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𝐬𝐢𝐱𝐭𝐲 𝐟𝐨𝐮𝐫

"El lenguaje del amor"

El regreso a Hogwarts tuvo lugar una semana después, y Ana viajó junto al grupo de Parvati y Lavender por segunda vez en el año en vez de su propio grupo, ya que no se encontraban viajando en el tren.

La última semana de vacaciones se había ido volando, y aunque la oportunidad de ganarse la aceptación de la madre de Dalia había sido un fracaso, Ana había pasado toda la semana junto a ella. Se había enterado que a su padre le había caído bien; escuchó todas las historias de Dalia acerca del largo viaje en busca de una cura; y finalmente, comprendió que todo cobraba sentido. El poema de Dupont había hecho un comentario acerca del verano siendo frío y débil, y ahora Ana sabía con certeza de porqué era eso: Dalia había nacido casi muerta, y tal vez por eso, el sol la había ayudado.

La última parte aún era una teoría.

El lunes a la mañana, mientras desayunaban aún un poco dormidos en el Gran Comedor, Harry le contó a Ana lo que se había perdido esa última semana. Al parecer, por orden de Dumbledore, Snape debía enseñarle a Harry el arte de la Oclumancia: La defensa mágica de la mente contra invasiones externas. Al parecer, durante todo el trimestre le estaría dando clases privadas una vez por semana.

—¿Y tu papá dijo algo? —preguntó Ana con su vaso de jugo en la mano—. Me refiero a que Snape te tenga que enseñar.

—Me dijo que es el indicado para hacerlo —suspiró Harry, empujando la comida de su plato con un tenedor—. Que sabe mucho acerca de ese tipo de magia... pero que si en cualquier momento Snape me hacía sentir irremediablemente incómodo, que le dijera a él para que me ayudara. Le tiene demasiada fe a Snape aunque no le caiga del todo bien...

«Y ¿a quién no?»

El día estuvo lleno de clases lentas, acompañadas de punzantes dolores de cabeza, tanto que Ana estuvo al borde de decirle a Umbridge que se metiera el libro por un lugar inapropiado. La mujer no hablaba mucho en la clase, más que para decirles que siguieran leyendo el libro y escribieran, pero cuando lo hacía, era una migraña más.

En la tarde, luego de la última hora de clase con Umbridge, Ana hizo lo que ya era una rutina para ella, y se escabulló hacia el pasillo donde Blaise la esperaba. O al menos, ella siempre tenía la certeza de ello aunque podría estar equivocada.

Pero como siempre en esos casos, no lo estaba.

Blaise la esperaba sentado en su asiento de siempre y con un libro en mano. El sol bajo que se podía ver detrás de las ventanas iluminaba su cuerpo desde atrás, dándole un aspecto más etéreo. Cuando la notó, levantó su cabeza y le dedicó una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios.

—Abaroa.

—Hola, Blaise —sonrió ella antes de sentarse frente a él, y sacar los deberes que Umbridge les había enviado esa misma tarde—. Gracias por el libro de flores, es muy interesante. No sabía que había tantas formas de decir "te quiero"... o "eres repugnante". ¡Ah! Y Limonada adoró esa pelota que nunca deja de rebotar... pero nana no está muy contenta de tener que escuchar eso todo el tiempo.

Blaise chasqueó su lengua pero no dejó de sonreír. Bajó la pierna que estaba doblada encima de la otra y se acomodó en su asiento.

—Y gracias a ti por las medias —levantó su pantalón oscuro, dejando ver una las medias grises y verdes—. Debo decir que son más cómodas que las del uniforme.

Ana rió, sorprendida de que las estuviera usando en esos momentos, pero se calmó con rapidez mientras buscaba su lapicera favorita. Blaise dejó el libro que estaba leyendo y se cruzó de brazos mientras la observaba.

—Te iba a contar, además, que he estado releyendo el poema para poder entenderlo mejor, y descubrí que la única característica de la persona que nos faltaba descifrar era el cabello. Por lo tanto, supuse que esta persona tiene el pelo azul y verde...

—Ah...

Ana no le había contado acerca de que había descubierto que Dalia era la persona del poema cuando lo había descubierto días antes de las vacaciones de invierno. Pues había llegado el momento.

—Verás, Blaise... —se aclaró la garganta—. Descubrí quién es la persona del poema antes de irnos de vacaciones... Es... mi vecina Dalia...

Blaise se quedó tieso mientras procesaba la información que Ana estaba vomitando frente suyo.

—¿Ya lo has descubierto...?

—...Bueno, técnicamente no es mi vecina, sino que sus abuelos lo son, pero ella está todo el tiempo allí así que es un detalle que podemos ignorar... Aunque el detalle es literalmente inservible... —Ana continuó hablando sin escuchar la pregunta que se había hecho Blaise, pero su boca se cerró cuando formuló la siguiente pregunta.

—¿Y ahora qué?

Los hombros de Ana se hundieron cuando escucharon esa pregunta. «¿Ahora qué?» Ana no tenía ni la menor idea. Aquella voz extraña de sus sueños no había explicado nunca nada, por lo que ahora que había descubierto el misterio que la había comido por casi un año, no tenía nada más que hacer. Es decir, ni siquiera sabía qué significaba que Dalia fuese besada por el sol. Ni sabía lo que significaba que a ella la hubiese revivido la luna. Todo era confuso.

—No sé... —admitió Ana con decepción colgando de sus facciones—. Aunque... aquella voz que me habló cuando estaba en ese coma de dos semanas me advirtió de alguien... Eh... ¿Alguien que busca la victoria para sí mismo?

—¿Y qué significa eso?

—Ya sabes que explicar no es el estilo de esa voz —resopló Ana y se cruzó de brazos.

Blaise suspiró y pasó una mano por su rostro. Ana conocía esa sensación muy bien.

—Bueno... ahora tenemos que centrarnos en eso. Tal vez haya un libro que habla de eso. Iré mañana a la biblioteca y buscaré algo.

—Y yo le preguntaré a la profesora Babbling si hay noticias de Berenice Babbling, y le enviaré después una carta a ella para decirle lo que hemos descubierto y si tiene alguna idea de lo que significa...

Blaise asintió y volvió a abrir su libro con un poco más de satisfacción que antes. Ana sonrió con más humor.

—Entonces está decidido, es un comienzo... Ahora cuéntame más acerca de tu vecina, tal vez algo nos ayude a descubrir porqué fue besada por el sol.


Más tarde, Ana volvió a la biblioteca junto a Hermione y Ron para terminar de hacer los deberes con su ayuda. Más de Hermione que de Ron. Había otros estudiantes, casi todos de quinto curso, sentados a las mesas cercanas, iluminadas con lámparas; tenían la nariz pegada a los libros y rasgueaban febrilmente con las plumas, mientras detrás de las ventanas con parteluz el cielo se iba oscureciendo poco a poco. Lo único que se oía, aparte del rasgueo de las plumas, eran los débiles crujidos de uno de los zapatos de Madame Pince mientras la bibliotecaria se paseaba amenazadoramente por los pasillos vigilando a los estudiantes que tocaban sus valiosos libros.

Cada cinco segundos, Ana sentía sus ojos de águila sobre su espalda.

Se estaba durmiendo por unos segundos, después de leer la tercera consigna de su trabajo, cuando sintió cómo alguien más se sentaba a su lado. Abrió los ojos y vio la sudada y adolorida silueta de Harry. La cicatriz de la frente destacaba más de lo normal. Casi al rojo vivo.

—¿Estás bien, Harry? —preguntó Ana y le dio un pañuelo de tela para que se secara el rostro. Al parecer, la clase particular con Snape no había ido tan bien.

—Sí, estoy bien... Bueno, no lo sé... —respondió él, e hizo una mueca de dolor que Ana no ignoró—. Escuchen, acabo de darme cuenta de una cosa...

Harry les contó que hacía meses había soñado con una puerta que no parecía abrirse, y que con la ayuda de la impaciencia de Snape, había logrado recordar que había visto la puerta una vez en su vida. La había visto cuando caminaba por los pasillos del ministerio junto a su padre, antes de ir a presentarse frente al tribunal. Era la puerta que daba hacia el Departamento de Misterios.

—¿Estás diciendo..., estás insinuando... —susurró Ron cuando Madame Pince hubo pasado por su lado, produciendo ligeros crujidos al caminar— que el arma..., eso que busca Quien-tú-sabes..., está en el Ministerio de la Magia?

—En el Departamento de Misterios, sí, estoy convencido —dijo Harry en voz baja—. Vi esa puerta cuando papá me acompañó a las salas del tribunal donde se celebró mi vista, y estoy seguro de que es la misma que tu padre estaba vigilando cuando lo mordió la serpiente.

—Eso es interesante... —afirmó Ana—. Escalofriante, pero es curioso...

Hermione exhaló un largo y lento suspiro.

—Claro —dijo.

—Claro ¿qué? —inquirió Ron, alterado.

—Piensa un poco, Ron... Sturgis Podmore intentaba entrar por una puerta del Ministerio de la Magia... ¡Debía de ser ésa, no puede tratarse de una coincidencia!

—¿Cómo iba a querer entrar Sturgis por esa puerta si está en nuestro bando? —objetó Ron.

—No lo sé —admitió Hermione—. Es un poco raro...

—Bueno... —Harry frunció el ceño—. Alguna vez escuché a papá decir que quienes trabajan allí se hacen llamar inefables, pero en realidad nadie sabe lo que hacen allí. Si lo sacan a la luz, los despedirían en el momento... Entonces tiene sentido si hay algo secreto allí. Es el mejor lugar para esconderlo... Ugh...

Harry pasó sus manos con fuerza sobre su frente, como si quisiera excavarla y tirarla por la ventana.

—¿Te encuentras bien, Harry? —preguntó Hermione preocupada.

—Sí, estoy bien... —afirmó, y bajó las manos, que le temblaban—. Aunque estoy un poco... No me gusta mucho la Oclumancia.

—Me imagino —dijo Ana con una mueca en sus labios—. No se escucha nada lindo que invadan tu cerebro, suena doloroso. Volvamos a la sala común. Estoy muerta.

Por fortuna, Ana fue directo a la habitación cuando entraron a la sala común, porque Fred y George se encontraban haciendo pruebas con sus artículos y hacían más ruido de lo necesario. Subió por las escaleras caracol, y cuando entró al dormitorio compartido fue directo hacia el baño para darse una larga ducha tibia que relajara sus músculos e hiciera desaparecer el dolor de cabeza.

Su cabello aún estaba mojado cuando se recostó en su cama, y todavía lo estaba cuando cayó dormida y con la boca medio abierta. Hacía meses había tenido sueños incoherentes o no sueños en total, había noches en donde tomaba té con Michael Myers, otras que era una mariposa y volaba lento y casi tocando el suelo... Pero ese no fue el caso de aquella noche.

Estaba en la oscuridad absoluta, en completo silencio (lo cual era inquietante) y no podía sentir ninguna superficie que la tocara. Estaba flotando. Muy en el fondo, Ana sabía que había estado en ese lugar más veces de las que podía contar con sus dedos. Era el lugar donde había escuchado a la voz, y donde las sensaciones de su nacimiento y la muerte de Cedric se habían presentado. Aún no sabía cómo su cabeza, o la magia aquella, había podido mostrarle el futuro, pero era una de las miles de preguntas que no resolvería nunca. Al menos no con la ayuda de la voz.

De repente, como tantas veces, aquella voz suave pero etérea se hizo escuchar en la distancia. Sonaba distorsionada, casi aislada.

Pro... fecía... ro... cía...

Ana sintió una extraña sensación, como si pudiera sentir a todos sus músculos y órganos prepararse para que ella pudiera hablar. Le dieron náuseas.

—¿Profecía...? Sí... ¿Cuál?

... oria...os... Mis...

Si pudiera sentir sus manos, Ana se arrancaría los pelos.

—¡Dónde está la profecía! ¡Habla más alto!

... victoria... sa... sa...

Ana sintió la impotencia recorrer cada minúsculo átomo de su cuerpo con tal detalle que sintió escalofríos hasta en zonas que nunca había sentido.

—¿Victoria? ¡Quién es Victoria!

Sabe.

Antes de que Ana pudiera seguir gritando a la nada misma a qué se refería, de la nada, un punto de luz en la distancia se fue acercando con tanta rapidez que en cuestión de segundos se transformó en una pelota que ganaba espacio con cada segundo en que avanzaba hacia Ana.

Se estaba acercando... Era la luz... No, se acercaba más, era la luna... No, no era eso... Era...

La cabeza de Ana se golpeó contra la pared detrás de su cama cuando se levantó de repente y se fue hacia atrás del susto. Su corazón latía con tal fuerza que su pecho dolía más que su cabeza; su cuerpo entero transpiraba aunque afuera estuviera nevando; y la oscuridad que estaba detrás de sus cortinas le indicaba que ya todas sus amigas se habían ido a dormir. Se volvió a recostar contra su almohada, aún con la respiración irregular. Mientras veía la oscuridad encima suyo, solo un pensamiento se presentó en su cerebro:

Nuevamente, había más dudas que problemas.

•      •      •

La mañana siguiente fue un tiempo de golpes bajos. Primero, Ana se había despertado con el peor dolor de cabeza de la historia, y tenía la sospecha de que era consecuencia de su golpe y de la pesadilla que le había invadido cada parte de su memoria; si antes su memoria era un juego de azar, ahora era como un taladro, repetitivo e intenso. Segundo, El Profeta de Hermione les trajo noticias devastadoras: Algunos de los mortífagos que habían estado bajo la vigilancia de los dementores en Azkaban, la noche anterior habían escapado bajo sus narices; y entre ellos estaba incluida la prima de Sirius, Bellatrix Lestrange. Y en tercer lugar, Broderick Bode, uno de los pacientes de San Mungo que se encontraba en la misma sala que los padres de Neville y Lockhart, había sido estrangulado por un lazo del diablo, que era una planta peligrosa. Al parecer, había sido parte de un plan de asesinato.

El miércoles, antes de la primera hora de clases, Ana fue más temprano al aula de Runas Antiguas para poder preguntar a la profesora Babbling acerca de cómo se encontraba su mamá. Era un poco extraño hacerle ese tipo de preguntas a una de sus profesoras, pero por fortuna recibió las noticias de que su madre se encontraba mejor que nunca y que estaría a su disposición. Ana no pasó de largo la tensión de los hombros de la profesora Babbling, pero no era de su incumbencia los problemas familiares aunque quisiera saberlo con todo su ser. Esa misma tarde le envió una carta a Berenice Babbling, informando que había descubierto que Dalia, la hija de sus vecinos, al parecer tenía algo que ver con la magia del sol, y que al parecer una Victoria tenía las respuestas que ella buscaba. O al menos eso pensaba Ana.

No le contó a nadie acerca de su sueño.

En los días posteriores, mientras esperaba la respuesta de Berenice Babbling, Ana se volvió a juntar con Blaise durante las tardes para discutir lo que habían aprendido y descubrir cuál era el paso siguiente. No obstante, cada día Ana estaba más cansada por la repetición de aquel sueño tan extraño y abrupto; y cada vez se preguntaba aún más si debía simplemente contarle a Blaise que, aunque no comprendía qué significaba, había visto esa bola de luz volar hacia ella incontables de veces.

Sin embargo, el mundo no parecía estar de su lado, siempre queriendo hacer las elecciones por ella, y una tarde cuando estaba a punto de entrar al escondite de siempre, la voz de Hermione la hizo saltar en su lugar tal cual un gato asustado.

—¡Ay! —chilló Ana, una mano sobre su corazón y se dio media vuelta para observar a Hermione, Harry y Ron—. ¿Me quieren matar? ¿Qué pasa? ¿Qué... hacen aquí?

—Eso te lo podríamos preguntar a ti —dijo Ron con el ceño fruncido, mirando a su alrededor—. ¿Por qué estás en un pasillo sin salida?

Los cuatro se quedaron mirando en silencio por unos segundos; a Ana le picaba la cabeza.

—Eh... Es silencioso, me gusta... —se aclaró la garganta y miró a Hermione con confusión—. ¿Ahora puedo preguntar por qué me siguieron hasta aquí?

Hermione se mordió el interior de su mejilla y se cruzó de brazos mientras pensaba en cómo decir lo que tenía atascado en el pecho. No obstante, Ana encarando una ceja fue suficiente para hacerla estallar.

—¡Porque nos has estado mintiendo!

El color en el rostro de Ana se desvaneció por completo, su mirada vagaba entre los tres rostros cansados que la miraban. Sus palmas comenzaron a picar de los nervios. Esta vez Harry habló.

—Hermione quería darte el beneficio de la duda, pero con Ron sospechábamos de que algo estaba mal desde que fuiste a visitar a Trelawney; nunca vas a verla y nos pareció raro...

—Y desde ahí empezaste a estar más inquieta y cansada de lo normal —añadió Hermione cruzando sus brazos—. Durante el partido de quidditch evitaste responder, o peor, me mentiste en la cara; y ahora has vuelto a comenzar con las pesadillas. Ah, no me mires así, Ana. Te he estado escuchando durante las últimas semanas que te has levantado más veces de las que puedo contar con mis manos en medio de la noche y agitada. Es lo mismo que hace dos años —la expresión de Hermione se cayó, había dolor detrás de sus ojos—. ¿Es que sigues con esto de esconderlo todo? ¿No sirvió de nada la conversación que tuvimos en el tercer año? Ya sabes que no debes pasar por todo esto tú sola. Estamos los tres aquí. Nadie se queda detrás.

Ana escondió su rostro entre sus manos y sacudió su cabeza, aún sentía el rastro de una migraña.

—Ya sé, ya sé... —suspiró y los miró con culpa—. Sí, he estado teniendo esas pesadillas, sí he estado durmiendo mal... y sí, he estado escondiendo todo hasta desde antes de las vacaciones de invierno. Es más, desde principio de curso... pero no lo he estado haciendo sola, si eso sirve de consuelo.

Los tres la miraron con desconcierto a lo que Ana mordió su labio inferior pero les respondió.

—He estado teniendo ayuda de Blaise.

La incredulidad era visible en los tres, no obstante, Ron fue quien salió del trance de aquella noticia primero.

—¿Blaise... Zabini? ¿Estás hablando de ese Zabini? Dime que es otro Blaise...

—No, no estoy hablando de otro Blaise, Ron —Ana puso los ojos en blanco, pero cuando miró a Hermione, la culpa la llenó de nuevo.

—Pero... ¿Por qué? —preguntó ella en un susurro—. ¿Cómo es que has ido con él en vez de nosotros? ¿En vez de ? Nos contamos todo, Ana...

El pecho de Ana estaba adolorido mientras daba vueltas y caminaba sobre su lugar, sus manos se movían con incomprensión e impotencia alrededor de ella. Casi le dio un golpe al brazo de Ron, pero se detuvo de repente y los miró con obviedad.

—¡Porque ustedes están llenos de cosas que hacer! —dijo ella como si fuera lo más evidente del mundo. Los tres la miraron con confusión, a lo que suspiró—. Ya saben, con las clases del ED, con quienes-ustedes-saben... y ustedes ya saben, todo lo demás.

Ana no quería decir demasiado, porque sabía que Blaise se encontraba escuchando detrás de la estatua que escondía la entrada secreta al escondite. No sería sabio nombrar el nombre de La Orden fuera de un espacio seguro, para que otras partes no interesadas supieran de su existencia. Aunque tal vez Blaise sí sabía por parte de su madre, o tal vez Eloise Zabini había sido más astuta y había dejado a su hijo fuera de todos los problemas.

—Y, de todos modos, es más fácil hablar con Blaise de algo así, porque es indiferente a muchas cosas —explicó Ana, abrazándose a sí misma—. Somos amigos, pero... a veces es más fácil contarle tus secretos a alguien que no conoces tan bien ni sabes si realmente se preocupa por ti.

Los tres se miraron sin saber qué decir, pero Hermione dio un paso hacia ella y le dio un pequeño abrazo que Ana no dudó en devolver.

—Creo que subestimas cuánto Zabini confía en ti... —susurró Hermione en su oído para que los otros dos no la escucharan—. Pero si eso es lo que te hace sentir mejor...

Hermione se separó y asintió, su mirada era más firme ahora.

—Bueno, de ahora en más quiero que nos cuentes todo, ¿sí? Y me refiero a todo. Esta noche nos contarás con el absoluto detalle y cada vez que tengas más pesadillas me las describirás antes de ir a desayunar. No quiero peros, quiero respuestas.

Los labios de Ana temblaron en una sonrisa y asintió ante el pedido de su amiga.

—Genial —dijo Ron y juntó sus manos—. Ya me estaba cansando de los secretos, son terribles...

—Les prometo que les voy a contar todo.

Hermione asintió y fue la primera en caminar hacia la entrada del pasillo, donde las escaleras movedizas se conectaban y desconectaban de los pasillos; Ron la siguió y finalmente Harry le dio una cansada sonrisa a medias antes de volverse con los otros. Por su parte, Ana entró al escondite cuando dejó de divisarlos en la distancia.

Blaise estaba sentado en su asiento de siempre, ceño fruncido de concentración mientras leía uno de los libros que había encontrado en la biblioteca. Ana se acercó al asiento frente a él, pero se giró hacia él cuando habló.

—¿Es que piensas tan bajo de mí?

Sin entender a qué se refería el comentario, Ana se sentó en su lugar con la cabeza ladeada.

—¿Qué?

Ante su ignorancia, Blaise cerró el libro y la miró con el ceño fruncido y una mueca en sus labios. Fue ahí cuando Ana se dio cuenta de que su ceño no estaba fruncido por la concentración, sino por la irritación que sentía por ella en esos momentos.

—Si hablas tan alto frente a la entrada, se puede escuchar todo, ¿sabías? Ahora, preguntaré de nuevo, ¿es que piensas tan bajo de mí?

De golpe, Ana se dio cuenta de que se refería a la conversación que hacía momentos había tenido con sus amigos, y que Blaise estaba hablando de lo que ella había dicho a Hermione como forma de explicación de porqué hablar con él era más fácil. Todo aquello que había dicho acerca de su indiferencia. De eso se trataba.

—Claro que no pienso bajo de ti, Blaise... —dijo ella rápido, no quería que hubiera malentendidos.

No obstante, Blaise rió con amargura y sacudió su cabeza de un lado para otro. No le creía.

—Por lo que escuché, no parece de tal forma, Abaroa. Después de todo este tiempo... ¿me dices que no me preocupo por ti? —sus brazos se levantaron con incredulidad, y de las pocas veces que Ana había visto tanta sorpresa en las facciones de Blaise, aquel tipo no le gustaba para nada en sus ojos—. ¿Es que eres tan ignorante? Aquí estaba yo; pensando que tal vez estaba haciendo demasiado, que me había pasado del límite de mi incumbencia. De que me preocupaba más de lo necesario.

Ana sintió una chispa dentro suyo, y su ceño se frunció tal cual Blaise. Parecían imitar al otro.

—¿Puedes culparme? Siempre actúas indiferente con todo y todos. No estoy diciendo que no te preocupes o que no tienes sentimientos, Blaise, pero no eres exactamente una persona muy fácil de leer. Eres mi amigo, pero sacar información de ti es más difícil que un examen de Pociones.

—Pero sabes el por qué no me abro tanto con la gente —escupió Blaise y se levantó de su asiento, dando un paso hacia ella—. ¿Por qué eres tan necia?

—Ya sé porqué lo haces, pero aún así tengo la libertad de decir que me confundes. ¡Siempre me confundes! —insistió Ana y se levantó de su asiento, no habiendo podido siquiera apoyar sus libros—. Sé que somos amigos, Blaise, pero haces muy difícil que yo vea si en realidad me consideras a como una amiga.

Ambos estaban cerca del otro, por lo que Blaise tuvo que bajar la mirada para poder mostrarle cuán estupefacto se encontraba.

—¿Cómo no podría preocuparme por ti...?

Blaise dio unos pasos hacia atrás hasta poder sentarse sobre el asiento de antes, Ana lo miró desde arriba.

—He perdido la cuenta de cuántas veces hablamos de ser amigos... no puedo creer que aún no me creas —confesó él y la miró con extrañeza—. Recuerdo todo lo que me has contado. Sé que te gustan las flores de cardamine, las galletas de jengibre, las criaturas mágicas y prefieres el chocolate caliente antes que el té; de hecho, odias el té. También sé que no te gusta estar en lugares donde hay mucha gente porque te hace sentir insegura, y mucho ruido te hace poner alerta...

»Te he visto llevar luto por tu padre cada diciembre, pero reconozco que lo extrañas todos los días; sé cuánto te gusta aprender de todo aunque odies estudiar y que no puedes evitar hacerte amigo de cualquier persona que no sea irremediable —los ojos oscuros de Blaise la miraron con extrañeza—. Recuerdo cada pequeño detalle de ti, porque ¿cómo es que no eres merecedora de ser absolutamente todo para alguien?

El corazón de Ana dio tal brinco que ella misma tuvo que sentarse frente a él. Su mente estaba borrosa pero aún así el puro terror de sentir que había echado a perder toda su relación con Blaise la hizo temblar de pies a cabeza. No entendía cómo había podido decirle todas esas cosas. Tenía merecido sentirse terrible, como si un tren la hubiese pisado.

Había sido el dolor en la voz de Blaise que le recordó a Ana cuánto se había equivocado con todas sus acusaciones acerca de él. Necesitaba explicarse, necesitaba hacerlo ahora.

—Sé que estuve mal cuando dije todo eso... —murmuró ella mirando hacia abajo, aún no sentía el valor para enfrentarlo—... Pero para mí es más fácil así.

—¿Qué es? —dijo él en casi un susurro.

Ana suspiró, mirada fija en sus manos que descansaban en su regazo.

—Pretender que no te importa. Es siempre más fácil decirme a mí misma que te sientes un poco indiferente hacia mí, porque tengo un poco de miedo de decepcionarte. Es decir... No comenzamos en los mejores de los términos, por tu culpa tanto como la mía, nos saboteamos... y por que no quiero volver a esos tiempos... Trato lo mejor de no decepcionarte.

Blaise parecía más confundido que antes.

—Eso... Eso es muy confuso y contradictorio.

Ana tiró su cabeza hacia atrás, sus manos se arrastraron por su rostro.

—¡Ugh, lo sé! No soy muy buena con mis palabras cuando estoy nerviosa... Pero... Lo que quiero decir es que valoro tanto nuestra amistad, que pensar que eres indiferente hace más fácil confrontar todo cuando arruino algo. Porque de esa manera se me es más fácil no... sentirme destrozada.

Por unos minutos, ambos se mantuvieron en silencio pero mirando los ojos del otro con la sangre latiendo en sus oídos. Blaise suspiró, pero la comisura de sus labios se alzaron por unos segundos.

—Eres muy complicada, ¿lo sabes?

Ana suspiró con alivio, hombros ya no más tensos. Le sonrió.

—Sí, tal vez... Pero no tienes espacio para hablar, Señor Scrooge.

Después de aquel día, además de confiar más en Blaise y su palabra, Ana tuvo que contarle absolutamente todo a Hermione, Harry y Ron. Les contó acerca del poema de Dupont y todo el tiempo que les había costado descifrarlo por completo con Blaise, les contó de quién se trataba el problema —lo que generó un montón de preguntas que Ana no pudo responder al estar tan confundida como ellos—, les contó acerca de sus sueños más recientes y la bola de luz que parecía volar hacia ella a una velocidad preocupante, y finalmente, les informó acerca de lo que aquella voz extraña le había contado el curso anterior durante su corto período dormida. Y aunque ellos mismos no tuvieran tantas respuestas, Ana sí se sintió como si un peso hubiera sido levantado de sus hombros.

Y de la nada, entre deberes y más deberes, y conversaciones con sus amigos, enero dio por finalizada su estadía y el 14 de febrero llegó a Hogwarts entre susurros emocionados y flores por todos lados.

—No puedo creer que todos recibieron algo excepto por mí... ¡Hasta Ron recibió chocolates!

—Ey, no me metas a mí, Ana.

—Perdón...

Cuando se habían sentado para desayunar, Ana no pudo evitar observar a su alrededor y ver cómo todos sus compañeros recibían al menos un pequeño regalo de San Valentín. El regalo de Harry era una cita con Cho Chang; el de Ron una pequeña caja de chocolates de una niña del segundo año que lo admiraba; Hermione había recibido una carta anónima; y entre Parvati y Lavender se podían contar más regalos que granos en la arena. Era injusto que ella no tuviera un admirador secreto que le regalara galletas de jengibre rellenas de crema.

—Bueno, es obvia la razón, Ana... —dijo Parvati y abrió una pequeña caja con un montón de golosinas rosadas y rojas y una gran carta brillante, en donde seguro alguien revelaba su amor eterno por ella—. La gente te tiene miedo.

Todos la observaron con incredulidad. La mandíbula de Ana cayó sobre su comida.

—¿Qué?

—¿Por qué alguien le tendría miedo a Ana? —preguntó Ron desconcertado.

—Bueno, para empezar... —Parvati abrió una cajita de metal donde habían pastillas con forma de corazón—... tiene una opinión para todo.

La mandíbula de Ana se levantó y puso los ojos en blanco.

—¿Es que eso es algo malo? Uy, perdón por tener una opinión...

—Siempre te tiene que responder con un poco de sarcasmo si hay una línea que pasaste.

Ana se quedó en silencio como el resto de la mesa mientras Parvati seguía enumerando las razones de la mala suerte de Ana, sin prestarle atención a sus comentarios.

—Le responde de mala forma a Snape y a Umbridge como si no fuera nada; es súper impulsiva; es rencorosa y va a ser dura por ello... Como con Seamus...

»Y cuando te ataca, logra encontrar tus puntos más débiles para que sientas la misma sensación que una navaja atravesando tu corazón.

Ana se había quedado sin palabras ante la crítica, no constructiva, de Parvati. Ron carraspeó.

—Lo siento, Ana. Traté de defender tu honor...

—No puedo creerlo —dijo Ana y recostó su mejilla sobre la fría madera—. ¿Me estás diciendo que lo único que recibiré en San Valentín será la nada misma envuelta en una suave capa de miedo?

Parvati se encogió de hombros y comió uno de los bombones rellenos de una de las miles de cajas.

—Lo siento.

Desanimada, y sin poder ser motivada ni por las palabras de Hermione (que le decía que San Valentín no era más que una farsa del capitalismo), continuó comiendo su desayuno que no contenía bombones de chocolate, hasta el final. Fue cuando Hermione estaba comenzando a disculparse de que debía irse, luego de recibir otra carta anónima, cuando una de las últimas lechuzas hizo su gran entrada por los ventanales. En sus garras, llevaba atado el ramo de flores más grande que Ana había visto durante el desayuno, que también estaba acompañada por una caja mediana y blanca. Ninguno de los que estaban sentados esperaron a que bajara justo frente de ellos.

Los ojos de Ana se iluminaron.

—Ohh, flores para ti, Hermione —sonrió Ana encantada al ver el ramo de camelias rosas, hortensias, lirios hermosos y grandes, y tulipanes rojos. La lechuza se había parado justo frente a Ana y Hermione—. Diablos, ¿piensas que es de parte de Krum?

Hermione se avergonzó al escucharla decir eso, mientras que Ron se ponía colorado de la rabia a su lado. Con timidez, Hermione agarró la carta que estaba sujeta a las flores.

—¿Quién es el culpable de este hermoso regalo, Hermione? —inquirió Lavender mientras olía el dulce aroma de las flores—. Son bellísimas...

—Ana.

La revelación de Hermione hizo que todos, hasta Ana, se quedaran paralizados. Los demás giraron sus cabezas hacia ella mientras Ana fruncía el ceño.

—Lo siento, Hermione, pero esto está muy por encima de mi presupuesto. Debe de ser otra Ana.

Si Hermione hubiese tenido un segundo más se hubiese golpeado el rostro con la palma de su mano, pero en vez, negó con la cabeza.

—No, Ana. Este regalo no es para mí, es para ti.

Hermione le mostró la carta brillante y bordada justo frente su rostro y para Ana fue imposible ignorar el nombre Anastasia grabado con la caligrafía más hermosa del mundo. En efecto, era para ella.

—¡Já! Recibí un regalo —dijo Ana agarrando las flores y la caja. Hermione se disculpó diciendo que debía ir a contestar cuanto antes la carta, y se fue corriendo—. ¿Qué dices ahora, Parvati?

Sin inmutarse, Parvati admiraba su reflexión en el espejo portable de oro que llevaba a todos lados. Ana puso los ojos en blanco y admiró su nuevo regalo. Las flores eran hermosas, frescas y gigantes; y la caja blanca tenía un moño violeta que lo rodeaba, mientras que palabras elegantes y del mismo color cubrían la portada: "Pierre's Pâtisserie. 20 chocolats." Tenía la pinta más cursi del mundo.

—He recibido mis propios bombones... —suspiró satisfecha pero los dejó a un lado mientras tomaba la carta brillante en sus manos—. Pero ¿quién me dio un regalo así...? Hm, no tiene firma. Qué raro, yo no hubiese dejado pasar la oportunidad de presumir mi gusto...

—Entonces la persona que te envió esto al menos tiene más tacto que tú —se burló Harry ya levantado para ir a encontrar a Cho antes de ir a su cita.

—Já, já... Ron, ¿estás a punto de comerte mis chocolates?

Ana había levantado su mirada para sacarle la lengua a Harry, cuando vio por el rabillo de su ojo a Ron abrir la caja de bombones. Los chocolates que estaban adentro se veían deliciosos. Ron la miró apenado.

—Lo siento, Ana, es que se ven deliciosos...

—Merlín, Ana... ¿Pierre 's Pâtisserie? —dijo Lavender asomando su cabeza hacia ellos para observar con atención la caja de los chocolates—. Esa es una panadería muy costosa de Francia, Ana. Estos chocolates deben de salir un montón de galeones; tu admirador secreto debe tener los bolsillos muy profundos.

Ron dejó lentamente en la caja el chocolate que casi había entrado en su boca. Una mueca de horror se había posado en sus labios al escuchar el supuesto precio.

Unos minutos más tarde, Angelina se apareció detrás de Ron y lo obligó a seguirla hacia donde se encontraba el resto del equipo de Gryffindor ya que entrenarían todo el día para el próximo partido contra Hufflepuff. Parvati y Lavender también tuvieron que irse ya que habían reservado una mesa en el salón de té de Madame Pudipié (un lugar que parecía ser de lo más cursi y romántico que Hogsmeade tenía por ofrecer), y cuando Ana las vio alejarse, se preguntó cómo eso no contaba como una cita.

Ahora se encontraba sola, comiendo los últimos bocados del huevo revuelto y las croquetas de papa. Aquellos últimos días, lo único que la mantenía despierta era un desayuno completo aunque alrededor del mediodía quería devolver todo. Ya prácticamente no almorzaba.

Estaba por terminar su porción de croquetas, cuando una nueva lechuza voló hacia ella y aterrizó sobre su plato. Tenía un sobre rojo atado en su garra con un moño del mismo color.

—Bueno... no quería comer más... —murmuró Ana y le quitó con cuidado el sobre rojo—. Eh... gracias.

Le dio una golosina que sacó de su bolsillo y la lechuza pequeña se fue volando tan rápido como había llegado. Ana dio vuelta el sobre y sonrió al ver el nombre de Dalia, firmado con letras brillantes y coloridas. Dentro del sobre había dos láminas, sacó la primera y su corazón omitió un latido cuando vio que se trataba de una pequeña carta que decía «Feliz San Valentín» con muchos corazones dibujados alrededor; la otra lámina, para su sorpresa, trataba de una fotografía instantánea del cielo estrellado, con algunas estrellas marcadas hasta que formaban un rostro. Debajo, en marcador rojo, solo decía: .

Una aguda risa risueña casi se escapó de sus labios, pero fue rápida en darse cuenta y se tapó la boca, aunque nada podría borrar la gran sonrisa en sus labios. Ahora, luego de dejar sus dos regalos de San Valentín en su dormitorio, debía ir a Hogsmeade para devolverle el favor a Dalia. Sentía un revoltijo en su estómago de la anticipación, y enseguida, sus croquetas de papa quedaron en el olvido mientras corría fuera del Gran Comedor hacia su nuevo destino.

La caminata hacia Hogsmeade fue refrescante; hacía un día fresco y ventoso, pero no parecía estar diagnosticado que cayera nieve. La primavera llegaría en marzo, no obstante, ya la naturaleza comenzaba a hacer las preparaciones para recibirla. Ana esperó que su llegada fuera grata para Dalia, que había dicho que era su estación favorita.

Tenía que ir a la tienda de plumas "Scrivenshaft", donde iba a comprar los mismos pergaminos de colores que tantas veces habían usado para los carteles de P.e.d.d.o. Era la única tienda de Hogsmeade que podría comprar algo que no levantara sospechas a una muggle.

Hogsmeade estaba lleno de estudiantes, muchos de los que parecían querer disfrutar del día del amor con sus parejas, otros que ya parecían estar disfrutando en las sombras, y otros que solo querían salir con sus amigos. Ana se preguntó cómo la estaría pasando Harry con su cita con Cho.

—Abaroa.

Su viaje a la tienda de plumas ahora estaba temporalmente pausado.

—¡Blaise! —Ana se dio vuelta y miró a Blaise, que siempre que se paraba delante de ella parecía más alto de lo normal—. Qué raro verte en Hogsmeade. ¿Vas a la tienda de plumas? Yo también voy allí, tengo que comprar unos...

—Necesito hablar contigo... en privado —añadió Blaise luego de unos segundos, cuando Ana estaba a punto de asentir.

—Oh, claro... ehh... Vamos allí, ¿sí? —Ana señaló un espacio escondido detrás de un árbol y entre dos tiendas. Había mucha sombra.

Cuando Blaise la arrastró hacia allí, Ana empezó a sentirse inquieta ante el pulso acelerado en la muñeca del chico. No entendía qué lo traía tan nervioso. Llegaron a la oscuridad de la sombra detrás del árbol, donde nadie más que ellos los podían ver, y Ana esperó expectante a que su amigo le dijera porqué estaban allí. Pero luego de unos segundos donde Blaise no parecía poder quitar la mirada de sus manos nerviosas, Ana dio el primer paso.

—¿Qué era de lo que querías hablar?

Blaise levantó su mirada y Ana se sintió tan nerviosa como él.

—No sé por dónde empezar... —confesó él luego de tragar en seco—. Yo... pues... He tratado de ignorar esto. Verás, tal como tú no quieres decepcionarme ni arruinar nuestra amistad, yo tampoco quiero... Pero fallé. Miserablemente.

Ana sintió una brisa chocar contra ella y se cruzó de brazos para juntar calor.

—¿Ha... pasado algo?

Blaise se aclaró la garganta, su mano derecha pasó por su cabeza rapada en busca de un poco de apoyo. Parecía necesitarlo.

—Debes saber que tenía un discurso completo preparado... pero... Me temo que no me quedan palabras... No sé...

Ana nunca lo había visto nervioso como ahora; verlo transpirar, balbucear mientras hablaba y respirar entrecortadamente, no era exactamente tranquilizador para ella. Podía sentir la ansiedad brotar en sus venas, peor, podía sentir el miedo.

—Blaise, me estás asustando, ¿qué pasó...? Ay, creo que voy a vomitar... ¿estás bien?

Ana sentía náuseas; Blaise estaba mudo. Sus ojos no dejaban de observar a Ana con exasperación, no a ella, sino a sí mismo. Parecía estar en un debate interminable con su cabeza.

—Esto es un desastre —murmuró él incrédulo ante la situación—. Estoy haciendo el ridículo.

—No creo que sea ridículo... pero sí me estás haciendo sentir como si me estuviera muriendo.

Su porte sereno y suave de siempre se había desvanecido. Ahora, Ana solo podía ver frente a ella un chico normal y adolescente, sin palabras y lo suficiente nervioso para que sus palabras cayeran en una secuencia de trabalenguas. De un modo, era tranquilizador saber que él podía actuar tan perdidamente joven como ella; no obstante, su otra mitad se preocupaba de no saber qué era lo que lo tenía actuando así.

—No... no sé cómo fue que pasó —dijo Blaise en un susurro que Ana casi ignoró por completo.

—¿Que qué pasó?

Pero Blaise no parecía escucharla.

—Creo que me di cuenta cuando fuiste a mi casa durante el verano, específicamente cuando domaste a los pavos reales de mi nananbea. No era ningún problema que tú tuvieras que resolver, y aún así, cuando me viste en un conflicto me ayudaste y me enseñaste a cómo manejar la situación. Desde ese momento, no lo podía ignorar y lo tuve que aceptar... Pero si me preguntas cuándo todo comenzó... La única respuesta que tengo para ti es: hace mucho tiempo.

»Es decir, a veces no entiendo ni el porqué ni el cómo. Representas tantas cosas que nunca pensé que aceptaría: eres entrometida, impulsiva, demasiado terca para tu propio bien, eres emocional y ruidosa; ruidosa acerca de lo que sientes y por lo que luchas... aún cuando crees que lo mantienes todo escondido. Y aun con todo esto... trajiste tus problemas a mi puerta, incluso cuando no querías, confiaste en mí y me hiciste abrir... Me hiciste dar cuenta de que todas las cosas que odiaba de ti eran las que más me gustaban.

El corazón de Ana latió con fuerza.

—Al final, me ayudaste a crecer. Marcaste el comienzo de la línea, y finalmente (después de todos estos años), encontré la voluntad de dar los primeros pasos.

Ana no podía dejar de mirarlo. Estaba paralizada, pero podía escuchar cada una de sus palabras como si las estuviera gritando a los cuatro vientos. Blaise suspiró.

—Para terminar con esta divagación antes de que sea demasiado... Lo que te quería decir era que... Que me gustas. Me has gustado desde hace un largo tiempo, Ana.

Se sentía mareada; su mente estaba nublada. No podía sentir su cuerpo aunque se sintiera más pesada que nunca. Sus oídos zumbaban al sonido de su nombre siendo susurrado por la voz suave de Blaise. Se había escuchado tan sincero, tan modesto... tan querido; como si todos esos momentos en qué él no lo había usado era porque lo había mantenido cerca de su corazón, cuidándolo con toda su voluntad... Como si decirlo en voz alta le daría demasiado poder. Se sentía tan demente que no sabía qué sentir.

Entonces recordó el regalo de aquella mañana, las flores y los chocolates. Aquel regalo tan impresionante que la había sorprendido. Lo miró a los ojos.

—Esta mañana... esas flores... me las enviaste.

Blaise se vio sorprendido ante la mención del regalo de San Valentín.

—Ah, sí, las camelias rosas, las hortensias, los lirios y los tulipanes rojos. O en otras palabras: Envío este mensaje a ti, te anhelo por tu comprensión hacia mí, y te declaro mis sentimientos... Estoy muy consciente de que es demasiado para un ramo, y para ser el primer mensaje... Pero las flores no me han dejado mucho espacio para la simpleza.

Ana no sentía sus piernas, trastabilló hacia atrás. Blaise avanzó hacia delante con preocupación, Ana no reaccionó.

—Te... ¿Te encuentras bien? —Blaise frunció el ceño y dio un paso hacia atrás para darle espacio a Ana—. Ahora no debes responder a lo que he dicho si es que no lo deseas... No es mi intención presionarte... Solo quería decirlo...

Ana dio otro paso hacia atrás, desorientada y absolutamente sin palabras. Asintió con mirada perdida entre la oscuridad y la luz detrás del árbol, más allá de las sombras que los escondían.

—Yo... sí, tengo... tengo que pensarlo... Es decir... necesito... tiempo.

Blaise asintió, sus hombros cayeron a ambos lados de su cuerpo y dio un paso hacia uno de los costados para dejar el paso libre a Ana.

—No hay problema... Solo quería decirlo... Y, ¿Ana?

Ana tembló al escucharlo pero se detuvo en su lugar, después de haber dado unos pasos hacia la calle abarrotada de gente, y lo miró por encima de su hombro.

—No importa qué... y cualquiera sea tu respuesta... Me gustaría que siguiéramos siendo amigos. Si te sientes cómoda.

Ana asintió, pero cuando remontó su caminata por el claro de la calle donde cientos de personas desconocían de lo que había sucedido entre dos tiendas y detrás de un árbol, se dio cuenta de que no había escuchado lo que había dicho.

Scrivenshaft había quedado en el olvido.

•      •      •

El día había pasado, detrás de las cortinas cerradas el cielo había oscurecido hasta la noche y el frío de los terrenos se había vuelto más alto. Ana sabía que había malgastado un día completo, pero bajo la protección de sus mantas eso le traía sin cuidado. Luego de que Blaise admitiera que le gustaba, Ana caminó, no, corrió hacia el castillo y se encerró en el dormitorio sin siquiera saber acerca de la comida ni sus amigos. Podrían haber muerto todos y ella no se enteraría por un largo tiempo.

Solo cuando la puerta del dormitorio se abrió fue cuando se dio cuenta de todo el tiempo que había pasado. Las voces y risas de Parvati y Lavender acompañaron al fuego de las velas que se encendieron cuando entraron; y el escondite de Ana estaba funcionando hasta que la voz de Lavender resonó cerca de su cama.

—¿Ana? ¿Eres tú?

Un sonido ronco salió de la garganta de Ana, lo que terminó en sus mantas siendo tiradas al suelo por Parvati. Ambas sonreían por su día en Hogsmeade, hasta que vieron el rostro pálido de Ana.

—Viste los zapatos amarillos y verde vómito de Millie Seaver ¿no? —dijo Parvati cuando vio la ansiedad en sus ojos azules—. Solo eso explicaría porqué te ves como un gato mojado.

Ana protestó y se tiró hacia atrás, su cabeza rebotó contra su almohada suave. Lavender la miró preocupada.

—¿Te sientes bien, Ana? ¿Estás enferma?

Parvati puso una mueca y dio un paso hacia atrás, tal vez evitaba se contagiada de lo que fuera que tenía a Ana así. No la culpó.

—Algo pasó hoy... —murmuró Ana mirando al techo.

—Harry y Cho terminaron besuqueándose —adivinó Parvati y una mueca se posó en sus labios—. Ugh, no, eso ya lo sé. Casi devuelvo todas las galletas del salón de té...

Al pensar en la cita de su amigo con Cho, Ana dejó salir otra protesta y escondió su rostro entre su almohada para ahogar un grito. No quería pensar en el amor. Eso era lo último que quería pensar después del día que había tenido.

—Ana... ¿qué pasó en realidad? —insistió Lavender luego de haberle dado un pequeño empujón a Parvati. Ana había escuchado el golpe de manera aislada por su almohada—. ¿Quieres hablarlo? Estamos cien por ciento aquí para ti.

—Desde una distancia segura.

Otro golpe.

¿Quería hablar de lo que había pasado? Segundos atrás lo último que quería pensar era la declaración de Blaise, pero no podía ignorar que descargarse de todos los pensamientos que nublaban su mente no sonaba prometedor. Un suspiro dejó sus labios y abrazó la almohada, luego de sacarla de su rostro.

—Esta mañana... Blaise me dijo que le gustaba.

Ni Basil se arriesgó a respirar por cinco segundos luego de que Ana admitiera aquello. Parvati y Lavender se miraron lenta y asombradamente; Lavender volvió a mirar a Ana, sus ojos marrones y mejillas cachetonas hinchadas.

—Y eso... ¿es malo?

Lavender no sonaba muy convencida de sus palabras. De lo contrario, parecía querer saltar, chillar y abrazar a Ana con la más potente fuerza posible; sus ojos estaban brillando de felicidad.

Con una mueca, Ana suspiró.

—No... No lo sé —susurró ella, su mano acariciaba el pelaje de Basil.

—¿Fue el golpe más bajo de tu vida? ¿Ves ahora a Blaise con asco y te repugna que te vea así? —pregunta Parvati, a lo que Ana frunció el ceño y se sentó.

—¡No! Por supuesto que no.

—¿Salir con Blaise suena como una horrible pesadilla? —insistió Parvati con una ceja alzada. Los hombros de Ana cayeron.

—No... Yo... No... No creo...

—¿Te gusta?

Ana sintió la garganta y la boca seca; se relamió los labios con la mirada perdida. Su pecho dolía.

—¿Tal... vez? No lo sé.

Parvati suspiró y se cruzó de brazos, su mirada un poco más suave.

—Bueno, ¿qué es lo que sabes?

La respuesta descansaba en la lengua de Ana, y cuando se dignó en abrir la boca la pudo dejar salir.

—Pues, sé que lo que siento por Blaise no es amor —dijo ella y sus amigas la miraron sorprendidas. Parvati dio un paso hacia ella.

—¿Cómo? ¿Cómo sabes eso?

—Bueno... Porque se siente... ¡como un desastre! —exclamó Ana cayendo espalda al colchón—. Mis emociones están patas para arriba por todo el lugar, y es muy confuso. Se siente como que estoy siendo tironeada de todas mis extremidades mientras estoy sentada en una montaña rusa. Estoy segura de que el amor no se siente de esta forma; estoy segura de que es más... directo, organizado... entendible.

Lavender negó con la cabeza y dio vueltas por toda la habitación. Ana estaba mareada.

—¡Pero así se siente el amor al principio! Es confuso tal como tu corazón y sentimientos, tu cerebro es un completo desastre, tu...

—No. No para mí. Yo sé que el amor es directo, porque... Porque es de esa forma como me siento acerca de Dalia. Es decir, me gusta y se siente bien. Se siente como si siempre supe en mi núcleo que ella era la indicada. Mis sentimientos por ella no son un desastre, están donde deberían estar y dentro mío yo lo sé.

Parvati alzó los brazos al aire, una chispa de irritación en sus facciones.

—¡Todo esto es por tu amiga muggle! —dijo con incredulidad en su tono. A Ana no le gustaba cómo sonaba.

—¡Claro que todo esto es por Dalia! Es decir, tuvimos una conexión este invierno. ¡Lo vi y lo sentí!

Parvati sonrió sardónicamente.

—¿Y ella te dijo que le gustabas?

Ana dudó, sus defensas bajas ante la pregunta de su amiga. Había un dejo de dolor y entendimiento en su tono de voz que la tomó por sorpresa.

—Pues, no... Pero ambas sabemos lo que siente la otra. Es obvio.

—¿Obvio? —rió Parvati incrédula—. Si no hay comunicación nada es obvio, Ana. Créeme... pero dime, ¿es esta tu forma de evitar pensar en que tal vez esté la posibilidad de que te guste un buen chico a tu alcance que aparentemente es directo con sus sentimientos? Ya sabes, pensar que tal vez tienes una oportunidad con una chica que ni siquiera te dio un cumplido romántico.

—¿Cómo puedes decir que es un buen chico? Ni siquiera les agradaba, ¡me dijeron el invierno pasado! —dijo Ana, ignorando el último comentario de Parvati.

—No es que no nos agradaba, Ana... Solo queríamos advertirte de los rumores... —explicó Lavender sentándose a los pies de Ana—. Pero, luego de observarlo interactuar contigo y de ver esas miradas suaves que te daba...

—¡¿Miradas suaves?! —chilló Ana con los ojos abiertos sin control—. ¿Es que todos sabían que le gustaba?

Parvati y Lavender se miraron de reojo, Ana estaba estupefacta.

—Esto no puede estar pasando... Me gusta Dalia, eso es un hecho; tuvimos muchos momentos durante el verano, ¡hasta me envió un regalo de San Valentín!

El dedo de Ana apuntaba hacia su escritorio, donde el ramo de flores, la caja de chocolates y el sobre rojo de Dalia se encontraban luego de que los subiera esa misma mañana. Parvati se acercó al escritorio y abrió el sobre con rapidez para inspeccionar la fotografía. Su mirada viajó con lentitud hacia Ana.

—¿Unos malditos puntos conectados?

—¡Son constelaciones, Parvati! ¡Son de significancia para nosotras! —exclamó Ana, ya sintiendo la irritación y rabia de que la chica no le creyera. Parvati se rió con amargura y dejó el sobre en el escritorio.

—Eres imposible, esto es vergonzoso, ¿sabes? —dijo Parvati y dejó su bufanda en su cama antes de caminar hacia la puerta—. No puedo creer que dejes pasar una oportunidad de estar con alguien que te quiere y que, dentro tuyo, sabes que te gusta... por alguien que ni se puede dignar a decirte que tienes una linda sonrisa.

Parvati le sonrió con rabia. La puerta ya estaba abierta.

—Espero que sepas muy bien lo que estás perdiendo.

La puerta se cerró de un golpe detrás de ella y también lo hicieron las cortinas de la cama de Ana cuando casi empujó a Lavender para que se bajara de su cama.

Quién diría que el amor traería tanto dolor.

•      •      •

¡FELIZ NAVIDAD PARA QUIENES LA CELEBRAN!

¿cómo están...? o(-<

QUÉ LES PARECIÓ EL CAPÍTULO

♥ necesito aprender a escribir escenas románticas ♥ no tengo ni idea de lo que hago ♥

pero bueno <3 díganme sus opiniones 100% reales: ¿fue un asco? ¿estuvo buena? ¿les dio cringe? ACEPTO TODO

muchas gracias por todo el apoyo, y les veré en 2023... ay

•chauuu•

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