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𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐲

"El cáliz de fuego"

La puerta del baño compartido del dormitorio que compartían las chicas de cuarto año de Gryffindor golpeó de una forma tan fuerte que Hermione se encogió en su lugar una vez que llegó a la puerta de la habitación, luego de perseguir a Ana insistentemente.

Luego de que Madame Pomfrey le hubiera contado que en efecto, el problema que había tenido desde pequeña de pérdida de memoria y sus episodios de disociación, había sido a causa de un encantamiento desmemorizante, el aire se había vuelto tenso.

Porque solamente había una persona en el mundo que había querido borrarle del mundo mágico para siempre, y esa persona se le había escapado de las manos —literalmente— el curso anterior.

Había estado tan acogida por las noticias, que no se dio un momento para siquiera respirar antes de salir rápidamente de la enfermería, perseguida por su amiga que simplemente quería que le respondiese. Su pecho le dolía, sus manos le picaban y su mirada se había nublado mientras viraba aturdidamente por los pasillos del castillo. Y una vez que había llegado al dormitorio, se había encerrado en el baño, tratando de esconderse de las miradas curiosas que la habían perseguido desde todo su viaje.

Su espalda se deslizó por la puerta que previamente había cerrado, y la que Hermione tocaba suavemente en el otro lado, a quien Ana ignoraba o simplemente no escuchaba.

No sabía qué sentir.

Por un lado sentía impotencia, rabia y puro odio. Se mordía la lengua mientras pensaba que Peter Pettigrew no se estaba pudriendo en la cárcel que tanto merecía vivir por toda su vida; y sentía rabia hacia Dumbledore porque no le decía de una vez lo que debía hacer con lo que había conseguido, le enojaba saber que el hombre tenía la respuesta pero no se dignaba a compartirla. Tenía catorce años, no era una maldita detective. Finalmente, sentía tanto odio hacia Pettigrew por lo que le había hecho que quiso gritarlo a los cuatro vientos mientras rompía aquella maceta que Neville le había regalado a Lavender para su cumpleaños y con la que ella había decorado el baño para darle un toque de color. Pero no, sería grosero romper las pertenencias de otros.

Aunque eso no significó que no pudiese agarrar su propia toalla y la mordiera pera desahogar su furia.

Y, luego, aunque fuese un pensamiento sorprendente, se sentía aliviada. Tremendamente.

Desde que había sido una niña había tenido estos síntomas que ningún profesional había podido terminar de descifrar. Cada médico le sugería que fuese a ver a otro, y a otro, y a otro... pero nunca nadie supo qué era lo que estaba mal. Le habían dado cientos de respuestas: "Su hija sufre de un trastorno disociativo no especificado...", "Te debes de haber golpeado la cabeza, corazón" o simplemente habían descartado la idea de que algo estuviese mal, diciéndole a su padre que debía de estar mintiendo para no ir a la escuela, como cualquier niño pequeño. Que era normal que los niños inventasen síntomas como excusa.

Su padre siempre que encontraban un doctor que dijese eso, tomaba su mano y la sacaba del consultorio, no queriendo que negaran que algo no estaba funcionando correctamente. Porque sí había algo. Sí había algo que hacía que su propia hija se olvidase a veces de quién era.

Los años habían pasado, y aunque la memoria de Ana no había hecho que se olvidara de su identidad más, sí se fue olvidando de detalles, rostros, nombres. Lo que sí nunca cambió fue que se desconectara de la realidad por un período de tiempo. Un síntoma que nadie nunca había tenido una explicación para su origen... hasta ahora.

No había mentido, no había estado loca. Nuevamente, había sido magia.

Al final todo había sido magia.

•      •      •

Luego de darse una larga ducha caliente, y de una pequeña rutina de autocuidado que Lavender le había enseñado, Ana salió del baño, acompañada por un leve vapor.

Hermione, que había estado leyendo un libro muy intensamente en su cama, se levantó de un salto y observó a Ana con cuidado y preocupación. Sin embargo, cuando notó que Ana portaba una mirada de determinación, confusión cruzó su rostro.

—Te ves... bien.

Ana la observó y suspiró.

—Pues no lo estoy —repuso Ana, dando largos pasos hacia su escritorio, que estaba cubierto de pergaminos, insignias de P.E.D.D.O. y otras chucherías.

Con un brazo corrió su brazo por la superficie, tirando todo lo que estaba en su camino, y Hermione la miró horrorizada mientras lo hacía. Una vez que estuvo satisfecha, tomó uno de los pergaminos que había tirado y lo colocó en el escritorio, antes de agarrar una lapicera. La pluma solamente la usaba en Transformaciones. La profesora McGonagall no parecía ser el tipo de persona que mostraba misericordia ante las reglas siendo rotas y además la respetaba. Los otros profesores no habían tenido problema, y Snape... bueno, Ana simple y llanamente no lo respetaba.

—Lo odio, Hermione —masculló mientras comenzaba a escribir—. Y estoy furiosa. No solamente me privó de mi vida, pero también robó algo de mí. Una memoria... conocimiento, no me importa lo que fue, pero me lo robó. ¿No ha tenido suficiente? ¿Es que no me ha arruinado todo todavía? —bramó hundiendo la pluma en la tinta—. Nos haría un favor pudriéndose en aquella celda que tiene su nombre. No puedo creer que quiso volver a mi vida cuando es un... un imbécil.

Hermione abrió su boca para hablar pero Ana inmediatamente la interrumpió.

—Y eso no es todo, ¡Dumbledore también! Está en mis nervios, Hermione. Se piensa que es un héroe pero desde el curso pasado vi quién realmente es. Otro egoísta. No despidió a Snape después de todo lo que hizo, no nos responde... no me dijo absolutamente nada acerca de aquella rata. Nada. Estamos perdiendo tiempo y él lo sabe... ¡y no es justo!

Ambas se quedaron en silencio mientras la pluma de Ana se movía por el pergamino.

—¿Qué haces...? —inquirió Hermione.

—Escribir una carta.

—¿A quién?

—A Sirius —su lengua chasqueó con determinación—. Tengo un favor para pedirle.

Al sentir la mirada de Hermione, Ana la miró un poco más calmada.

—Es hora de leer todo lo que mi madre ha dejado.

•      •      •

Las dos siguientes semanas pasaron a un tiempo moderado, en la que el horario de Ana se había encontrado repleto, sin tiempo de descansos. Las reuniones de P.E.D.D.O. habían abarcado aquellas tardes libres que en un principio Ana había festejado. Luego de haber nombrado a Lavender y a Parvati como presidentas del comité, sorprendentemente, más personas se habían acercado a Ana para sumarse a la causa. Había sido una buena elección dejarle a ambas amigas el trabajo de reclutar personas porque, indiscutiblemente, tenían el don de la persuasión y muchos —muchos— amigos.

Y durante una de las reuniones, en donde Hermione y Lavender estaban discutiendo dado que la segunda quería usar lapiceras de colores y con brillos para hacer los panfletos, además de usar papeles coloridos y con perfume, una nueva adición se hizo al grupo.

—Atraerá a más personas, Hermione —se defendió Lavender—. ¿A quién no le gusta un poco de brillo?

—¡A mí! —siseó Hermione con irritación—. Además, esta causa es seria. Usar papeles de colores solamente la hará pasar como si fuese una fiesta en vez de lo que realmente es: una lucha por derechos. Todo esto atraerá a la gente incorrecta. Tómatelo en serio, Lavender.

Una pizca de dolor cruzó la expresión de Lavender, pero en vez de explotar, se cruzó de brazos y suspiró.

—Me lo estoy tomando en serio, Hermione. Solamente que no todo debe ser en blanco y negro. No todas las luchas deben ser amargas. Usar un poco de color hará que la gente no se sienta intimidada con nuestra causa, nos hará vernos más... accesibles.

Rendida, Lavender se desplomó en su silla mientras los otros integrantes del grupo observaban a Hermione con curiosidad. Varias emociones pasaron por el rostro de la chica, pero luego de unos segundos suspiró y asintió, masajeando el puente de su nariz.

—Bien. Usaremos pergaminos de colores, pero, nada de brillos. O de papeles aromáticos.

Ana sonrió satisfecha y se relajó en su lugar. Aunque al principio, poner a Hermione y Lavender en el mismo lugar había parecido una idea alocada, luego de un tiempo ambas parecían estar aprendiendo de la otra.

De reojo las vio discutir animadamente qué deberían decir los panfletos, cuando una mano se posó en su hombro, haciendo que saltara en su lugar. Al darse vuelta, vio a Hannah Abbott sonriéndole.

—Ups, lo siento por asustarte. Debo controlar mis excelentes habilidades sigilosas —bromeó Hannah sonriendo brillantemente. Ana se rió y se dio vuelta completamente para darle su atención.

—No te preocupes, Hannah. ¿Necesitas algo?

—Bueno... más que necesitar quería saber si habían sillas disponibles en su plataforma —explicó ella y corrió su flequillo a un lado para que no le molestara a su vista—. Me encantaría formar parte pero no me pude acercar antes porque estuve completamente ocupada...

Ana sonrió animada y asintió mientras buscaba en su mochila alguna insignia.

—Siempre hay lugar para luchar por los derechos de los otros... —cuando tomó una insignia se la tendió a la Hufflepuff—. Tenemos una cuota de afiliación dos sickles...

Como si hubiese estado preparada desde hacía horas, Hannah sacó dos pequeñas monedas de bronce y se las tendió a Ana. La chica las aceptó gustosamente y se las tendió a Ron que miraba aburrido la caja que llevaban las monedas.

—Ya que eso ya está... bienvenida a peddo.

—Pe, e, de, de, o —resopló Hermione a su lado y miró a Hannah, dejando su pluma—. Gracias por sumarte, Hannah. Es muy honorable de tu parte.

—No lo menciones —negó Hannah y se sentó al lado de Neville que le sonrió tímidamente—. Esta es una buena causa y me alegra estar aquí.

Luego de que se añadiera un nuevo miembro, los días pasaron normalmente. A veces las tardes terminaban con una nueva herida hecha por su escreguto, y otras con una partida de snap explosivo en donde perdía contra Harry. Nada demasiado interesante.

Excepto cuando una mañana recibió noticias de Sirius, que le mandaría las cajas llenas de los cuadernos de Faith cuando encontrase una forma de no matar a una lechuza en el intento. Ahora solo le quedaba esperar a que le llegara lo pedido para poder comenzar su búsqueda.

En otras noticias, todos los alumnos de cuarto habían apreciado un evidente incremento en la cantidad de trabajo para aquel trimestre. La profesora McGonagall les explicó a qué se debía, cuando la clase recibió con quejas los deberes de Transformaciones que ella acababa de ponerles.

—¡Están entrando en una fase muy importante de su educación mágica! —declaró con ojos centelleantes—. Se acercan los exámenes para el TIMO.

—¡Pero si no tendremos el TIMO hasta el quinto curso! —objetó Dean Thomas.

—Es verdad, Thomas, pero créeme: ¡tienen que prepararse lo más posible! La señorita Granger sigue siendo la única persona de la clase que ha logrado convertir un erizo en un alfiletero como Dios manda. ¡Permíteme recordarte que el tuyo, Thomas, aún se hace una pelota cada vez que alguien se le acerca con un alfiler!

Ana se volvió roja al recordar que durante aquella clase había perdido el tiempo hablándole al erizo como si fuese un bebé y solamente zafó porque Hermione le había pisado el pie cuando la profesora McGonagall se había acercado a ellas.

El profesor Binns les mandaba redacciones todas las semanas sobre las revueltas de los duendes en el siglo XVIII, y Ana, sorprendentemente, las disfrutaba. Había algo emocionante en aprender cómo otras criaturas peleaban por sus propios derechos, le daba ideas. El profesor Snape los obligaba a descubrir antídotos, y se lo tomaron muy en serio porque había dado a entender que envenenaría a uno de ellos antes de Navidad para ver si el antídoto funcionaba. Eso había desencadenado en una semana de detención para Ana ya que saltó a la defensiva, pero no se inmutó. Cada semana tenía detención por Snape, ya era normal. Finalmente, el profesor Flitwick les había ordenado leer tres libros más como preparación a su clase de encantamientos convocadores.

Hasta Hagrid los cargaba con un montón de trabajo. Los escregutos de cola explosiva crecían a un ritmo sorprendente aunque nadie había descubierto todavía qué comían. Hagrid estaba encantado y, como parte del proyecto, les sugirió ir a la cabaña una tarde de cada dos para observar los escregutos y tomar notas sobre su extraordinario comportamiento.

Ante eso, Ana se lo tomó como una competencia, queriendo ser la primera en descubrir qué era lo que gustaban comer. Aquella clase era una de sus favoritas, no podría enfrentar el hecho de que le fuese mal.

—No lo haré —se negó rotundamente Malfoy cuando Hagrid les propuso aquello con el aire de un Papá Noel que sacara de su saco un nuevo juguete—. Ya tengo bastante con ver esos bichos durante las clases, gracias.

De la cara de Hagrid desapareció la sonrisa.

—Harás lo que te digo —gruñó—, o seguiré el ejemplo de Moody... Me han dicho que eres un hurón magnífico, Malfoy. 

Los de Gryffindor estallaron en carcajadas. Malfoy enrojeció de cólera, pero dio la impresión de que el recuerdo del castigo que le había infligido Moody era lo bastante doloroso para impedirle replicar. Ana, Hermione, Harry y Ron volvieron al castillo al final de la clase de muy buen humor: haber visto que Hagrid ponía en su sitio a Malfoy era especialmente gratificante, sobre todo porque este había hecho todo lo posible el año anterior para que despidieran a Hagrid.

Cuando llegaron al vestíbulo, no pudieron pasar debido a la multitud de estudiantes que estaban arremolinados al pie de la escalinata de mármol, alrededor de un gran letrero. Ron, el más alto de los cuatro, se puso de puntillas para echar un vistazo por encima de las cabezas de la multitud, y leyó en voz alta el cartel:

TORNEO DE LOS TRES MAGOS

Los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarán a las seis en punto del viernes 30 de octubre. Las clases se interrumpirán media hora antes.

—¡Estupendo! —dijo Harry—. ¡La última clase del viernes es Pociones! ¡A Snape no le dará tiempo de envenenarnos a todos!

—Pero va a ir en orden alfabético... —murmuró Ana con una mueca, pensando cuán dolorosa iba a ser su muerte.

Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida.

—¡Sólo falta una semana! —dijo emocionado Ernie Macmillan, un alumno de Hufflepuff, saliendo de la aglomeración—. Me pregunto si Cedric estará enterado. Me parece que voy a decírselo...

—¿Cedric? —dijo Ron sin comprender, mientras Ernie se iba a toda prisa.

—Diggory —explicó Harry—. Querrá participar en el Torneo.

—¿Ese idiota, campeón de Hogwarts? —gruñó Ron mientras se abrían camino hacia la escalera por entre la bulliciosa multitud.

—No es idiota. Lo que pasa es que no te gusta porque venció al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch —repuso Hermione—. He oído que es un estudiante realmente bueno. Y es prefecto.

—No parece malo —admitió Ana recordando su breve presentación durante el verano.

—Sólo les gusta porque es guapo —dijo Ron mordazmente.

—Tú lo has dicho, no nosotras —se burló Ana y pasó un brazo por los hombros de Hermione, para acelerar su paso.

—¡No me refería así! —protestó Ron tratando de seguirles el paso mientras las dos reían cómplices.

—¡Claro que no, Ron!

El cartel del vestíbulo causó un gran revuelo entre los habitantes del castillo. Durante la semana siguiente, y fuera donde fuera Ana, no había más que un tema de conversación: el Torneo de los tres magos. Los rumores pasaban de un alumno a otro como gérmenes altamente contagiosos: quién se iba a proponer para campeón de Hogwarts, en qué consistiría el Torneo, en qué se diferenciaban de ellos los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang...

Ana notó, además, que el castillo parecía estar sometido a una limpieza especialmente concienzuda. Habían restregado algunos retratos mugrientos, para irritación de los retratados, que se acurrucaban dentro del marco murmurando cosas y muriéndose de vergüenza por el color sonrosado de su cara. Las armaduras aparecían de repente brillantes y se movían sin chirriar, y Argus Filch, el conserje, se mostraba tan feroz con cualquier estudiante que olvidara limpiarse los zapatos que aterrorizó a dos alumnas de primero hasta la histeria.

Los profesores también parecían algo nerviosos.

—¡Longbottom, ten la amabilidad de no decir delante de nadie de Durmstrang que no eres capaz de llevar a cabo un sencillo encantamiento permutador! —gritó la profesora McGonagall al final de una clase especialmente difícil en la que Neville se había equivocado y le había injertado a un cactus sus propias orejas.

Cuando bajaron a desayunar la mañana del 30 de octubre, descubrieron que durante la noche habían engalanado el Gran Comedor. De los muros colgaban unos enormes estandartes de seda que representaban las diferentes casas de Hogwarts: rojos con un león dorado los de Gryffindor, azules con un águila de color bronce los de Ravenclaw, amarillos con un tejón negro los de Hufflepuff, y verdes con una serpiente plateada los de Slytherin. Detrás de la mesa de los profesores, un estandarte más grande que los demás mostraba el escudo de Hogwarts: el león, el águila, el tejón y la serpiente se unían en torno a una enorme hache.

Antes de poder seguir a sus amigos y sentarse en la mesa de Gryffindor, Remus llegó en frente de Ana con un mediano paquete en su mano.

—Ahí voy con ustedes —les dijo Ana a Hermione, Harry y Ron, mientras caminaba junto a Remus fuera del comedor.

Entre Ana y Remus se formó un cómodo silencio mientras buscaban un espacio privado, lejos de los oídos y ojos curiosos de los demás. Como ninguno de los dos tenía mucho tiempo durante aquellas semanas llenas de trabajo, Ana apreciaba esos pequeños momentos en donde podían hablar con el otro y ponerse al día. La hacían sentirse más cercana a Remus.

—Te compré todas las postales que pediste y me sobraron dos sickles y un knut —dijo Remus cuando las voces de los estudiantes estuvieron lo suficientemente lejos, y dejó en la mano tres monedas.

Ana guardó alegremente las monedas en uno de sus bolsillos y observó el paquete en sus manos con entusiasmo. Desde que Dalia le había enviado su primera postal, esa se había convertido en su correspondencia habitual entre ellas. Una postal en vez de una larga carta, y un dato irrelevante en aquel pequeño espacio escrito en la parte trasera de la foto.

Después de varias postales, Ana había aprendido varios datos curiosos acerca de España como que en año se encontraba la tradición de las doce uvas, o la fiesta de la Tomatina. Y por su cuenta, Ana le había contado varias anécdotas de Gran Bretaña para que Dalia pudiese sentirse más familiarizada con el mundo que la rodeaba. Era divertido y la hacía sentir más cómoda con la chica que lo haría con cartas.

Una vez que Ana terminó de divagar en sus pensamientos, logró escuchar lo que le decía su papá.

—Sirius me ha contado que le pediste todos los cuadernos de Faith, ¿alguna razón en especial?

Había algo en lo que Ana era excepcionalmente buena, y eso era verse totalmente sospechosa una vez que hubiese mentido. Siempre se ponía nerviosa al hacerlo y no podía controlar que sus manos se humedecieran por la transpiración ni que dejaran de moverse por el nerviosismo. Era una vista penosa con la que debería vivir por mucho tiempo.

Ser honesta le resultaba tan fácil que mentir era su enemigo.

¿Pero qué le podía decir a su papá en esos momentos? ¿Que Dumbledore la había puesto en una situación extraña en donde debería descubrir por ella misma cómo encontrar a Pettigrew? ¿Que le había dado una misión muy importante a una niña de catorce años?

Ni quería imaginarse la reacción de Remus.

—Para... ¡para leer, obviamente! —rió ella como si fuese lo más obvio del mundo y notó que sus manos temblaban así que las escondió en los bolsillos de su túnica—. ¿Para qué más podría ser?

Remus se la quedó mirando unos segundos con atención mientras que Ana trataba de no quebrar su falsa sonrisa, y cuando pensó que se dio cuenta de su mentira, le sonrió aliviadamente.

—Me alegra que quieres conectarte más con ella, le hubiese encantado que leyeras sobre su vida... le darías una innecesaria subida a su ego.

«Ojalá hubiese heredado todo el ego de mamá» suspiró Ana en su cabeza hasta que escuchó las risas de los demás estudiantes mientras seguían llegando o saliendo del Gran Comedor. Recordando que volvería a juntarse con sus amigos, Ana se despidió de Remus aún con el paquete en sus manos y fue a disfrutar de su desayuno.

Aquel día había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang. Fascinantemente, durante la clase de Pociones, Ana no murió y pudo conseguir hacer una "pasable" poción.  Cuando, antes de lo acostumbrado, sonó la campana, Ana, Hermione, Harry y Ron salieron a toda prisa hacia la torre de Gryffindor, dejaron allí las mochilas y los libros tal como les habían indicado, se pusieron las capas y volvieron al vestíbulo.

Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.

—Weasley, ponte bien el sombrero —le ordenó la profesora McGonagall a Ron—. Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo.

Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza.

—Síganme, por favor —dijo la profesora McGonagall—. Los de primero delante. Sin empujar...

Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido. Ana temblaba del frío y escuchaba a sus dientes castañear.

—Son casi las seis —anunció Ron, consultando el reloj y mirando el camino que iba a la verja de entrada—. ¿Cómo piensan que llegarán? ¿En el tren?

—No creo —contestó Hermione.

—¿Entonces cómo? ¿En escoba? —dijo Harry, levantando la vista al cielo estrellado.

—No creo tampoco... no desde tan lejos...

—¿En avión? —añadió Ana pensando en las posibilidades.

Hermione, Harry y Ron la miraron estupefactos, así que Ana resopló.

—Aquí no se puede decir nada sin que critiquen...

—¿En traslador? —sugirió Ron, ignorando a Ana—. ¿Pueden aparecerse? A lo mejor en sus países está permitido aparecerse antes de los diecisiete años.

—Nadie puede aparecerse dentro de los terrenos de Hogwarts. ¿Cuántas veces se los tengo que decir? —exclamó Hermione perdiendo la paciencia.

Escudriñaron nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más. No se movía nada por allí. Todo estaba en calma, silencioso y exactamente igual que siempre. Harry empezaba a tener un poco de frío, y confió en que se dieran prisa. Quizá los extranjeros preparaban una llegada espectacular...

Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores, Dumbledore gritó:

—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

—¿Por dónde? —preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

—¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.

Un vehículo gigantesco se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.

—¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por completo.

—No seas idiota... ¡es una casa volante! —le dijo, si Ana no mal recordaba, Dennis Creevey.

La suposición de Dennis estaba más cerca de la realidad. Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.

—Abraxans... —murmuró Ana con asombro e ilusión.

Los abraxans eran enormes caballos alados. Eran majestuosos, intimidantes y hermosos. Ana se preguntó cuán pequeña se sentiría cabalgando en uno de ellos, por los campos que rodeaban Hogwarts...

Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Entonces golpearon el suelo los cascos de los abraxans, metiendo tal ruido que Neville dio un salto y pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los abraxans sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos.

Antes de que la puerta del carruaje se abriera, Ana vio que llevaba un escudo: dos varitas mágicas doradas cruzadas, con tres estrellas que surgían de cada una.

Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces Ana vio un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más alta que Ana había visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas.

Al dar unos pasos entró de lleno en la zona iluminada por la luz del vestíbulo, y ésta reveló un hermoso rostro de piel morena, unos ojos cristalinos grandes y negros, y una nariz afilada. Llevaba el pelo recogido por detrás, en la base del cuello, en un moño reluciente. Sus ropas eran de satén negro, y una multitud de cuentas de ópalo brillaban alrededor de la garganta y en sus gruesos dedos.

Al observarla, Ana añadió otra aspiración para su futuro.

Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imitando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer, Ana uno de ellos.

Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela.

—Mi querida Madame Maxime —dijo—, bienvenida a Hogwarts.

—«Dumbledog» —repuso Madame Maxime, con una voz profunda—, «espego» que esté bien.

—En excelente forma, gracias —respondió Dumbledore.

—Mis alumnos —dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido.

Ana notó que unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje y se encontraban detrás de ella. Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina, y ninguno de ellos tenía capa. Algunos se habían puesto bufandas o chales por la cabeza. Y a pesar de ello, se veían fantásticos.

—¿Ha llegado ya «Kagkagov»? —preguntó Madame Maxime.

—Se presentará de un momento a otro —aseguró Dumbledore—. ¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco?

—Lo segundo, me «paguece» —respondió Madame Maxime—. «Pego» los caballos...

—Nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas se encargará de ellos encantado —declaró Dumbledore—, en cuanto vuelva de solucionar una pequeña dificultad que le ha surgido con alguna de sus otras... obligaciones.

—Mis «cogceles guequieguen»... eh... una mano «podegosa» —explicó Madame Maxime con duda—. Son muy «fuegtes»...

—Le aseguro que Hagrid podrá hacerlo —dijo Dumbledore, sonriendo.

—Muy bien —asintió Madame Maxime, haciendo una leve inclinación—. Y, «pog favog», dígale a ese «pgofesog Haggid» que estos caballos solamente beben whisky de malta «pugo».

—Descuide —dijo Dumbledore, inclinándose a su vez.

—Allons-y! —les dijo imperiosamente Madame Maxime a sus estudiantes, y los alumnos de Hogwarts se apartaron para dejarlos pasar y subir la escalinata de piedra.

—¿Viste la calidad de su uniforme? —inquirió Parvati a Lavender con tan alto interés que Ana tuvo que escuchar—. Se movía con tanta suavidad... hasta tenía detalles de seda verdadera.

—Qué elegancia... —suspiró Lavender añorante.

Ambas amigas se miraron y rieron con emoción para seguir susurrando entre ellas. Y la verdad era que ambas tenían razón, en la opinión de Ana. Había cierta elegancia en los estudiantes de Beauxbatons que Ana no había percibido en los de Hogwarts, más allá del elitismo con el que se movían ciertas personas... sin embargo, los estudiantes extranjeros parecían haber nacido con tal gracia.

La cabeza de Ana se giró hacia los abraxans y tuvo que detenerse en ir y darle palmaditas en sus hocicos aunque su tentación era enorme. Eran bellísimos...

Para entonces ya todos tiritaban de frío esperando la llegada de la representación de Durmstrang. La mayoría miraba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los abraxans de Madame Maxime. Pero entonces...

—¿No oyen algo? —preguntó Ron repentinamente.

Un ruido misterioso, fuerte y extraño llegaba a ellos desde las tinieblas. Era un rumor amortiguado y un sonido de succión, como si una inmensa aspiradora pasara por el lecho de un río...

—¡El lago! —gritó Lee Jordan, señalando hacia él—. ¡Miren el lago!

Desde su posición en lo alto de la ladera, desde la que se divisaban los terrenos del colegio, tenían una buena perspectiva de la lisa superficie negra del agua. Y en aquellos momentos esta superficie no era lisa en absoluto. Algo se agitaba bajo el centro del lago. Aparecieron grandes burbujas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las embarradas orillas. Por último surgió en medio del lago un remolino, como si al fondo le hubieran quitado un tapón gigante...

Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un asta negra, y luego Ana vio un mástil.

Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas daban la impresión de ojos fantasmales. Finalmente, con un sonoro chapoteo, el barco emergió en su totalidad, balanceándose en las aguas turbulentas, y comenzó a surcar el lago hacia tierra. Un momento después oyeron la caída de un ancla arrojada al bajío y el sordo ruido de una tabla tendida hasta la orilla.

A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba. Todos ellos llevaban puestas unas capas de algún tipo de piel muy tupida. El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello.

—¡Dumbledore! —gritó efusivamente mientras subía la ladera—. ¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?

—¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! —respondió Dumbledore.

Karkarov tenía una voz pastosa y afectada. Cuando llegó a una zona bien iluminada, vieron que era alto y delgado como Dumbledore, pero llevaba corto el blanco cabello, y la perilla (que terminaba en un pequeño rizo) no ocultaba del todo el mentón poco pronunciado. Al llegar ante Dumbledore, le estrechó la mano.

—El viejo Hogwarts —dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo. Tenía los dientes bastante amarillos mientras que sus ojos mantenían su expresión de astucia y frialdad—. Es estupendo estar aquí, es estupendo... Viktor, ve para allá, al calor... ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado...

Karkarov indicó por señas a uno de sus estudiantes que se adelantara. Cuando el muchacho pasó, Ana vio su nariz, prominente y curva, y las espesas cejas negras.

Y aunque Ana no era buena recordando, ¿cómo no recordar su rostro luego de escuchar a Ron hablar de él por meses?

—Mira, Ron, el jugador ese que te gusta...

Pero Ron ya estaba completamente hipnotizado y miraba a ese tal Viktor irse, con los ojos fijos en su espalda como si aquel fuese el mejor día de su vida y no quisiese que terminase.

Lo que la verdad era la realidad del chico.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó Ron asombrado cuando los alumnos de Hogwarts, formados en fila, volvían a subir la escalinata tras la comitiva de Durmstrang—. ¡Krum, Harry! ¡Es Viktor Krum!

—¡Ron, por Dios, no es más que un jugador de quidditch! —dijo Hermione.

—¿Nada más que un jugador de quidditch? —repitió Ron, mirándola como si no pudiera dar crédito a sus oídos—. ¡Es uno de los mejores buscadores del mundo, Hermione! ¡Nunca me hubiera imaginado que aún fuera al colegio!

Cuando volvían a cruzar el vestíbulo con el resto de los estudiantes de Hogwarts, de camino al Gran Comedor. Unas chicas de sexto revolvían en sus bolsillos mientras caminaban.

—¡Ah, es increíble, no llevo ni una simple pluma! ¿Crees que accedería a firmarme un autógrafo en el sombrero con mi lápiz de labios?

—¡Pero bueno! —bufó Hermione al adelantar a las chicas, que habían empezado a pelearse por el lápiz de labios.

Ana rió encantada.

—Ánimo, Hermione, ¿cuántas veces has tenido la oportunidad de estar cerca de tus ídolos? —le inquirió Ana con una sonrisa sabionda, haciendo que Hermione entrecerrara sus ojos y, con derrota, desviara su mirada de ella.

Se dirigieron a la mesa de Gryffindor. Ron puso mucho interés en sentarse orientado hacia la puerta de entrada, porque Krum y sus compañeros de Durmstrang seguían amontonados junto a ella sin saber dónde sentarse. Los alumnos de Beauxbatons se habían puesto en la mesa de Ravenclaw y observaban el Gran Comedor con expresión crítica. Tres de ellos se sujetaban aún bufandas o chales en torno a la cabeza.

—Deben de no estar acostumbrados a temperaturas bajas —dijo Ana con simpatía hasta que Hermione resopló.

—Pero no hace tanto frío —insistió—. ¿Por qué no han traído capa?

—¿Tal vez no tengan en sus uniformes?

—¡Aquí! ¡Ven a sentarte aquí! —decía Ron entre dientes—. ¡Aquí! Hermione, hazte a un lado para hacerle sitio...

—¿Qué?

—Demasiado tarde —se lamentó Ron con amargura.

Viktor Krum y sus compañeros de Durmstrang se habían colocado en la mesa de Slytherin. Ana notó que Zabini los miraba con desgana, haciendo que riera por lo bajo. Era un esnob de primera.

Como si pudiese sentir la mirada de Ana, Zabini giró su rostro buscando a los persistentes ojos que estaban fijos en él y cuando encontró la mirada azul de Ana tres mesas delante suyo, encaró una ceja, desafiante y seguramente inquiriendo cuál era el problema.

Ana lo copió mientras que su mirada viajaba desde él a los alumnos de Durmstrang que observaban todo con gran interés. Luego de unos segundos, Zabini pareció darse cuenta lo que Ana quería decirle y, aunque ella no pudiese alcanzar a ver, puso los ojos en blanco antes de mirar a otro lado. Ana rió por lo bajo nuevamente y también corrió su mirada, topándose con la de Hermione.

La mirada examinadora de Hermione analizaba el rostro de Ana con tanto detalle, que la chica se removió en su lugar sin saber qué decir o hacer. Hermione dio media vuelta a su rostro tratando de buscar a la persona con la que Ana había estado interactuando, pero al no encontrar a nadie, volvió a mirar a Ana.

Y ella no queriendo responder, le prestó su suma atención a la copa en frente suyo. Estaba muy resplandeciente y lustrada, más que los días normales... ¿y acaso eso era una pequeña piedra preciosa?

Habiendo entrado todos los alumnos en el Gran Comedor y una vez sentados a las mesas de sus respectivas casas, empezaron a entrar en fila los profesores, que se encaminaron a la mesa del fondo y ocuparon sus asientos. Los últimos en la fila eran el profesor Dumbledore, el profesor Karkarov y Madame Maxime. Al ver aparecer a su directora, los alumnos de Beauxbatons se pusieron inmediatamente en pie. El grupo de Beauxbatons no volvió a ocupar sus asientos hasta que Madame Maxime se hubo sentado a la izquierda de Dumbledore. Éste, sin embargo, permaneció en pie, y el silencio cayó sobre el Gran Comedor.

—Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes —saludó Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros—. Es para mi un placer darles la bienvenida a Hogwarts. Deseo que su estancia aquí les resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea.

»El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete —explicó Dumbledore—. ¡Ahora les invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvieran en su casa!

Como de costumbre, las fuentes que tenían delante se llenaron de comida. Ante ellos tenían la mayor variedad de platos que Ana había visto nunca, incluidos algunos que eran evidentemente extranjeros.

—¿Qué es esto? —preguntó Ron, señalando una larga sopera llena de una especie de guiso de marisco que había al lado de un pastel de carne y riñones familiar.

—Bullabesa —repuso Hermione.

—Por si acaso, tuya —replicó Ron.

—Es un plato francés —explicó Hermione—. Lo probé en vacaciones, este verano no, el anterior, y es muy rica.

—Te creo sin necesidad de probarla —dijo Ron sirviéndose pastel.

—Me quedo con lo que conozco... —afirmó Ana con una mueca de disgusto ante la visión de mariscos.

—Eres muy quisquillosa con la comida, Ana —la regañó Hermione y Ana la miró con ofensa.

—¡No lo soy!

Ana tuvo que retractarse el momento inmediato que Hermione le acercó una cuchara con aquella Bullabesa, que hizo que tuviera una arcada al oler aquel aroma de pescado.

El Gran Comedor parecía mucho más lleno de lo usual, aunque había tan sólo unos veinte estudiantes más que de costumbre. Quizá fuera porque sus uniformes, que eran de colores diferentes, destacaban muy claramente contra el negro de las túnicas de Hogwarts. Una vez desprendidos de sus pieles, los alumnos de Durmstrang mostraban túnicas de color rojo sangre.

A los veinte minutos de banquete, Hagrid entró furtivamente en el Gran Comedor a través de la puerta que estaba situada detrás de la mesa de los profesores. Ocupó su silla en un extremo de la mesa y saludó a Ana, Hermione, Harry y Ron con la mano vendada.

—¿Están bien los escregutos, Hagrid? —le preguntó Harry.

—Prosperando —respondió Hagrid, muy contento.

Ana suspiró aliviada y siguió comiendo, alegre de saber que su escreguto no había muerto.

En aquel momento dijo una voz:

—«Pegdonen», ¿no «quieguen» bouillabaisse?

Se trataba de una chica muy bonita que pertenecía a Beauxbatons. A Ana le hizo recordar a Alicia Silverstone, aquella actriz que era hermosa.

—Puedes llevártela —asintió Ana acercándosela—. No creemos querer comerla, no te preocupes.

La chica le sonrió y asintió, tomándola en sus manos.

—Muchas «gacias».

La chica les agradeció nuevamente, y se llevó la sopera con cuidado a la mesa de Ravenclaw. Ana suspiró con alivio al no tener el olor a pescado cerca.

—Gracias a Dios que se la llevó. No hubiese podido con tanto olor a mariscos...

—¡Es una veela! —exclamó Ron con voz ronca, sin dejar de verla.

—¡Por supuesto que no lo es! —repuso Hermione ásperamente—. No veo que nadie más se haya quedado mirándola con la boca abierta como un idiota.

—Puede que sea parte veela —sugirió Ana mientras volvía su atención a su comida—. Leí que es más normal encontrarse con una que con una veela pura.

—¡Sí! Ana tiene razón, además, ¡las de Hogwarts no están tan bien!

Ana frunció el ceño pensando en la cantidad de chicas preciosas que había en Hogwarts y resopló.

—Como tú digas, Ron.

—Cuando puedan apartar la vista de ahí —dijo Hermione—, verán quién acaba de llegar.

Señaló la mesa de los profesores, donde ya se habían ocupado los dos asientos vacíos. Ludo Bagman estaba sentado al otro lado del profesor Karkarov, en tanto que el señor Crouch, el jefe de Percy, ocupaba el asiento que había al lado de Madame Maxime.

—Ugh, ¿él? —masculló Ana mirando al señor Crouch, recordando cuán mal había tratado a Winky.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Harry sorprendido.

—Son los que han organizado el Torneo de los tres magos, ¿no? —repuso Hermione—. Supongo que querían estar presentes en la inauguración.

Cuando llegaron los postres, vieron también algunos dulces extraños. Y aunque fuese quisquillosa con su comida, Ana siempre se abría para dulces y postres.

Una vez limpios los platos de oro, Dumbledore volvió a levantarse. Todos en el Gran Comedor parecían emocionados y nerviosos. Ana se sentía un poco sola, no sintiendo la misma emoción que parecían sentir sus compañeros. A penas había sobrevivido el torneo de quidditch del curso anterior y la Copa, ¿cómo lo haría durante este torneo?

—Ha llegado el momento —anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los tres magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el cofre, sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no los conocen, permítanme que les presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo un asomo de aplauso cortés—, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch. Bagman agradeció los aplausos con un jovial gesto de la mano, mientras que Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado. A Ana le cayó un poco peor.

—Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos —continuó Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones.

A la mención de la palabra «campeones», la atención de los alumnos aumentó aún más.

Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras decía:

—Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre...

Filch, que había pasado inadvertido pero permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parecía extraordinariamente vieja. De entre los alumnos se alzaron murmullos de interés y emoción.

—Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar —dijo Dumbledore mientras Filch colocaba con cuidado el cofre en la mesa, ante él—, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro.

Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio tan absoluto que nadie parecía respirar.

—Como todos saben, en el Torneo compiten tres campeones —continuó Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante. Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego.

Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado.

Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien.

—Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz —explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios. Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir.

»Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años.

»Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar en el Torneo hasta el final. Al echar su nombre en el cáliz de fuego están firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Una vez convertido en campeón, nadie puede arrepentirse. Así que deben estar muy seguros antes de ofrecer su candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.

Eran esos momentos en los que Ana se sentía muy consciente de su baja estatura, porque el momento en que todos se levantaron para salir del Gran Comedor, fue empujada hacia la salida por todos quienes estaban emocionados y distraídos pensando en el gran aviso de Dumbledore. Y tan rápido como sucedió, se separó de su grupo.

«Voy a tener que preguntarle a Madame Pomfrey si existe una poción que te haga crecer» suspiró Ana y entre codazos fue buscando la salida mientras sentía su pecho achicarse al estar tan rodeada de personas.

Era un sentimiento abrumador del que se estaba hartando últimamente. Tal vez sí extrañaba su antigua escuela donde al menos era arrollada por la multitud de estudiantes y solo se debía preocupar porque no le robaran el almuerzo o tiraran sus pertenencias a la basura.

Un brazo la tomó de unos costados y con un poco de fuerza tiró de ella por la multitud hasta que finalmente, Ana no sintió ese mareo común y pudo respirar de una vez por todas.

—Deberías comenzar a golpear a las personas que te niegan tu espacio personal, ¿sabes?

Al reconocer aquella voz familiar, Ana rió y miró a la chica en frente suyo.

Ginny le sonreía burlonamente, haciendo que sus ojos marrones brillaran ante la luz de las velas que iluminaban el Gran Comedor. Su cabello estaba atado en una coleta alta y al tener el rostro libre de mechones, Ana pudo apreciar las pecas que lo cubrían. También notó un poco de crema rosada manchando una de sus mejillas.

—Pero si empiezo a golpear a todos los que hacen eso entonces medio Hogwarts quedaría noqueado.

—En ese caso, se llevarían lo merecido y los otros aprenderían a esquivarte. Dos pájaros de un tiro —dijo Ginny mientras caminaban juntas hacia la salida.

—Un punto válido —afirmó Ana y miró a Ginny de reojo antes de resoplar—. Espera un segundo, me está molestando...

Ana tomó el mentón de Ginny y pasó rápidamente un dedo sobre su mejilla para limpiarla de aquella crema dulce. Tomó una de las servilletas que se había robado por si le agarraba un resfrío y sacó todo pegote de su dedo. Al ver que la mejilla de Ginny tenía solamente su normal color rosado, sonrió satisfecha.

—Listo, lo siento, tenías un poco de crema todavía...

Ginny abrió la boca para responder pero sus cabezas se giraron hacia atrás, cuando Hermione llamó a Ana una vez que la había encontrado.

—Nos vemos mañana, Ginny. ¡Y gracias por salvarme!

Ana dio un salto hacia Hermione y rápidamente la chica le resumió el extraño encuentro que habían tenido con Karkarov minutos antes y cuán desconocida había sido su reacción al ver a Harry.

Al parecer, las situaciones más extrañas sucedían cuando Ana no estaba cerca.

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¡Hola! Buen viernes ♥

¿cómo están?

este capítulo fue un poco largo asjsaj y esta vez no me disculpo !!

si es que no se dieron cuenta me encanta darle profundidad y más historia a personajes que jk rowling no hizo justicia aka todas las chicas tbh

lavender, parvati, cho y fleur merecían más amor !! y no me pueden hacer cambiar de opinión !! y si me preguntan por qué, prepárense para un ensayo de 1000+ palabras ♥

hoy les vengo a volver a compartir el link para la playlist de la novela y quería preguntarles si tenían sugerencias de canciones para añadir <3 : https://open.spotify.com/playlist/24ozZ63K0b1jwL8NnrNrHO?si=1ee866d7794746d0

cambiando de tema a uno más serio, por favor no dejen de hablar de Colombia que aún necesita todo el apoyo posible. puede ser que ya se hayan solucionado ciertas cuestiones en puntos específico pero eso NO significa que hay que darlo por hecho. todxs mis lectorxs colombianxs, estoy con ustedes y como siempre, mis mensajes están abiertos por si se quieren descargar. les mando un beso y fuerzas.

y si no escucharon todavía lo que está pasando en Palestina: los están sacando de sus hogares desde hace años. Israel coloniza a Palestina, hace una limpieza étnica, los ocupan militarmente y maltrata a este país. y por todo esto y más necesitan de nuestra ayuda, necesitan que hablemos de esto porque los están encerrando en una burbuja de la que no se pueden escapar. hablen. difundan. tal vez piensen que publicar un simple hashtag no funcione, pero eso es EXACTAMENTE lo que están pidiendo que hagamos. Palestina está aislada y la forma más fácil y accesible para ayudar es a través de las redes sociales, así que hablen. #freepalestine

nos vemos la próxima semana ¡!

•chau•

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