𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐲 𝐞𝐢𝐠𝐡𝐭
"El desafío comienza"
El tiempo pasó con demasiada velocidad desde aquel sábado, haciendo que Ana se sintiera un tanto desprevenida cuando llegó el atardecer del jueves.
Recogiendo todo lo que iba a llevar a su encuentro con Blaise.
«Es extraño pensar en eso» se dijo Ana a sí misma mientras acariciaba el lomo de Basil que dormía en su cama. Tantas veces había preferido tirarse de la Torre de Astronomía a siquiera estar en la misma habitación que el chico, que pensar que ahora iba a juntarse con él voluntariamente sí era extraño. Además, no solo es que se juntaba con Blaise voluntariamente, sino que porque quería.
Un escalofrío recorrió su espalda y una mueca se posó en sus labios ante aquel pensamiento. ¿Es que siempre había sido así de vergonzosa? Si se ponía a pensar, Blaise había tenido razón en llamarla emocional.
Una protesta salió de sus labios, despertando a Basil quien la miró con desinterés.
—Esto no me gusta para nada.
Sintiendo que no era la mejor idea divagar en una larga conversación de cuán extraño era todo eso con su gato, Ana terminó de guardar todos los libros necesarios en su mochila y salió de la habitación.
El trayecto hacia el pasillo secreto fue libre de acontecimientos notables, y a medida que Ana se iba acercando a aquel lugar donde había prometido no ir más un año atrás, su inquietud iba decayendo. No había razón para estar nerviosa, sólo iba a estudiar junto a Blaise porque aún le faltaba un largo camino para entender profundamente la verdadera locura que la estaba rodeando. De hecho, de lo único que debía inquietarse era el hecho que había ignorado todas las responsabilidades que Berenice Babbling le había dado, y ahora debía hacer todo a la vez.
Una risa nerviosa dejó los labios de Ana al pensar en todas las cartas de Berenice preguntando por su avance que no había leído luego de la primera carta recibida. No le quedaba rostro para mostrar y ya podía visualizar la decepción de la mujer. Berenice se había dedicado a usar su tiempo para ayudar a Ana, y ella no había hecho nada más que defraudarla, pensando solamente en el Torneo de los Tres Magos.
Lo que culpaba completamente a Dumbledore.
«No puedes culpar a Dumbledore por todo» se reprochó Ana, sabiendo que el hombre sólo tenía mitad de la culpa. Al final del día, ella era la sin vergüenza que no había abierto un libro acerca de la magia lunar más que el libro de runas que Blaise le había dado. Y ni eso había entendido.
Cuando sus piernas comenzaron a caminar por el famoso pasillo, su mirada viajó por las paredes que conocía de memoria. Las pequeñas escrituras de estudiantes que habían dejado su marca en las paredes le hicieron recordar que ella misma había querido en un momento grabar su nombre para que perdurara por la eternidad. Un pedazo de ella eternizado en Hogwarts. Sonaba como una buena idea.
Sacudiendo las fantasías de su cabeza, Ana llegó a la columna que escondía su secreto preferido de Hogwarts. Aquel sitio donde nadie podía molestarla, además de Blaise Zabini, claro.
Recogiendo toda su valentía en lo profundo de su pecho, Ana se irguió y caminó hacia el interior de la oscuridad familiar. La escena que se encontró frente suyo fue una que, inconscientemente, había extrañado. La única ventana que había en el espacio cerrado, filtraba la brillante luz del sol por sus cristales transparentes e iluminaba el lugar, tal como la única vela que posaba sobre una de las paredes. Los dos asientos únicos que habían colocados, pegados contra las paredes enfrentadas estaban intactas como siempre, aunque naturalmente, una estaba ya tomada por alguien.
Blaise se veía igual que siempre, su rostro sereno leía un libro en sus manos y solamente se dignó en levantar su cabeza cuando sintió la presencia de Ana mirarlo inquietamente.
—Abaroa —dijo Blaise tomándola en cuenta.
—Zabini.
Ambos se quedaron unos incómodos segundos en silencio, hasta que Blaise cerró secamente su libro y señaló el asiento en frente suyo para que Ana lo tomara. Rápidamente, captando la seña, Ana se sentó en el banco mientras dejaba su mochila llena de libros a su lado. No queriendo perder más tiempo, comenzó a sacarlos con vigor.
—Tengo varios libros que quiero que analicemos hoy además del que tú me diste que creo que me servirán para entender lo que no comprendí con anterioridad. Tu libro fue un gran salto del inicio de mi comprensión así que por eso no lo entendí muy bien. Creo que tuve que haber leído todos estos antes de curiosear el tuyo —explicó Ana mientras una pila de libros se formaba a su lado.
—¿Y has leído alguno de ellos antes de venir aquí? —inquirió Blaise mirando con incredulidad la pila de libros que cada vez crecía más.
Ana se ruborizó y tosió incómodamente mientras dejaba el último libro en la pila inestable. Blaise suspiró conociendo aquella reacción.
—Entonces tenemos mucho trabajo que hacer, Abaroa. Comencemos.
Las horas pasaron con lentitud y rapidez a la vez. Los colores que se filtraban por la ventana cambiaban a medida que las horas avanzaban, y los libros en la pila que Ana había formado iban desapareciendo mientras los iban leyendo. Todo lo que Ana había evitado leer durante la primera mitad del año, ahora lo estaba estudiando en un par de duras horas que no la dejaron ni bajar a cenar.
Cuando la luz de la vela fue el único indicio de luz que quedó en el pequeño lugar, además de las borrosa luz de la luna detrás de las nubes que se habían formado en el cielo, un bostezo dejó los labios de Ana mientras pasaba un pasaje acerca de los comienzos de la misteriosa magia de la luna. Era un libro angosto sin muchas páginas, además de las cincuenta que Ana ya había leído.
—¿Qué tiene que ver la Astrología con la magia lunar? —se quejó Ana masajeando sus ojos hasta que vio destellos blancos detrás de sus párpados.
—No mucho —resopló Blaise, dejando un libro titulado "Runas Muertas" en la pila de ya leídos—, pero al no haber demasiada información acerca de ella, cualquier indicio de cualquier rama de conocimiento que muestre siquiera un dedo de las facetas de la luna, sirve para su aprendizaje.
—¿Cómo es que tú sabes acerca de la magia lunar? —preguntó Ana corriendo un mechón de cabello detrás de su oreja—. ¿Pensé que nadie conocía mucho acerca de ella?
—Mi abuelo me ha enseñado todo lo que sé.
La atención de Ana se iluminó al escuchar aquel pedazo de información, y su espalda se irguió mientras observaba a Blaise con curiosidad.
—¿Crees que podría enseñarme acerca de ella?
Blaise la miró por unos largos segundos hasta que negó, dejando salir un suspiro.
—No podrá. Falleció cinco años atrás.
Congelada en su lugar, Ana recordó la conversación que había tenido con la profesora Babbling el curso anterior cuando había ido a exigirle que le dijera todo lo que conocía. La mujer le había dicho que el señor Zabini había fallecido antes de terminar su libro.
«Dios. Me olvidé»
—Lo siento, no tuve que indagar —murmuró Ana, conociendo aquella expresión que había oscurecido el rostro de Blaise.
—No te preocupes, Abaroa. Es un barco que zarpó hace mucho tiempo.
Asintiendo, Ana evitó mirarlo, fijando su mirada en las hojas que se estaban viendo borrosas luego de horas leyendo. Sin embargo, Blaise no había decidido que era tiempo de dejar de hablar.
—¿Cómo es que a ti te interesa la magia lunar? Apenas sabes cómo mover tu varita. Sin ofender.
Ana recordó lo que Hermione siempre decía acerca de aquella frase, pero se negó a decirlo en voz alta. También se negó a decir la verdad aunque eso era un gran desfavorecimiento en su parte. Después de todo, no sabía mentir.
—Me interesa —respondió ella, negándose a mirarlo al rostro al sentir que su rostro comenzaba a transpirar tal como sus manos.
—Nadie en su sano juicio se pondría a estudiar a la luna solamente porque le interesa.
—Hay una primera vez para todo, ¿no?
Blaise la observó con recelo mientras Ana seguía ignorándolo, y con un resoplido cerró el libro que había tomado para comenzar a leer.
—Lamentablemente, si quieres que te ayude deberás decirme la verdad. A nadie le sirve decir la verdad a medias, Abaroa. Menos cuando te encuentras en una gran desventaja.
Ana sabía que Blaise tenía razón, sabía que mentir no servía de nada y tal vez por eso le iba tan mal cuando lo hacía, sin embargo, no podía confiar del chico con la verdad. No cuando ni ella estaba completamente segura de lo que ella significaba. ¿Qué le diría? ¿Las débiles hipótesis que había recolectado acerca de su nacimiento? ¿La duda de si la luna había tenido parte de lo sucedido aquel día? Ni hablar. No podía hablarlo con alguien que conocía tan poco, alguien que aún la llamaba por su apellido y el cuál ni ella podía hablarle públicamente. Una cosa era mantener una conversación de forma privada, y otra cosa era hablarle en las clases o cuando había gente mirando.
¿Es que siquiera podían avanzar su extraña relación hacia ese nivel?
—Hay una profecía —dijo Ana, obteniendo la mirada oscura del chico—. La profecía del protector de la luna, creo que así se llama. Escuché de ella el curso anterior y me dio curiosidad.
—Hay demasiadas profecías falsas, ¿cómo sabes que esta es verdadera?
«No lo sé»
—Una corazonada.
Blaise la observó por un largo rato sin decir nada, tratando de extraer algún pedazo de información de Ana, pero al ver que fallaría terriblemente ya que ni se había dignado a levantar su rostro hacia él, suspiró y desistió.
—Como sea, Abaroa. Ya terminamos por hoy, seguiremos luego de la segunda prueba.
—Pero eso no es hasta un par de semanas.
—Entonces ve leyendo para que cuando llegue el día, ya tengas la mitad ya leído —dijo Blaise, levantándose y estirando sus largas piernas—. A menos que tengas otra razón para que esto sea urgente, además de una corazonada.
Ana lo observó salir del pasadizo y con un resoplido de impotencia, dejó caer suavemente su cabeza contra la piedra fría que cubría la pared. Blaise Zabini la confundía, y aunque a veces eso fuese un poco entrañable, definitivamente la mayor parte del tiempo era simplemente cansador. Ojalá tuviese la respuesta a su carácter. Tal vez eso facilitaría toda su vida.
Tomando a Basil en sus brazos para poder meterse debajo de la frazada y sábana, Ana rápidamente sintió el frío del invierno desaparecer siendo reemplazado por el calor de su cama. El gato había mantenido el acolchado caliente, luego de todo un día sin moverse de él. Dándole las gracias, Ana le dio un rápido beso en su cabeza y lo dejó suavemente encima de su estómago para que volviese a dormir como normalmente hacía.
Acomodándose ella misma para irse a dormir, su mirada se concentró en el techo de su cama mientras en su cabeza contaba para dormirse rápidamente. Pensar en números hacía que Ana se aburriera rápido, y si se aburría rápido se dormía. Era una técnica fantástica que funcionaba casi siempre, siendo esa noche no la excepción a la regla.
Sintiendo los últimos indicios de conciencia desvanecerse, Ana se sumió en un sueño profundo, olvidando todo lo que había aprendido durante las horas pasadas junto a Blaise.
Soñar era una cuestión a la que Ana se había acostumbrado luego de noches inolvidables donde su cabeza se dedicaba a mostrarle las escenas más ridículas hasta lo más terrible, cuando se trataban de pesadillas. Después de que Berenice Babbling le hubiese explicado lo que aquellos sueños extraños que había tenido el curso anterior habían sido visiones que la luna le había regalado, Ana había temido irse a dormir cuando esta brillaba con todo su fulgor en lo alto del cielo. Afortunadamente, esa noche la luna casi no se veía a causa de las densas nubes que la escondían, por lo que no debía de tener miedo.
O tal vez sí.
Aunque no supiese exactamente lo que estaba viendo, Ana sabía que no se trataba de algo bueno. No veía su cuerpo, sin embargo lo sentía. Sentía aquella presión que la había tomado rehén y mantenía a su cuerpo en la oscuridad, donde podía sentir un dolor infernal paralizándola. Quiso gritar pero ningún sonido salió de sus labios. Estaba destinada a sufrir aquel dolor.
Su mirada se concentró en donde ella creía que se encontraba el suelo mientras el dolor la seguía consumiendo, haciéndola arder. Y ahí fue cuando lo vio.
No fue la mejor imagen, ni siquiera sabía exactamente lo que estaba viendo pero su mirada se fijó en una escena lejana bajo aquel suelo de oscuridad. Era borroso, había algo... nubes, que escondían lo que debía ver detrás de ellas y aunque sin ellas hubiese visto a la perfección, no necesitaba sus ojos para ver. Una parte de ella ya sabía lo que estaba sucediendo, aquellos gritos familiares, esa oscuridad vecina, ya conocía todo.
Alguien sufría, ¿pero quién?
—Tú... salva... mi niña...
«¿Salverme? ¡Dime a qué te refieres!»
—Yo... él...
El mundo comenzó a volverse más borroso y aquella escena que Ana había estado mirando a través de aquellas nubes, o niebla, se volvía más lejana. Ya no podía escuchar los horribles gritos de piedad pero aún los sentía en su piel que se erizaba ante aquel sentimiento, y la voz... la voz la estaba abandonando.
«¿Quién eres? ¡Quién eres!»
Ana quiso gritarle que se presentara frente a ella y le dijera exactamente lo que quería decirle, pero como si un gancho le tomara el estómago y tirara de ella, su cuerpo salió tirado hacia el vacío. Un grito ahogado se atoró en su garganta y un ardor picó toda su piel, y cuando creyó que no dejaría de caer sintió agua fría en su rostro haciéndola abrir los ojos.
Con el corazón en la boca, los ojos de Ana se acostumbraron a la luz brillante frente a ella mientras sus pestañas pesaban por las gotas de agua que se habían quedado atrapadas en ellas como telarañas. Levantando una mano para tocar su pecho donde su corazón latía con fuerza y le hacía doler, Ana miró a las tres figuras que estaban posadas alrededor suyo con expresiones de pura preocupación.
Hermione, cuyo cabello estaba protegido por su gorra de dormir, la miraba con terror mientras su varita le apuntaba, brillando con el hechizo favorito de Ana. Lavender, que estaba a la derecha de Ana, también tenía su gorra de dormir pero sus puños estaban agarrados en la tela de su camisón, arrugándolo. Sus nudillos estaban blancos por la fuerza empleada. Finalmente, Parvati se encontraba a los pies de la cama de Ana, su trenza caía sobre su pecho y su brazo se encontraba extendido, sosteniendo un vaso de agua vacío.
—No... no sabía qué hacer, estabas gritando —se excusó Parvati, bajando su brazo.
—Sonaba como una pesadilla terrible... —murmuró Lavender temblando—. ¿Cómo te sientes, Ana?
Respondiendo aquella pregunta, Ana giró su cuerpo hacia el otro lado de su cama y devolvió todo su almuerzo. Ignorando la leve protesta de Parvati al presenciar aquella triste escena, Ana se concentró en el tacto de la mano de Hermione en su hombro.
—Tenemos que llamar a la señora Pomfrey, ella seguramente pueda...
—No.
Ana salió de su cama, tomando su varita de la mesa de luz y susurrando un hechizo para limpiar la suciedad, y pasó una mano sobre su rostro que, aún mojado por el agua que le habían tirado, tenía rastros de transpiración. Estaba ardiendo.
—Estoy bien, sólo fue una pesadilla.
Ninguna de sus tres amigas le creyeron mientras la observaban levantarse con pesadez.
—No engañas a nadie, Ana. Hasta mi tía parecía mejor luego de que dos bludgers le golpearan la cabeza al mismo tiempo —dijo Parvati cruzándose de brazos.
—Deja de ser tan testaruda y acepta nuestra ayuda —resopló Hermione parándose en su camino. Ana suspiró.
—Fue una pesadilla, Hermione, estoy acostumbrada a ellas. Ahora, si me lo permites, voy a bañarme.
Esquivando a su amiga, Ana volvió a retomar sus pasos hacia el baño con el objetivo de sacarse el agrio aroma de encima y de tal vez bajar la fiebre que la había tomado durante su sueño, hasta que Hermione volvió a tomarle el brazo haciéndola detenerse.
—Esto puede ser grave, Ana.
Ana la miró por encima de su hombro y su rostro se suavizó al ver la mueca en los labios de Hermione.
—Si se transforma en un problema, tú serás la primera en saberlo. Te lo prometo.
Tratando de ignorar la duda en la mirada oscura de su amiga, Ana volvió a encaminarse hacia el baño para una fría ducha que le despertara el alma.
• • •
Los días pasaron igual que siempre después de la terrible pesadilla que Ana había sufrido la noche del jueves. Afortunadamente, ninguna oscuridad completa volvió a sumar los sueños de Ana y cada descanso que se permitía tener, eran tomados por sueños desechables que la chica se olvidaba al despertar. Por otra parte, para distraer a Hermione de su preocupación, Ana le contó acerca del plan que había formado junto a Fleur y Nisa para combatir la segunda prueba del torneo. Por lo que ahora Harry era el único de los dos carente de un plan como Dios mandaba.
Y para que su propio plan funcionara, Ana se encontró en frente del lago negro junto a las dos chicas de Beauxbatons para poner el plan en marcha. Al llegar a la orilla, Ana vio que Fleur estaba girando las clavijas de su violín, buscando la tensión perfecta para la canción que iba a tocar y Nisa estaba lustrando con su túnica azul claro los regalos que habían conseguido días atrás: una hermosa tetera turquesa y rosada en forma de caracol y una pequeña kalimba de cristal.
—No puedo creer que robamos del aula de música —musitó Ana tendiendo su mano para tocar la kalimba, siendo detenida por Nisa que le dio un manotazo.
—Es «pog» el bien «mejog», Ana —dijo Fleur con su sonrisa perfecta.
—Y yo no puedo creer que le robamos a Madame Maxime —murmuró Nisa observando la tetera etérea.
—Soy su alumna «favogita», lo «entendegá».
—Pff, mocosa —se burló Nisa y acomodó cuidadosamente los regalos en la piedra que habían encontrado perfecta.
Cuando estuvieron listas, Ana y Nisa dieron unos pasos hacia atrás dándole lugar a Fleur para deslumbrar con sus talentos musicales y cuando ella estuvo lista, Ana presenció el mejor concierto de su vida.
La voz de Fleur mezclada con el sonido de las cuerdas de su violín era la mezcla perfecta para la canción más bella. Escucharla se sentía como patinar sobre hielo, Ana nunca había tenido personalmente aquella experiencia pero sí la había visto incontables veces y cuando lo hacía, veía la libertad y elegancia en la que las personas se movían sobre el hielo y podía sentir aquella frescura que la encontraba en la pista. La música de Fleur era elegante, fresca y libre, y relataba un día de invierno tanto como una caída del cielo. Los cabellos de Ana se erizaron y sus ojos se cerraron, dejándola embriagarse en aquella dulce sensación. Nunca se había sentido tan liviana.
Afortunadamente para el trío, otras almas artísticas subieron a la superficie para entregarse a la música de Fleur. Eran dos sirenas de agua fría, o más bien conocidas como selkies, por lo que su apariencia no estaba socialmente categorizada como "hermosa" como sus parientes de aguas más cálidas. Sus pieles eran de un verde grisáceo y por estar mojadas tenían aspecto hasta viscoso. Su cabello parecía ser de la textura de anémonas y sus ojos eran amarillos como los de un predador. Sin embargo, sus expresiones se encontraban relajadas ante la música, apreciando tener la oportunidad de escucharla.
El momento en que Fleur dejo de mover el arco y su música llegó a un fin, Ana y Nisa fueron las primeras en estallar en aplausos. Fleur, apreciando los cumplidos dio una elegante y leve reverencia hacia sus cuatro admiradores.
—Esta es mi parte de brillar —murmuró Nisa y le guiñó un ojo a Ana antes de caminar hacia donde las sirenas se encontraban—. Estimadas, tenemos un interesante intercambio que proponerles.
Ver a Nisa jugar su papel de diplomática, también era un arte en sí. Formulaba sus palabras con una elocuencia perfecta y su postura demostraba amabilidad pero seguridad, como si aquella posición había sido creada para ella.
Por su parte, las sirenas aunque en un principio se habían encontrado recelosas de tener que intercambiar una conversación con humanos, rápidamente sucumbieron a la hipnotizante lengua de plata que había nacido con Nisa. Ana también tenía la leve sospecha de que habían sido un poco menos agresivas a causa del pequeño concierto de Fleur.
Cuando Nisa se dio media vuelta para señalar a Ana con orgullo en su mirada, ella tuvo el instinto de erguirse y mostrar su mejor expresión a las sirenas que habían vuelto sus ojos hacia su figura, mirándola con escrutinio. Indicando a Ana que llevara los regalos para la jefa sirena del pueblo del lago, Nisa se los mostró a las sirenas cuyos ojos brillaban ante los obsequios. Aunque Ana no entendiese sireno, la voz de comerciante que usaba Nisa la hizo sonreír. Estaba comprando la simpatía de las criaturas.
En un momento, las dos sirenas tomaron la tetera y la kalimba con cuidado y se sumergieron a lo profundo del lago.
—¿Es esa una buena señal? —inquirió Fleur que se había sentado donde antes habían posado los regalos.
—Oh, es la mejor señal de todas, Fleur. Fueron en busca de su jefa Murcus para darle los regalos y proponer el intercambio. Alabaron tu canto también —añadió haciendo que Fleur sonriera encantada mientras ella se volvía a Ana, acomodando sus anteojos—. Si Murcus acepta los regalos y viene aquí, deberás hablar con ella. No es necesario que digas mucho, sólo un hola y un gracias si te da el colgante. ¿Recuerdas cómo decirlo en sireno?
Ana asintió, repitiendo las palabras en su cabeza para no olvidarlas. No podía tomarse el lujo de olvidarse de todo como siempre.
Luego de unos minutos en los que las tres chicas ya comenzaban a ponerse nerviosas ante la poca actividad de parte de las sirenas, tres figuras emergieron del agua cristalina y posaron frente de Ana y Nisa con majestuosidad. Ninguna de las sirenas eran las que habían estado antes, las dos que estaban en los costados eran más grandes y sostenían un tridente cada uno, y sus miradas observaban fijamente detrás de Ana. Y si aquellas dos sirenas eran guardias, eso significaba que la sirena del medio era...
—Buenos días.
Ana inclinó su cabeza en una reverencia hacia Murcus y luego de unos segundos donde su cuello le comenzó a doler, Murcus le devolvió el gesto.
—Buenos días...
Murcus dijo algo que Ana no comprendió, a lo cual respondió con un asentimiento respetuoso. Tomando las riendas antes de que el plan se desmoronara, Nisa comenzó a hablarle a la jefa Murcus, persuadiéndola de que les prestara el colgante para usar durante la segunda prueba del torneo.
A medida que el tiempo pasaba, Ana sentía el dejo de desesperación en la voz de Nisa mientras discutía vigorosamente con Murcus. Veinte minutos habían pasado en los que Ana había comenzado a veo veo consigo misma, cuando un gruñido de parte de Murcus la sacó de sus pensamientos y sus ojos la vieron sumergirse al agua acompañada por sus guardias.
—Esa no es una buena señal —dijo Fleur frunciendo el ceño y levantándose de la roca—. ¿Necesitas que toque el violín de nuevo? Tengo una canción en mente...
Nisa le chistó sin quitar la vista del agua verdosa, así que Fleur y Ana cerraron la boca y esperaron con anticipación y los nervios arrastrándose por su piel. Sin embargo, su inquietud fue improductiva ya que al cabo de tres minutos, las tres figuras se volvieron a alzar y ahora Murcus tenía sobre las palmas de sus manos un hermoso colgante antiguo con un cristal transparente en el medio.
Murcus levantó una mano grisácea hacia uno de los guardias y luego de recibir un asentimiento por parte de ella, el guardia levantó la mano que no sostenía su tridente y con un filo rayó una parte de la palma de su jefa. Encogiéndose en su lugar al ver la sangre de Murcus asomarse por el tajo, Ana observó a la selkie acercar el collar a su mano y en cuestión de segundos una gota color rubí cayó en el cristal del colgante, volviéndolo instantáneamente del mismo color.
Conmovida por la ayuda que le habían brindado, Ana volvió a hacer una reverencia.
—¡Muchas gracias!
—Niña humana —dijo Murcus, no es sireno sino que en inglés. Ana se irguió y la observó a los ojos—. Ahora serás entregada una reliquia para nuestra gente, un objeto del mismo valor que cualquiera de nuestras vidas. Llegare a caer este colgante en las manos equivocadas o quebrarse por culpa tuya, las consecuencias serán graves.
Ana asintió con fervor, comprendiendo exactamente por qué debían ser tan rígidos con las normas.
—... No sólo para ti, sino que también para toda la comunidad mágica. Llegare a pasarle algo a este colgante, y la raza humana no tendrá más aliados de nuestra parte.
Ana asintió más lentamente esta vez, sintiendo el color dejar su rostro al sentir el peso de las palabras de la selkie.
—El futuro de nuestro acuerdo mutuo está en tus manos. Ten cuidado con lo que eliges hacer con este poder. Te estaremos vigilando, Anastasia Abaroa.
Con aquella fuerte declaración, Murcus y sus guardias se escondieron entre el agua, dejando a Ana junto a sus nuevas amigas y sus pensamientos.
Presentía que había entrado en un peligro innecesario.
Luego de semanas en donde esta vez Ana usó su tiempo para ayudar a Harry a encontrar un plan para la segunda prueba, la noche precedente a la prueba llegó dándole un espacio a Ana para finalmente encontrar el coraje para contarle a sus amigos de lo que su plan consistía, y sus consecuencias.
—¿¡Tú qué!? —susurró Hermione ya que estaban en la biblioteca.
—Shhh —le chistó Ana, posando un dedo sobre los labios de su amiga—. Madame Pince levantó mi prohibición una semana atrás, me niego a que me eche de nuevo.
—Ese ni siquiera es el problema principal, Ana. Dios, ¿qué has hecho? —dijo Hermione tomando sus rizos entre sus manos con un dejo de desesperación—. Si algo le pasa al colgante...
—Ya sé, Hermione. Ya he tenido tiempo de tener un colapso mental, ya pensé todas las formas en que puedo causar una guerra y también pensé todas las formas en que mi cabeza puede llegar a quedar clavada en un tridente en el medio del lago negro —explicó Ana pasando la hoja de un libro que ni había leído—... por eso tuve tiempo de pensarlo y ni loca voy a participar del torneo.
—¡No! ¿Qué? —exclamaron Harry y Ron al mismo tiempo, ganándose un paranoico "shh" de parte de Ana.
—Ana, debes participar. Necesitamos ganarle a Krum y a Diggory —rogó Ron.
—¿Es que no has escuchado que puedo causar una guerra, Ron?
—Vamos, Ana, no eres tan importante —Harry trató de asegurarle pero lo único que ganó fue una mirada de incredulidad de parte de Ana.
—Uau, gracias, Harry. ¿Cómo te está yendo a ti con el plan para la segunda prueba, eh?
Harry dejó salir una protesta cansina y dejó caer su cabeza entre las viejas páginas de un libro de hechizos.
—Por favor, no se emocionen tanto con nuestra compañía.
Ana, Hermione, Harry y Ron levantaron la vista. Fred y George acababan de salir de detrás de unas estanterías.
—¿Qué hacen aquí? —les preguntó Ron.
—Buscarlos —repuso George—. McGonagall quiere que vayas, Ron. Y tú también, Hermione.
—¿Qué? ¡Pero son mis amigos de apoyo emocional! —dijo Ana rodeando los hombros de sus amigos con sus brazos.
—Nuestros —corrigió Harry detrás de ellos, Ana asintió.
—Tenemos que llevarlos a su despacho, estaba muy seria —explicó George.
El corazón de Ana dio un vuelco pero sin decir nada los dejó irse con los gemelos, esperando que a la mañana siguiente, Hermione y Ron los esperasen en el Gran Comedor.
Hacia las ocho, la señora Pince había apagado todas las luces y les metía prisa para que salieran de la biblioteca. Tambaleándose por el peso de todos los libros que pudieron agarrar, Ana y Harry volvieron a la sala común de Gryffindor, se llevaron una mesa a un rincón y siguieron buscando.
A medida que la sala común se iba despejando, y los libros leídos cada vez eran más, el cansancio y estrés acumulado en los hombros de Ana fueron tomándola rehén en su propio cuerpo y las palabras lentamente dejaron de tener sentido. Y casi las agujas del reloj llegando a las doce de la noche, las noches de insomnio que Ana había sufrido por semanas le pisaron los pies, haciéndola finalmente cabecear e irse a dormir.
• • •
A la mañana siguiente durante el desayuno, Ana entró en crisis. Aunque todavía no supiese si iba a participar, sí aún una hora antes de la prueba, lo que calmaba a Ana más que nada era la presencia de sus seres queridos. Desafortunadamente, ninguno de ellos se encontraba presente. Ni siquiera su abuela.
—Me estoy volviendo loca, ¿ustedes se están volviendo locas? —inquirió Ana mordiendo un pedazo de pan mientras sus piernas se movían con inquietud.
—Ugh, Ana, tu transpiración de estrés está llegando hasta a mí —protestó Parvati, poniendo polvo sobre su nariz, tratando de tapar el estrés que Ana le estaba dando.
—Debes relajarte, Ana —dijo Lavender tomando su rostro, el cual tenía transpiración—. Debes dejar de fruncir el ceño, te quedarán marcas.
Dejando que Lavender masajeara dolorosamente su piel, Ana observó de reojo a la mesa de profesores donde Remus se encontraba hablando con James y Sirius. Al sentir la mirada fija de su hija, Remus se dio media vuelta y le sonrió, asintiendo y dándole apoyo moral desde su asiento. Los hombros de Ana se relajaron un poco al verlo y dio un gran suspiro de alivio. Al menos lo seguía teniendo.
Aún después de que Ana terminara su desayuno y Cedric se acercara a ella diciéndole que debían ir yendo, la chica no tenía la menor idea si participaría en la prueba. El colgante de las sirenas quemaba su bolsillo con la carga estresante del poder que contenía, y estaba a punto de decidir que definitivamente no podía correr el riesgo de hacer enojar a la jefa Murcus, cuando en la salida del Gran Comedor se topó con Blaise Zabini y su extraña aura.
El chico, igual de elegante que siempre, la miraba con una ceja levantada ante su claro nerviosismo, pero Ana ignoró su escrutinio concentrándose en lo que el chico llevaba en su mano: un par de orejeras. Ana debía admitir que Blaise Zabini no le parecía el tipo de chico que las usaba, sin embargo, no había nada de malo en ello. Notando su atención en la prenda, Blaise suspiró.
—No pude ir a la primera prueba ya que los ruidos fuertes... no son mis favoritos —Blaise hizo una mueca como si el simple pensamiento de una multitud gritando le irritara—, por lo tanto Hannah tuvo la idea de que usara orejeras encantadas para realmente verte esta vez, Abaroa. Éxitos en la prueba.
Ana lo hubiese visto irse, sin embargo se encontraba completamente paralizada en su lugar, repitiendo las palabras que Blaise le había dicho, «para realmente verte», ¿qué había querido decir? ¿es que le había errado y había querido decir "verlos" en vez de "verte"?
Tragando saliva y sintiendo una extraña sensación recorrerle el cuerpo, un pensamiento se posó en su cabeza: Ahora sí debía participar del torneo.
Bueno, no, no era como si tenía que realmente hacerlo, pero... algo dentro suyo la empujó a aceptar que tal vez, y solo tal vez, el riesgo valía la pena.
—Oh Dios, estoy jodida.
Harry no llegaba.
Ana se mordía las uñas mientras el tiempo pasaba y su amigo no aparecía en ninguna parte. La prueba estaba a tres minutos de dar comienzo y Harry no estaba en ningún lado. La certeza que había embriagado a Ana media hora atrás se estaba esfumando y estaba lista para agarrar la piedra de Faith y decirle a los jueces que se retractaría en aquella prueba. Las probabilidades estaban en contra de ella.
Sin embargo, después de que pasara un minuto, Ana vio su rayo de esperanza correr hacia ellos con los anteojos mal puestos y el rostro lleno de transpiración por haberse mandado un maratón. Harry había mostrado su presencia justo a tiempo.
—Estoy... aquí... —dijo sin aliento Harry, que patinó en el barro al tratar de detenerse en seco y salpicó sin querer la túnica de Fleur.
La chica hizo un mohín al ver su limpia prenda ahora embarrada pero ignoró a Harry y le sonrió a Ana, demostrándole que ahora no debía temerle a nada. Ana se lo agradeció y dio una gran bocanada de aire, apretando con sus puños la falda de su uniforme. Luego de pensarlo por un tiempo, había decidido que aunque hiciera frío, usar una falda y una camiseta era la mejor opción para nadar con una cola de sirena bajo el agua. Sentía que sería lo más práctico.
—Bien, todos los campeones están listos para la segunda prueba, que comenzará cuando suene el silbato. —dijo Bagman con su voz retumbando a causa del hechizo «Sonorus» que había usado—. Disponen exactamente de una hora para recuperar lo que se les ha quitado. Así que, cuando cuente tres: uno... dos... ¡tres!
El silbato sonó en el aire frío y calmado. Las tribunas se convirtieron en un hervidero de gritos y aplausos. Sin pensarlo dos voces, Ana se colocó el colgante en el cuello y cuando escuchó el «clic», entró al lago tirando sus zapatos a la orilla.
Cuando sus piernas se adentraron al agua congelada, su figura comenzó a cambiar inmediatamente así que antes de que sus piernas desaparecieran por completo, se echó al agua.
El momento en que su cuerpo entero se sumergió en el lago negro, Ana sintió la metamorfosis que tomó lugar en su cuerpo. Abrió los ojos para ver lo que estaba sucediendo y notó el gran cambio: sus piernas habían sido reemplazadas por una larga cola verde grisácea y escamosa que seguramente la hacía ver más alta de lo que ella realmente era; su piel también había tomado el mismo color y de sus manos habían crecido membranas entre sus dedos, y estaba segura de que si se pudiese ver en un espejo, notaría también que su cabeza había cambiado. Su cabello ahora tenía la misma textura de anémona que las mismas selkies y su rostro, aunque tuviese la misma forma que siempre, había poseído algunas características de la gente del mar: su nariz ahora era casi inexistente y sus cejas habían desaparecido.
Ana no se había convertido en la misma sirena que Ariel en la Sirenita, sino que se había convertido en una selkie. Algo que la deslumbró al experimentar una transformación tan grande. Verdaderamente había sido genial.
No perdiendo más tiempo, se hundió en las profundidades en su nueva —y levemente— mejorada figura.
Al deslizarse por aquel paisaje extraño y neblinoso, el silencio le presionaba los oídos de sus orejas nuevas. Podía ver con completa normalidad sus alrededores, y sospechaba que sus ojos también habían cambiado, mejorando su visión para ambientes oscuros. Esquivó bosques de algas ondulantes y enmarañadas, admiró piedras brillantes y objetos de la superficie que habían ido a parar en la profundidad. Bajó más y más hondo hacia las profundidades del lago, con los ojos abiertos y curiosos en busca de lo que debía encontrar.
Encantada de ver pequeños peces color plata pasar en todas direcciones, Ana rió en un momento tendiendo una mano hacia un pez gordo y translúcido que nadaba lentamente. Mientras avanzaba, no había ningún rastro de los otros campeones u otras criaturas. Sin embargo, se preguntaba si en algún momento conocería al calamar gigante.
Luego de nadar por un minuto más, unas algas de color esmeralda de sesenta centímetros de altura se extendieron ante ella hasta donde le alcanzaba la vista, como un prado de hierba muy crecida. Ahí fue cuando sintió aferrarse a su aleta.
Mirando hacia abajo con sorpresa, Ana notó que se trataba de un grindylow que al parecer la había tomado rehén.
—¡Increíble! —exclamó Ana, haciendo que algunas burbujas salieran de su boca—. Eres bellísimo, mira esos colmillos...
Ana extendió una mano hacia la pequeña criatura y esta la miró con incredulidad, cerrando su boca que antes había usado para amenazar con sus filosos dientes.
—Espera un momento... yo te conozco, ¡eres el grindylow que vi en la oficina de papá! —señaló Ana asombrada y sonrió—. ¿Cómo te trata la libertad?
Retractándose de su idea de intimidar a Ana, la criatura se alejó rápidamente de ella volviéndola a dejar sola con sus pensamientos.
«Se veía saludable»
El sentido de dirección de Ana no era el mejor, sin embargo, continuó nadando hacia donde su instinto le decía que fuese. No era el mejor plan pero no había tiempo siquiera para crear uno, debía encontrar su objetivo.
Nadando por unos minutos más, con la ayuda de su mejorada y veloz cola, percibió un retazo del canto de las criaturas marinas:
Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora...
Ana nadó tranquilamente por el agua, guiándose con la canción hasta que llegó frente a una gran roca que se alzaba del barro. En ella había pinturas de sirenas que portaban tridentes y peces de todos los tamaños.
... ya han pasado veinte minutos, así que no nos des largas si no quieres que lo que buscas se quede criando algas...
De repente, entre las algas surgió un grupo de casas de piedra sin labrar y cubiertas de algas. Ana distinguió rostros de selkies en las ventanas y sin poder evitarlo, levantó hacia ellos su mano en forma de saludo. No recibió el mismo gesto.
Las sirenas tenían la piel cetrina y el cabello verde oscuro, largo y revuelto. Los ojos eran amarillos, del mismo color que sus dientes, y llevaban alrededor del cuello unas gruesas cuerdas con guijarros ensartados. Ana notó que al principio todos la observaban con aburrimiento, hasta que sus miradas se posaban en el collar que rodeaba su cuello y sus expresiones cambiaron a algo cercano al mínimo respeto. La niña sabía lo que aquella reliquia significaba para la gente del mar y rogaba por cuidarla con su vida.
Ana siguió, mirando a su alrededor, y enseguida las casas se hicieron más numerosas. Alrededor de algunas de ellas había jardines de algas, y hasta vio un grindylow que parecían tener de mascota, atado a una estaca a la puerta de una de las moradas. Ana encontró un gran desafío en combatir contra la tentación de desviarse y curiosear en el pueblo de sirenas, pero pensar en el trabajo que Nisa y Fleur habían hecho por ella y en la siniestra canción, hizo que desistiera rápidamente. Al doblar una esquina, después de saludar a un pequeño sireno, Ana se encontró con una vista extraña.
Una multitud de sirenas flotaba delante de las casas que se alineaban en lo que parecía una versión submarina de la plaza de un pueblo pintoresco. En el medio cantaba un coro de sirenas para atraer a los campeones, y tras ellas se erguía una tosca estatua que representaba a Murcus tallada en una mole de piedra. Había cinco personas ligadas con cuerdas a la cola de la sirena.
Un grito ahogado salió de la boca de Ana al ver a su abuela atada y rápidamente nadó hacia ella, tomando su rostro una vez que llegó a ella. Daba la impresión de que se hallaba sumida en un sueño muy profundo: la cabeza le colgaba sobre el hombro, y de la boca le salía una fina hilera de burbujas. Ana miró hacia los demás y notó que se encontraban en el mismo estado.
Ron estaba atado entre Hermione y Cho Chang, y a su lado se encontraba quien sospechaba era Gabrielle, la hermana pequeña de Fleur.
«Esto apesta»
Presintiendo que sólo podía llevarse a una persona, en este caso a su abuela, Ana pensó en un plan para cortar las gruesas algas que sostenían a Hilda y tocando inconscientemente su boca, sintió los filosos colmillos que habían reemplazado sus dientes. Debía de servirle.
Mordiendo las viscosas algas y tirando fuertemente de ellas, Ana rápidamente liberó a Hilda y la envolvió en un abrazo, sintiendo la tela de la ropa de su abuela hacerle cosquillas en sus sensibles y nuevos brazos. Alejándose de la mujer, Ana se acercó a Hermione y posó una mano sobre su rostro. Si ella estaba allí significaba que era la persona más valorada para alguien más, Ana tenía una sospecha de quién se podía tratar.
Suspirando, algunas burbujas dejaron sus raras fosas nasales y se dio media vuelta hacia las sirenas que la miraban mientras sostenían sus tridentes.
—Cuiden de ellos, por favor, no... no los lastimen.
Ana quería quedarse, quería quedarse allí y cuidar de los demás mientras esperaba a los otros campeones, sin embargo, su abuela significaba el mundo para ella y no podía arriesgarse a que su cuerpo no soportara la profundidad del lago o a estar sumergida por mucho tiempo. No podía arriesgar la vida de su abuela, menos del todo perderla por un estúpido torneo.
Abrazando por última vez a Hermione y prometiéndole, al igual que a Ron que si nadie los salvaba volvería por ellos, Ana rodeó con un brazo la cintura de su abuela y comenzó a nadar hacia la superficie. Su plateada aleta se movía con fuerza y rapidez ante la determinación de Ana en llegar a la superficie y el cristal rojo se apretaba contra su pecho aún manteniendo la misma magia que hacía media hora atrás.
Tal vez Ana no era la mejor nadadora, sin embargo, su determinación la empujó para ir en contra de la corriente y en contra de todas las distracciones que la rodeaban, y en cuestión de unos minutos rompió con la cabeza la superficie del agua. Ajustando sus ojos a la luz del día, Ana subió a su abuela unos centímetros más para que ella también saliera del agua.
Cuando Hilda comenzó a abrir los ojos lenta y desorientadamente, Ana actuó rápido y se desabrochó el collar temiendo que su abuela no la reconociera. Enseguida, cualquier cualidad que hubiese compartido con las sirenas segundos atrás, desapareció ahora dejando ver a Ana en su completa normalidad. Cabellos enmarañados y aplastados por el agua, y todo lo demás.
—¡Nana! —exclamó Ana abrazando cuidadosamente a su abuela—. ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes?
Esperando a la respuesta de su abuela, Ana siguió moviéndola lentamente hacia la orilla donde podía escuchar a la multitud vitorear y gritar. Hilda rió.
—Querida me siento perfectamente, dime ¿has ganado? —preguntó Hilda nadando mejor de lo que Ana estaba haciendo.
—Eh... —Ana la dejó de agarrar y comenzó a nadar como si se tratase de un perrito—, no sé, ¿depende? Oh, nana estaba preocupada, ¿en serio te sientes bien?
Hilda le sonrió cómplice y negó la cabeza divertida.
—Anita, estoy bien, sólo con un poco de frío pero creo que mi cuerpo se acostumbró a la temperatura del agua.
Aunque Hilda hubiese dicho queriendo calmar a su nieta, ese no fue el resultado de su declaración ya que Ana comenzó a nadar con más rapidez para que alguien le diera una toalla lo más rápido a su abuela y le dieran un hechizo calentador. Llegando a la orilla, Ana fue la primera en saltar a la tierra y ayudó a su abuela a que pudiese pararse sin riesgo a caerse.
Ignorando todos los aplausos y felicitaciones que recibía al haber sido la primera en llegar, Ana llevó a Hilda hacia donde la señora Pomfrey la esperaba con dos gruesas toallas. Enseguida, ella y su abuela estaban envueltas en las toallas más cálidas que Ana había conocido y también tomando de una poción muy caliente que hizo que Ana se volviera roja.
—Buen trabajo, querida —le dijo Madame Pomfrey mientras usaba un hechizo de aire caliente para secar su cabello empapado—, ahora sólo relájate y espera a los demás.
Ana hizo exactamente aquello y se dejó calmar en la comodidad de la cálida toalla que acariciaba su húmedo cuerpo y secaba su pegajosa ropa.
Mirando hacia el lago negro y tratando de no dar atención a aquellos pensamientos negativos que le susurraban en su cabeza que Hermione y Ron se quedarían para siempre bajo el agua, Ana concentró su mirada en punto fijo de la superficie del lago. Después de unos veinte minutos, dio un salto cuando dos selkies se asomaron en la superficie con la figura de Fleur completamente horrorizada.
La chica fue ayudada a la orilla por Bagman y Madame Maxime y rápidamente fue recibida por la gran toalla que la señora Pomfrey le colocó sobre los hombros. Arrastrando su manta por el suelo, Ana se acercó a Fleur con preocupación palpable en sus facciones.
—¿Qué pasó, Fleur?
Fleur la miró aliviada de que estuviese sana y salva y le dio un abrazo.
—Me alegra que estés bien y hayas llegado a tiempo... los grindylow... no me los pude sacar de encima —se lamentó Fleur temblando pero una leve sonrisa se posó en sus labios— al menos pude patear a uno en la cara.
Una rápida mueca se apoderó de los labios de Ana pero tan veloz como se vio, fue reemplazada por una pequeña risa ante la imagen mental del escenario.
El tiempo continuó pasando y los campeones llegaban a la superficie con su respectiva persona salvada: Cedric fue el segundo en llegar con Cho que se veía feliz porque su novio la hubiese salvado, después fue Krum que, afortunadamente para Ana, llevaba a su lado a una feliz Hermione. Una vez que ella llegó a la orilla, Ana no lo dudo y fue corriendo hacia su lado para recibirla con un abrazo y gratitud al mundo por haber escuchado sus plegarias de ayudar a su amiga. Quizás tuvo que también agradecerle a Krum pero se olvidó una vez que Hermione la arrastró hacia las sillas.
Finalmente, faltaba Harry y faltaban Ron y Gabrielle para ser salvados. Muriéndose de los nervios, Ana fijó su mirada en el agua, cuando una cabeza salió del agua seguida después de unos segundos por otras dos. Chillando de la emoción, Ana comenzó a aplaudirle a su amigo que había logrado salvar no solo a Ron, sino a la pequeña hermana de Fleur también. Por primera vez, Ana alababa el complejo de héroe de su amigo.
Cuando Harry llegó a la orilla acompañado por las sirenas, fue recibido por Percy, Dumbledore y Bagman. Por otro lado, Fleur corrió hacia su hermana y la llenó de besos, apreciando que estuviera bien y agradeciéndole a Harry por haberla salvado.
Aliviada de que todos estuviesen bien, Ana se permitió mirar a su alrededor mientras Madame Pomfrey atendía a Harry, Ron y Gabrielle. Cerca de los campeones, se encontraban Remus, James y Sirius que los miraban con alegría y aplaudían, felicitando a Ana y Harry por lo logrado. Ana los saludó, recibiendo pulgares arriba y sonrisas por parte de los tres amigos. Se sintió especialmente orgullosa cuando recibió una sonrisa de parte de su papá.
La voz de Ludo Bagman retumbó junto a Ana y la sobresaltó. En las gradas, la multitud se quedó de repente en silencio.
—Damas y caballeros, hemos tomado una decisión. Murcus, la jefa sirena, nos ha explicado qué ha ocurrido exactamente en el fondo del lago, y hemos puntuado en consecuencia. El total de nuestras puntuaciones, que se dan sobre un máximo de cincuenta puntos a cada uno de los campeones, es el siguiente:
»La señorita Delacour, aunque ha demostrado un uso excelente del encantamiento casco-burbuja, fue atacada por los grindylows cuando se acercaba a su meta, y no consiguió recuperar a su hermana. Le concedemos veinticinco puntos.
Ana aplaudió, sabiendo que se merecía más. Seguramente defenderse de las criaturas contaba en algo.
—El señor Diggory, que también ha utilizado el encantamiento casco-burbuja, ha sido el segundo en volver con su rehén, aunque lo hizo un minuto después de concluida la hora. Por tanto, le concedemos cuarenta y siete puntos.
Ana juró escuchar un grito eufórico de parte de Hannah en alguna parte de las gradas y sonrió mientras aplaudía.
—El señor Viktor Krum ha utilizado una forma de transformación incompleta, que sin embargo dio buen resultado, y ha sido el tercero en volver con su rescatada. Le concedemos cuarenta puntos.
Ana aplaudió cortésmente y se quedó quieta cuando escuchó su nombre. Le daba un poco de vergüenza que todos pensaran que había sido completamente su plan el que había llevado a cabo.
—La señorita Abaroa, utilizando la sorprendente ayuda de un collar de transformación de origen sireno, ha sido la primera en llegar veinticinco minutos antes de la hora límite. Le concedemos cincuenta puntos.
Una risa incrédula se atascó en la garganta de Ana y se tapó la boca ante la sorpresa de lo escuchado. No podía recibir cincuenta puntos, simplemente no podía aceptarlos. No cuando Fleur también había participado en conseguir el collar. Ana iba a abrir la boca para protestar, cuando Fleur llegó de la nada frente suyo y la envolvió en un abrazo de felicitaciones.
—Ni se te «ocuga decig» nada —la amenazó Fleur con una sonrisa divertida en sus labios—. «Disfguta» de la «glogia» una vez, ¿sí? Nisa no me lo «pegdonagía» tampoco.
Ana rió y asintió, aceptando una vez los términos y llegando a escuchar lo que Bagman decía de Harry.
—... No obstante... la puntuación del señor Potter son cuarenta y cinco puntos.
Fleur le dio espacio y Ana comenzó a aplaudir con vigor, felicitando a su amigo por haber recibido tantos puntos. No podía estar más satisfecha con aquel resultado.
—La tercera y última prueba tendrá lugar al anochecer del día veinticuatro de junio —continuó Bagman—. A los campeones se les notificará en qué consiste dicha prueba justo un mes antes. Gracias a todos por el apoyo que les brindan.
Ana se levantó de su asiento aún aplaudiendo por Harry, y su mirada se encontró con Blaise que estaba parado en una de las gradas aplaudiendo y sonriendo levemente hacia ella. Ana, apreciando el gesto, se lo devolvió en una gran blanca sonrisa que hizo que pequeñas arrugas se formaran bajo sus ojos.
Quizás el torneo no era tan malo después de todo.
• • •
¡hola!
¿cómo están? creo que normalicé irme cada mes ajsaj perdón es que estuve con la facultad y me tomó rehén o(-<
les doy la bienvenida de nuevo con un nuevo capítulo MUY largo (8000 palabras) que espero haya gustado <3
y si se preguntan... SÍ, sí está comenzando esa chispa entre Ana y Blaise finalmente B)
obviamente ninguno de los dos sabe todavía pero para calmar a lxs lectores se los digo ¡! van a tener mucha más interacción desde el próximo capítulo :)
gracias por la paciencia y el apoyo lxs amooo
¡nos vemos la próxima!
•chauuu•
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro