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𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐲 𝐬𝐢𝐱 (𝐩𝐚𝐫𝐭 𝐭𝐰𝐨)

"Dos pies izquierdos (parte dos)"

El día de Navidad, Ana se levantó desorientada mientras escuchaba el griterío que tomaba lugar alrededor de su cama. Como las cortinas de su cama adoselada tapaban el resto de la habitación, mientras bostezaba, las corrió a un lado para ver lo que sucedía.

Sus tres compañeras de habitación estaban despabiladas por el cuarto, preparándose para la noche —aunque faltasen más de diez horas—, y ya sumergidas en su rutina de belleza. Parvati se cepillaba los dientes mientras secaba su largo cabello oscuro con su varita; estaba vestida con un albornoz de baño y Ana notó que había una rasuradora moviéndose mágicamente por su pierna, depilándola. Por el otro lado, quien parecía estar muy ocupada era Lavender, quien estaba peinando a Hermione. La última estaba sentada en los pies de su propia cama mientras Lavender estaba arrodillada detrás suyo, sumamente concentrada en hacer las tropas de su cabello (que seguramente luego se usarían para tejer el cabello). Asimismo, Lavender también parecía haber estado ocupada consigo misma, ya que tenía puesta una mascarilla que cubría todo su rostro menos sus ojos y labios.

—¿Estoy... en el cielo? —murmuró Ana aún un poco dormida, pero lo suficientemente alto para que Parvati levantase su mirada hacia ella con triunfo.

—Al fin te despiertas, ¿eh? Cuando duermes roncas peor que tu gato.

Ana puso los ojos en blanco y dejó salir un bostezo antes de agarrar a Basil y acunarlo en sus brazos.

—No todos podemos dormir tan elegantemente como tú, Parvati.

—Podrían intentarlo.

No encontrando las ganas de seguir discutiendo con Parvati —y no era porque sabía que al final perdería—, Ana le dio un beso a la cabeza de Basil y salió de su cama para comenzar con el día.

—¿Desde qué hora están así? ¿Ya abrieron sus regalos?

—Primero; estamos despiertas desde las siete como siempre, y segundo; no hay tiempo para eso, Ana. Mañana nos fijaremos, pero hoy es el día de belleza —dijo Lavender y sonrió al terminar de trenzar el cabello de Hermione—. Ni siquiera hemos desayunado aún... Estoy hambrienta.

Luego de recibir reconocimiento por parte de Parvati y Hermione —quien parecía disfrutar los cuidados de Lavender—, Ana sonrió y se calzó con sus pantuflas. De la silla de su escritorio agarró su chaleco y luego de colocárselo, se dirigió a las demás.

—Creo que entonces esa es mi primera misión del día: buscarnos el desayuno.

Una vez que recibió el agradecimiento de sus compañeras y anotó los pedidos de cada una, Ana emprendió su travesía. Su primera parada consistió en encontrarse con Ginny en la sala común, y parecía emocionada por asistir al baile esa noche ya que en ningún momento (mientras salían de la sala para ir a desayunar) dejó de preguntarse qué habían preparado los profesores para la decoración. También fue un tema de conversación el hecho de que si iban a combinar colores, y ambas se dieron cuenta de que esa cuestión debieron de haberla hablado mucho antes porque horas antes del mismo baile no parecía el momento adecuado. Sin embargo, para la fortuna de las dos, se dieron cuenta de que los colores de sus atuendos quedaban perfectos, y Ana le dio gracias al mundo porque el vestido de Ginny fuese lila.

Llegaron al vestíbulo y se separaron cuando Ginny notó a su grupo de amigos, y se fue con ellos no sin antes saludar a Ana. La chica comenzó a caminar al Gran Comedor, sacando el pedazo de pergamino donde había anotado todo lo que debía llevar arriba y fijándose que Parvati había sido muy insistente en que llevase mucho café. Hasta estaba subrayado cuatro veces para darle énfasis.

—Bonito pijama.

Ana levantó su cabeza y notó cómo Blaise Zabini miraba con escrutinio el atuendo que no se había cambiado antes de bajar de su dormitorio. Llevaba puesta una camisa de dormir que había robado de su abuela años atrás, su chaleco de lana, unos pantalones escoceses de dormir (de un conjunto que había perdido) y sus pantuflas de confianza. Podía ser que el chico de Slytherin hubiese dicho aquel comentario con ironía cargada en su tono, sin embargo, Ana decidió ignorarlo y sonrió.

—Lo sé.

Ambos comenzaron a caminar a la par hacia el Gran Comedor, siguiendo en sus dimes y diretes de siempre.

—¿Estableciendo la barra baja para tu pareja de hoy a la noche, Abaroa? —inquirió burlonamente Blaise y Ana resopló con una sonrisa.

—Para tu información, mi pareja y yo combinaremos a la perfección. Pero lo siento mucho por la tuya que tendrá que aguantarte a ti y tu bocaza.

—Te sorprendería saber cuán acostumbrada está de mí. Y yo de ella.

Ana lo miró de reojo y sonrió sabiendo a quién se refería.

—Pues Hannah tiene demasiada paciencia, ojalá Ginny también la tenga conmigo —rió Ana y suspiró cuando llegaron a la puerta del Gran Comedor—. Bueno, ¡diviértete con Hannah esta noche!

Apresurándose para terminar con su tarea, Ana entró al Gran Comedor y trotó hacia la mesa de Gryffindor sin mirar atrás. Dándose cuenta de que no habría forma alguna de que pudiese llevar todo lo pedido en solo un viaje, Ana se reprochó al no haber ideado un mejor plan que escapar de las garras de las madrugadoras. Tendría que levitar la comida y esperar que Filch no viese sus ideas como punibles. Aunque si se lo ponía a pensar bien, Filch observaba todo como punible.

Mientras tomaba las galletas de jengibre que tanto le gustaban, se encontró a Harry y Ron disfrutando de su desayuno.

—¿Y Hermione? —preguntó Ron, luego de tragar una cucharada de avena con miel.

—En el dormitorio, preparándose —dijo Ana y guardó algunas cucharas en los bolsillos de su pantalón.

—¿Ya?

—Sí, esto toma tiempo, Ron —explicó Ana y le sonrió inocentemente mientras él la observaba con terror al pensar en todo el tiempo que las chicas usaban.

—¿Y qué hay de ti, Ana? Aún estás en pijama.

Ana resopló y tomó su varita, que había guardado en el bolsillo de su chaleco, y apuntó a las frutas que Lavender le había pedido.

Wingardium Leviosa —pronunció, haciendo que las frutas flotaran. Miró a Harry—. No te preocupes que como ustedes dijeron, me quedan horas para prepararme y además no me veré desastrosa cuando mi pareja es Ginny, Harry. Se merece mejor que yo yendo en pijama.

Ron se atragantó con su comida el mismo momento que Ana agarraba las tazas y las guardaba en los bolsillos de su chaleco, que por la vejez se habían estirado.

—¿¡Irás con Ginny!? ¿Con mi hermana?

—¡Oh! Eso me había olvidado de contarte —rió Ana y tomó dos teteras, una que contenía café y otra leche—. Sí, iré con Ginny.

Antes de que Ron pudiese seguir explorando sus sentimientos respecto al tema con el que Ana lo había bombardeado, la chica miró satisfecha sus bolsillos y asintió.

—¡Bien! Ya tengo todo, nos vemos a la noche.

Nuevamente, escapando de sus problemas, Ana corrió (siendo seguida por todo lo que había encantado) hacia el dormitorio de las chicas de Gryffindor.


El día fue uno de los más placenteros que Ana podía contar. Aunque los nervios de tener que comenzar el baile siguieran pesando en sus hombros, la celebración en sí cada vez le aterraba menos. Aunque hubiese mucha gente concentrada en un solo lugar, y también habría mucho ruido, Ana no podía negar que se divertiría. Sus amigas se estaban asegurando de ello.

En ningún momento del día Lavender dejó de cantar canciones pop que Ana había escuchado durante el verano a través de la radio, y debía admitir que su voz no era para nada mala. Invitaba a que las otras tres siguieran su canto aun cuando no se sabían la letra. Después, Parvati había separado los cuatro atuendos y había implementado un poco de magia en el tul y tela; dándole un toque único a sus vestimentas. Y el producto final había quedado simplemente magnífico.

Ana también fue atrapada en las garras de Lavender una vez que había terminado de estilizar el cabello de Hermione, y tuvo que aguantar la cera brillante y especial que Lavender había preparado para depilar sus piernas. Y aunque Ana se mostró un poco en contra de la idea de quemarse la piel con esa sustancia viscosa, Lavender rápidamente le aseguró que lo caliente se desvanecería en segundos y solamente debía preocuparse por el dolor cuando tirase de la cera seca.

—Eso... eso no me calma ni un poco —confesó Ana tirada boca arriba en su cama.

Lavender le sonrió.

—Ese no era mi propósito. Era una advertencia, Ana.

Por más que ese momento hubiese sido el único en el que Ana repudió, el dolor en sus piernas luego de una hora fue bastante incómodo. Sus piernas en definitiva estaban suaves, pero era raro.

Cerca de la hora en que el baile empezaría, las cuatro compañeras comenzaron a terminar con los retoques en sus figuras. Hermione había trenzado el cabello de Parvati en una larga trenza decorada con accesorios de oro y ahora la chica solamente estaba retocando su maquillaje, con un poco más de sombra en sus ojos. Luego, Lavender había cepillado sus rizos en un gran moño elegante y había adornado su cabello con su diadema de perlas; que combinaba con su maquillaje suave que la hacía parecer como una princesa misma. Con ayuda de Lavender, el cabello de Hermione ahora estaba estilizado con sus elegantes faux locs, creando un medio rodete en la parte superior de su cabeza pero con más cabello cayendo con elegancia sobre su espalda. Ella había decidido usar solo un poco de maquillaje más natural.

Finalmente, Ana estaba terminando de poner el glitter que Lavender le había prestado que era apto para ojos, y cuando terminó se miró orgullosamente en el gran espejo colectivo que tenía el dormitorio.

—¡Ya está!

Ana dio una media vuelta para que Hermione y Lavender viesen su trabajo y la última dejó salir un chillido de emoción. Los ojos de Ana tenían un suave sombreado violeta pero lo que hacía que destacaran era el brillo colorido que se había colocado segundos atrás, sus mejillas y nariz estaban algo rosadas por el rubor y sus labios brillaban por el brillo que se había puesto. No era una obra de arte, pero cumplía con el propósito.

—¡Preciosa! Pareces un hada.

Satisfecha por la comparación, Ana dejó el pincel en su lugar y cerró el pequeño frasco con el maquillaje, antes de dárselo a Lavender. Cuando Lavender tomó el frasco, la puerta del baño dejó ver a Parvati que ya estaba completamente lista.

Parvati llevaba puesto un hermoso sari fucsia, cuya parte superior brillaba con miles de detalles hermosos, acompañada de los accesorios que la chica había elegido. Su rostro estaba impecable, pero en realidad, eso no era decir mucho porque Parvati Patil siempre estaba espléndida, aún cuando no trataba.

—Te ves hermosa, Parvati —dijo Hermione y Ana asintió dándole la razón. Parvati les sonrió a ambas pero sus ojos solamente estaban fijos en una persona: Lavender.

Lavender la miraba con una gran sonrisa que hacía que sus mejillas ya redondas se curvaran aún más. Pero, lo que hizo que Ana mirase hacia abajo, fue el hecho de que la mirada que le dedicaba a Parvati era la misma que le dedicaba a cualquiera. Y aunque fuese ajeno, Ana sentía esa punzante sensación.

—Parv te ves radiante —afirmó Lavender y tomó su vestido que había estado colgando—. ¡Mi turno!

El momento en que Lavender se metió al baño y cerró la puerta detrás suyo, Parvati suspiró y se acomodó la trenza para que estuviese delante de su cuerpo.

—Iré bajando...

Ana caminó hacia la chica y tomó su brazo con suavidad.

—Guárdale un baile, ¿sí?

Una sonrisa melancólica se posó en los labios de Parvati.

—Cuando ella me vea...

Después de que Parvati bajara hacia la sala común, pasaron unos cinco minutos más hasta que Lavender estuvo completamente vestida y salió del baño, desfilando su vestido. Cuando Ana había dicho que se veía como una princesa, no exageraba en lo más mínimo; la chica llevaba un vestido de tul color rosa pálido y con varias capas que se movían sobre el suelo de madera como cascadas. Todo su atuendo era el perfecto balance y no sería imposible que más de uno ojo cayese sobre ella con admiración. Se lo merecía.

—¿Dónde está Parv? —preguntó Lavender una vez que salió y miró alrededor de la habitación buscando a su mejor amiga.

—Ehh... ya está abajo —murmuró Ana.

Una ráfaga de confusión y dolor pasó por los ojos de Lavender al notar que Parvati no la había esperado, y sin decir más que darles una débil sonrisa, salió del dormitorio. Ana y Hermione se miraron en silencio, hasta que Ana tomó su propio atuendo y señaló el baño.

—Voy primero porque tus uñas no se secaron aún...

Riendo ante la expresión de incredulidad de Hermione, Ana se metió al baño para terminar de cambiarse de una vez por todas. Lo primero que hizo fue ponerse la camisa lisa y color crema que había elegido, una vez abrochado los botones se colocó el pantalón azul marino que su abuela le había dado días atrás y se calzó con los zapatos que Parvati le había prestado. Enseguida se sintió alta y rió ante la sensación que había encontrado cómoda esas últimas semanas, si pudiese quedarse así de alta toda la vida, lo aceptaría sin vacilación. Se miró en el espejo y sonrió al ver detrás suyo la última prenda que debía colocarse. Tomó el saco en sus dedos y se lo colocó lentamente, sintiendo una nueva sensación en sus hombros.

Por última vez se inspeccionó en el espejo y pasó sus dedos sobre los detalles en el final del saco azul. Las flores violetas y lilas que alguna vez habían estado estáticas, ahora brillaban y se movían por el encantamiento que había usado Parvati. Miró hacia abajo y notó que también las flores en los rebordes del pantalón brillaban. Una suave risa dejó sus labios y tuvo que abanicar sus ojos al sentir las lágrimas en ellos.

—Lavender te matará si corres tu maquillaje —se dijo a sí misma pero sonrió al verse en el espejo.

Aquel traje que le había pertenecido a Fidel Abaroa, a su padre, años atrás, ahora era suyo. Lo había hecho suyo y le quedaba tan bien.

Un golpe en la puerta sacó a Ana de su ensueño y la abrió para mirar a Hermione. La chica la miró de pies a cabeza y sonrió.

—Me encanta.

Ana rió y la atrajo en un abrazo para mirarla a los ojos.

—¿Voy a buscar a Ginny o necesitas ayuda?

—Creo que puedo ocuparme yo sola de un vestido, Ana —rió Hermione y Ana asintió con fervor.

—¡Bien! Te veo después, te verás genial.

Luego de conjurar un ramo de flores con el encantamiento "Orchideous", Ana bajó rápidamente las escaleras en búsqueda de Ginny, para llevarla al Gran Comedor. La sala común tenía un aspecto muy extraño, llena de gente vestida de diferentes colores en lugar del usual monocromatismo negro. Ginny se encontraba hablando con sus compañeros en una esquina, vestía un largo vestido lila con tiras como mangas, que estaba lleno de brillos que parecían agrandarse a causa de la luz de las velas. Su cabello lacio estaba perfectamente peinado y caía sobre su espalda.

Una vez que sus miradas se conectaron, Ana la saludó, sacudiendo el ramo de flores que le daría a Ginny. La Weasley la miró con sorpresa y encanto a la vez y se despidió de sus amigos, yendo a encontrarse en la mitad del camino con Ana.

—Ana, te ves... uou. ¡Oh! Muchas gracias... —murmuró Ginny, aceptando el ramo de flores que Ana le entregó.

—Tú también te ves preciosa, Ginny. ¿Quieres ir bajando ya?

Asintiendo, Ginny tomó la mano de Ana y tiró de ella para ir saliendo de entre la multitud.

También el vestíbulo estaba abarrotado de estudiantes que se arremolinaban en espera de que dieran las ocho en punto, hora a la que se abrirían las puertas del Gran Comedor. Los que habían quedado con parejas pertenecientes a diferentes casas las buscaban entre la multitud. Ana, aunque tenía puesto tacones, se paró en puntas de pie y buscó con la mirada a Harry y a Ron, pero no los vio en ningún lado. Su altura llegaba a un límite. Aún con tacones.

—¡Ana!

Ana se dio media vuelta y vio a Fleur acercándose a ellas con su bonita sonrisa de siempre. Llevaba puesta una hermosa túnica de satín plateado y estaba acompañada por un chico que no reconocía.

—Hola, Fleur —la saludó Ana e hizo un gesto a Ginny—. Ella es Ginny Weasley.

—Encantada —le sonrió Fleur, ganándose una sonrisa nerviosa por parte de la Gryffindor de tercero—. «Pog ciegto» se ven bellísimas, me encanta tu maquillaje, Ana... ¡Oh! Ahí está una amiga, nos vemos después...

Se abrieron las puertas principales de roble, y todo el mundo se volvió para ver entrar a los alumnos de Durmstrang con el profesor Karkarov. Krum iba al frente del grupo, y Ana sonrió al reconocer a Hermione. Se veía preciosa con su vestido azul. Por encima de las cabezas pudo ver que una parte de la explanada que había delante del castillo la habían transformado en una especie de gruta llena de luces de colores. En realidad eran cientos de pequeñas hadas: algunas posadas en los rosales que habían sido conjurados allí, y otras revoloteando sobre unas estatuas que parecían representar a Papá Noel con sus renos.

En ese momento los llamó la voz de la profesora McGonagall:

—¡Los campeones por aquí, por favor!

Inconscientemente, Ana entrelazó su brazo con el de Ginny y las guió entre la multitud. Sin dejar de hablar, la multitud se apartó para dejarlos pasar. La profesora McGonagall, que llevaba una túnica de tela escocesa roja y se había puesto una corona de cardos alrededor del ala del sombrero, les pidió que esperaran a un lado de la puerta mientras pasaban todos los demás: ellos entrarían en procesión en el Gran Comedor cuando el resto de los alumnos estuviera sentado. Fleur y su pareja se pusieron al lado de las puertas; Cedric y Cho estaban junto a Harry y Parvati

—¡Hola, Harry! —saludó Ana—. ¿Viste cuán linda se ve, Hermione?

Harry la iba a saludar pero ladeó la cabeza con confusión, hasta que Ana saludó a Hermione una vez que la chica los percibió.

—¡Hola!

Ana articuló un silencioso «Te ves bellísima», y Hermione le sonrió con emoción e inquietud. Cuando las puertas del Gran Comedor se abrieron, Ana le dio un pequeño apretón a su agarre con Ginny y sintió el nerviosismo volver.

Cuando todos se hubieron acomodado en el Gran Comedor, la profesora McGonagall les dijo que entraran detrás de ella, una pareja tras otra. Lo hicieron así, y todos cuantos estaban en el Gran Comedor los aplaudieron mientras cruzaban la entrada y se dirigían a una amplia mesa redonda situada en un extremo del salón, donde se hallaban sentados los miembros del tribunal.

Habían recubierto los muros del Gran Comedor de escarcha con destellos de plata, y cientos de guirnaldas de muérdago y hiedra cruzaban el techo negro lleno de estrellas. En lugar de las habituales mesas de las casas había un centenar de mesas más pequeñas, alumbradas con farolillos, cada una con capacidad para unas catorce personas.

Ana caminaba con toda la elegancia que podía recolectar a través de sus nervios pero al no querer hacer pasar mal a Ginny, hizo todo lo posible para que se sintiera cómoda mientras caminaban pegadas la una con la otra.

Dumbledore sonrió de contento cuando los campeones se acercaron a la mesa principal. Karkarov portaba una mueca de molestia, como siempre. Ludo Bagman, que aquella noche llevaba una túnica de color púrpura brillante con grandes estrellas amarillas, aplaudía con tanto entusiasmo como cualquiera de los alumnos. Y Madame Maxime, que había cambiado su habitual uniforme de satén negro por un vestido de seda suelto de color azul lavanda, aplaudía cortésmente. El quinto asiento de la mesa estaba ocupado por Percy Weasley.

Ana miró de reojo a Ginny y ahogó la risa que amenazó con salir de ella, al verla rodar los ojos.

Una vez sentadas, Ana justo al lado de Hermione, miraron los platos de oro. Aún no había comida en ellos; sólo unas pequeñas minutas delante de cada uno de ellos. Ana observó que Dumbledore leía su menú con detenimiento y luego le decía muy claramente a su plato:

—¡Chuletas de cerdo!

Y las chuletas de cerdo aparecieron sobre él. Captando la idea, los restantes comensales también pidieron a sus respectivos platos lo que deseaban. Ana se estremeció al pensar en el trabajo que esto sería para los elfos domésticos pero negó con la cabeza y miró el menú. Luego de pedir su comida, miró a su derecha, escuchando a Viktor Krum hablarle con entusiasmo a Hermione.

—Bueno, «nosotrros» tenemos también un castillo, no tan «grrande» como éste, ni tan «conforrtable», me «parrece» —le decía—. Sólo tiene «cuatrro» pisos, y las chimeneas se «prrenden» únicamente por motivos mágicos. Pero los terrenos del colegio son aún más amplios que los de aquí, aunque en «invierrno» apenas tenemos luz, así que no los «disfrrutamos» mucho. «Perro» en «verrano» volamos a «diarrio», «sobrre» los lagos y las montañas.

—¡Para, para, Viktor! —dijo Karkarov, con una risa en la que no participaban sus fríos ojos—. No sigas dando más pistas, ¡o tu encantadora amiga sabrá exactamente dónde se encuentra el castillo!

Una mueca se posó en los labios de Ana pero ignoró la conversación que estaba teniendo el director de Durmstrang y Dumbledore, prestándole atención a Ginny.

—Te apuesto a que Karkarov no puede ser menos sutil con su odio hacia Hogwarts —susurró Ana.

—No voy a apostar algo que ya está dado —rió Ginny y le dio un suave codazo a Ana.

Ana echó una mirada al Gran Comedor. Hagrid se hallaba sentado en una de las otras mesas de profesores. Había vuelto a ponerse el traje peludo de color marrón y miraba a la mesa en que Ana se encontraba. Lo vio saludar con la mano, y que Madame Maxime, con sus cuentas de ópalo que brillaban a la luz de las velas, le devolvía el saludo. Ana sonrió ante la escena que le parecía adorable.

En la mesa cercana en donde estaba Hagrid, Ana vio a su abuela, James, Sirius y Remus. Estaban hablando entre sí mientras comían, y Ana notó que su abuela mantenía una entretenida conversación con la señora Pomfrey. Sonrió al ver que estaba haciendo amistades en un lugar desconocido.

Cuando se acabó la cena, Dumbledore se levantó y pidió a los alumnos que hicieran lo mismo. Entonces, a un movimiento suyo de varita, las mesas se retiraron y alinearon junto a los muros, dejando el suelo despejado, y luego hizo aparecer por encantamiento a lo largo del muro derecho un tablado. Sobre él aparecieron una batería, varias guitarras, un laúd, un violonchelo y algunas gaitas.

Las Brujas de Macbeth —Ginny le había contado que eran una banda muy conocida— subieron al escenario entre aplausos entusiastas. Eran todas melenudas, e iban vestidas muy modernas, con túnicas negras llenas de desgarrones y aberturas. Ginny tiró de la mano de Ana y ella se dio cuenta de que los farolillos de todas las otras mesas se habían apagado y que los campeones y sus parejas estaban de pie. Disculpándose, Ana se levantó de su lugar.

Las Brujas de Macbeth empezaron a tocar una melodía lenta, romántica. Ana llevó a Ginny a un lugar masomenos alumbrado y suavemente tomó sus manos, colocando una en su hombro y otra entrecerrándola con la suya propia.

—Escandaloso —susurró Ginny con diversión y Ana rió.

—Prepárate para los pasos de baile que Neville me enseñó... —Ana miró a su alrededor y vio a Harry que estaba perfectamente situado en un espacio iluminado, llevando a Parvati correctamente—. Claro que fue criado por James Potter...

Ginny miró a la pareja de reojo y puso los ojos en blanco antes de dar el primer paso y llevarse por la música. Gracias a las cuantas clases de baile que había tenido con Neville, Ana pudo moverse fluidamente por la pista de baile, llevando a Ginny con ella sin problema. Y aunque algunas veces tambaleara, Ginny siempre la tenía agarrada. Pronto empezaron a unirse al baile las otras parejas, de forma que los campeones dejaron de ser el centro de atención. Lavender bailaba contentamente con Adam Hirano, pero parecía que el chico no le prestaba la atención que merecía la chica, lo que molestó a Ana.

Pero antes que pudiese sufrir más tiempo viendo a Lavender ser menospreciada, la balada terminó, siendo el momento perfecto para cambiar de parejas. Ana volvió su mirada a Ginny y le sonrió, pero fue interrumpida por una suave voz a su lado. Ambas giraron sus miradas y notaron a Luna, que vestía un curioso vestido multicolor.

—Perdón por interrumpirlas... —los ojos claros de Luna miraron a Ana—. ¿Pero podría bailar con Ginny para esta canción, Ana? Hannah Abbott ha invitado a Neville a bailar y me parece una linda canción esta...

—Por supuesto, Luna —aseguró Ana y miró a Ginny para preguntar si estaba bien. Ginny asintió con fervor y Ana sonrió antes de soltar su mano—. ¡Genial! Yo me iré...

Dejando a Luna y Ginny, Ana dio un paso hacia atrás, decidiendo que era el momento perfecto para salvar a Parvati de Harry y llevarla con Lavender. Dio dos pasos más, cuando se chocó con otra persona entre la multitud de cuerpos y se tambaleó hacia atrás; pero antes que sufriera un golpe, una mano la agarró del codo y la tiró hacia delante.

—Un día de estos sí te pisarán, Abaroa.

Ana sopló un mechón de cabello que había caído sobre sus ojos y sonrió divertida al ver a Blaise Zabini frente suyo.

—No si yo los piso primero con estos tacones.

Ana levantó su pierna para mostrar las plataformas y Blaise puso los ojos en blanco.

—Qué elegante.

Riendo, Ana bajó su pierna, cuando se dio cuenta de que Blaise aún no había soltado su brazo. Mirando de reojo el tacto del chico y luego sus ojos —indirectamente mostrándole lo que estaba haciendo—, Blaise se aclaró la garganta y la soltó suavemente, escondiendo sus manos detrás de él. Siempre se veía demasiado elegante para estar en un colegio, nunca parecía mezclarse con los otros. Y esa ocasión no era diferente.

Blaise llevaba puesta una túnica de gala de un color verde tan profundo que parecía casi negra. Bajo esta había un chaleco del mismo color que parecía ser de un material costoso, y llevaba una camiseta blanca lisa y planchada. Parecía sacado de una revista elegante. Era inquietante.

—Lindo traje.

Ambos se miraron al haber hablado al mismo tiempo y sus rostros se contrajeron, tratando de no reírse ante la situación. El encuentro estaba siendo igual de entretenido que incómodo. Ninguno de los dos sabía exactamente qué decir, mientras estaban en el medio de la pista cuando otros bailaban alrededor de ambos sin prestarles atención.

El Slytherin suspiró y pasó una mano sobre su rostro con rendición, antes de tenderle una mano a Ana, que la miró como si fuese de otro planeta.

—Baila conmigo, Abaroa.

Ana lo miró con incredulidad y su boca se abrió sin poder dejar salir una palabra por la sorpresa. Blaise chasqueó su lengua pero no bajó su mano.

—Quedarse parados en el medio de un baile es impropio; además, como Hannah se encuentra bailando con Longbottom en estos momentos no tengo pareja. ¿Y tú?

La mirada azulada de Ana miró detrás de su hombro y vio a Ginny y Luna bailar alegremente. Volvió a observar la mano de Blaise y luego de unos segundos de pensarlo, se resignó a aceptar que debía aguantar una canción bailando con él.

Lo primero que notó Ana al tomar la mano de Blaise era que era suave, contrastando sus manos ásperas. Una parte de ella lo esperaba dado que el chico era de clase alta y estaba segura que no hacía demasiados trabajos manuales como los que ella había crecido haciendo (tales como arreglar su bicicleta, cortar leña para la chimenea o hasta cuidar de los caballos de la granja cercana a su viejo pueblo). Pero otra parte de ella se horrorizó ante el pensamiento de que había esperado algo de sus manos como si hubiese estado presente la idea de tomarlas.

Con un largo suspiro, Ana dejó una mano sobre el hombro del chico y sintió cómo Blaise apoyaba la suya en su cintura. Aunque ninguno se encontraba completamente cómodo con la idea de bailar juntos, comenzaron a moverse lentamente aunque la pieza que tocaban Las Brujas de Macbeth era mucho más rápida que antes.

Los ojos de Ana trataban de enfocarse en cualquier cosa menos en el rostro de Blaise, pero al ver que no tenía escapatoria porque sería extraño no mirar hacia delante, optó por fijar su mirada en el pecho del chico. Aun usando tacones, no era igual de alta que él por unos centímetros más.

Decir que Ana estaba fuera de su confort era decir poco. Su rostro picaba, sus manos —especialmente la que Blaise sostenía— picaba; sus ojos se movieron para ver el agarre y con el entrecejo fruncido, notó algunas marcas en la mano del chico, detalles que nunca había notado antes. Cicatrices.

Sorprendida por el nuevo descubrimiento e incentivada por el momento, levantó su cabeza para observar el rostro del chico, buscando sus ojos oscuros. Blaise tenía la mirada fijada hacia delante, tampoco atreviéndose a mirarla, pero cuando notó que Ana ahora sí lo veía, bajó su cabeza con extrañeza.

Buscando la valentía para preguntarle qué le había sucedido a su mano, Ana abrió la boca cuando alguien tropezó con ella detrás suyo y la empujó hacia Blaise. Ana soltó una corta exclamación de sorpresa, pero Blaise reaccionó rápidamente y la atrapó en sus brazos. Enseguida Ana pudo sentir la fragancia de la colonia que el chico se había puesto antes del baile, y cuando se dio cuenta de que estaba pegada a él, reaccionó velozmente y se volvió hacia atrás. Yendo a disculparse, fue detenida por la voz del chico.

—Ten más cuidado.

Blaise tenía la mirada puesta en el chico de sexto detrás de Ana y una mueca de molestia se había formado en su rostro. El pobre estudiante se disculpó y se escurrió entre la multitud. Estupefacta, Ana miró la escena y no pudo evitar comentar.

—¿Es que asustas a todos?

Blaise la miró divertido.

—Solo a quienes me molestan.

Ana sonrió burlonamente.

—Entonces todos.

No admitiendo —pero Ana no lo necesitaba porque era la verdad—, Blaise acomodó su postura y siguió guiando a Ana por la pista.

Un poco más confiada, Ana relajó su cuerpo y se dejó llevar. Sus pies se movían en coordinación con los de Blaise, y esta vez sus ojos sabían dónde mirar.

Unos metros lejos de ellos, Remus y Sirius estaban hablando animadamente. Mientras que Remus parecía insistir en ir a sentarse, con una copa en su mano, Sirius tiraba de la manga de su túnica para que fuesen a bailar. Luego de unos segundos, notando que discutir con Sirius era inútil ya que la otra persona siempre terminaría perdiendo, Remus desistió y apoyó su copa en la mesa donde anteriormente había cenado. Tomó la mano que Sirius le tendía y comenzó a zarandearse al compás de la música.

Ana sonrió suavemente al ver que ambos parecían divertirse juntos, y su problema con Remus parecía desvanecerse al verlo tan... jovial. El hombre se reía de los comentarios de Sirius y parecía estar lo más contento que Ana lo había visto en mucho tiempo. Era una visión refrescante.

Sirius iba a hacerle dar una vuelta a Remus, cuando la mirada del último se juntó con la de Ana. Al advertir que ella los miraba con interés, Remus rápidamente soltó su agarre con Sirius y se alejó lo más posible, volviendo a la mesa de antes para agarrar la copa de la cual había estado tomando. Ana frunció el ceño con extrañeza y vio de reojo cuán afligido parecía Sirius ante el repentino rechazo del otro hombre. Sin embargo, rápidamente cambió su comportamiento y volvió a tratar de mantener una divertida conversación con Remus, hasta que este negó con la cabeza y se alejó de él, yendo hacia afuera del Gran Comedor.

Ese momento, Las Brujas de Macbeth dejaron de tocar sus instrumentos y un estruendo de gritos recorrió el lugar, haciendo que Ana se encogiera en su lugar. Blaise dejó de sostener su mano y cintura, y dio un paso hacia atrás.

—Bueno, eso no fue tan...

—Lo siento, me tengo que ir —lo interrumpió Ana y lo miró a los ojos—. Pero gracias por bailar conmigo... creo.

Antes de que Blaise pudiese responder, Ana pasó por su lado y se dirigió hacia la entrada del Gran Comedor, en busca de Remus. Una vez en el vestíbulo, Ana tuvo que detenerse contra una pared para acomodarse el tacón que le estaba molestando. No había sido buena idea trotar hacia allí con ellos, aún no había practicado tanto.

La puerta principal estaba abierta, y mientras bajaba la escalinata de piedra distinguió el centelleo de las luces de colores repartidas por la rosaleda. Una vez abajo, se encontró rodeada de arbustos, caminos serpenteantes y grandes estatuas de piedra. Se oía el rumor del agua, probablemente de una fuente. Aquí y allá había gente sentada en bancos labrados, y en uno de ellos se encontraba Remus, con su postura encorvada.

Los zapatos de Ana hicieron un sonido seco al bajar completamente la escalinata, y no dejaron de hacerlo mientras caminaba hacia el hombre solitario. Una vez que estuvo delante suyo, Ana no perdió el tiempo y se sentó junto a él, ni siquiera llamando su atención.

—Lo siento —murmuró Ana de repente.

Remus rió con amargura y ladeó su cabeza para observarla mejor.

—¿Qué tienes tú que perdonar, Ana? No has hecho nada mal, pero yo...

—Tenías razón —lo cortó Ana y lo enfrentó con determinación—. Soy imprudente... y joven, y entiendo que me quieres mantener a salvo porque por más que no me guste, también soy impulsiva como curiosa. Es decir... puede que haya funcionado, ¿pero acercarme a un dragón? —Ana rió con incredulidad—. Cualquiera diría que quería morir y yo no los culparía por pensar eso. Fui hipócrita contigo... y caprichosa, cuando tuve que haber cerrado la boca y haberme puesto a entrenar para defenderme a mí misma. Así que sí, lo siento...

Remus la miró con suavidad y negó con la cabeza luego de soltar un suspiro.

—No puedo culparte por ser joven, Ana. Como adulto tuve que haber elegido mejor mis palabras, mi reacción no fue la mejor y por eso pido perdón —Remus pasó una mano sobre su cabello—. Una vez me dijeron que la comunicación es el mejor remedio y me temo que no seguí el consejo a pie. Lo eres todo para mí y te traté de esa forma. En serio lo siento.

Ana lo miró por unos segundos hasta que lo rodeó en un abrazo. Aun estando sorprendido, Remus le devolvió el abrazo, dándole un suave apretón. Ana escondió su rostro en su cuello y cerró los ojos.

—Ambos nos equivocamos... tú dices que me parezco mucho a mamá, pero creo que esto demuestra de dónde saqué ser un dolor de cabeza —rió Ana y escuchó a su padre reír.

—Oh, eso lo sacaste de los dos, créeme.

Ana sonrió y acomodó su cabeza en su hombro, aprovechando el momento. Una suave ventisca golpeó contra su suelta coleta, soltando unos mechones de la cinta que acariciaron su rostro. Aún se podía oír el rumor de los susurros de los otros estudiantes que se encontraban hablando entre ellos.

—¿Por qué...? ¿Por qué reaccionaste de esa manera cuando estabas bailando con Sirius?

Tal vez se arrepentiría de preguntar, luego de sentir a Remus tensarse, pero Ana necesitaba saber lo que pasaba por la cabeza de él. Porque para poder ayudarlo al menos debía entenderlo.

—Pudiste... pudiste haberte hecho ideas —suspiró Remus luego de unos segundos.

—¿Ideas?

Remus se enderezó y apoyó dos dedos en el puente de su nariz, sin saber exactamente qué decir. Miró a Ana y determinación se posó en sus ojos.

—Ten por seguro que no debes preocuparte de nada. No hay un día en el que no piense en tu madre. Seguiré viviendo por ella y...

—¿A base de tu felicidad? —lo cortó Ana, esta vez ella enderezando y cruzándose de brazos. Remus la miró con extrañeza—. ¿Por qué basas tu felicidad en las inexistentes opiniones de una persona fallecida?

—¡Ana!

Ana suspiró y negó con la cabeza.

—Me expliqué mal, pero es que... no es como si yo pensara en si papá estaría decepcionado de mí cuando elijo qué hacer, es más, siempre pienso que estaría orgulloso de mí no importa qué. Claro, a menos que haga algo muy malo como matar a alguien, pero el sentimiento se entiende —ladeó su cabeza para analizar con escrutinio a su padre—. ¿Por qué pones a mamá en un pedestal tan bajo? Estoy segura de que estaría feliz por ti.

Ana se vio a sí misma en los ojos de Remus, cuando un millón de emociones pasaron por estos. Era como si estuviese descubriendo un nuevo mundo en las palabras de Ana, pero no podía rodear su cabeza en esa nueva perspectiva. Por eso, Remus apretó sus labios en una línea fina y se levantó de su asiento.

—Esta conversación se acabó.

—Pero...

Remus la miró con dolor en su rostro.

—Lo siento, Ana, pero... pero por eso hice lo que hice. Para que no te hicieras ideas.

Ana lo vio alejarse hacia el vestíbulo y un suspiro dejó sus labios al dar cuenta de que habían vuelto al mismo punto que antes. De nuevo al escalón número uno.

Queriendo estar un rato sola, comenzó a buscar un lugar alejado de las pocas personas que habían encontrado intimidad en la rosaleda. Ana eligió uno de los caminos que zigzagueaba entre los rosales, y cada vez que caminaba, escuchaba el ruido de la fuente de agua hacerse más fuerte hasta que se encontró en el medio del rosedal, justo donde la gran fuente se encontraba.

La fuente era bastante bonita, con tres niveles de diferentes medidas siendo, naturalmente, la base más grande que el de la punta. Su piedra blanca estaba tallada con bellísimos diseños y el agua cristalina que caía de esta brillaba con la luz de la luna y las luces coloridas de las hadas que flotaban por todo el jardín. Maravillada ante la vista, Ana se acercó ante un hada de color rosado y le sonrió mientras sus luces iluminaban su rostro. Extendió un dedo ante la pequeña criatura y esta se posó en él, antes de caminar en la superficie, contenta ante la invitación.

—¿Interrumpirás también mi momento de paz?

Escuchando la voz de Blaise, el hada dio un brinco y salió volando lejos de Ana, mientras ella se daba media vuelta y lo distinguía entre las luces. El chico estaba sentado en uno de los bordes de la fuente, y parecía haber estado desde hacía tiempo allí, haciendo entender a Ana que lo había pasado por alto.

—Pensé que no había nadie aquí... pero me voy a quedar, así que ni intentes —lo amenazó Ana, sentándose en el otro lado de la fuente—. Solo ignórame y ya está.

Ana escuchó al chico resoplar con diversión.

—Debes hacer algo con tu gusto de robar lugares...

Exasperada, Ana bufó y se cruzó de labios, no queriendo admitir que tal vez tenías gustos similares cuando se trataba de espacios ocultos.

Siendo el silencio el mejor compañero en esos momentos, Ana lo disfrutó por unos minutos mientras observaba con interés las miles de rosas que habían mantenido mágicamente para que estuvieran en su mejor estado. Sin embargo, dando una mirada sobre su hombro, distinguiendo a Blaise detrás del agua que caía de la fuente, preguntó:

—¿Aún piensas que los muggles son débiles después de todo?

Un resoplido de incredulidad salió del chico y chasqueó la lengua.

—Lo son.

—¡No lo son! —defendió Ana y se deslizó por el borde de piedra, para tener una mejor visión del chico.

Blaise giró su cabeza hacia ella y la observó con genuina confusión. No pudiendo evitarlo, Ana soltó una carcajada de incredulidad.

—No sobrevivieron todos estos siglos sin magia para que tú los llames débiles, Blaise Zabini —negó Ana, moviendo sus brazos con exageración—. Avanzaron enormemente a través del tiempo, crearon ciudades, la comunicación, el transporte, tecnología... ¡tubería interior! Y al final, tú... no, nosotros vivimos en su mundo. Nosotros vivimos en los castillos que ellos crearon, en las calles que ellos construyeron, comemos la comida que crecieron y copiamos todo lo que ellos hacen. Así que no puedo entender porqué los menosprecias con tanta facilidad, cuando no seríamos nada sin ellos.

—Viven en un miedo constante de lo desconocido —dijo Blaise como si aquello respondiera todo.

—¿Y la comunidad mágica no? —inquirió Ana con recelo—. Tú ves algo diferente a lo que estás acostumbrado e inmediatamente quieres pelear para llamarte a ti mismo un héroe que luchó contra una anormalidad. El único factor que te separa a ti de los muggles es la magia, y, honestamente, ya que ellos se desenvolvieron para ser lo que son hoy en día sin ella, nadie puede llamarlos débiles sin admitir que ustedes mismos lo son por igual. Los muggles no son débiles... no somos débiles.

Blaise miró hacia delante por unos segundos, procesando la información que Ana le había dado, antes de sacudir la cabeza extrañado.

—No sé a qué viene esto, pero hablas como si fueses uno de ellos.

—Creí que era una muggle más años de los que supe que era una bruja, es un golpe más cerca de casa de lo que crees —confesó Ana y se cruzó de brazos.

El silencio volvió a ser el balance entre ambos, solo escuchándose el caer del agua detrás suyo, hasta que Blaise habló en un susurro.

—Sí tienen armas de fuego...

Ana lo miró y rió asintiendo.

—Sí, las tenemos supongo... pero creo que los magos también podrían tener pistolas si no fueran tan cobardes.

—Somos muy orgullosos de nuestra magia para usarlas —corrigió Blaise y le dedicó una mirada que Ana no pudo descifrar—. Cuando digo que los muggles son débiles, no lo digo para atacarlos, Abaroa. Lo digo porque es nuestro trabajo como brujas y magos mantenerlos ciegos, ignorantes de los peligros que los rodean. Somos nosotros quienes viven sabiendo la verdad, cargamos en nuestros hombros el peso por ellos. Ellos se protegen a sí mismos... bueno, nosotros nos protegemos a nosotros y a ellos también. Quizás... Quizás débil sea la palabra incorrecta, ellos son más bien... libres. Y una parte de mí se siente celoso de aquello.

Ante la confesión, curiosidad se encendió en la mirada de Ana y sonrió estupefacta.

—¿Sabes? Tal vez esté un poco celosa de eso también... mi vida era mucho más fácil cuando no tenía que enfrentarme a dragones.

Para la sorpresa de la chica, Blaise dejó salir una carcajada. Y Ana nunca lo había oído reír de esa forma, era una novedad refrescante luego de solo ver su infinita formalidad y elitismo cubrir su cuerpo. Era nuevo. Curioso.

Y notando los hoyuelos que se formaban en las mejillas del Slytherin, Ana se dio cuenta cuán equivocada había estado de todo. Se había equivocado de Remus, y en definitiva se había equivocado de Blaise. Y por más testaruda que fuese, se sentía más aliviada que irritada ante aquella idea.

Sus miradas se entrelazaron por unos momentos, cuando en alguna parte de la rosaleda se escuchó la voz de Ginny.

—¿Ana?

El grito de la chica hizo que Ana rompiera con la conexión, y se levantó rápidamente.

—¡Uy! Creo que abandoné a Ginny por mucho tiempo, mejor vuelvo adentro... —Ana comenzó a caminar hacia donde había llegado, sin quitarle la vista a Blaise—, eh... ¿nos vemos luego?

No dándole tiempo de responder, desapareció entre las rosas en busca de Ginny, para continuar con la celebración que tomaba lugar en el Gran Comedor.


El resto del baile fue tan normal como Ana creía que iba a ser. Aunque no había bailado ningún baile más con Ginny, sí bailó junto con ella, Hermione, Parvati y Lavender. La última había abandonado a Adam Hirano y les había dicho que no era ni tan divertido como pensaba, lo que resultó ser un alivio para Parvati, por lo visto por Ana.

Cuando a la medianoche terminaron de tocar Las Brujas de Macbeth, todo el mundo les dedicó un fuerte aplauso antes de emprender el camino hacia el vestíbulo. Ana se encontraba cansadísima y no podía esperar a tirarse en su cama para dormir al menos doce horas.

Sin embargo, cuando llegó al vestíbulo se dio cuenta de que se había quedado fuera de una supuesta disputa entre Hermione y Ron, porque la chica no parecía nada feliz simplemente verlo. Es más, parecía querer ahogarlo en el lago.

—¿Qué sucedió? —le preguntó Ana mientras subían las escaleras, pero Hermione negó con el ceño fruncido.

—Después te cuento.

No queriendo hacer que su amiga se enojara aún más con el mundo, Ana se mantuvo callada todo el viaje hasta la sala común. Cuando llegaron frente el retrato de la Dama Gorda, ella y su amiga Violeta estaban a punto de dormirse cuando Hermione dijo «Luces de colores» tan ferozmente que la Dama no tuvo más remedio que esperar unos segundos más para dormir y les abrió para darles el paso.

Ya dentro, Ana le dijo a Hermione que la esperara en uno de los asientos de la sala común mientras ella subía a dejar sus zapatos en el dormitorio, porque estaba segura que si se los sacaba allí abajo, se los olvidaría. Recibiendo una aceptación por parte de Hermione, Ana subió lo más rápido las escaleras, aunque eso fue un poco difícil porque le dolían las plantas de los pies.

Abrió la puerta del dormitorio y en vez de tirar los tacones —al ser de Parvati—, los apoyó delicadamente enfrente de su baúl, antes de apurarse para bajar las escaleras y escuchar toda la historia que Hermione tenía para contarle. Sin embargo, cuando ya estaba abajo, había llegado un poco tarde. Hermione y Ron se encontraban envueltos en una violenta disputa. Se gritaban a tres metros de distancia, Hermione estaba al pie de la escalera para los dormitorios de las chicas.

—Bueno, pues si no te gusta, ya sabes cuál es la solución, ¿no? —gritó Hermione; aunque su cabello estaba perfecto, tenía la cara tensa de ira.

—¿Ah, sí? —le respondió Ron—, ¿Cuál es?

—¡La próxima vez que haya un baile, pídeme que sea tu pareja antes que ningún otro, y no como último recurso!

La boca de Ana cayó al suelo pero no tuvo tiempo de reaccionar, cuando Hermione subió hacia donde ella estaba y la arrastró del brazo, metiéndola en la habitación tras ella.

Y solo una pregunta rondaba la cabeza de Ana.

¿Qué diablos se había perdido?

•      •      •

¡Hola!

espero que les haya gustado el capítulo y este mini maratón ♥

a mí me encantó ajsja

pero fue un poco muy largo (en palabras digo xd)

para no hacer la nota tan larga solo tengo para decirles que hice un dibujo de referencia de ana, así se dan una idea de cómo se vería (?

¡nos vemos la próxima actualización!

•chauuu•

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