𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐲 𝐟𝐨𝐮𝐫
"Oh mis dragones"
Lo primero que sintió Ana al levantarse el domingo por la mañana, fue un dolor agudo de espalda y en su rodilla. Luego se dio cuenta de que su boca se encontraba tan seca como su piel. Estaba demasiado segura de que había babeado al dormir.
Pestañeó varias veces para acostumbrarse a la luz del día que se había filtrado por las cortinas de su cama y dejó salir un quejido al levantarse. Se frotó los ojos con sus manos y luego frunció el ceño mientras levantaba su pantalón de pijama para ver el golpe que se había formado en su rodilla. La rodilla se había tornado de un color verde y violeta, haciendo un gran contraste con su piel pálida y pecosa.
Pasó suavemente un dedo sobre la herida pero antes de que pudiese quejarse nuevamente, escuchó su nombre.
—Ana, no encuentro mi peine, ¿me podrías prestar el...?
Parvati se había acercado a su cama y había abierto las cortinas color bordó para poder mirar a Ana cara a cara, pero solamente una expresión de horror pasó por el rostro de Parvati al verla.
—Oh, Merlín, no te preocupes. Es evidente que tú lo necesitas más urgentemente que yo.
—¡Parvati! —dijo Lavender en el otro lado de la habitación, y Ana se encogió en su lugar mientras la chica se acercaba—. No puedes ser así de brusca con los demás porque no se levantan tan perfectamente como tú, seguro que... ¡oh no!
Lavender había llegado a la cama de Ana y se había tapado su boca con horror.
—Ana, te ves terrible...
—Uau... —murmuró con incredulidad Parvati mirando a su amiga—. ¿Qué me decías?
Lavender la ignoró y tomó el rostro de Ana en sus manos redondas.
—Estás en un urgente necesitado de un día de relajación, Ana. Mira esos pómulos, tus labios están más secos que el Sahara... ¡y tu cabello! No solo está seco y necesitando de un corte, pero... ¿es que eso es un parche de cabello blanco?
Ante el jadeo de terror en Lavender, Hermione tuvo que intervenir, yendo a su lado.
—Déjenla estar, se ve bien —suspiró la chica y se cruzó de brazos—. Lo qué sí tiene que hacer Ana es apurarse porque necesitamos hacer un plan para la primera prueba.
Ante ello, Lavender miró a Hermione como si se encontrase demente.
—¿Qué? Hermione, por favor, Ana necesita un descanso. Es obvio que está estresada.
—No hay tiempo para eso, y además...
—Lavender —Ana cortó a Hermione y miró a Lavender con cansancio—, gracias, en serio... pero probablemente me tenga que poner a trabajar como dijo Hermione.
—Pero...
—No es sano —intervino Parvati con dureza—. Poco vas a poder hacer si te caes en pedazos, Ana. Créeme, mi mamá es una medimaga y sabe todo acerca de esto.
—Y confío en que sea así, pero... como Hermione dijo... no hay tiempo.
Luego de un rápido desayuno en el que Ana no pudo comer casi nada por el revoltijo en su estómago, Harry le contó todo lo que había sucedido la noche anterior, de la cual Ana no había participado. Al parecer James le había contado acerca de la primera prueba del torneo ya que habían decidido que él y Ana debían de prestar con una ventaja sobre los otros campeones. Asimismo, Hagrid lo había invitado para que fuese a caminar por la noche con él, pero en realidad mostrándole los dragones con los que deberían enfrentarse en tan solo pocos días.
El momento en que Ana dejó su taza vacía de chocolate en la mesa, Hermione los arrastró a ella y a Harry a la biblioteca, realmente preocupada por la situación en la que estaban metidos. Sin embargo, al llegar a la gran puerta del salón de conocimiento, Ana la detuvo.
—Hermione, tengo la entrada prohibida, ¿recuerdas? —murmuró Ana avergonzada.
—¿Devuelta? —inquirió Harry con incredulidad.
Ana no dijo nada, pero Hermione acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja con cierto nerviosismo en sus facciones.
—Pero necesitamos los libros...
—¿En relación con los dragones? —dijo Harry, y señaló a Ana—. Confío más en Ana que cualquier libro que tenga Madame Pince... sin ofenderla...
Ambos miraron a Ana con atención, haciendo que el revoltijo volviese al estómago de Ana y una parte de ella deseó no saber nada de dragones.
Establecidos en el patio de la torre del reloj, sentados en ronda en el suelo y con Hermione ya lista para escuchar a Ana con una pluma y anotador en su mano, Ana se aclaró la garganta para comenzar a hablar. Su espalda estaba derecha aunque sus manos no dejaran de moverse en su regazo debido a la inquietud de tener la salud de Harry y la de ella en sus manos.
—Eh... bueno, algo de lo que logré entender acerca de los dragones es que muchos de ellos son la base principal de los mitos y leyendas de los muggles —comenzó Ana con incertidumbre—. Por ejemplo, tomemos a los opaleyes y su historia: sus orígenes se remontan en Nueva Zelanda y las historias acerca de la gran serpiente arcoíris contada por los pueblos nativos del territorio...
—Ana, no tenemos tiempo para todo eso —la detuvo Harry—. Solamente necesitamos una forma de atacarlos o...
—¿Lastimar un dragón? Ni loca, no hay forma.
—¡Lo necesitamos o ambos moriremos!
—¿Es que te escuchas, Harry? Lastimar a una criatura inocente, Dios mío... hay mejores formas de enfrentarse a un dragón sin lastimarlo —masculló Ana con amargura y Harry suspiró.
—Entonces cuéntanos, por favor. —pidió nuevamente él, antes de añadir:—. Brevemente.
—Ugh, bien. Empecemos con lo básico, entonces. ¿Qué dragones viste en el bosque, Harry?
Harry se quedó pensando por unos segundos sin saber qué decir, hasta que con mucho esfuerzo fue nombrando cada dragón que al parecer había oído a Charlie nombrar: colacuerno húngaro, galés verde común, hocicorto sueco, bola de fuego sueco y opaleye de las antípodas.
Ana asintió con concentración mientras recolectaba cada detalle necesario de su cerebro y miró a sus amigos con determinación.
—Les conviene escuchar con atención porque no me voy a volver a repetir.
La mañana pasó, afortunadamente, con rapidez. Cada vez que Ana hablaba acerca de los dragones y sus amigos asentía con suma concentración, tratando de incorporar cada detalle en su memoria, ella se sentía un poco más relajada consigo misma. La primera prueba eran dragones, y estaba claro que ella sabía casi todo acerca de ellos. Tal vez nunca había visto uno real, pero luego de leer tantas cantidades de libros acerca de ellos durante toda su vida, se sentía como si lo hubiese hecho. En simples palabras, era un factor tranquilizante que ya tuviese una ventaja para sobrevivir.
Cuando el sol se puso más intenso ya en la hora del almuerzo, y a Ana le comenzó a picar el rostro por el calor —por mucho que fuese otoño—, decidió cortar con su larga charla de dragones.
—... Y es por eso que no envidio a quien le toque enfrentarse con el colacuerno húngaro —terminó Ana satisfecha con su conocimiento, y con más ánimo del con que se había levantado.
—Con mi suerte me tocará a mí hacerle frente —se lamentó Harry mientras los tres se levantaban y desperezaban.
—No digas eso —resopló Hermione sacudiendo su pierna dormida—. Debemos ser optimistas en esto porque la confianza en uno es esencial en una situación como tal, recuerden que...
Pero las palabras de Hermione quedaron olvidadas en el aire cuando observó a alguien acercarse a su grupo.
Ana se dio media vuelta y sintió más tranquilidad recorrer su cuerpo al ver a su abuela sonriéndole.
Hilda Abaroa vestía una sonrisa acompañada de su vestimenta común: pantalones plisados color beige, su suéter tejido y unos zapatos de cuero desgastado. Aunque pareciese totalmente fuera de lugar, la mujer parecía cómoda consigo misma y sus alrededores como si hubiese paseado por aquellos pasillos toda su vida.
—¡Señora Abaroa! —dijeron Hermione y Harry a la vez, mientras que Ana le sonrió y la encontró en el medio del camino para abrazarla.
—Hola, niños, ¿cómo están?
Ante un "muy bien", Hilda quedó satisfecha y bajó su cabeza a Ana quien la miraba.
—¿Dormiste bien, nana? ¿Y cómo es que nos encontraste? ¡Solo llevas un día aquí!
Hilda rió y negó con una sonrisa.
—Bueno, dormí excelente. La cama fue estupenda... —confesó Hilda, acomodando un mechón de Ana detrás de su oreja—. Y en relación con tu otra pregunta, puede que sea una anciana pero recuerdo todo lo que me dices y muestras. No sé si me hubiese guiado tan bien si no hubieses sido tú quién me mostraba el colegio.
Ana sonrió encantada y un cálido sentimiento se posó en su pecho al pensar que había ayudado a su abuela, aunque de una forma indirecta.
—Y antes de que me olvide, tú y Harry me deben acompañar para hablar con Dumbledore. Ayer arreglamos unas cuantas cuestiones, que aunque no te pude sacar del torneo, los obligué a escucharme hasta que aflojaron con las reglas.
Como si hubiese sentido que lo nombraban, Harry se acercó junto a Hermione hacia donde estaban las dos Abaroas.
—No sabía que estaba usted aquí, ¿le está gustando Hogwarts, señora Abaroa? —inquirió Hermione con amabilidad e Hilda le sonrió.
—Oh sí, cariño, es muy interesante, me ha encantado hablar con los cuadros. Tienen los mejores consejos para andar por el lugar. —Hilda se volvió a Harry—. Querido, vine a buscarlos a ti y a Ana para hablar con Dumbledore, ¿nos acompañas?
Harry miró a Ana y asintió, curioso de lo que el director tendría para decirles.
—¡Estupendo! Vayamos ahora mismo.
Ana detestaba el despacho de Dumbledore con una pasión ardiente. Pero su odio no iba dirigido a ningún elemento decorativo que pintaba la oficina, más bien la detestaba por el simple hecho de que se había llevado varias decepciones al hablar con el supuesto gran mago del mundo mágico. Le molestaba que tuviese un gran lugar con su nombre luego de todo lo que había hecho. Y eso también formaba parte de las razones por las que Dumbledore le aterraba. Aunque disfrazase sus actos como caballerosos, nunca usaba su poder simplemente por el bien de los demás. No. Siempre había algo más.
Ella y Harry estaban sentados en los asientos frente al gran escritorio del director, mientras que Hilda y James los respaldaban detrás suyo. Dumbledore estaba por su cuenta, mirándolos desde su asiento. Una cálida sonrisa posaba en sus labios.
—He tenido el placer de conocer a tu abuela, Ana —dijo Dumbledore mirándola con su sonrisa—. Y me es placentero decir que veo dónde has tomado varios aspectos tuyos.
Sus anteojos media luna brillaron ante la reflexión de las velas.
—Y ayer, durante nuestra conversación, destacó varios puntos de los que coincido completamente. Ustedes dos no deberían de estar participando del torneo — afirmó mientras se levantaba de su lugar—, pero como he dicho antes, me temo que ese es un asunto del que no puedo hacer nada...
»Sin embargo, encontré que, en vez de dejar aquello pasar, pude lograr una ventaja para ustedes dos. Un artefacto que los sacará de inmediato del peligro si es que lo desean; un traslador portátil —Dumbledore apoyó dos pequeñas piedras en la superficie de su escritorio, y Ana las observó con curiosidad—. A simple vista solamente verán dos piedras insignificantes, pero una vez que las toman...
Dumbledore les hizo un ademán para que las agarraran, y cuando Ana lo hizo, sintió una ola de energía recorrer su cuerpo. Su mano sintió una chispa electrificante que hizo que la chica saltara en su lugar, no acostumbrada a tanto poder en algo tan común. Le picaba la mano.
—... sentirán su magia —terminó Dumbledore satisfecho con sus reacciones, una vez que Harry dejó salir un jadeo de sorpresa—. Estos trasladores son los únicos en su existencia. Me temo que quien los creó no dejó instrucciones de cómo crear más de ellos. Una lástima, verdaderamente.
—¿Quién... ? ¿Quién los creó, profesor? —preguntó Harry y Dumbledore le sonrió antes de observar a Ana, quién había tenido la misma pregunta pero no había tenido ganas de hablar.
—Pues, la mismísima Faith Ward, por supuesto. Era extraordinaria al tratar con creaciones.
Ana se mordió el labio y observó a la pequeña piedra que descansaba en la palma de su mano. Como había dicho Dumbledore, no parecía la gran cosa, pero ahora que sabía lo que era y quién lo había hecho, hizo que de alguna forma se sintiera más mágico. Una pequeña parte de Faith estaba con ella. Y así fue como una pregunta se formó en su cabeza:
—Si era de mi mamá, ¿por qué la tiene usted?
Ana no lo dijo en voz alta, pero estaba claro en su receloso tono que sospechaba de Dumbledore. Pero si él se dio cuenta, decidió ignorarlo y respondió sinceramente:
—Me los ha dado tu padre esta semana. Estaban en su posesión y los entregó para ayudarlos a ambos en el torneo.
A la mención de Remus, Ana se tensó y miró incómodamente a su alrededor como si con su simple mención, el hombre aparecería en la habitación. Sin embargo, Remus no apareció, y Ana solo quedó encogida en su asiento, pensando en él.
Notando la tensión que había formado, Dumbledore miró a los dos campeones con firmeza pero calidez a la vez.
—Su uso es sencillo. Lo único que deberán hacer es tener las piedras seguras en sus vestimentas durante cada prueba, no se olviden de resguardarlas ya que como mencioné antes son únicas, y no se preocupen de agarrarlas con la mano. No es necesario ya que su energía es lo suficientemente fuerte para sentir su voluntad. Lo que deberán hacer es simplemente decidir que no están preparados para afrontar a un peligro determinado, en este caso alguna prueba, y la piedra los trasladará al punto de partida que ustedes hayan sido advertidos anteriormente. Antes de cada prueba les diremos dónde serán esos puntos estratégicos, no se estresen con ello, la piedra solamente necesita de su voluntad y nada más. Luego de llegar al espacio seguro, al no haber podido completar la prueba no se les contarán todos los puntos que hubiesen obtenido en el lugar de haber completado el circuito, pero sí tendrán los puntos que los jueces vean dignos.
Dumbledore miró a todos para observar que hubiesen entendido lo que había explicado y asintió luego de unos segundos.
—Bien. ¿Alguna pregunta?
Era lunes por la tarde. Ana no se había concentrado en ninguna de sus clases. No había podido por más que intentase.
Ahora se encontraba tirada en su cama mientras Harry practicaba hechizos convocadores con James en alguna parte del castillo. Aquella mañana el chico le había avisado que se había dado por vencido de tratar de entender profundamente a los dragones y se había decidido en realizar la prueba desde otro punto; y durante su clase de Herbología Harry les había contado a Ana y a Hermione que Moody le había dado un gran consejo que seguiría de pies a cabeza. Harry iba a usar su punto más fuerte: volar con escoba.
Por su parte, Ana no tenía ningún plan. Su cabeza estaba completamente hueca. Ahora que tenía una forma de saltearse cada prueba con el traslador portátil, menos tenía ganas de siquiera ponerse a idear un plan para ganar el torneo. Iba a demostrar cuán pérdida de tiempo había sido dejarla continuar como campeona de Hogwarts. Por tal razón, ahora solo estaba tratando de responder la pregunta que había surgido semanas atrás: ¿Qué había escrito Faith Ward en sus cuadernos?
La caja de cartón que había escondido bajo su cama para evitarla como si la plaga se tratase, ahora estaba abierta y a la vista de todos, encima de la cama de Ana. Si alguien acercaba su cabeza a la caja, terminaría tosiendo y estornudando por la cantidad de polvo que había acumulado. Ana lo sufrió una vez que lo había abierto y asustado a Basil de su sueño.
Había estado leyendo las mismas cinco páginas desde hacía tres horas, y todo era culpa de su cerebro que no quería concentrarse en la desprolija escritura de Faith. Si Ana había pensado que su letra era difícil de entender, entonces la letra de Faith se sentía un comercial rápido que se escuchaba en la radio. Y ahora Ana estaba perdiendo esperanzas al recordar que le faltaban como otros treinta y nueve anotadores por leer.
Pero como siempre, Hermione vino al rescate.
Cuando los dedos de Ana parecían estar a punto de pegarse a las hojas amarronadas por el tiempo, la puerta del dormitorio se abrió de un golpe.
—¿Y cuándo habrán noticias de p.e.d.d.o, Hermione? —la voz de Lavender se hizo presente en la habitación—. Mamá consiguió las lapiceras más bonitas en su viaje a Japón y necesito mostrarlas al mundo...
—P.e.d.d.o. sigue estando en pausa hasta nuevo aviso. Ya hemos hablado de esto...
—¿Es que Hannah sigue enojada? —resopló Parvati—. Ya todo el mundo sabe que no es culpa de nadie, que se dejen de molestar, ya es irri... Oh, hola, Ana.
De Ana salió un rasposo sonido en forma de saludo que hizo que Hermione se dirigiese a ella con rapidez.
—¿Qué haces aquí? Deberías estar preparando un plan para mañana, pensé que ya habíamos hablado de esto ayer. No hay tiempo para descansar, Ana, debes...
—Sí, sí, sí —la cortó Ana poniendo los ojos en blanco—. Pero hoy decidí que como tengo el traslador ni me voy a gastar en preparar algo, no hace falta, Hermione. Lo único que debo hacer es decirles que tenía miedo y ya está. ¿Qué me van a decir? No, Ana, esta prueba no da miedo.
Hermione abrió la boca para reprocharla, pero nada salió y tuvo que cerrarla con una mueca. No era como si hubiese una falla en su plan. Se sentó en la cama de Ana.
—Bien, entonces tu plan es salirte con la tuya.
—Sí.
Parvati se rió encantada mientras buscaba sus productos de belleza para emplear en su ducha. Lavender sonrió, sentándose en su cama y acariciando el lomo de Crookshanks que dormía allí.
—¿Eso significa que te sumarás a nuestro tiempo de relajación?
Ana la miró con añoranza pero negó luego de unos segundos y suspiró, levantando el anotador que su mano sostenía.
—Ya quisiera... pero no puedo. Estoy tratando de leer las anotaciones que mi mamá dejó trece años atrás, y tengo un largo camino por recorrer. Es que a la mujer le gustaba escribir. —Ana susurró aquel último lamento.
La cabeza de Parvati se levantó de repente y se giró para observar a Ana con curiosidad plasmada en sus facciones. Sus ojos brillaron con interés y una sonrisa gatuna se posó en sus labios.
—Interesante... ¿y es que necesitas ayuda leyendo todas esas? —preguntó ella mirando la caja llena de libretas.
Ana se acomodó en su lugar y se rascó la nuca con desconcierto.
—Bueno... No niego que sería genial un poco de ayuda, pero no podría pedirle a nadie que leyera todo esto. Es demasiado y...
—¡Nos ofrecemos!
Parvati había saltado del lugar que había estado agachada previamente, a Lavender, y había rodeado sus hombros con su brazo. Hermione se cruzó de brazos y encaró una ceja mientras Lavender sonreía inocentemente.
—Dios, ¿Por qué tanto entusiasmo? ¿Qué es lo que ganan de esto?
Parvati tiró su largo cabello negro hacia atrás y sopló sus uñas que se encontraban perfectamente cuidadas.
—Bueno, Hermione, necesitamos ayuda en Cuidado de las Criaturas Mágicas o sino, reprobaremos la clase —Parvati se volvió a Ana—. Ana nos dio una oportunidad y la tomaremos sin vergüenza. Es excelente en la clase, así que su ayuda más sus... apuntes, serán un pago comprensivo.
—Está bien —dijo Ana antes de que Hermione pudiese abrir la boca para protestar—. Aunque las hubiese ayudado de todas formas... no veo porqué no. Es un trato.
Cuando Parvati y Lavender comenzaron a celebrar entre susurros, Hermione le dedicó una mirada inquisitiva antes de admitir derrota y asentir.
—Bien... supongo que no te hará mal añadir alguien más al grupo de búsqueda —y aunque sus palabras no habían formulado pregunta alguna, Ana sonrió ante la propuesta.
—Mientras más, mejor.
—¿Cuándo empezaremos? —preguntó Lavender con ansias.
—Mañana. Luego de la segunda prueba al fin comenzaré a saber más acerca de ella. Ojalá no sea imposible.
• • •
Ana no durmió aquella noche, y aunque aquello era normal, sentía que hubiese sido ideal haber estado con la energía recargada aquel martes. En el colegio había una tensión y emoción enormes en el ambiente. Las clases se interrumpieron al mediodía para que todos los alumnos tuvieran tiempo de bajar al cercado de los dragones. Aunque, naturalmente, aún no sabían lo que iban a encontrar allí.
Al saber que no debería enfrentarse a ningún dragón, Ana había encontrado una paz interior que la calmaba por completo. Era un alivio tener una forma de escape de aquella locura, o sino temía haberse vuelto loca en otras circunstancias.
El tiempo se movió tal cual lo hacía cada vez que se desconectaba de todo. A través de saltos, parches de momentos los cuales muchos no recordaba y otros solamente piezas pequeñas. Lo que sí recordó fue cuando durante el almuerzo, la profesora McGonagall entró en el Gran Comedor y fue a toda prisa hacia ella y Harry. Muchos los observaban.
—Los campeones tienen que bajar ya a los terrenos del colegio... Tienen que prepararse para la primera prueba.
Ana y Harry se miraron y asintieron mientras se levantaban.
—Buena suerte —les susurró Hermione—. ¡Todo irá bien!
Aquella suerte que Hermione les daba a ambos, era definitivamente solo dirigida hacia Harry de forma muy subliminal. Al final del día, Ana no haría nada.
Salieron del Gran Comedor con la profesora McGonagall. Ella no parecía la misma; de hecho, estaba casi tan nerviosa como Hermione. Al bajar la escalinata de piedra y salir a la fría tarde de noviembre, les puso a cada uno una mano en sus hombros.
—No se dejen dominar por el pánico —les aconsejó—, conserven la cabeza serena. Habrá magos preparados para intervenir si la situación se desbordara... Lo principal es que lo hagan lo mejor que puedan, y no quedarán mal ante la gente. ¿Se encuentran bien?
Lo último que estaba en los objetivos de Ana era quedar bien. Ese bote ya había navegado mucho tiempo atrás y a Ana simplemente no le importaba.
La profesora los conducía bordeando el bosque. Ana se sintió un poco liberada al estar al aire libre, pudiendo respirar el fresco aire de noviembre.
—Tienen que entrar con los demás campeones —les dijo la profesora McGonagall con voz temblorosa— y esperar sus turnos. El señor Bagman está dentro. Él les explicará lo que tienen que hacer... Buena suerte.
—Gracias —dijeron Ana y Harry.
Ella los dejó en la puerta de la tienda, y ambos amigos entraron.
Fleur Delacour estaba sentada en un rincón, sobre un pequeño taburete de madera. No parecía ni remotamente tan segura como de costumbre; por el contrario, se la veía pálida y sudorosa. El aspecto de Viktor Krum era aún más hosco de lo habitual. Cedric paseaba de un lado a otro.
—¡Harry! ¡Ana! ¡Bien! —dijo Bagman muy contento, mirándolos—. ¡Vengan, vengan, pónganse cómodos!
De pie en medio de los pálidos campeones, Bagman se parecía un poco a esas figuras infladas de los dibujos animados. Tenía puesta una túnica de un equipo de quidditch que Ana no conocía.
—Bueno, ahora ya estamos todos... ¡Es hora de poneros al corriente! —declaró Bagman con alegría—. Cuando hayan llegado los espectadores, les ofreceré esta bolsa a cada uno de ustedes para que saquen la miniatura de aquello con lo que les va a tocar enfrentarse. —Les enseñó una bolsa roja de seda—. Hay diferentes... variedades, ya lo verán. Y tengo que decirles algo más... Ah, sí... ¡su objetivo es tomar el huevo de oro!
Una mueca se posó en los labios de Ana. ¿Arrebatarle un huevo a un dragón hembra madre? Eso sonaba, además de peligroso, poco ético. Era poco decir que era una idea terrible.
Miró a su alrededor. Cedric hizo un gesto de asentimiento para indicar que había comprendido las palabras de Bagman y volvió a pasear por la tienda. Tenía la cara ligeramente verde. Fleur Delacour y Krum no reaccionaron en absoluto. Tal vez pensaban que se pondrían a vomitar si abrían la boca. Harry parecía estar a punto de desmayarse...
Enseguida se oyeron alrededor de la tienda los pasos de cientos y cientos de personas que hablaban emocionadas, reían, bromeaban... y aunque Ana detestaba las multitudes, deseaba estar allí en vez de dentro de esa tienda. A continuación, Bagman abrió la bolsa roja de seda.
—Las damas primero —dijo tendiéndosela primero a Fleur.
Ella metió una mano temblorosa en la bolsa y sacó una miniatura perfecta de un dragón: un galés verde. Alrededor del cuello tenía el número «dos». La boca de Ana cayó al suelo al ver al pequeño dragón. Era adorable.
Cuando Bagman dirigió la bolsa a ella, Ana tuvo que evitar dejar salir un chillido de emoción de tener la oportunidad de tener su propio dragón miniatura, y metió la mano en la bolsa. Delicadamente, rodeó uno de los dragones con sus dedos y añorando saber qué le había tocado, sacó su brazo de la bolsa de seda. Y con un jadeo de contento, vio a un pequeño opaleye de las antípodas moviéndose entre sus dedos.
El color perláceo del mini dragón brilló contra la luz del sol que se había filtrado entre las cortinas de la tienda, y Ana sonrió ante el suave sonido que profirió. Rodeando el cuello del dragón, se encontraba el número «cuatro».
Luego, Krum sacó el bola de fuego chino. Alrededor del cuello tenía el número «tres». Krum ni siquiera parpadeó; se limitó a mirar al suelo. Cedric metió la mano en la bolsa y sacó el hocicorto sueco de color azul plateado con el número «uno» atado al cuello. Finalmente, Harry metió la mano en la bolsa de seda y extrajo el colacuerno húngaro con el número «cinco».
—¡Bueno, ahí lo tienen! —dijo Bagman—. Han sacado cada uno el dragón con el que les tocará enfrentarse, y el número es el del orden en que saldrán, ¿comprenden? Yo tendré que dejarlos dentro de un momento, porque soy el comentador. Diggory, eres el primero. Tendrás que salir al cercado cuando oigas un silbato, ¿de acuerdo? Bien. Harry, Ana... ¿podría hablar un momento con ustedes, ahí fuera?
Ambos amigos se miraron con desconcierto pero asintieron antes de levantarse de sus asientos. Salieron de la tienda, y Bagman los llevó a un lado un poco alejado de la entrada para poder hablarles en privado.
—Primero que nada, el punto de partida es la tienda... así que si se les presenta alguna dificultad, ya saben qué hacer —el hombre les guiñó.
«Si tan solo supiera» pensó Ana, sintiendo la piedra guardada en su bolsillo.
—Y segundo... ¡Oh! Ahí se encuentran sus familias.
La cabeza de Ana giró de una forma tan veloz que sintió un dolor punzante en su nuca por el repentino movimiento. Pero, de hecho, allí se acercaban todos. Su abuela, James, Sirius y... Remus.
Mientras que todos le sonreían a ambos amigos, Remus evitaba mirar a Ana y divagaba su rostro hacia cualquier punto que no fuese sus ojos. Una vez que estuvieron lo suficientemente cerca, Remus quedó cabizbajo, no encontrando el valor de confrontar a Ana.
Por su parte, Ana se irritó de aquello haciendo que su ceño se frunciera. Lo único que debía hacer Remus era disculparse, no le estaba pidiendo lo imposible, ¿no? Duda cruzó su mirada pero la deshizo cuando miró a su abuela.
—Vinimos a desearles éxitos en la prueba y les avisamos que vamos a estar en las gradas viéndolos.
Ana sonrió suavemente a su abuela y la abrazó, mientras James hacía lo mismo con Harry y le susurraba ánimos al oído.
—Gracias, nana. Mira, me tocó el opaleye...
Ana alzó su mano y le mostró la miniatura del dragón que se movía en su mano y escupía su feroz fuego, que en la mano de Ana solamente se sentía como un cosquilleo.
—Precioso —afirmó Hilda y acarició al dragón con un dedo.
La mirada de Ana miró de reojo a Remus y notó que el hombre la había estado observando con suavidad antes de evitar los ojos azules de ella. Antes de que ninguno pudiese decir algo, se escuchó el sonido de un silbato en algún lado.
—¡Santo Dios, tengo que darme prisa! —exclamó Bagman alarmado, y salió corriendo.
Luego de un último abrazo, Ana y Harry volvieron a la tienda para esperar sus turnos. Al llegar, justo vieron a Cedric que salía, con la cara más verde aunque antes.
—Éxitos, Cedric —le dijo Ana torpemente pero antes de recibir una respuesta se adentró a la carpa, donde estaban Fleur y Krum.
Unos segundos después oyeron el bramido de la multitud, señal de que Cedric acababa de entrar en el cercado y se hallaba ya frente a la versión real de su miniatura.
Sentarse allí a escuchar era peor de lo que Ana hubiera podido imaginar. La multitud gritaba, ahogaba gemidos como si fueran uno solo, cuando Cedric hacía lo que fuera para burlar al hocicorto sueco. Krum seguía mirando al suelo. Fleur ahora había tomado el lugar de Cedric, caminando de un lado a otro de la tienda. Y los comentarios de Bagman lo empeoraban todo más. Al menos Ana sabía que ni loca participaría y que estaba a salvo de quedar quemada por dragones. Por más hermosos que eran, ella no tenía plan alguno.
Luego, tras unos quince minutos, Ana oyó un bramido ensordecedor que sólo podía significar una cosa: que Cedric había conseguido burlar al dragón y agarrar el huevo de oro.
—¡Muy pero que muy bien! —gritaba Bagman—. ¡Y ahora la puntuación de los jueces!
Pero no dijo las puntuaciones. Ana supuso que los jueces las levantaban en el aire para mostrárselas a la multitud.
—¡Uno que ya está, y quedan cuatro! —gritó Bagman cuando volvió a sonar el silbato—. ¡Señorita Delacour, si tiene usted la bondad!
Fleur temblaba de arriba abajo. Cuando salió de la tienda con la cabeza erguida y agarrando la varita con firmeza, Ana le deseó éxitos. Era lo mínimo que podía hacer siendo que su situación era medio vergonzosa.
Se repitió el mismo proceso.
—¡Ah, no estoy muy seguro de que eso fuera una buena idea! —oyeron gritar a Bagman, siempre con entusiasmo—. ¡Ah... casi! Cuidado ahora... ¡Dios mío, creí que lo iba a tomar!
Diez minutos después Ana oyó que la multitud volvía a aplaudir con fuerza. También Fleur debía de haberlo logrado. Se hizo una pausa mientras se mostraban las puntuaciones de Fleur. Hubo más aplausos y luego, por tercera vez, sonó el silbato.
—¡Y aquí aparece el señor Krum! —anunció Bagman cuando salía Krum con su aire desgarbado, dejando a Ana y a Harry solos.
Por primera vez desde aquella mañana, Ana sintió los nervios florecer en su estómago. Aunque no haría nada y se escaparía de participar inmediatamente, había algo intimidante en hacerlo frente cientos de ojos. Sintió el almuerzo en su garganta.
—¿Cuál es tu plan? —preguntó Harry transpirando y Ana lo miró como si estuviese loco.
—¿Plan? Mi plan es no participar, Harry. Voy a usar el traslador de mamá... Uy, no me siento bien...
Ana se dobló en su asiento y comenzó a temblar. Siempre que debía presentarse a una multitud entera sus huesos se helaban, y definitivamente aquella situación era para helarse hasta el corazón.
—¡Muy osado! —gritaba Bagman, y Ana oyó al bola de fuego chino proferir un bramido espantoso, mientras la multitud contenía la respiración, como si fueran uno solo—. ¡La verdad es que está mostrando valor y, sí señores, acaba de agarrar el huevo!
Ana miró las cortinas que separaban a Ana y a la multitud y tragó en seco antes de levantarse. Era su hora de mostrar su presencia y también de perder un poco de aquella dignidad que raramente exhibía. Se mordió el labio y cuando escuchó el silbato, en vez de salir, se giró a Harry para darle un abrazo.
—¡Éxitos! Harás genial, yo lo sé.
Antes de que los nervios la consumieran, salió de la tienda para enfrentarse con su destino. Pasó los árboles y penetró en el cercado a través de un hueco.
Lo vio todo ante sus ojos como si se tratara de un sueño de colores muy vivos. Desde las gradas que por arte de magia habían puesto después del sábado la miraban cientos y cientos de rostros. Y allí, al otro lado del cercado, estaba el opaleye de las antípodas agachado sobre la nidada, protegiendo sus huevos como si su vida dependiese de eso. Sus ojos vidriosos y multicolor miraban a Ana con cautela. La niña podía oír a la multitud gritar con euforia, pero no le hizo caso.
Miró hacia abajo hacia su bolsillo y se relamió los labios sabiendo que si se iba de allí... perdería la oportunidad de ver un dragón de cerca. Sus ojos viajaron de su bolsillo al dragón con inquietud, y con la duda agrandándose en su pecho.
Siempre había querido acercarse a un dragón, y por más que lo hubiese negado los últimos días, era verdaderamente una mentira que le sobraba. Adoraba a aquellas criaturas y sería un sueño siquiera volar sobre uno, ignorando su miedo a las alturas.
Allí se encontraba la oportunidad de interactuar con uno. Estaba allí delante, protegiendo sus huevos mientras la observaba. Un dragón sabía de su existencia.
Y en vez de hacer un gran espectáculo, Ana podía aprovechar para hacer de esa situación... suya. Podía ignorar el torneo e interactuar con el dragón.
Su mirada bajó rápidamente a su bolsillo y chasqueó su lengua. Se arremangó las mangas de su remera y se acercó lentamente a donde estaba el dragón.
Su mente estaba hecha.
Uno no sabía exactamente qué sería de su salud luego de enfrentarse a un dragón. Muchas personas terminaban heridas gravemente, y otras personas... muertas. Trabajar con aquellas majestuosas criaturas era arduo y cansador, terminar con cicatrices dibujadas en tu cuerpo era completamente normal e inevitable. Como cualquier trabajo, uno debía entregar su cuerpo para que el trabajo fuese hecho. Pero en esta área era un poco más literal.
El dragón que estaba delante de Ana era llamado Opaleye de las Antípodas, y era el dragón más hermoso conocido por la comunidad mágica. Sus escamas eran iridiscentes y nacaradas, lo que hacía que radiaran aún más con los rayos de sol y suaves arcoíris se posaran sobre las rocas en donde se encontraba; mientras tanto, sus ojos eran piedras preciosas de todos los colores y sin pupila. Lo que hacía difícil notar si te estaba viendo a ti o a otra presa.
Tal vez una persona común, tendría dos decisiones para tomar en el caso de estar frente a un dragón de tal rango: atacar imprudentemente o correr. Ninguna de aquellas opciones era la correcta y al final del día, el opaleye tendría para sí mismo un buen almuerzo nutritivo.
Pero Ana sabía mejor.
Ana sabía que tratar de atacar a un dragón era como tratar de derrumbar una pared de ladrillo con el puño de un bebé, y también sabía que correr de uno inevitablemente terminaría en que perderías el dragón de vista —error número uno—, y consecuentemente quedarías chamuscado por la potente llamarada de la criatura. Debías de saber que el fuego del opaleye era el fuego más intenso y peligroso de todos. Sin embargo, lo que más debía de conocer era el importantísimo detalle: el opaleye de las antípodas era un dragón dócil hasta que le probases que tú no lo eras.
Así que si alguien se enfrentaba a un dragón, estaba claro que su primer instinto causado por el pánico no sería relajarse, y por lo tanto esa era la causa de las miles de casualidades sufridas. Pero Ana no estaba en apuros, y menos con ganas de mostrarse agresiva frente aquella madre que cuidaba de sus huevos.
Cuando Ana estuvo más cerca del dragón que lo que una persona normal consideraría prudente, el dragón soltó un gruñido de advertencia haciendo que Ana se detuviese en su lugar. Debía llegar a un acuerdo con la criatura y para eso necesitaba su consentimiento.
En vez de observar a la multitud —que había quedado estupefacta y muda ante la peligrosa idea de Ana—, Ana buscó con la mirada el huevo de oro. Y, afortunadamente, lo vio debajo de la larga cola del dragón. Estaba seguro con los demás huevos gris pálidos de la madre.
Ana no tenía un plan, pero lo que sí tenía era incontable información acerca de aquella raza de dragón que debería partir en partes.
Primero, evitó mirar al dragón directamente a los ojos para demostrar que era más dócil que ciervo de caza. Recordaba haber visto un documental de cómo trabajar con animales y específicamente, el profesional había dicho: "Cuando uno trabaja con animales, la mejor táctica es evitar contacto visual directo, ya que es una forma de mostrar dominancia. Y eso es exactamente lo que no queremos al entablar contacto con ellos". Claro, tal vez eso no funcionaba con gigantescos dragones pero no quería atacar al opaleye y la dragona preferiría no moverse.
Ahí iniciaba el punto dos, una vez que el dragón dejó de observarla, aburrida al ver que no había peligro alguno. Los opaleye de las antípodas preferían evitar la confrontación y eso, Ana podía acordar. Las madres de aquella raza de dragón eran muy protectoras de sus crías, y aún más de sus huevos. Era común que si es que había una amenaza mayor con la que no podría competir, la madre cuidaría a sus huevos con su cuerpo y aceptaría su destino mortal con tal solo saber que había protegido a los suyos hasta el final. Era un acto agridulce que ahora Ana podía usarlo a su ventaja.
Y el último pedazo de información que podía usar, era un detalle que había pensado previamente: los huevos eran de un color gris, y la dragona sabía muy bien de eso tanto como Ana.
Si ella podía mostrarle que había un huevo que no era el suyo, la opaleye dejaría que lo agarrara sin problema porque ya no sentiría afección al huevo.
Era un plan completamente loco e imprudente. Pero eso era ella. Imprudente.
Una vez que tuvo la certeza de que la dragona no la veía como una amenaza, levantó su cabeza para continuar con su plan. Se acercó más a donde la criatura descansaba y luego de mucho tiempo, escuchó la voz de Bagman hablar.
—Se... se está acercando al dragón. Esto definitivamente nadie se lo veía venir —Bagman rió en una mezcla de nerviosismo y emoción—. ¡Una estrategia muy osada por parte de la cuarta campeona!
Ana negó con la cabeza e ignoró todo sonido que rodeaba el cercado. Lo único en que debía concentrarse era aquel dragón y solamente aquella criatura. Lo otro era una distracción.
Con el corazón en la garganta notó que ya estaba a dos brazos de distancia del dragón y si hubiese podido hubiese reído de la alegría que aquella experiencia le estaba dando. Era simplemente increíble pensar que estaba tan cerca de un dragón y no mostraba lucha alguna. Conocer verdaderamente a una criatura era un desafío suficiente. Lo que venía después era el premio de aquella paciencia y admiración.
La dragona levantó su cabeza con curiosidad, dirigiendo su ojo izquierdo a Ana e inspeccionando sus leves movimientos como si se tratase de un pequeño ratón. Inofensivo y diminuto.
Antes de volver a avanzar, Ana volvió a probar las aguas y levantó un brazo suavemente hacia la cabeza del opaleye, sin mirarla a los ojos. La dragona debía primero oler su fragancia para que Ana pudiese saber si se presentaba como una amenaza o una aliada. Sus ojos se cerraron ante la anticipación, y el aire se volvió más pesado mientras los segundos pasaban en los que la dragona no le daba el permiso para continuar acercándose.
Pero en un momento donde el silencio reinó los oídos de Ana, sintió una presión húmeda y texturizada en su mano. Con un tembloroso jadeo saliendo de su boca, sus ojos se abrieron lentamente hasta que fueron capaces de ver exactamente la victoria frente suyo.
El opaleye de las antípodas la miraba suavemente con su laguna multicolor y había presionado su hocico en aquella pequeña mano que Ana había alzado.
Al final del día, la experiencia había ganado.
Luego de que Ana hubiese entablado contacto con la dragona, tomar el huevo fue una tarea tan fácil como recolectar flores en primavera. Cuando Ana se había acercado a donde estaban los huevos —con la mirada fija de la dragona en su cabeza—, señaló el huevo de oro que no le pertenecía a la criatura, y recibió un soplido que una parte de Ana había tomado como incredulidad. Era imposible descifrar si la dragona se había dado cuenta mucho tiempo atrás de que aquel huevo de ninguna manera podía pertenecerle, pero Ana no dudaba que los dragones fueran criaturas extremadamente inteligentes y francamente no le sorprendería saber que aquel había sido el caso.
Una vez que le agradeció a la dragona por no haberla devorado, Ana se fue lentamente hacia el lugar seguro sin dejar de siempre tener la vista hacia el dragón. No podía despreocuparse tan rápidamente.
Seguida de fuertísimos gritos de aliento y adrenalina por parte de todos los que se encontraban en las gradas, las cortas piernas de Ana se dirigieron hacia donde Hagrid y McGonagall le señalaban que fuera.
—¡Muy bien, Abaroa! —exclamó la profesora McGonagall y a Ana se le infló el pecho de orgullo.
—¡Asombroso, Ana! Eso ha sido realmente abrasador, te has acercado a un dragón y...
—¡Y lo acaricié! —chilló Ana sintiendo su corazón a punto de desbordar—. ¡Un dragón me aceptó, Hagrid! ¡Me siento... me siento...!
—¿Asombrada?
—... Mareada —admitió Ana tambaleándose en su lugar y frunciendo el ceño—. Creo que fue mucha adrenalina la que usé... siento que voy a vomitar...
Hagrid la miró preocupado pero McGonagall apoyó una mano sobre su hombro.
—Acércate a la tienda de primeros auxilios, te diremos tu puntuación luego. Mandaré a tu abuela contigo —le sonrió cálidamente la mujer y Ana le agradeció.
Ana salió del cercado aún jadeando y vio a la entrada de la segunda tienda a la señora Pomfrey, que parecía preocupada.
—Cielo Santo, te ves terrible, querida. Ven dentro ahora mismo.
Ninguna protesta salió de Ana y la siguió, aún sintiendo que su cabeza estaba demasiado liviana. La tienda estaba dividida en cubículos. A través de la tela, Ana distinguió la sombra de Cedric, que no parecía seriamente herido.. La señora Pomfrey le entregó un vaso con agua y luego un frasco con una poción.
—Toma el agua en sorbos pequeños y luego toma la poción que hará que tu estómago deje de sentirse como un huracán. Una vez que hagas eso, descanso tus ojos, estás palidísima y temo que la presión te baje.
Ana dejó salir un pequeño agradecimiento e hizo todo lo que le había indicado antes de acostarse en la camilla y cerrar los ojos.
Su corazón aún latía con mucha velocidad, y aunque deseaba con toda su alma saber cómo estaba haciendo Harry esos momentos, su cabeza daba demasiadas vueltas para su gusto.
Había interactuado con un dragón.
Una sonrisa se posó en sus labios y tuvo que refrenar de chillar nuevamente ante el pensamiento porque si no, Cedric pensaría que se había vuelto demente. Su cuerpo temblaba y aunque se sentía un poco sofocada, sus pensamientos comenzaban a dejar de dar vueltas.
—Has estado increíble, amor.
Ana abrió lentamente sus ojos y observó a Hilda sentarse en la silla contigua a su camilla. La mujer tomó su mano y le dio un suave apretón.
—Interactué con un dragón, nana...
—Todos lo vimos, cariño. Fue... asombroso. Nadie se lo podía creer, te veíamos con el corazón en nuestras bocas pero tú pasaste las expectativas de todos. Los otros te envían saludos y felicitaciones, deberías estar orgullosa, fuiste la más rápida en obtener el huevo. Solo siete minutos.
Si Ana era sincera, no le importaba en lo absoluto el huevo de oro o el torneo o que hubiese tardado solo siete minutos. Esos benditos siete minutos los había usado para entablar una relación con un dragón de tres toneladas y eso era todo lo que importaba. El torneo en sí no había estado en su mente mientras observaba aquel opaleye de las antípodas tan hermoso.
—No puedo creer que me haya aceptado un opaleye de las antípodas... —jadeó estupefacta Ana y escuchó a su abuela reír encantada por su asombro—. Esto es sorprendente, nana, Dios... desearía poder contarle todo esto a Dalia pero no puedo decirle... ¡Dalia!
Ana se irguió rápidamente de su asiento y miró a su abuela horrorizada, sintiendo que su cabeza volvía a dar vueltas.
—Señorita Abaroa, repose, ya. —ordenó la señora Pomfrey y Ana hizo lo ordenado.
—Nana, me olvidé completamente de Dalia, Dios que mala amiga soy. ¿Cómo nos podemos enviar postales si es que tú estás aquí? Ay... va a pensar que ya no quiero hablar con ella...
Hilda se aclaró la garganta y Ana cerró la boca, dejando de parlotear con inquietud.
—Estuviste muy ausente estos días así que no pude contarte, querida. Pero ahora que has terminado con la primera prueba, te contaré.
»Cuando James decidió traerme aquí, tuvimos en consideración que te escribes con Dalia y para ello necesitas varios arreglos por temas... controversiales. Y como no queríamos que te decepcionaras, maso menos obligó a Dumbledore a tomar medidas para que tu estadía en el colegio fuese la más cómoda, y ello llevó a que instalara un teléfono en la sala de los profesores, que es habilitado cada domingo a las dos de la tarde.
Ana la miró con incredulidad, pestañeando varias veces para ver si había escuchado bien.
—¿Un teléfono...? ¿No es que no funcionan aquí?
—Creo que hay ventajas en ser director aquí, Anita —confesó Hilda y Ana sonrío entusiasmada por hablar con Dalia cada fin de semana—. Y como sé que este tema también te preocupa pero tu cabeza está en las nubes como para preguntarlo, Limonada se encuentra en cuidado de Barbara Mandel.
La boca de Ana se abrió con horror y sus ojos se abrieron como dos platos al darse cuenta de que se había olvidado por completo de la pequeña cavalier spaniel y su salud. Por su parte, Hilda rió y le dio unas palmaditas en la mano, compadeciéndose de su nieta.
Tres minutos habían pasado de las grandes noticias de que podría hablar con Dalia y que Limonada estaba bien, y luego de que Hilda le contara que había pasado a Fleur en el puntaje, fue cuando la multitud de afuera de la tienda estalló en un bestial griterío emocionante que indicó que Harry ya había tomado el huevo de oro.
Se irguió lentamente, ya que se sentía mucho mejor que antes, y esperó a que su amigo entrara a la tienda para felicitarlo. Solamente había estado cinco minutos enfrentándose con el dragón, era increíble pensar eso.
Escuchó a Madame Pomfrey protestar justo fuera de la tienda y en cuestión de segundos traía arrastrando a Harry que parecía blindado por la euforia y adrenalina.
—¡Felicitaciones, Harry! —dijo Ana con una sonrisa—. Siete minutos, es un récord.
—Muy bien, querido —asintió Hilda.
Al escuchar a Ana hablar, Harry se dio cuenta de su presencia allí y sin discreción la inspeccionó rápidamente, buscando alguna herida.
—¿Qué haces aquí, Ana? ¿Te lastimó? Bagman casi no habló nada contigo, ¿qué...?
Sus palabras quedaron atascadas el momento en que James, Sirius, Hermione, Ron y Remus entraron a la tienda.
—¡Estuvieron...! —James comenzó a gritar pero al ver la mirada de la señora Pomfrey bajó su voz—. Estuvieron fantásticos los dos.
James abrazó a Harry y luego despeinó el cabello de Ana. Y mientras que Sirius y James hablaban con Harry, Hermione saltó eufóricamente a donde estaba Ana.
—Eso fue increíble. No. Fue alucinante... ¡Fue genial! —aceptó ella chillando y susurrando al mismo tiempo—. Estás demente pero funcionó y...
Hermione se calló al ver que Ron y Harry estaban hablando civilmente luego de semanas sin dirigirse la palabra. De un momento a otro se sonrieron y fue cuando Hermione comenzó a llorar.
—¡No hay por qué llorar! —le dijo Harry, desconcertado.
—¡Son tan tontos los dos! —gritó ella, dando una patada en el suelo al tiempo que le caían las lágrimas. Luego, antes de que pudieran detenerla, se fue corriendo, esta vez gritando de alegría.
Ana soltó una carcajada amistosa pero su sonrisa se cortó cuando Remus se acercó a ella.
—Has estado excelente, Ana.
Una tensión se formó en el rostro de Ana y su sonrisa se convirtió en una mueca forzada. Sin embargo, sin decir nada se levantó de su lugar y acomodó su coleta. Aún le faltaba resolver un asunto, y aquel no tenía nada que ver con Remus. Por tal razón, antes de que él pudiese explicarse o disculparse, salió rápidamente de la tienda, en busca de Fleur Delacour.
El campo se encontraba completamente acaparado de personas, Ana detestaba aquel sentimiento pero lo ignoró, aún sintiendo en algunas partes de su cuerpo aquella adrenalina de la prueba. Así que empujando su pequeña figura entre los cuerpos exaltados y transpirados de los demás —eso no significaba que ella no estaba empapada de sudor y emoción—, Ana divisó a Fleur hablando con su directora en un susurro.
—¡Fleur!
Ana jadeó de dolor cuando alguien le dio un codazo en el estómago pero finalmente logró llegar a donde la chica de cabello platinado se encontraba. Fleur era más alta que ella así que la miraba con curiosidad hacia abajo, y Ana notó de reojo que la falda la tenía chamuscada.
—Ana, has estado fantástica —le sonrió Fleur y ladeó la cabeza preguntándole qué hacía allí.
—Eh, gracias... quería venir a decirte que te daré cuatro puntos míos para que estés encima mío pero bueno... eh... debajo de Cedric...
Fleur y Madame Maxime la observaron con estupefacción, hasta que la estudiante corrió un cabello detrás de su oreja para que no molestara su vista.
—No tienes que hacer eso, es muy amable, «en segio»... «pego no quiego» que lo hagas a causa de pena...
—¡Ni hablar! —negó Ana con la cabeza—. Esto no es por pena. Lo hago porque no es justo que yo, la persona que menos ganas tiene de este torneo, siquiera participe como ustedes. No puedo hablar por Harry... pero sí por mí. Los puntos no me importan, Fleur. Dios, si pudiese les daría todos los puntos que me dieron... pero te mereces no estar al final. Mi nana me contó cómo lograste dormir al dragón y debo decirte cuán asombroso fue eso.
—Y usted, «señoguita Abagoa», fue «conmovedoga» —admitió Madame Maxime haciendo que Ana volviese a ponerse roja—. «Espego» que no esté negando mi puntuación.
—Para nada, Madame Maxime. Le agradezco por su puntaje... pero prefiero que Fleur obtenga de lo mío.
—«Pego... ¿pog qué a mí?»
—¿Aparte de que estás detrás de mí? —Ana se encogió de hombros y le sonrió amablemente—. Necesitamos proteger la espalda de la otra, ¿no?
Los ojos claros de Fleur brillaron y una radiante sonrisa abarcó sus labios rosados.
—«Pgotegeg» la espalda de la «otga»... como chicas —sentenció Fleur.
—Sí somos las únicas chicas del torneo...
Fleur juntó sus manos en admiración y con entusiasmo tomó a Ana de los hombros y le dio un beso en cada mejilla.
—Tu espalda está muy «pgotegida».
—Lo mismo digo, Fleur —Ana se volvió a Madame Maxime, tirando su cabeza hacia atrás para poder mirarla a la cara—. ¿Hay un acuerdo?
La alta mujer asintió con una educada sonrisa.
—«Tendgá que testificag».
—Bien por mí.
Satisfecha, y con un brazo siendo rodeado por el de Fleur, Ana caminó entre la multitud pensando cuál sería la próxima prueba en la que definitivamente no usaría el traslador.
Tal vez y de nuevo podría observar una criatura mágica.
Aunque definitivamente nada se compararía con su dragón.
• • •
holaa más largo imposible sajasj
esta nota va a ser corta: ¿cómo están? ¿qué les pareció el capítulo? amo a fleur ¿ustedes?
adivinen cuántas palabras tiene hidden en total, no hay premio pero van a tener mi reacción xdxd
ehh ehh me olvido de algo pero no sé qué esss
ah! en otras noticias: ya tu dibujo está hecho -ladyproserpina y te lo voy a enviar cuando comentes acá ♥ espero que te guste ♥
¡cuídense y nos vemos la próxima!
•chauu•
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