𝐬𝐢𝐱𝐭𝐞𝐞𝐧
"Resultados finales"
Ana creyó llegar al límite de su cordura el seis de abril por la tarde luego de presenciar nuevamente otra pequeña pelea surgida en los pasillos por un Gryffindor y un Slytherin. Por decimosegunda vez.
—Voy a cometer un crimen —dijo Ana mientras trataba de moverse entre la multitud de cuerpos que rodeaban a Harry.
Luego de que Oliver Wood hubiese dado instrucciones para que Harry fuera acompañado a todas partes, por si los de Slytherin trataban de quitarlo de en medio, toda la casa de Gryffindor aceptó la misión con entusiasmo. Y eso le estaba costando la cordura a Ana. Podía tolerar los maleficios volando en frente de su nariz pero lo que sí no podía era estar entre tanta gente por prolongados períodos de tiempo.
—Si puedes apunta tu varita a Malfoy —resopló Harry que también estaba harto de estar rodeado de personas.
Ana se encogió de hombros y observó al rubio que los miraba con asco desde el otro lado del pasillo.
—Está bien.
Antes de que pudiese descargar su molestia en el Slytherin, Hermione le arrebató su varita.
—No.
Ana suspiró y soltó una protesta cuando una chica de sexto le pisó el pie.
La víspera del partido por la noche, en la sala común de Gryffindor, se abandonaron todas las actividades habituales. Incluso Hermione dejó sus libros. Sin embargo, la única persona que se había encerrado en su dormitorio para leer era Ana. Si oía la palabra 'quidditch' una vez más, por mucho que adoraba a sus amigos, estallaría.
Claro que no quería ser una aguafiestas y hacer que sus amigos se enojaran con ella pero estaba tan estresada y presionada por todos los estudios que tenía que preparar que no podía ser culpada si había un cortocircuito en su cerebro.
Una protesta dejó sus labios y dejó de observar fijamente el pergamino en frente suyo. La respuesta no se escribiría por sí sola por mucho que quisiera. Su mirada se posó en Basil que dormía, como siempre, en los pies de su cama y Ana jamás quiso ser tanto un gato como en aquellos momentos. Qué fácil sería la vida si solo debía comer, dormir y hacer sus necesidades. Pero no, debía pasar tres años en uno.
Su cabeza cayó en el libro de astronomía que había robado su cabeza por las pasadas tres horas y antes de que se diese cuenta, sus ojos se rindieron y su mente se apagó haciendo que luego de mucho tiempo Ana finalmente se durmiera.
Ana, luego de varios meses sin experimentar ningún sueño extraño que la despertase con el corazón en la boca, finalmente volvió al primer escalón aquella noche.
El mismo sueño, el mismo sentimiento... el mismo terror.
La sensación de comenzar a ahogarse la sucumbió en tal estado de pánico que Ana trataba de gritar de la desesperación. El aroma a lluvia, barro y sangre hacían que su cabeza se moviera en remolinos de emociones sin parar en una en especial. Y aquellos gritos de desesperación, que no salían de ella pero de otra persona, se podía escuchar en cada fibra de su cuerpo. Había terror en aquella voz lejana y aunque no comprendiera del todo lo que decía, era bastante evidente que le rogaban a alguien... a algo que salvara su vida.
El corazón de Ana dio un vuelvo al sentir el miedo que sufría aquella persona. Y aunque no pudiese ver nada por la oscuridad que la rodeaba, no necesitaba hacerlo. Era como si sus almas estuviesen conectadas y todo lo que la otra persona pasase, Ana lo podía sentir. Todo ese dolor, el gusto de las lágrimas cayendo a sus labios que no dejaban de llorar, y aquel hedor metálico que le resultaba nauseabundo... eso sí que lo podía oler en todas partes. No había escapatoria de la sangre.
Pero a diferencia de los sueños —o ya en este caso pesadillas—, un evento diferente tomó lugar aquella noche.
Ana sintió a la persona caer y enseguida notó con más fuerza el olor a barro y césped mojado mientras las gotas de la lluvia caían alrededor suyo. Su mente tembló al escuchar el grito agonizante que salió de la persona pero tan rápido como lo escuchó, escuchó una voz dulce y suave. Aquella voz que había escuchado antes pero nunca recordado.
—No has de temer, mi niña... bajo mi protección has llegado a estar.
Ana escuchó los gritos de la naturaleza y de la persona quien aquella voz se había referido como 'mi niña'. Quiso llorar de la impotencia. ¿Ella...? No. La otra persona.
—Poseerá parte de mí, mi niña... no has de temer.
Ana quiso salir corriendo de allí aunque no estuviese en su cuerpo. Como si supiese lo que diría cuando hablase una vez más. Sintiendo que sería un error del que no podría escapar.
—Que mi luz la proteja, mi niña. Que su vida sea mía. Un alma por otra. Recuerda.
La voz de la persona la cual Ana conectaba tembló e hizo que aunque le doliese, ella prestara atención.
—Un alma... por otra.
Y cuando escuchó aquella frase, fue como una explosión de fuegos artificiales que hicieron que Ana abriera los ojos y se despertara a en la oscuridad.
Su cuerpo se sobresaltó hacia atrás y si no fuese porque su brazos comenzaron a revolearse por el aire, hubiese caído espalda contra el suelo de madera.
Ana observó a su alrededor espantada por lo que acababa de experimentar y notó que todas sus compañeras ya se encontraban arropadas en sus camas, durmiendo. Volvió su cabeza hacia delante y vio el libro de astronomía en el cual había caído dormida todavía abierto. Tocó su rostro y con una mueca sintió que su piel se encontraba marcada por la superficie del libro. Habían líneas hundidas en sus mejillas que eran evidencia de aquello.
Una queja salió de sus labios al sentir que su cuello se encontraba contracturado y su espalda adolorida. Su garganta estaba seca y podía sentir que sus labios también. A tientas se levantó de la silla y fue hacia la ventana para agarrar la jarra llena de agua y servirse un vaso de agua. Lo vació en segundos. Volvió a su cama.
Su mente retrocedió unos minutos en el tiempo y frunciendo el ceño, Ana recordó la pesadilla que había tenido. ¿Qué había sido ello? ¿Qué significaba? ¿Por qué tenía ese sueño repetidas veces?
Millones de preguntas viajaban por la mente de Ana sin que una pudiese responderse. Con tan solo pensar en aquella voz misteriosa, los cabellos de Ana se erizaban y un mal sentimiento se apoderaba de su pecho.
Y en vez de sentirse protegida como aquella voz le había dicho. Ana no podía dejar de temer por su vida.
• • •
Durante el desayuno, Ana se encontraba tomando su tercera taza de café de la mañana. Harry la miraba sin saber qué decir.
—¿Deberías estar tomando tanto café? —inquirió luego de verla terminar su bebida una vez más. Ana lo observó cansada y con aquellas ojeras que la caracterizaban esas últimas semanas.
—¿Qué es lo peor que podría pasar? —espetó ella y extendió su brazo—. ¿Me pasas la jarra de café?
—Ni se te ocurra —dijo Hermione sentándose a su lado con una mueca en su rostro—. Terminarás hecha un desastre antes de que comience el partido, Ana. Es malo para tu salud.
Ana, quien había estado viviendo a base de cafeína para sobrevivir las noches de desvelo y las largas horas de estudio, quiso disentir cuando las puertas del Gran Comedor se abrieron dejando ver a la profesora McGonagall acompañada de dos personas que eran muy familiares para Ana y Harry.
—¿Y han decidido venir a observar los perímetros el día del partido de quidditch? —suspiró la profesora con incredulidad. James y Sirius sonrieron.
—Pues claro, Minnie, se nos hará más fácil cuando todos estén en el campo viendo el partido... y no hace mal desearle suerte a mi hijo antes de éste... —antes de que McGonagall pudiese reprocharle tal decisión, la mirada de James se chocó con la de Harry y sus ojos brillaron—. ¡Harry!
—Oh no... —masculló Harry volviéndose pálido.
—Uau, pensé que estarías más feliz de ver a tu papá —espetó Ron comiendo de su tostada y todos asintieron mientras James y Sirius se acercaban a ellos. Todos murmuraban al verlos dirigirse a los amigos.
—Más presión para ganar... —susurró Harry y segundos después estaba siendo abrazado por James.
—¡Buena suerte en el partido, hijo!
Mientras muchos reían con simpatía ante la escena o se reían del rostro de Harry mientras le devolvía el abrazo a James, Ana se volvió a Sirius que se había acercado a ellos.
—¿Qué hacen aquí?
—Venimos a inspeccionar el castillo... —admitió Sirius relajando su postura— de nuevo. James pensaba que Pettigrew podría aprovechar que nadie estuviese aquí así que nos dejaron venir.
—Pero Sirius tú no eres auror —apuntó Ron dejando su cuchillo en la mesa y Sirius le revolvió el cabello con una sonrisa.
—¿Algún problema?
—¡No! —exclamó Ron y apartó las manos de Sirius con una queja.
En ese momento Ana se dio cuenta de que nunca había pensado en el hecho de que Ron y Hermione ya conociesen a James y Sirius pero al ver cómo hablaban con tal libertad notó cuán equivocada había estado. Ellos dos hasta seguramente habían conocido a Remus antes que ella.
Ana se removió en su lugar sin comprender el sentimiento que recorría su cuerpo hasta que un agudo grito la sacó de sus pensamientos y observó a Oliver Wood que miraba a James con adoración.
—James Potter... —Oliver se tapó la boca—, uno de los mejores cazadores que el equipo de quidditch de Gryffindor ha tenido...
Mientras que Ana, Hermione y Ron reían, Harry dejó notar su vergüenza.
—No, por favor, no alimentes su ego...
Por el otro lado, James estaba encantado con la atención que estaba recibiendo. Sirius se veía particularmente divertido ante la escena.
—No sé si el mejor... —comenzó a decir James—, pero sí, tienes razón, un gusto en conocerte...
—Oliver Wood —se presentó el chico—. ¿Es verdad que en mil novecientos setenta y tres...?
Mientras Oliver acaparaba a James con preguntas y él respondía gustosamente, Harry trataba de evitar las miradas que muchos le mandaban ya sea divertidas o de simpatía. Ron parecía divertirse ante la situación y Ana se encontraba más relajada que antes, habiendo dejado de tomar café y sintiendo que tomaba control de su cuerpo.
Luego de que el equipo de Gryffindor se fuera del Gran Comedor a pedido de Oliver, James y Sirius se despidieron y volvieron a la compañía de la profesora McGonagall y ahora Remus. Ana no pasó de alto la mirada de odio de Snape. Le agradaba saber que la estaba pasando mal.
Cuando todos los estudiantes terminaron el desayuno, Ana sintiéndose un poco activa por todo el café que había ingerido no podía parar de mover sus manos con preocupación.
—¿Y si no ganamos que pasará? —inquirió mientras salían del castillo rumbo al campo de quidditch. Ron y Hermione palidecieron y Ana se inquietó más.
—No perderemos. Es imposible —afirmó Ron y Ana lo miró sin saber qué decir.
Una vez que subieron a las gradas, por primera vez Ana empujó hasta quedar cerca de los asientos más delanteros. Necesitaba ver a Harry jugar y sabía que si se sentaba detrás no vería nada por su estatura. Le arrebató una bandera dorada y roja a Seamus Finnigan, quien estaba repartiendo varias a todos alrededor y le agarró el brazo a Hermione de los nervios.
—Creo que tomé más café de lo necesario —murmuró Ana sintiendo su estómago dar vueltas. La cafeína y los nervios no iban muy bien de la mano.
—Espero que lo tomes como una lección —dijo Hermione distraída mientras tomaba en sus manos una bandera de Seamus.
En ese momento, el equipo de Gryffindor salió al campo sacándole un rugido a todo el mundo que apoyaba a los leones. Ana, Hermione y Ron comenzaron a dar brincos alentando a Harry en especial aunque él obviamente no pudiera escucharlos.
—¡Y aquí llegan los de Gryffindor! —comentó Lee Jordan, que hacía de comentarista, como de costumbre—. ¡Potter, Bell, Johnson, Spinnet, los hermanos Weasley y Wood! Ampliamente reconocido como el mejor equipo que ha visto Hogwarts desde hace años. —Los comentarios de Lee fueron ahogados por los abucheos de la casa de Slytherin—. ¡Y ahora entra en el terreno de juego el equipo de Slytherin, encabezado por su capitán Flint! Ha hecho algunos cambios en la alineación y parece inclinarse más por el tamaño que por la destreza. —Más abucheos de los hinchas de Slytherin. Una parte de Ana lo entendió, era claro que Lee tenía la opinión sesgada hacia los equipos, siendo él de Gryffindor. Sin embargo, Ana le restó importancia a su pensamiento lógico y volvió a animar a Gryffindor.
Wood y Flint, el capitán de Slytherin, se dieron la mano luego de que Madame Hooch se los ordenara. Y segundos después el silbato sonó dándole comienzo al último partido.
Ana trataba de no perder de vista a Harry pero era más fácil prestar atención a las cazadoras en vez de su amigo que se movía demasiado rápido para sus reflejos.
—Y Gryffindor tiene la quaffle. Alicia Spinnet, de Gryffindor; con la quaffle, se dirige hacia la meta de Slytherin. Alicia va bien encaminada. Ah, no. Warrington intercepta la quaffle. Warrington, de Slytherin, rasgando el aire. ¡ZAS! Buen trabajo con la bludger por parte de George Weasley. Warrington deja caer la quaffle La toma Johnson. Gryffindor vuelve a tenerla. Vamos, Angelina. Un bonito quiebro a Montagne. ¡Agáchate, Angelina, eso es una bludger! ¡HA MARCADO! ¡DIEZ A CERO PARA GRYFFINDOR!
Ana dio un grito de felicidad y escuchó a todos a su alrededor hacer lo mismo. Ron parecía querer llorar de la felicidad.
Angelina golpeó el aire con el puño, mientras sobrevolaba el extremo del campo. Sin embargo, su felicidad se vio interrumpida porque Flint chocó contra ella, haciéndola flaquear. Todos abuchearon menos los de Slytherin.
Un momento después, Fred Weasley lanzó el bate hacia la nuca de Flint. La nariz de Flint dio en el palo de su propia escoba y Ana pareció ver que comenzó a sangrar.
Luego de aquello, Ana verdaderamente comenzó a sentirse mal. La adrenalina, los nervios, el estómago solamente lleno de café y estar en un lugar rodeado de personas le estaba afectando. Debía de aprender de una vez que no pertenecía en espacios así si no estaba cien por ciento en las condiciones adecuadas.
Ana dejó caer su cuerpo en el asiento y tomó una bocanada de aire. No podía dejar que su cuerpo la traicionara pero ella tampoco podía abusar de él.
—¿Estás bien? —gritó Hermione para que la escuchara y Ana asintió.
—¡Solamente necesito un minuto!
Hermione asintió y volvió a prestar atención al juego.
—... Gryffindor tiene la quaffle, no, la tiene Slytherin. ¡No! ¡Gryffindor vuelve a tenerla, y es Katie Bell, Katie Bell lleva la quaffle! Va rápida como un rayo... ¡ESO HA SIDO INTENCIONADO!
Ana quiso ver lo que había pasado pero se retuvo y dejó que su cuerpo volviese a ganar energías. Luego de un minuto en donde Gryffindor ganó otros diez puntos por parte de Katie Bell, Ana volvió a levantarse para no perderse del partido.
—¡Ja, ja, ja! —rió Lee Jordan mientras dos golpeadores de Slytherin que querían llegar hacia Harry se separaban y alejaban, tambaleándose y agarrándose la cabeza—. Es una lástima, chicos. ¡Tendrán que espabilar mucho para vencer a una Saeta de Fuego! Y Gryffindor vuelve a tener la quaffle, porque Johnson la ha tomado. Flint va a su lado. ¡Métele el dedo en el ojo, Angelina! ¡Era una broma, profesora, era una broma! ¡Oh, no! ¡Flint lleva la quaffle, va volando hacia la meta de Gryffindor! ¡Ahora, Wood, párala!
Pero Flint ya había marcado. Hubo un ovación en la parte de Slytherin y Lee lanzó una expresión tan malsonante que la profesora McGonagall quiso quitarle el megáfono mágico.
—¡Perdón, profesora, perdón! ¡No volverá a ocurrir! Veamos, Gryffindor va ganando por treinta a diez y ahora Gryffindor está en posesión de la quaffle.
Al no ser experta en el tema, Ana no se sabía las reglas del quidditch pero lo que sí sabía era que Slytherin no podía estar haciendo nada legal. En un momento, todos retuvieron sus alientos cuando Malfoy agarró la cola de la Saeta de Fuego de Harry y tiraba de ella. Enseguida cuando Harry se zafó comenzaron los insultos de todo al buscador de Slytherin, Ana logró escuchar palabras que nunca había escuchado antes.
—¡CERDO, TRAMPOSO! —gritaba Lee Jordan por el megáfono, alejándose de la profesora McGonagall—. ¡ASQUEROSO HIJ...!
Ana se tapó la boca al escuchar sus insultos. Sabía que se los merecían pero aun estaba sorprendida. La profesora McGonagall ni siquiera se molestó en decirle que se callara. Levantaba el puño en dirección a Malfoy. Se le había caído el sombrero y también ella gritaba furiosa.
Segundos después, Slytherin metió otros diez puntos haciendo que el puntaje fuese de 70 a 20 a favor de Gryffindor, hasta que Angelina volvió a tener la quaffle.
—Angelina Johnson toma la quaffle. ¡Vamos, Angelina! ¡VAMOS!
Ana vio cómo Harry se dirigió hacia los Slytherins que querían rodear a Angelina como si se tratase de una bala.
Cuando pasó velozmente entre ellos, se dispersaron. El camino de Angelina quedó despejado.
—¡HA MARCADO!, ¡HA MARCADO! ¡Gryffindor en cabeza por 80 a 20!
Y lo que fue el partido luego de eso fue todo en cámara lenta. Malfoy estaba tan cerca de agarrar la Snitch pero Harry trataba de pisarle los talones, volando lo más rápidamente posible para poder ser él quien tomase la pequeña bola dorada.
Harry se pegó al palo de la escoba cuando Bole le lanzó una bludger... estaba ya ante los tobillos de Malfoy... a su misma altura...
Harry se echó hacia delante, soltando las dos manos de la escoba. Desvió de un golpe el brazo de Malfoy y...
Ana chilló de la emoción cuando lo vio.
—¡La atrapó! —gritó zarandeando a Hermione de los hombros—. ¡Harry atrapó la snitch!
Ella, Ron y Hermione brotaron de la felicidad junto a sus compañeros sin poder creer que Gryffindor había ganado la copa de quidditch. Sin perder tiempo, bajaron de las escaleras, Ana ni siquiera prestando atención que se encontraban todavía tan lejos del suelo.
Una vez en el suelo, corrieron esquivando cuerpos hacia donde el equipo de Gryffindor se encontraba rodeado de gente. Allí estaba Percy, dando saltos como un loco, olvidado de su dignidad. La profesora McGonagall sollozaba incluso más sonoramente que Wood, y se secaba los ojos con una enorme bandera de Gryffindor. Cuando los tres amigos vieron a Harry, ninguno tuvo la voz para articular palabra. Se limitaron a sonreír mientras Harry era conducido a las gradas, donde Dumbledore esperaba de pie, con la enorme copa de quidditch.
Y luego de varias semanas, Ana se sintió más feliz que nunca.
• • •
Para Ana —como era de esperarse— no le duró ni un día la euforia de la victoria de quidditch. Es más, ni le duró cinco horas.
Contenta de que Gryffindor hubiese ganado, se dedicó a disfrutar de unas horas de relajación, sentada bajo un árbol del patio de la Torre del Reloj. Hacia unas semanas había descubierto que aquel patio no era tan malo y podía relajarse sin mucho ruido. Además de las partidas de Snap Explosivo que ocurrían algunas veces a la semana por algunos estudiantes de todos los cursos. Sin embargo, esa tarde sentada mientras leía un libro que estaba segura que ayudaría a Hagrid con el caso de Buckbeak, varios pergaminos cayendo abruptamente en su regazo hicieron que su concentración se rompiera.
Blaise Zabini no parecía muy feliz, y aunque nunca parecía estarlo Ana notó una emoción inquietante en el rostro del chico. Como si estuviese a punto de levantar su varita y maldecirla con el peor de los hechizos.
—¿Qué... es esto? —inquirió Ana mirando los pergaminos enrollados con una mueca.
—Como si no lo supieras, Abaroa.
Ana efectivamente no tenía ni la menor idea de lo que se refería y lo dejó ver en su rostro.
—Eh... ¿qué?
—Felicidades, has gastado mi tiempo. Debo admitir que creí que podrías ser mínimamente más tolerable que los lerdos que acuden esta escuela pero me demostraste lo contrario.
Ana se lo tomó muy a pecho aquel insulto. Era como si hubiesen vuelto al paso número uno.
—¿Por qué no te dejas de juzgar a las otras personas, eh Blair? Lo único que haces es insultar, criticar y juzgar sin otra cosa que decir. Eres tan predecible como narcisista. Me da lástima que no veas cuán lejos de la perfección estás pero alguien te lo tiene que decir. Eres tan imperfecto como todos nosotros y ya es hora de que comiences a ver que no eres un dios entre los mortales. Envejecerás y morirás como todos nosotros así que vete acostumbrando.
Ana empujó los pergaminos hacia el pecho del chico y se acomodó rápidamente en su lugar.
—Vete, me sacas la luz.
Zabini la miró con repulsión pero dejó caer nuevamente los pergaminos sobre ella como si no pudiese en el mundo dejar que tuviese la última palabra.
—Tu discurso ha sido honorable, Abaroa, pero espero que de ahora en más no le quites el tiempo a los otros por estupideces y sigas tu propio consejo —Zabini se dio la vuelta para irse—. Y no sé a quien llamas narcisista pero si vas a crear una historia para solamente escribir tu nombre, espero que veas que tú serás la que se ahogue con su propio reflejo.
Zabini se alejó de Ana a zancadas dejándola frunciendo el ceño.
Ana agarró los pergaminos y al inspeccionarlos notó que eran acerca de la investigación acerca de las runas misteriosas. No notó nada extraño en ellos, solamente las diferentes tipografías mezcladas en los párrafos escritos en el papel... hasta que llegó al último pergamino. No supo si era una broma de Zabini o un error de transcripción pero al releer toda la información tuvo que amargamente descartar esa segunda idea... porque allí en grandes letras transcriptas de las runas que le habían hecho doler la cabeza más de una noche se encontraba una palabra que Ana conocía muy bien. Una palabra que hizo que un mal sentimiento se apoderara de su estómago.
ANASTASIA.
Decir que Ana se había muerto de la vergüenza era decir poco.
Desde que Zabini le había dado los pergaminos y se fue furioso, Ana no dejó de releer la investigación para encontrar algún error de transcripción, pero como temía no había nada. Todo había sido figurado tan delicadamente y de una manera tan perfeccionista por Zabini que Ana quería esconder su cabeza bajo su almohada y gritar. El Slytherin había hecho toda esa búsqueda para que al final apareciera el nombre completo de Ana. La niña ya se podía imaginar el rostro del chico una vez descubierto el secreto.
Sin embargo, aquello no era el único problema que Ana debía afrontar, sino que también debía confrontar el resultado. Su nombre. Su propio nombre había sido lo que ocultaba las runas misteriosas. Aquellas nueve runas habían sido su nombre. ¿Cómo era aquello posible? ¿Es que había otra Anastasia y podía no ser ella misma? Y si por una casualidad del mundo sí era ella, ¿entonces cómo? Aquel libro le había pertenecido a Lyall, ¿él había escrito eso? Si Ana recordaba bien, el hombre no había reconocido el libro como propio así que debía descartar aquella idea. Entonces la última persona que se le podía ocurrir era quien había escrito aquel libro. Esa persona debía de ser la culpable de tal inscripción y si se refería concretamente a ella, ¿cómo la conocía?
—¿...caldero revolvente?
Ana salió de sus pensamientos y miró a Hermione, quien la observaba expectante, confundida. La chica suspiró.
—Ana no me estás prestando atención... necesitas repasar para tu examen de historia de la magia.
El estómago de Ana dio un vuelco y recordó. Los exámenes se echaban encima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarse mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire estival. Ana no era la excepción. Debía dar el triple de esfuerzo que los estudiantes de su año dado que sus exámenes serían más... complicados. Los profesores ya le habían avisado que ella debería permanecer más tiempo en el salón dado que sus exámenes serían más extensos ya con los tres años que debía dar.
Y ahora su cabeza la traicionaba y se encontraba pensando en aquellas runas.
—Hermione, ¿es muy tarde para escaparme?
Hermione puso los ojos en blanco y le acercó el libro de historia de la magia.
—Ponte a leer, Ana.
Ana se rindió y aceptó mientras su amiga buscaba lo que debía encontrar y Harry y Ron, quienes habían estado husmeando en las pertenencias de Hermione, le preguntaban acerca de su horario de exámenes.
—¿... Han visto mi ejemplar de Numerología y gramática?
Todos negaron.
Hermione empezó a revolver entre montañas de pergaminos en busca del libro. Entonces se oyó un leve roce en la ventana. Hedwig entró aleteando, con un sobre fuertemente atenazado en el pico.
—Es de Hagrid —dijo Harry, abriendo el sobre—. La apelación de Buckbeak se ha fijado para el día 6.
—Es el día que terminamos los exámenes —observó Hermione, que seguía buscando el libro de Aritmancia.
—Y tendrá lugar aquí. Vendrá alguien del Ministerio de Magia y un verdugo.
Hermione levantó la vista, sobresaltada. Ana lo miró horrorizada.
—¿¡Qué!?
—¡Traen a un verdugo a la sesión de apelación! Es como si ya estuviera decidido.
—Sí, eso parece —asintió Harry pensativo.
—¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He pasado años leyendo cosas para su defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto!
Ana volvió a sentirse nerviosa. Todo estaba sucediendo demasiado rápido y Ana aún debía de arreglar un asunto que la perseguiría para siempre si no lo hacía lo más antes posible. Debía disculparse con Blaise Zabini.
No fue hasta el sábado anterior al comienzo de la semana de exámenes que Ana encontró un momento para buscar a Zabini. Como todo el mundo estaba tan concentrado en estudiar, nadie se dio cuenta cuando Ana se escabulló hacia los pasillos en busca del chico. Pero claro había algunos problemas.
Mientras bajaba por las escaleras, Ana recordó que Zabini también tenía exámenes y era muy posible que estuviese estudiando en su sala común, fuera del alcance suyo. Y segundo, si es que se encontraba en el escondite, Ana había prometido no volver allí. Romper una promesa le hería el orgullo pero insistía que era para una causa más honorable... aunque también esa causa le hería el orgullo.
Un suspiro dejó sus labios una vez que llegó al pasillo y se dio cuenta de que no había vuelta atrás porque sino nunca lo haría. Con paso decidido y casi robótico caminó por el angosto pasillo iluminado por la luz de aquella mañana de primavera. Era un día hermoso si Ana miraba por las ventanas. El cielo se encontraba despejado, las copas de los árboles se movían por la suave brisca que golpeaba contra sus cuerpos y se podía ver el cegador brillo del sol pegar contra la superficie del lago. Un escenario muy distinto a cómo el corazón y mente de Ana trabajaban en esos momentos.
Si era sincera con ella misma, lo último que quería hacer era mirar a Zabini a los ojos y pedirle perdón. No después de todos los problemas que le había causado, no después de todas las emociones enervantes que le había hecho pasar. Sin embargo, su padre le había enseñado desde pequeña que había veces en las que ella debería ser la persona magnánima en la habitación por más que costase. Era una de las formas más difíciles de crecer pero era un paso enorme que se debía hacer para mejorar. Ana en serio quería escuchar en esos momentos su aliento, asegurándole que estaba orgulloso de ella. Se conformó con su recuerdo.
Rápidamente, antes de retractarse, Ana entró al escondite y para su alivio, Zabini se encontraba allí. Estaba leyendo el libro de herbología en su mismo asiento de siempre, seguramente repasando para el examen.
—Pensé que no vendrías más una vez descubierto el acertijo —dijo Zabini sin levantar la vista.
Ana iba a responderle con un comentario sarcástico pero se dio cuenta de que el tono de voz del chico no había sido bruto sino que le había hecho una afirmación simple. Además, Ana no estaba allí para pelear sino que estaba en aquel escondite para hacer paz, ya se estaba hartando de la guerra.
—Perdón.
Zabini se encogió de hombros mientras cambiaba de página.
—Si no hablas entonces parece que no estás aquí.
Ana se mordió el interior de su mejilla.
—No me refería perdón solamente a esto. Perdón por haberte dicho todo eso la otra vez, no debía haberme sacado contigo de esa forma...
Zabini cerró su libro y la miró.
—Lo último que deberías hacer tú es disculparte, Abaroa. Sería verdaderamente un imbécil si no supiese que aquellos comentarios me los tenía bien merecidos.
Ana suspiró y se sentó en su asiento.
—Pues yo también me tenía bien merecido que me llamaras la atención —admitió Ana con una mueca—. Si hubiese sabido que mi nombre era lo que las runas escondían entonces no te hubiese dicho todo eso.
Zabini frunció el ceño con recelo.
—No sabías —inquirió él y cuando Ana negó el chico puso los ojos en blanco—. Entonces tienes problemas más grandes para estar preocupándote por pedirme perdón.
Ana quiso decir algo pero no salió nada de su garganta. Solamente un sonido estrangulado que la hizo volverse roja del embarazo. Se levantó de su lugar y asintió mientras se alejaba hacia la salida. Quería irse lo más rápido posible y así sí no volver a ir a aquel lugar, sin embargo, antes de que se fuese Zabini se dirigió a ella con un último comentario.
—Perdón, Abaroa. No fui justo contigo, no eres tan insufrible como me temía.
Ana giró su cabeza hacia el chico y una pequeña sonrisa se asomó por sus labios.
—Y tú no eres tan irritante, Zabini.
Por última vez, Ana se dio vuelta y está vez sí salió del escondite. Y como nunca lo hubiese imaginado, con los humores más animados luego de una corta charla con Blaise Zabini.
• • •
¡hola!
¿cómo están?
hoy les doy un capítulo corto porque estuve muy ocupada esta semana y no pude escribir de más !
¿qué les pareció el capítulo de hoy? ¡espero que les haya gustado!
cambiando de tema completamente asjsaj hoy me comí un mousse de limón y creo q me enamoré ah
yendonos de tema de nuevo, ¿qué les parecería si escribo una historia de remus lupin en el futuro? cuando digo en el futuro me refiero a futuro pq quiero avanzar bastante con esta historia antes de irme a la otra. la fic de remus revolvería en él y faith —la mamá de ana— y cómo fue su juventud ♥ ¿qué les parece? déjenme en los comentarios sus opiniones !
nos vemos la próxima ¡!
•chauuu•
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