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𝐬𝐢𝐱𝐭𝐲

ADVERTENCIA DEL CAPÍTULO: Menciones de abuso infantil. Leer con precaución.

"Etimología de cicatriz"

A la mañana siguiente, Ana se despertó con las noticias de que Hagrid había vuelto de su misión secreta. A las apuradas, mientras se preparaban en el baño del dormitorio, Hermione le contó que lo habían ido a visitar durante la noche y les había afirmado que había ido a buscar y entablar conexión con los gigantes. Ana tuvo que contener su curiosidad acerca de los gigantes puesto que su amiga no estaba dispuesta a darle todos los detalles, al menos no de las criaturas.

Luego del desayuno, mientras que Hermione fue a buscar a Hagrid para ayudarlo a organizar sus clases y Harry y Ron se concentraron en terminar sus deberes, que habían acumulado altura, Ana ocupó su tiempo leyendo las cartas que le habían enviado su abuela, Dalia y Sirius. Normalmente, los domingos no se recibía correo, no obstante, el mundo mágico trabajaba muy diferentemente al mundo muggle.

Hilda Abaroa tenía las leves noticias acerca de Limonada, de cuánto extrañaba a Ana y que había hecho una amistad con la pequeña perrita salchicha que pertenecía a los carniceros a la vuelta de su casa. Por otro lado, Dalia le contó acerca de sus amigos Leah y Benjamin y de que irían el próximo sábado a ver una película en el teatro de cine. Se llamaba: "Annie: La Aventura Real". Ana había visto la primera película años atrás, le había gustado. Finalmente, la carta de Sirius le agradecía a Ana por su regalo de cumpleaños. Ana se había olvidado por completo del cumpleaños de Sirius por todos los hechos que había tomado lugar, y fue solo una semana después de su cumpleaños que lo recordó; y hacía tan solo unos días le había enviado su regalo: un colgante con una piedra que había encontrado durante una de las clases de Cuidado de las Criaturas Mágicas. Había tenido que improvisar terriblemente, pero al final del día la piedra había sido muy bonita, era de un color azabache casi negro, estaba un poco rota pero brillaba como un cielo estrellado bajo la luz correcta.

Pero las bonitas palabras de Sirius no fueron lo que llamaron la atención de Ana mientras leía su carta, fue sino una corta oración escrita por debajo de la letra elegante de Sirius: Ana, soy papá, cuando vengas en las vacaciones de invierno deberemos de hablar. Besos.

Un sonido estrangulado sonó en la garganta de Ana mientras cada evento de su vida pasaba por delante de sus ojos. ¿Qué había hecho para que su papá le dijera eso? ¿Estaba en problemas? Aquella oración nunca traía buenas noticias. No estaba preparada para enfrentarse a su papá, no sin saber qué exactamente había hecho. Las manos le comenzaron a transpirar.

«Deja de preocuparte. No puedes preocuparte de esto con todo lo demás que tienes por pensar»

Dejó salir un suspiro. Tenía razón. No podía volverse loca tratando de adivinar qué era lo que había hecho para recibir tal advertencia; no cuando tenía cosas más importantes a las que prestar atención.

Había temas más preocupantes que un padre enojado. Como horas interminables bajo la intensa ejercitación de Mary McDonald.

El lunes reapareció, con sus estudiantes cansados y horas eternas de clases, pero también volvió a verse en la mesa de los profesores la distinguida figura de Hagrid. Lo único que la preocupó fue su apariencia deshilachada y sangrienta; un ojo morado y heridas que todavía sangraban desde quién sabía.

—Hagrid, te ves fatal —admitió Ana luego de darle la bienvenida con un abrazo. Su ceño estaba fruncido—. ¿Por qué no vas a la enfermería? Estoy segura de que la señora Pomfrey y Mary pueden ayudarte?

—Oh, Ana, no deberías preocuparte. Estoy más que bien —dijo Hagrid, aunque por cómo sostenía su estómago, Ana verdaderamente dudaba de aquello—. Puedo curar estas heridas yo mismo... aunque tal vez pueda pasar por la enfermería por unos minutos. Me gustaría saludar a Mary. Largos años desde la última vez que la he visto, oh sí...

Aquella noche, cuando todos habían terminado de cenar y se encontraban en la sala común usando sus últimas horas del día antes de irse a dormir, Ana se acercó a un grupo en particular que se encontraba sentado en un rincón de la sala común de Gryffindor.

No había tenido relación alguna con el grupo, lo más que había interaccionando había sido un "hola" y un "hasta luego". Nunca había tenido una razón para hacerlo; al menos hasta ahora.

Dian Wibowo, Tenzin Winfield, Rhiannon Howell y Ameqran Cruz. El grupo de prefectos de los años más grandes de Gryffindor, y quienes aceptarían o rechazarían la propuesta de Ana de si los estudiantes de la casa deberían empezar a limpiar y ordenar por sí solos. No obstante, a la única que debería impresionar (por lo previsto por Hermione) era a Dian.

Las pocas veces que había conversado con ella, la prefecta de séptimo año mantuvo siempre su carácter reservado y responsable. Era una chica de pocas palabras, que se tomaba en serio su cargo de prefecta. Tanto que le hacía recordar a Percy Weasley. Tal vez con menos puntos negativos.

Cuando se acercó a ellos en mitad de una conversación animada, principalmente incitada por Rhiannon, las voces se silenciaron y recibió la atención de todos en cuestión de segundos. Ni la sonrisa de Rhiannon pudo evitar que las manos de Ana comenzaran a transpirar.

—Hola...

—Pues si es la famosa Ana —dijo Rhiannon sin sacar su sonrisa blanca de su rostro—. No hemos dejado de escuchar tu nombre en las reuniones de prefectos. Eres muy respetada por tu amiga Granger, ¿eh?

—Rhiannon, deja de fastidiarla —suspiró Armaq, un chico negro que siempre había sido muy dulce con todos con los que interaccionaba. Incluida Ana las pocas veces que lo habían hecho. Armaq levantó su mirada a Ana con una sonrisa pequeña—. Hola, Ana. ¿Sucede algo?

—Este... —murmuró mirando a los cuatro con un poco de timidez—... les quería hablar del plan que le conté a Hermione.

—¡Ah! Al fin vienes a hablar de él, pensé que te acobardarías después de todas estas semanas... Está bien, bajaré un tono —resopló Rhiannon ante la mirada de su amigo. Le sonrió pícaramente a Ana—. Entonces... dinos por qué deberíamos empezar a limpiar nosotros este lugar.

Tenzin se aclaró la garganta y llamó la atención de todos los reunidos en el rincón.

—A lo que Rhiannon se refiere es que nos gustaría escuchar tu razonamiento y si tienes un plan en marcha de cómo realizarlo.

La voz suave de Tenzin relajó los músculos del cuerpo de Ana, y luego de tomar una gran bocanada de aire, asintió.

Mientras hablaba, Ana sabía que los cuatro prefectos tenían su atención fijada en ella y aunque una parte de ella se sintiera nerviosa de aquello, la otra apreciaba que la tomaran en serio. Les contó acerca de que los elfos habían dejado de limpiar la Torre de Gryffindor, siendo solo un solo elfo —Dobby— el encargado del trabajo de más de cien de ellos; les contó acerca de la razón por aquel cambio de pensamiento de los elfos y del propio plan de Hermione en tejer prendas para que fueran libres; añadió a p.e.d.d.o a la conversación y el objetivo al que apuntaban alcanzar, y finalmente les dijo por qué encontraba necesario que intervinieran en la limpieza.

Cuando terminó de hablar, el grupo estaba en silencio mientras pensaban en lo que Ana había dicho. Fue un minuto después cuando Ameqran volvió a hablar.

—Bueno... en mi opinión es una buena causa —admitió él con una mano sobre su barbilla—. Hermione no nos contó acerca de que solo un solo elfo trabajaba en nuestra torre.

—Eso es porque no sabe —confesó Ana, sus mejillas se volvieron un poco rosadas ante la vergüenza—. No le he contado... le mataría saber que ningún elfo además de Dobby ha tomado uno de sus gorros de lana.

—Eso es generoso de tu parte, Ana —dijo Tenzin—. Como dijo Ameqran, es una buena causa... y si ponemos en marcha el plan estaríamos ayudando al elfo que se ha dispuesto a ayudarnos. Tendríamos que ver acerca de los turnos de limpieza, más sabiendo que se acercan los T.I.M.O.S y los E.X.T.A.S.I.S para quinto y séptimo...

—A muchos no les gustará la idea —añadió Rhiannon pero aún tenía una sonrisa en sus labios—, sobre todo quienes no han levantado una escoba en su vida... pero podríamos amenazarlos a que vivirán en mugre y polvo.

—No haremos eso, Rhiannon.

Todos miraron a Dian cuando su voz interrumpió a la rubia. La chica de séptimo acomodó su hijab y su postura, y se cruzó de brazos con una expresión seria que observaba a Ana.

—La idea en su naturaleza no es mala, Abaroa —dijo Dian con lentitud—, pero ponerla en práctica traerá consigo mismo problemas. Poner a todos a trabajar no será una tarea fácil, además de que sería casi imposible. Por más que seamos prefectos, no poseemos el poder de obligar a los estudiantes a hacer algo. Aquel poder aún reside en los profesores mientras que nosotros somos un recurso de auxilio. Una extensión.

Los hombros de Ana empezaron a caer ante el rechazo de Dian. Había sensatez en su respuesta, algo que Ana resentía y comprendía. Con un suspiro asintió.

—Ya veo... bueno, muchas gracias igualmente por escucharme...

Con resignación, Ana se dio media vuelta con el corazón en la garganta hasta que la voz de Dian nuevamente se hizo escuchar.

—Eso no significa que no hayas demostrado cuán capaz eres de hacer tu voz ser escuchada.

Las piernas de Ana se detuvieron y miró a Dian por encima de su hombro. Esperanza en sus ojos. La chica volvió a hablar unos segundos después.

—Lo volveremos a revisar durante la semana junto con la profesora McGonagall. Tendrás tu respuesta durante el fin de semana.

Con una sonrisa, Ana sintió todo su cuerpo aliviarse ante la respuesta esperanzadora de Dian. Aún no se acababa su lucha.

—Muchas gracias, Dian. En realidad a todos... —un bostezo la traicionó—... ah, bueno entonces buenas noches a los cuatro.

Luego de recibir un saludo de parte de los cuatro prefectos, Ana se encaminó a su dormitorio emocionada por las chances que aún tenía de hacer una diferencia.


El martes, Ana, Hermione, Harry y Ron, se encaminaron hacia la cabaña de Hagrid a la hora de Cuidado de Criaturas Mágicas, bien abrigados para protegerse del frío. Ana no estaba exactamente preocupada de la criatura mágica que Hagrid les enseñaría, más bien, estaba nerviosa por Umbridge y su fría y calculada personalidad. No estaba segura de que Hagrid estuviera preparado para enfrentarse a ella. Su crueldad no se comparaba con la fuerza bruta de los gigantes.

Cuando llegaron al inicio del bosque, Hagrid no presentaba una imagen muy tranquilizadora: los moretones, que el domingo por la mañana eran de color morado, estaban en ese momento matizados de verde y amarillo, y algunos de los cortes que tenía todavía sangraban. Para completar aquel cuadro, Hagrid llevaba sobre el hombro un bulto que parecía la mitad de una vaca muerta.

—¡Hoy vamos a trabajar aquí! —anunció alegremente a los alumnos que se le acercaban, señalando con la cabeza los oscuros árboles que tenía a su espalda—. ¡Estaremos un poco más resguardados! Además, ellos prefieren la oscuridad.

La emoción de Ana le hizo pensar rápidamente en todas las criaturas a las que había estudiado que le gustara la oscuridad.

—¿Listos? —preguntó Hagrid festivamente mirando a sus estudiantes—. Muy bien, preparé una excursión al bosque para los de quinto año. Pensé que sería interesante que observaran a esas criaturas en su hábitat natural. Las criaturas que vamos a estudiar hoy son muy raras, creo que soy el único en toda Gran Bretaña que ha conseguido domesticarlas.

«¡Qué emoción!»

—¿Seguro que están domesticadas? —preguntó Malfoy, el dejo de pánico en su voz era pronunciado—. Porque no sería la primera vez que nos trae bestias salvajes a la clase.

«Ugh»

—Malfoy, lo que yo no entiendo... —comenzó a decir Ana sin poder evitarlo, lo miró con irritación—, es por qué sigues en esta clase si le tienes miedo a todo. Los puntos no se estarían conectando. ¿Es que le tienes miedo hasta a tu sombra?

Antes de que Malfoy pudiera responder, con el rostro rosado de la vergüenza y la furia, Hagrid los interrumpió.

—¡Suficiente! Dejen de pelear y síganme.

Se dio vuelta y entró en el bosque, Ana lo empezó a seguir sin pensarlo dos veces y sin saber que sus compañeros detrás de ella dudaron más de cinco segundos en seguirle el paso.

Caminaron unos diez minutos hasta llegar a un lugar donde los árboles estaban tan pegados que no había ni una gota de nieve en el suelo y parecía que había caído la tarde. Hagrid, con un gruñido, depositó la media vaca en el suelo, retrocedió y se dio vuelta para mirar a los alumnos.

—Agrúpense, agrúpense —les aconsejó Hagrid—. Bueno, el olor de la carne los atraerá, pero de todos modos voy a llamarlos porque les gusta saber que soy yo.

Se dio vuelta, movió la desgreñada cabeza para apartarse el cabello de la cara y dio un extraño y estridente grito que resonó entre los oscuros árboles como el reclamo de un pájaro monstruoso. Ana frunció el ceño. Aquel sonido se le hacía familiar, pero no recordaba de dónde lo había escuchado.

Hagrid volvió a emitir aquel chillido. Luego pasó un minuto, durante el cual los alumnos, inquietos, siguieron escudriñando los alrededores por si veían acercarse algo. Y entonces, cuando Hagrid se echó el cabello hacia atrás por tercera vez e infló su enorme pecho, Ana sonrió con emoción al ver qué se acercaba.

Un par de ojos blancos y relucientes empezaron a distinguirse en la penumbra, poco después una cara y un cuello como los de un dragón, y luego el esquelético cuerpo de un enorme y negro caballo alado surgió de la oscuridad. El animal se quedó mirando a los estudiantes unos segundos mientras agitaba su larga y negra cola; a continuación agachó la cabeza y empezó a arrancar carne de la vaca muerta con sus afilados colmillos.

Thestrals... —murmuró Ana y recordó aquel sonido que una vez había escuchado en el libro de la biblioteca.

—¡Ah, aquí llega otro! —exclamó Hagrid con orgullo cuando otro thestral salió de entre los oscuros árboles. El animal plegó sus alas, que eran como de cuero, las pegó al cuerpo, agachó la cabeza y también se puso a comer. —A ver, que levanten la mano los que pueden verlos.

Ana levantó la suya, también lo hizo Harry. A unos pasos, Neville siguió el gesto y también un chico de Slytherin que Ana no conocía.

—Sí, claro, ya sabía que tú los verías, Harry —dijo Hagrid con seriedad—. Ana, no sabía que tú podías... tú también, ¿eh, Neville? Y...

—Perdone —dijo Malfoy con una voz socarrona—, pero ¿qué es exactamente eso que se supone que tendríamos que ver?

Por toda respuesta, Hagrid señaló el cuerpo de la vaca muerta que yacía en el suelo. Los alumnos la contemplaron unos segundos; entonces varios de ellos ahogaron un grito.

—¿Quién lo hace? —preguntó Parvati, una mueca de disgusto haciendo lugar en sus labios—. ¿Quién se está comiendo esa carne?

—Son thestrals —respondió Hagrid con orgullo, el pecho de Ana se infló al saber la respuesta—. Hay una manada en Hogwarts. Veamos, ¿quién sabe...?

—¿Pero no es que traen mala suerte a quienes lo pueden ver? —interrumpió Parvati—. ¿No es así, Ana?

Para la sorpresa de Hagrid y Ana, todo el curso se giró para observarla. Al parecer, Parvati no era la única que dudaba en la palabra de Hagrid.

—Bueno... no. Es más bien una superstición aquello, una errónea. Quienes pueden verlos, quienes han presenciado la muerte, no sufrirán terribles consecuencias. Es más, tener la oportunidad de verlos da un sentimiento casi similar a... ser entendido. Además, son bastante bonitos.

Aquello pareció calmar a la mitad del grupo, y Hagrid pareció satisfecho.

—Muy bien dicho, Ana. Diez puntos para Gryffindor. Los thestrals...

—Ejem, ejem.

«Oh no» pensó Ana horrorizada al escuchar aquel sonido.

—¡Ah, hola! —saludó Hagrid, sonriendo, cuando por fin localizó la fuente del ruidito insoportable.

—¿Recibió la nota que envié a su cabaña esta mañana? —preguntó la profesora Umbridge hablando despacio y elevando mucho la voz—. La nota en la que le anunciaba que iba a supervisar su clase.

Una mueca se posó en los labios de Ana mientras ambos adultos continuaban su conversación. Por la forma en que Umbridge se dirigía a Hagrid, era evidente que tenía la certeza de que Hagrid poseía un problema para entender lo básico de la interacción humana. No se necesitaba ser un erudito para comprender cuán bajo pensaba Umbridge de los híbridos.

—¡...Thestrals! —gritó Hagrid y trajo a Ana fuera de sus pensamientos—. Esos... caballos alados, grandes, ¿sabe?

Hagrid agitó sus brazos imitando el movimiento de unas alas. La profesora Umbridge lo miró arqueando las cejas y murmuró mientras escribía en una de sus hojas de pergamino:

—«Tiene... que... recurrir... a... un... burdo... lenguaje... corporal».

—Bueno..., en fin... —balbuceó Hagrid, y se volvió hacia sus alumnos. Parecía un poco nervioso. —Este..., ¿por dónde iba?

—«Presenta... signos... de... escasa... memoria... inmediata» —murmuró la profesora Umbridge lo bastante alto para que todos pudieran oírla.

A Ana le comenzó a latir la vena de su sien, los nudillos de sus puños estaban blancos por la fuerza con que los tenía cerrados.

—¡Ah, sí! —exclamó Hagrid, y echó una ojeada a las notas de la profesora Umbridge, inquieto. Pero siguió adelante con valor. —Sí, les iba a contar por qué tenemos una manada. Empezamos con un macho y cinco hembras. Éste —le dio unas palmadas al caballo que había aparecido en primer lugar— se llama Tenebrus y es mi favorito. Fue el primero que nació aquí, en el bosque...

—¿Sabe que el Ministerio de la Magia ha catalogado a los thestrals como criaturas peligrosas? —dijo Umbridge en voz alta interrumpiendo a Hagrid.

Ana no pudo evitar poner los ojos en blanco. Los orificios de su nariz cada vez se abrían más del enojo.

—¡Estos animales no son peligrosos! Bueno, quizá peguen un mordisco si uno los fastidia mucho...

—«Parece... que... la... violencia... lo motiva» —murmuró la profesora Umbridge, y continuó escribiendo en sus notas.

Y así, el momento en que Ana sintió cómo una de las cuerdas que la mantenía en paz se rompía, uno de sus brazos voló hacia su costado y le dio un puñetazo en el rostro a Malfoy sin pensarlo dos veces.

En su defensa, había sido casi como si su cuerpo hubiese sufrido un corto circuito. Lo único que su mente había podido pensar era cómo podía sacar a Hagrid de los aprietos en donde Umbridge lo estaba acorralando, y al parecer, su cuerpo reaccionó antes que su cerebro.

Ante el grito dramático y de dolor de Malfoy, Umbridge se giró lentamente en su lugar para observar la conmoción. Parkinson había corrido con desesperación a la ayuda de Malfoy, mientras que Hermione observaba con horror a Ana. Más bien con miedo por ella.

—¿Qué ha hecho, Lupin? —preguntó la profesora Umbridge con un brillo maligno en sus ojos de sapo.

—Bueno... yo... —Ana se señaló a ella misma mientras hablaba con lentitud—... golpeé... —simuló el movimiento de un puñetazo—... a Malfoy.

Terminó de hablar con su dedo índice apuntando a Malfoy, cuya nariz sangraba. Los movimientos y el tono de voz de Ana tan lentos como si trataran de hacerle explicar la situación a un bebé, imitando al absurdo intento de intimidación que Umbridge había querido utilizar en Hagrid.

A Ana casi le pareció ver cómo un mechón de cabello de Umbridge se salía de su gelatinoso agarre y se estiraba sobre su cabeza. El rostro de la mujer era duro y frío, tanto que sintió un escalofrío recorrer su columna, y si las miradas mataran, Ana estaría sangrando en la nieve.

—Señorita Parkinson... —dijo Umbridge como si su voz fuese el filo de un cuchillo. Su mirada aún estaba en Ana—, lleve al señor Malfoy a la enfermería.

Pansy Parkinson escurrió en sus brazos la figura penosa de Malfoy con la ayuda de Crabbe y Goyle, y lo llevó por entre los árboles mientras su voz lamentosa se escuchaba darle ánimos a medida que se alejaban.

Umbridge caminó hacia Ana, que se detuvo de dar un paso hacia atrás aunque temiera por el destino que la esperaba. La mujer ladeó su cabeza con cruel amenaza, tan horrorizante que ni Hagrid pudo evitar que hiciera algo.

—Y usted, Lupin... Usted vendrá conmigo inmediatamente a mi oficina.

Tal como la primera vez que la había hecho enojar, Ana volvió a ver aquella dulce y falsa sonrisa posarse en sus labios. Quiso vomitar al verla pero se retuvo y la siguió por detrás mientras hacía paso por entre los árboles.

Con una última mirada a sus amigos los saludó con la esperanza de que al menos Hagrid tendría más tiempo para preparar su clase y confianza, antes de que los árboles le taparan por completo la vista.


Quince minutos después, Ana estaba sentada frente al escritorio de Umbridge mientras ella le sonreía con dulzura y crueldad en sus ojos. Ni las infinitas fotografías de gatos moviéndose por todo el despacho calmaban los nervios de Ana. Si McGonagall se enteraba de que había vuelto a terminar en el despacho de Umbridge, Ana se imaginaba que el reto sería peor de lo que estaba a punto de recibir.

—¿En qué condiciones usted cree que se verá luego de haber golpeado y lastimado a un compañero inocente?

«Ese idiota no es inocente en nada»

Ana bufó y, con los brazos cruzados, se hundió aún más en su silla. Umbridge se aclaró la garganta con su familiar «ejem, ejem» que en cualquier momento patentaba.

—Corrija su postura antes de que le quite más puntos a su casa —dijo ella y aunque su voz fuese empalagosa, el fuego y hielo en sus ojos era imposible de ignorar—. A ver, veamos en la situación que se encuentra...

»Después de todo, no ha aprendido a respetar a sus docentes luego de su primer castigo; sigue siendo la misma niña irrespetuosa y violenta que en el principio; con sus mentiras me ha humillado frente al ministro... —su voz empezó a hacerse tan aguda que Ana tuvo la esperanza de que reventaría como un globo—, y hoy ha tenido el descaro de lastimar al pobre señor Malfoy. Está claro que usted piensa que es alguien intocable, pero le aseguro, señorita Lupin, que haré absolutamente todo para mejorar sus modales. Es lo mínimo que puedo hacer siendo que sus actitudes, y tengo toda la certeza de ello, han sido heredadas por su... padre.

Ana sintió un tic en su ojo derecho, no obstante, pudo detener a su puño de temblar sobre la madera del escritorio.

«Repugnante, asquerosa, desquiciada hija de...»

—Pues, no se puede esperar demasiado de la hija de un hombre lobo.

Las palmas de Ana ardían ante la presión que sus uñas hacían contra su piel, pero más que sonreírle con todo el veneno que su odio poseía, desistió de cualquier escupitajo que se había formado en su garganta. No la dejaría ganar. No esta vez.

Después de observar a Ana por un largo rato, y de no obtener ninguna reacción por parte de ella, Umbridge le dio un sorbo a su té con leche antes de apoyar ambos brazos en su escritorio.

—Veamos... Además de veinte puntos que serán quitados de Gryffindor, tendrá un castigo que equilibrará las medidas que ha decidido pasar cuando eligió la violencia. Bueno... sí —Umbridge volvió a sonreír peligrosamente—. Sí, esto será suficiente. Por el resto del mes de noviembre... cada día a las seis de la mañana antes de que comiencen las clases... deberá encontrarme en la puerta de mi despacho... y deberá limpiar, completamente y sin dejar mancha alguna, la lechucería bajo mi supervisión.

«Ah»

Si era sincera consigo misma, Ana no encontraba aquel castigo para nada desagradable, sin embargo, frente a Umbridge no podía demostrar su alivio y satisfacción con lo recibido por lo que sus hombros cayeron con desánimo a la par que una mueca se posaba en sus labios.

—Pero...

—Sin peros. Lo hará sin magia, pero eso no hace falta añadirlo, ¿no es así?

Con un asentimiento, Umbridge señaló la puerta de su despacho con su mano arrugada.

—Ya puede irse, señorita Lupin. La esperaré a las seis en punto en la puerta. Espero que así logre controlar sus problemas de ira... y de mala sangre.

Ana se mordió la lengua y asintió antes de irse con la rabia siendo echada en humo por sus oídos. Algún día tendría la oportunidad de hacerle probar a Dolores Umbridge de su propia medicina. Y aquel día lo esperaría con ansias.

Cuando llegó a la sala común de Gryffindor quince minutos después, fue recibida por los tres rostros preocupados de sus amigos.

—¿Es que estás loca, Ana? —dijo Ron, su piel estaba pálida del estrés—. Ya has tenido detención con Umbridge y te ha torturado... y tú vas y golpeas a Malfoy frente a ella.

—Fue muy imprudente —afirmó Hermione apoyando la opinión de Ron—, y muy peligroso.

—Era eso o dejar que destruyera a Hagrid. —se defendió Ana cruzando sus brazos con un suspiro—. Vieron cuán nervioso y poco preparado estaba... se lo estaba por comer vivo. Necesitaba darle más tiempo y mi cuerpo reaccionó antes que mi cerebro.

—Le hemos avisado que esté preparado para su próxima clase —dijo Harry y frunció el ceño— ¿Cuál es tu castigo?

Ana se encogió de hombros, se había tirado al sofá donde Basil dormía y lo estaba acariciando distraídamente.

—Nada extremo. Solo tengo que limpiar la lechucería cada día por el resto de noviembre.

—¿Eso es nada extremo? —inquirió Ron sentándose a su lado. Ana sonrió exhausta.

—Alguien tiene que hacerlo, ¿no? Tal vez sea mi tarea mensual de ahora en adelante...

La mañana siguiente, aún un poco dormida y comenzando a arrepentirse, Ana llegó a la oficina de Umbridge a las seis en punto. Tocó la puerta y en menos de dos segundos esta se abrió para dejar ver a la profesora Umbridge ya lista para el día.

—Buenos días.

Umbridge dio un paso hacia un lado y señaló con una mano a un balde de metal que estaba lleno de agua y jabón, y que estaba acompañado de un trapeador.

La profesora comenzó a caminar por el pasillo.

—Vamos. Rápido, Lupin.

Con un suspiro, Ana agarró el balde (donde tuvo que hacer mucho esfuerzo para no tirarlo en el momento por su peso) y el trapeador, antes de seguir a Umbridge y terminar con aquel día de detención.


La semana siguió tan normal como siempre, con la nueva implementación del castigo de Ana, y cuando el domingo llegó, después de un fin de semana donde se había dedicado a ejercitar junto a Mary en la enfermería, Ana se encontraba definitivamente en un mejor estado físico.

Todo el ejercicio que estaba haciendo había dado sus frutos, y aunque su cuerpo siguiera doliendo de vez en cuando (como sus articulaciones), cada vez el dolor era más soportable. Y la razón no era porque se había acostumbrado a él, no, su cuerpo finalmente lo estaba combatiendo. Por lo que cuando llegó el atardecer, su felicidad estaba por las nubes cuando los prefectos le dieron la noticia de que su plan se iba a poner en marcha.

—Con McGonagall hemos llegado a la conclusión de que será una buena actividad en la que participar y que nos hará más unidos... lo que sea que signifique eso —le dijo Rhiannon con una sonrisa burlona—. No me quiero ni imaginar qué dirán los gemelos Weasley cuando sepan que tienen que ordenar el caos.

—Les diremos a todos ahora —añadió Dian con calma—. Ya hemos mandado a avisar a que se reúnan todos aquí en un par de minutos. No tardarán en llegar.

—Y si quieres quedarte a responder preguntas, estás libre de hacerlo —le sonrió Tenzin suavemente—. Les explicaremos a todos y si quieres decir algo te daremos el espacio para hacerlo.

—Tal vez hasta puedas darnos uno de tus discursos inspiradores, ¿eh? —bromeó Rhiannon colocando un brazo sobre el hombro de Ana, quien se ruborizó—. Esos siempre funcionan si me preguntas a mí...

Dian y Ameqran pusieron los ojos en blanco al escucharla.

Ya todos reunidos en la sala común, algunos ya vestidos con sus pijamas mientras que otros en el proceso de eso, los prefectos (incluyendo a Hermione y Ron) se posicionaron en el centro de la ronda que se había creado.

—Gracias a todos por venir —dijo Ameqran con su familiar sonrisa—. El anuncio no tardará demasiado, por lo que podrán irse a dormir temprano. ¿Dian? ¿Quieres decirles tú?

Dian dio un paso hacia adelante y asintió, sus manos entrelazadas detrás de su espalda le daban un aspecto un poco más respetable.

—Como ha dicho Ameqran, gracias por su atención —Dian observó a todos—. Esta semana se nos ha planteado una idea fuera de lo usual de cómo debería seguir trabajando la casa de Gryffindor acorde a su torre. Como ya sabrán, la limpieza es llevada a cabo por los elfos domésticos que se encuentran establecidos en el castillo y por tales razones ustedes, los estudiantes, no han tenido que realizar ninguna tarea doméstica. Eso cambiará desde hoy. Junto con la profesora McGonagall hemos llegado a la decisión de que todos nosotros participaremos de la limpieza de este lugar.

Las protestas comenzaron a hacerse presentes entre los estudiantes, especialmente en el círculo de los gemelos Weasley.

—¡Pero...!

—¡Eso es injusto!

—¡Dejen que los elfos hagan su trabajo!

—Oh, ellos harán su trabajo; nosotros simplemente se lo simplificaremos —dijo Hermione con los brazos cruzados—. Cada dos semanas se votará aleatoriamente por un año que deberá llevar la limpieza semanal, de ahí, el año que le toque deberá organizar sus horarios y grupos.

—No deberán limpiar baños y los dormitorios serán responsables de sus habitantes —añadió Tenzin más tranquilamente que la voz dura de Hermione—. No les pediremos lo imposible. Esto es para que comiencen a acostumbrar a dejar un ambiente cómodo e higiénico por ustedes mismos.

—¡Pero nunca se nos pidió esto! —exclamó un chico de sexto—. ¿Por qué ahora?

—Porque a alguien se le ocurrió y McGonagall ha aceptado —dijo Rhiannon y juntó sus manos en un aplauso—. ¡Bien! ¿Aceptarán los términos? ¿O tendremos que volveremos más estrictos? Porque si me preguntan a mí, no tengo problemas en descontar puntos...

—¡No pueden hacer eso!

—Oh, sí que podemos —sonrió Rhiannon con humor. La reacción desesperada de los demás parecía graciosa—. ¡Vamos, gente! No están asustados de unos artículos de limpieza ¿o sí? ¿Qué sucedió con el espíritu valiente y caballeroso de Gryffindor?

Todo el mundo se quedó callado hasta que un minuto después un chico de anteojos gigantes levantó su mano. Rhiannon lo señaló con una sonrisa.

—Sí, Archibald.

—A mi no me interesa el espíritu de la casa, ¿puedo evitar todo esto?

—No, no puedes. Siguiente pregunta.

Cuando nadie dijo nada más, Dian asintió haciendo que Rhiannon le diera el lugar para hablar.

—Muy bien, si no hay más preguntas entonces todos pueden retirarse. Mañana se hará la primera votación. Buenas noches a todos.

•      •      •

Noviembre pasó entre excremento de lechuza y limpieza profunda de la sala común de Gryffindor. Los horarios de Ana estaban tan abarrotados de cosas por hacer, que cuando los últimos días del mes llegaron, tuvo que tomarse el tiempo de volver a su objetivo principal: descubrir quién era la persona besada por el sol.

Por eso, se había reunido una tarde junto a Blaise en el escondite y el mismo fin de siempre. Tal vez y aquel día sería finalmente cuando descubrirían quién se escondía detrás de la metáfora.

—Entonces has descubierto que esta persona nació en invierno... —dijo Blaise luego de un rato de discutir todo lo que Ana había descubierto esas últimas semanas luego de hablar con Trelawney—... y sospechas que el tercer verso se refiere a ti.

—Sí... y pues habla de la luna. Creo que ya hemos tenido la conversación de lo que la luna significa para mí... —explicó Ana con una mueca—... además de que nada bueno, está conectada con lo que pasó en mi nacimiento y todo aquello.

—Hm...

Blaise releyó el poema escrito en el pergamino que sostenían sus manos.

—¿Conoces a gente que nació en invierno?

—¡Demasiada! —protestó ella—. No me alcanzarán las manos para nombrarlas a todas, y si quieres seguir con esa pista, entonces tardaremos siglos. Y además, ¿qué tal si no conozco a esta persona?

—Entonces estaríamos en más problemas de los que piensas.

Ana resopló y dejó caer su pergamino sobre el frío suelo de piedra. Frotó sus ojos con las palmas de sus manos hasta que su visión se llenó de puntos blancos.

—Es imposible. Estoy harta.

—Fue tu idea seguir buscando a esta persona —indicó Blaise con una ceja alzada pero aún sin despegar su mirada del pergamino.

—Sí, pero últimamente solamente hemos hablado de eso. No sé porqué pensé que hoy sería diferente... —Ana suspiró antes de mirar a Blaise con curiosidad—. Hablemos de otra cosa.

—¿Y de qué quieres hablar?

—¿Qué hay de ti?

Blaise levantó su cabeza, habló despacio y con desconcierto.

—¿Qué hay de mí?

—Bueno... ¿Tienes algún problema que necesite ser resuelto? —preguntó ella tirando su cuerpo hacia delante con interés aunque una mueca se posó en sus labios cuando Blaise negó.

—No.

—Ugh —protestó Ana y se levantó antes de tirarse a un lado del asiento de Blaise, que levantó una ceja ante su reacción—. Claro que no tienes ningún problema, siempre pareces tener tu vida bajo control. Qué envidia...

Ana apoyó su cabeza sobre el hombro de Blaise mientras veía de reojo el pergamino en sus manos. Estaba cansada pero su aburrimiento era la peor de las desgracias.

—Bueno... —murmuró Blaise sin poder quitarle la mirada a las pestañas de Ana, que se movían cada vez que parpadeaba, o a su respiración tranquila y suave que subía y bajaba en su pecho—... no es como si tuviera una profecía que hablara de mí... pero no creo que tenga todo bajo control... creo que nadie lo tiene todo bajo control...

Un suave sonido de comprensión se hizo escuchar en la garganta de Ana, pero su atención se encontraba en sus propias manos que habían encontrado las de Blaise. Sin realmente atender lo que estaba haciendo, sus dedos comenzaron a trazar las marcas de las cicatrices que marcaban la piel oscura de Blaise.

Una vez hacía un tiempo durante el baile de invierno del año anterior, Ana había observado aquellas marcas. No obstante, no se habría llamado exactamente cercana con Blaise, por lo que nunca había surgido la oportunidad de preguntar lo que había sucedido para que sus manos estuvieran plagadas de cicatrices. Iba a abrir la boca, cuando la propia voz de Blaise la interrumpió.

—Ya debes de haber oído acerca de los rumores que me rodean.

Ana frunció el ceño y levantó su mirada hacia él. Últimamente no había escuchado ningún rumor, más de los chismes amorosos que Parvati y Lavender susurraban durante las noches cuando pensaban que ella y Hermione estaban dormidas.

—Específicamente acerca de mi madre —añadió Blaise con un suspiro.

«Oh»

Sí, Ana conocía ese rumor. Lo conocía tan bien que lo había evitado por varias semanas durante el curso anterior por ello, además de que su padre le había advertido acerca de Eloise Zabini antes de que fuera a cenar a su mansión. Ana no estaba segura de si quería saber la verdad detrás de ese rumor. Pero tuvo la sensación de que su opinión quedaría en el olvido cuando Blaise volvió a hablar.

—Mi padre era lo que muchos llamarían "excéntrico". Nació en una familia prestigiosa que alguna vez poseyó gran poder, y esa razón lo hizo famoso en la comunidad mágica, tanto que por un período de tiempo fue considerado el soltero más buscado por las mujeres —Blaise rió con amargura—. Era un perfeccionista, tenía buena apariencia, un cerebro fascinante, ambiciones más altas que el cielo... y tenía los medios para ponerlas en marcha.

»Conoció a mi madre durante el colegio, estaba en su mismo año y casa. Era la chica perfecta para él: hermosa, elegante, increíblemente inteligente, ambiciosa y adinerada. Su nombre, al igual que el de él, sostenía poder. Incluso más que el suyo. Eso la hizo más interesante ante sus ojos. Era la candidata perfecta para el futuro perfecto que tenía preparado —la mirada de Blaise estaba fija en la pared enfrentada a él—. Se enamoraron durante su último año de colegio y se casaron unos años más tarde. Jóvenes para los estándares normales; la perfecta edad para las familias de dinero viejo. Durante los primeros años de su matrimonio todo parecía ser estupendo; verdaderamente se amaban y apoyaban; sus puestos de trabajo eran envidiables y nada parecía detener sus ambiciones que comenzaban a tomar rapidez. Al menos hasta que en un año nací yo.

El aliento de Ana se detuvo, su corazón se volcó en su pecho y una parte de ella no quería escuchar lo que inevitablemente Blaise tendría que decir. No obstante, siguió escuchando.

—Pensaron estar preparados para criar a un hijo. No habían pasado dos meses desde la noticia de que mi madre estaba embarazada, cuando mi padre ya había planeado toda mi vida. Pero no habían tenido en cuenta un detalle: mi padre se esforzaba por la perfección... y los bebés no están creados para serlo.

»El cambio en su actitud fue rápido. Una vez que comencé a llorar todas las noches, la sombra de la impaciencia fue asomándose sobre sus ideas y el hecho de que no hubiese salido como él esperaba comenzó a acecharlo. Al principio recurrió a ignorar mis llantos, dejó que mi madre se ocupara de mis necesidades y simplemente se dedicó a darme atención en mis momentos de relajación. Su plan era que aprendiera dos idiomas en el período de un año, quería ver su inteligencia en mí, quería que mi madurez creciera rápidamente... pero en vez de obtener eso, obtuvo los mismos llantos que tanto quería ignorar... y yo finalmente obtuve la primera reacción de su narcisismo y perfección. No sé cuándo sucedió, es decir, no tenía ni un año. Lo único que recuerdo es el terror que sentía hacia él.

Blaise se detuvo por unos segundos. No había emoción que traicionara su mirada, mas la sombra que cubría sus ojos. Su cuerpo era lo único que contrastaba su expresión: tensión e impotencia.

—Al principio fueron mis llantos los que le hicieron recurrir a cinturones, reglas y varitas; luego, fueron mis errores y mi lentitud en aprender lo que él quería que supiera; finalmente, fueron las copas de vino que no dejaban de vaciarse cada tarde luego de tratar de mantener una conversación conmigo. Su impotencia lo había consumido tanto que mi madre ya no lo reconocía.

»Hasta esos momentos, la sorpresa del carácter nuevo de mi padre la mantuvo confundida y alejada de la situación. Durante las noches acallaba mis sollozos y curaba las cicatrices al rojo vivo que no me dejaban respirar... y cuando finalmente encontró el valor de protegerme con su propio cuerpo, recibió la misma paliza que yo —su mano fue apretada por Ana, que no sabía qué más hacer además de darle el poco consuelo que podía entregar—. Y así pasaron los años. A la edad de cuatro aprendí que no debía hacer sonido alguno, así ni mi madre ni yo sufríamos las consecuencias de la impaciencia de él. Era simple: llorar traería la varita y eso me traería dolor... Ja... no hubieses visto un niño tan callado. Cuando llegué a los cinco años mi casa ya estaba completamente rota. Había aprendido tres idiomas, pero a la expensa de mi nunca encontrada felicidad; había dejado de lastimarme, pero mi cuerpo era el constante recordatorio de lo que no debía hacer... y así un día sucedió. Un día... él simplemente no abrió los ojos de nuevo. Había muerto.

»No sé lo que sucedió aquella noche. Realmente no sé si mi madre tuvo que ver con lo que había pasado. Solo sé que, cuando comencé a llorar, nadie levantó su mano para hacerme daño. Y que después de años... finalmente me sentía a salvo.

Ambos se quedaron callados por un rato, procesando todo lo que Blaise había dicho y toda la carga que eso significaba. Ana no podía concentrarse en ninguna otra emoción que odio hacia el padre de Blaise, su cuerpo temblaba de furia y su cerebro estaba nublado de emociones que no la dejaban tranquila. Solo pudo verdaderamente respirar cuando Blaise volvió a hablar.

—No sé qué tipo de rumores circulan acerca de mi mamá, Abaroa. Pero sé que sin ella mi vida hubiese sido un completo infierno. La gente dice que es descorazonada, yo pienso que me ama tanto que hizo todo lo posible para protegerme. Tal vez el mundo no vea a los asesinos con ojos buenos... pero el mundo mágico no presta atención a quienes tienen poder y lo usan para dañar. Para ellos, así es la vida. Cada uno que se ocupe de sus propios problemas a menos que la moral social sea perjudicada.

Sin decir nada, y luego de dar una bocanada de aire que llenó sus pulmones, Ana rodeó el cuerpo de Blaise en un abrazo. La verdad, no había nada más que decir y los dos lo sabían. Por eso, con lentitud y un poco de duda, Blaise devolvió el abrazo sin emitir sonido alguno, mas el suave suspiro que lo traicionó al apoyar su barbilla sobre el suave cabello de Ana.

Ya no había nada más que decir. Nada más.

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¡hola!

buen domingo <3

¡ espero que hayan tenido una buena semana !

¿qué les pareció el capítulo? al fin tuve la oportunidad de mostrar más la historia de Blaise, por más deprimente y dolorosa que sea...

estamos llegando a un punto que muchas preguntas van a tener respuesta, y estoy emocionada por resolver cada misterio que dejé abierto. me encanta escribirlos.

en cuestión de quien ha sido besado por el sol, ¿alguna idea? ¡me encantaría que me digan sus pensamientos!

bueno, espero que el capítulo haya sido de su gusto y, como siempre, muchas gracias por el constante apoyo ♥

nos vemos la próxima actualización

•chauuu•

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