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𝐧𝐢𝐧𝐞

"Memorias agridulces"

En muy poco tiempo, Ana se dio cuenta de que sentarse junto a Blaise Zabini durante las clases de Runas Antiguas era una tarea adicional. Y el calendario de Ana estaba muy apretado como para tener más tarea.

—¿Puedes colaborar? —inquirió ella en un susurro mientras trataba de dibujar una de las runas en su pergamino.

La profesora Babbling los había puesto a trabajar en parejas para que hicieran un gran pergamino con el alfabeto rúnico de memoria pero Zabini parecía tener sus propios planes y se había puesto a hacer un trabajo por sí solo.

—Haz el tuyo y yo haré el mío —dijo él sin quitar su vista de su pluma y pergamino. Ana miró de reojo su pergamino y notó que era más bonito que el de ella. La letra de Zabini sin duda era más elegante que su mamarracho.

Ana sacudió su cabeza para dispersar sus pensamientos y se volvió a concentrar en su objetivo.

—No tengo tiempo para que empieces con tu meticulosa personalidad...

—Y yo no tengo el tiempo para gastarlo con alguien como tú.

Ana estuvo muy tentada en hacer caer su bote de tinta en su pergamino pero se resistió, sabiendo que no valdría la pena.

Por otro lado, durante su clase favorita podía relajarse de todo lo referido con Zabini y se concentraba en alimentar a su gusarajo con una fresca tira de lechuga. Claro, tal vez no eran clases llenas de adrenalina pero las criaturas eran un suspiro de calma luego de todo lo que Ana debía estudiar. Eran como los caracoles que había tenido alguna vez en su antigua casa, solo que más grandes y sin caparazón. Se relejaba cuidándolos.

—¿Cómo pareces tan feliz cuidando a estos... bichos? —inquirió Parvati mientras una mueca de disgusto se posaba en sus labios a la par que cortaba otra tira de lechuga para su gusarajo.

—Es muy relajante cuidarlos...

A una distancia de donde estaban ellas se escuchó a alguien exclamar «¡Me equivoqué! ¡Defecó en mi mano!». Una mueca se posó en los labios de ambas niñas.

—Relajante ¿eh?

Ana notó que su gusarajo ya no quería más comida y enroscaba su viscoso y grueso cuerpo en su lugar.

—Esperemos que no seamos nosotras las próximas en decir eso.

Parvati dejó salir una protesta haciendo a Ana reír. Definitivamente era la clase más relajante.


Cuando octubre llegó a los cielos de Hogwarts, Ana se encontró con un poco más de tiempo libre en sus manos. Pareciera como si los profesores le hubiesen tomado lástima y hubiesen bajado un escalón en la cantidad de tarea y estudios que le habían dado, claro que en el caso de Snape, él le había dado más tarea dado que Ana no parecía avanzar tan rápidamente como él quería que hiciese.

—¿Cómo es que mandarme más pociones que hacer y estudiar hará que avance más rápido? ¡Ni siquiera comprendí los temas de tres capítulos atrás!

Remus le sonrió con simpatía y extendió su mano para que Ana le tendiera el nuevo capítulo del libro que debía leer.

Aquella tarde era especialmente muy fría, tal vez era porque esos últimos días había estado lloviendo de una manera que le disgustaba a Ana, y por ello Remus la había sorprendido con un chocolate caliente luego de aprender que Ana despreciaba el té. Ni siquiera con cuatro cucharadas de azúcar podía ingerir ese líquido.

Estaban en la oficina de Remus, o mejor dicho la oficina del profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Ana no podía decir que Remus tuviese un muy buen gusto en la decoración pero no podía culparlo. Ella tampoco lo tenía. Habían algunos estantes llenos de artefactos extraños que Ana no dudaba que fuesen mágicos, otros estantes llenos de libros y pergaminos desordenados. En realidad, toda esa habitación parecía muy desordenada. Remus podía dar la impresión de que tenía su vida en total control pero por la cantidad de desorden que había alrededor de ambos, Ana sabía que eso era un error de primera apariencia. Aunque lo que sí apreciaba de esa oficina era que el hombre parecía interesado en traer algunas criaturas de sus clases para mantenerlas allí. Y por eso sus ojos no podían dejar de ver una pequeña criatura que tenía la forma de un hongo verdoso con ojos amarillentos como los de una serpiente, que se posaba en una urna de cristal.

Al observar la mirada interesada de Ana en le criatura, Remus sonrió y se acomodó en su lugar.

—¿Sabes cómo se llama?

Bundimun —se apresuró a responder Ana con fervor—. Son pequeñas criaturas que son muy bien conocidas por destruir las casas cuando exuden una secreción terrible.

—Correcto, son pestes para los hogares, fácilmente reconocidos por su hedor fétido. Lo he traído para enseñarlo en una de mis clases, una de mis alumnas de primero me comentó el otro día acerca de que su hogar estaba repleto de las pestes y pues decidí que sería un tema interesante para enseñar.

—Eso es muy dulce de tu parte —sonrió Ana y Remus le agradeció con la mirada antes de volverse hacia la criatura.

—Faith detestaba con todo su ser a los bundimuns, siempre le parecieron asquerosos —Remus rió al recordarla y se preparó para contarle una anécdota a Ana—: Cuando estábamos en cuarto año, recuerdo vívidamente que fuimos a ver a Hagrid para preguntarle algo acerca de las acromántulas porque lo estábamos viendo en una de nuestras clases y sabíamos que él las conocía muy bien, y pues, cuando llegamos a su cabaña —Remus rió al recordar aquella escena—, el grito que pegó tu madre, por Merlín, jamás la había visto tan asqueada en su vida. Hagrid estaba teniendo un pequeño problema de infestación a causa de estas pequeñas pestes y tuvimos que detener a Faith de que las aplastara con la suela de sus zapatos. Estaba tan decidida en deshacerse de ellos de esa forma pero finalmente los erradicamos con algunos hechizos de limpieza. Siempre se avergonzaba cuando traía aquel día en una conversación y por ello ni James ni Sirius dejaron de traerlo con el tal hecho de hacerla volver roja.

Ana rió al pensar en los dos hombres molestando a Faith cuando eran de su edad. Le encantaba oír aquellas historias.

—Claro que ella no se quedó atrás —siguió Remus con una sonrisa graciosa—. Si había algo que Faith no permitía era que la avergonzaran así que, naturalmente, hechizó sus colonias para que tuvieran un hedor podrido y no se lo pudieran quitar en semanas. Nadie se les acercó en lo que duró el hechizo, hasta puedo escuchar a James lloriquear porque Lily lo esquivaba aún más.

Remus soltó una carcajada pero enseguida su mirada se volvió perdida, haciendo que la sonrisa de Ana se suavizara con un toque de tristeza. Aquel día no solamente había perdido a su amor pero también había perdido a una amiga. Pensar que él y James habían tenido ese tipo de pérdidas la ponía con los humores por el suelo.

—La extrañas...

Ana sabía que eso era exactamente obvio y era un gasto de palabras de decir dado que no era necesario aportar esa declaración, pero sus palabras no habían sido para señalar aquello per para demostrarle a él que ella comprendía. Estaba claro que no había sufrido una perdida de esa forma —aunque sí lo había hecho pero en su caso no recordaba nada—, sin embargo, Ana sabía lo que era extrañar, anhelar por esa persona. Entonces, aquella declaración solamente había salido de sus labios para dejarle en claro a Remus, que ella entendía ese anhelo y dolor y no para apuntar lo obvio.

—Todos los días... se dice que se vuelve más fácil con el paso del tiempo pero esa es una mentira audaz. De hecho, se vuelve más difícil cada día sin ella —Remus al darse cuenta de que se estaba perdiendo en su corazón, volvió a la realidad y miró a Ana. No podía perderse, no cuando Ana estaba allí.

Pero antes de que Remus pudiese cambiar de tema, Ana al ver que Remus había abierto su corazón un poco más a ella, decidió que era el turno de ella. 

—No hay un día que no extrañe a mi papá... —confesó ella apoyando su nuca en el respaldo de la silla—. Y tienes razón, se hace más difícil. Es difícil esperar leer sus cartas y no recibir ninguna, es difícil querer escuchar su voz y no hacerlo... querer abrazarlo y solo sentir un vacío en tus brazos.

Remus dejó el libro que Ana le había dado antes en un pequeño velador de madera a su izquierda y le dedicó toda su atención.

—¿Cómo era él?

Ana lo miró y pestañeó como si se hubiese despertado de un sueño.

—¿Él...? La persona más fuerte y amable que yo haya conocido. Jamás se quedó callado cuando se insultaba a la comunidad de la que era partícipe, nunca dejó de amar aunque le pusieran límites. Y aunque la mayoría lo rechazara de todas las partes a las que ponía un pie, nunca se flaqueó. Así fue como recibió su puesto de trabajo... ¡y bien merecido lo tenía! Me acuerdo cuando nos contó la noticia, claro, yo era pequeña pero es difícil no recordar el brillo en su sonrisa. Esa noche cenamos pastel de chocolate ¡su favorito! Nana lo aceptó con tal de que no nos empacháramos con más de tres porciones.

La mirada de Ana se perdió y una sonrisa se posó en sus labios mientras sus ojos observaban el pasado con cariño.

—Cómo extraño su sonrisa y sus chistes tan malos a las altas horas de la mañana para que mi día comenzara con una risa. O verlo caminar por los pasillos de nuestra casa con aquel saco floreado azul que tanto amaba.

Ana apoyó una mano sobre su mejilla y rápidamente notó que se encontraba húmeda, pestañeó para despejar sus emociones y se dio cuenta, a medida de que tocaba su rostro, que había comenzado a llorar involuntariamente.

—Oh... perdón, ni me di cuenta, yo...

—¿Por qué no te tomas el día, Ana? Descansa hoy y mañana vuelves al estudio. Tómate tu tiempo, no te apresures con la escuela porque te abrumarás. Ve a la Sala Común o donde te sientas cómoda, ve y descansa.

Ana no se podía negar a eso y entonces con su libro nuevamente en sus manos se retiró del despacho de Remus para ir a algún lugar en donde despejar sus pensamientos.

•      •      •

Una tarde, luego de que Ana terminara toda su tarea y hubiese quedado satisfecha con su progreso, se dirigió a la Lechucería con un balde de metal y un trapo que le había dado Filch luego de cientos de preguntas que tuvo que responder con inquietud.

Como Ana no tenía una lechuza propia para mandarle cartas a su abuela, se empeñaba en usar la asistencia de las lechuzas del colegio que se encontraban habitando la Lechucería del colegio. Y la primera vez que había ido allí en la compañía de Hermione, Ana casi había saltado por el poco cuidado que se las trataba.

No solamente era una torre fría y abierta sino que también tenía el peor aspecto posible. El suelo estaba lleno de heno, excremento de lechuzas y huesos de pequeños animales. La cantidad de enfermedades que las aves se podían contraer por ingerir el heno contaminado eran bastantes y ni hablar de si una persona caminaba por allí. No era higiénico ni para las personas ni para las aves mismas que lamentablemente no tenían otra opción que habitar allí. Y por eso, Ana había decidido que limpiaría lo que pudiese con un poco de magia y otro poco de limpieza muggle.

Y allí se encontraba, fregando el suelo de piedra luego de haber juntado los huesos en una bolsa y guardado el heno en un cajón para que pudiese limpiar el suelo con tranquilidad. Mientras ella hacía lo suyo, los ojos curiosos de las lechuzas la observaban moverse al compás de la canción que se encontraba tarareando.

Cuando decidió que era hora de centrarse en los detalles de la suciedad que se encontraba en el suelo, escuchó unos pasos subir por las escaleras de la torre y cuando se giró a la entrada, vio a Hermione entrar con una pequeña sonrisa.

—George me dijo que te habías dirigido hacia aquí —se explicó ella mirando lo que Ana estaba haciendo con el trapo en una mano.

—Ah, sí, los gemelos estaban esperando a que yo me fuera para poder hacerle alguna broma a Filch... no puedo decir que me da pena —rió Ana y se levantó al estar arrodillada.

Hermione recorrió la escena con sus ojos y notó el cambio de la Lechucería que tanto conocía, porque ella también recibía la asistencia de las lechuzas del colegio.

—Esto sí que es un cambio...

—¡Sí! Mira lo felices que se ven —sonrió Ana mirando a las lechuzas, Hermione encaró una ceja al observar a las aves.

—Uhh... se ven normales para mí.

Ana se encogió de hombros y al mismo tiempo una lechuza fue a parar en su cabeza, confundiendo el cabello desordenado de Ana por un nido. Ella sonrió y con delicadeza la tomó en sus manos y la colocó en el hueco de donde había salido.

—Sí que adoras a los animales, ¿no?

—¡Cómo no hacerlo! En el pueblo que vivía los niños no hablaban conmigo así que... oh uau, ¿Cúantas veces he hablado de mi trágico pasado? Esta es seguramente la quinta vez eh, ¿Quién pensaría que fuese tan vana?

—Nadie piensa eso —le aseguró Hermione entrando a la torre para ayudarla—. No te preocupes, es bueno saber que te has abierto con nosotros.

—Sí... supongo que aunque siempre me haya resultado más fácil ser una persona de animales ustedes me brindaron confianza y seguridad —le sonrió Ana mientras fregaba con fuerza una parte del suelo porque se encontraba muy sucia—. Y eso era justamente lo que necesitaba después de que todo el mundo me juzgara por ser diferente.

Hermione sacó su varita y apuntó el lugar donde Ana estaba luchando. Murmuró un hechizo y la mancha se desvaneció.

—¡Gracias!

—Ahora sabes que eres especial —Hermione señaló la varita—. Y aunque seas diferente, eso no significa nada malo.

—Claro, pero si te soy totalmente sincera ser especialmente diferente no era la única razón por la que me juzgaban —Ana estaba derrochando toda su vida en palabras y no podía dejar de hablar, era como si luego de tantos años callada su corazón quisiese compartir sus pensamientos. Ana solo rogaba porque Hermione le tuviese paciencia—. Yo no podía quedarme callada y entonces se ponían quisquillosos y se hacían las víctimas ¡cómo si no hubiesen sido ellos quienes criticaban a mi padre! ¿Cómo podían querer lastimarlo cuando era tan bueno? —Ana acarició la pequeña cabeza de una lechuza que se había acercado a ella y sus pensamientos se fueron hacia otro lado de su memoria—. Ahora que lo pienso, es por él que me encantan los animales.

—¿Qué te hace decir eso?

—Pues, teníamos un juego. Iba que si yo atrapaba cinco caracoles cada atardecer, él me enseñaría una frase en latín, así que cada tarde a las cuatro en punto yo le presentaba mi colección de caracoles y él me diría la frase. ¡Poco sabía él que eran los mismos caracoles! Los tenía escondidos en nuestro jardín trasero... solo nana sabía de ellos porque me daba la lechuga para que no se comiesen las plantas —Ana dejó salir un suspiro contento y se giró a su amiga que la miraba con atención—. Amaba ese juego... aunque supongo no solamente porque podía quedarme con los caracoles sino por cómo sus ojos brillaban cada vez que me enseñaba aquel idioma que él amaba.

—Suena muy apasionado —señaló Hermione acariciando una lechuza que se había detenido en su hombro en busca de golosinas.

—Lo era, en serio lo era. Y estoy segura de que hubiese amado esta escuela, es decir, ¡prácticamente está todo en latín! Un sueño cumplido si puedo decirlo... y creo que hubiese estado orgulloso de que encontrase un lugar para mí... sí...

—No tengo duda de por lo que me cuentas que él estaría orgulloso de ti, Ana. Lo está.

Ana le sonrió agradecida sintiendo un cálido sentimiento en su pecho. Tal vez era porque había pasado tanto tiempo de que podía hablar con alguien de su edad de esa forma sin ser juzgada o rechazada.

Se aclaró la garganta y se enderezó para mirar a Hermione mejor.

—¿Y tú? ¿Qué hay de tus padres?

•      •      •

Días después, durante una tarde en la que Ana se estaba a punto de dormir por todo lo que había avanzado ya que su cerebro se estaba friendo, escuchaba distorsionadamente los murmullos de alegría que estaban teniendo sus compañeros al recibir la noticia de que irían a Hogsmeade a finales de octubre. Y como ella no iría, estaba esperando a que su cerebro se desconectara y se durmiese.

Claro, si no fuese porque Ron pegó un grito que hizo que saltara en su lugar y tirara al suelo el libro que hacia unos minutos había dejado de leer.

—¿Qué...?

Ron se encontraba apoderándose de su mochila, al mismo tiempo que Crookshanks clavaba profundamente en ella sus garras y comenzaba a rasgarla con fiereza por una razón desconocida por Ana.

—¡SUELTA, ESTÚPIDO ANIMAL!

Ron intentó arrebatar la mochila a Crookshanks, pero el gato siguió aferrándola con sus garras, bufando y rasgándola. Ana miraba la escena con incredulidad, ¿qué era eso? ¿Tom y Jerry?

—¡No le hagas daño, Ron! —gritó Hermione. Todos los miraban. Ron dio vueltas a la mochila, con Crookshanks agarrado todavía a ella, y Scabbers salió dando un salto...

—¡SUJETEN A ESE GATO! —gritó Ron en el momento en que Crookshanks soltaba los restos de la mochila, saltaba sobre la mesa y perseguía a la aterrorizada Scabbers.

Si Ana no estuviese tan dormida, encontraría aquella escena un tanto interesante, sin embargo, ese no era el caso así que se tiró nuevamente al sillón en donde estaba.

Luego de un minuto, todo se resolvió.

—¡Mírala! —le dijo Ron a Hermione hecho una furia, poniéndole a Scabbers delante de los ojos—. ¡Se ve terrible! ¿¡No es así, Ana?!

Ana levantó su cabeza al escuchar su nombre y lo miró adormilada.

—Terrible.

Y dejó caer su cabeza para volver a tratar de dormir.

—Mantén a tu gato lejos de ella.

—¡Crookshanks no sabe lo que hace! —exclamó la joven con voz temblorosa—. ¡Todos los gatos persiguen a las ratas, Ron!

—¡Hay algo extraño en ese animal! —señaló Ron, que intentaba persuadir a la frenética Scabbers de que volviera a meterse en su bolsillo—. Me oyó decir que Scabbers estaba en la mochila.

—Vaya, qué tontería —dijo Hermione, hartándose—. Lo que pasa es que Crookshanks la olió. ¿Cómo si no crees que...?

—¡Ese gato la ha tomado con Scabbers! —masculló Ron, sin reparar en cuantos había a su alrededor; que empezaban a reírse—. Y Scabbers estaba aquí primero. Y está enferma.

Ana escuchó los pasos de su amigo irse pero enseguida terminó rendida en el sueño como para seguir prestando atención.


Ana tuvo el más extraño de los sueños, claro que eso era poco decir dado que sus sueños eran comúnmente peculiares pero aquel había sido... distinto.

De los que Ana recordaba, ninguno de sus sueños tenían sentido pero ese era el caso de este nuevo fenómeno; este sueño sí sentía que lo tenía y además, le resultaba distantemente familiar. Como un triste recuerdo que no tenía presente al momento de despertar pero que podía rodearlo con sus brazos mientras dormía.

El sueño no tenía colores, era simple oscuridad y el vago sentimiento de que algo ocurría en los rincones de su imaginación. No podía escuchar con claridad pero presentía que había alguien corriendo por algunos charcos de barro y agua, como si estuviese en el medio de una tormenta. Y escuchaba sollozos, unos rotos sonidos saliendo de la boca de aquella persona que hicieron que Ana sintiese su corazón dar un vuelco como si supiese que aquella persona estaba sufriendo el peor de los dolores. Sin embargo, lo que hizo que Ana sintiese el terrible terror de aquellos partidos sollozos fue el sentimiento... no, la certeza de que había un aroma metálico y alarmante.

Ana trato de observar siquiera algo en la oscuridad pero no podía porque no estaba allí, eso era un sueño y ella no podía controlar su propia mente. Y aun sabiendo eso no podía evitar querer ayudar a la persona cuyos sollozos le ponían los cabellos de punto. Quería decirle que todo estaría bien pero en lo más profundo y con amargura, Ana presentía que no era ese el caso. Había algo tan terrible en aquella oscuridad que hasta ella comenzó a sentir sus pensamientos temblar y si su cuerpo estuviese con ella, sabía que también flaquearían ante el horror. Quiso llorar pero era un sueño, quería gritar pero no tenía voz, quería ver pero no había luz.

Y cuando pensó que la oscuridad la tragaría en su infinita perdición, una luz radiante y fría fue apareciendo encima suyo como una mano de ayuda mientras se ahogaba. Todo alrededor suyo fue tornándose blanco y radiante y lo último que sintió fue una voz tan ligera y baja que creyó que era el eco de una brisa, decir:

—Un alma por otra.

Y así, sus ojos se abrieron.

Ana dejó salir un ahogado jadeo mientras se incorporaba en su lugar y un temblor sacudió su cuerpo de pies a cabeza que le hizo concentrarse en el acelerado latido de su corazón. Miró a su alrededor y una oleada de calidez la devolvió a su estado de tranquilidad.

Se encontraba en la sala común y seguía recostada en el sillón en el cual había caído rendida. Una suave manta de lana estaba sobre su cuerpo y la cálida luz y calor del fuego del hogar aliviaban su temor de la forma más dulce que podía pedir. Sin embargo, no podía volverse a dormir. Tal vez su mente ya no recordaba lo sucedido en el sueño pero su cuerpo estaba en un estado contrario, todavía traumado por la extrañeza de lo que su sistema nervioso había provocado.

Con eso en mente, se levantó de su lugar, y luego de estirar sus piernas y agarrar la manta en sus brazos, se dirigió hacia las escaleras para que durante la mañana nadie se encontrase con su persona aún tirada en el sillón.

No sin olvidar aquella frase que retumbaba en lo más seguro de su memoria: Un alma por otra.

•      •      • 

La mañana de Halloween, Ana se encontraba impasiblemente deprimida. Ni todas los dulces que Ron le prometía traer a ella y a Harry ni la aseguración de Hermione en comprarle algunas golosinas para Limonada, podían hacer que aquel día que debía usarlo para no atrasarse con sus tareas y clases se volviese menos deprimente.

¡Ni siquiera el hecho de que era su no cumpleaños le levantaba los ánimos!

Así que cuando junto a Harry los vieron partir hacia su divertida excursión hacia Hogsmeade, una queja salió sus labios.

—Me voy a morir hoy...

Ana no podía dejar de pensar en todos los capítulos que tenía que leer... y toda la tarea que tenía que hacer, y cada vez se volvía menos animada.

Con Harry subió por las escaleras y observó que él no le quitaba la vista a la carta que le había mandado James aquella mañana. Ana también había recibido una carta por parte de su abuela esa mañana, pero era todo lo contrario al contenido de su amigo. Mientras que a ella su nana le deseaba un muy feliz cumpleaños y esperaba que la bonita taza de cerámica con forma de un dragón le gustase —lo cual era evidente que a Ana le había fascinado y tal vez eso sí la había animado un poco—, la carta de Harry contenía un contenido más... sensible.

—Hoy se cumplen doce años... —murmuró Harry luego de un largo silencio.

Ana conocía muy bien el tono de voz que Harry había empleado y al saber lo que ella hubiese querido que hicieran cuando así se sentía, le dijo:

—¿Por qué no vamos con Remus? Estar con un familiar siempre ayuda, confía en mí.

Harry no se negó y con un leve asentimiento, se dieron la media vuelta y se dirigieron hacia la oficina de Remus para pasar la tarde con él.

Lo que Ana se había olvidado es que Remus también estaba pasando por una situación similar a la de Harry y no se dio cuenta hasta que tocaron la puerta a su despacho y él les abrió, viéndose lamentable. Ana entró internamente en pánico, no había querido molestarlo, pero a lo contrario de Ana, Remus les sonrió con un toque de agradecimiento y se hizo a un lado para que pasasen.

—Pasen, acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase.

Remus no le tuvo que decir dos veces a Ana y complacida de ver el demonio de agua, Ana entró a la oficina de Remus, seguida de Harry quién sí estaba confundido.

—¿Un qué?

Ana enseguida se dirigió al rincón en donde estaba la criatura dentro de un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.

—Es un demonio de agua —le explicó Remus a Harry, observando el grindylow ensimismado—. No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los kappas. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Te das cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Fuertes, pero muy quebradizos.

—Fascinante... —murmuró Ana acercando su rostro al cristal tal como anteriormente lo había hecho el grindylow—. Sí que eres una criatura muy bonita.

Hasta el grindylow parecía estupefacto ante tal comentario mientras se escabullía en unas densas algas que habían en un rincón.

Mientras Remus y Harry seguían hablando, Ana seguía estudiando a la criatura con gran interés. Ésta, a la medida que pasaban los minutos y notaba que Ana no tenía ni un interés en irse, se volvió a dejar ver, esta vez un poco aburrido. Ana se volvió a Remus cuando le dio una taza de chocolate caliente.

—¿Hay pescados para él?

Remus, quien ya se había sentado frente a Harry, señaló un cajón de vidrio pequeña con algunos pescados y Ana se acercó a éste para tomar uno así dárselo al grindylow.

—Ten cuidado, Ana.

—¡Por supuesto!

Ana le tiró el pescado con cuidado y el grindylow rápidamente lo agarró con sus garras y se lo devoró en cuestión de segundos. Y al mirar a Ana, se lo veía más tranquilo.

—... ¿por qué no me dejaste enfrentarme al boggart?

Eso sí captó la atención de Ana que se giró hacia ellos y caminó hasta sentarse en uno de los asientos.

Remus alzó las cejas.

—Creí que estaba claro —dijo sorprendido.

—¿Por qué? —volvió a preguntar Harry y Ana asintió, dándole apoyo.

—Bueno —respondió Remus frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el boggart se enfrentaba contigo adoptaría la forma de lord Voldemort.

Ana lo miró confundida, claramente no estaba enterada de absolutamente nada.

—¿Lord qué? ¿Hay un lord?

Remus y Harry se volvieron a ella y con incredulidad se dieron cuenta de que nunca le habían contado con exactitud su relación con ese tal lord.

—Lord Voldemort, Ana —le explicó Remus y se acomodó en su lugar. No sabía si aquel día era exactamente el indicado para ir hablando de aquel desquiciado pero Ana tenía toda el derecho de saber. Al notar que Remus estaba inquieto sin saber qué decir, Harry se adelantó y miró a Ana suavemente.

—Él fue... fue quien la asesinó, Ana —la informó y Ana lo miró horrorizada—, y quien trató de hacerlo conmigo pero falló.

Harry se corrió su cabello oscuro de su frente y Ana miró con más claridad la cicatriz que posaba en su piel. ¿Esa era la razón por la que lo llamaban el niño que sobrevivió? Ahora todo cobraba sentido.

—Yo... lo siento.

—No hay nada que sentir, no sabías —le aseguró su amigo y Ana asintió, dándole un trago a su chocolate al no tener nada más que decir. Harry se volvió a Remus, volviendo al tema anterior aunque con un poco de flaqueo—. El primero que pensé fue él... pero luego recordé los dementores.

—Ya veo —asintió Remus pensativamente—. Bien, bien..., estoy impresionado. —Sonrió ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harry—. Eso sugiere que lo que más miedo te da es... el miedo. Muy sensato, Harry. 

Ana se sentía un poco intimidada porque su miedo era un personaje ficticio de una película de terror.

—¿Pensabas que no te creía capaz de enfrentarte al boggart? —inquirió estupefacto Remus—. Harry, te conozco desde pequeño y...

Lo interrumpieron unos golpes en la puerta.

—Adelante —dijo Remus.

Se abrió la puerta y entró Snape. Llevaba una copa de la que salía un poco de humo y se detuvo al ver a Ana y a Harry. Entornó sus ojos negros.

—¡Ah, Severus! —exclamó Remus sonriendo—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí, en el escritorio? —Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban de los niños a Remus—. Estaba enseñándoles mi grindylow —explicó él con cordialidad, señalando el depósito.

—Fascinante —comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya, Lupin.

—Sí, sí, enseguida —asintió Remus.

—He hecho un caldero entero. Si necesitas más...

—Seguramente mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus.

—De nada —respondió Snape. Salió del despacho retrocediendo, sin sonreír y receloso.

—Me arruinó el sábado —protestó Ana hundiéndose en su lugar y los otros dos la miraron divertidos.

—¿Y por qué es eso? —preguntó Remus encarando una ceja.

—Pensé que lo podía esquivar los fin de semana... —Ana miró la copa con curiosidad—. ¿Y qué es?

—El profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción — respondió Remus—. Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente difícil. —tomó la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió, tomando un sorbito y torciendo la boca.

Ana lo entendía perfectamente. Las bebidas amargas eran sus enemigas.

—¿Para qué es? —insistió Ana, sin darse cuenta de que Harry se movía con inquietud en su asiento. Para su suerte, Remus parecía más tranquilo.

—No me he encontrado muy bien —explicó—. Esta poción es lo único que me sana. Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos capaces de prepararla.

—Ojalá usase su inteligencia para ser un buen profesor —se lamentó ella y le dio un sorbo a su bebida. Remus tuvo que darle un trago a su bebida para no sonreír ante tal comentario. Y bien hizo porque le agarró un disgusto al tener que ingerir el líquido.

Cuando se la vació, dejó la copa vacía que aún seguía echando humo, y abrió uno de los cajones de su escritorio para sacar un paquete torpemente empapelado. Se lo tendió a Ana.

—No pienses que me he olvidado, feliz cumpleaños, Ana.


—Aquí tienen —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.

Un chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Ana y Harry. Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo pasado mejor que en toda su vida.

Y aunque durante la mañana se hubiese sentido mal por no haber podido ir, luego de la visita a Remus su humor había cambiado y miraba con admiración el paquete que todavía no había abierto.

Ana estaba perdida en sus pensamientos, preguntándose qué podría haber en el paquete, mientras que sus amigos discutían los lugares que habían visitado.

—¿... Y ustedes que hicieron? —preguntó Hermione, atrayendo la atención de Ana—. ¿Han trabajado?

—Fuimos a lo de Remus —confesó Ana, que no había estudiado para nada—. Tenía un grindylow...

—¿Por qué no lo abres? —preguntó Harry señalando el paquete.

—Voy a esperar el momento indicado.

—Es un regalo de cumpleaños, Ana...

Ana lo ignoró y a Hermione le pareció prenderse una lamparita encima de su cabeza.

—¡Eso me recuerda...!

La chica buscó en su bolso y luego de una pequeña búsqueda sacó un paquete que era evidente que tenía golosinas para mascotas y un par de calcetines que parecían de lo más suaves.

—Esto es para tu perrita y este es el regalo de parte de Ron y yo para tu cumpleaños —le sonrió ella, y los ojos de Ana brillaron.

Con manos temblorosas tomó los regalos y miró los calcetines con admiración.

—He notado que cuando duermes tiemblas mucho, así que pensé que...

—Me encantan —afirmó Ana levantando su vista hacia ambos—. Gracias, en serio, muchas gracias.

Ambos le sonrieron y Harry se aclaró la garganta.

—Mi regalo todavía no llegó porque... bueno porque papá y Sirius se querían tomar todo el tiempo del mundo en él —admitió Harry y Ana rió encantada.

—No te preocupes, muchas gracias.

Ana los abrazó a cada uno y enseguida partieron hacia el comedor para no llegar tarde a a cena.

Cuando llegaron al Gran Comedor, Ana se encontraba encantada. Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchas serpentinas de color naranja brillante que caían del techo como culebras de río.

La comida fue deliciosa. Incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de los dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron. Y como era su primer banquete de Halloween, Ana repitió varias veces hasta que reventaba.

El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor; cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.

Ana estaba tan animada que no podía esperar a llegar a la sala común y abrir aquel regalo que la esperaba en uno de los sillones.

Ana, Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los de su casa por el camino de la torre de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el retrato de la señora gorda, lo encontraron atestado de alumnos.

—¿Por qué no entran? —preguntó Ron intrigado.

Ana que era lamentablemente baja, ni aunque se pusiese de puntas de pie pudo ver algo.

—Déjenme pasar; por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que nadie se acuerde de la contraseña. Déjenme pasar, soy el Premio Anual.

La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percy decía con una voz repentinamente aguda:

—Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.

Ahora Ana sí estaba curiosa.

—¿Qué sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar. Al cabo de un instante hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Ana, Harry, Ron y Hermione se acercaron un poco para ver qué sucedía.

—¡Anda, mi madr...! —exclamó Hermione.

La señora gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos grandes.

Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos entristecidos vio a los profesores McGonagall, Remus y Snape, que se acercaban a toda prisa.

—Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor; profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la señora gorda por todos los cuadros del castillo.

—¡Apañados van! —gritó una voz socarrona.

Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema.

—¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz empalagosa que no era mejor que su risa.

—Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor; esquivando los árboles y gritando algo terrible —explicó con alegría—. Pobrecita —añadió sin convicción.

—¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.

—Sí, señor director —asintió Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? —Peeves dio una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas—. Ese Peter Pettigrew sí que ha cambiado mucho.

•      •      •

¡holaaa! volví ♥

¡gracias por la paciencia! la semana pasada estaba un poco complicada y por eso no pude actualizar o(-<

¿cómo están? yo mañana tengo un parcial y por eso publiqué hoy asjjas estoy: en crisis

pobre Ana, va a tener menos libertad que antes xd

¿qué piensan acerca de su sueño?

¡espero que les esté gustando la historia!

como siempre, si quieren firmar peticiones para blm no duden en preguntarme por privado ¡!

antes de que me olvide !! hice un pequeño dibujo de Ana pq andaba re aburrida sjas:

no es el mejor dibujo que hice PERO qué le voy a hacer o(-<

lxs amooo

•chauuu•

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