𝐬𝐢𝐱𝐭𝐲 𝐧𝐢𝐧𝐞
"Enemigo de La Muerte"
Ana escuchaba la conversación con paciencia. De la poca información que había conseguido, mientras acechaba detrás de la esquina de la estantería, comprendió que todas las bolas de cristal que se encontraban en la sala eran profecías. Por lo tanto, Ana tenía su profecía en su bolsillo mientras que podía ver que Harry tenía la suya propia en sus manos. Asimismo, había captado otro importante pedazo de información: James Potter no se encontraba siendo torturado por Voldemort.
Mientras dos de las siluetas encapuchadas, que Ana sólo podía ver desde atrás, peleaban porque una de ellas había roto un par de bolas de cristal cerca de Harry, ella se encargaba de contar a todos los mortífagos, y en sus probabilidades de escapar. Había diez siluetas oscuras, cinco de su lado y cinco del lado de Hermione; y había cientas de bolas de cristal en ambos lados de los estantes. Solo era cuestión de ser rápida y de usar la ventaja de sorpresa. Para poder usarla solamente necesitaba una distracción, una señal...
Una de las siluetas oscuras se acercó dos pasos más hacia una de las estanterías, y si Ana explotaba las bolas de cristal detrás del mortífago...
La punta de su varita se iluminó débilmente cuando susurró «Lumos», y aunque la escondió detrás de su espalda para que no se pudiera ver por delante, eso fue suficiente para que Hermione se preparara en su esquina. Ambas dieron un paso hacia el pasillo noventa y siete, tan iluminado, tan atestado... y tan peligroso. Ana inhaló aire y valentía mientras su varita se levantaba y salía de su escondite en la oscuridad para ser vista entre las pequeñas luces del pasillo, y cuando notó el punto débil, gritó:
—¡REDUCTO!
Dos maldiciones salieron volando en direcciones distintas, y las estanterías que tenían enfrente recibieron los impactos, antes de recibir de nuevo la misma maldición cuatro veces más; la enorme estructura se tambaleó al tiempo que estallaban cientos de esferas de cristal y unas figuras de blanco nacarado se desplegaban en el aire y se quedaban flotando; sus voces resonaban, procedentes de un misterioso y remoto pasado, entre el torrente de cristales rotos y madera astillada que caía al suelo.
Ante el estallido, Ana vio el rostro ansioso de Hermione correr hacia ella y una vez que llegó a una distancia cercana, le agarró la mano para que salieran corriendo detrás de Harry y Neville que habían aparecido de entre las figuras flotantes y misteriosas.
—¡Chicas! —exclamó Neville en una extraña mezcla de alivio y miedo.
—¡No pares de correr, Neville!
Los pasos apresurados de los cuatro fueron tapados por sus alientos rápidos, y una vez que pasaron por el umbral de una puerta que Ana no había visto con anterioridad, Harry la cerró de un portazo.
—¡Fermaportus! —gritó Hermione casi sin aliento, y la puerta se selló y produjo un extraño ruido de succión.
—¿Están bien ustedes dos...? ¿Dónde... dónde están los demás? —preguntó Harry jadeando.
—Estamos... —Ana jadeó—... bien. Los demás seguro fueron por otra puerta, hay cientos de ellas...
—¡Escuchen! —exclamó Neville.
Detrás de la puerta que acababan de sellar se oían gritos y pasos; los cuatro pegaron una oreja para escuchar, y oyeron que alguien gritaba:
—Dejen a Nott, ¡he dicho que lo dejen! Sus heridas no serán nada para el Señor Tenebroso comparadas con perder esa profecía. ¡Jugson, ven aquí, tenemos que organizarnos! Iremos por parejas y haremos un registro, y no lo olviden: no hagan daño a Potter hasta que tengamos la profecía, pero a los demás pueden matarlos si es necesario. ¡Bellatrix, Rodolphus, vayan por la izquierda! ¡Crabbe, Rabastan, por la derecha! ¡Jugson, Dolohov, por esa puerta de ahí enfrente! ¡Macnair y Avery, por aquí! ¡Rookwood, por allí! ¡Mulciber, ven conmigo!
—¿Qué hacemos? —preguntó Hermione temblando de pies a cabeza.
—Bueno, lo que no vamos a hacer es quedarnos aquí plantados esperando a que nos encuentren —contestó Harry—. Alejémonos de esta puerta.
Corrieron procurando no hacer ruido, pasaron junto a una brillante campana de cristal que contenía un pequeño huevo que se abría y se volvía a cerrar, y se dirigieron hacia la puerta del fondo que conducía a la sala circular. Cuando casi habían llegado, oyeron que algo grande y pesado chocaba contra la puerta que Hermione había sellado mediante un encantamiento.
—¡Aparta! —dijo una áspera voz—. ¡Alohomora!
La puerta se abrió y Ana, Hermione, Harry y Neville se escondieron debajo de unas mesas. Enseguida vieron acercarse el dobladillo de las túnicas de dos mortífagos que caminaban deprisa.
—Quizá hayan salido al vestíbulo —dijo la voz áspera.
—Mira debajo de las mesas —sugirió otra voz.
Ana observó que los mortífagos doblaban las rodillas, así que estiró la varita y gritó:
—¡DEPULSO!
—¡DESMAIUS! —gritó Harry a la vez hacia el otro mortífago.
Una luz amarilla salió de la punta de la varita de Ana y le dio justo en el pecho del mortífago arrodillado. Este salió volando y su cabeza golpeó contra una pared, noqueándolo. El segundo mortífago cayó hacia atrás, chocó contra un reloj de pie y lo derribó.
Ana ayudó a Hermione a levantarse, y enseguida los cuatro estaban de pie observando a los dos mortífagos desmayados. Entonces oyeron gritar a alguien en una habitación cercana; luego, un estrépito y un chillido.
—¿RON? —gritó Harry—. ¿GINNY? ¿LUNA?
Ana tomó del brazo a Hermione y a Neville antes de echar a correr hacia la sala circular, ya que desde la Sala de las Profecías se podían oír pasos apresurados que corrían hacia ellos.
Cuando habían recorrido la mitad de la habitación, a través de la puerta abierta Ana vio a otros dos mortífagos que entraban corriendo por la puerta negra e iban hacia ellos; entonces giró hacia la izquierda, entró precipitadamente en un despacho pequeño, oscuro y abarrotado detrás de Harry y en cuanto hubieron entrado Hermione y Neville, él la cerró.
—¡Ferma...! —empezó a decir Hermione, pero antes de que pudiera terminar el hechizo, la puerta se abrió de par en par y los dos mortífagos irrumpieron en el despacho.
Ambos gritaron triunfantes:
—¡IMPEDIMENTA!
Ana, Hermione, Harry y Neville cayeron hacia atrás; Neville se derrumbó sobre una mesa y desapareció de la vista; Hermione cayó sobre una estantería y recibió una cascada de gruesos libros encima; Harry se golpeó la parte posterior de la cabeza contra la pared de piedra que tenía detrás; y Ana salió disparada hacia la pared donde se golpeó cada parte de su cuerpo. Por unos segundos no pudo respirar del abrupto dolor.
—¡YA LOS TENEMOS! —gritó el mortífago que estaba más cerca de ellos—. ¡ESTÁN EN UN DESPACHO QUE HAY EN...!
—¡Silencius! —gritó Hermione, y el hombre se quedó sin voz. Siguió moviendo los labios detrás del agujero de la máscara que tenía sobre la boca, pero no emitió ningún sonido. El otro mortífago lo apartó bruscamente.
—¡Petrificus totalus! —gritó Harry cuando el segundo mortífago levantaba su varita. Los brazos y las piernas del hombre se pegaron y cayó de bruces sobre la alfombra, rígido como una tabla e incapaz de moverse.
—Bien hecho, Ha...
Pero el mortífago al que Hermione acababa de dejar mudo dio un repentino latigazo con la varita y un haz de llamas de color morado atravesó el pecho de Hermione. La chica soltó un débil: «¡Oh!» de sorpresa, se le doblaron las rodillas y se derrumbó.
—¡HERMIONE!
Cuando Ana vio, aterrada, a su amiga caer al suelo, su cerebro se nubló en emociones que variaban entre miedo y pura furia. Furia porque habían lastimado a su mejor amiga, y miedo de perderla. Furia porque estaba cansada de escapar y correr en un juego de gatos y perros, pero tenía miedo de al final del día perder.
Primero sintió una chispa en la punta de sus dedos; fría, no caliente. La chispa se transformó en un escalofrío, y este en una sensación que recorrió su piel de manos a pies. Sentía el peligro en aceptarla pero admitía que habrían peores consecuencias si no lo hacía. Recordó la profecía cálida y brillante en el bolsillo interno de su túnica, y la voz que tantas veces le había hablado de ella; la voz aquella, la que tantas veces había oído al sumirse en sus sueños y... cuando veía a la luna.
Esa no era la primera vez que sentía aquella sensación tan fría y aseguradora en su piel. No. Una vez dos años atrás, bajo la plateada luz de la luna, Ana había sido bañado en algo extraño cuando se enfrentaba a su padre transformado en licántropo. En ese tiempo no había comprendido lo que había pasado, pero ahora, frente a una amenaza que había lastimado a su amiga, Ana sabía muy bien lo que sentía.
Magia en cada extremidad de su cuerpo.
Tal vez la respuesta la tendría aquella voz, no, la luna. Tal vez ella le daría todas las respuestas algún día, mientras que por ahora debería conformarse con el recuerdo de su susurro cuando había salvado a Cedric de la muerte; cuando se había enfrentado a su padre; y cuando cada vez que la veía, sentía algo quemar en su pecho y revolverle el estómago
Y ahora, en esa sala extraña donde su amiga yacía inconsciente por la varita de aquel mortífago de sonrisa arrogante, Ana solo pensaba una cosa:
«Voy a borrarle esa sonrisa»
Ana no se tuvo que levantar de su lugar ni usar su varita, simplemente deseó con todo su ser que aquel mortífago cayera en redondo, y en cuestión de segundos, los ojos del hombre fueron hacia atrás mientras caía desmayado de espaldas al suelo. Cuando su cabeza dio contra la cerámica del piso Ana se sorprendió de no ver sangre. Al parecer tenía un cráneo duro.
Harry y Neville observaron incrédulos al cuerpo inmovil del mortífago, y cuando sus mentes procesaron que, de hecho, no les haría daño, se volvieron a Ana. Neville, cuya nariz estaba rota ya que el mortífago le había dado una patada en el rostro, abrió los ojos en sorpresa y la apuntó con uno de sus dedos rojos por la sangre en su rostro.
—¡Tus ojos, Ana...!
—Ugh... —Ana volvió a sentir el revoltijo en su estómago y se levantó despacio, arrastrando su espalda por la pared—. Creo que tengo un golpe... —se tocó la parte trasera de su cabeza y sintió un líquido pegajoso, afirmando su duda. Se vio los dedos y observó la sangre pegajosa en ellos.
Su mirada se levantó hacia donde Hermione yacía, y la preocupación nubló su mente nuevamente; el dolor en su cabeza y estómago fueron descartados mientras caminaba a tropezones donde estaban ella, Harry y Neville. Cuando cayó de bruces, rodillas contra el suelo duro, observó el rostro dormido de Hermione.
—¿Qué... qué le hicieron?
Neville tomó una de las muñecas de Hermione aunque todavía observaba de reojo los ojos de Ana.
—Todavía tiene pulso, estoy seguro.
«No es suficiente para mí»
—¿Hermione? Por favor, Hermione, despierta... —Ana murmuró y le tocó el rostro.
Su estómago cayó en un vacío como si un gancho lo hubiera agarrado y tirado hacia abajo. Era una sensación conocida y aún así, jamás había logrado acostumbrarse a la oscuridad tragándosela y su cuerpo volviéndose tan entumecido que no se podía mover. Cayó hacia atrás de la igual forma en que el mortífago que había dormido lo había hecho y todo se volvió oscuridad.
Cuando los ojos de Ana se volvieron a acostumbrar a la luz, varios rayos de color rojo pasaban por encima de su cabeza mientras sus oídos se destapaban, y el ruido de los gritos y exclamaciones la golpeaban directo en el dolor de cabeza que se había asentado en su mente.
El persistente recuerdo de que se había desmayado hizo que sus ojos observaran de forma borrosa la escena que se había desenvuelto alrededor suyo. Reconocía aquella sala, siendo que era donde ella y Hermione habían quedado separadas del grupo, era la Estancia de los Cerebros.
Hermione.
Despacio, Ana se dio vuelta en su lugar —estaba tirada en el suelo boca arriba—, y buscó la silueta de su amiga en medio del caos. Cerca de una mesa, en el suelo, se encontraba Luna desmayada tal como ella lo había estado antes; Ginny también estaba inconsciente cerca suyo; Neville estaba tambaleándose en su lugar, y finalmente encontró a Hermione agarrando su cabeza con una mueca de dolor mientras trataba de ayudar a mantener el balance de Neville... pero cuando vio a Ron, Ana hizo lo posible para levantarse.
—¡Ron...!
La náusea volvió a su estómago cuando se levantó con rapidez, pero de nuevo logró ignorarla, y en cambio, se centró en su amigo. Estaba siendo estrangulado por los tentáculos de uno de los cerebros brillantes y nacarados mientras daba las pocas patadas que podía en el suelo. Sus ojos estaban abiertos con miedo y demencia, su piel se estaba volviendo azul por la falta de aire.
Con la cojera que se había instalado en su pierna derecha, fuente del cansancio o de origen desconocido, Ana dio un salto hacia su amigo para salvarlo de un fin terrible. Sus oídos ignoraron el llamado urgente de Hermione, y cuando estaba casi encima de Ron, tomó el cerebro en su mano. Enseguida, la luz de este se fue apagando hasta que un color grisáceo y deprimente reemplazó el brillo de antes; y los tentáculos dejaron de aferrarse al cuerpo casi inerte de Ron. Su amigo tomó una bocanada de aire antes de que Ana viera sus ojos rodar hacia atrás y desmayarse.
El pánico se asentó en la mente de Ana, haciendo que su corazón latiera con fiereza dentro suyo, pero cuando le tomó la muñeca para fijarse si Ron tenía pulso, un suspiro de alivio dejó sus labios. Estaba vivo.
Cuando se dio cuenta de que no podría hacer otra cosa, Ana se volteó a donde Hermione y Neville se acercaban a paso lento. Ambos estaban lastimados. No había visto en dónde había ido a parar Harry.
—¿Y Harry? —preguntó cuando se levantó. Sus piernas temblaban. Todo su cuerpo lo hacía, al igual que todo su cuerpo transpiraba. Una gota de sudor cayó por su mentón.
—Salieron por allí... —dijo Hermione con una mueca, una mano sobre uno de sus costados y una mano apuntaba hacia una de las puertas abiertas—. Ana no...
—Quédense con los otros, ayuden a Ron... —masculló Ana mientras cojeaba hacia la puerta abierta. No podía dejar que Harry se enfrentara a los mortífagos él solo, pero tampoco podía dejar que sus amigos se lastimaran aún más.
Tenía que ayudarlos. Aunque su cuerpo temblara y sintiera el mismo frío en su piel que el de la sala en donde se adentró a continuación. Tuvo que detenerse en el umbral cuando vio la sala donde había entrado. Era rectangular y débilmente iluminada, tenía un centro que estaba
hundido y formaba un enorme foso de piedra de unos seis metros de profundidad. Estaba de pie en el banco más alto de lo que parecían unas gradas de piedra que discurrían alrededor de la sala y descendían como en un anfiteatro. En el centro del foso se alzaba un arco, asimismo de piedra, que parecía antiguo, resquebrajado y a punto de desmoronarse. El arco, que no se apoyaba en nada, tenía colgada una andrajosa cortina; era una especie de velo negro que, pese a la quietud del ambiente, ondeaba un poco, como si acabaran de tocarlo.
Bajando en frente suyo se encontraban los cinco mortífagos que los habían estado siguiendo con anterioridad, y por el rabillo de su ojo notó que los otros cinco mortífagos del pasillo noventa y siete entraban por otras puertas. Se escondió en la oscuridad del umbral y la pared que la tapaba.
Los cinco mortífagos que habían salido de las otras puertas rodearon a Harry con más cercanía que el grupo delante de Ana. Se centró en ellos con la respiración entrecortada. Tendría más tiempo de sorpresa con los que estaban bajando las escaleras, sus espaldas hacia ella.
—Se acabó la carrera, Potter —dijo Lucius Malfoy arrastrando las palabras, se había quitado la máscara y Ana reconoció su cabello—. Ahora sé bueno y entrégame la profecía.
—¡Deje... deje marchar a los demás y se la daré! —exclamó Harry, desesperado. Unos cuantos mortífagos rieron.
—No estás en situación de negociar, Potter —replicó Lucius Malfoy—. Verás, nosotros somos diez, y tú estás solo... ¿Acaso Dumbledore no te ha enseñado a contar?
Malfoy estaba tan concentrado en refregar su astucia a Harry, y todos tan concentrados en su arrogancia, que nadie notó a Ana salir de su sombra y apuntar la varita hacia el grupo de cinco que estaba más lejos.
—¡Bombarda!
Su hechizo casi no logró dar en el blanco; no obstante, logró chocar contra las piedras debajo de ellos haciendo que salieran volando hacia atrás por la potencia de la explosión. Lamentablemente, Ana no había dado en el blanco de su plan cuando pensó que tendría más tiempo para deshacerse del otro grupo, porque enseguida uno se dio vuelta y la apuntó con su varita.
Ana sintió como si un garfio rodeara su cuerpo, y antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, una fuerza invisible tiró de ella hacia delante haciendo que diera vueltas por sobre los escalones de las gradas. Sus extremidades golpeaban contra las piedras y enseguida sintió los moratones en sus piernas y brazos, tanto como la sangre pegajosa y roja manchar su uniforme mientras salía de sus heridas abiertas.
En el suelo, Ana no se pudo mover del dolor.
—Ah, casi lo lograste, Lupin —escuchó decir a Lucius Malfoy, su tono estaba mezclado en falso desdén y furia por haber causado daño a los otros—. Pero he escuchado cuán poca puntería tienes para todo, luchar no es tu fuerte. Demasiado débil para serlo.
—¿Lupin? —inquirió, quién Ana reconoció como Bellatrix Lestrange, con curiosidad y una sonrisa repugnante—. Ah, pero si ya veo... Igual a su maldita y muerta madre...
Los ojos de Ana picaron de furia y dolor. Mover una minúscula extremidad hacía que una sensación ardiente y arrasante se posara en ella; estaba atrapada y no podía escapar. Respirar le dolía, mantener los ojos abiertos le quemaba... un jadeo salió de sus labios cuando una de las botas de Lestrange pisó su brazo derecho donde su mano soltó su varita. Vio la varita de la mujer apuntada hacia ella.
—Veamos si eres igual a tu madre —la sonrisa de la bruja era macabra, tanto que Ana sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo—. Nunca supo aprender cuándo rendirse.
No pudo defenderse. No pudo hacer nada. Y entonces, Bellatrix gritó con su varita apuntada hacia Ana:
—¡Crucio!
El dolor que Ana sintió cuando la maldición golpeó directo en su pecho fue más allá de cualquier otra sensación que había experimentado en su vida. Sus huesos se encontraban en llamas; el dolor de cabeza partía su cabeza; su garganta se estremecía ante los gritos que salían de ella o se golpeaban contra sus paredes internas sin poder salir. Como si miles de cuchillos afilados y calientes como el sol traspasaran su piel con la facilidad de una aguja. Tenía la vaga sensación que morir... morir era más piadoso que aquello.
Sus oídos zumbaban y no podía oír lo que sucedía a su alrededor. Dejó de sentir el dolor pero aún podía sentir el recuerdo en sus dedos entumecidos y su visión borrosa; quiso levantarse pero sus brazos le fallaron. Ya no tenía lágrimas para llorar.
Unos brazos la rodearon y la levantaron del suelo. Ana levantó su cabeza y notó que se trataba de Harry. Sus anteojos caían por su nariz, su piel bronce y cálida brillaba con las gotas de sudor que caían de su rostro, pero sus ojos estaban apagados mientras la observaba.
—¿Estás bien?
Ana comenzó a oír que alrededor suyo ya había una batalla. Pudo ver por el rabillo de su ojo la silueta de su padre tirando hechizo tras hechizo hacia alguien. Asintió mientras acomodaba los anteojos de su amigo.
—Lo estaré... —Ana jadeó y trató de mantener el balance de su propio peso. Aferró el agarre que tenía en su varita.
De la nada, una figura que Ana no tuvo tiempo de distinguir tiró de ellos hacia sí, salvando a ambos de un hechizo que dio contra el suelo justo donde habían estado antes y produjo una explosión que dejó un cráter donde Ana había yacido.
—Cuidado... —dijo la voz aterrada de Neville cuando estuvieron a pasos lejanos del peligro.
—Gracias —suspiraron Ana y Harry a la vez. No obstante, detrás de Neville se aproximaba la silueta de un mortífago de rostro familiar, lo que sacó una reacción en Ana, quien levantó su varita y exclamó:—. ¡Stupefy!
El cuerpo del mortífago se quedó tieso antes de caer inconsciente al suelo. Ana estaba terriblemente cansada y se desplomó en los brazos de sus amigos, aunque aún consciente.
—¡Harry! —James corrió hacia ellos, luego de neutralizar al mortífago que Ana había hecho desmayar en la Sala de los Cristales; se encontraba preocupado—. Saquen a Ana de aquí y...
Se tuvieron que agachar, pues un haz de luz verde había pasado rozando a James. Ana casi cayó del agarre de sus amigos pero les clavó los dedos en sus hombros.
—¡Váyanse de aquí los tres! —gritó James, la punta de su varita emanaba varias chispas de colores con la cantidad de hechizos que realizaba; aun así, su atención estaba completamente en Harry, Ana y Neville—. ¡Corran! ¡Escóndanse!
Ninguno dudó en acatar las órdenes de James, y enseguida, Harry y Neville llevaron a Ana —que trataba con todo su ser que sus piernas la obedecieran— por donde ella anteriormente había entrado a la sala. Por encima de su hombro, Ana vio que James iba al encuentro con otro mortífago que quería acercarse a los tres amigos. Giró su rostro hacia la luz de la otra sala, que se veía por el umbral de la puerta, cuando un hombre se abalanzó sobre ellos y los tres cayeron hacia atrás.
Ana golpeó sus codos contra la piedra del suelo y sintió una punzada recorrer sus extremidades luego del impacto. Levantó su mirada y observó a Lucius Malfoy amenazar a Harry con su varita en sus costillas mientras le exigía la profecía. Con la energía que aún tenía guardada, Ana volvió a mover su varita.
—¡Expulso!
Temió que su puntería le volviera a fallar, pero para su fortuna le dio directo en la espalda, haciendo que el hombre saliera volando con un alarido de furia y chocara contra la tarima sobre la que Sirius y Bellatrix se batían en duelo. Malfoy volvió a apuntar con la varita a los tres, pero antes de que pudiera tomar aliento para atacar, Remus, de un salto, se había colocado entre Lucius y los tres amigos.
—¡Busquen a los otros y salgan de aquí! —Remus no pudo evitar lanzar una mirada de preocupación a Ana, que seguía en el suelo—. ¡Junta tus últimas fuerzas, Ana! ¡Ve!
Ana se aferró a los hombros de sus amigos mientras subían despacio los escalones de las gradas, pues su peso muerto no los dejaba moverse con más rapidez. Estaban llegando a la mitad de las gradas, cuando una explosión bajo sus pies hizo que salieran volando a diferentes rincones de la sala. Mientras que Harry había ido a parar cerca de donde habían entrado, Ana y Neville se golpearon con las gradas de la mitad de la sala.
El aire de los pulmones de Ana se atascó dentro suyo y un quejido de dolor dejó sus labios mientras apoyaba sus codos a carne viva, y las mangas de su túnica destrozadas, en el suelo de piedra. Neville estaba tratando de sacar los escombros que habían caído sobre su cuerpo y Ana se propuso a ayudarlo, cuando por el rabillo de su ojo vio que Sirius y Bellatrix eran los únicos que seguían luchando.
Una oleada de ira recorrió el cuerpo adolorido de Ana mientras sus ojos se fijaban en la mujer. La odiaba por haber lastimado a los padres de Neville, por haber insultado a su madre, por estar luchando contra Sirius y por haberle hecho una maldición. Sus piernas la impulsaron hacia arriba aunque sus rodillas estuvieran a segundos de doblarse entre sí, y su mano agarró su estómago que estaba adolorido por todos los golpes que había recibido.
Bellatrix le había preguntado si es que era como su madre, pero no era para nada como ella. Faith Ward usaba su cabeza; Ana era más impráctica.
De un pique, del cual no supo de dónde había sacado la energía o fuerza para hacerlo más que la adrenalina del momento, Ana saltó hacia Bellatrix que se encontraba a pasos de ella. No tuvo tiempo de reaccionar, pues su atención estaba consumida en Sirius, y en cuestión de segundos, Ana la había derribado con todo su cuerpo hasta que ambas cayeron hacia el suelo frío y rocoso.
Ana amortiguó su caída con el cuerpo de Bellatrix, cuyos ojos estaban abiertos y llenos de demencia y furia hacia ella y su interrupción. Tal vez hasta hacia su atrevimiento al tocarla. A Ana no le importó, y una vez que ambas tocaron el suelo, le dio una cachetada con toda la furia e imprudencia que se juntó en el mismo punto de su cuerpo.
No sintió cuando un par de brazos la agarraron por detrás y la levantaron del suelo, alejándola de Bellatrix que estaba a segundos de alzar su varita y torturarla de nuevo.
—¡NO TOQUES A MIS AMIGOS, MALDITA LOCA! —chillaba Ana en su momento de desquicio mientras su padre le susurraba que se detuviera, que ya estarían bien.
En lo profundo de su mente se situó la duda de si había terminado igual de demente que su madre, pero mientras Bellatrix se levantaba y recibía hechizos de otras personas que no le darían el tiempo para lastimar a Ana, ella se dejó llevar a un lugar seguro en los brazos de su padre. Con la última visión que sus ojos vieron antes de salir por el umbral de una de las puertas siendo a Dumbledore por fin acorralar a los mortífagos que podía.
• • •
Estaban en Hogwarts. Aún era temprano; era la madrugada y todo el colegio se encontraba dormido. Sus amigos estaban desmayados del sueño o inconscientes, pero Ana no podía pegar un ojo aunque sus párpados se cerraran cada diez segundos. Mitad de su cuerpo dolía mientras que la otra mitad estaba adormecida. Podía sentir un dejo de dolor en sus piernas, pero más que ello, parecían no estar unidas con su torso. Al menos eso es lo que sentía.
No recordaba cómo había llegado a la enfermería de Hogwarts, tampoco recordaba a Mary curar sus heridas y hablarle para que saliera de su trance. Podía que su cuerpo estuviera yaciendo en una de las camillas de la enfermería, pero la mente de Ana estaba muy lejos para siquiera reconocer lo que tenía enfrente.
Aún recordaba la vaga sensación de sus sentidos entumecidos por la magia que había chispeado en su piel antes de salvar a Hermione, podía sentir aquella furia y miedo encontrar un punto en común mientras la vibración de la magia la hacía temblar en su lugar. Tampoco podía hacerse olvidar el odio que surgió al ver a Bellatrix Lestrange tratar de lastimar a Sirius luego de todo lo que había hecho y dicho. Cada vez que recordaba su sonrisa demente su cuerpo temblaba. Odio. Puro odio.
Nunca había sentido esa emoción, y si alguna vez lo había hecho, nunca la había seguido como aquella noche. Era nueva. Nueva y peligrosa. ¿Debería empujarla o aceptarla? Nada bueno vendría del odio... pero aquella chispa había surgido cuando lo había aceptado y mentiría si no sentía inmensa curiosidad.
Relamió sus labios secos, ojos fijos en el techo blanco mientras las cortinas alrededor suyo se movían con suavidad, culpa de la brisa que entraba de una de las ventanas.
Tal vez Bellatrix había tenido razón. Quizá no sabría cuándo rendirse; solo tal vez terminaría igual de demente que ella. Tal vez ese era el destino de su familia. Demencia y dolor. Maldición tras maldición. Un destino sin escapatoria.
Estaba cansada. Muy cansada.
Sus ojos viajaron hacia su túnica, que estaba tendida en el respaldo de la silla al lado de su camilla. Tenía el vago recuerdo de que alguien se había sentado con anterioridad. No recordaba quién; pero recordaba qué había en el interior de uno de los bolsillos de su túnica.
Si quería inspeccionarla sin interrupciones, aquel era el momento indicado. Solo debería estirar su mano... un poco más... luego debería recordar cuál bolsillo era donde lo escondía... y... ahí.
Cuando su brazo se dobló hacia su pecho se dio cuenta de que había retenido su respiración. Parte para no hacer ruido, y otra parte por el dolor. Sus dedos hicieron girar la bola de cristal con suavidad, bajo sus uñas aún tenía sucio con sangre seca pero no dejó ninguna mancha en el cristal. La débil luz dentro de la bola aún se podía ver, y Ana sintió la luz azul brillar contra sus ojos. Si alguien más la viera, notaría que los golpes y cortes en su rostro también se iluminaban en un débil brillo celeste.
No sabía cómo la bola de cristal había sobrevivido todas las veces que Ana había caído al piso o había salido volando por los aires, pero admitía estar aliviada de que ese fuera el caso. Tenía tantas preguntas que al fin podría responder una con aquella bola de cristal en sus manos. ¿Qué profecía llevaba su nombre?
«¿Cómo funciona esto?» pensó dentro suyo dado que sus labios no funcionaban en esos momentos. Aún sentía su garganta raspar con las heridas internas de sus gritos. Sintió una oleada de mareo cuando concentró su visión en la esfera en sus manos.
La reacción de la bola de cristal fue diferente a cuando estas eran tiradas al suelo y eran rotas por el impacto, y dejaban salir aquellas figuras plateadas de su interior. Esta vez, la esfera se había calentado más de lo normal tanto como el color de su brillo interior. El color azul fue reemplazado por un color naranja como el fuego de la chimenea más cálida, no obstante, no era un color acogedor. Era una advertencia.
Una voz desconocida y masculina comenzó a susurrar en su mente mientras sus ojos brillaban ante el color cambiante frente suyo.
Viva y muerta niña, nacida bajo la luna sangrante... Hija de lobos e hija de locos... Ella quien luche contra quien traiga la victoria, quien traiga la muerte, ladrón de la noche y cuyo amante en restos padece... Luna y sombras por sus venas se mueven, con poder tan letal para burlar a La Muerte... Una se salvará mientras la otra se muere, pues no se puede burlar a la muerte más de dos veces.
• • •
holaaa buen domingoo
¿cómo están? yo cagada de calor help odio el verano
espero que les haya gustado el capítulo, muchísimas gracias a les nuevxs lectores y a les lectores de siempre y su apoyo <3
nos vemos la próxima ¡!
•chauuu•
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