Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐲 𝐧𝐢𝐧𝐞

"Mientras el tiempo vuela"

No hubo buenas consecuencias de salir en primer lugar en la segunda prueba, ya que lo que más detestaba Ana era la cantidad de atención que había comenzado a recibir después de esta. Saber que ella no había sido la única que había tenido la idea de pedirle a la jefa de las sirenas el collar de transformación, sino que Fleur y Nisa la habían ayudado —y tenido el 90% de participación en el plan—, la hacía andar con una gran culpa que no podía quitarse de los hombros. Sin embargo, ni siquiera cuando le rogó a Fleur de entregarle veinte puntos para que estuviera mejor posicionada la chica cedió. Fleur estaba determinada en dejarle la gloria y aquello estaba matando a Ana.

No obstante, buscando el rayo de luz en la situación, Ana encontró uno (el cual no estaba segura que era una consecuencia de la prueba, más bien era un acontecimiento totalmente ajeno pero que sucedió después de esta), y ese fue hablar más con Blaise Zabini.

No había sido un cambio radical ya que no era nada nuevo hablar con él, pero a partir de aquella sonrisa que habían compartido en la prueba, una nueva sensación de respeto se había plantado entre ambos. Como si la emoción del momento les hubiese demostrado que tal vez no era tan malo estar en la compañía del otro.

Era una sensación nueva... y no mal recibida por Ana.

Había empezado marzo, y el tiempo se hizo más seco, pero un viento terrible parecía despellejarles manos y cara cada vez que salían del castillo. Había retrasos en el correo porque el viento desviaba a las lechuzas del camino. Sin embargo, Ana no tenía problemas mientras hablaba con Dalia por el teléfono en la oficina de los profesores; por lo que se enteró de varias noticias de parte de la chica, como que finalmente había hecho amistades en su nuevo colegio, también que había ganado en un bingo (al cual había acompañado a su abuelo) y que había robado un pez dorado de una tienda de animales porque estaba en serios problemas de abandono por parte de los empleados.

—Un día quiero conocer a tu amiga muggle, Ana —dijo Ron pensativo mientras caminaban hacia la última clase de la tarde—. Suena que sabe cómo divertirse...

—Suena a que es muy impulsiva —opinó Hermione sosteniendo sus libros de pociones contra su pecho—. No está bien robar.

—¿No robaste ingredientes del armario de Snape una vez? —inquirió Harry con inocencia.

El rostro de Hermione se volvió avergonzado mientras sus tres amigos reían, bajando la escalera que llevaba a las mazmorras.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían formado un corrillo a la puerta de la clase con la pandilla de chicas de Slytherin a la que pertenecía Pansy Parkinson. Todos miraban algo que Ana no alcanzó a distinguir, y se reían por lo bajo con muchas ganas. La cara de Pansy asomó por detrás de la ancha espalda de Goyle y los vio acercarse.

—¡Ahí están, ahí están! —anunció con una risa tonta, y el corro se rompió.

Ana vio que Pansy tenía en las manos un ejemplar de la revista Corazón de bruja. La foto con movimiento de la portada mostraba a una bruja de cabello rizado que sonreía enseñando los dientes y apuntaba a un bizcocho grande con la varita.

—¡A lo mejor encuentras aquí algo de tu interés, Granger! —dijo Pansy en voz alta, y le tiró la revista a Hermione, que la agarró algo sobresaltada.

En aquel momento se abrió la puerta de la mazmorra, y Snape les hizo señas de que entraran.

Ana, Hermione, Harry y Ron se encaminaron hacia sus pupitres al final de la mazmorra. En cuanto Snape volvió la espalda para escribir en la pizarra los ingredientes de la poción de aquel día, Hermione se apresuró a hojear la revista bajo el pupitre. Al fin, en las páginas centrales, encontró lo que buscaba. Ana, Harry y Ron se inclinaron un poco para ver mejor. Una fotografía en color de Harry encabezaba un pequeño artículo titulado «La pena secreta de Harry Potter».

La nota fue un desastre. El principio había sido una entrevista con Harry, en donde él hablaba de que tenía un corazón roto causado por Hermione; luego, se hablaba de la mala persona que era Hermione ya que al parecer le gustaban las personas famosas y había encantado a Viktor Krum, quien la había invitado a pasar su verano en Bulgaria y le había dicho que nunca se había sentido así por una chica. Finalmente, Pansy Parkinson hablaba de cuán poca atractiva era Hermione y que seguramente había hecho un filtro amoroso para conquistar a Harry y Krum.

No pudiendo retener una risa nasal, Ana se tapó la boca.

—Dios, pensé que no podía empeorar su escritura. ¿Saben si hay puestos disponibles en la revista? Estoy segura de que Basil escribe mejor que Skeeter.

Siguiendo la risa de Ana, Hermione soltó una risotada.

—Si Rita no es capaz más que de esto, es que está perdiendo sus habilidades —dijo Hermione, volviendo a reírse y dejando el número de Corazón de bruja sobre una silla vacía—. ¡Qué montón de basura!

Ana comenzó a sacar los ingredientes que necesitaría para la poción agudizadora de ingenio, pensando en la nota escrita por la infame Rita Skeeter. Lo único verdadero que la mujer había dicho, había sido la parte en donde hablaba de la invitación que Krum le hizo a Hermione y sus sentimientos hacia la chica. En la noche después de la prueba, Hermione le había contado a Ana, Parvati y Lavender lo que había sucedido y la última no había dejado de fantasear con lo romántico que era Krum, mientras Ana y Parvati sabían que Hermione no estaba en lo más mínimo interesada. Después de todo, ya sabían que sólo tenía ojos para un cierto, y despistado, pelirrojo.

—¿...Y qué le respondiste tú? —dijo Ron, pegando tan fuerte con la mano del mortero que hizo una marca en el pupitre y llamando la atención de Ana.

—Bueno, yo estaba demasiado ocupada intentando averiguar si ustedes dos estaban bien —masculló Hermione refiriéndose a Ron y Harry.

—Por fascinante que sea su vida social, señorita Granger —dijo una voz fría detrás de ellos—, le rogaría que no tratara sobre ella en mi clase. Diez puntos menos para Gryffindor.

Snape se había ido acercando sigilosamente a su pupitre mientras hablaban. En aquel momento, toda la clase los observaba. Ana puso los ojos en blanco.

—Más fascinante que su vida probablemente sea —murmuró ella usando el mortero para moler los escarabajos.

—Detención para ti, Abaroa —decretó Snape inmediatamente después de oír lo que había dicho.

«Sorpresa, sorpresa»

—¡Ah...! ¿También leyendo revistas bajo la mesa? —añadió Snape, tomando el ejemplar de Corazón de bruja—. Otros diez puntos menos para Gryffindor... Ah, claro... —Los negros ojos de Snape relucieron al dar con el artículo de Rita Skeeter—. Potter tiene que estar al día de sus apariciones en la prensa...

Ana se mordió la lengua para no enterrarse en más detención. Pero cómo quiso soltar un par de palabrotas cuando comenzó a leer el artículo en voz alta.

—«La pena secreta de Harry Potter...» Vaya, vaya, Potter, ¿de qué sufre usted ahora? «Tal vez sea diferente. Pero, aun así...»

Era imposible pasar de alto el hecho de que en el final de cada oración, Snape pausaba para dejar que los de Slytherin se rieran.

—«... las admiradoras de Harry Potter tendremos que conformarnos con esperar que la próxima vez le entregue su corazón a una candidata más digna de él.» ¡Qué conmovedor! —dijo Snape con desprecio, cerrando y enrollando la revista ante las risas continuadas de los de Slytherin—. Bueno, creo que lo mejor será que los separe a los cuatro para que puedan pensar en sus pociones y olvidar por un momento sus enmarañadas vidas amorosas. Weasley, quédese donde está; señorita Granger, allá, con la señorita Parkinson; Abaroa, vaya con el señor Zabini; Potter, a la mesa que está enfrente de la mía. Muévase, ya.

Ana iba a protestar hasta que escuchó con quién la había mandado Snape a sentarse. Levantando su rostro hacia el chico que estaba a unos pupitres de distancia de ella, una diminuta sonrisa se posó en sus labios que desapareció rápidamente para que Snape no la notara. Blaise no era la peor opción de compañero.

Aceptando la decisión, Ana tomó todas sus pertenencias y las guardó en su mochila antes de encaminarse hacia el pupitre que Blaise no compartía con nadie más. El chico no levantó en ningún momento su cabeza, sino que estaba muy concentrado en cortar su jengibre.

—¿Repensando en tus decisiones, Abaroa? —inquirió él en voz baja, echando los pedazos de jengibre a su caldero.

—Hay peores compañeros de banco, sólo estoy aliviada de que no estoy cerca de Malfoy —dijo Ana apoyando su caldero en la mesada y tomando el frasco donde estaba la bilis de armadillo.

—Eso sería trágico.

—Para él, claro. Sería vergonzoso para él sentarse al lado de una gran maestra de las pociones...

—Necesitas más jengibre —apuntó Blaise ahora mirándola con una sonrisa de entretenimiento.

—Oh.

Ana dejó el frasco de bilis y tomó más jengibre de su frasco, colocándolo en la balanza y volviendo su concentración a la poción que debía terminar antes que la clase finalizara. Los minutos pasaron en silencio mientras Ana machacaba los escarabajos y Blaise mezclaba el jengibre y la bilis de armadillo en su caldero. Pasando un dedo sobre los renglones de la página abierta, Ana buscó qué debía hacer exactamente en las anotaciones que Faith había hecho en los márgenes. Al parecer no había que mezclar más de cinco veces la bilis como decía el libro.

—¿Es tuyo el libro? —inquirió Blaise mirando de reojo las anotaciones y tachones ya hechos en la página. Él sí había mezclado más de cinco veces la bilis.

—Oh, bueno sí, era de mi mamá. Por eso está todo escrito. —Ana dejó de mezclar y el líquido se transformó en un lindo amarillo—. Ella sí era una genio en pociones...

Claro que lo había sido. Haber leído todas aquellas libretas que Faith había dejado le habían proporcionado a Ana una nueva perspectiva acerca de ella. Cada poción que había creado y no podido compartir con el resto del mundo, cada hechizo, cada artefacto... Faith Ward había sido una genio, por lo que leer sus anotaciones eran más que bienvenidas. Además de que hacían sentir a Ana más cercana a su madre, por ejemplo: ambas tenían la misma terrible caligrafía.

—Suena alguien digna con la que compartir una conversación —admitió Blaise añadiendo más jengibre a su poción, tornándola verde.

Ana lo miró de reojo sin saber qué decir a eso y asintió, volviendo a su caldero. Blaise tenía razón, Faith parecía haber sido extremadamente interesante, sin embargo no se esperaba que él fuese quien apuntara aquello. Debía de acostumbrarse a esperar lo inesperado del chico o viviría sorprendiéndose de todo lo que hacía.

Llamaron a la puerta de la mazmorra.

—Pase —dijo Snape en su tono habitual.

Toda la clase miró hacia la puerta. Entró el profesor Karkarov y se dirigió a la mesa de Snape, enroscándose el pelo de la barbilla en el dedo. Parecía nervioso.

Sin importarle lo que el director de Durmstrang tenía para conversar con Snape, Ana se mantuvo concentrada en su poción por el resto de la clase, terminándola con suma facilidad a causa de la ayuda que las notas de su madre le habían proporcionado. Definitivamente no prestaría atención nunca más a los libros si es que no decían lo que su madre quería que dijesen.

Cuando la campana tocó, determinando el final de la clase, Ana guardó todas sus cosas en la mochila vieja que colgó en su hombro y se escurrió junto a sus compañeros a la salida. Una vez fuera del aula, Blaise se acercó a ella.

—No te olvides, mañana en el mismo lugar. Lleva todos los libros.

Ana asintió y lo vio escabullirse por los pasillos de la mazmorra, una vez que se encontró con Hermione y Ron.

•      •      •

Al mediodía del día siguiente, después de que todos se fueran a Hogsmeade y de juntar todos los libros necesarios en su mochila, paseó por los pasillos de Hogwarts hasta llegar al escondite de siempre y ver a Blaise en su lugar de siempre, ya con un libro en su regazo. Ana tenía la leve sospecha de que aquello era lo único que el chico hacía: estudiar.

Mientras discutían acerca de el poder de la luna que se había descubierto en el mundo mágico, tal como su control sobre los hombres lobo o hasta algunas especies de flora, en la mente de Ana se presentaba un persistente pensamiento. No conocía mucho a Blaise, de hecho, no conocía en absoluto a Blaise. Lo único que sabía eran datos generales del chico, como que era Slytherin y que era muy estudioso. Tal vez conocía un poco más que los otros estudiantes, teniendo en cuenta que sabía que era amigo de Hannah Abbott desde pañales porque sus madres eran amigas de la infancia y que su abuelo había sido profesor de Runas Antiguas. ¿Pero saber algo de Blaise en sí? Nada.

No era el pensamiento más extraño ya que el chico no era muy abierto y la relación que compartía con Ana no era exactamente la de mejores amigos, pero su situación era mucho mejor que con las otras personas. Ana no estaba tan a la deriva cuando se trataba de Blaise.

Ninguno de los dos podía considerarse bueno en el área social. Mientras que Ana había conseguido rápidamente amigos, no por sus talentos sino porque había tenido a Harry al entrar en Hogwarts, Blaise no parecía dispuesto a hablar con los demás, si es que no se trataba de Hannah, y, afortunadamente para Ana, ella. A ambos les faltaba aquella disposición para dar el primer paso y abrir la puerta de la amistad, sin embargo, había algo que era mucho más fuerte que la incapacidad de socializar de Ana, y eso era su curiosidad y lengua suelta.

Al menos nunca se debería preocupar de quedarse callada cuando no quería.

—¿Cuándo es tu cumpleaños? El mío es el dos de enero.

Blaise, que había abierto la boca para explicarle la diferencia entre dos alfabetos rúnicos, la miró estupefacto. Bajando el libro que había llevado en frente de su rostro, lo dejó en su regazo.

—¿Qué?

¿Cuándo es tu cumpleaños? —repitió Ana, acomodándose en su banco.

—¿Qué tiene que ver mi cumpleaños con el alfabeto rúnico y el fenicio? —insistió Blaise aún con el ceño fruncido. Ana se encogió de hombros.

—En nada, sólo quería saber. ¿Cuándo es?

Blaise negó con la cabeza y resumió su lectura, pasando de hoja.

—No vengo aquí para hablar de nuestros cumpleaños, deja de distraerte y lee. Aún tenemos que analizar aquel libro de visiones en sueños que tanto querías que leyéramos.

Ana miró de reojo el libro que se encontraba a lado de sus piernas que se titulaba Las grandes visiones percibidas en sueños. Berenice Babbling le había dicho que sería una lectura interesante para entender aquellas extrañas visiones que sucedían en sus sueños y la hacían sentir horrible cuando despertaba.

Resignada en su objetivo, Ana continuó leyendo mientras compartía puntos de vista con el chico acerca de lo que leían, encontrando también información que le servía para profundizar su conocimiento acerca de la luna. Mientras que sabía que alguna relación había tenido en su nacimiento, todo apuntaba a aquello, aún no le entraba en la cabeza el cómo es que un satélite había podido hacer eso. Por muy mágico que fuese ese pedazo de piedra, había situaciones en las que no cobraba sentido el uso de su poder y preguntas aún rondaban su cabeza.

¿Por qué la había ayudado a nacer? ¿Qué es siquiera lo que había hecho esa noche? ¿Por qué ella?

Esa última pregunta era la más extraña. Ana no creía que aquella noche hubiese sido la única en la que la luna hubiese estado en todo su fulgor, con sus niveles de magia hasta por las nubes; por lo tanto, significaba que otras veces, en noches así de poderosas, había tenido la oportunidad de hacer actos tan divinos como salvar la vida de una bebé recién nacida. Si de hecho hubiera sido así, entonces significaba que Ana no era la única persona en el mundo a la que la luna le había prestado su asistencia. Debía de haber un patrón, una razón por la que la luna intervenía en el mundo mortal.

Sin embargo, cuando fue el tiempo de guardar los libros, Ana siguió sin responder aquella pregunta.

—¿Nos juntamos el próximo sábado entonces? —inquirió cerrando su mochila y apoyándola en su regazo.

Blaise, que se había levantado para sacudir su saco de cualquier pizca de polvo que hubiese caído en él, asintió.

—Sí, te explicaré lo que las runas del último capítulo del libro que te presté significaban y después hemos de seguir con aquella bibliografía que trajiste.

Satisfecho con su inspección, Blaise volvió a asentir —esta vez en forma de saludo— y se dirigió a la salida. Aún no habían visto seguro salir juntos, los haría sumarse en una atención indeseable si es que alguien los veía. No querían que rumores pasaran de boca en boca.

Blaise estaba a punto de salir, cuando a último momento se detuvo, vaciló por unos segundos y se dio media vuelta, observando a Ana con los ojos entrecerrados en sumo pensamiento, o tal vez pensando en si hablar o no. Afortunadamente para Ana, optó por hablar:

—Mi cumpleaños es el veintiocho de mayo.

Con aquello fuera del camino, esta vez Blaise salió del escondite, dejando sentada y sonriente a Ana.

Ahora sabía un pequeño dato más acerca de Blaise Zabini y por alguna razón se sentía bien.


Aquella noche, después de que todos volvieran del pueblo mágico y cenaran hasta que sus corazones estuvieran satisfechos, Ana, Hermione, Parvati y Lavender se instalaron en el dormitorio con la intención de seguir leyendo las voluminosas libretas de Faith Ward. Mientras que Ana se encontraba tirada en su cama, leyendo acerca del día en que Faith junto a Marlene McKinnon había implorado al profesor Flitwick de traer una máquina de karaoke al colegio, y con Basil durmiendo en su estómago, Hermione estaba sentada adecuadamente en una silla, leyendo su propia libreta; después, Parvati se encontraba sentada en su cama leyendo, acariciando el cabello rizado de Lavender, que había posado su cabeza en el regazo de su amiga mientras también leía.

El silencio había reinado por una hora el dormitorio, exceptuando de las casuales risitas que salían de las adolescentes al leer algún detalle interesante de la vida romántica de Faith o a causa de un rumor de la época, o hasta jadeos de sorpresa ante el drama que la madre de Ana había sufrido durante su adolescencia.

Sin embargo, luego de leer lo que su madre había comido aquella noche del viernes, un resoplido salió de Ana una vez que cerró el anotador.

—Estamos perdiendo tiempo, ¿no es así?

—Bueno... a mí no me parece una pérdida de tiempo leer acerca de cómo se sintió tu mamá al besar a tu papá por primera vez —Parvati sonrió gatunamente y levantó sus cejas. Ana soltó una protesta y escondió su ruborizado rostro en una almohada.

—¡Qué romántico! —exclamó Lavender levantándose y tratando de leer de la libreta que sostenía Parvati—. Déjame leer...

—Aunque la verdad no sé si es entretenido o espantoso saber cómo el profesor Lupin besa —admitió Parvati dándole la libreta a Lavender.

Ana, Parvati y Hermione hicieron una mueca al verdaderamente pensarlo de aquella forma, Lavender siendo la única risueña mientras leía el apartado de romance.

—Pues te ha tocado una pieza más emocionante que la mía, Parv —suspiró Lavender con una mueca, ojeando su propia libreta—. Parece que Faith tuvo un despertar creativo y hace veinte páginas he estado leyendo acerca de sus creaciones.

—¿De qué tratan? —inquirió Hermione con interés, dejando su libreta en su regazo.

Lavender se encogió en su lugar con una mueca y le dio a Parvati su libreta.

—Pues cinco páginas fueron acerca de unos protectores auditivos encantados para que no se escuchen sonidos a un volumen determinado pero puedas escuchar cuando te susurran o hablan normalmente... al parecer los creó porque sus compañeras hablaban muy alto y la distraían... —dijo Lavender releyendo las páginas mientras las otras tres le prestaban atención—, y después creó varios hechizos aleatorios y extraños, como uno para saber a qué huelen las diferentes palabras, u otro que localiza a las personas con alguna pertenencia de ellas... ¡oh! e hizo otro que cambia tu voz para que...

Pero Ana había dejado de escuchar. No porque lo que Lavender estaba contando era aburrido, sino porque había sido exactamente lo contrario. Había sido de lo más informativo. Faith Ward había hecho un hechizo rastreador, justo lo que ella había estado necesitando todo este tiempo y lo que Dumbledore no le había dado.

—¡Eso es! —exclamó Ana irguiéndose en su lugar, por lo que Basil cayó en la cama con un maullido de auxilio—. ¡Lavender realmente eres una genio!

Encantada por el cumplido, las mejillas redondas de Lavender se elevaron por una gran sonrisa.

—¡Lo encontré! ¡Sí! —Lavender aplaudió emocionada pero ladeó la cabeza—. ¿Qué encontré?

—El hechizo —murmuró Parvati abriendo los ojos con sorpresa y Ana asintió frenéticamente. Parvati tomó el rostro de Lavender y suavemente aplastó sus mejillas—. ¡Lo que estábamos buscando, Lav! ¡Merlín, podría besarte!

Al escuchar aquello, el aire se quedó atascado en todas sus gargantas mientras que Ana y Hermione miraban a sus dos amigas con anticipación. Parvati había sonado determinada al admitir que podría besar a Lavender, y esta vez hasta ella había percibido el tono de voz de su amiga, ruborizándose por completo y abriendo sus ojos marrones como dos snitches.

Lamentablemente la esperanza que se había apoderado de los pechos de Ana y Hermione se desvaneció cuando Parvati se aclaró la garganta y tomó la libreta de Lavender, sacudiéndola en el aire.

—Dinos qué dice, Lav.

A Lavender le costó salir de su trance, pero cuando lo hizo asintió y tomó la gorda libreta en sus manos para buscar las esperadas notas de Faith.

—Eh... ¡Aquí! —se aclaró la garganta y comenzó a leer—. Indagare Absentis, hechizo rastreador. Este hechizo que creé tiene por objetivo encontrar a personas desaparecidas con un simple movimiento de varita y una pertenencia de dicho desaparecido. La forma en que trabaja este hechizo es simple: Se deberá tomar el objeto del perdido y colocar a una distancia cualquiera del conjurador, luego éste deberá apuntar con su varita y recitar en voz alta el hechizo mientras hace el movimiento dibujado en el margen de la página; una vez hecho eso, un fino lazo se hará ver sólo ante los ojos del conjurador, haciendo desaparecer el objeto utilizado (por lo tanto no usar un objeto de gran valor). Aquí es donde se debe ser extremadamente cuidadoso ya que el color del lazo cambiará dependiendo de la distancia del desaparecido.

»Si el desaparecido se encuentra a una distancia corta, el lazo se tornará de color blanco casi transparente; si es a una distancia intermedia, el color será un azul brillante; y si el desaparecido se encuentra extremadamente lejos, el lazo será rojo rubí. Sin embargo, como no puedo dejar ninguna opción fuera, tuve también en consideración el uso de trasladores. Si hay un traslador cerca que deje al conjurador a una distancia intermedia del desaparecido, el color del lazo será naranja y por lo contrario, si la distancia del perdido es corta, el lazo será verde. Tenga en consideración que solo se tomará en cuenta trasladores cercanos. Finalmente, si el desaparecido se encuentra fallecido, el lazo será de color rosado. Debería cambiar aquello.

Las cuatro amigas se quedaron en silencio por un minuto mientras la información se volcaba completamente en sus cabezas, cuando Parvati silbó.

—Uou, Faith pensó en todo. ¿Cuánto tiempo le habrá llevado crearlo?

—Conociendo todo lo que creó, seguramente no más de cinco días —admitió Hermione, sentada con las piernas cruzadas sobre su silla. Pasando una mano sobre su mentón mientras pensaba, se volvió a Lavender—. Lavender, ¿dice algo acerca de cuánto dura el hechizo?

—¡Oh! Déjame ver... —dio vuelta algunas páginas y asintió—. Aquí: El hechizo dejará de actuar una vez que la varita del conjurador toque al desaparecido o hasta que el conjurador conjure el encanto Finite Incantatem. Cuidado: si el último encanto es pronunciado aún si no lo es para terminar dicho conjuro y para otro, el hechizo dejará de funcionar. Tenga cuidado de no usarlo hasta que encuentre a la persona desaparecida.

Ana asintió pensando en lo que la rubia había dicho. Lo único que debía hacer era evitar conjurar el contrahechizo y el hechizo creado por su madre le ayudaría a encontrar a Peter Pettigrew en un santiamén. Ahora solo debía preguntarse si le contaría a Dumbledore acerca de su progreso o se quedaría callada ya que el hombre no había sido exactamente el mejor apoyo. Estaba más tentada por seguir con la segunda opción.

Sí. En definitiva iría con la segunda opción.

•      •      •

El domingo durante el desayuno, Ana y Hermione le contaron a Harry y Ron acerca del hechizo que Faith había creado y que habían estado buscando todo ese tiempo y los dos chicos suspiraron aliviados de no tener que seguir leyendo las interminables libretas. Después de comer sus últimos huevos revueltos, ambos chicos se separaron de sus amigas para ir a entregarle a Dobby un par de medias que Harry había comprado el día anterior para agradecerle al elfo por la ayuda que le había dado antes de la segunda prueba. Por su parte, Ana arrastró a Hermione para que le contara todo lo que había hecho el día anterior en Hogsmeade. Era la única forma de alimentar su curiosidad acerca del lugar, siendo las descripciones de Hermione lo más cercano que conocía del pueblo.

En la tarde, luego de almorzar, Ana salió corriendo a la sala de los profesores para poder hablar con Dalia sin interrupciones por una hora. Aquella llamada había sido muy informativa: el pez dorado que había robado la semana pasada ahora portaba el nombre de Pandora (Dalia la había llamado así ya que haber abierto su vieja pecera había traído consigo mismo varios desastres); también se había hecho un piercing en el ombligo a escondidas de sus padres y le había aconsejado a Ana que nunca intentara hacerlo ella misma porque dolía demasiado, a lo que Ana le prometió no hacerlo nunca.

Definitivamente no estaba en su lista que su ombligo sufriera por un accesorio, ya bastante tenía con sus argollas.

Al día siguiente, cuando Ron contaba el sueño extraño que había tenido la noche anterior acerca de vampiros y tazas de té voladoras, llegaron las lechuzas cargando el correo matutino bajo el escrutinio impaciente de Hermione.

—Me he suscrito a El Profeta: ya estoy harta de enterarme de las cosas por los de Slytherin —explicó Hermione mirando a las lechuzas volar sobre sus cabezas.

—¡Bien pensado! —aprobó Harry, levantando también la vista hacia las lechuzas—. ¡Eh, Hermione, me parece que estás de suerte!

Una lechuza gris bajaba hasta ella.

—Pero no trae ningún periódico —comentó ella decepcionada—. Es...

Para su asombro, la lechuza gris se posó delante de su plato, seguida de cerca por cuatro lechuzas comunes, una parda y un cárabo. Encantada, Ana les dio suaves caricias en sus cabezas y golosinas por su buen trabajo.

—¿Cuántos ejemplares has pedido? —preguntó Harry, agarrando la copa de Hermione antes de que la tiraran las lechuzas, que se empujaban unas a otras intentando acercarse a ella para entregar la carta primero y para recibir golosinas.

—¿Qué demonios...? —exclamó Hermione, que tomó la carta de la lechuza gris, la abrió y comenzó a leerla—. Pero ¡bueno! ¡Hay que ver! —farfulló, poniéndose colorada.

—¿Qué pasó? —preguntó Ana preocupada y tomando la carta para leerla. En definitiva no era de El Profeta, sino que una carta escrita a partir de letras cortadas del mismo periódico:

eRes una ChicA malVAdA. HaRRy PottEr se merEce alGo MejoR quE tú. vUelve a tU sitIO, mUggle.

—¿Qué carajos? —soltó Ana ofendida aunque no estuviese dirigida hacia ella—. ¡La gente está loca!

Hermione siguió abriendo las cartas, hasta que en un momento, Ana olió un aroma irregular desprendiendo de una de las cartas y —asustada por sus sentidos olfativos y por la seguridad de su amiga— tiró su cuerpo hacia Hermione que estaba a punto de abrir la última carta.

—¡Espera no...! ¡Ay!

Afortunadamente, Ana le arrebató la carta a Hermione justo a tiempo; desafortunadamente, el líquido que había desprendido ese asqueroso olor cayó en las manos de Ana, que empezaron a llenarse de granos amarillos.

—¡Pus de bubotubérculo sin diluir! —dijo Ron, tomando con cautela el sobre y oliéndolo.

—¿Ana estás bien? —Hermione se levantó de su lugar y le tomó los brazos con cuidado mientras ella hacía muecas.

—Sí... ay... bueno no. Esto arde —apuntó Ana y se sorbió la nariz que moqueaba a causa del dolor—. Iré a la enfermería, ¿le explican a la profesora Sprout?

—Claro que sí, ¿pero no quieres que te acompañe? —inquirió Hermione, mirando con el ceño fruncido las manos de Ana que ahora parecían guantes gruesos y nudosos.

—No hace falta, nos vemos después...

En un récord de cinco minutos, Ana llegó a la enfermería seguida de protestas suyas a causa del dolor y picazón que sus manos estaban sufriendo. Ni siquiera había podido poner su mente en otro lado durante la caminata porque sus piernas ya sabían el camino a la enfermería de memoria y su cerebro sólo se concentró en el dolor.

Al estar en Hogwarts, no se sorprendió de ver que la mitad de la enfermería ya se encontraba ocupada y Madame Pomfrey ya tenía sus manos atadas en los estudiantes que habían llegado antes que Ana. Siempre parecía un loquero aquel lugar, y sin embargo, cuando la enfermera la vio, rápidamente la atendió sin dudarlo dos veces.

—¿Qué te ha pasado, Ana? —inquirió la señora Pomfrey guiándola a una camilla libre en el final del pasillo.

—Cartas envenenadas, ya sabe, lo normal.

Aunque Ana quisiera tratar la situación como si no fuese severa, un gemido de dolor la delató y se mordió la lengua volviendo a sentir el ardor. La señora Pomfrey la miró con preocupación y enseguida buscó una crema que trataba las quemaduras del bubotubérculo. Era suave pero olía fatal.

Mientras la enfermera trataba sus heridas y de vez en cuando Ana soltaba un quejido, escuchaba los gemidos de dolor de los estudiantes en las otras camillas.

—Madame Pomfrey, ¿no sería más fácil si tuviese ayudantes?

Sabía que la enfermera era excelente en lo que hacía, sin embargo, no veía nada malo en tener un par de manos extras que la asistiera con los cientos de estudiantes que había en el colegio. Era difícil de imaginar que la tarea de enfermera solitaria era fácil para la señora Pomfrey. Ana no se podía imaginar el estrés que la mujer debía pasar todos los días.

—Es curioso que digas eso, querida —admitió la señora Pomfrey masajeando una mano de Ana que se estaba viendo mejor aunque seguía doliendo—. Afortunadamente, el año que viene una ex estudiante me vendrá a ayudar después de trabajar como medimaga en el exterior. ¿Recuerdas a Mary MacDonald?

Ana iba a decir que no, hasta que en el fondo de su cerebro recolectó la memoria del día en que había ido a la enfermería con Hermione y se había adentrado a la oficina de la señora Pomfrey, donde una foto de mil novecientos setenta y ocho había estado enmarcada en su escritorio. Ahí habían estado sus padres, James y la tal Mary.

Asintiendo, la señora Pomfrey continuó hablando.

—Hemos estado intercambiando correspondencia y me ha contado que volverá al Reino Unido para continuar su vida de aquí. Quiere reencontrarse con tu padre, James Potter y Sirius Black.

Ana sonrió a pesar del dolor en sus manos.

—A papá le gustará oír eso.

Luego de que la señora Pomfrey terminara de aplicar la crema en ambas manos, le instruyó a Ana que las mantuviera alzadas por media hora, lo que ella aceptó cansadamente. Los treinta minutos que siguieron Ana observó a la enfermera atender a los enfermos, que habían ido a la enfermería por fiebre o hasta por una broma que había salido mal. No podía esperar a que Mary MacDonald viniese el año que viene para ayudar.

Cuando la media hora llegó a su fin, Madame Pomfrey le colocó en las manos tiras de una planta desconocida por Ana, que tenían el objetivo de aliviar el dolor, y después que pasara una hora con las hojas envolviendo sus manos heridas, la enfermera protegió sus manos con vendas para que nada la hiriera más. Finalmente, avisándole que debería usar las vendas por el resto del día y por si acaso no usas las manos durante cinco horas, Madame Pomfrey dejó ir a Ana ya cuando el segundo período del día estaba acabando.

Haberse perdido la clase de Cuidado de las Criaturas Mágicas ya de por sí había sido decepcionante para Ana, pero cuando llegó a la clase una vez que hubiese tocado la campana del almuerzo, se llevó la terrible sorpresa de que se había perdido una clase emocionante con la compañía de escarbatos. Curiosas criaturas que adoraban el brillo. También eran adorables.

Afortunadamente, cuando llegó fuera de la cabaña de Hagrid, Ana tuvo la oportunidad de ver a las pequeñas y habilidosas criaturas escabullirse de las manos de Hermione, Harry y Ron que trataban de ayudar a Hagrid a volver a meterlas en sus respectivas cajas.

—¿Qué te ha pasado en las manos, Ana? —preguntó Hagrid, preocupado.

Ana y Hermione le contaron lo de los anónimos que la segunda había recibido aquella mañana, y el sobre lleno de pus de bubotubérculo del cual Ana había salvado a Hermione.

—¡Bah, no te preocupes! —le dijo Hagrid amablemente a Hermione, mirándola desde lo alto de su estatura—. Yo también recibí cartas de ésas después de que Rita Skeeter escribió sobre mi madre. «Eres un monstruo y deberían sacrificarte.» «Tu madre mató a gente inocente, y si tú tuvieras un poco de dignidad, te tirarías al lago.»

—¡No! —exclamó Hermione, asustada. Ana frunció el ceño con ofensa al escuchar las barbaridades que le habían dicho a Hagrid.

—Sí —dijo Hagrid, levantando las cajas de los escarbatos y arrimándolas a la pared de la cabaña—. Es gente que está chiflada. No abras ninguna más, y tú no saltes al peligro innecesario, Ana. En fin... échalas al fuego según vengan, Hermione.

—Los escarbatos son geniales, ¿a que sí, Ron? —dijo Harry en camino del castillo

Pero Ron miraba ceñudo el chocolate que Hagrid le había dado. Parecía preocupado por algo.

—¿Qué pasa? —le preguntó Harry—. ¿No está bueno?

—No es eso —replicó Ron—. ¿Por qué no me dijiste lo del oro?

—¿Qué oro?

—El oro que te di en los Mundiales de quidditch —explicó Ron—. El oro leprechaun que te di en pago de los omniculares. En la tribuna principal. ¿Por qué no me dijiste que había desaparecido?

Ana no tenía ni la menor idea a lo que Ron se refería, hasta que luego recordó que de aquella noche no recordaba mucho y acalló sus pensamientos.

—Ah... —murmuró Harry recordando—. No sé... no me di cuenta de que hubiera desaparecido. Creo que estaba más preocupado por la varita.

Subieron la escalinata de piedra, entraron en el vestíbulo y fueron al Gran Comedor para la comida.

—Tiene que ser estupendo —admitió Ron de repente, cuando ya estaban sentados y habían comenzado a servirse rosbif con budín de Yorkshire— eso de tener tanto dinero que uno no se da cuenta si le desaparece un puñado de galeones.

Ana hizo una mueca al escuchar aquello, sintiendo aquel sentimiento muy cerca de su realidad. Su familia nunca había tenido un balance económico estable y no había día en que no sintiera la ausencia del dinero en sus bolsillos. El sueldo que su padre traía a la casa no había sido exactamente el más adecuado ya que los profesores no ganaban el mejor de los salarios, y el dinero que su abuela obtenía de su jubilación tampoco bastaba para un mes.

Recordaba las veces que había tenido que comer los caldos menos agradables cuando habían problemas en el país, llevando a la familia Abaroa a momentos de los más desafortunados en cuestiones laborales y económicas. Y al sentirse responsable por sus propios gastos, desde una pequeña edad Ana había trabajado para ganar sus monedas personales. Desde cortar el césped de sus vecinos, hasta hacer los pedidos de compras de los mismos. Porque al final del día, los caracoles no conseguían aquellas revistas de animales que veía en las vitrinas de los kioscos, ni conseguían aquellos dulces que a Fidel Abaroa tanto le gustaban.

Nunca había sido una opción para Ana quejarse de la ropa de segunda mano que guardaba en su armario —y en la que estaba vestida en aquellos momentos—, sin embargo, tal como había dicho Ron: debía de ser estupendo no preocuparse por si se llegaría a comer a fin de mes.

Por lo que el próximo comentario de su amigo, Ana lo conocía demasiado bien.

—Odio ser pobre.

Ana asintió, mirando el vapor que salía de su comida.

—Es un asco —siguió Ron, sin dejar de observar la patata—. No me extraña que Fred y George quieran ganar dinero. A mí también me gustaría. Quisiera tener un escarbato.

—Sí... te entiendo —murmuró Ana mientras cortaba con dificultad un poco de budín—. A veces apesta no tener dinero para comprar cosas lindas, aunque sé que mi abuela hace todo lo posible para que seamos felices con lo que tenemos y por lo tanto jamás se lo diría en la cara. No te voy a decir que seas positivo y estés satisfecho con lo que tengas (porque admitamos que eso apesta y no es exactamente lo que queremos escuchar), pero si alguna vez quieres desahogarte estoy unos dormitorios al lado del tuyo.

Satisfecha, Ana dio un bocado a su comida, ignorando el dolor en su mano, y le sonrió a Ron mientras disfrutaba el sabor. El pelirrojo le devolvió una sonrisa débil y sopló su comida.

—No puedo subir a los dormitorios de chicas.

Ana puso los ojos en blanco y le dio un suave empujón.

—Arruinaste el momento, Ron...

Riendo, el almuerzo se volvió un poco más soportable al darse cuenta de que ni Ana ni Ron estaban completamente solos en sus pensamientos.

Siempre era bueno darse cuenta de aquello.

Hermione apoyó una mano sobre el hombro de Ana, sonriéndole suavemente a ella y a Ron, cuando su mirada se fijó en las manos de Ana que aún sufrían dificultades mientras trataba de cortar su comida.

—No te preocupes, Ana. Me voy a vengar de Skeeter aunque sea lo último que haga.

Ana no creyó que su amiga exageraba y casi sintió pena por Rita Skeeter. Casi.

•      •      •

¡hola!

vuelven las actualizaciones semanales ♥

¿cómo están? yo tuve dos parciales esta semana </3 y esto es un secreto entre nosotrxs: odio derecho civil y comercial help me

anyways... este fue un capítulo más tranquilo, en vez de hacer pasar más estrés a ana la dejé descansar, no me agradezcan pls ah

antes que me olvide: el cumpleaños de blaise no es canon, me lo inventé yo asjsaj POR SI ACASO vieron xd

otra cosa: PAVENDER ♥

listo era eso lo que quería decir, nos vemos la próxima semana babiesss

gracias por el apoyo constante que dan a esta historia y a mí ¡!

•chauuu•


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro