𝐟𝐨𝐮𝐫𝐭𝐲 𝐞𝐢𝐠𝐡𝐭
"Nombres del pasado"
El libro de tapa dorada y marrón se burlaba de Ana mientras descansaba sobre la mesa de luz y ella trataba de dormir luego de un día lleno de limpieza. La señora Weasley tuvo a los adolescentes unos cuantos días trabajando muy duro. Tardaron tres días en descontaminar el salón. Al final los únicos trastos que quedaron fueron el tapiz del árbol genealógico de la familia Black, que resistió todos sus intentos de retirarlo de la pared, y el escritorio vibrante. Moody aún no había aparecido por el cuartel general, de modo que no podían estar seguros de qué había dentro.
Había pasado una semana desde que había ido a la casa Zabini, y su cabeza aún no podía procesar del todo la noche que había pasado allí. Haber pasado de los grandes terrenos de la mansión Zabini a la apretujada casa de los Black también contribuyó a la inquietud de Ana. Le daba un poco de vergüenza admitir que esas cinco horas la habían desacostumbrado a lugares pequeños, y sí extrañaba con todo su ser la serenidad que no podía encontrar en los pasillos de la casa Black.
Y ese libro, ese libro de tapa bonita y caligrafía brillante, había estado burlándose de ella cada día, cada segundo de esa semana, porque simplemente no se podía designar a abrirlo y leer el verso. Habían varias razones de ello; la primera siendo que a Ana no le gustaba la poesía, y por ende no sabía leerla, lo que hacía que leer siquiera una línea le doliera la cabeza; en segundo lugar, leer el poema significaría más preguntas, y esas preguntas significarían respuestas fuera de su alcance a menos que Berenice Babbling volviese a contestar alguna de sus cartas pidiendo ayuda (lo que Ana temía sería más tarde que temprano); y en tercer lugar, abrir el libro podría significar que aquella voz misteriosa le volviese a hablar y aún no sabía si estaba preparada para escuchar lo que tenía que decir. No después de semanas en silencio y sueños placenteros.
Un suspiro dejó sus labios y se removió en su cama, girando su cara hacia el otro lado para no fijarla en la oscura silueta del libro. Sintió a Basil acomodarse encima de su estómago el mismo momento que un bostezo dejó sus labios.
Hermione y Ginny se habían ido a dormir hacía horas, sus suaves respiraciones eran lo único que se podía escuchar además de los ronquidos de Basil. Ginny tenía razón, su gato roncaba como un tronco y ella también; ya le había pasado que se había despertado por sus propios ronquidos. Fue una noche vergonzosa.
Iba a suspirar una vez más, cuando un susurro de las literas a su derecha la hizo abrir los ojos con sorpresa.
—¿Cuántas veces más vas a suspirar? —masculló Ginny somnolienta—. Es la quinta vez en diez minutos, Ana. ¿Qué te pasa?
—Ay, lo siento. No sabía que estabas despierta, Ginny.
—Bueno, lo estaba, pero con tus suspiros y con la pesadilla de que Harry no volvía a Hogwarts y lo mandaban a Azkaban, se me es imposible.
Harry.
En unas horas saldría del cuartel general junto a su padre e iría hacia el ministerio de magia para presentar y defender su caso frente al tribunal del Ministerio de Magia. Debía de estar aterrado ante la posibilidad de no poder asistir al colegio; y Ana compartía el sentimiento.
—Estará bien... ¿no? —preguntó Ana tirando de un mechón de pelo mientras sentía su corazón querer salirse del pecho.
—No sé —tembló Ginny desde su cama—. Fudge no es muy racional y casi todos allí no creen que quien-tú-sabes ha vuelto... por lo que Harry es muy infame en sus círculos...
—Por favor no me estresen más de lo que estoy —rogó Hermione desde su litera de arriba, sobresaltando a las otras dos.
—¡Hermione! ¿Estabas despierta tú también?
—¿Cómo puedo dormir con el día que se aproxima? —murmuró ella y dejó caer su brazo hacia un costado de su litera—. Tiene que ganar. Debe hacerlo.
Las tres se quedaron en silencio por un minuto completo antes de que Ana volviese a hablar.
—Hará bien. James estará con él y, además, preocuparnos no servirá de nada. Harry ya está estresado de por sí, no deberíamos mandarle malas vibras.
Nuevamente hubo silencio, hasta que una pequeña risa amortiguada comenzó a hacerse oír en la litera de al lado.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan sabia? —se burló Ginny con una mano sobre su boca.
Ana soltó una protesta y se tapó el rostro con su sábana.
—Aún recuerdo cuando te escondías por un simple malentendido —rió Hermione por lo bajo, tapando su rostro con su almohada para amortiguar su risa.
—¡Hermione...! No me traiciones...
Ginny rió aún más fuerte pero lo disfrazó en un ataque de tos.
—Y cuando te asombrabas de todo y decías «uau» como un perrito.
—Oh, definitivamente sigue haciendo eso...
Ana se volvió roja mientras se lamentaba lo más bajo posible.
—A veces ustedes dos son terribles...
A pesar de que sus preocupaciones acerca de Harry no se fueron rápidamente, las tres chicas se durmieron enseguida, dejando pasar a la mañana con más velocidad de la que deseaban. Cuando se levantaron a las siete, Harry ya no estaba, por lo que no pudieron darle más aliento de lo que habían hecho la noche anterior. Y como toda la casa se encontraba en penuria e insomnio por el futuro de Harry, los adolescentes dejaron a la señora Weasley y Tonks en la cocina y se escabulleron en la habitación que los gemelos usaban para jugar una partida de Gobstones para pasar el rato.
Ya era la sexta partida en donde Ana perdía, cuando escucharon el sonido del timbre y saltaron de sus lugares para correr hacia las escaleras sin importarles todo el ruido que sus pasos hacían, pero cuando estaban a punto de bajar al piso de abajo, Hermione los detuvo.
—Esperen, no puede ser Harry. James nunca toca el timbre porque sabe el alboroto que crea la señora Black...
Los seis se quedaron callados escuchando a la señora Weasley acercándose a paso apresurado hacia la puerta principal.
—Entonces... ¿Quién es? —murmuró Ron.
Rápidamente las seis cabezas se asomaron por las escaleras, peleándose entre ellas para poder observar a los nuevos invitados en el cuartel y para ver si eran lo suficientemente pícaras para escuchar alguna conversación acerca de la Orden. Pero aunque hubo varias protestas de pies siendo pisados o cabellos tironeados, el momento en que la puerta principal se abrió, cada una de sus bocas se quedó cerrada con anticipación.
—¡Oh! —se escuchó a la señora Weasley exclamar.
Ana dejó salir una protesta cuando Fred le pisó la mano pero intentó con todo su ser observar a la persona que había llegado por entre los hombros de los Weasley.
—¿Quién es? —preguntó en un susurro, siendo inmediatamente callada por George.
—Es... Lucas... ¿Meows? —susurró Ron tratando de ver mejor.
«¿Meows? ¿Qué clase de apellido es ese?»
—Meadows, idiota —resopló Ginny y se volvió a Ana—. Trabaja en el Departamento de Relaciones Internacionales, lo conocimos hace unas semanas...
—Shhh, no está solo —dijo Fred irritado, tratando de ver aún más.
Tratando de ver a la persona misteriosa, Ana le dio un codazo a Ron y sacó su cabeza hacia la escalera, donde podía divisar un poco más las siluetas de Lucas y la otra persona. Pudo ver la melena rizada y oscura del hombre, el cual vestía una túnica azul amarilla brillante, pero a la otra persona no podía divisarla aún. Pero sí escuchó su voz.
—... Es un gusto volver a verte, Molly.
—Es una mujer —murmuró Hermione detrás de ella con el mismo interés que todos los presentes—. Ana, ¿puedes verla?
En definitiva, Ana no podía ver a la mujer de voz dulce. Lentamente dio un paso hacia adelante para tener más espacio en su visión, pero al estar tan enfocada en su misión pasó de alto que la pierna de Fred aún estaba un escalón debajo de ella, y cuando la pisó, la misión de los seis se fue por el caño.
Primero, Fred soltó una protesta por el dolor que su pierna sintió al recibir la zapatilla de Ana; segundo, Ana chilló cuando Fred sacó su pierna con velocidad y perdió el balance que había mantenido en ella; tercero, todos exclamaron en desesperación cuando Ana comenzó a rodar por los escalones, lo que también hizo que la señora Black despertara detrás de las corinas que la tapaban y los siguió en el griterío; y finalmente, la nariz de Ana dio contra la pared de abajo haciendo que casi inmediatamente de esta saliera sangre.
Pasó solo un segundo de silencio antes de que la señora Black siguiera gritando como loca, seguida de la señora Weasley que parecía furiosa de tenerla gritando y del caos que se había formado.
—¡Quiero que los cinco bajen ahora mismo...!
—¡ESCORIAS! ¡SANGRE SUCIAS! ¡MAL...!
—¡... Pudo haberse roto el cuello...!
—¡INGRATOS SALGAN DE MI CASA...!
Ana se sentía liviana mientras su cuerpo descansaba en el suelo con su muñeca dada vuelta y su nariz hinchada y chorreando de sangre. También se sentía muerta de vergüenza mientras sentía los pasos moverse sobre el alfombrado. Su padre tendría una severa charla con ella y no podía esperar a escucharla.
No obstante, antes de que pudiera lamentarse sus extremidades rotas, alguien la ayudó a acomodarse en el suelo mientras la locura era resuelta en el fondo. Aún no podía distinguir a la persona que la había ayudado pero sí distinguía el aroma a manteca de karité y a jazmines que la envolvía, sintió sus manos suaves tomar su mentón para observar con más detalle su magulladura, y sintió un suspiro de la persona chocar contra su rostro.
Pero cuando enfocó su visión hacia la persona de aroma dulce que tenía delante, sintió que su corazón se salteó de un latido. Pues la persona que estaba delante suyo sólo la había visto en fotografías y orgullosas palabras. Su sonrisa real no se comparaba con la que mostraba la foto que descansaba en el escritorio de la enfermera de Hogwarts.
—Una primera impresión un tanto única debo decir.
Sin duda alguna, las fotografías no capturaban la calidez de Mary MacDonald.
• • •
—Ahí está. Como nueva.
Mary alejó su varita de la nariz de Ana y comenzó a limpiar con cuidado la sangre seca que la rodeaba.
Luego del caos que se había desatado en el vestíbulo, la señora Weasley los había llevado todos a la cocina y había preparado una tetera con té para sus nervios y para callar a todos sus hijos. También les dio a los dos invitados: Lucas Meadowes y Mary MacDonald.
Mientras que Lucas era un hombre alto y de apariencia relajada; Mary era una mujer baja y de perfecta apariencia. Perfecta postura, perfectos zapatos, perfecto cabello, perfecta sonrisa. Cada movimiento que creaba parecía estar previamente calculado, sus palabras parecían haber sido ensayadas cientos de veces y la delicadeza con la que trataba las heridas de Ana parecía hasta mecánica. Lo único desaliñado en la apariencia de Mary eran las cientas de pecas que cubrían su rostro oscuro.
Cuando Mary quedó satisfecha de cómo había limpiado el rostro de Ana, asintió complacida y se alejó de ella, haciendo desaparecer el pañuelo con un movimiento.
Del otro lado de la mesa, la señora Weasley le tendió una taza de té humeante.
—Mary, querida, toma un poco de té. ¿Cómo te encuentras? ¿Cómo te han tratado estos años?
Las manos pequeñas de Mary rodearon la taza y le sonrió a la señora Weasley.
—He estado bien Molly, estos catorce años han sido... pues, me han abierto los ojos —confesó Mary.
—Por favor, Mary, eres demasiado modesta —rió Lucas desde su asiento, haciendo resaltar su sonrisa blanca contra su rostro oscuro—. Molly, ¿Sabías que Mary fue ascendida como directora médica en el hospital mágico más grande de Brasil?
La señora Weasley pareció encantada ante las noticias pero Mary fue rápida en apagar la emoción.
—Lucas, por favor, al menos se honesto. Nunca tomé el cargo —le explicó a la señora Weasley con algo de pena—, y además, renuncié meses atrás para poder venir aquí...
Un segundo más tarde Ana lo hubiese pasado de alto, sin embargo, llegó a notar un destello de amargura en el rostro de Lucas cuando Mary dijo lo último. Sin saber lo que significaba, Ana no le dio mucha importancia y se dedicó a observar a Tonks, que —extrañamente—, había sido la persona encargada de ordenar todo en el vestíbulo.
—Ey, Lucas, ¿cómo te está yendo con Ariel Cardozo? —preguntó, ignorando por completo la conversación anterior.
—¡Tonks! Nada de temas de la Orden con los niños —dijo la señora Weasley con el ceño fruncido.
—Vamos, Molly, no creo que sea un secreto que la Orden busca aliados —Lucas defendió, cruzando una pierna sobre la otra—. Ana ya ha pasado personalmente por eso, ¿no es así?
Ana asintió con fervor, interesada en lo que Lucas tenía por decir acerca de su misión. En efecto, no eran noticias que la Orden buscaba vínculos y aliados fuera de sus paredes. Necesitaban expandirse de alguna forma.
La señora Weasley se lo pensó por unos segundos, no muy convencida al principio, hasta que pareció llegar a la conclusión de que el tema que Lucas traía en manos era el más inocente de la Orden, y por ende, sus hijos podían oír una fina parte del iceberg. Asintió con un suspiro antes de darle un trago a su té negro.
—Bueno... —Lucas sonrió y pasó una mano sobre su barba, que comenzaba a crecer luego de la afeitada semanal—, Cardozo es un poco cabeza dura, no parece querer abrirse del todo y no es la mujer más amigable de España. Uno pensaría que teniendo en cuenta quién es su padre sería más sociable frente a las personas. No obstante, es alguien comprensible y razonable. No tengo duda de que al final de la línea se unirá a nosotros, sólo necesita una buena razón de porqué ayudarnos beneficiará a su país. No puede negar que tenernos como aliados también le servirá a su padre para ganar las próximas elecciones.
—¿Su padre? —inquirió Fred sin poder contener su curiosidad.
A Tonks le brillaron los ojos.
—El ministro de magia de España. Ah, eres demasiado astuto, Lucas. Tener a esa familia de nuestro lado...
—Esa es exactamente la razón por la que estoy tratando de acercarme a ella —afirmó Lucas, juntando ambas manos sobre su regazo—. Si ganamos su voto, las posibilidades del ministro apoyándonos será mayor...
—Suficiente.
La señora Weasley se levantó de su asiento y miró duramente a Lucas que se calló bajó su escrutinio. Ninguno de sus hijos dijo palabra alguna al notar que su ceño cada vez se fruncía más, y Ana miró hacia otro lado, tomando de su té con una mueca. Estaba muy amargo.
La cocina se quedó en silencio por unos segundos, hasta que Lucas se levantó de su asiento, estirando sus piernas largas y les sonrió apenado a los presentes alrededor de la mesa.
—Bueno, debo marcharme. Todavía tengo un trabajo al que asistir —les guiñó un ojo y se giró hacia Mary—. Mary, fue un gusto volver a verte después de tantas cartas. No te olvides de visitarnos. Papá te querrá ver.
Mary se levantó de su asiento y le dio un corto abrazo.
—Dile que iré un día de estos cuando termine de desempacar. El departamento es un caos.
Con un asentimiento, Lucas se volvió a los demás para saludarnos y salió de la cocina, acompañado por la señora Weasley. Mary se iba a volver a sentar, cuando su mirada viajó por todos los presentes alrededor de la mesa y un brillo de incredulidad destelló en sus ojos oscuros.
—Todos han crecido desde la última vez que los vi —murmuró ella y los fue observando de a uno—. En definitiva no son los mismos niños pequeños de catorce años atrás, están muy cambiados...
Su mirada lenta llegó a Hermione y ladeó la cabeza, no reconociéndola.
—Me temo que no he tenido el gusto de conocerte —le tendió una mano—. Mary MacDonald.
—Hermione Granger, es un gusto conocerla, señorita MacDonald.
—Por favor, llámame Mary, o María; han sido años desde que escuché el nombre Mary.
Hermione sonrió, cuando la señora Weasley volvió a la cocina con un repasador en manos.
—Comenzaré a preparar la comida, todos ustedes me van a ayudar... Mary, ¿te quedarás a almorzar con nosotros?
—Claro que sí, me quedaré todo el día. Aún quería saludar a los demás; pero antes de ayudarte, Molly, quería hablar con Ana.
Ana, que había estado tocando su nariz que aún tenía el recuerdo de sentirse extraña, se sobresaltó y tensó, levantando su mirada hacia la mujer. Todos los pares de ojos recayeron en ella lo que la puso más nerviosa. Afortunadamente, a la señora Weasley se le había acabado la paciencia.
—Fred, George, ayuden a poner la mesa y ni se les ocurra escapar...
Siguiendo a Mary, que se dirigía a la puerta, Ana se levantó torpemente para seguirle el paso (no sin antes recibir miradas de interés por parte de sus amigos). Cuando el bullicio de la cocina fue amortiguado por la puerta cerrada, ambas se quedaron en un silencio de vacilación por unos segundos hasta que Mary se dio media vuelta con la misma emoción en su rostro.
—Disculpa que te haya tomado por sorpresa, pero he querido hablarte por mucho tiempo. Más desde que Poppy me habló de ti en las cartas.
«Poppy... ¡Oh! La señora Pomfrey» Ana recordaba que los adultos la llamaban de tal forma.
Ambas se miraron en silencio hasta que las palabras de Mary cayeron en Ana.
—¿La señora Pomfrey habla de mí? —exclamó en un susurro para no volver a despertar a la señora Black.
—Oh, claro —asintió Mary, caminando hacia la sala de dibujo, donde se encontraban los sillones—. Me ha dicho que eres una de sus pacientes más frecuentes.
Ana sintió su rostro volverse rosa de la vergüenza mientras se sentaba en uno de los sillones que habían limpiado días atrás. Mary no pareció inmutarse.
—No sabes el alivio y la alegría que sentí cuando mencionó que estabas en Hogwarts —dijo ella, acomodando su falda para que no se subiera—, siendo que mi último recuerdo de ti fue una pesadilla. Fueron días difíciles y me lamento constantemente haberme ido luego de lo sucedido con Faith, pero realmente no podía más. No estaba preparada para la realidad de la guerra.
Ana sabía que cuando la Primera Guerra Mágica había tomado lugar, su padre junto a los demás habían estado en sus últimos años de escuela y a principios de sus veinte años. Para ella, aquella edad parecía ser tan lejana, tan adulta; pensaba que en esos años llegaría a su máxima forma de adultez... pero cada vez que se lo volvía a pensar, la duda la envolvía y se preguntaba en toda seriedad si es que, en cinco años, podría ser tan madura como creía que serían los veinte. Cinco años eran eternamente pocos años.
Dejando de observar sus manos entrelazadas entre sí, Ana levantó su mirada hacia Mary y notó que la mujer la había estado observando mientras ella estaba en lo profundo de sus pensamientos.
—Eres igual a tu madre —señaló Mary—. Es extraño, aunque tus ojos sean de diferente color a los de ella, son iguales. El mismo brillo lleno de vida con la que la conocí.
—Estaban en la misma clase de medicina con la señora Pomfrey, ¿no es así? —preguntó Ana, refiriéndose a aquella foto que la enfermera tenía en su escritorio. Mary asintió.
—Así es. Desde cuarto a séptimo compartimos pacientes en la enfermería del colegio. Faith era increíble en lo que hacía, era demasiado grande para esas cuatro paredes —admitió ella, acomodando su cabello rizado y brillante—.Vivía contándonos que quería viajar por el mundo en busca de curas, en busca de medicina fuera de la nuestra, para conocer nuevas culturas e integrarlas en la medicina mágica. El momento en que probó aquello en nuestro séptimo año, se hizo la cabeza... Pero luego nos graduamos y notamos el estado de nuestro mundo. —un suspiró la abandonó—. Decidió quedarse a ayudar en San Mungo. Dijo que la necesitaban más que nunca, y no se equivocó en eso.
Cada vez que escuchaba la historia de su madre, Ana se deprimía un poco más. Su tiempo no había alcanzado para todos sus sueños. Qué pensamiento más amargo.
Las exclamaciones de la señora Weasley contra los gemelos que parecían haber comenzado a atraer el caos en la cocina se hicieron escuchar en el salón, interrumpiendo la conversación entre Ana y Mary, que observaron la puerta abierta que mostraba el vestíbulo.
—Creo que es tiempo de ayudar con el almuerzo.
La preparación del almuerzo se pasó volando; mientras que la señora Weasley y Mary cocinaban y charlaban, los demás se encargaron de poner la mesa y ordenar la cocina para que aún mientras se cocinaba quedaba implacable. Asimismo, durante la mañana, Mary fue la receptora de cientos de preguntas hechas por los adolescentes y Tonks.
Mary venía de Brasil, más específicamente del estado de Bahía; allí había vivido los últimos catorce años con sus abuelos para cuidarlos hasta hacía unos años cuando su abuela había fallecido y tuvo que comenzar a vivir sola en un departamento cerca del hospital donde trabajaba. A lo largo de los años había ganado varios reconocimientos y títulos a causa de su contribución con la medicina mágica; siendo uno de sus mayores logros y orgullos la contribución a una cura para una fiebre específica y mortal que afectaba a todo Latinoamérica.
Estaba a punto de contarles acerca de un paciente que la había padecido y se había curado a su propio cuidado, cuando la puerta principal volvió a sonar y todos quedaron tiesos en sus lugares.
Ana, Hermione y Ron se miraron entre sí, pero cuando quisieron salir corriendo al vestíbulo, vacilaron ante la mirada de advertencia que la señora Weasley les dedicó por lo que se quedaron congelados en sus asientos. La mujer salió de la cocina y todos los demás esperaron impacientes a que Harry apareciera por el marco de la puerta y les dijera las malas o buenas noticias. Hermione comenzó a temblar.
Cuando la anticipación los iba a tragar y sus pulmones comenzaron a arder desesperados por aire, la puerta se abrió de repente y vieron a la figura de Harry entrar por el portal de la cocina, con expresión dudosa. No obstante, para la suerte de todos los presentes en la cocina, Harry asintió.
—Absuelto de todos los cargos.
Ana saltó de su lugar y se lanzó arriba de Tonks mientras brincaban con alegría mientras que los gemelos y Ginny bailaban en ronda, y Hermione junto a Ron parecían respirar por primera vez en el día.
—¡Lo sabía! —gritó Ron lanzando puñetazos al aire—. ¡Siempre te libras de todo!
—Estaba clarísimo que tendrían que absolverte —dijo Hermione, que cuando Harry entró en la cocina parecía a punto de desmayarse de la ansiedad, y que en ese instante se tapaba los ojos con una mano temblorosa—. No podían acusarte de nada.
—Pues están todos muy aliviados teniendo en cuenta que creían que me absolverían — comentó Harry, sonriente.
—Casi me hago pis del miedo, Harry. No te burles —jadeó Ana con una mano en su pecho, aún sintiendo su corazón latir con fuerza.
—¡Se ha librado! ¡Se ha librado! ¡Se ha librado! —cantaban los tres Weasley mientras bailaban.
—¡Basta! ¡Cálmense! —gritó el señor Weasley, que había entrado después de Harry con una sonrisa. Su mirada vagó con asombro hacia Mary que recién había servido el puré de patatas en la mesada—. ¡Mary...!
—Hola, Arthur. Qué buenas noticias traen.
—¡Se ha librado! ¡Se ha librado! ¡Se ha librado!
—¡Cállense, ustedes tres! Mary, es un gusto volver a verte. ¿Cuándo has llegado? Dumbledore no nos había contado nada... Oh, bueno, me deberás contar más tarde, hay un inodoro que vomita esperándome en Bethnal Green. Molly, llegaré tarde, debo cubrir a Tonks, pero quizá Kingsley venga a cenar...
—Se ha librado, se ha librado, se ha librado...
—¡Basta! ¡Fred, George, Ginny! —chilló la señora Weasley cuando su marido salió de la cocina—. Harry, querido, ven y siéntate, come algo, que apenas has desayunado.
Pero Harry tenía la mirada puesta en Mary; la miraba como si se tratase de un sueño lejano y olvidado. Parecía reconocerla y al mismo tiempo no.
—Eh...
Mary le tendió una mano con una suave sonrisa en sus labios gruesos.
—Mary MacDonald, es un placer conocerte, Harry.
Harry levantó su mano cuando pareció recordar aquel nombre en lo profundo de su memoria. Sus ojos se abrieron ante el recuerdo.
—Eres amiga de mi papá, ¿no es así? —inquirió mientras apretaba su mano en un corto saludo.
—Bueno, sí, lo era.
Sin darle vueltas al asunto, Mary se volvió hacia los otros cuencos de comida y usó magia para atraerlos a la mesa donde todos estaban esperando saborear el delicioso almuerzo preparado por ella y la señora Weasley. Mientras que Ana le servía jugo de manzana a Hermione y luego a ella, escuchaba a Harry relatar lo sucedido en el tribunal.
—Claro, cuando Dumbledore se puso de tu lado, no había forma de que te condenaran — observó Ron alegremente mientras servía enormes cucharadas de puré de patatas en los platos.
—Sí, Dumbledore me echó una mano —afirmó Harry.
«Al menos Dumbledore intervino» tarareó Ana dentro de su cabeza, recordando todas esa veces que el hombre la había decepcionado con su poca acción. Podría darle mala espina muchas veces, pero no podía negar la influencia que venía con él. Era como querer ignorar la luz de una linterna apuntada a los ojos de uno.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hermione, alarmada.
Desconcertada en el asunto, Ana frunció el ceño hasta que observó cómo Harry se había tapado su famosa cicatriz con una mano y una mueca en sus labios.
—La cicatriz —murmuró él—. Pero no es nada... Ahora me pasa con mucha frecuencia.
Los demás no se habían dado cuenta, pues todos se servían comida mientras seguían saboreando la absolución de Harry. Fred, George y Ginny seguían cantando y Hermione estaba muy nerviosa, pero antes de que pudiera decir algo, Ron se le adelantó:
—Seguro que Dumbledore vendrá esta noche para celebrarlo con nosotros.
—No creo que pueda venir, Ron —intervino la señora Weasley al mismo tiempo que ponía un inmenso plato de pollo asado delante de ellos—. Ahora está muy ocupado.
—Se ha librado, se ha librado, se ha librado...
—¡Cállense! —rugió la señora Weasley.
En lo que siguió del día, Ana se la pasó escribiendo dos cartas: una para su abuela y otra para Dalia. A su abuela le escribió todo lo permitido acerca de sus días en la Orden, y la gran noticia de que Harry había sido absuelto de todos los cargos y residía felizmente en el cuartel; también preguntó por Limonada, pidiéndole que le diera muchos mimos de parte de ella y le contó que había conocido a Mary MacDonald, una vieja amiga de su madre. Por otro lado, con Dalia se salteó todos esos temas y le preguntó cómo estaba Pandora, su pez dorado, y cómo estaban yendo sus vacaciones, al igual que su estadía en la casa de sus padres. Días atrás, Dalia le había escrito en una corta carta que su madre la había obligado a pasar las últimas semanas de vacaciones junto a ella y su padre ya que a su parecer, Dalia hacía lo posible para evitarla y quería demostrarle que no era tan malo pasar tiempo con sus padres. Algo que Dalia se moría por contradecir.
En su propia opinión, Ana aún no había conocido a los padres de Dalia pero por su boca, sabía que Dalia les tenía un poco de rencor. Ya fuese porque vivían mudándose de ciudad en ciudad —y ahora de país—, y ella no podía conectar con nadie, o por la firmeza en el estilo de crianza de su querida madre.
Todo eso era un sentimiento desconocido por Ana.
La puerta de la habitación se abrió de repente, haciendo que Ana saltara en su lugar y mirase hacia la persona que la había asustado de sus medias. Ginny la miraba con estupefacción, como si se tratase de un gatito asustado.
—Bueno... perdón por eso, pero James y Remus volvieron por si te interesaba saber.
A Ana siempre le interesaba cuando su papá volvía de aquellas secretísimas misiones que la Orden le daba, por lo que sin vacilación, saltó de su cama y pasó a trote a Ginny, aunque su cuerpo doliese como siempre. Bajó las escaleras con cautela para no despertar a la señora Black, y cuando llegó al vestíbulo (seguida de Ginny que caminaba con menos cautela que ella), vio a su padre y James colgando sus sacos en el perchero.
Cuando Remus la notó bajando las escaleras, una sonrisa abarcó su rostro cansado y abrió sus brazos para recibir un abrazo por parte de Ana. Esas últimas semanas, Remus podía confesar que había recibido más abrazos que en los doce años que había perdurado sin su hija; y en su cabeza se preguntaba si es que podría dejar de vivir nuevamente sin ese sentimiento.
—Adivinen quién llegó —susurró Ana a los dos adultos una vez que se separó de los brazos de su papá.
Remus y James se miraron con confusión entre sus cejas..
—¿Nosotros...? —preguntó James antes de que Ana pusiera los ojos en blanco y los tomara a ambos de sus brazos, tirando hacia la cocina.
Confundidos pero interesados, ambos hombres la siguieron sin decir nada (aunque también influía el hecho de que las cortinas que tapaban al retrato de la señora Black parecían moverse). Cuando las puertas de la cocina se abrieron y entraron, el aroma a las albóndigas que la señora Weasley estaba preparando para la cena atacó sus narices; pero antes de que tuvieran tiempo de babear del hambre, ambos pares de ojos se situaron en la mujer que estaba preparando los fideos en otra encimera.
La mujer era petisa, piel oscura y cálida rebalsada de pecas, su cabello se encontraba atada en una coleta hinchada a causa de sus rizos apretados; llevaba una camisa blanca, planchada y abotonada con una falda tubo negra que llegaba hasta sus rodillas y su postura era elegante y correcta —exactamente lo opuesto a Remus que parecía estar cada día más encorvado—
James y Remus se miraron desconcertados sin reconocer a la mujer frente suyo, cuando ella se dio media vuelta para ver quienes habían llegado justo para la cena.
Los tres pares de ojos se encontraron y al mismo tiempo que el otro, se reconocieron. Por un par de segundos nadie se atrevió a decir nada, los tres en una burbuja del pasado cuando todo parecía estar bien en aquella perfecta foto de su adolescencia. Pero el tiempo había pasado, y ahora habían arrugas en las esquinas de sus ojos que lo demostraban.
Mary fue la primera en salir del trance y con una tímida sonrisa les tendió una mano.
—James, Remus, me alegra volver a verlos.
Ambos hombres observaron la mano que Mary les tendía, pero antes de que se pudieran preguntar absolutamente nada, James la tomó y atrajo a la mujer en un fuerte abrazo.
—María... Merlín, has vuelto.
Una suave risa traicionó a Mary y rodeó a James con un brazo.
—Y tú no has dejado de llamarme así.
—Nunca.
James y Mary se separaron, y la mujer tuvo la oportunidad de observar los ojos cansados de Remus que no habían dejado de mirarla como si fuese un fantasma. Mary alzó una mano y tomó la de Remus en un suave apretón.
—Hola, Remus. Me alegra volver a verte.
No obstante, tanto como James, Remus la envolvió en un abrazo. No era tan fuerte como el de James, más bien era un toque tímido, como si temiera romper aquel cristal en pedazos. Como si abrazarla más fuerte la haría irse de nuevo.
—Bienvenida a casa, Mary.
• • •
En los días que siguieron, fue casi imposible ignorar que en el cuartel general de la Orden, había una persona que parecía amarga ante la inesperada llegada de Mary a Inglaterra. En los rostros de todos, Sirius parecía estar más que feliz que su vieja amiga de colegio hubiese vuelto de Brasil a su lado; sin embargo, en cada palabra que salía de él, un dejo de amargura se distinguía entre la dulzura de sus charlas.
Ana había sido lo suficientemente curiosa para preguntarle qué lo traía tan malhumorado, pero lo único que encontró fue una risa, una mano despeinando su cabello ya enmarañado, y la frase "¿Qué cosas inventas, Ana?", lo que por poco la puso a ella de mal humor.
Por otro lado, Remus y James parecían encantados con la llegada de Mary y no pararon de hacerle preguntas cada vez que se encontraban comiendo todos juntos durante la cena. Parecían querer aprovechar cada momento para remediar todos esos años separados.
En cuanto a Hogwarts, Ana añoraba que el tiempo llegase y a la vez no. ¿Quería hacer magia? Sí. ¿Quería estudiar? No. ¿Quería ver a todos sus amigos? Sí. ¿Quería pasar horas en la biblioteca a menos que Madame Pince la echara? Dios, no.
Y como si fuese poco, tampoco quería saber nada acerca de que Remus, en efecto, no sería su profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Temía por el momento en que introdujeran al nuevo profesor y no viese el rostro de su padre. Era poco decir que tenía muy bajas expectativas.
El último día de las vacaciones, Ana estaba limpiando todo el pelo de Basil que había encontrado hogar en sus prendas. Sus suéteres oscuros ahora eran grises, sus faldas eran peludas y sus medias picaban. A punto de cepillar una de sus camisas que había caído víctima de su gato, Ana vio a Ginny entrar con tres sobres.
—Han llegado las listas de libros —anunció dándole una carta a Ana y otra a Hermione, que estaba cerrando su maleta.
—¿No deberían haber llegado semanas atrás? —dijo Ana abriendo la carta.
—Seguramente Dumbledore y la profesora McGonagall no tuvieron tiempo de organizarlo más temprano por la Orden —señaló Hermione abriendo la suya.
Impaciente, Ana abrió su sobre. Contenía dos trozos de pergamino: uno era la nota habitual que le recordaba que el curso empezaba el primero de septiembre, y en el otro estaban detallados los libros que necesitaría para el próximo curso. Había dos libros nuevos: Libro reglamentario de hechizos, 5° curso, de Miranda Goshawk, y Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard.
Una mueca se posó en los labios de Ana al leer el título del último libro, cuando un chillido de parte de Hermione la hizo saltar de su lugar.
—¡¿Qué pasó, Hermione?! ¿Estás bien?
Hermione parecía estar más que bien. Su mirada no se había despegado de una de las cartas y sus ojos parecían brillar como diamantes ante lo que estaba leyendo. Antes de que Ana o Ginny pudiesen preguntarle si estaba tan emocionada de leer los dos nuevos libros, Hermione abrió con fuerza el otro sobre que tenía, y una insignia color escarlata y dorada cayó en su palma.
Las tres se miraron y nuevamente en la habitación compartida irrumpieron chillidos de emoción. Ana se abalanzó hacia Hermione y la aplastó en un abrazo.
—¡Eso es genial! ¡Yo sabía que lo lograrías...! ¡Felicidades!
Hermione rió emocionada y le devolvió el abrazo no pudiendo controlar su felicidad.
—Vayamos a ver si los chicos tienen noticias, ¿sí? —dijo Hermione luego de que Ginny les avisara que iría a avisar a su madre.
Con un asentimiento, Ana levantó a Hermione y juntas subieron la escalera al otro piso para darles las buenas noticias a sus amigos que seguramente estaban en su habitación ordenando. Cuando llegaron a la puerta, escucharon el bullicio de adentro y abrieron la puerta par en par para ver qué era lo que los traía tan ruidosos.
Y con asombro, vieron la insignia en la mano de Harry.
—¡Lo sabía! —gritó emocionada blandiendo su carta—. ¡Yo también, Harry, yo también!
Antes de que Ana pudiese saltar arriba de Harry para felicitarlo, el chico negó.
—No —se apresuró a decir Harry, y le puso la insignia en la mano a Ron—. No es mía, es de Ron.
—¿Cómo dices?
—El prefecto es Ron, no yo.
A Ana no le importaba quién era prefecto, lo que le importaba era que dos de sus amigos lo eran, por lo que dejó salir un chillido y aplastó a Ron en un fuerte abrazo.
—¡Felicidades, Ron!
—Gracias, Ana... —murmuró Ron aún incrédulo ante las noticias.
—Voy a avisarle a Ginny y a Sirius—dijo Ana y antes de que alguien más pudiese reaccionar, salió corriendo de la habitación para avisarles a los otros de las geniales noticias.
Al bajar las escaleras se encontró con la señora Weasley subiendo, pero en vez de decirle las noticias, le sonrió y siguió bajando hacia la cocina donde suponía que Sirius estaba.
Eran maravillosas noticias en un momento oscuro.
La señora Weasley —que había ido contenta al callejón Diagon para comprar los libros— regresó hacia las seis, cargada de libros y con un largo paquete envuelto con papel marrón que Ron le quitó de las manos con un gemido de deseo contenido. Ana no tardó en descubrir que se trataba de una escoba, regalo a Ron por su nueva insignia.
—No la desenvuelvas ahora; está llegando la gente para cenar y os quiero a todos abajo —dijo la señora Weasley, pero en cuanto se perdió de vista, Ron arrancó el papel en un arrebato de euforia y, extasiado, examinó centímetro a centímetro su nueva escoba.
Abajo, en el sótano, la señora Weasley había colgado una pancarta roja sobre la mesa, llena a rebosar de comida, que decía:
FELICIDADES RON Y HERMIONE NUEVOS PREFECTOS
—Me ha parecido buena idea celebrar una pequeña fiesta en lugar de servir la cena en la mesa —explicó a los siete adolescentes cuando entraron en la sala—. Tu padre y Bill están en camino, Ron. Les he enviado una lechuza y están entusiasmados —añadió, radiante.
Remus, James, Sirius, Tonks y Kingsley Shacklebolt ya estaban allí, y Ojoloco Moody entró poco después, luego de que James les diera un abrazo de felicitación a los dos nuevos prefectos de Gryffindor.
Ana se acercó a Remus con un vaso lleno de cerveza de mantequilla y un bigote de espuma.
—Pa, les escribí cartas a nana y a Dalia, ¿podrías enviárselas mañana a la mañana?
Remus, asintió con una sonrisa antes de limpiar el bozo de Ana con un pañuelo de tela. Ana le sonrió agradecida, antes de pasar su antebrazo por su rostro para seguir limpiándolo.
—Bueno, creo que la ocasión merece un brindis —anunció el señor Weasley cuando todos tenían ya su copa. Levantó la suya y dijo—: ¡Por Ron y por Hermione, los nuevos prefectos de Gryffindor!
Ana aplaudió con fuerza mientras que Tonks chiflaba.
—Hermione es perfecta para ser prefecta —dijo Ana a Remus cuando se acercaron a la mesa para servirse comida—. No sabría qué hacer si ese fuese mi trabajo. Tal vez le daría el cargo a ella.
Remus rió por lo bajo.
—¿... Y tú, Sirius? —preguntó Ginny mientras le daba una palmada en la espalda a Hermione que anteriormente se había atragantado con su bebida.
Sirius, que estaba junto a Harry y James, soltó su atronadora risa.
—A nadie se le habría ocurrido nombrarme prefecto porque me pasaba demasiado tiempo castigado con James. El bueno era Remus, a él sí le dieron la insignia.
—Creo que Dumbledore albergaba esperanzas de que yo ejerciera cierto control sobre mis mejores amigos —terció Lupin—. Ni que decir tiene que fracasé estrepitosamente.
—Por lo que luego nos dio a Lily y a mí el premio anual —James les guiñó un ojo.
—Pues claro, en sexto te convertiste en Lamebotas Potter —se burló Sirius, sirviéndose budín de carne.
—Y sólo Faith podía llamarme así —añadió James con un falso tono de advertencia, que se derrumbaba con la sonrisa pegada en sus labios.
—Sólo porque te dejaba llamarla Loca Ward —Remus puso los ojos en blanco pero ninguno de los tres dejó de sonreír.
—¿Mamá fue prefecta? —inquirió Ana sirviéndose batatas horneadas
—Hubiese preferido ser expulsada a eso.
La cena prosiguió con normalidad, entre conversaciones acerca de la política de la comunidad mágica a historias de las aventuras de Bill, Ana pasó un buen rato riendo y comiendo la deliciosa comida preparada por la señora Weasley. Tonks no paró de hacer chistes durante la comida, lo que causó que a Ginny le saliera jugo de la nariz por querer sofocar su risa, y en un momento hasta Hermione no pudo contener su postura responsable cuando Kingsley se metió en la conversación con una ridícula historia de James.
—Kingsley, ¿por qué no les contamos tu incidente en el Departamento de Accidentes Mágicos y Catástrofes, eh? —preguntó James con una ceja alzada y preparado para defender su honor.
Mientras James ignoraba la risa rechazante de Kingsley, y les contaba a los demás de aquel vergonzoso accidente, la atención de Ana se desvió a Ojoloco y Harry, que hablaban entre ellos. Curiosa, estiró su cuello a por el hombro de Harry y notó que Ojoloco había sacado una foto del bolsillo de su túnica.
—Si querías ver, sólo podías preguntar, Abaroa.
Ana se volvió roja ante la acusación de Ojoloco y asintió avergonzada.
—¿Qué has traído a la fiesta, Ojoloco? —dijo James, y Ana notó que el grupito que se había formado antes había dejado de hablar para prestarle atención a los tres.
—Pensé que podía interesar —explicó él, tendiéndole la fotografía vieja a James, que la tomó.
Aún inadvertido de lo que contenía la fotografía, James sonrió con curiosidad hasta que sus ojos observaron los rostros que lo saludaban en el papel. Sus ojos cálidos se apagaron, reemplazados por melancolía ante aquellas sonrisas que no podría ver más.
—La Orden del Fénix original —gruñó Moody, haciendo que los adultos que habían estado en aquel grupo de la mesa bajaran sus hombros.
Harry le sacó suavemente la fotografía a su papá, que le sonrió débilmente, antes de que Moody se aclarara la garganta y señalara a la fotografía
—Ése soy yo —dijo Moody, con un dedo sobre su figura pasada. El Moody de la fotografía era inconfundible, pese a que no tenía el cabello tan gris y su nariz estaba intacta—. Y el que está a mi lado es Dumbledore; al otro lado tengo a Dedalus Diggle... Esa es Marlene McKinnon; la asesinaron dos días después de que se tomara esta fotografía; de hecho, mataron a toda su familia. Ésos son Frank y Alice Longbottom...
Ante la mención de Marlene y los Longbottom, los adultos se tensaron; un detalle que Ana no pasó de alto por lo que tuvo que hacer la pregunta.
—Los padres de Neville... ¿Qué...? ¿Qué les pasó?
Hermione y Ginny, que parecían estar en la misma posición que Ana, observaron con cautela a los demás que sí parecían saber el destino que les tocó a los Longbottom; pero quien tuvo el coraje de hablar, fue nuevamente Moody.
—Se volvieron locos, torturados ante la maldición Cruciatus. Hospedan en el hospital San Mungo sin cordura o recuerdo alguno, ni siquiera el de su hijo.
Un jadeo de horror dejó a Hermione, Ginny miró hacia abajo con pesadez y Ana sintió su pecho doler. ¿Cuántas maldiciones debieron de sufrir para que el resultado fuese aquel?
«Pobre familia, pobre Neville»
Moody prosiguió cuando hubo tiempo para procesar lo sucedido con los padres de Neville.
—... Esa es Emmeline Vance, ya la conocen, y ese otro es tú, Lupin, evidentemente... Benjy Fenwick, que también se fue al otro barrio; sólo encontramos unos cuantos trozos de su cuerpo... MacDonald está aquí... Muévanse un poco —añadió, dándole unos golpecitos a la fotografía, y los retratados se desplazaron hacia un lado para que los que quedaban tapados pudieran pasar hacia delante.
»Ese de ahí es Edgar Bones, el hermano de Amelia Bones... También se los cargaron a él y a su familia; era un gran mago... Sturgis Podmore, vaya, qué joven está... Caradoc Dearborn, que murió seis meses después; nunca encontramos su cadáver... Hagrid, por supuesto, está igual que siempre... Elphias Doge, también lo conocen, no me acordaba de que antes solía llevar ese ridículo sombrero... Gideon Prewett, hicieron falta cinco mortífagos para matarlos a él y a su hermano Fabián, que pelearon como verdaderos héroes... Muévanse, muévanse...
Los retratados se empujaron unos a otros y los que estaban ocultos detrás pasaron al primer plano de la imagen.
—Ése es Aberforth, el hermano de Dumbledore; sólo lo vi ese día, era un tipo extraño... Y Dorcas Meadowes, a quien Voldemort mató personalmente...
Fue un par de segundos, pero Ana notó la mirada que su padre, James y Sirius le enviaron a Mary —que estaba hablando con la señora Weasley y Bill en la otra punta—, y notó que había pena en sus miradas. Mary no los notó.
—Aquí estás tú, Sirius... Y aquí tú, James, junto a Lily.
James y Harry observaron el rostro sonriente de Lily. Sus mejillas redondas y rosadas brillaban con el destello de la cámara que había sacado la foto; y sus ojos verdes parecían ser lo que más resaltaba de la fotografía.
Cuando Ana dejó de observar a Lily, sus ojos inmediatamente reconocieron al hombre de ojos brillosos que estaba sentado entre ella y James. Aquel hombre que le había arruinado la vida a la familia Potter, a sus amigos y a Ana. Peter Pettigrew.
Fue un reflejo, pero sin poder evitarlo, Ana miró de reojo hacia el techo, donde sabía que se encontraba la habitación en donde dormía, y donde se encontraba su varita aún unida con aquel hilo brillante. Hacía meses que no agarraba su varita, que se encontraba en el fondo de su baúl, ya que no tenía el coraje de observar aquel hilo de color brillante que le indicaba cuán lejos —o cuán cerca—, se encontraba Pettigrew.
Pensar en el hombre que había arruinado tantas familias y en el hechizo que su madre había creado años atrás, hizo que una pregunta taladrara el cerebro de Ana, haciéndole darse cuenta de que aún no había visto el rostro de alguien en aquella fotografía.
—¿Dónde... está mi mamá? —preguntó, observando a Moody con desconcierto.
Moody frunció el ceño y luego golpeó la fotografía con un dedo.
—Está fotografía se sacó justo el año en que Faith abandonó la Orden, aquí ya no estaba.
Sin comprender, Ana levantó su mirada hacia su padre, que, copiando a Moody, tenía el ceño fruncido.
—¿Mamá había abandonado a la Orden?
La pregunta estaba dirigida hacia Remus, no obstante, Moody fue quien le contestó.
—Sí, abandonó a principios del ochenta y uno —Moody gruñó—. Una mujer terca tu madre. Un desacuerdo con Dumbledore fue lo suficiente para que se fuera...
Ana no escuchó lo demás que Moody contaba entre gruñidos ya que sus ojos estaban fijos en su padre, que se había dignado en mirarla.
Si Faith Ward había abandonado la Orden por una discusión con Dumbledore. ¿Cuál había sido la razón de hacerlo? ¿En qué habían discrepado...?
¿Y qué era lo que su padre no le estaba contando acerca de ella?
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¡hola!
¿cómo les tratan las vacaciones? a mí me está matando el calor que alguien me saque de argentina pls
quise actualizar ayer pero me quedé sin wifi sajsaj perdón
otra cosa, este capítulo está sin editar así que si ven algún error por favor díganme así lo corrijo <3
hablando del capítulo...
escondí demasiadas pistas que no se van a revelar hasta más tarde y ahora quiero contarle a alguien acerca de ellas o(-<
la maldición del escritor !
¿qué les pareció? díganme en los comentarios
nos estamos viendo ♥
•chauuu•
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