazaste con que no estabas sorda! —se quejó Ana, Hilda rió mientras preparaba la pasta.
—¿Me podrías pasar la sal, querida? —le pidió ella cambiando de tema rápidamente.
Ana asintió y estiró su mano hacia el frasco de sal, sin embargo, el pequeño salero no llegó a su mano. De hecho, la sal dejó su sitio y voló hacia la mano de su abuela, como si supiera lo que Ana había querido hacer. La castaña dejó caer su brazo e hizo una mueca mientras que el color dejaba su rostro. Dejando a ambas completamente mudas, el único sonido que se escuchaba en la cocina en esos momentos era la voz de Michael Jackson cantando uno de sus grandes éxitos.
—Así que eso sigue sucediendo... —apuntó la señora Abaroa luego de unos segundos de silencio entre ambas.
—Sí... ¿estás segura de que no fui maldita cuando me encontraron? Puede que una bruja me haya embrujado con su magia...
Mientras que la señora Abaroa soltaba una suave risa, Ana dejó caer la cuchara con la que revolvía la sala en la cazuela.
Magia...
Ana recordó las palabras que Harry le había dicho el día que se habían juntado "¿Has sentido algo raro en ti?" y una lamparita se prendió encima de su cabeza.
—Oh por Dios... —masculló con sorpresa Ana y se giró hacia a su abuela que tenía su ceño fruncido—. Debo hacer una llamada.
—No tardes mucho, niña, esta lasaña no se cocinará por sí sola —apuntó la mujer mientras seguía cocinando.
Ana corrió hacia la sala de estar y saltó encima del teléfono de línea para comenzar a marcar el número que James le había entregado tres días antes por si tenía preguntas. Luego de unos segundos en donde Ana esperó por una respuesta, el otro lado de la línea se descolgó y se escuchó una voz.
—¿Hola? —inquirió la voz de Harry.
—¡Harry!
Ana logró escuchar un jadeo de sorpresa de parte del chico y su ansiedad subió.
—¡Ana! Que sorpresa, no pensé que llamarías tan temprano ¿qué sucede?
—Necesito que nos encontremos en un rato... en el parque Kennington. ¿Te queda cómodo?
—¡Sí! Está a unas cuadras... ¿pasó algo malo?
—No. Sólo necesito hacerte un par de preguntas.
—Muy bien ¿Te parece en media hora allí?
—Claro, nos vemos en poco... —luego de que se despidiera el chico, cortó la línea.
Ana colgó el teléfono en su lugar y se mordió una uña de su mano mientras observaba la puerta de la cocina semi abierta y escuchaba a su abuela tararear otra canción de Michael Jackson. No quería dejar a su abuela sola nuevamente pero debía tener sus respuestas.
—Nana, voy a juntarme con Harry —sentenció Ana entrando a la cocina mientras rogaba por que la dejara.
—Bien —asintió la mujer mientras preparaba la lasaña. Ana abrió la boca para excusarse hasta que las palabras de su abuela llegaron a su cerebro.
—¿Qué?
La señora Abaroa se limpió las manos con su delantal y luego observó a su nieta que la miraba con confusión.
—Me has probado que puedo confiar en ti para ir sola por esta nueva ciudad así que no te prohibiré encontrarte con aquél chico... pero lleva el gas pimienta por favor —la señora le tendió el pequeño frasco que contenía el gas pimienta y Ana asintió mientras lo guardaba en su bolsillo.
—Bien, nana, muchas gracias... te veo en aproximadamente dos horas.
—Te espero y ni se te ocurra llegar un minuto más tarde.
• • •
Cuando Ana llegó al parque, estaba roja. Había caminado, o más bien trotado, tantas calles que sus piernas le rogaban que se tirara al suelo y descansara por un año.
Y allí estaba Harry. Sentado en un banco como si no hubiese hecho ningún esfuerzo en ir hasta aquel parque. Ana sentía que era una broma del mundo contra ella, diciéndole que debía empezar a hacer ejercicio.
—Gracias por venir, Harry —dijo ella, sacudiendo sus pensamientos de su cabeza.
Harry cuando la vio sonrió y se levantó de su lugar, pasándose una mano sobre su cabello oscuro y enredado.
—Creo que eso es para ti. Mi papá estaba tan emocionado con que llamaras que hasta me dio dinero para que compráramos helado.
—Uy, qué rico... será un buen dulce para ablandar la conversación extraña que vamos a tener —admitió Ana y Harry la miró con una ceja alzada.
—¿Qué conversación?
—Hablémoslo con un cono de helado en nuestras manos ¿sí?
• • •
Ya con su helado de chocolate y cereza, sabores que eran los preferidos de Ana, se encontraba caminando junto a Harry por el parque.
Los colores cálidos del cielo se reflejaban en las copas de los árboles mientras se escuchaban las risas de los niños jugar, los perros ladrando y los pájaros cantando su música de verano.
Ana en serio extrañaba su pequeño pueblo y estar rodeada de gente que conocía. Extrañaba los grandes pastizales que rodeaban su hogar y ver los caballos correr bajo los colores del atardecer mientras el viento golpeaba contra su rostro. Extrañaba que sus vecinas de anciana edad le contaran los chismes que habían escuchado acerca del Viejo Willy mientras las ayudaba a controlar las invasiones de ratas.
La verdad es que aunque en un momento se hubiese quejado de que su vida en aquel pequeño pueblo estaba siendo limitada al menos no tenía la desventaja de que se sintiese tan fuera de lugar pero eso es lo que hacía la ciudad. Te hacía sentir como un pequeño grano de arena en la playa. No eras nadie y no le importabas a nadie.
Tal vez era algo bueno y ahora podría comenzar de nuevo pero entonces ¿por qué se sentía tan desconectada?
—No quiero ser ese tipo de persona pero... ¿me has llamado para hablar de algo?
Harry sacó a Ana de sus pensamientos y la chica se dio cuenta de que su helado se estaba derritiendo en su mano así que comenzó a devorarlo para que no manchase su ropa.
—Eh.. ¡sí! Aunque sea de un tema completamente ridículo soy demasiado entrometida como para no preguntar —Ana le dio un último mordisco al helado y le dio a Harry su máxima atención—. El otro día en el café hablaste de algo interesante... raro pero lo suficiente como para interesarme. Hablaste de magia, Harry. Si mal no recuerdo dijiste algo entre las líneas: «¿Has sentido algo extraño en ti?».
Harry la observó con un extraño brillo en sus ojos que Ana no pudo descifrar pero supuso que le había dado en el clavo. EL chico le hizo un ademán para que siguiera hablando.
—Bueno, la cuestión es que... es decir, puede que suene como una loca y esté tratando de agarrar aire con las manos pero es que... ¿a qué diablos te referías con eso? —inquirió con estupefacción—. Porque... ¿qué?
Harry acomodó sus anteojos y levantó una ceja.
—Pues, ¿has sentido algo extraño?
Ana abrió la boca pero ninguna palabra dejó sus labios. Es más, comenzó a recordar todas las veces que sí había estado en una situación digna de una película. Como la vez que Teresa Langford había comenzado a tornarse de varios colores cuando estaba molestándola un día en la escuela. Toda la escuela creyó que había un virus rondando por el pueblo pero Ana sabía que era algo completamente diferente porque había sucedido cuando ella misma se había cansado de escuchar a Teresa criticarla. ¡O tal vez cuando le curó un ala rota a un pequeño pájaro que se había caído del naranjo de su casa! Esa sí había sido una sorpresa y nunca había entendido cómo lo había hecho.
Pero... y tal vez todo aquello tenía una situación lógica. Claro, podía parecer muy raro y hasta mágico pero... ¿acaso eso podía ser verdad? Después de todo, había aprendido que si había magia significaba que había un demonio o era magia oscura propia del infierno, tal como había dicho la Hermana Gladys un día en una clase de historia. Y si se trataba de aquello ¡Ana era casi una especialista en demonios! Y todo le daba gracias a aquel pequeño grupo de adolescentes extraños que la habían adoptado en su hogar anterior y que tenían una peculiar obsesión con brujería y rituales que le daría un ataque de nervios a todas las monjas del pueblo si se llegaban a enterar.
¿Cómo no se le había ocurrido con anterioridad? Seguramente uno de aquellos rituales que Ana había participado —porque era la única que hablaba en latín— y había dicho algo con coherencia y ahora había un demonio atrapado dentro suyo y estaba pidiendo a gritos salir. ¡Sí! No era magia, era solo un pequeño accidente... Un pequeño accidente que le ponía los nervios de punta.
—¿Ana? —la llamó Harry observando que nuevamente se había perdido en sus pensamientos.
—Estoy poseída —afirmó ella apoyando su puño en la otra mano.
—No...
Harry negó con la cabeza y suspiró al ver que Ana estaba muy decidida en que esa era la verdad. El chico se rascó la cabeza y pensó en alguna forma de explicarle lo que realmente estaba sucediendo.
—¿Por qué no me dejas explicarte? —debía ir directo al grano antes de que perdiera a Ana—. La magia existe.
Ana lo miró con el cono de helado a medio comer y frunció el ceño haciendo que pequeñas arrugas se posaran entre sus cejas.
—¿Qué cosa ahora?
—Querías una respuesta, ¿no? Pues esta es la respuesta, la magia existe y tú formas parte de la parte mágica del mundo.
Un rayo de luz rozó el rostro de Ana mientras el atardecer se volvía más oscuro luego de que la hora mágica cantase su adiós. El rostro de la chica se había contraído en una expresión de pura incredulidad y parecía no creerle una palabra.
—Eh... bien, digamos que te creo, no puedes simplemente decir eso sin ninguna otra explicación.
Harry abrió la boca pero ninguna palabra salió de ella, tal como había sucedido con Ana momentos antes. La chica terminó su helado y levantó una ceja invitando a Harry a hablar.
—No has pensado mucho esto, ¿no?
—Si te soy honesto, pensé que todo estaría resuelto una vez que me dijeras que sí habías sentido algo extraño en ti.
—¡Pero eso puede referirse a un dolor de panza, Harry! Siento cosas extrañas en mi cuerpo unos días cada mes y no creo que eso sea por magia.
Harry soltó una protesta y levantó los brazos.
—Es que no sé cómo explicarte más que decirte que la magia existe... ¡hay un colegio de magia aquí en Gran Bretaña!
Ana sopló un mechón de cabello que se había colado en frente de su rostro pero antes de que pudiese dar su comentario, Harry la interrumpió agarrando su brazo y mirando hacia alrededor de ellos con recelo. Cuando se dio cuenta de que no había nadie cerca y la oscuridad del atardecer estaba posándose sobre sus cabezas, metió una mano en su bolsillo con cautela, disparando todas las alarmas en Ana.
—Y tengo...
Ana iba a sacar el gas pimienta de su propio bolsillo con rapidez hasta que vio lo que Harry había sacado del bolsillo de su camisa. Un palo de unos 30 centímetros bastante bonita con un tallado bastante normal.
—¿...Una rama?
—Una varita, Ana. Una varita mágica.
Ana posó sus dedos en sus labios y entrecerró sus ojos mientras observaba el objeto que Harry le tendía. Ana no veía nada de mágico en ese palo detallado pero ¿quién era ella para romperle la fantasía a otra persona? Sin embargo, le dio el gusto a Harry e hizo la demanda más obvia en ese momento.
—Haz magia y te creeré.
Harry resopló con exasperación y pasó la mano que sostenía la varita —porque en la otra sostenía su cono de helado— por su cabello oscuro mientras se mordía el labio.
—No puedo hacer eso aquí, es ilegal. Es decir, no es ilegal hacer magia pero sí enfrente de muggles... —comenzó a explicar Harry pero Ana se completamente paralizada al escuchar la palabra muggle y dejó de escucharlo.
¿Muggle? Ella había escuchado esa palabra uno de esos días. Sí, esa palabra le resultaba muy familiar porque... porque...
—Porque yo escuché esa palabra por Tom —murmuró ella haciendo que Harry la mirara con confusión.
—¿Qué quién?
—¡Tom! —exclamó Ana recordando que el cantinero de aquel bar había dicho la misma palabra—. ¡El cantinero del Caldero Chorreante! Él también dijo «muggle»...
Ana no podía creer que se había acordado de tal detalle y se dio mentalmente una pequeña palmadita en su hombro como signo de orgullo.
—¿Entonces me crees? —preguntó Harry con asombro y Ana lo miró con incredulidad.
—¿Qué? ¡No! Eso no me demuestra nada, solo que es jerga inglesa y nada más.
Si Ana pudiese describir lo que sucedía con Harry en aquellos momentos sería puro estrés. Parecía que se iba a arrancar los cabellos de su cabeza y el cono de helado en su mano estaba todo destruido por haberlo agarrado con tanta fuerza. Ana quería creerle, en serio quería pero él no se lo estaba haciendo fácil.
Decía que había magia pero no podía mostrarle, había dicho que había un colegio mágico ¿pues cómo es que no había leído alguna teoría conspirativa hacia él? Habían muchos cabos sueltos y aunque Ana no se guiara inicialmente por la lógica, ¡en esos momentos era crucial que lo hiciera!
—Mira, Ana, si te soy sincero yo solo no puedo demostrarte que la magia es real pero si vienes a mi casa, mi papá te demostrará que es real.
Ana apretó sus labios en una línea recta y pensó en darle el beneficio de la duda pero recordó a su abuela y cómo no debía ir sola a ninguna parte y menos a un lugar lleno de hombres.
—No puedo, Harry... Nana me espera para la cena y no puedo llegar ni un minuto tarde. La mujer ya no soportaría el estrés, no puedo hacerle eso —Ana infló sus mejillas y evitó los ojos de Harry—. Y la magia tampoco existe...
—¿Y los demonios sí? —preguntó con incredulidad él y Ana se encogió de hombros.
—Se acerca más a mi forma de razonamiento.
En ese momento, Ana sintió un escalofrío recorrer por su espalda y no creyó que fuesen los efectos colaterales de tomar un helado. Harry también pareció sentir lo mismo que ella y frunció el ceño mientras observaba sus alrededores.
Las luces de las farolas parpadeaban en el parque de una manera inquietante y una suave ventisca golpeó contra la remera de Ana pero de eso lo que asustó a Ana fue que ninguna hoja de los cientos de árboles que rodeaban a ambos se había movido por la brisa que recién había chocado contra ellos. Y lo peor de todo es que parecía que se encontraban completamente solos en aquel parque.
Pero lo que realmente desafió la cordura de Ana fue una sombra posada en frente de su camino a unos metros de distancia. No se movía pero Ana podía ver por el rabillo de su ojo que su contorno hacía pequeñas olas como si una brisa la estuviese moviendo pero no había tal brisa más de la que había pasado segundos antes.
—Harry... ¿qué es eso?
Harry quien estaba mirando la misma silueta que ella negó con su cabeza y aferró la varita en su mano y dejó caer el cono de helado completamente derretido al suelo.
—No tengo la menor idea pero no creo que sea amable.
Como respuesta hacia ello, ambos escucharon un gruñido venir de la sombra que ahora parecía acercarse a ellos y Harry le tomó el brazo a Ana con desesperación.
—¡Corre!
Harry no se lo tuvo que decir dos veces y Ana lo siguió con terror mientras corrían por el camino marcado del parque, siendo seguidos por aquella criatura desconocida. Ana hizo la mala decisión de voltear su cabeza y pudo observar el aura maligna que emanaba la sombra negra y cómo se movía con tal rapidez que Ana no pudo hacer más que perder toda esperanza. Ella no era una buena atleta y su respiración ya se estaba volviendo incontrolable como el dolor en sus pulmones que parecían haber reaccionado ante la sorpresiva acción de ejercicio.
—¡Cuando ha cerrado el parque! —exclamó Harry con horror, trayendo nuevamente la atención de Ana hacia delante para que pudiese ver lo que traía tan desesperado —además de la obvia razón detrás de ellos— a su nuevo amigo. Y de hecho fue muy fácil ver lo que había hecho a Harry gritar. La reja que mantenía cerrado al parque cuando su horario de cerrado llegaba estaba en efecto, cerrada con llave.
¿Cómo es que se había hecho tan tarde tan rápido?
Ana vio a Harry pelear contra sus propios pensamientos hasta que lo escuchó maldecir bajo su aliento y levantar su varita.
—¡Qué más da! ¡Reducio!
De la supuesta varita de Harry una luz violeta salió de la punta y con gran rapidez chocó contra la reja. Y Ana supuso, con la mandíbula en el suelo por lo que había recién presenciado, que Harry había solamente querido reducir la reja-puerta y no toda la reja que rodeaba el parque. Pero eso fue lo que hizo. Toda la reja negra que se encontraba alrededor del parque para protegerlo de vandalismo había sido achicada a una medida en la que era fácil saltar.
El método de procesamiento de Ana no se había ajustado todavía a las nuevas circunstancias y cuando saltaron hacia la vereda, recién se dio cuenta de que Harry no había bajado su ahora muy demostrada verdadera varita y en vez la había subido aún más.
—Vamos, vamos... —murmuró él sin dejar de correr y mirando de reojo hacia atrás para ver cuán lejos estaba la sombra y eso era no tan lejos como hubiesen esperado. Un sonido estruendoso a la izquierda de Ana hizo que dejara soltar una exclamación pero Harry solamente sonrió—. ¡Sí!
Un segundo más tarde, un vehículo de ruedas enormes y grandes faros delanteros frenó con un chirrido. Era un autobús de dos plantas, pintado de rojo vivo, que había salido de la nada. En llevaba la siguiente inscripción con letras doradas: AUTOBÚS NOCTÁMBULO. Ana no sabía si estaba alucinando pero se dio cuenta de que ese no era el caso cuando el cobrador, de uniforme rojo iba a saltar del autobús mientras decía:
—Bienvenidos al autobús noc...
—¡No hay tiempo ten dos galeones y sácanos de aquí que nos están siguiendo!
Sin otra explicación, Harry tiró de Ana y ambos saltaron hacia dentro del autobús —la segunda sin poder tener otra opción más que aceptar que ahora dependía de Harry—, y el cobrador no pudo terminar de hablar pero luego de mirar de reojo y rapidez hacia donde la sombra se acercaba, se encogió de hombros y se subió al vehículo con satisfacción.
—Me parece un plan válido —el hombre se giró hacia el conductor que era un anciano con gafas gigantes—. ¡Golpea el pedal, Ernie!
Antes de que Ana pudiese procesar un poquito de información, salió volando hacia atrás cuando el autobús aceleró de la nada.
—¡Ah!
Ana se agarró de uno de los postes de una cama que estaba pegada contra una pared y con la mirada perdida se sentó en ella sin cobrar sentido de sus alrededores,
—¿A dónde, chico? —le preguntó el conductor a Harry y él sacó su mirada nerviosa de las ventanas para mirarlo.
—149 Kennington Road, por favor.
El conductor asintió y le tendió una mano.
—Mi nombre es Stan, ¿cuáles son sus nombres?
Harry se volteó a mirar a Ana mientras trataba de que que la velocidad no le sacara el balance y al ver lo estupefacta que se encontraba una mueca dejó sus labios.
—Eso no importa ahora... necesitamos alejarnos lo más que podemos de... lo que sea que era eso.
Stan asintió y se apoyó contra una de las paredes.
—Lo perderemos de vista, fue una suerte que llegáramos tan rápidamente ¿eh?
Harry asintió distraídamente y observó hacia las ventanas, que mostraba a los edificios moverse con rapidez sin mostrar rastro de aquella criatura que los había seguido.
—Sí, qué suerte...
• • •
En menos de un minuto habían llegado a la casa Potter y en ese limitado período de tiempo, Ana no había podido procesar absolutamente nada porque su cerebro había bloqueado cualquier forma de razonamiento.
Eso había pasado y sí, estaba en un autobús mágico que se movía a una velocidad muy cuestionablemente peligrosa. ¡Ah! ¿Y cómo olvidar que Harry había hecho magia? Lo que significaba que ella tenía magia, y también significaba qué...
—¿Ana? —la voz de Harry la trajo nuevamente a la realidad y notó que le tendía una mano con simpatía en su expresión—. Esta es nuestra parada, hay que salir.
Ana asintió con un poco de mareo y aceptó la ayuda de Harry para que la arrastrara hacia la puerta del vehículo.
—Espero que ya se encuentren a salvo, eso sí fue una sorpresa —dijo Stan con una pequeña risa inconsciente—. Y gracias por los galeones, niño.
—No hay de qué y gracias por la ayuda.
—¡No es problema! Que tengan una buena noche.
Ana asintió mientras bajaba del autobús.
—Sí... muchas gracias...
—A esta niña le hace falta un buen chocolate caliente, ¡parece que ha visto un fantasma! —escuchó Ana que Stan decía una vez que las puertas se cerraban detrás suyo.
En cuestión de un segundo, el autobús dejó salir un chirrido y desapareció por las calles de Londres, perdiéndose entre los vehículos de la ciudad.
Ana miró hacia adelante tratando de organizar sus pensamientos pero cuando vio a James Potter mirarlos con los ojos fuera de orbita y con una mano tapando su boca, Ana volvió a perderse en sus pensamientos no logrando escuchar cómo James Potter decía:
—Merlín, estamos en problemas.
• • •
Ana estaba sentada en un sillón chester de un color cobre que al ser la tela tan suave le transmitía tranquilidad mientras sus manos rodeaban la taza de chocolate caliente que James le había preparado mientras él y Sirius discutían en la cocina de manera no tan disimulada y Harry estaba sentado a su lado, en la otra punta del sillón.
—¿Cómo que has llamado a Remus? Necesitamos llamar primero a su abuela, Sirius, ay Merlín nos va a dar un cachetazo... —protestó James desde la cocina, reprochando al otro hombre.
—Entré en pánico, James. Se dio cuenta de que algo estaba mal y me dijo que iba a venir por los polvos flú cuando terminase de atender a su vecino... no me creyó cuando empecé a mentir.
—Obviamente, no creo que alguien le pueda mentir a Remus. Maldición, Ana está todavía en shock por lo que ha pasado y Harry no ha sido muy sensible con mostrarle la magia...
—¡Escuché eso! —exclamó Harry ya un poco cansado de escucharlos discutir, sabiendo que Ana podía escucharlos perfectamente—. Hemos escuchado todo...
La cabeza de James se asomó por el marco de la puerta y un suspiró abandonó sus labios al ver que ambos niños lo miraban. Los dos salieron de la cocina y se plantaron en frente de ellos.
—Hay muchos problemas en el tiempo presente pero vamos a resolver cada uno de ellos a su debido tiempo...
—No parece que estén haciendo un muy buen trabajo —apuntó Harry haciendo que James juntara las palmas de sus manos y apoyara éstas en sus labios para luego dejarlas caer.
—No estás ayudando, hijo.
—Lo siento.
Sirius dejó salir un suspiro y pasó sus manos sobre su cabeza antes de mirar a Ana con preocupación.
—Te explicaremos todo, Ana, no te preocupes.
—¡Sí! Llamaré a tu abuela ahora mismo para que venga aquí —afirmó James y caminó hacia el teléfono de línea que estaba a unos metros del sillón en donde estaban Ana y Harry—. Tal vez y llegue antes que...
Pero antes de que James pudiese terminar de decir su frase, el destino se rió en su cara y de la chimenea al otro lado de la sala de estar se escuchó un sonido sordo y una tos seca a causa de las cenizas que no habían sido limpiadas.
—¡Ugh, James deberías comenzar a limpiar! —se quejó una voz áspera pero dulce a la vez que hizo que Ana rompiera con su estado paralizante al sentir un sentido familiarmente cálido recorrer su cuerpo.
Un hombre en sus treinta apareció de la chimenea golpeando su saco usado para hacer volar el polvo que se había pegado a este. Su cabello era del color de los pastizales secos mezclado con el color de aquella ceniza que había infestado su vestimenta. Su piel era blanca pero la luz cálida de la habitación le daba un aspecto más tostado de lo que era en verdad. Y su vestimenta parecía haber sido sacado de una tienda de rebajas —lugar no desconocido para Ana— de colores terrosos que parecían mostrar más su antigüedad.
Y cuando Ana observó su rostro, por primera vez pudo sentir la temperatura de la taza en sus manos, como si haber visto al hombre la hubiese traído completamente a sus sentidos. Sin embargo, el hombre no se había inmutado de su presencia dado que su vista estaba pegada a James.
—Olvídalo, ¿qué ha sucedido? ¿por qué Sirius sonaba tan preocupado? ¿has quemado nuevamente la tostadora? ¡¿le sucedió algo a Harry?! —Remus seguía insistiendo pero al ver que James no decía nada por la sorpresa, Remus encaró una ceja y movió su vista por el lugar—. ¿Qué te sucede, qué ha...?
Y finalmente, sus ojos verdes se posaron en los ojos zafiro de Ana. Y esta vez fue él quien se quedó completamente mudo mientras su piel perdía color. La niña tomó aire y levantó una mano que se encontraba roja por haber estado en contacto de la taza caliente y una simple palabra dejó sus labios:
—Hola.
• • •
¡holaa!
¿cómo están? espero que hayan tenido una buena semana ♥
yo estoy completamente ocupada por la facultad o(-< por eso no estoy publicando en Flying Books, ya tenía este capítulo listo así que no necesitaba escribir nada ¡!
¡espero que les esté gustando la historia!
Ana finalmente encaró con el secreto de la magia ♥ la pobre nena no se lo tomó muy bien pero bueno, son noticias bastante estupefantes
¿qué creen que haya sido la sombra que los siguó? ¿y de la reacción de Remus?
¡nos vemos la próxima semana! ¡muchas gracias por el apoyo, lxs amo!
•chauuu•
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