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𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧

"Cuando la muerte llama"

El lunes por la mañana, luego de que la noche anterior todos los de sexto de Gryffindor tuvieran que quedarse hasta tarde limpiando la sala común como se había establecido el curso anterior por idea de Ana, ella misma se encontraba en la biblioteca dando cabezazos cada cinco segundos por el sueño.

Por fortuna, la señora Pince no la había echado o prohibido la entrada a la biblioteca aún, y como debía evitar siquiera ser vista cerca de Blaise, ahora estaba a punto de terminar un ensayo de Encantamientos, el cual debería tener finalizado para el día siguiente.

Berenice Babbling aún no le había enviado su respuesta, pero Ana no estaba tan preocupada ya que recién la mañana anterior le había mandado una lechuza y tenía la pequeña sospecha de que la mujer siempre se tomaba su tiempo para responder. De todos modos, esa semana se le haría imposible encontrar un tiempo de reposo si quería estar al día con sus deberes, por lo que no hubiese podido darse el tiempo de practicar con su magia.

Estaba a punto de cabecear de nuevo, con la punta de su lapicera corriendo por su pergamino en vez de escribir la efectividad de los hechizos no verbales, cuando un libro cayó al lado de su cabeza y sobre la mesa, sobresaltándola.

Con el corazón en la boca se giró hacia quien la había asustado y notó que Hannah Abbott la miraba con pena y vergüenza.

—Lo siento, Ana. No pensé que haría tanto ruido...

El flequillo de Hannah había crecido durante el verano, este ya no le tapaba la frente, sino que rodeaba su rostro; su piel estaba más pálida que antes, sus pómulos estaban más marcados como si hubieran perdido el peso y había grandes ojeras bajo sus ojos verdes.

—No pasa nada, no tuve que haber estado durmiendo... —dijo Ana e hizo espacio para que la chica pudiera acomodar su propia silla.

Después de que Hannah se sentara y sacara su pluma y un pergamino, ambas se sucumbieron a un silencio tranquilo mientras dedicaban su concentración en los deberes frente suyo. El silencio de las plumas moviéndose y de las páginas siendo dadas vuelta fue lo único que Ana se permitió oír, hasta que media hora más tarde, Hannah le habló en un susurro.

—Oye, Ana... ¿este año seguiremos con las reuniones de p.e.d.d.o.? Siendo que estamos en un momento problemático, pienso que nuestro trabajo es muy importante... ¿no?

Ana dejó su lapicera a un lado y masajeó su piel, ahora azul, mientras le contestaba.

—Yo creo que sí, seguiremos. Pero por el bien de todos, será mejor que tengamos una pausa hasta que organicemos muy bien nuestros horarios... Es decir, solo va una semana de clases y estamos ahogados en deberes...

—No, tienes toda la razón —una mueca se formó en los labios de Hannah—. Apenas puedo dormir; los exámenes no serán hasta el año que viene pero ya me duele el estómago de tan solo pensar en ellos.

Ambas sintieron escalofríos al pensar en los ÉXTASIS, y Hannah se volvió a inclinar hacia Ana.

—¿Y qué tal el E.D.? No nos vendría mal, sabiendo los tiempos que se aproximan y en los que estamos...

Ana lo pensó. Hannah tenía toda la razón y lo que había dicho le recordaba a la charla que había compartido con Blaise días atrás. Como estudiantes, como los nuevos niños de la guerra, debían prepararse para lo que estaba a punto de llegar. Sería ingenuo pensar que ellos no tendrían participación alguna en ella, siendo que uno de los participantes más importantes era el mismísimo Harry. Por más que James Potter quisiera que su hijo no formase parte de ello, o que Ana hubiese pensado que el uso de niños, ya sea por Dumbledore o Voldemort, era una forma rancia de enfrentar la guerra; ninguno de los dos iba a ganar el debate.

Sin embargo, con eso en mente, Ana no podía proveer una respuesta a su amiga. No cuando la única forma que Harry aceptaría sería si Snape se convirtiera en el mismo dictador que Dolores Umbridge. Sino, aún yendo en contra de sus valores, Snape no era un mal profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Era realmente devastador.

—Le diré a Harry a ver qué piensa.

Aunque no hubiese recibido una respuesta directa, Hannah asintió y trató de cambiar el ambiente de la conversación a un tema menos serio.

—Veo que tú tampoco estás en la clase de Runas... —sonrió con timidez—. Es raro, a ti te encantaba la materia.

—Ya... pero con todos los deberes que la profesora Babbling nos dio el primer día me di cuenta que no podría concentrarme en los ÉXTASIS de Magizoología, así que tuve que dejar la materia... ¿Y tú, Hannah?

El rostro de Hannah se volvió rosado de la vergüenza.

—Bueno... reprobé el TIMO de una forma horrorosa. A mi mamá casi le da un ataque al corazón cuando vio mi Insatisfactorio... —su dedo índice se enredó con un mechón rubio de cabello—. Si te soy sincera, de los dos, Bee es el erudito en esa área. Yo solo me salvé al tener un Extraordinario en Herbología; si hubiese tenido otra nota reprobada, mi mamá no hubiese pasado ello de largo...

Los siguientes días, Ana se las pasó impacientemente, esperando la respuesta de Berenice Babbling. Cada día que tenía un momento libre lo terminaba pasando en la lechucería con un pergamino y lapicera en mano para terminar sus deberes, mientras buscaba con la mirada a la lechuza que había enviado junto la carta. Era extraño, Londres no estaba tan lejos de Escocia. Solo a menos de 1000 km.

Ana suspiró y se encaminó hacia la escalera espiral que envolvía a la torre de la lechucería, y así no llegar tarde a la clase doble de Herbología que tendría ese viernes. Se había perdido la mitad del desayuno al ver que ninguna de las lechuzas que había llegado al Gran Comedor era la suya y ahora tendría que explicarle a sus amigos que no había recibido respuesta alguna aún.

Cuando llegó al invernadero, Hermione, Harry y Ron la esperaban en la puerta, mientras el último le tendía unas galletas de jengibre y crema.

—Gracias... —le dijo a Ron, pero sus hombros seguían caídos—. No recibí nada aún. Estoy empezando a pensar que esto es peor que cuando Dalia no me respondía...

Al menos su amigo había tenido una razón semi válida.

—No te preocupes Ana, estoy segura que enviará una carta pronto —dijo Hermione y le dio un apretón a su brazo cuando pasaron por las puertas del invernadero—. Ya conoces a Berenice Babbling, siempre está ocupada con algo. Y si su casa sigue siendo igual de desordenada de cómo estaba el día en que la conocimos... bueno, no descartaría la idea de que la carta se perdiera.

Hermione podría tener razón, no era nuevo que Berenice Babbling dejara algo a último momento o que priorizara ciertos aspectos de su vida antes que otros; sin embargo, le gustaría empezar a entrenar de nuevo.

El invernadero estaba casi lleno. Siendo que era una de las pocas materias que se necesitaba un Aceptable en el TIMO para seguir cursando, a menos que quisieras ser un sanador o auror, muchos estudiantes habían elegido seguir cursando. De Gryffindor, las únicas que no se encontraban en esa clase eran Lavender y Parvati; de Hufflepuff estaban todos; de Ravenclaw no estaba Sue Li, la chica que compartía la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas junto a Ana, Lavender y su amiga Megan Jones, y de Slytherin faltaba casi la mitad, pero Blaise siempre estaba.

Había pasado más de una semana de que no se habían hablado, y Ana lo encontraba muy raro y hasta deprimente. Sabía que era necesario, pero Blaise ni le dirigía la mirada para no levantar sospechas en los ojos de Malfoy. Ana lo extrañaba. Esperaba que Harry apreciara el pequeño sacrificio de ambos.

La mesa que eligieron ya estaba ocupada por Hannah, mientras que el resto de Hufflepuff se encontraba en otra mesa y charlaba en voz alta. Contrario a como la había encontrado el lunes por la mañana, Ana notó el semblante intranquilo de su amiga, tanto que cuando los cuatro se sentaron alrededor de la mesa, saltó en su lugar.

—¿Estás bien, Hannah? —preguntó Hermione con el ceño fruncido.

—Ah... sí, perdón —dijo Hannah y tiró su trenza cocida hacia su espalda—. Perdonen... es que mi mamá hoy se va a mudar por el resto de la cursada a la casa de los Zabini... ya saben, está sola en nuestra casa y en los tiempos que estamos...

—No sabía que tu familia era amiga de los Zabini —musitó Ron mientras la profesora Sprout comenzaba a dar la explicación de la clase. Hannah asintió.

—Sí, mi mamá y la mamá de Blaise son mejores amigas... —suspiró—. De nuevo, perdonen, es solo que esto hace todo lo demás más... real.

Hannah tenía razón. Todos los casos nuevos que escuchaban hacían que la situación rodeando el mundo mágico fuese magnificada por una lupa. Hasta lo más pequeño se volvía peligroso.

Ana le dio un apretón.

—No te preocupes, con Eloise a su lado estará bien.

Ana quiso no equivocarse, es más, durante la mitad de la clase de Herbología se creyó la propia mentira que le había dicho a Hannah; el recuerdo de Caroline Abbott esfumándose lentamente de su mente. No obstante, durante la explicación de la profesora Sprout acerca de los bulbos rebotadores, la puerta del invernadero se abrió dando paso a la profesora McGonagall, quien portaba un semblante angustiado.

Después de hablar por lo bajo con la profesora Sprout, el nombre de Hannah salió de sus labios y en unos segundos Hannah y la profesora Sprout estaban fuera del invernadero. La profesora McGonagall se encargó del resto de la clase, porque habían llegado noticias de que Caroline Abbott había sido encontrada muerta en su casa esa misma mañana. Había sido asesinada por los mortífagos.

Cuando la clase se dio por finalizada, Ana ya no veía a Blaise en ningún lado y aunque se perdería el resto de las clases del día, con ayuda de su bastón corrió por los pasillos hacia el lugar donde el chico se encontraría.

Su mente estaba nublada; sus oídos zumbaban y su corazón latía tan rápido e irregular que temió quedarse sin aire en sus pulmones. Cuando llegó al escondite, el cuerpo le ardía y sus piernas temblaban; se arrastró hacia adentro con el bastón como solo soporte y lo que encontró hizo que todo el dolor se fuese al fondo de su mente.

Blaise estaba doblado sobre uno de los bancos, sus manos tapaban su rostro pero sus hombros indicaban el porqué. Estaba temblando de pies a cabeza a causa del llanto amortiguado.. Era la peor vista que Ana había tenido en años. Le hacía acordar a la primera noche donde la había pasado sin su papá, esa noche donde había encontrado a su abuela llorando en silencio en su habitación para no despertarla.

Un nudo se formó en su garganta antes de que corriera hacia él y lo envolviera entre sus brazos.

No había nada que decir; tampoco había mucho que pudieran decir.

Noticias así eran comunes en tiempos de guerra, más no eran menos difíciles de asimilar. La muerte no le sentaba bien a nadie; llevar luto no era fácil. Ese primer día no sería sencillo, ni los que le seguirían; esas lágrimas se transformarían en momentos sin aire, noches de desamparo, y un entumecimiento profundo. Ana lo comprendía.

Más tarde, después de que el llanto se terminara y solo quedara el silencio de la negación y el desamparo, Blaise se separó del abrazo protector de Ana y apoyó su frente sobre su cuello. Las hombreras del suéter de Ana estaban empapadas, y ahora que Blaise se escondía entre el hueco de su cuello y su hombro, el aire caliente de su respiración se hacía sentir en su piel.

Ana no quería ser la primera en hablar. No porque no quisiera, realmente, sino porque sabía que eso no era lo que ella misma hubiese querido si los roles fuesen invertidos. Promesas falsas no calmaban el dolor en esos momentos; no hay lógica ni razonamiento. A veces las palabras dolían más que el silencio.

—Me crió por catorce años junto a mi madre —murmuró Blaise, su voz ronca y cansada—. El padre de Hannah las dejó cuando ella era pequeña... Tiene su familia en Estados Unidos. Hannah está sola. Mi madre...

Ana escuchó el nudo en la garganta de Blaise, parecía que cada palabra le costaba una bocanada de aire.

—Mi madre iba a ir a su casa para ayudarla con la mudanza, ella...

Era casi seguro que Eloise Zabini había sido quien había encontrado a su mejor amiga muerta en su hogar.

Ana tomó el rostro de Blaise y lo levantó para que la mirara a los ojos. La esclera de los ojos oscuros del chico estaban rojos e hinchados, sus mejillas aún húmedas.

—Entonces ve a tu dormitorio, cámbiate y espera a que Snape termine su última clase del día para pedirle que te deje ir. No te lo negará.

Esa noche Ana no pudo dormir. Lo único que su mente le permitió hacer fue mirar fijamente hacia el oscuro techo durante las horas de la noche.

La muerte no era desconocida para ella; la había conocido desde pequeña con su madre, su padre. Ahora ella misma portaba un extraño poder que conectaba tanto con la vida como con la muerte, al igual que su amiga Dalia. Sin embargo, había algo devastador cuando el dolor era ajeno y de alguien familiar; no había casi nada que uno pudiese hacer, mas que estar allí para cuando fuera necesario.

En la mañana siguiente, ni Blaise ni Hannah estaban en el Gran Comedor cuando Ana se adentró para comer su desayuno. El funeral de Caroline Abbott tendría lugar durante esos días; Ana volvería a ver a Blaise en el transcurso de la semana, y a Hannah... A Hannah, Ana no sabía si la volvería a ver.

—Hannah estará rodeada de gente que la quiere —le aseguró Hermione mientras desayunaban—. Si la familia Zabini es cercana a los Abbott como tú me dices, no la dejarán sola. Está rodeada de una familia que haría todo por ella.

Ana sabía que Hermione tenía razón, si había algo que conocía de los Zabini luego de todo lo que Blaise le había contado era el hecho de que adoraban a las Abbott. Tanto que Ana se preguntaba cuánto ellos mismos estaban sufriendo por la pérdida. Esa familia sí conocía a la muerte como una vieja amiga.

Antes de que pudiera responder, Ana se distrajo cuando dos lechuzas aterrizaron entre sus platos llenos de comida; una con un periódico enrollado y otra con una carta. Una de las lechuzas era la que Ana le había enviado a Berenice Babbling con su carta. El cuerpo redondo del ave estaba desprolijo y un poco desplumado como si hubiese pasado por entre un tornado, parecía terriblemente cansada.

—¿Qué te ha pasado? —murmuró con el ceño fruncido antes de tenderle las golosinas que iba a llevar a la lechucería. La lechuza se abalanzó hacia la mano de Ana y picoteó su comida.

—No veo ninguna lastimadura —dijo Ron, quien estaba frente suyo mientras examinaba la parte trasera del ave.

—Pudo haberse perdido en el camino —apuntó Harry, una cucharada de avena en su mano.

Ana le dio una suave caricia al plumaje del animal y negó incrédula.

—No es normal que se pierdan, menos a un lugar al cual anteriormente ya han ido...

La lechuza abandonó la mano de Ana para ir a la jarra de agua y empezar a tomar.

—Está agotada —apuntó Hermione y Ana de inmediato coincidió con su afirmación. Esa lechuza había hecho un viaje más largo del que Ana le había indicado.

Se preguntaba a dónde había ido a parar.

Cinco minutos más tarde, los cuatro amigos se dirigieron hacia el campo de quidditch para las pruebas del equipo de Gryffindor. Ana aún tenía la carta en su mano sin haberla leído. El exterior del castillo estaba húmedo por la fría y neblinosa llovizna que les caía mientras caminaban hacia el estadio; se estaban acercando, cuando entre la neblina divisaron a las dos figuras de Lavender y Parvati bajo un gran paraguas rosado y boleado. La segunda no parecía tan feliz de estar allí, pero cuando la primera los vio, la sonrisa de Lavender fue radiante.

—¡Hola, chicos! —exclamó mientras agitaba su mano en un saludo, su cabello crespo estaba peinado en dos trenzas esponjosas—. Mucha suerte con las pruebas.

—Eh... gracias, Lavender —dijo Harry sin saber qué más decir, y después de asentir con incomodidad siguió de largo hacia el estadio. Ron lo siguió aún extrañado por la interacción.

Inmediatamente, Parvati y Lavender se dieron cuenta de que Ana no tenía mucho ánimo de entablar una conversación, por lo que ambas solo le dieron un suave apretón en el brazo antes de subir hacia las gradas. Ana y Hermione las siguieron por detrás, mientras que la segunda ayudaba a la primera a no mirar hacia abajo.

Ambas se sentaron un poco atrás en las gradas, ya que Ana no quería estar muy cerca del borde, y ambas se dieron cuenta de que casi cada asiento estaba tomado por una audiencia enorme. Al parecer, las pruebas de Gryffindor con Harry como capitán serían muy populares y medio Hogwarts estaba allí para presenciarlas. No obstante, tal como habían sospechado Parvati y Lavender, Ana no estaba de humor para prestar atención a las pruebas; la carta aún quemaba en su mano.

—¿Ya has leído la carta? —preguntó Hermione cuando las pruebas empezaron y los aspirantes comenzaron a volar en sus escobas. Ella tampoco parecía realmente interesada en las pruebas.

Los labios de Ana se presionaron en una línea fina y negó con la cabeza. No sabía porqué después de tanto esperar la respuesta de Berenice Babbling ahora no estaba tentada en leer la carta. Tal vez podía culpar a su mente distraída en otro tema. Ahora su propio entrenamiento era uno de sus problemas más lejanos. Quería saber si Blaise y Hannah estaban bien.

La mirada de Hermione se suavizó y le dio un apretón en su hombro.

—¿Quieres que la lea para ti? Prometo hablar bajo.

Al no sonar como una mala idea, Ana le tendió la carta y se abrazó las rodillas a la espera de la voz de su amiga. Hermione abrió la carta con cautela y se aclaró la garganta antes de leer en voz baja lo que Berenice le había escrito.

—Querida Anastasia, perdón por la respuesta atrasada. No he estado en mi casa esta semana y temo que la lechuza que enviaste tuvo que hacer un recorrido más largo de lo que pensaba.

»En relación con tu carta, noté que no sientes estar preparada para un entrenamiento más duro y aunque en mi opinión lo estés, he pensado en otra forma en la que podemos avanzar. Anteriormente, te he advertido acerca de que tomaras el control de tu cuerpo para que así la magia solamente fuese tuya y no fueses rehén de aquella presencia dentro tuyo. Mientras más luches contra ese poder, menos podrás controlarlo, manipularlo. Por eso, como no estoy allí para darte una mano, la siguiente forma de entrenamiento te ayudará bajo mi ausencia. Esta vez es necesario que te concentres en lo más leve de tu poder; tu cuerpo no estaba preparado para realizar lo que lograste dos años atrás, por lo que ahora hará exactamente eso. Lo acostumbrarás, lo prepararás de lo más mínimo hasta lo más fuerte. Ya me demostraste que eres capaz, pero como tú dijiste, presioné más de lo que debía. Ahora lo veo. La paciencia siempre dio sus frutos.

»Esta vez, tu entrenamiento consistirá en la concentración de energía. Tu magia no solo conecta con la vida y con la muerte, sino que tiene una gran relación con otro ente, llámalo limbo si así quieres. Ya hemos visto en dos ocasiones lo que los dos límites pueden lograr, por lo que ahora es necesario que te centres en el medio: en el sueño. Los sueños siempre fueron gran cargas de energía y el sueño mismo es la fuente. Concentra tu magia en tu mismo sueño o en el de otros. Tu fin será traer el sueño a alguien, lograr la rendición a Morfeo, manipular el sueño. Con todo lo que has practicado, esto no te resultará difícil.

»Si las condiciones se dan, nos volveremos a ver durante el invierno y si no, seguiremos la comunicación entre cartas, pero para que eso funcione he de requerir una carta con tus avances cada fin de semana. Trataré de responder lo antes posible, Berenice Babbling.

La voz de Hermione se detuvo y las palabras de Berenice Babbling se conectaron en la mente de Ana, hasta que comprendió toda la información que había escuchado. Le había dado una tarea aunque desconocida, menos pesada. No sería necesario manipular ni la vida ni la muerte, solo el sueño, el cansancio de alguien. Sus hombros se relajaron al notar que su entrenamiento no sería tan terrible.

—Bueno... por tu reacción sospecho que no es nada malo lo que te ha propuesto —apuntó Hermione, sus facciones imitaron al alivio de Ana.

—Es algo bueno... No sé cuánto me tomará realizarlo, pero al menos no tengo que encontrar un luminicus para entrenar...

Cuando la incredulidad colmó el rostro de Hermione, los ojos de Ana se abrieron con sorpresa; y antes de que su amiga pudiera hablar, le tapó la boca con su mano.

—Perdón, se los iba a contar pero todas las noticias que hemos estado escuchando estos días consumieron mi ánimo.

Ana miró a sus alrededores para ver si las estaban observando, pero todos en las gradas prestaban con suma atención a las pruebas que tomaban lugar en el campo frente suyo. Le quitó la mano a Hermione y suspiró.

—Fue la última noche de entrenamiento, Berenice atrajo a su casa un luminicus para que pudiera entrenar con más profundidad. Quería que lo... matara —Ana se movió con incomodidad ante la mirada intensa de Hermione—. Lo logré. No fue una sensación cómoda, pero lo hice, lo hice desaparecer. Pero es por eso que le envié la carta, no quería volver a hacer ese tipo de entrenamiento, al menos no aún.

Ana no lo diría en voz alta, pero aquella noche bajo la luna, la oscuridad frente suyo y los rastros de aquella voz dentro suyo, esa magia que había salido de ella se había sentido hasta prohibida. Había sido tan poderosa que sus huesos aún temblaban ante el recuerdo.

Por otro lado, Hermione se mordió el labio inferior mientras pensaba con seriedad el asunto frente suyo. Había pequeñas líneas entre sus cejas que se marcaban cuando estaba en un profundo pensamiento.

—Bueno, tú eres quien sabe más de todo esto... —admitió después de un rato y levantó su vista para mirarla. Detrás de ella, en el campo de quidditch, ya estaban pasando la prueba los guardianes—, y aunque no me guste saber que has tenido que entrenar de esa forma, me alivia saber que tienes más o menos controlada la situación. Todo por lo que pasaste... bueno, no es nada fácil, Ana.

Por primera vez aquel día, Ana se permitió sonreír y le dio un apretón en la mano a Hermione, quien le devolvió el gesto. Luego, Hermione se aclaró la garganta.

—Bien, tal vez no sea Blaise Zabini...

Ana puso los ojos en blanca, pero la sonrisa no desapareció; la de Hermione se ensanchó un poco más y nunca dejó de apretar su mano.

—... Pero me gustaría ayudarte con el entrenamiento. Si necesitas hacer dormir a alguien con tu magia lunar, te doy mi consentimiento de usarme. Y el cuerpo de Ron y Harry.

Ana dejó salir una pequeña risa y envolvió los hombros de su amiga en un corto abrazo, hasta que escucharon la radiante voz de Lavender en una de las gradas más cercanas al precipicio.

—¡Buena suerte! —exclamó Lavender y se tapó el rostro en cuestión de segundos al notar que casi todo el mundo la había oído.

Ana y Hermione asomaron sus rostros hacia el campo y notaron que ya iba a ser el turno de Ron de mostrar sus habilidades como guardián. De donde estaban, el chico parecía más verde que normal.

—Aún no me creo que a Lav le guste tanto el quidditch —dijo Ana, guardando la carta de Berenice Babbling dentro del bolsillo de su campera.

—Sí, yo tampoco... —dijo Hermione con el ceño fruncido y sus ojos fijos en Lavender y su gran sonrisa—. Pero sí creo que Parvati la está pasando fatal.

Ana miró a un lado de Lavender y notó que el rostro de Parvati mostraba con transparente claridad cuán no quería estar allí. Sus labios y ceño fruncidos, una pierna cruzada sobre la otra mientras se movía impacientemente y sus brazos cruzados. Las pruebas de quidditch parecían hasta una ofensa para la chica.

Ana y Hermione prestaron atención a la prueba de Ron y después de unos minutos, penalti tras penalti, el chico había logrado realizar cinco. Al parecer, más que el resto de los participantes porque el público gritó con júbilo entre saltos de emoción. Ana y Hermione chiflaron a su amigo, y con cuidado bajaron las gradas para ir a recibirlo y su victoria. Ana se aferró a su bastón al pisar tierra y se dirigió hacia Harry y Ron, mientras Hermione echó a correr hacia ellos.

—¡Has estado fenomenal, Ron!

—Fue genial —dijo Ana cuando llegó al nuevo equipo de Gryffindor.

El equipo concretó el primer entrenamiento para el siguiente jueves, pero antes de que el grupo de cuatro se pudiera despedir del resto, Katie Bell se acercó a Ana.

—Ana, antes que me olvide, Mary me ha pedido esta mañana que te avisara de ir a visitarla en la enfermería. Quería hablar contigo.

No era extraño que la más reciente enfermera del colegio quisiera hablarle, siendo que el año pasado la había ayudado a superar las dificultades de la enfermedad que su cuerpo tenía, pero sí le sorprendía que no la hubiese llamado antes. Ya estaban por comenzar la tercera semana de clases.

Después de despedirse de sus amigos y asegurarles que Hagrid apreciaría su visita, aunque tal vez de mal humor en un principio, Ana se dirigió hacia el castillo. Por fin había dejado de lloviznar, y un sol tenue intentaba atravesar las nubes; sin embargo, su bastón luchó contra el barro y sus botas quedaron completamente marrones cuando llegó a la puerta del castillo.

Si había algo que nunca cambiaría, era el aroma limpio y deprimente del interior de la enfermería; para quienes estaban fuera olía a medicamentos y pisos limpios, pero para quienes estaban en las camillas, olía a más días de enfermedad. Por eso, cuando Ana se adentró al ala de la enfermería, su nariz se frunció ante la conocida fragancia. Tantas veces había estado dentro de ahí y aún podía decir que era el olor más detestado por ella misma, tal vez más que los hospitales.

Al fondo de la fila de camillas, Ana observó a Madame Pomfrey atender a un alumno con el rostro completamente morado mientras que a unas camillas más adelante estaba Mary conversando con uno de sus pacientes. Al percibir la mirada de Ana, la mujer levantó su vista hacia ella y le indicó con la cabeza que la fuese a esperar dentro de su oficina.

Después de un año en donde estaba claro que Mary se quedaría como enfermera en Hogwarts, una nueva oficina se había abierto en la enfermería para que pudiera sentirse como en casa. La habitación no difería demasiado de la oficina de Madame Pomfrey, había estanterías llenas de libros de medicina muggle tanto como mágica; un escritorio, donde había varias carpetas y pergaminos, acompañado con sus respectivas sillas, y había dos camillas tapadas por dos cortinas en ambas puntas traseras de la oficina, para los pacientes más enfermos. Ana se sentó en la silla más cercana a esperar a Mary.

Para hacer pasar su aburrimiento y saciar su curiosidad, Ana ojeó una fotografía enmarcada que posaba en el escritorio. No fue difícil distinguir que se trataba de una foto relativamente vieja, ya que de inmediato, Ana reconoció los rostros que le sonreían. Cinco chicas de su edad, radiantes ante la cámara, vistiendo túnicas completamente negras y acompañadas con sombreros puntiagudos. Mary MacDonald, Lily Evans, Dorcas Meadowes, Marlene McKinnon y Faith Ward parecían recién haberse graduado de Hogwarts.

Y junto a la fotografía que descansaba en la oficina contigua, su madre prevalecía en esa enfermería.

Ana apreció la fotografía unos segundos más, hasta notar lo diferente que se veía Mary de cómo era en el presente: su cabello crespo estaba peinado en un afro compacto pero voluminoso, su sonrisa era juvenil y feliz, y la pose en la que estaba era despreocupada, relajada en comparación con la postura tan recta que tenía desde el momento de conocerla. Hasta le guiñaba a la cámara.

—Después de esa foto todos nos fuimos a un bar y nos emborrachamos de una manera un tanto excesiva. Creo que fue la última noche de diversión antes de que comenzara el trabajo arduo de la Orden.

No había escuchado la puerta abrirse, pero al oír la voz de Mary, Ana giró su cuerpo hacia ella. La mujer, tan diferente a la foto, parecía más cansada que viva; las ojeras bajo sus ojos estaban levemente tapadas por maquillaje, pero no era posible enmascarar sus ojos.

—Hola, Mary —dijo Ana y apoyó el cuadro sobre el escritorio—. No te he visto en las vacaciones...

Mary sonrió suavemente pero la sonrisa no llegó a sus ojos; se sentó frente a Ana en su propia silla.

—Lo siento por ello, estuve todo el verano ayudando desde aquí. Era más fácil repartirnos de esa forma.

Ana asintió pero no dijo nada más, no había mucho que ella pudiera decir siendo que había sido Mary quien había llamado por ella. Al notar que Ana estaba preparada para escucharla, el semblante de Mary se ensombreció y se aclaró la garganta, ambas manos entrelazadas sobre el escritorio.

—Bien, iré directo al grano, Ana. ¿Has sentido alguna mejora estos meses?

A Ana le quemó la presencia de su bastón, el cual estaba apoyado contra el brazo de su silla. Lo miró de reojo antes de observar a Mary con la misma seriedad.

—Si soy sincera... siento que hubo cambios —admitió Ana, pero se removió en su lugar—. Pero después de lo que pasó en el Ministerio siento que todo el trabajo que hicimos durante el curso anterior fue en vano. Es decir, siento que todo el mejoramiento, toda la energía que gané durante nuestras sesiones las gasté por completo, esa noche. —su mirada volvió a estar fija en su bastón—. Y ya hemos visto cómo eso resultó...

Mary chasqueó su lengua contra sus dientes y suspiró antes de volver a hablar.

—No dictaré cómo tú veas la condición que tienes o la situación en la que estás, no obstante, el bastón no es un signo de debilidad. —Mary frunció el ceño y se enderezó en su asiento—. Sí, tus piernas han perdido un porcentaje de la fuerza que cargaban, pero el bastón no es el castigo de ello. No lo veas como un "Estoy enferma por lo que uso bastón", trata de mirarlo como un "Uso bastón para mejorar". Claro está, hay ciertas cosas de las que tu cuerpo está limitado, mas, ¿no han mejorado algunas cosas más por la ayuda del bastón? Seguro te has vuelto más rápida, te has cansado menos y no le exiges a tu cuerpo hacer lo imposible.

Era un golpe de realidad admitir que Mary tenía razón. Como había advertido, sus piernas sí habían perdido su energía normal y aún así, con ayuda de su bastón la situación no había empeorado. Había logrado hacer todo lo que podía realizar antes. Hasta había compartido una larga caminata junto a Dalia y su propio bastón.

Las facciones de Mary se relajaron y un suspiro suave dejó sus labios. Señaló con su dedo el bastón decorado con pegatinas coloridas.

—Tu bastón es una herramienta, úsala como un arma para el mejoramiento.

Mary tomó una de las carpetas sobre su escritorio, la abrió y empezó a buscar una página en particular. Mientras las observaba, volvió a hablar.

—Volviendo al tema de antes, comprendo que te sientas como si todo lo que realizamos el curso anterior se perdió. Sin embargo, no eres la misma chica que vino por primera vez a verme en la enfermería el año pasado. Eres más fuerte. —cuando encontró la página, comenzó a escribir algo en un pergamino—. Sé que es irritante escuchar aquello, es decir, reconozco que quieres mejorar, no ser más fuerte. Pero aun así, pienso que con todo por lo que has pasado esto es una victoria la cual deberías admitir.

Una vez que su pluma dejó de moverse sobre el pergamino, Mary lo guardó de nuevo en la carpeta y se levantó con su varita en alto.

—Este año no haremos la ejercitación que el año pasado, es más, no te haré volver semanalmente a la enfermería. Pero lo que sí haré, será mantener un ojo en ti. Continuarás haciendo los ejercicios que te he mandado hacer el curso anterior y seguirás con los medicamentos, una dosis menor; al fin de mes vendrás aquí y te haré una revisión general. Si hay un día que te sientas peor de lo normal insisto que ahí sí vengas a darme una visita. No te sobreexijas, Ana.

Mientras hablaba, Mary había hecho un gesto con la varita y ahora, de uno de sus armarios, habían flotado hacia ella unos frascos pequeños llenos de un líquido celeste claro y casi transparente. Se los tendió a Ana.

—Estos son para el insomnio. Recuerda, un trago cada noche; este lote debería proveer por un mes, por lo que si se acaba antes no te daré otro más —después de que Ana agarrara los frascos, Mary sacó una bolsa transparente con golosinas de uno de los cajones de su escritorio y se lo tendió con una sonrisa—. Y estos son para el dolor. Encontré una forma de hacerla menos asquerosa a la poción.

Ana guardó todo lo entregado en los bolsillos de su campera junto a la carta de Berenice Babbling. Durante esa charla había debatido consigo misma acerca de decirle a Mary la verdad de sus dolores corporales pero desistió en el último momento. Cuantas menos personas lo sabían, mejor. Se levantó del asiento y le sonrió.

—Gracias, Mary. Nos veremos de nuevo en un mes si todo está bien.

—Nos veremos en un mes, Ana. —Mary fue a su lado y le dio un apretón en el hombro—. Cuídate.

•      •      •

¡hola!

¿cómo están?

ya sé que no actualizo seguido, pero ahora justo voy a volver a las clases de la facultad y seguro tarde un poco más en actualizar; si la espera se hace muy larga, no se preocupen de que abandone la historia, porque si así fuera el caso se los diría de antemano. no me gusta abandonar un proyecto sin avisar antes.

bueno, díganme en los comentarios qué les pareció de este capítulo y muchas gracias por seguir apoyando la historia ♥

no dejen de hablar de palestina ni de sudán.

nos vemos en la próxima actualización ¡!

•chau•

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