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𝐟𝐨𝐮𝐫𝐭𝐲 𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧

"Lazos"

Cuando la señora Zabini terminó de saludar, aún mirándola con sus ojos oscuros y astutos,

Ana quiso mirar a Blaise de reojo para encontrar algo de consolación en él pero estaba paralizada en su lugar por lo que lo único que pudo hacer fue asentir sin dejar de mirar a la mujer de porte superior.

—El placer es mío... señora Zabini.

Los ojos oscuros de la señora Zabini la inspeccionaron de pies a cabeza hasta que su mirada miró a su hijo y con un brillo en sus ojos notó el cuadro envuelto que llevaba debajo de un brazo.

—Ah, Blaise, cariño tráeme el cuadro, por favor. Y muéstrale a Anastasia el lugar donde debe sentarse. —la señora Zabini levantó una mano perfectamente cuidada y con un ademán, instigó a que Blaise fuese hacia ella.

Blaise se acercó a su madre sin decir nada y cuando le entregó el cuadro, guió a Ana a sentarse a la izquierda del asiento donde su madre estaba parada, antes de ir él al asiento a la derecha de la mujer. En silencio, los dos adolescentes observaron a la mujer desenvolver el cuadro y observaron la sonrisa de satisfacción que se curvó en sus labios gruesos.

—Siempre es un placer trabajar con Emmeline —confesó la señora Zabini antes de mostrarle a su hijo el cuadro de su mansión—. Es el comienzo de una extraordinaria carrera... oh, por favor, siéntense.

Ana vaciló un momento mientras Blaise aceptaba el permiso de su madre, pero cuando la señora Zabini se sentó en su lugar, la siguió tratando de no arrugar su falda.

«Tal vez esto fue una mala idea, mis manos están muy transpiradas»

—Dime, Anastasia —la señora Zabini giró su rostro hacia ella aún con el cuadro en sus manos—. ¿Eres apasionada en las artes?

Si el cerebro de Ana no estuviese tan frito, su respuesta hubiese sido un poco más larga.

—Eh... No puedo decir que lo soy, señora Zabini

Esa era una subestimación. Ana no tenía ni oídos ni manos para el arte. No sabía cantar, no sabía bailar, no sabía pintar... En resumen, no sabía nada.

—Bueno, mi hijo aquí, debo admitir con cierto orgullo, es un excelente pianista. Un oído y ritmo extraordinario.

La señora Zabini tendió su mano izquierda en la mesa y Blaise la tomó en la suya antes de darle un apretón, adjuntado a una pequeña sonrisa en sus labios.

—Gracias, madre.

Madre e hijo se sonrieron antes de que la señora Zabini se girara hacia Ana, haciendo que su postura volviese a ser tensa ante su escrutinio. La mujer se quedó en silencio por unos segundos hasta que de repente agarró entre sus dedos una pequeña campanilla que había posado al lado de su plato (la cual Ana había completamente ignorado) y la hizo sonar. No pasó ni un segundo cuando una de las puertas del comedor se abrió, dejando pasar a dos figuras femeninas al interior del comedor.

Una de las mujeres era alta, de piel bronceada y nariz encorvada, mientras que la mujer a su lado era baja y corpulenta. Ambas parecían estar entre sus últimos veinti algo años y sus treinta, y ambas llevaban un uniforme negro.

—Emer, hazme el favor de llevar este cuadro; Sofía, ve trayendo la comida de la cocina, por favor.

La mujer alta salió del comedor hacia lo que Ana suponía era la cocina mientras que la mujer baja se acercó hacia la señora Zabini y tomó con cuidado el cuadro antes de seguir a su asociada fuera del comedor. En cuestión de minutos, ambas empleadas comenzaron a traer bandeja tras bandeja de las delicias más elegantes que Ana podía crear en su mente: ostras gigantes, estofado que olía glorioso, pastel de cordero y más platos que no conocía pero olían delicioso.

Una vez que las dos mujeres salieron del comedor con la última bandeja vacía y cerraron la puerta detrás suyo, no sin antes desearles una buena cena, fue cuando una pregunta rondó por la cabeza de Ana. Mirando de reojo a sus alrededores para ver si se equivocaba, llamó la atención de la señora Zabini que ladeó su cabeza con desconcierto antes de que Ana abriera la boca.

—Debo preguntar... he visto que muchas familias... adineradas y mágicas tienen ayudantes... pero por el momento no he visto aquí ningún elfo doméstico.

Cuando el rostro de la señora Zabini se contrajo y su postura quedó rígida, Ana creyó que la sacaría a patadas de su mansión. Era la tercera vez en esa noche que abría la boca y ya había destruido su oportunidad de agradar a la dueña de la casa. Sería gracioso si no se estuviera muriendo por dentro.

Por más que la pregunta le hubiese tomado por sorpresa, la señora Zabini rápidamente corrigió su postura y tomó entre sus manos largas la copa llena de vino tinto que Sofía antes le había servido.

—En esta casa la esclavitud no se ve de buena manera, señorita Abaroa. Me permito decir que no hay hecho más repudiante que el trato a los elfos y me avergüenza siquiera estar asociada a dicha trata —sus ojos eran como agujas en el rostro de Ana—. No sé por qué toma a nuestra familia pero le aseguro que no hay peor insulto. Somos una casa respetada, cada uno de los individuos que recaen aquí son iguales. No hay lugar para la discriminación de estatus.

Si las miradas pudieran matar, Ana habría estado saludando a Dios. En definitiva no sabía que iba a tocar algunos nervios con la pregunta, menos cuando la primera impresión de Blaise había sido tan... discriminatoria.

—Mamá —suspiró Blaise haciendo que su madre lo mirase con una ceja alzada—. No lo ha dicho con tono acusatorio, simplemente le dio curiosidad. Además, fue Abaroa junto a Hermione Granger quien creó la Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros. Es partidaria de abolir con su esclavitud.

«¿Cómo se acuerda del nombre? Ni yo lo recuerdo por completo»

Las facciones en el rostro de la señora Zabini se suavizaron aun cuando sus ojos mostraban fuego hacia el tema de conversación pero no despeinando ningún cabello, le dio un trago a su copa, dejando sus labios en el borde de esta. Y por su parte, como Ana no quería meter las piernas completas en el barro, volvió a hablar un poco más suave que la vez anterior.

—Es una buena causa por la que se apasiona, señora Zabini. La equidad entre todos es algo... algo que también me apasiona y por tal razón señalé lo que señalé. No era mi intención acusarle a usted o a su familia, era más bien por curiosidad. Después de todo, conozco familias que... no son tan abiertas a aquella idea.

«Malfoy»

La señora Zabini se la quedó mirando unos segundos en silencio, haciendo girar el vino de su copa, hasta que en un momento asintió dando por finalizada aquella conversación. Un suspiro de alivio traicionó a Ana pero le devolvió el asentimiento antes de mirar fijamente a su plato blanco de porcelana bajo su nariz.

—Muy bien, ya que hemos resuelto aquello... es hora de comer.

En un instante, la señora Zabini pareció dejar atrás la fría discusión de antes y se dispuso a servir en su plato de porcelana diferentes aperitivos; y mientras Blaise siguió a su madre, Ana simplemente se dispuso a seguirlos con la mirada. La comida era fabulosa, la presentación maravillosa... y aun así no podía permitirse apreciar la encantadora cena que la señora Zabini había preparado para ella. Quería abrir la boca y explicarles pero cada vez que lo intentaba las palabras se quedaban atascadas en su garganta y se volvía más roja que aquella sopa de tomate. ¿Cuántos más golpes podría soportar hasta que se humillara por completo en frente de la madre de Blaise?

No quería humillarlo y menos demostrarle a su madre que se había equivocado en entablar lazos con ella. ¿Pero por qué aquella tarea resultaba tan difícil?

—Señorita Abaroa, por favor, sírvase en su plato lo que desee. La comida se enfriará y por más que la magia pueda calentarse de nuevo, no será lo mismo —la invitó la señora Zabini dejando sus cubiertos al lado de su plato. Ana notó que Blaise había hecho lo mismo. Estaban esperándola a ella.

Levantando su mentón hacia la mujer, Ana agarró su falda debajo de la mesa con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos, y le explicó:

—Lo siento terriblemente, señora Zabini, pero no voy a poder acompañarlos durante la comida. Estoy... haciendo ayuno para acompañar a un amigo mío en la celebración de Gokulashtami. Podré comer durante la medianoche.

«Cinco horas desde ahora»

Mientras temía por su reputación en la casa Zabini, madre e hijo la miraban con atención, digiriendo la información que les había entregado. Y una vez pasado unos segundos un brillo de reconocimiento pasó por los ojos de Blaise antes de que se volviese a su madre.

—Harry Potter se refiere, madre. Practica Hinduismo.

—Ah, ya veo —asintió la señora Zabini con tanta calma que nadie adivinaría que las piernas de Ana temblaban de temor bajo la mesa—. En ese caso, para no dejarte sola, Anastasia, comeremos más tarde.

La señora Zabini iba a levantar nuevamente su campanilla para llamar a sus empleadas, pero Ana saltó de su asiento con desesperación.

—¡No! Por favor, no se preocupe. No me molesta en lo absoluto que coman ahora, por favor...

Con una rápida mirada de ruego dirigida hacia Blaise, el asunto se resolvió en segundos cuando el chico se aclaró la garganta llamando la atención de su madre que había estado concentrada en Ana y sus altas expresiones.

—Será mejor que comamos ahora, mamá. Si la comida se enfría como has dicho, no creo que le agrade demasiado a Emer y Sofía. Es más, podemos decirles que preparen una canasta con la fruta de tu huerta, ¿sí?

Al escuchar ello, Ana se iluminó y miró a la señora Zabini mientras asentía con fervor.

—¡Oh! Sí, por favor, señora Zabini. Blaise me ha contado que le interesa la Herbología y me encantaría probar sus frutos.

Desde su asiento, Blaise miró a su madre con una ceja alzada mientras le daba un trago a su copa y ella sonrió satisfecha antes de dedicarle su atención a Ana.

—Sí, Anastasia, me apasiona la Herbología y será mi placer darte algunas frutas para que pruebes. Debo decir que este año los damascos han salido fantásticos, antes de irte le diré a Sofía que te entregue una canasta —la señora Zabini tomó entre sus manos los cubiertos y asintió lentamente hacia Ana—. Y ahora, si nos permites, cenaremos.

La conversación se apagó durante el principio de la cena ya que ambos Zabini se permitieron disfrutar de la comida preparada por Sofía y Emer, mientras que Ana ideaba planes en su cabeza para cómo sobrevivir la noche sin humillarse por completo.

Por lo que había averiguado, la señora Zabini era cordial, y por más que fuese un poco estricta y dura con sus palabras, no parecía querer demoler a Ana en pedazos. Más bien parecía querer demostrar que era una mujer a quien se debía respetar para que ella hiciera lo mismo contigo. No había juegos con ella. Si no le dabas una razón para que fuese fría, no lo sería. Era un trato justo.

Cuando la comida de los platos de ambos Zabini fue bajando en su cantidad tal como el líquido en sus copas, Ana ya se encontraba un poco más relajada en su asiento caliente. Las paredes no parecían cerrarse y pudo concentrarse en su lindo color verdoso que las hacía parecer más grandes; las luces del candelabro ya no querían quemarle los ojos sino que ahora hacían su piel brillar con calidez; y el peso de su ansiedad se había disipado lentamente de sus hombros, dejando sólo el tenue dolor en sus piernas de la larga caminata hacia la casa. Un dolor al que ya estaba acostumbrada.

Con un suspiro de satisfacción, la señora Zabini despegó la copa de vino de sus labios y la posó suavemente sobre el mantel de la mesa, se secó sus labios gruesos con una servilleta de tela y volvió sus ojos oscuros a los claros de Ana que había vuelto su concentración a sus movimientos.

Ana se irguió en su lugar e inspiró con confianza. Estaba preparada para hablar con ella.

—Dime, Anastasia, ¿cuáles dirías que son tus defectos?

«¿Eh?»

—Mamá... —dijo Blaise con una mueca hacia su madre. Había algo parecido a advertencia en su mirada oscura.

No obstante, ni la señora Zabini ni Ana dejaron de mirarse. Los engranajes en la cabeza de la chica se movían con rapidez tratando de encontrar una respuesta. No era cosa de todos los días que alguien le preguntara acerca de sus defectos. Pero el tema no era cuán sorpresivo era el tema, sino que el problema rondaba en la pregunta de ¿Por dónde empezaba?

Defectos. Tenía miles, ¿pero cómo podría describirlos en palabras?

—Bueno... admito que soy muy terca y ello ha llevado a miles de acontecimientos que no favorecieron a favor mío. Mi testarudez me alejó de personas que tan sólo querían ayudarme porque no podía haber otra forma; también creó barreras que evitaron que conociera y entendiera a otras personas, perdí varias oportunidades para conocer nueva gente de esa forma. Tampoco... Tampoco soy una persona activa. Confieso que encuentro la actividad un poco estresante y prefiero actividades que no requieran mucha movilidad; es decir, en el deporte me va muy mal y no lo encuentro para nada entretenido. Es más, si pudiera evitar el quidditch, lo haría.

La mirada de la señora Zabini brilló mientras Ana hablaba pero ella pudo ver un dejo de diversión cuando contó lo último.

—Sí, fui notificada acerca de tu pequeño accidente en tercer año —su mirada de reojo observó la frente de Ana, donde ella recordaba que la Bludger la había golpeado—. Blaise lo encontró de lo más entretenido, ¿no es así, cariño?

Ana y la señora Zabini entonaron sus miradas hacia Blaise, quien suspiró con rendición ante el empujón de su madre. Miró a Ana de reojo, quien parecía estar reteniendo una sonrisa humorística.

—Fue... algo.

Ana puso los ojos en blanco pero tuvo que mirar hacia otro lado para que su sonrisa de burla no pudiese ser vista por la señora Zabini que le miraba por el rabillo de su ojo. Hubo una pausa entre los tres mientras rescataban sus emociones y cuando Ana dejó salir un suspiro de concentración, volvió a escuchar la pregunta de la madre de Blaise.

—Gracias por responder, se necesita un específico tipo de fuerza para admitir nuestros defectos. —explicó ella tambaleando sus uñas manicuradas en el mantel—. No obstante, se necesita más fuerza para admitir tus fortalezas. Dime, Anastasia, ¿cuáles son?

La razón del porqué la señora Zabini le estaba haciendo aquel tipo de preguntas era desconocida para Ana. ¿No era que las acciones hablan más que las palabras? Al menos eso había escuchado incontables veces en la televisión. Presentía que la mujer tenía intenciones ulteriores pero aún no sabía cuáles eran ellas. Sin embargo, se dejó sumergir en la pregunta y buscó la respuesta en los rincones más seguros de su cerebro.

Mientras que la señora Zabini la observaba con paciencia y un dejo de algo desconocido en sus ojos, Ana se mordió el labio mientras navegaba por sus pensamientos. Recordó que Blaise le había dicho que no debía responder todas las preguntas que su madre le podía hacer, y, sin embargo, tenía todas las intenciones de hacerlo.

Una vez que la señora Zabini pareció comenzar a aburrirse de la espera y estaba a punto de cambiar de tema de conversación para que esta volviese a fluir, Ana habló primero.

—Bueno... Puedo decir con cierto orgullo que no soy complaciente —confesó, llamando la atención de ambos Zabini—. No estoy interesada en cambiarme a mí misma por otros, y si hay algo que voy a hacer es acusar a las personas cuando se pasan de bravos o si cierta persona es un capullo —Ana le echó una rápida mirada a la señora Zabini para ver si le molestaba su lenguaje, pero al notar que no, siguió hablando—. No decir nada a ese tipo de gente los dejará ganar y no voy a aceptar eso. Por otro lado, creo que soy particularmente buena luchando por lo que creo es correcto, como dije antes, no me callan con facilidad... Así que también puedo decir que soy determinada; pero creo que eso me trae problemas a veces ya que se mezcla con mi testarudez y...

Ana no se calló por unos buenos dos minutos dictando sus fortalezas, y por más que hubo cierta incredulidad en las miradas de ambos Zabini, aquella reacción rápidamente se convirtió en pura concentración. Esta vez, Blaise no pudo esconder su sonrisa y aunque Ana no la notó, se quedó en sus labios por más de un minuto hasta que ella terminó de hablar.

Mientras el pecho de Ana bajaba y subía como si hubiese corrido una maratón, la señora Zabini dio un trago a su vino y sonrió detrás de su copa con un brillo de interés en sus ojos.

—Me recuerdas a tu madre —confesó la mujer—. Alguien que sabía quién era y no parecía temer demostrarlo.

Ana levantó su mirada y su expresión se transformó en pura sorpresa.

—¿Conocía a mi madre?

La señora Zabini asintió y alisó el frente de su vestido con una mano mientras hacía girar el vino de su copa con la otra.

—Sí, el día en que falleció perdimos una mente brillante —suspiró ella mirando por una de las grandes ventanas prístinas—. Nos conocimos en Hogwarts, claro, ella era mucho más joven que yo, tal que sólo tuvimos dos años juntas en el mismo lugar; no obstante, tenía presencia, carácter, y eso es lo que te convierte en alguien en este mundo, Anastasia. Cuando eres así, incluso quienes se encuentran a lo lejos escucharán tu nombre, y ciertamente ella gritaba el suyo —miró a Ana por el rabillo de su ojo—. Me pregunto si seguirás sus pasos.

No hubo respuesta de parte de Ana ya que la puerta del comedor se abrió, dejando pasar a las dos mujeres de antes llevando con elegancia dos bandejas de plata, lo que indicó que era el tiempo del postre.

El resto de la cena fue llenado de conversaciones con temas triviales tales como la explicación del postre que estaban disfrutando por parte de la señora Zabini. Se llamaba Muhallebi y era un postre a base de arroz y leche originado en el Medio Oriente pero que su propia madre había traído de sus raíces en Ghana.

Una vez pasada una hora desde que el postre había sido servido, de un momento a otro Blaise se aclaró la garganta y se levantó de su asiento. Ana se volvió a él con desconcierto pero Blaise tenía la mirada fija en su madre.

—Le mostraré a Abaroa los terrenos, discúlpanos y buen provecho, madre.

La señora Zabini levantó una ceja hacia su hijo antes de enviar una mirada de escrutinio a Ana, que se removió en su lugar sintiendo que sus piernas comenzaban a volver a temblar. La mujer se quedó callada por diez segundos más, hasta que suspiró y asintió.

—Bien, pero antes de que te vayas a tu casa, Anastasia, debemos seguir hablando —dijo la señora Zabini ahora mirando a Ana con seriedad—. Aún hay más para hablar.

Ana asintió y cuando Blaise se posó a su lado para que salieran del comedor de una vez por todas, le agradeció a la señora Zabini en voz baja y siguió al chico con paso rápido. Cuando las puertas del comedor se cerraron detrás de ella, Ana se volvió a encontrar en aquel pasillo donde había sentido a su corazón casi salirse de su pecho.

Pero esta vez en vez de sentirse estresada, se sentía terriblemente cansada.

—Dios, me detestó.

Aún podía sentir el fuego de los ojos de la señora Zabini mientras trataba de leer cada gesto que articulaba. Y aunque Ana había notado que varias veces se había dirigido por el buen camino, no sabía qué pensar luego del interrogatorio. La señora Zabini era terriblemente difícil de leer.

A su lado, Blaise la miró con una ceja alzada y una mueca.

—No hablas en serio, Abaroa —masculló él y resopló con incredulidad—. No podrías estar más equivocada, aún no me creo que sigas aquí. La has desafiado más que nadie.

Ana lo miró con horror.

—¿Desafiar? Estaba literalmente nadando en barro desde el principio. ¿Qué desafío pude haberle dado? ¿El de no echarme de una patada el primer momento en que abrí la boca?

Blaise puso los ojos en blanco y comenzó a caminar mientras se sacaba el saco, dejando ver los tirantes negros que pasaban por su camisa.

—Déjame reformular, ¿cuántas personas piensas que le muestran su verdadera cara a mi madre? —preguntó él sin esperar respuesta—. Fuiste la primer persona en mucho tiempo que no se escondió y eso es un logro por sí mismo. Ha sido un rato desde la última vez que la vi tan... satisfecha.

«¿Satisfecha? Creo que allí hubo una falta de comunicación»

Caminaron unos cuantos metros por el pasillo en silencio, mientras Ana admiraba por las ventanas a la luna que había subido más que antes y estaba rodeada de estrellas brillantes.

—¿Me mostrarás los terrenos? —inquirió Ana cuando caminaron por una puerta de destino desconocido para ella.

—No.

«Mintió», pensó Ana cuando Blaise abrió una gran puerta luego de unos minutos caminando por la mansión y le dejó ver el gran jardín que los Zabini portaban detrás de esta. Si a Ana le había parecido espléndido el que se encontraba delante de la casa, aquel jardín era más imponente. Había tanto que observar: desde un laberinto de arbustos, un invernadero a lo lejos en la colina (seguido por una bella y colorida huerta), el bosque que rodeaba los parámetros de la mansión y las florecientes enredaderas que tapaban las altas paredes de esta.

Era diferente a la estética del jardín delantero, había algo nuevo, era...

—Mi madre dice que la naturaleza es más hermosa cuando no es perfecta —reflexionó Blaise mientras bajaban por una escalera asimétrica de rocas.

Ana observó a donde el chico estaba mirando y notó los arbustos crecidos naturalmente que se cernían sobre el camino de piedra, el que llevaba hacia el invernadero.

—Tiene razón —susurró ella cuando saltó de una roca alta hacia el césped crecido. Le dolieron las piernas pero estaba demasiado ocupada admirando sus alrededores para prestarle atención a sus músculos.

—Sígueme.

Ambos caminaron por el camino de piedras, pero antes de que pudieran seguir de largo hacia el invernadero, Blaise dobló hacia la izquierda saliéndose del camino marcado y se dirigió a la entrada del gran laberinto cubierto de flores y enredaderas. Ana vaciló por un segundo, temiendo su poco sentido de orientación, pero al ver que se alejaba demasiado de Blaise, trotó hacia él, sintiendo la hierba alta en sus manos.

Cuando se adentraron al laberinto Ana pensó que estarían a oscuras, sin embargo, allí se encontraban las luces flotantes de antes, marcando el camino entre los muros de arbustos. El trayecto transcurrió en silencio, y con él, Ana pudo disfrutar del leve sonido del viento, el canto de los grillos y el croar de las ranas. Cada vez que sentía la brisa chocar contra su rostro, cerraba los ojos del placer. Aquel aire no se encontraba en la bulliciosa ciudad de Londres.

Los pies de Ana ya estaban comenzando a arder, cuando Blaise se detuvo en frente suyo y la miró sobre su hombro.

—Llegamos.

A lo que se refería el chico era al centro del laberinto. Era un espacio redondo, lleno de flores lilas que se elevaban por lo alto de los muros y caían sobre el espacio abierto de arriba, en donde se podía ver las estrellas; y en el medio había un mirador redondo de mármol cuyo color era amarillento por el pasar del tiempo, el cual dentro suyo colgaba un precioso columpio de madera cuyas sogas estaban rodeadas de enredaderas.

Parecía sacado de un cuento.

—Uau... es precioso.

Ana caminó lentamente hacia el mirador y pasó sus dedos sobre el mármol frío y polvoriento. Las luces flotantes hacían que la piedra brillara como oro.

—Es mi lugar preferido de los jardines —confesó Blaise mientras rodeaba el mirador con pasos lentos—. Pensé que podrías disfrutarlo luego del huracán allí dentro.

—Me encanta —afirmó Ana y subió un escalón hacia el columpio—. ¿Puedo...?

Al recibir asentimiento de Blaise, Ana se sentó contenta en el columpio y cerró los ojos. Hacía años que no se subía a uno.

Pasaron unos segundos donde Ana giró en el columpio, enredando las sogas que lo sostenían mientras Blaise, echado contra el tronco del árbol de flores lilas, la miraba. No obstante, cuando Blaise se aburrió y habló, Ana no tuvo remedio en abrir los ojos con una mueca ante el tema de conversación.

—¿Qué ha sucedido con tu problema? Me refiero a tus... visiones extrañas.

Ana giró en el columpio para mirarlo de desdén.

—¿Desde cuando te interesas por mis problemas?

—Desde que decidiste contarme acerca de ellos —le reprochó Blaise y se cruzó de brazos—. Debías de saber que hablaría de ellos algún día.

—Pensé que no serías lo suficientemente curioso para hacerlo —admitió Ana, apoyando su cabeza entre la enredadera de una soga.

—Elijo por mí mismo en qué interesarme, y visto que tenemos tiempo de sobra...

«¿Desde cuándo habla tanto?» se preguntó Ana en su cabeza. Su duda no se originaba de la irritación, más bien de curiosidad. En el pasado Blaise jamás comenzaba las conversaciones si podía evitarlo, y menos decía más de tres palabras en una oración si es que hablaba; pero ahora, él era quien le preguntaba a ella acerca de sus pensamientos, sus problemas, preguntaba por ella.

Cuán extraño era aquel chico.

—No... no sabría qué responder. —confesó Ana en un suspiro y se dejó desenredar, haciendo que su visión se volviese borrosa y sus pies flotaran en el aire—. Estas semanas fueron algo pobres en relación a mi problemita.

Y eso era una atenuación de la realidad. Ana no había vuelto a oír nada por parte de aquella voz en sus sueños, ni siquiera había tenido pesadillas. Asimismo, Berenice Babbling no se había contactado con ella en ningún momento para guiarla o al menos darle nueva información que pudiese servirle.

El único indicio que realmente tenía era que había una profecía que debía encontrar, pero ni eso podía contar porque en palabras de la voz: no podía confiar en nadie. Y ni hablar de quien presumiblemente había sido besado por el sol, ¿qué siquiera significaba eso? ¿alguien bronceado? ¿O... alguien con similares problemas que ella?

¿Es que también había magia relacionada con el sol?

Sacudió sus tumultuosos pensamientos y miró de reojo a Blaise que aún la seguía mirando con una ceja alzada.

—Perdón me he espaciado.

—Pude notar —Blaise tiró su saco en sus hombros y se acercó al mirador—, pero eso es algo normal contigo, ¿no es así?

—Me temo que sí —dijo Ana con una sonrisa cansada.

Ambos volvieron a quedarse callados por unos segundos. Ana desvió su mirada del chico, queriendo observar cualquier cosa menos su rostro mientras se mordía el labio con aprehensión y consideraba una pregunta en la punta de su lengua. No pasó ni un minuto cuando lo volvió a mirar.

—No sabrás nada acerca de... magia del sol, ¿no?

La expresión que le dio Blaise fue una de sorpresa, aunque rápidamente cambió a su usual semblante.

—No estoy familiarizado, no. Ni siquiera sabría decirte si existe. —su ceño se frunció en pensamiento profundo—. Sin embargo, aunque no sea de mucha ayuda, tal vez haya algo de ella en los libros de nuestra biblioteca.

Los hombros de Ana, que se habían hundido ante la decepción, se alzaron nuevamente cuando Blaise le dio un dejo de esperanza con su última sugerencia. Tal vez con su ayuda no estaría tan perdida.

Lo miró con una pequeña sonrisa.

—Gracias.

Blaise asintió con indiferencia y le hizo un gesto para que lo siguiera. Ana saltó del columpio, ganándose un corto mareo a causa de las cien vueltas que había dado momentos atrás, y lo siguió por detrás. Sin embargo, no habían dado cinco pasos fuera del centro, cuando dos chillidos se hicieron oír en algún rincón del laberinto.

Al escucharlos, un suspiro de irritación traicionó el semblante serio de Blaise, por lo que Ana tuvo que rápidamente seguirlo por un camino un tanto desconocido para ella, en búsqueda del origen de aquellos chillidos.

—Eh... ¿por qué me suenan familiares esos chillidos? —preguntó Ana cuando giraron por la segunda izquierda.

—Porque tal vez los hayas oído...

Se volvieron a escuchar los chillidos y Ana descubrió que sonaban como aves. Blaise no parecía muy feliz de ello.

—Son pavos reales.

Y sí que lo eran.

Habían dado unas vueltas más, cuando de repente la visión más interesante se presentó frente suyo: dos pavos reales, un macho y una hembra, chillando como locos y peleando. Había plumas azules y verdes del macho volando por el aire y de su pico había plumas amarronadas que antes le habían pertenecido a la hembra. Parecían haber terminado un duelo, que si no hubiese sido por la interrupción de Ana y Blaise, habría sido a muerte.

—¡Berko! ¡Thema...!

Blaise comenzó a gritar con dureza en un idioma que Ana no conocía o reconocía, y se acercó a ambos pavos reales con paso firme e imponente para que cesaran con su pelea. Ana quedó detrás, observando con estupefacción lo molesto que Blaise parecía mientras el macho de los pavos reales le lanzaba el pico para que no se metiera en el asunto que no le incumbía. Era una visión extraña.

Con un gruñido de molestia, Blaise volvió a exclamar algo hacia las grandes aves antes de volverse a Ana cuya boca estaba entreabierta de la sorpresa.

—Disculpa aquello, son de mi abuela y como sólo les habla en akan, es lo único que entienden —dijo, explicando por qué había hablado tal idioma. Pasó una mano sobre su rostro al volver a escuchar los chillidos de ambas aves—. Mi abuela fue a visitar a sus hermanas en Ghana y los ha dejado con nosotros para que los cuidemos. Se odian. Me odian.

Ana miró al chico de pies a cabeza y notó lo desprolijo que se encontraba a diferencia de minutos atrás. Sus zapatos lustrados estaban llenos de tierra, su camisa blanca tenía algunas manchas, y su saco y pantalón tenían plumas de pavo real. No pudo evitar dejar salir una pequeña risa.

—Honestamente, no creo que te odien —señaló Ana pasando sus manos sobre su suéter antes de caminar hacia él—. Lo que creo es que Thelma aquí, no encuentra a Berko igual de competente como él quisiera.

Ambos adolescentes observaron a los dos pavos reales. Blaise suspiró.

—Me estás diciendo que...

—Está tratando de aparear, Blaise —confirmó Ana y se giró hacia él con una sonrisa entretenida—. Aún es estación de apareo... y no es exactamente un bailarín encantador, ¿no es así?

Nuevamente, ambos giraron sus rostros hacia Berko y notaron cómo se movía alrededor de Thelma, tropezando con la hierba y sin elegancia mientras ella trataba de alejarse de él con asco.

—Yo creo que se mueve... normal.

Ana dejó salir un suave sonido de incredulidad.

—Bueno, Thelma no parece impresionada en lo absoluto... —Ana observó el angosto espacio del laberinto y chasqueó su lengua—. Además, no creo que el lugar chico esté ayudando, necesitan un lugar más espacioso.

Sin decir nada, Ana comenzó a caminar entre todos los arbustos en busca de pequeños bichos que resguardaba en ambas manos para que no pudieran escapar. Una vez que quedó satisfecha de su búsqueda, volvió hacia Blaise para tender una mano.

—Ten, vas a atraer a Berko fuera del laberinto mientras yo te sigo con Thema.

Ana creyó haber dicho una injuria con la expresión que le dio Blaise.

—Debes estar bromeando. No voy a agarrar... bichos.

Ana puso los ojos en blanco y antes de que pudiese seguir quejándose, tomó una mano de Blaise y le pasó los bichos.

—No hay tiempo para esto, vamos.

No pudiendo escapar su nueva tarea, Blaise hizo una mueca antes de volverse hacia Berko que estaba a punto de ser picoteado por una enojada Thema.

Tomó una larga media hora guiar a los dos pavos reales por el laberinto ya que había sido un desafío que Blaise le tomara la mano al asunto. Ana se divirtió demasiado viéndolo mascullar y tropezar con las rocas que habían en el camino por prestar más atención al brilloso pico de Berko.

Una vez que las dos aves estuvieron en un espacio más abierto, ambos parecieron relajarse y no se mostraron adversos a compartir sus nidos luego de que les llenaran los estómagos con varios bichos apetitosos. Notando que esa sería la última acción que verían de ambos pavos reales, los dos adolescentes se alejaron lentamente de ellos, volviendo en sus pasos hacia la mansión. Aún había una hora y media para matar.

Dentro de la casa no se podía oír nada, al menos a parte de la madera al crujir cuando ellos caminaban o subían la escalera (la cuál terminó cansando a Ana aún más, por lo que tuvo que detenerse sutilmente en varias partes del trayecto) o el flamear de las velas que flotaban a lo largo de los pasillos. Pero a mitad del camino, un gran cuadro situado en el medio de un camino hizo que Ana detuviera su andar y lo observara con admiración.

En el cuadro había un hombre de piel bronceada y sonrisa tan cálida como un abrazo. En la pintura se encontraba sentado y llevaba puesta una túnica tradicional de seda vietnamita, de un color azul brillante en la que también un patrón plateado se deslizaba por la tela. Los ojos oscuros pero suaves del hombre parecían resaltar con el ambiente general de la mansión Zabini, y aún así, parecía estar justo en casa.

—¿Quién es? ¿Es tu padre? ¿Por qué la pintura no se mueve...?

Ana entornó su mirada hacia Blaise pero se congeló en su lugar al notar melancolía en sus ojos. Su postura había dejado de tener su porte sereno de siempre y sus hombros se habían caído. Sus labios tiraban para abajo.

—Ya desearía —dijo él con amargura—. Es Vinh Hoang, fue mi padrastro y falleció mientras dormía cuando yo tenía diez. La pintura no se mueve porque mi madre no podría aguantarlo.

La expresión de Ana enseguida reflejó a la de Blaise y su mirada se suavizó.

—Lo siento mucho, yo... yo no sabía...

—No hay nada por qué disculparse, Abaroa. Fue años atrás y todas mis memorias con él fueron buenas.

El rostro de Ana se suavizó al notar cómo el chico miraba la pintura frente suyo. Sus cejas habían dejado de parecer tajantes y habían caído en su frente, mientras que sus labios ya no parecían querer dejar salir palabras cortantes. Blaise hasta parecía... vulnerable.

Había algo especialmente triste al observarlo.

—Fue un buen hombre, mamá lo amaba y él la amaba a ella, me crió como si fuese su propio hijo —la suavidad de la mirada de Blaise cambió a una expresión amarga—. Una tarea a la que hasta Dominic Otieno falló.

La tristeza en los ojos de Blaise chisparon con furia por unos segundos hasta que volvió su mirada hacia Ana y notó que tenía su propia mirada en él. Con un resoplido, Blaise alisó su camisa, tratando de mejorar su apariencia y negó.

—Vamos, la biblioteca está al final del pasillo.

Antes de que Ana pudiera negarse, las piernas de Blaise comenzaron a caminar en pasos largos por lo que ella no tuvo otra opción que seguirlo a trote. Cuando llegaron a la otra punta del pasillo, Blaise se detuvo de repente haciendo que Ana casi chocara contra su espalda. Iba a preguntarle qué sucedía, pero sus palabras quedaron atascadas en su garganta, el momento en que el chico abrió las grandes puertas de madera que abrían paso a la biblioteca.

La habitación era grande pero parecía más chica por las altas estanterías llenas de libros. No era tan grande como la que estaba en Hogwarts, pero sí que era un mejoramiento de los humildes estantes de su casa, a los cuales Ana llamaba biblioteca. La de la casa Zabini poseía dos pisos y había una escalera para poder tomar los libros que se encontraban a lo alto.

No obstante, lo que se llevó la cereza del pastel fue un sillón de terciopelo que descansaba en una esquina junto a una mesa ratona. Las piernas de Ana le rogaron que se sentara allí.

—¿Puedo sentarme? —preguntó ella aunque ya estaba caminando hacia el asiento.

Blaise la observó con desconcierto pero asintió.

—Sí...

El suspiro de alivio que salió de Ana al sentir su cuerpo hundirse en la suavidad de los almohadones fue suficiente para que un destello de comprensión pasara por los ojos de Blaise antes de que se aclarara la garganta y mirara de reojo a la biblioteca.

—No pareces muy impresionada con nuestra colección de libros.

Ana se acomodó en su lugar y frunció el ceño.

—¡Oh! No me malinterpretes, me sorprende siquiera pensar que una biblioteca doméstica pueda ser así de grande... pero aunque me guste leer no soy una aficionada ¿sabes? A veces los textos largos fallan en mantener mi concentración por lo que aprecio más los libros que tienen imágenes en ellos.

Blaise, que había comenzado a buscar entre las estanterías, la observó por encima de su hombro.

—Así que... libros para niños.

—No necesariamente —rió Ana, sacando una hoja de su cabello—. Por ejemplo, me gusta leer libros acerca de animales, en donde muestran imágenes y algo de información acerca de ellos ¿entiendes?

Blaise murmuró en entendimiento mientras pasaba sus dedos por los lomos de los libros, en busca de alguno que los ayudara. Así pasaron unos diez minutos, donde Ana descansó en sillón mientras que Blaise buscaba en lo alto y bajo de la biblioteca en busca de un libro que hablara acerca de la magia del sol... si es que ello era siquiera lo que estaban buscando. No obstante, luego de no encontrar ni una pista entre las estanterías, Blaise suspiró y se arremangó las mangas de su camisa.

—Me he cansado, no llegaremos a ningún lado de esta forma...

Blaise tocó la madera oscura de una de las estanterías.

¡Sol!

Ana observó con incredulidad cómo la madera que había tocado Blaise se volvía dorada mientras que varios libros comenzaron a volar sobre toda la habitación, antes de detenerse en frente del chico. Entretanto que Ana lo observaba rechazar los libros que no le llamaban la atención, Blaise no parecía para nada sorprendido de su maniobra.

—¿Qué...? ¿Has hecho magia?

—¿Personalmente? No. La biblioteca es mágica —dijo Blaise y empujó el último libro que había llegado hacia él. Volvió a tocar la estantería—. Magia del sol.

Esta vez sólo volaron tres libros hacia él pero en cuestión de segundos los alejó con desgana. Iba a intentar pedir más libros, cuando Ana saltó de su asiento y posó su mano en la biblioteca más cercana.

Quien el sol ha besado.

De una de las estanterías del segundo piso se escuchó conmoción y en cuestión de segundos un libro de tapa marrón y dorada bajó velozmente hacia el rostro de Ana, antes de abrirse en el medio y mostrarle el título de un pasaje: Quien el sol ha besado, una poesía escrita por Fulbert Dupont.

—Es un libro viejo de poesías, no pensé que sería de tu interés —dijo Blaise caminando hacia ella—. ¿Lo conoces?

—No... No tenía ni idea que existía —confesó Ana en un murmuro, sin poder quitarle la vista a aquella página amarillenta en la que el libro se había detenido.

No dejando que ninguno pudiera hablar, la puerta de la biblioteca se abrió de repente, y la figura elegante de la señora Zabini se hizo mostrar. Su semblante sereno se transformó en inquietante al observar el estado en que ambos adolescentes se encontraban.

—¿Qué es lo que les ha pasado?

Ana cerró el libro con un fuerte 'tac' y pasó una mano sobre su peinado enmarañado mientras que Blaise alisaba su camisa de cualquier improlijidad.

—Lo siento, hemos... Estado con los pavos reales.

Un brillo de curiosidad se reflejó en la mirada de la madre de Blaise pero en vez de satisfacer su interés por aquella anécdota, se dignó en solamente a mirar a Ana de pies a cabeza antes de volver a hablar.

—Anastasia, acompáñame a dar un paseo, por favor.

Ana tragó en seco pero asintió. Dio un paso hacia la mujer hasta que ella levantó una mano que la detuvo en su lugar.

—Hijo, toma su libro y llévalo con Emer. Que lo prepare para la vuelta de Anastasia.

Con un asentimiento, Blaise tendió una mano hacia Ana, que le entregó el libro con desconcierto, y luego salió de la habitación. Ana y la señora Zabini quedaron solas, hasta que la mujer asintió hacia ella.

—Acompáñame.

Los primeros diez minutos durante el lento paseo por la mansión Zabini se pasaron en silencio. Un silencio el cual Ana apreció y detestó al mismo tiempo. Sus piernas temblaban del cansancio y de los nervios, pero con el silencio sus pensamientos permitían organizarse en su cabeza. Eso fue hasta que la señora Zabini habló por primera vez, sorprendiéndola con sus palabras.

—Has ganado aliados esta noche, Anastasia.

La confusión fue clara en las facciones de Ana una vez que levantó el rostro para mirar a la mujer. Ella la miró de reojo.

—¿Aliados...? ¿Para qué?

—Bueno, para lo que ha de venir, claro está —la señora Zabini volvió su mirada hacia delante con el ceño fruncido. Ana sintió que el aire alrededor suyo se había vuelto más frío—. El Señor Tenebroso se ha alzado, puedo sentirlo. Y para luchar contra él es necesario aliados, no enemigos.

El corazón de Ana dio un saltó en su lugar y por unos segundos el aire no entró en sus plumones. Su mirada volvió a chocar con la de la madre de Blaise, pero esta vez pudo notar una pequeña sonrisa asomándose por la comisura de sus labios.

—Dile a Dumbledore que la casa Zabini está con la Orden.


La mirada de Ana era de pura estupefacción. La señora Zabini... ¿Sabía de la Orden del Fénix?

—No... No sabía que usted formaba parte de la Orden, señora Zabini —confesó Ana con los ojos abiertos como dos platos—. Escuché rumores pero ellos sólo decían que usted estaba en... un campo neutral.

La señora Zabini levantó una ceja en interés.

—Campo neutral... cuán adecuado —murmuró antes de empezar a caminar para que Ana la siguiera—. Campo neutral... tal vez así se vea desde afuera, pero puedo asegurarte, Anastasia, de que eso no podría estar más lejos de la verdad.

»Estamos en un momento de necesidad y urgencia, donde una guerra se está transformando bajo nuestras narices mientras que nosotros elegimos ignorar o elegimos prepararnos para terminar con ella. Esas dos puntas son las únicas que tenemos, no importa lo que pensemos al respecto.

Su figura se detuvo en frente del barandal de una escalera grande que Ana había visto al llegar a la mansión. También notó sus joyas brillar ante la luz dorada del candelabro que colgaba sobre ellas. Las manos cuidadas de la madre de Blaise se posaron sobre el barandal.

—No confío en hombres en el poder, señorita Abaroa. No soporto a hombros que son peligrosos para mi hijo, pero apoyaré al mal menor si eso significa conseguir un mundo donde pueda criarlo —miró a Ana, la cual no le había quitado la mirada en ningún momento—. Voldemort quiere crear un mundo para él mismo, uno en donde los límites serán innecesarios, uno en donde el único beneficiario será él: es un peligro para mi hijo, y para mí. Su mundo es insensato.

»No obstante, el mundo que la Orden, que Dumbledore, desea proteger... ese es un mundo al que le deseo a mi hijo. Pueda que no confíe en hombres al poder, pero derramaré mi honor en aquellas personas detrás de ellos. Son personas como tú y yo, y los miembros de la Orden quieren lo mismo que yo: un futuro digno de luchar.

Los altos tacones de la señora Zabini comenzaron a bajar por los escalones

—No conozco las razones detrás de las acciones de Dumbledore —admitió la señora Zabini luego de una pausa y giró su mirada oscura hacia Ana—, pero conozco las que se encuentran detrás de su gente, justo como conozco las que empujan a los seguidores de Voldemort; y por ello, ya he decidido a quién apoyar.

Ambas llegaron al último escalón de la escalera y la señora Zabini se volvió por completo hacia Ana, que tuvo que dar un paso hacia atrás para no parecer tan pequeña a su lado.

—No hay campo neutral durante la guerra, Anastasia. Uno está ya sea en un lado u otro, no hacer nada significa algo, por lo que es de la más alta importancia preguntarse a uno mismo: ¿A quién ayudará tu ignorancia? ¿A los perdedores? ¿O a los ganadores?

Con un asentimiento, la mujer alzó su mano perfectamente cuidada hacia Ana y ella la aceptó con un suave apretón.

—Ten un viaje seguro a tu hogar, fue un placer conocerte, Anastasia Abaroa.

Y con ello, la señora Zabini se dio media vuelta y caminó fuera del vestíbulo con su vestido de seda flotando detrás de ella. No pasaron ni dos segundos para que Ana acomodara sus pensamientos, cuando una de las empleadas, Sofía, se posara a su lado de la nada.

—Venga, señorita. El señor Zabini la espera afuera.

Cuando salieron de la mansión Zabini, en efecto, Blaise se encontraba parado bajo los escalones sosteniendo una canasta llena de frutas y verduras, y el libro de poesías que habían encontrado anteriormente en la biblioteca. Luego de escuchar la puerta abrirse detrás suyo, se dio vuelta y distinguió a Ana salir de su casa.

—¿Te ha interrogado aún más? —inquirió él mientras Ana bajaba los escalones hacia donde estaba.

—En realidad no —sonrió Ana pero su mirada aún parecía confundida—. Fue una especie de... ¿Aceptación?

—Qué oportuno.

Ninguno volvió a abrir la boca por unos segundos cuando se encontraron cara a cara, hasta que Ana sacó la piedra que había estado toda la noche en su bolsillo.

—Gracias por venir, Abaroa —dijo Blaise y le tendió la canasta para que ella la tomara entre sus brazos.

—Bueno... gracias a ti por invitarme —le sonrió ella, seguida por una corta risa del chico.

—Mi madre te ha invitado.

El viento chocó contra el cabello despeinado de Ana por lo que acomodó un mechón rebelde detrás de su oreja sin borrar la sonrisa de sus labios.

—Aún así, gracias. Fue... Mejor de lo que esperaba.

Un destello de vacilación pasó por las facciones de Ana pero antes de que ninguno de los dos pudiera volver a hablar, se acercó a Blaise y de puntas de pie le dio un casto beso en la mejilla.

—Nos vemos en Hogwarts, Blaise.

Y con la última palabra, lo último que Ana vio frente a sus ojos fue la mirada de sorpresa que cruzó la mirada oscura de Blaise Zabini.

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holaa buen fin de año ♥ espero que este año haya sido bueno con ustedes y les deseo un mejor año para el próximo :)

en otras noticias, vi Encanto unas diez veces ya jsajasj ¿la vieron? ¿qué les pareció? Julieta my beloved... <3 la forma en que lloré con Dos Orugitas debería ser ilegal

si no la vieron la súper recomiendo, fue una de mis favoritas y los personajes se hacen querer !!

¿qué les pareció el capítulo? JSAJSAJ digo eso como si ni hubiese chillado al final o(-<

déjenme sus opiniones en los comentarios

ah y antes de que me vaya:

quería pedirles si pueden refrenarse de comparar a blaise con comida, por favor. ya sea como "chocolate" o "cafecito", etc. la cantidad de comentarios que leí con "mi bombón de chocolate" o "chocolate sabroso" es preocupante; así que la próxima vez que comenten, abstengan de describir a blaise o cualquier otro personaje negro como "chocolatito que me como" por favor y gracias

bueno ya con esto, nos vemos la próxima actualización, cuídense en las fiestas <3

•chauuu•

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