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𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐲 𝐟𝐢𝐯𝐞

"Sentimientos encontrados"

Al anochecer de ese mismo día, antes de que la fiesta que Fred y George habían organizado para Ana y Harry comenzara, Ana juntó a Hermione, Lavender y Parvati en el dormitorio para discutir la cuestión pendiente. Debían organizar la lectura de las libretas de Faith, antes de que Ana se olvidara de hacerlo. Pero ni Parvati ni Lavender estaban con ganas de discutirlo en esos momentos.

—¿No podemos esperar hasta mañana? Nos perderemos la fiesta... —protestó Parvati, quien se había producido con su mejor sari color bordó. Había querido estrenarlo desde hacía mucho tiempo.

—Sí... Serena McAlister iba a leer mi fortuna. No puedo perderme la oportunidad de saber mi futuro romance... —rogó esta vez Lavender, pero antes de que Ana pudiese responder, Hermione resopló.

—Esto es más importante que la fiesta o tu fortuna, Lavender... —al ver el rostro de ambas, Hermione suspiró—, pero podrán ir abajo el momento que terminemos con esto. Será rápido.

Ana asintió frenéticamente.

—¡Así es! Lo único que haremos hoy es organizar todo, y establecer lo que debemos buscar en... bueno, todo esto. —Ana levantó la caja del suelo y la apoyó en su cama, haciendo sonar todas las libretas de Faith.

—Tú mamá era de Ravenclaw, ¿no? —inquirió Parvati mirando la caja.

—Sí... ¿cómo sabías?

—Eso creía. Están todos locos para ir andando por la vida escribiendo de esa forma... sin ofender, Hermione.

Hermione puso los ojos en blanco pero no dijo nada.

—Bueno, mamá escribía todo en estas páginas, así que...

El más horrible de los ruidos, una especie de lamento chirriante y estrepitoso, llegó a sus oídos haciendo que las cuatro se taparan para protegerse de ese espantoso sonido que les taladraba la cabeza.

—¿¡Qué es eso!?  —chilló Lavender asustada.

Pero como vino el sonido, se fue, dejando a todas en un estado de aturdimiento.

—Creo que abrieron el huevo de oro de Harry —masculló Hermione con una mueca y señalando el huevo que Ana había conseguido del cuidado del opaleye.

—Ese sonido me suena...

Ana murmuraba con el ceño fruncido, aún pensando en aquel sonido agobiante que había retumbado en toda la habitación.

—¿El grito que pega Hermione cuando dejo mis zapatos desordenados? —sugirió Parvati con una sonrisa.

 —¡Ey!

—¡Uh, uh! Tal vez tengas que enfrentarte a Hermione en la primera prueba, Ana...

—Suficiente. Ana no me tendrá que enfrentar, ¿podemos volver al tema principal?

Ana asintió, saliendo de sus pensamientos y se aclaró la garganta mientras Lavender y Parvati dejaban de reír a causa de la reacción de Hermione.

—Bueno, básicamente mamá escribía todo aquí, así que lo que queremos encontrar se encuentra en estas libretas...

—¿Como un diario íntimo? Yo tenía uno de ellos cuando era pequeña —señaló Lavender sonriendo, y Ana asintió.

—Sí, como un diario íntimo... Lamentablemente, todo está desordenado, y cuando digo eso me refiero a que no separaba sus creaciones de sus anotaciones diarias.

Al escuchar aquello, todas pusieron una mueca ante la idea de tener que revisar libretas desordenadas y darles sentido.

—Ya sé, será un dolor de cabeza, y si es que no quieren hacerlo yo lo...

—¿Quién dijo acerca de abandonar? —inquirió Parvati con una ceja encarada—. Sí, puede que sea un dolor de cabeza pero yo de acá no me muevo. Menos cuando tengo la oportunidad de leer los jugosos chismes de una adolescente en los años setenta.

Ana y Lavender rieron, y aunque Hermione trató de mantener su postura, una sonrisa se coló en sus labios.

—Esa es una excusa buena, y si les soy sincera no puedo esperar a leer más acerca de mamá... es decir, aquí está todo. Y no de la anécdota de otra persona, no, de ella misma.

La habitación se quedó en silencio por unos segundos hasta que Hermione se movió incómodamente en su lugar, cruzando sus brazos y mordiendo su labio inferior.

—¿No estaríamos... invadiendo su privacidad?

—Sí —afirmó Ana sin dudarlo—. No voy a negar que eso es exactamente lo que estamos haciendo porque sería una mentira... pero sería un mal menor que debemos correr. Mamá dejó miles de cosas importantes en estas páginas y es imprescindible que las consigamos... —Ana apuntó a la caja una vez que todas hubiesen asentido—. Mamá escribió cada día por siete años... no, por diez años. Eso llevaría a...

—Tres mil seiscientos cincuenta días maso menos —murmuró Hermione de la nada y todas la miraron con incredulidad.

—Eh... bueno... también hay que tener en cuenta que hay como cuarenta libretas. Son las mismas que mi papá compraba así que sé que cada una tiene doscientas hojas, por lo tanto...

—Hay casi ocho mil hojas por leer —murmuró Hermione.

Si Lavender o Parvati hubiesen tenido la habilidad de desmayarse en el momento, lo hubiesen hecho al escuchar aquella cifra.

—¿¡Qué!? —dijo Parvati aturdida—. Creo que tu mamá estaba un poco más demente que los Ravenclaw comunes... de nuevo, sin ofender.

Ana negó y le dio una larga mirada a las libretas.

—Creo que no estás muy lejos de la verdad... —Ana tomó un largo suspiro y asintió con determinación— Bien, tenemos que dividir terreno. Ustedes tres, Harry y Ron, leerán cinco libretas cada uno. Yo leeré las quince sobrantes...

—Eso no suena para nada justo para ti, Ana.

—Tal vez no, pero ya estoy pidiendo demasiado de ustedes. No se preocupen, esto no será más difícil que el año pasado, y además, será una lectura creativa y divertida. No es tortura como las miles de páginas de los libros de pociones...

Lavender, Parvati y Hermione se miraron con cautela antes de aceptar lo establecido y asentir.

—Si es que no te molesta...  —comenzó a decir Lavender, acomodando un rizo rebelde detrás de su oreja—. ¿Qué es lo que exactamente debemos buscar?

—Todas sus creaciones, cada una de ellas. Pueden marcarlas con colores; con papeles o hasta pueden escribirlas, pero necesito encontrar todo lo que me ayude a... lo que me ayude...

Ana miró su baúl mientras balbuceaba pero decidió que no sería capaz de decirles a Lavender y Parvati que tenía un cabello del mago que había querido secuestrarla el curso anterior, bajo toda sus pertenencias y guardado en un frasco. ¿Qué excusa podría poner a eso?

—Que me ayudará —cortó Ana y asintió un poco más aliviada—. Bien, creo que eso es todo... ¿vamos abajo?

Parvati se irguió de un salto y sonrió.

—¡Pensé que nunca lo dirías! —tomó el brazo de Lavender—. Vamos...

Riendo, Ana y Hermione las siguieron mientras hablaban de lo que había sucedido en el día. Hermione no dejaba de hacerle preguntas acerca de su método para tomar el huevo de oro, y Ana no se cansaba de hablar de la dragona. Estaba segura de que sería su tema favorito del mes.

La sala común parecía un nuevo mundo. Había montones de pasteles y de botellas grandes de zumo de calabaza y cerveza de mantequilla en cada mesa. Lee Jordan había encendido algunas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que no necesitaban fuego porque prendían con la humedad, así que el aire estaba cargado de chispas y estrellitas. Dean Thomas, que era muy bueno en dibujo, había colgado unos estandartes nuevos impresionantes, la mayoría de los cuales representaban a Harry volando en torno a la cabeza del colacuerno con su Saeta de Fuego, y Ana interactuando con el opaleye.

Ana se anotó mentalmente que debía pedirle a Dean si es que podía agarrar algún estandarte como souvenir.

El plato que Ana había agarrado una vez que había bajado, ahora se encontraba lleno de comida. Pero cuando se sentó en un rincón alejado de todos los que estaban festejando e iba a comenzar a comer algunos dulces, Angelina Johnson apareció sonriente, sosteniendo su propio plato con comida.

—Enhorabuena, Ana. Ha sido genial lo que has hecho —le dijo, sentándose en el asiento continuo—. Mejor de lo que Diggory, Krum y Delacour han hecho. No puedo creer que le hayas dado algunos de tus puntos a Fleur.

Ana sonrió avergonzada ante la mirada de incredulidad de la chica, mientras le daba un sorbo a su jugo de naranja.

—Gracias, Angelina... pero Fleur se los merecía más que yo. No me importa el torneo o quien gane. No soy tan competidora en relación a... estos tipos de torneo.

—Eso vi —rió Angelina pero enseguida abrió los ojos con sorpresa—. Casi me olvido. Aunque te quería felicitar, vine a decirte que la Dama Gorda me dijo que hay una chica de Hufflepuff que te está buscando afuera. Su nombre es Hannah Abbott, creo que es de tu año.

Al escuchar el nombre de la chica, los sentidos de Ana se despertaron, haciendo que se levantara de su lugar con sorpresa.

«¿Hannah?»

—Al parecer lucía muy preocupada —explicó Angelina—. La Dama Gorda dijo que le estaba mareando que caminase de un lado a otro...

Sin que Angelina tuviese que decirle otra palabra, Ana se escurrió entre la multitud que la felicitaba, hacia la entrada de la sala común. Mientras que su cuerpo se movía con lentitud, su mente trabajaba rápidamente. ¿Qué había pasado para que Hannah se preocupara tanto y la buscara? ¿Cuán preocupante debía de ser la situación para que la Hufflepuff dejara su enojo hacia ella? ¿Era que...?

—¡Ana!

Los pensamientos de Ana se desparecieron al escuchar la dulce voz de Hannah decir su nombre pero antes de que pudiese decir algo, la chica se abalanzó hacia ella para darle un abrazo.

—¿Hannah...? ¿Qué sucede, qué...?

—Lo siento tanto —se disculpó Hannah separándose del contacto y mirándola con remordimiento.

—¿Qué...?

—Fui una idiota, perdón, en serio. Merlín, esto me pasa demasiado seguido para mi gusto —dijo Hannah, volviéndose roja.

Ana frunció el ceño mientras los engranajes de su cabeza se movían, hasta que finalmente comprendió lo que sucedía y dejó salir una risa de alivio.

—Eso pasaba, Dios, pensé que había pasado algo peor, Hannah... —confesó Ana y negó con la cabeza—. Aunque me molestó que no me creyeras, entiendo que fue un golpe... para tu lealtad hacia tu casa. Solo, la próxima vez, ten en cuenta lo que digo... por favor...

—No me lo tienes que decir dos veces, es un hecho —un escalofrío recorrió el cuerpo de Hannah, y una mueca se posó en sus labios—. Estas semanas fueron interminables, me quise acercar a hablarte muchas veces... pero no encontré el momento adecuado hasta ahora que me arrastré hasta aquí.

—¿Y cómo encontraste nuestra entrada? ¿Es que seguiste a los gemelos Weasley...?

Hannah sonrió inocentemente y rió por lo bajo.

—Masomenos. No son tan cautelosos cuando hacen una travesura... pero Bee también me ayudó. Es más, me acompañó hasta aquí —afirmó y señaló detrás de ella, en el barandal que protegía de una caída.

Blaise Zabini se encontraba allí, su mirada divagaba por los enormes retratos que posaban en las paredes, sus pensamientos se encontraban perdidos en su cabeza, y parecía impaciente por volver a un lugar menos visible como ese. Sin embargo, al sentir las miradas de las dos chicas, su cabeza giró con disgusto hacia ellas y puso los ojos en blanco cuando Hannah le sonrió con un mensaje subliminal entre sus labios.

—¿Cómo es que conoce todo? —murmuró Ana incrédula e inadvertida ante el mensaje de los otros dos—. ¿Quién tiene el tiempo de saber dónde está cada lugar?

—Bueno, Bee solo tiene un pasatiempo irritante y es saberlo todo —bromeó Hannah antes de observar de reojo a su amigo y luego a Ana—. ¿Por qué lo dices? ¿Se hablan? ¿Son ami...?

—Uou, detente un segundo, Hannah —Ana rió inquietamente—. ¿Él y yo? ¿Amigos? Ja... de tan solo pensarlo me da comezón...

Instintivamente, Ana se rascó el brazo y Hannah ladeó la cabeza con curiosidad.

—Hm... como tú digas... —se encogió de hombros y se dio media vuelta lentamente—. Yo solo digo que un no amigo no se hubiera inmutado cuando un dragón casi te devora...

Dejando a Ana procesando la información, Hannah se acercó a Blaise que la miraba con inquisición, preguntándose qué le había dicho a la chica para dejarla tan confundida. Hannah se encogió de hombros y comenzó a bajar por la escalera.

Antes de seguir a la Hufflepuff, Blaise giró su cabeza hacia donde Ana seguía parada, y su mirada se juntó con la de ella. Ana no comprendió a qué venía pero antes de que pudiera seguir pensando, el chico desapareció por las escaleras, nuevamente dejándola sin la última palabra.

Confundida y un poco aturdida, Ana entró a la sala común —diciéndole a la Dama Gorda la contraseña mientras ella la miraba curiosamente, seguramente preparándose para ir a contarle a todas sus amigas lo que había visto—, encontrándose con Hermione que se había acercado a la entrada una vez que había visto a Ana entrar por ella.

Saliendo de su estado de confusión, Ana le sonrió a su amiga y antes de que pudiese hablar, dijo:

—Las reuniones de peddo deberán volver.

Ignorando el hecho de que Ana pronunció el nombre incorrectamente, una sonrisa se posó en los labios de Hermione.

—Estupendo, porque tengo una idea: iremos a las cocinas.

•      •      •

Aquella noche fue imposible para Ana tener un largo sueño profundo. Y por mucho que eso fuese normal, aún se sorprendió cuando sucedió.

Al principio todo había ido bien. Se había tomado la poción del insomnio que la señora Pomfrey le había recetado semanas atrás, y se había inducido a un sueño profundo en donde lo único que viajaba por su mente eran imágenes borrosas de sueños que se olvidaría al despertar. Estaba siendo una noche relajante luego de un día de acción.

Hasta que los sueños se transformaron en pesadillas.

Todo iba bien, las imágenes que pasaban en su mente eran coloridas y sonaban, por más que extrañas, inocentes. Pero de un momento a otro comenzó a escuchar ese sonido. Y esa oscuridad. Ese frío.

Ni el frío ni la oscuridad eran desconocidas por Ana, pero no había algo más escalofriante que aquel sonido. Desconocía de dónde salía o quién lo provocaba, pero era un sonido alarmante, alguien se estaba ahogando y gritando a la vez. Había miedo en ese sonido pero Ana no veía nada por aquella oscuridad. No era su madre gritando aquella terrible noche donde ella nació, no, ese grito no era de ella.

Y aquella luz que le había salvado incontable veces tampoco estaba, solo aquella oscuridad que parecía hacerse cada vez más grande. El frío la consumía y la oscuridad se volvía cada vez más profunda. Esta vez no había nadie que la sacara de allí, nadie que la salvara, nadie que...

Los ojos de Ana se abrieron de repente al sentir un agudo dolor en su cabeza y, aturdida, levantó un brazo para tocar su cabeza donde el impacto había herido su cuerpo. Pestañeando en la oscuridad se dio cuenta de que su piel no sentía el cómodo colchón de su cama pero sentía el frío de la madera que era el suelo. Pasó una mano sobre la madera y una mueca se posó en sus labios.

Se había caído de la cama.

Levantándose despacio del suelo, aún con un poco de dolor en su cabeza por el golpe, arrastró sus pies hacia la ventana que estaba al lado de su cama y corrió un poco la cortina para ver el cielo. Aún estaba oscuro pero la leve luz plateada de la luna casi llena acariciaba las copas de los árboles y los ojos de Ana. Pero solamente un detalle notó Ana ante ese cielo pintoresco.

Serían noches largas.

•      •      •

Diciembre tuvo un comienzo completamente consumidor. Durante la última semana de noviembre, Ana no pudo cerrar ni un ojo durante las noches sin ser visitada por aquella nueva pesadilla que parecía siempre encontrarse a la vuelta de la esquina, esperándola. Aquella oscuridad, aquel frío y aquel grito le negaban el sueño y ella no podía hacer otra cosa que aceptarlo. La poción del insomnio cada vez era menos útil.

Por otro lado, el último domingo del mes, Ana finalmente pudo comunicarse con Dalia a través del teléfono que Dumbledore había instalado. Y aunque al principio creyó que una hora sería demasiado tiempo para hablar con la chica, rápidamente se dio cuenta de que una hora no era suficiente para siquiera comenzar.

—Limonada te extraña como loca, bueno a ti y a tu abuela... ups, creo que escuchó tu voz —había dicho Dalia cuando Ana pudo escuchar los ladridos de su querida perrita—. ¿Quieres saludar a tu dueña? Bueno, espera...

Ana había escuchado unos sonidos extraños detrás de la línea, seguramente causados porque Dalia se estaba moviendo, y enseguida un ladrido ensordecedor retumbó en el teléfono haciendo que hasta los huesos de Ana temblaran de la sorpresa.

Ante ese pequeño segundo de sorpresa, Ana rió encantada al escuchar el ladrido de Limonada.

—Yo también te extraño, Limo, nos veremos pronto ¿sí?

Luego de unos cuantos ladridos más, se volvió a escuchar la voz de Dalia que reía.

—Es adorable, nono la adora. No te quejes cuando te la robe para sacarla a pasear —bromeó Dalia y Ana rió.

—Dile a tu abuelo que se prepare cuando empiece a tomar confianza y a ser caprichosa. Ahí no se la sacarán nunca de encima... —dijo Ana sonriendo y dejó salir un pequeño sonido de sorpresa—. ¡Oh! Casi me olvido, ¿cómo la pasaste en el colegio este mes?

—Ugh, no me recuerdes. Es un poco difícil entender las clases, mayormente hablan en heblish y aunque sepa un poco de hebreo es un dolor de cabeza. Tengo que relacionarlo mucho con el inglés que sé y es... bueno es difícil.

—Eso suena estresante...

—Lo es —rió Dalia cansadamente—. Pero bueno, no es algo fuera de lo común en mi vida. No con todas las veces que me tuve que mudar.

Eso era cierto. Los últimos meses donde había hablado con Dalia, Ana se había enterado que desde que era pequeña, Dalia se había estado mudando de lugar a lugar, una y otra vez. Había habido un tiempo en donde había vivido en Francia, otro tiempo en Argelia, varias ciudades de España y más. Todo esto era a causa del trabajo de los padres de Dalia. Si Ana no recordaba mal, trabajaban en la industria del petróleo y gas, siendo ellos posicionados en rangos altos de la empresa en la que trabajaban. ¿Trabajaban en una empresa? Ana debería volver a preguntarle a Dalia porque ya se estaba olvidando.

—Oye, en nuestra última postal me prometiste enseñarme alguna frase en ladino —recordó Ana cambiando de tema, sabiendo que a Dalia le amargaba pensar en las mudanzas—. No te olvidaste, ¿no?

—¿Cómo podría? —rió Dalia y se quedó unos segundos en silencio, pensando qué decir:—. Shalom i buena semanada, Ana.

Los engranajes en la cabeza de Ana se movieron y asintió.

—Eso lo entendí... "Paz y una buena semana, Ana". No es tan diferente al español... —señaló Ana y pensó escuchar a Dalia sonreír.

—Eso es porque es una mezcla del español y hebreo. Creo que es bastante fácil de aprender si sabes español...

Ana asintió, tratando de guardar la información en su cabeza, cuando de reojo vio el reloj que colgaba de la pared de la sala de los profesores, y un jadeo salió de su boca.

—Casi es la hora, Dalia. Dios, se pasó muy rápido, debo irme o se cortará...

—El próximo domingo en serio debes explicarme cómo es que funciona todo esto... tu colegio suena extraño con todas estas reglas...

—No tienes una idea —rió Ana y negó con la cabeza—. Ten una buena Janucá, Dalia. Shalom i buena semanada.

Sonriendo y un poco mejor de humor, Ana cortó con la llamada.


El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. Aunque el castillo siempre resultaba frío en invierno por las abundantes corrientes de aire, Ana adoraba el invierno, y por más extraño que sonase, sentir su nariz enfriarse le parecía divertido. Tal vez era porque una vez cerca de la chimenea, el calor era más satisfactorio. También notó que Hagrid mantenía los caballos de Madame Maxime bien provistos de su bebida preferida: whisky de malta sin rebajar. Los efluvios que emanaban del bebedero, situado en un rincón del potrero, bastaban para que la clase entera de Cuidado de Criaturas Mágicas se mareara. Pero ni eso era suficiente para distraer a Ana de su tarea de cuidar a su escreguto.

—No estoy seguro de si hibernan o no —dijo Hagrid a sus alumnos en la siguiente clase, en la huerta de las calabazas—. Lo que vamos a hacer es probar si les apetece echarse un sueñecito... Los pondremos en estas cajas.

Sólo quedaban diez escregutos. Aparentemente, sus deseos de matarse se habían limitado a los de su especie. Para entonces tenían casi dos metros de largo. El grueso caparazón gris, las patas poderosas y rápidas, las colas explosivas, los aguijones y los aparatos succionadores se combinaban para hacer criaturas peligrosas. La clase observó las enormes cajas que Harry acababa de llevarles, todas provistas de almohadas y mantas mullidas.

—Los meteremos dentro —explicó Hagrid—, les pondremos las tapas, y a ver qué sucede. 

Pero no tardó en resultar evidente que los escregutos no hibernaban y que no se mostraban agradecidos de que los obligaran a meterse en cajas con almohadas y mantas, y los dejaran allí encerrados. Hagrid enseguida empezó a gritar: «¡No se asusten, no se asusten!», mientras los escregutos se dispersaban por el huerto de las calabazas tras dejarlo sembrado de los restos de las cajas, que ardían sin llama. La mayor parte de la clase (con Malfoy, Crabbe y Goyle a la cabeza) se había refugiado en la cabaña de Hagrid y se había atrincherado allí dentro. Ana, Harry, Ron y Hermione, sin embargo, estaban entre los que se habían quedado fuera para ayudar a Hagrid. Entre todos consiguieron sujetar y atar a nueve escregutos, aunque a costa de numerosas quemaduras y heridas. Al final no quedaba más que uno.

—¡Esperen! —exclamó Ana cuando vio a Harry y Ron sacar sus varitas—. Este es el escreguto de Parvati...

—¿En serio? —inquirió la chica estupefacta, mirando a la criatura—. Ni lo reconozco...

—¿Cómo lo harías si son todos iguales? —dijo Ron mirando a Ana como si estuviese loca pero ella lo ignoró.

—A lo que me refiero, Ron... es que le encanta la lechuga. Me acuerdo que era lo único que quería comer...

—Sí... —asintió Parvati con una mueca—. Me acuerdo cuando casi me quemó al darle tomates...

—Bien, bien, bien... esto parece divertido.

Una mujer rubia que Ana no conocía estaba apoyada en la valía del jardín de Hagrid, contemplando el alboroto. Llevaba una gruesa capa de color fucsia con cuello de piel púrpura y, colgado del brazo, un bolso de piel de cocodrilo. 

Ana miraba espantada el accesorio, pero rápidamente agarró una planta de lechuga grande y se la tiró al escreguto como distracción mientras Hagrid lo acorralaba.

—¿Quién es usted? —le preguntó él, mientras le pasaba al escreguto un lazo por el aguijón y lo apretaba.

—Rita Skeeter, reportera de El Profeta —contestó la mujer con una sonrisa. Le brillaron los dientes que parecían ser de oro.

—Creía que Dumbledore le había dicho que ya no se le permitía entrar en Hogwarts —contestó ceñudo Hagrid, que se incorporó y empezó a arrastrar el escreguto hacia sus compañeros.

Rita actuó como si no lo hubiera oído.

—¿Cómo se llaman esas fascinantes criaturas? —preguntó, acentuando aún más su sonrisa.

—Escregutos de cola explosiva —gruñó Hagrid.

—¿De verdad? —dijo Rita, llena de interés—. Nunca había oído hablar de ellos... ¿De dónde vienen?

Ana puso los ojos en blanco.

—¿Y a usted que le importa? Seguramente nunca vio una criatura así de interesante.

—Sí... son muy interesantes —dijo Harry luego de carraspear.

—¡Ah, pero si estás aquí, Harry! —exclamó Rita Skeeter cuando lo vio y luego se giró hacia Ana, reconociéndola—. Y tú eres Anastasia Abaroa, ¿no es así? No nos hemos visto antes, mi nombre es Rita Skeeter.

La reportera le tendió la mano para que pudiese agitarla pero Ana sonrió inocentemente, acomodándose los guantes que tapaban sus manos.

—¿En serio? Bueno, con la cantidad de cosas que tuvo que decir de mí, señorita Skeeter, uno hubiese supuesto que ya nos conocíamos —dijo Ana, haciendo que la sonrisa dorada de la mujer se borrara lentamente—. Si me disculpa, estoy un poco ocupada...

Y con eso, descaradamente, se sentó en uno de los baldes de metal que alguien había dado vuelta para sentarse y no movió ni un pelo, satisfecha de sentir la mirada punzante de la mujer.


Por la tarde de ese mismo día, luego de terminar con sus clases, Ana se encontraba cumpliendo con su parte del trato que había hecho con Lavender y Parvati.

Sentadas en el suelo y en uno de los sillones frente la chimenea, las tres tenían sus libros abiertos mientras Ana le explicaba a Lavender las diferentes cualidades de las criaturas que ella preguntaba. Parvati estaba en su mundo leyendo, pero al menos parecía lo suficiente sumergida en su lectura para que Ana no le preguntara si tenía alguna duda.

—... ¿Entonces hay diferentes especies de sirenas? ¿No todas son como Ariel? —inquirió Lavender confundida anotando en su pergamino y Ana asintió.

—Así es, no todas son como la princesa de Disney —rió Ana y se acomodó en su lugar, doblando sus piernas—. Claro, están las sirenas que cumplen ese papel estereotipo de lo que se cree que es una sirena. Son hermosas, adoran el arte y su voz se dice que es tan hermosa que hipnotiza a los marineros para hundirlos en lo más profundo del agua...

—Eso es un poco inquietante...

—Un tanto lo es... pero no me sorprende sabiendo que hay varios rastros de evidencia que los marineros trataban de cazar a las sirenas por sus bellas escamas o para usar sus cabezas como decoración en sus hogares como un premio. Es decir, los hombres eran los primeros en buscarlas por su belleza y en vez de admirarlas desde una distancia, decidían abusar de ellas. Si ellos llamaban a las personas de agua monstruos, no sabría decirte qué eran ellos.

—Así que pensaste esto demasiado... —asintió Lavender, volviendo el rostro de Ana rojo.

—Bueno... sí... lo siento es que...

—¡No! —la interrumpió Lavender con una sonrisa—. Ana, no te disculpes, cuanto más me cuentes mejor me irá. Sigue hablando, por favor. ¿Qué más tienes para contarme acerca de las sirenas?

Ana se quedó mirando a Lavender aunque la chica estaba escribiendo rápidamente en su pergamino mientras cantaba con un suave tarareo. Mientras se daba cuenta de que era la primera vez que alguien —que no fuese su abuela o... Remus— estaba interesado en escucharla hablar acerca de su tema favorito, sus mejillas se volvieron tan rojas que temió que explotara como un escreguto. Su corazón latía con tanta rapidez que hizo todo lo posible para apagar el sonido que hacía contra su pecho.

Rápidamente miró nuevamente hacia su libro y trató de acomodar sus pensamientos para poder hablar con coherencia en vez de los balbuceos que amenazaban con salir si abría la boca.

—¿Ana? —inquirió Lavender al no escucharla hablar y cuando levantó su cabeza abrió los ojos con sorpresa—. Merlín estás tan roja como mi pintalabios favorito... ¿te encuentras bien?

Cuando Lavender extendió una mano hacia ella para tomarle la temperatura de su rostro, un pequeño grito de auxilio salió de sus labios y se alejó rápidamente del tacto de Lavender, sintiéndose como si pudiese morir en esos momentos. Por su parte, Lavender parecía perdida mientras que Parvati había dejado de leer y se encontraba mirando la escena detrás de la libreta que sostenía.

—Eh... —Ana no podía formular palabra alguna y estaba desesperada por saber cuál era la razón. ¿Estaba asustada? ¿Enferma acaso...?

—Lav, dale un poco de espacio... ven acércate aquí... —dijo Parvati, gesticulando a que la chica se acercase a ella. Cuando Lavender movió su cuerpo unos centímetros más hacia atrás, Parvati negó—. Un poco más...

Lavender se movió más hacia el sillón hasta que su espalda chocó contra este, pero Parvati siguió viéndose insatisfecha y negó nuevamente mientras Ana las observaba con cautela.

—No... súbete aquí, a mi lado.

Sin dudarlo dos veces, Lavender se levantó de su lugar y se acurrucó al lado de Parvati que seguía manteniendo su mirada en Ana, quién aún se veía horrorizada, y una vez que ambas estaban cómodas, Parvati pasó sus piernas por las de Lavender.

—Creo que Ana se siente mejor.

Lo que Ana sentía era una completa falta de palabras para la situación que acababa de suceder. Estaba tan confundida que no le sorprendería si sufría un paro cardíaco en esos momentos. Sin embargo, Lavender sonrió encantada.

—¡Oh! Lo veo, el color bajó, Ana. Pareces mucho más sana ahora. Creo que no debes estar mucho tiempo cerca del fuego, tu piel es muy pálida y se enrojece más rápido...

Ana asintió no sabiendo la veracidad de sus palabras pero no queriendo darle vueltas al tema carraspeó y se enderezó.

—Bueno... ya que resolvimos eso... eh... volvamos al tema de antes.

—¡Sí! Bueno, tengo una duda... Dijiste que a las sirenas les gusta el arte, ¿también te refieres a la música? ¿Es que cantan también? —preguntó Lavender un tanto emocionada y Ana asintió, ahora sonriendo al estar en el tema.

—Sí, las sirenas adoran cantar. Y la verdad, no las culpo. Sus voces son tan bellas que sería un desperdicio no ponerlas a la práctica... Hay un bellísimo libro en la biblioteca donde puedes escuchar los diferentes sonidos de las criaturas mágicas, y allí está el canto de la sirena. Sin embargo, tengo que decirte que no te recomiendo escucharlo. Cuando no están bajo el agua, sus voces suenan algo parecido a los gritos de las banshees. Es agudo y te tiembla la cabeza... créeme, Pince me echó inmediatamente de la biblioteca.

—¡Oh! —asintió la chica y escribió rápidamente—. Entonces el canto de las sirenas cuando esta sobre tierra se escucha como aquel sonido escalofriante de la otra vez, ¿no?

—¡Exactamente! —asintió Ana contenta—. Algo como eso.

Lavender asintió mientras seguía escribiendo con su colorida lapicera y Ana la esperaba pacientemente. Sin embargo, Parvati volvió a levantar la cabeza y las miró a ambas con estupefacción.

Ana ladeó la cabeza sin entender lo que la chica quería decir y Parvati señaló con su cabeza el libro que Ana sostenía en su regazo y luego a Lavender, quien seguía sin inmutarse de su alrededor.

Los segundos pasaron pero Ana frunció el ceño sin entender los exagerados gestos de Parvati, hasta que la chica logró desesperarse y carraspeó para que Lavender también le prestara atención. Cuando levantó su cabeza para saber lo que Parvati quería, Lavender la miró a ella y a Ana, buscando una respuesta.

La única que parecía saber qué estaba pasando por su cabeza era Parvati, y no se lo podía creer.

—¿En serio? ¿Nada?

—No sabremos nada si no nos dices, Parv. —explicó Lavender confundida. Parvati soltó una protesta.

—Por favor, piensen lo que acaban de discutir unos minutos atrás. Por favor, no me hagan decirlo...

Ana y Lavender se miraron y con los engranajes de sus cabezas trabajando para recordar la conversación de antes, buscaron la respuesta que Parvati tanto quería que supieran. Otros cuantos segundos pasaron en que el único sonido que se escuchó fue el fuego de la chimenea crepitar, hasta que nuevamente las miradas de las dos chicas se entrelazaron y abrieron la boca con sorpresa.

—¡Lavender eres una genio!

Lavender sonrió y dio pequeños saltos en su lugar.

—¡Lo sé!

—Toma eso, Krum —festejó Parvati y levantó su mano—. Somos el equipo maravilla, ¿qué dicen?

Ana y Lavender rieron y chocaron sus palmas con la de Parvati, pero antes de que alguna pudiese responder, la entrada a la sala común se abrió, dejando ver a una muy impaciente Hermione que pasó a la cálida habitación a paso rápido.

—¡Hermione! Adivina qué...

—Un momento, Ana...

Hermione caminó apresuradamente hacia las escaleras que dirigían hacia los dormitorios de las chicas y desapareció, siendo su cabello rizado lo último que el grupo de estudio vio. Segundos después se escuchó la puerta de alguna de las habitaciones cerrarse con fuerza.

Ana se giró a Parvati y Lavender con confusión, pero solamente recibió su misma expresión en diferentes rostros. Los labios gruesos de Lavender hicieron un mohín pero no pudieron decir palabra alguna cuando se volvieron a escuchar los pasos apresurados de Hermione bajar por los escalones. Nuevamente, con tan solo segundos de diferencia, Hermione volvía a aparecer en la sala común, con la respiración agitada y sus cabellos un poco más esponjosos (aunque igual de brillosos y definidos gracias a los incontables consejos de Lavender).

—¿Estás bien? —dijo Ana sin perder tiempo y su amiga asintió mientras sonreía.

—Nunca mejor. Iré a las cocinas, ¿quieres venir?

Ana recordó que hacía una semana Hermione le había dicho de ir a las cocinas ya que p.e.d.d.o había vuelto a su rutina ordinaria, y así hablar con los elfos domésticos. La idea de volver a ver a Mimi hizo que la propuesta sonase más emocionante que antes.

—Uhh, ¿me traes una porción de torta de melaza, Hermione? —inquirió Parvati, hasta que se encontró con la mirada reprochante de la chica y desistió y puso los ojos en blanco—... Es lo que hubiese dicho si no supiese que los elfos trabajan allí...

—Lo siento, Hermione —negó Ana y se levantó de su lugar, alisando su falda—. Me iba a recostar temprano hoy. No pude dormir en toda la semana...

—¿Y la poción de insomnio? —preguntó Hermione preocupada.

—No hace mucho efecto.

Hermione asintió y se corrió un rizo de la cara.

—Muy bien, duerme bien, Ana. Y ustedes dos... —Hermione miró a Parvati y Lavender con escrutinio—. Estudien.

—Sí, Hermione...

Satisfecha, Hermione salió de la sala común, rumbo a las cocinas dejando a las amigas en la misma situación que antes. Ana tomó esa oportunidad para juntar sus pertenencias de la alfombra.

—Me iré para arriba. Lavender, mañana seguimos estudiando a las sirenas y las diferencias entre las que viven en aguas cálidas y las de aguas frías. Un repaso me ayudará con la segunda prueba si es que estamos en lo correcto.

—Descansa, Ana —dijo Lavender y Parvati asintió.

Ana le sonrió a ambas y fue directamente al dormitorio para descansar lo más temprano posible.

•      •      •

La mañana del siete de diciembre, Ana se encontraba deambulando por el castillo, salteándose las clases que tendría normalmente ese día. Por más que hubiese tratado de quedarse toda la noche despierta leyendo los libros que Berenice Babbling le había dado en el verano para distraerse de la realidad del presente, su mente había decidido no concentrarse en lo absoluto y había terminado mirando el techo. La única que había estado despierta junto a ella había sido la luna, hasta que Ana se había hartado de verla tan tranquila en el cielo y había cerrado la cortina por completo.

Con aburrimiento, Ana deslizó su mano por la pared rocosa del pasillo en que se encontraba, tratando de perder el tiempo y tratando de no sucumbir al pesado sentimiento que se acunaba en su pecho.

Ya había pasado por esto dos veces, la tercera debía ser la vencida, ¿no? Debía doler menos que las dos ocasiones anteriores, ese era el trato.

Antes de que pudiese dar la vuelta en la esquina del pasillo, una mano se posó en su hombro haciéndola saltar en su lugar con un pequeño chillido. Usualmente nadie estaba en los pasillos durante ese horario porque habían clases, así que su reacción fue un tanto perdonada al su parecer.

—Oh, lo siento, cariño. No quería asustarte. Te estaba buscando.

Ana se giró con un suspiro de alivio al reconocer la voz de su abuela y sonrió débilmente al enfrentarse con ella.

Cualquiera que no conociese de verdad a Hilda Abaroa diría que la mujer se encontraba más que en perfecto estado. Sin embargo, Ana sabía mejor. Bajo los ojos café de Hilda, se encontraban profundas ojeras que no estaban allí solamente por la vejez. Había cansancio y tristeza moldeados en esos huecos, y sus labios se encontraban más rojos de los normal, mostrando los paspados que se encontraban a causa de haber llorado. Y sus manos no dejaban de moverse, indicando cuán alterada se encontraba.

Pero era normal en un día como ese. No se la podía culpar luego de haber perdido a su único hijo tres diciembres atrás.

—Nana, ¿qué haces aquí? Deberías estar descansando...

—Y tú no deberías estar sola —dijo Hilda y sonrió suavemente mientras acunaba el rostro de Ana entre sus arrugadas manos—. Ven, vamos a mi habitación y prepararé un té.

Y por mucho que le disgustara aquel brebaje, Ana no podía negar tiempo extra con su abuela.


La habitación en donde se hospedaba Hilda era mucho más pequeña del dormitorio en donde dormía Ana. La razón siendo que solamente había una cama. La decoración era mínima, y mucho color no había, mas que gris y un pálido marrón que cubría las tablas de madera del piso. La cama estaba hecha, y no le sorprendería a Ana que su abuela la hubiese acomodado una vez levantada. También había una larga ventana enfrentada a la cama, cuya cortina estaba corrida para que la luz del sol pudiese traspasar el vidrio y alumbrar la habitación. Pero mucho más que un pequeño mueble para la ropa y un espejo de pared, no había nada más que observar del cuarto.

Ana se sentó en el cómodo acolchado que cubría la cama y su cuerpo se hundió en la suave cubierta color marrón, mientras que Hilda se acercaba a su mesa de luz en la que había una vela apagada y una bandeja de plata con una jarra de agua y un pequeño tarro con cubos de azúcar.

—Ana, querida, ¿serías tan amable de pasarme las tazas que están en el baño, por favor?

Ana observó que la mano de Hilda señalaba un punto en la puerta y admiró que había una puerta que había ignorado en su primera observación de la habitación. Asintiendo, se dirigió allí para luego retornar con las tres tazas favoritas de su abuela en su mano.

Su padre se las había regalado en la Navidad de mil novecientos noventa. Eso sí recordaba Ana.

La preparación del té pasó lentamente y en un silencio cómodo el cual Ana se dejó disfrutar. Y luego de lo que parecieron cinco minutos, sobre la bandeja de plata habían tres tazas humeantes y llenas de té.

Mientras Ana agarraba una de las cucharas que le había comprado a su abuela la Navidad anterior, Hilda soplaba su té.

—Tres diciembres... —murmuró Hilda mirando más allá de la ventana, perdida en sus memorias—, el tiempo se pasa rápido, ¿no es así?

—Demasiado... —afirmó Ana poniendo dos cubos de azúcar en su té.

—Entonces es una buena idea tomarse un tiempo para contar con nuestras memorias —Hilda sonrió y sorbió su té—. No hay nada mejor que recordar todo lo que nos transformó en lo que hoy en día somos.

Ana sopló fuertemente su té, casi salpicando al acolchado.

—¿Como el día en que papá me enseñó a andar en bicicleta y me caí en la zanja, molestando a todos los renacuajos que vivían ahí?

Hilda rió sonoramente y sus ojos brillaron.

—Oh, recuerdo cuando te trajo a casa y estaba desesperado porque no te agarraras un resfrío. Tú te reías y él me gritaba que llenase la bañera con agua tibia...

—Y ese mismo invierno casi salgo cola al aire al ver que nevaba —rió Ana, haciendo que todo su cuerpo temblara de emoción—. Me encantaba el invierno para su mala suerte...

Tomó un sorbo de su té y miró a Hilda quien la observaba con melancolía.

—Siempre poniéndole los pelos de punta, y aún así siempre cumplía con tus caprichos. Una niña muy malcriada eras tú.

¡Nana!

—Nana nada, eras la pequeña bebé de Fidel, Anita. Y no había nada en el mundo que él no hiciese por ti.

—Ni yo por él —susurró Ana con reminiscencia, pegando sus labios al borde de su taza.

Sus ojos azules cayeron a la tercera taza humeante que se encontraba sin tocar y su ceño se frunció.

—Lo extraño.

—Y yo también, amor. Pero esa es la mejor forma de amarlo. —dijo Hilda, dejando caer suavemente sus manos en su regazo—. Extrañar es la última forma de amor que uno tiene, así que no lo pienses de mala forma. Piensa cuánto amor tienes por él y enamórate de ese sentimiento porque siempre lo tendrás contigo.

Hilda posó una mano sobre la mejilla de Ana y ella acurrucó su rostro en el cálido tacto de su abuela, cerrando los ojos.

—Te quiero, nana.

Hilda sonrió suavemente, con sus ojos haciéndose pequeños y dulces.

—Y yo a ti, amor. Y no hay nada en el mundo que me detenga de hacerlo.

Sintiendo los labios de su abuela encontrar su frente, una pequeña sonrisa se posó en los labios de Ana mientras las miles de memorias volvían a su mente para abrazarla con el cálido recuerdo del pasado.

En definitiva, el amor más precioso era aquel.

•      •      •

¡hola!

al fin volví xd estuve con los finales pero ya estoy de vacaciones así que voy a actualizar más seguido,,, espero !

¿cómo están? ¿cómo fue su semana?

para mis lectorxs argentinxs, ¡feliz día de la independencia! ♥

¿qué les pareció el capítulo? espero que les haya gustado ¡!

muchas gracias por el apoyo —y por la preocupación omg muchas gracias por todos los mensajes que me mandaron, lxs amo mucho pero no se preocupen que estoy bien—, no saben cuánto aprecio todo ♥

¡nos vemos la próxima!

•chauuu•

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