𝐟𝐢𝐯𝐞
"Un nuevo comienzo"
Los días se pasaron de una forma dolorosamente lenta a opinión de Ana. Tenía la mínima duda si era porque luego de haber entrado en razón y emocionarse ante la idea de asistir a una escuela de magia el mundo la quería hacer esperar. O también podía ser por la cantidad de información que todos la estaban llenando. Y era mucha información.
Por ejemplo, ahora Ana sabía que no podía hacer magia fuera del colegio hasta que se hiciese mayor de edad, lo que para ella era ridículo porque vamos ¡ella ahora era una bruja! ¿no era la magia toda su propia existencia?. Sin embargo, Ana no había dicho nada y había aceptado tal ley ya que no quería tener problemas. Por otro lado, Harry le había contado todo lo que debía saber de Hogwarts, como que se encontraba en Escocia y que tenía cuatro casas en las que podría ser seleccionada: Ravenclaw, la casa de los cerebritos, Hufflepuff, la casa de los muy amigables, Slytherin, la casa de las personas malas y Gryffindor, la mejor casa. Esas habían sido todas las explicaciones que Harry literalmente le había dado, palabra por palabra. Ana estaba segura de que su amigo se había salteado algunos escalones al explicarle pero decidió mantenerse callada y asentir. Tal vez se rió un poco cuando dijo que él pertenecía a la mejor casa junto con toda su familia pero además de eso no dijo nada más.
Y la otra situación en la que Ana se encontraba era su nueva relación con Remus. Tal vez habían muchos cabos sueltos, como el porqué no se tomaban un examen de DNA para estar seguros de que estaban relacionados pero todos se habían negado rotundamente insistiendo que no era necesario. Ana hasta había visto a Remus removerse incómodamente en su asiento cuando había propuesto tal sugerencia. Y por más curiosa que Ana se hubiese encontrado, había dejado el tema a un lado. No era como si quisiese alejarlos luego de haber tardado tanto en encontrar su familia biológica. Además, ella y Remus se habían estado llevando muy bien. Remus le había contado de él, sus gustos —entre ellos el chocolate, los suéteres— y sus disgustos —el verano y los ruidos altos—, y acerca de que tenía un abuelo.
Allí era donde Ana se encontraba en esos momentos, en la puerta principal de la casa de Lyall Lupin, quien le había rogado a su hijo para que le presentase a su nieta.
—Debo de advertirles... —Remus se giró hacia Ana y Hilda, que ya habían volteado sus cabezas hacia él— mi padre es muy afectivo, puede que sea un poco tímido pero es muy posible que no pueda contener su...
¿Su humor? ¿Su cariño? Ana nunca supo lo que Remus iba a decir porque la puerta se abrió de repente, mostrando a un hombre en sus sesentas que no dudó un segundo en atraer a Ana en un abrazo tan fuerte pero dulce que ella simplemente se dejó llevar por el aroma cálido de una fogata y pasteles de calabaza.
—¡Eres verdaderamente tú!
Una vez que Lyall Lupin se relajó y soltó a Ana para darle un cálido apretón de manos a Hilda y un abrazo a su hijo, dejó pasar al grupo a su casa y en cuestión de minutos, todos se encontraban sentados en la mesa redonda de la cocina acompañados de galletas de jengibre y tazas de té.
Para Ana, el té no era para nada apetitoso pero haber conocido a otro pariente suyo había hecho que se olvidara de aquel detalle y remojara su galleta en el líquido con pura emoción.
—¡Nunca visitamos Norwhich! Es una ciudad muy linda, señor Lupin —dijo ella antes de darle un mordisco a su galleta. Lyall irradiaba felicidad.
—Me alegro que encuentres la ciudad a tu agrado, si quieres te puedo llevar al mercado... ¡venden los mejores tomates!
—¡Suena bien! Nana tenía una huerta en nuestra antigua casa pero la tuvimos que dejar. ¿Tal vez podemos comprar algunas semillas?
—Y no puedo olvidarme de llevarte con Esha, tiene el mejor puesto de comida hindú en toda Inglaterra.
Mientras ambos conversaban con entusiasmo, Remus y Hilda los observaban con atención. Era como si se conociesen de toda la vida.
—Papá... —interrumpió Remus atrayendo las miradas de ambos hacia él, haciendo que se aclarara la garganta—, Ana no se quedará mucho aquí. Máximo sería tres horas y eso es decir mucho. Ana tiene mucho que preparar y... me gustaría llevarla al West Norwood.
La mirada de Lyall se suavizó y asintió lentamente con simpatía.
—Claro, lo siento, estoy demasiado emocionado de finalmente conocerte, Ana —admitió él mientras le daba un sorbo a su té y volteaba su cabeza hacia Ana nuevamente—. De verdad que tienes mis ojos...
—Lo sé... —asintió Ana con fervor y tiró de la manga de la blusa Hilda—. ¿Lo notaste, nana?
Hilda dejó salir un suave risa y asintió.
—¿Cómo no notarlo? Un azul eléctrico muy hipnotizante, cariño.
La mirada de Ana vagó por los objetos colgados en las paredes hasta que se topó con un pergamino encuadrado y que parecía de gran importancia.
—¿De qué es eso?
Lyall observó el cuadro y una pequeña sonrisa de nostalgia posó sus labios.
—Eso fue de un premio de reconocimiento de mi previo trabajo en el departamento de regulación de criaturas mágicas.
Los ojos de Ana brillaron.
—¿Criaturas mágicas...?
Lyall dejó salir una risa amigable y se levantó de su asiento, juntando sus manos en un apretón.
—Si hubiese sabido de antemano que te interesan las criaturas hubiese bajado todos los libros del ático, ¿por qué no me ayudas a bajar todas las cajas? seguramente encontremos algún libro de tu interés.
Ana miró a su abuela pidiéndole permiso y cuando ella asintió, Ana se levantó de un salto y siguió a Lyall por su casa.
La casa de Lyall Lupin se podría decir que era pequeña, y cuando se decía pequeña significaba pequeña. Una casa campestre de un poco más de 90m², pintada de un bígaro azul con marcos de ventanas y de las puertas color blanco. Se encontraba rodeada de árboles y los vecinos se encontraban a unos cuántos kilómetros de distancia. Era el perfecto plan de escape para una vacaciones en el campo pero parecía que Lyall había hecho de ella una casa perfecta para una sola persona. Claro, tal vez ellos cuatro estaban un poco apretujados pero si Lyall vivía solo, era del tamaño perfecto.
El interior de la casa era digno de un señor de su edad. Estaba lleno de antigüedades que Ana tenía miedo de tocar como aquel gramófono que parecía un poco oxidado. Subieron las escaleras hacia el segundo piso y Ana pudo admirar una foto que colgaba de la pared. La fotografía en blanco y negro de una mujer joven con el cabello ondulado cayendo en sus hombros. Era muy bella en los ojos de Ana y algunos rasgos le hacía acordar a Remus.
—Veo que notaste la foto de mi querida Hope.
Al pronunciar el nombre de la mujer, Ana sintió en el tono de voz algo parecido a la afición pero lleno de tristeza. Lo había dicho con tal suavidad que Ana temió mirar mucho tiempo a la foto porque tal vez la gastaría.
—Era la madre de Remus y mi adorada esposa, ella no sabía nada acerca de nuestro mundo ¿sabes? era una muggle...
—Sin magia ¿no?
Ana estaba orgullosa de que había aprendido que aquella palabra no era jerga inglesa y de hecho, era jerga mágica.
—¡Así es! Pues nos conocimos mientras yo estaba investigando boggarts...
—¿Boggarts?
El tono de voz de Ana había estado tan lleno de curiosidad que una sonrisa se posó en los labios de Lyall.
—Un no-ser amortal que puede cambiar de forma dependiendo de lo que el mayor temor sea de quien se encuentra delante de éste. Viven en espacios oscuros y a veces cerrados, pero el que Hope se encontró esa noche fue en la profundidad de un bosque —Lyall agarró un palo que se encontraba colgando de la pared y lo arrimó hacia el techo para abrir la puerta del ático—. La escuché gritar dado que el boggart la había asustado y corrí a su ayuda, y luego de que debilité al boggart la escolté a su casa para que se sintiese protegida.
Los ojos de Lyall brillaron en ensueño mientras escalaba la escalera blanca que había bajado luego de abrir la escotilla. Tiró de una fina cuerda y el pequeño ático se alumbró con una luz cálida y amarillenta.
—Desde ese momento no dejamos de mandarnos cartas y siempre daba una excusa para faltar al trabajo con el simple objetivo de ir a verla —Lyall dejó salir una cálida risa y le tendió a Ana la primera caja que encontró—. Pasó un año y le pedí matrimonio, ¡jamás había sentido tanta alegría que cuando aceptó!
Ana sonrió ante la emoción en su voz. Era lindo escuchar historias de amor.
Lyall dejó un libro arriba de la caja que Ana estaba sosteniendo y sus piernas comenzaron a flanquear al cargar con tanto peso. Sin embargo, Ana se negaba a darse por vencida por mas que su cuerpo le rogase que no asesinara a sus blandos brazos.
—Y te diré que para nuestro casamiento hizo un adorno de un boggart para el pastel —Lyall soltó una carcajada y comenzó a bajar de la escalera, sosteniendo una caja como la de Ana—, Remus ha sacado su poco convencional sentido del humor de ella, sin duda. Recuerdo como si fuese ayer todos sus chistes que compartían durante las cenas...
Ante aquel comentario, Ana ladeó su cabeza al mismo tiempo que una gota de sudor resbalaba por su rostro.
—¿Humor poco convencional...? Desde el día que lo conocí no ha soltado... —Ana infló sus mejillas del esfuerzo mientras observaba a Lyall cerrar la escotilla—... ningún chiste, es más, ha sido muy gentil conmigo, como si me pudiese romper en cualquier momento...
Ana no recordaba haber visto a Remus relajado en ningún momento que había pasado junto a ella. Parecía de lo más paranoico y a la vez muy dulce. En ningún momento salió un comentario sarcástico o de humor.
Lyall al escucharla dejó salir un suspiro.
—Eso es porque lo último que quiere hacer es perderte de nuevo, Ana —le explicó él mirando hacia delante con el ceño fruncido—. Mi hijo puede ser humorístico todo el tiempo, tiene un carácter digno de su madre pero ha heredado mi testarudez. Luego de todo lo que ha sucedido dudo que acostumbrarse sea un proceso rápido y fácil así que si quieres ver debajo de las capas, deberás ser tú quien de el primer paso.
Ana asintió volviendo a repasar lo que Lyall le había dicho y se mordió el labio. Si lo que Remus necesitaba para abrirse hacia ella era que diese el primer paso, definitivamente lo daría. Tal vez y el hombre notaría que ella no era un cristal a punto de quebrarse.
• • •
Luego de que Lyall le hablase a Ana acerca de criaturas mágicas y le enseñase todo el conocimiento que podía otorgarle en dos horas, los tres invitados se despidieron del hombre, después de que él le diese a Ana una maleta de un tamaño mediano llena de libros acerca de temas que él creía que le interesaría.
El trayecto de Norwich a Londres fue tan largo como el de ida, sin embargo, al ahora transcurrir durante el atardecer, Ana cayó dormida varias veces en el hombro de su abuela. Los viajes largos eran perfectos para siestas poco convencionales pero su cuello le pedía a gritos que dejara de doblarlo de manera incómoda.
El cielo estaba nublado pero en vez de haber nubes densas y oscuras, eran de un gris suave que aseguraba que no iba a llover. Pero cuando Ana salió de la florería en donde habían entrado, una brisa fría y refrescante chocó contra su cuerpo, recordándole que el otoño estaba a la vuelta de la esquina. Lo que era bueno porque sudaba más de lo que quisiese en el verano.
A su lado, Remus sostenía un pequeño ramo de flores color rosa, envueltas en un papel metálico color gris, y las miraba con nostalgia.
—Las peonías eran las flores favoritas de Faith, decía que su olor alimonado le hacía olvidar todos sus problemas y la relajaba.
Ana sonrió y con los ojos cerrados acercó su rostro hacia el ramo, embriagándose con aquel olor tierno. Sin duda era la fragancia más refrescante de todas las flores que había olido. Pero lamentablemente, su aroma no le hacía olvidar el problema al que se enfrentaría ahora.
Frente sus ojos se encontraba el cementerio y crematorio West Norwood. Sus rejas oxidadas estaban alumbradas por la tenue luz de las farolas de la calle que habían sido encendidas dado que la oscuridad había aparecido en el cielo. Era una vista melancólica y hasta la vegetación que se esparcía en la derecha de la entrada parecía lúgubre. Era como si supiese que allí la vida había terminado.
Un hombre anciano se acercó a ellos de manera encorvada y con un poco de renguera.
—El cementerio cerrará en veinte minutos...
—Haremos rápido —le aseguró Remus y Hilda le tendió la mano.
—Déjame la maleta, querido. Ustedes entren que yo los espero en aquel banco.
Remus le agradeció y en cuestión de segundos se dispusieron a caminar hacia el interior del cementerio.
Los alrededores del camino eran inevitablemente pesados en el sentido de tristeza. Ver los nombres escritos en las lápidas y los pétalos de las flores, que se encontraban arriba de éstas, caer hacia el suelo marcando el transcurso del tiempo, hacía que Ana buscase aire entre sus pulmones de la manera más desesperada. Jamás le había interesado los cementerios, siempre les había parecido un sueño lejano del cual pensaba que nunca se debía preocupar, pero lamentablemente ese no había sido el caso del diciembre pasado. Era el 8 de diciembre, un día después del fallecimiento de Fidel, y Ana había estado en tanto shock que no podía captar el hecho de que estaban enterrando el ataúd donde su padre se recostaba en su despedida.
Desde el momento en que se había anunciado que Fidel había fallecido, Ana se había encontrado en un estado de completa paralización que ninguna lágrima se había asomado por sus ojos. Su cerebro había bloqueado toda emoción mientras aquellos dos días pasaban entre miradas apenadas y palabras de simpatía. Las imágenes habían sido lentas y rápidas, borrosas y claras, y sin embargo, si Ana se ponía a pensar en aquellos días ninguna memoria podía abarcar su mente. Sin embargo, cuando llegó la noche y se encontraba en su cama en el medio de la oscuridad, rompió en llanto. Dejó salir todas las emociones que había encerrado en su pequeña figura por más de 24 horas, había furia, incredulidad, dolor y pura y llana tristeza.
El mundo le había quitado una de las pocas personas que la había amado sin ataduras y ahora se encontraba en frente de la lápida que cuidaba otra alma que la había amado hasta su último respiro.
Faith Ward
Te encontraremos entre las estrellas
1959 - 1981
Un pequeño ramo de flores todavía no marchitadas reposaba en la lápida, dejando caer lentamente sus pétalos arriba el césped que la rodeaba. Remus se agachó hacia ésta y cambió el ramo anterior por el nuevo.
Ana volvió a ver las fechas y notó que su madre había sido muy joven cuando falleció. Terriblemente joven. Ni siquiera había tenido una oportunidad de verdaderamente comenzar a vivir.
—Ella te amaba, te adoraba —murmuró Remus mirando el nombre de Faith con suavidad—. Faith siempre había tenido problemas de atención, ir a clases y prestar atención le costaba demasiado y cuando encontraba un tema en particular se dedicaba solamente a éste. Tal fue el caso cuando encontró la medicina. Ayudar a otros la hacía centrarse en ellos y solamente en ellos hasta encontrar la forma de solucionar el problema. Por eso encontró que su pasión era trabajar en el hospital St. Mungo... pero claro, eso solo hizo que luego de terminar Hogwarts se centrara completamente en el trabajo y nada más.
Ana vio cómo los pétalos del ramo que Remus sostenía se soplaban por la brisa que pasaba sobre ellos. El hombre no había quitado su vista del nombre de su antiguo amor.
—... y sin embargo, cuando descubrió que te tenía a ti, jamás la había visto tan feliz. Debo admitir que al principio, feliz, era todo lo contrario que yo sentía. Estaba aterrorizado —admitió Remus y como si se hubiese arrepentido de su elección de palabras, miró de reojo rápidamente a Ana, viendo si ella se había ofendido pero Ana solo lo miraba con atención—... hasta que Faith me hizo entrar en razón y me aseguró un millón de veces que seríamos los padres más grandiosos del planeta. Aunque su exageración fuese muy grande, sus palabras me lograron reconfortar. Y para Faith, tú fuiste su salvación. Fue como si su cerebro hubiese dejado de acelerar y al estar tan enamorada de ti, su mundo se relajó. Hizo tiempo para el trabajo y para su vida personal, dejó de vivir encerrada en su burbuja y salió a explorar.
La voz de Remus se quebró y sus hombros comenzaron a temblar a la par que lágrimas caían de sus ojos. Ana en un momento de instinto apoyó su mano sobre su hombro para dedicarle consuelo.
—Y por mi culpa, jamás pudo explorar el mundo como ella quería.
Ana frunció el ceño y ladeó su cabeza.
—¿Por... tu culpa?
Remus la miró y Ana pudo notar que sus ojos y nariz se habían vuelto rojos.
—No estaba en casa cuando sucedió... me había ido esa noche por problemas personales... pensé que ella estaría a salvo, que tú estabas a salvo...
Remus escondió su rostro en sus manos y comenzó a temblar a causa de su llanto. La mirada de Ana se suavizó e hizo lo que ella había necesitado el 7 de diciembre, lo abrazó con compasión y comprensión.
Ambos habían sufrido pero tal vez que ahora se habían vuelto a encontrar, las piezas que se les habían sido arrebatadas podrían volverse a juntar a su debido tiempo.
Tal vez 12 años le habían sido arrebatados pero Ana iba a aprovechar los que venían muy bien.
• • •
Las semanas pasaron rápidamente y Ana usó los días a su máximo potencial. Se pasó cada momento del resto del verano leyendo y aprendiendo acerca del mundo en que se vería envuelta. James, Sirius y Remus le habían enseñado algunos hechizos básicos con demostraciones propias dado que Harry tenía prohibido hacer magia fuera del colegio —como todos los demás estudiantes—, y podía decir que luego de varia práctica con una rama que había encontrado en el parque, Ana había encontrado el exacto movimiento para algunos hechizos como Wingardium Leviosa, Alohomora y su favorito Lumos. Claro este último solamente servía para iluminar como lo haría una linterna, pero al menos no tenía que usar baterías.
En otras noticias, Ana ya estaba inscripta en Hogwarts y había recibido su carta —aunque un poco más tarde que Harry—, dándole la bienvenida y dictando todo lo que debería llevar ese año... lo que era un montón. No sabía cómo iba a hacer para dar tres años en uno y aunque la ansiedad estuviese a la vuelta de la esquina asechando, ese era un problema para la futura Ana y no la del presente que estaba muy preocupada sorprendiéndose con la noticia que Remus había dejado caer una vez en el Caldero Chorreante.
—¿¡Serás profesor en Hogwarts!?
Todo el grupo —Ana, Harry, James y Sirius— dejó salir una exclamación de asombro porque solamente faltaba una semana y media para el comienzo de clases y Remus recién se dignado a decirles que sería profesor en la clase de Defensa contra las artes oscuras. Las mejillas de Remus se inflaron y dejó salir un suspiro.
—Quería estar seguro de que lo haría pero se me pasó el tiempo y días se convirtieron en semanas...
—Mejor tarde que nunca —Sirius lo abrazó por los hombros—. Estoy orgulloso de ti, has encontrado finalmente un trabajo estable, lunático.
—¿Estable? —inquirió Ana con curiosidad—. ¿No te contratan a menudo?
Ana ni se dio cuenta de que el grupo se había vuelto tenso por unos segundos pero Remus rápidamente le sonrió de costado.
—Los empleadores no tienden a hablar a mi... favor, por así decirlo.
Ana asintió, comprendiendo la situación de Remus, recordando todo por lo que su padre había pasado. Sus trabajos siempre habían sido temporarios hasta que en una universidad se dieron cuenta de que era un excelente erudito en el latín y no pudieron desperdiciar la oportunidad de admitirlo para que enseñase. Sin embargo, los pensamientos de Ana se vieron interrumpidos por una voz que le resultaba familiar.
—¡Bienvenidos al Caldero Chorreante! ¿Les apetece algo? ¿Sirius, James...?
Era el cantinero que la había recibido la tarde en que se había perdido en la lluvia. Tenía la misma sonrisa plantada en su rostro que en aquel momento le había parecido estremecedora. Pero ahora cuando el señor posó sus ojos oscuros en los de ella, Ana se sintió cálidamente bienvenida al lugar.
—¡Señorita Lupin! Oh, es un honor volverla a conocer, yo sabía que usted se parecía a la querida Faith...
Ana ni se inmutó en la forma en que se había referido a ella y trató de recordar su nombre.
—Hola... eh... ¿Todd?
—¡Tom, señorita!
A estas alturas Ana ya no sentía vergüenza. Los nombres eran muy difíciles de aprender para ella, por más fáciles que fuesen.
—Venimos a comprar para Hogwarts, Tom. Lamentablemente no nos podemos quedar mucho tiempo —explicó James y Tom asintió en desdén.
—Claro, claro, vayan al patio de atrás. Nos vemos más tarde.
Lo que sucedió en el próximo momento, hizo que Ana se volviese aún más emocionada de ser partícipe de la magia.
Frente a ellos, que se encontraban en el patio trasero del bar, había una pared de ladrillos que el momento en que James tocó tres veces se comenzó a mover. En el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado muy grande que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.
—Bienvenida al callejón Diagon, Ana.
Ana se veía radiante. El lugar era asombroso y no sabía si podía asimilarlo todo. Habían tantas tiendas, tantos colores y la cantidad de personas que caminaban por el estrecho camino de piedra le volaba la cabeza. ¿Cómo era que un lugar así había sido completamente escondido del mundo? Era sin duda impresionante.
Pero lo que verdaderamente la dejó atónita fue cuando escuchó un suave ulular. Su cabeza se volteó con la misma rapidez que la de un búho y cuando vio las lechuzas detrás de la vidriera, saltó hacia ella para aplastar su rostro en el vidrio y mirar con fascinación a las aves que habían saltado en sus lugares cuando la cara de Ana apareció de repente.
—¡Oh... por... Dios!
Ana dejó salir un grito ahogado todos los que la observaban podían notar que sus brazos querían abrazar el cristal.
—Esperen... ¿lechuzas nivales? —Ana abrió los ojos con asombro y se giró hacia el grupo que no sabía cómo reaccionar ante el asombro de la niña—. ¡Sólo se encuentran en Norte América, Asia, la tundra ártica y sólo algunas partes de Europa! ¡¿Cómo han llegado aquí?!
Sirius dejó salir una amistosa risa y se acercó a ella para darle palmaditas en su hombro.
—Usamos las lechuzas para mandar correo, Ana. Son nuestras mascotas más usuales.
La mandíbula de Ana cayó al suelo.
—¿Tienen lechuzas... como mascotas? Pensé que Harry era el único demente que tenía gustos raros...
—¡Ey! —protestó Harry pero Ana le hizo caso omiso y volteó su rostro nuevamente al cristal.
—Las salvaré a todas... esto es una promesa...
Y mientras Ana les explicaba de que era una idea demente tener tantos Cárabos Comunes —una especie completamente invasiva de lechuzas— amontonados en un sector de Escocia, llegaron a lo que ellos llamaron el banco Gringotts.
Y aunque era impresionante, Ana dudaba que la sorpresa de ver tantas lechuzas se le iría rápidamente. El edificio era blanco como la nieve y se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había una criatura que Ana reconoció de los libros que había leído.
—¡Un duende! —susurró Ana al oído de Harry y él asintió.
El duende tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó, a lo cual Ana le devolvió el gesto con entusiasmo. Entonces encontraron otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas que Ana no se tomó el tiempo de leer porque estaba muy concentrada mirando a los otros dos duendes que se encontraban en frente de la puerta.
Los duendes hicieron pasar al grupo por la puerta plateada y se encontraron en el vestíbulo de mármol más grande que Ana había visto. Un centenar de duendes estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes. Las puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros duendes guiaban a la gente para entrar y salir. El grupo se acercó al mostrador y Remus fue quien dio un paso adelante para hablar.
—Buenos días, hemos venido a sacar dinero de la válvula de la familia Ward-Lupin.
—¿Tiene su llave, señor? —le preguntó el duende al que le había hablado.
—Sí, claro —Remus sacó de su bolsillo con suma cautela una llave brillante y dorada que parecía como nueva, y se la tendió al duende para que pudiese verla.
—Muy bien, todo parece en orden, los pasaré con alguien que los acompañe abajo. ¡Saevel!
Otro duende apareció y Ana casi saltó de la emoción.
—¿Por qué no van ustedes dos? —inquirió James mirando a Ana y Remus—. Tenemos que ir a nuestra válvula y sacar dinero, y Sirius aquí nos acompañará.
—¡Claro! —exclamó Ana y agarró el brazo de Remus con confianza—. Vayamos yendo, nos vemos luego.
Saevel les abrió la puerta. Y para la sorpresa de Ana, se encontraron en un pasillo de piedra —que parecía húmedo con el frío y el calor de las antorchas—, que se inclinaba hacia abajo. Saevel silbó y fascinando a Ana aún más, un carro pequeño llegó por raíles. Subieron y enseguida, sin que Saevel lo manejara, se comenzó a mover con rapidez.
Ana no era una fanática de la velocidad y tampoco de las alturas pero siempre había sabido que en una montaña rusa tenía seguridad —hasta un punto— y en una caminata en una montaña no se caería —si aquella roca no trastabillaba y hacía que todo el lugar se derrumbara— pero en aquellos momentos su ansiedad se volvió más ardiente que nunca. Nada impedía que el carro chocase contra algo o se saliera del raíl, nada impedía que ella no saliese volando hacia la oscuridad que se esparcía por debajo de ellos. Era como si toda la alegría que había sentido minutos antes se hubiese esfumado por completo. Y así, Ana vio cómo Remus había pasado un brazo por delante de ella de manera protectora, como si hubiese leído sus pensamientos.
Ana quería voltear su rostro y mirarlo pero el viento que chocaba contra ella le hacía imposible aquella tarea así que opto por contar ovejas para que las nauseas se fueran.
Cuando el carro se detuvo, las piernas de Ana se sintieron pesadas y se tuvo que arrodillar y poner su cabeza entre sus piernas para que el mareo se fuese y sus oídos se destapasen. Una vez que lo logró, se levantó de un salto que se arrepintió el segundo que hizo pero esta vez Remus apoyó una mano sobre su hombro y la estabilizó en su lugar.
—Toma algunas bocanadas, necesitas aire.
Saevel abrió la cerradura de la puerta y un humo verde los envolvió. Cuando Ana pestañeó para aclarar su vista, vio el montón de monedas que se encontraba dentro de la válvula. Era una cantidad muy agradable, no era una enormidad pero tampoco eran dos monedas. Sin embargo, Ana no le prestó atención a ello sino que su mente se fijó en que todo parecía muy bien ordenado.
—¿No has dicho que esta válvula era Ward-Lupin? —se giró a Remus con una ceja encarada—. ¿Por qué parece que nunca fue abierta más que para dejar el dinero?
—Porque eso es exactamente lo que sucedió —admitió él y la miró a los ojos—. Los padres de Faith dejaron toda su herencia para mí y si una vez te encontraba, que la usásemos juntos. Jamás la toqué porque siempre quise que tú la tuvieses.
La garganta de Ana se cerró y una pequeña sonrisa se asomó en sus labios aunque no se podía descifrar si era de contento o melancolía.
Una vez que juntaron lo necesario para comprar todo lo que Ana necesitaba, se subieron al carro y volvieron al inicio, ahora Ana había estado más preparada que a la ida. Se encontraron con el grupo —Ana vio que Harry sostenía una bolsa que parecía un poco pesada — y todos salieron de Gringotts, parpadeando ante la blanca luz del sol.
Ana no sabía a dónde ir pero para su suerte, los otros sí. La primera parada que hicieron fue en una tienda llamada «Madame Malkin, túnicas para todas las ocaciones», en donde una mujer le tomó las medidas a Ana y en menos de diez minutos ya tenía tres túnicas negras bien ordenadas en una bolsa. Luego fueron a comprar pergamino y para la sorpresa de Ana, plumas. Estaban en los '90 ¿quién diablos usaba plumas? Pues al parecer el mundo mágico. También entraron a una tienda de libros llamada Flourish & Blotts —apellidos que seguramente Ana se olvidaría en un par de minutos— y compraron todos los libros que iban a necesitar aquel año ya que los demás, Harry le prestaría a Ana los suyos. El vendedor casi se puso a llorar cuando le pidieron El monstruoso libro de los monstruos, y agarró una pinza para luego dejar en el mostrador dos libros enormes que gruñían y parecían querer atacarlos. Ana tuvo que contener su emoción porque el vendedor parecía muy irritado.
Visitaron un montón de tiendas más en donde Ana consiguió su caldero e ingredientes pero lo que verdaderamente la dejó patas arriba fue cuando fueron a la Tienda de Animales Mágicos. Remus la tuvo que detener para que no se llevase toda la tienda y aunque Ana quisiese llevarse aquel sapo que parecía que escupía veneno de los orificios que cubrían su pequeño cuerpo, al ver el rostro de espanto de Remus se detuvo y en vez decidió elegir un gato siamés que parecía un poco viejo.
—Basil ha estado aquí por unos nueve años maso menos, es el gato más viejo de todos. Es muy perezoso y nadie le presta atención.
La empleada no tuvo que decir más porque en cuestión de segundos Ana llevaba en brazos a su nueva mascota como si fuese un bebé.
—Lo amo...
—¿No era que tenías una perrita? —apuntó Harry.
—Limonada como es un poco vieja no le importa que hayan gatos en la casa, se acostumbró, y Basil aquí, la empleada me dijo que es perezoso así que dudo que tenga muchas ganas de evitar a una perrita.
Todos le dieron la razón porque Ana era la única experta en animales y se dirigieron a la última tienda, la cual Ana también estaba emocionada de visitar. Cuando llegaron, Ana vio sobre la puerta, en letras doradas que se leía: «Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382a.C.». En el polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura, se veía una única varita.
Cuando entraron, la primera reacción de Ana fue observar la cantidad cajas estrechas que se encontraban amontonadas contra las paredes, llegando hasta el techo. Basil dejó salir un maullido ronco y Ana lo acomodó en sus brazos para que se sintiese más cómodo.
—Basil, mira cuántas varitas hay... —murmuró Ana con asombro pero también estaba atónita de porqué no había nadie en la tienda, ni clientes o empleado.
—Buenas tardes.
El grupo dio un salto en sus lugares al escuchar la repentina voz y Ana escuchó a Harry murmurar "No me acostumbro más", lo cual le dio algo de gracia.
Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.
—Por supuesto —dijo el hombre apoyando su mirada clara en Ana—. He esperado tu visita por mucho tiempo, Ana Abaroa. Y cuando leí el periódico semanas atrás supe que te vería pronto. Te pareces mucho a tu madre, es como si fuese ayer que hubiese recibido su varita. Veinticuatro centímetros, rígida, de carpe. No me sorprendió al escuchar que tenía un amor hacia la medicina.
Basil maulló cuando Ollivander se acercó a Ana con ojos curiosos.
—Y tu padre —observó a Remus de reojo—, por el otro lado fue elegido por una varita de ciprés. Una varita muy honorable, perfecta para él.
Ana miró de reojo a Remus y notó que se había vuelto colorado y evitaba la mirada de todos, observando con falso interés la habitación.
—Pues, Ana, déjame ver... —el señor sacó una cinta métrica de su bolsillo y antes de que pudiese colocarla en el brazo de Ana, Basil saltó de los brazos de su nueva dueña a los brazos de James, como si supiese que podía estorbar—... muy bien, dime Ana ¿con qué brazo agarras la varita?
—Eh... soy diestra.
—Bien, extiende tu brazo, por favor... —Ana hizo lo pedido y Ollivander le midió del hombro al dedo, luego dela muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza. Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, Ana. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otra bruja o mago.
Ana asentía distraídamente mientras observaba a la cinta métrica moverse por sí misma, mientras Ollivander revoloteaba entre los estantes.
—Ya está —dijo, y la cinta métrica cayó al suelo—. Prueba esta, Ana. Madera de Alerce y pluma de fénix. Veinte centímetros. Atractiva y poco flexible. Agítala, por favor.
Ana ni lo dudó y tomó la varita en su mano antes de moverla con alguno de los gestos que había aprendido. Para su mala suerte, no sucedió nada. Sin embargo, Ollivander ni se inmutó y le dio otra varita.
—Peral y pelo de unicornio. Quince centímetros. Rígida. Prueba, por favor...
El momento en que Ana la agarró, Ollivander se la quitó sin darle tiempo de mover.
—No, no... ¡ya sé!
El señor Ollivander caminó hacia uno de los estantes y se subió a un banco para trepar hasta lo más alto del montón y agarró una caja para sacar una varita bastante bonita a los ojos de Ana.
—Roble inglés y pelo de unicornio. Veintisiete centímetros. Fuerte y rígida. Pruébala.
Ana la tomó y enseguida sintió una corriente viajar desde sus dedos a pies. Hizo el gesto del hechizo Lumos y la punta de la varita se encendió, iluminando su rostro.
—¡Excelente! Una varita digna para usted, sin duda...
Ana ni le prestó atención. Estaba demasiado emocionada con su varita nueva.
—Tengo una varita... —se susurró a sí misma mirando la varita con alegría.
Estaba tan feliz que nada podía distraerla. Pagaron siete galeones y se fueron de la tienda, contentos con las compras que habían realizados y listos para dirigirse a sus casas luego de un cansador día. Sin embargo, esa no sería la cuestión.
Un hombre regordete y con semblante serio se acercó a James, llevándoselo para hablar en privada un poco lejos del grupo, mientras Ana miraba con maravilla su nueva posesión y acariciaba a Basil.
—Esto es increíble, voy a hacer magia...
—Bienvenida a nuestro mundo, ¿eh? —Harry le sonrió de costado y ella le devolvió la sonrisa.
Pero sus sonrisas se borraron cuando James volvió a ellos con el semblante preocupado pero también furioso. Era una mezcla de emociones que sorprendió a Ana.
—¿James? ¿Qué sucede, amigo? —inquirió Sirius con el ceño fruncido, apoyando una mano en el hombro de su amigo.
—Se ha escapado... —murmuró él, haciendo que todos se acercaran aún más para escuchar bien—. Peter se ha escapado de Azkaban.
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VOY A HACER ESTO CORTO, HOLAA
Perdón por hacerlxs leer 6000 palabras omg perdón, no sabía cómo terminar esto, les pido disculpas ya, el próximo capítulo les prometo que va a ser más relajado ♥
No quiero molestarlxs así que voy directo al grano: si pueden firmar peticiones para los movimientos que nombré en el apartado anterior no duden en mandarme un mensaje directo ♥
lsx amoo
•chauuu•
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