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𝐟𝐢𝐟𝐭𝐲 𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧

"Tiempos desafortunados"

La salida a Hogsmeade había sido un éxito. Luego de la reunión en La Cabeza de Puerco, Ana había arrastrado a Blaise por todos los caminos del pequeño pueblo mágico para que le mostrara absolutamente todo. La primera parada había sido la tienda de plumas de la que Blaise había hablado; Ana no había visto en su vida tantas plumas, pero encontró en su interior una nueva admiración hacia ellas (más cuando notó la concentración de Blaise al inspeccionar una pluma de pavo real que parecía costar más que un pulmón). El resto del día, Blaise llevó a Ana a Honeydukes, en donde ella se compró una bolsa de dulces cuadrados de coco rosado y blanco que no había probado con anterioridad; luego, visitaron Zonko por unos minutos hasta que para Blaise se le hizo imposible permanecer alrededor de tanto ruido; y finalmente, visitaron Las Tres Escobas, donde ambos se llevaron una botella de cerveza de mantequilla para disfrutar durante el camino de vuelta.

Fue solamente cuando empezaron a caminar por la carretera de tierra que Ana recordó la promesa que le había hecho a su padre. Un chillido de terror la traicionó; pero gracias a los tapones que le había regalado a Blaise en su cumpleaños, él ni se inmuto y simplemente la miró desconcertado.

—Tenemos que apurarnos, Hermione me matará...

—¿Qué sucede?

—Va a estar muy enojada... —susurró Ana, mirando a sus alrededores y notando que el cielo estaba oscureciendo, además del hecho de que solamente tenía una persona a su lado—. Tal vez yo muera antes, quién sabe...

Desesperada, Ana volvió a tomar el brazo de Blaise y apuró sus pasos aunque todo su cuerpo doliera de un día lleno de actividad. Aunque al día siguiente Mary estaría satisfecha con su actividad física, su cuerpo le haría sufrir las consecuencias si es que llegaba a vivir el trayecto.

Afortunadamente, nada atacó a Ana cuando llegaron a la entrada del castillo; simplemente, sus pulmones ardieron de dolor y furia por haber corrido. Antes de entrar, tuvo que detener su paso por unos segundos para tomar bocanadas de aire. Sus piernas temblaban bajo su peso.

—¿Necesitas que te acompañe a la enfermería? —preguntó Blaise, luego de observar por unos segundos a Ana doblada del dolor. Su voz y postura tan indiferente como siempre hizo que Ana riera del dolor.

—No... yo... ugh... Me tengo que ir... Sí... Nos vemos en clases...

Sin esperar respuesta, Ana se dispuso a dar dolorosos pasos hacia la Torre de Gryffindor, donde su amiga se encontraría antes de dirigirse hacia el Gran Comedor.

Cuando, luego de un paseo bastante rápido gracias a la ayuda de las escaleras movedizas, Ana llegó a la sala común de su casa, Hermione ya estaba allí esperándola en los primeros escalones de la escalera de caracol que llevaba a los dormitorios. Tenía los brazos cruzados y una expresión que hizo que Ana se arrepintiera inmediatamente.

—Lo siento... No le digas a mi papá... perdón... —suplicó Ana cuando llegó a su lado.

—Prometiste que ibas a estar cerca nuestro —masculló Hermione en un susurro mientras subían por la escalera.

—Lo sé, lo sé... Es que Blaise me había prometido mostrarme Hogsmeade y no quería pasar la oportunidad. —un suspiro satisfactorio dejó sus labios—. Me divertí un montón, Hermione... ¡Pensarías que no he salido en años! Hogsmeade es mágico, me alegro de haberla conocido.

Al ver el rostro que Ana portaba, Hermione suspiró derrotada antes de cerrar la puerta del dormitorio detrás de ella. Mientras Ana guardaba sus compras en su baúl, ella la observaba desde la puerta aún con los brazos cruzados.

—¿Cómo siquiera has hecho para que Blaise Zabini viniera a la reunión?

Ana cerró el baúl con llave y se irguió con un encogimiento de hombros.

—Sólo le pregunté.


Como rutina de los fin de semanas, Ana pasó gran parte del domingo en la enfermería (como había predicho, Mary se había encontrado encantada con su trabajo físico, por lo que fue aún más dura con ella al ver que su resistencia mejoraba cada día), y al final de la larga sesión de terapia física, llegó a la sala común de Gryffindor casi arrastrando sus piernas sobre el suelo.

Estaba tan cansada, que el lunes a la mañana tuvo que dormir media hora más sin inmutarse de que Hermione ya había bajado luego de repetirle incontables veces que se despertara. Cuando finalmente se levantó y arrastró su cuerpo hacia la sala común, su cerebro aún no había captado la ansiedad que se había presentado en el lugar, hasta que Harry y Ron aparecieron en frente suyo con el ceño fruncido.

—¿Qué pasó...?

Sin responderle, Harry y Ron la arrastraron hacia la entrada de la sala común donde un par de alumnos y Hermione estaban observando el tablón de anuncios que decía:

POR ORDEN DE LA SUMA INQUISIDORA DE HOGWARTS

De ahora en adelante quedan disueltas todas las organizaciones y sociedades, y todos los equipos, grupos y clubes.

Se considerará organización, sociedad, equipo, grupo o club cualquier reunión asidua de tres o más estudiantes.

Para volver a formar cualquier organización, sociedad, equipo, grupo o club será necesario un permiso de la Suma Inquisidora (profesora Umbridge).

No podrá existir ninguna organización ni sociedad, ni ningún equipo, grupo ni club de estudiantes sin el conocimiento y la aprobación de la Suma Inquisidora.

Todo alumno que haya formado una organización o sociedad, o un equipo, grupo o club, o bien haya pertenecido a alguna entidad de este tipo, que no haya sido aprobada por la Suma Inquisidora, será expulsado del colegio.

Esta medida está en conformidad con el Decreto de Enseñanza n.° 24.

Firmado:

Dolores Jane Umbridge

Suma Inquisidora

Ana tuvo que leer unas cuantas veces para que la información realmente se quemara en su piel.

—Bueno, eso fue rápido...

—¿Cómo puedes bromear ahora? —masculló Hermione, a lo que Ana se encogió en su lugar.

—Lo siento, es que todo lo que quiero decir son injurias muy fuertes a Umbridge y te vas a enojar...

—Honestamente, en estos momentos no me importaría...

Ana suspiró y sujetó las hombreras de su mochila. Sus ojos fijos en la tabla de anuncios.

—Nos vemos en clases. Tengo que ir a dejar los libros a la biblioteca antes de que me olvide...

La biblioteca estaba igual que siempre. Estanterías abarrotadas de libros; estudiantes en mesas mientras estudiaban como si fuese el fin del mundo, aunque aún fuese el comienzo de octubre; y Madame Pince, en la misma silla y con la misma cara de perro de siempre. Esa mujer parecía no querer sonreír nunca, y además su ceño parecía fruncirse aún más cuando Ana se acercaba a ella a paso cauteloso.

Le hacía recordar a un gato persa con mala actitud.

—Buenos días, Madame Pince. Vengo a dejar los libros que había tomado prestado...

Con el ceño fruncido fijo en Ana, la bibliotecaria abrió su libreta gorda y vieja mientras sus dedos largos y puntiagudos buscaban su nombre en las eternas páginas. Unos segundos más tarde, uno de sus dedos dejó de moverse y una pluma apareció en frente del rostro de Ana.

—Tarde. Como siempre —dijo Madame Pince.

«Ah»

De reojo, Ana miró el renglón donde se encontraba su nombre y notó que tuvo que haber llevado los libros el viernes antes de la reunión de Hogsmeade. Tres días de retraso.

Ana sonrió tímidamente aunque el rostro de Madame Pince no cambió en un segundo.

—Pero mucho mejor que otras veces... ¿no?

Luego de que Ana firmara con su pobre escritura, el libro se cerró de un golpe y la pluma desapareció en frente de sus narices. Madame Pince chasqueó su lengua.

—Le estará prohibido sacar libros de la biblioteca por un mes entero, señorita Abaroa.

—Claro que sí... —murmuró Ana por debajo de su aliento, antes de asentir y darse vuelta—. Bueno... hasta luego, Madame Pince...

•      •      •

No era que Ana odiara las clases de Historia de la Magia, no obstante, aquellas clases eran particularmente tentadoras para aprovechar el sueño que no había disfrutado durante la noche. El profesor Binns nunca se inmutaba de lo que sus alumnos realizaban, por lo que en un momento mientras él hablaba acerca de las guerras de los gigantes, Ana apoyó su cabeza en el hueco que sus brazos hicieron. No pasó ni un minuto, cuando un codazo de parte de Hermione la hizo saltar de su asiento.

Cuando giró su cabeza, notó que todos señalaban una ventana donde Hedwig se encontraba, mientras que Harry se acercaba lentamente hacia ella. Su ceño se frunció y miró a Hermione.

—¿Qué hace Hedwig aquí? —susurró. Hermione se encogió de hombros aunque una mueca de preocupación había aparecido en su rostro.

En el momento en que Harry abrió la ventana, Hedwig dio un salto y entró, ululando lastimeramente. Eso fue suficiente para obtener la atención completa de Ana, que se levantó rápidamente de su asiento para acercarse al de Harry cuando él se sentó allí.

—¡Está herida! —susurró Harry agachando la cabeza—. Miren, le pasa algo en el ala...

—Déjame verla... —murmuró Ana estirando sus manos hacia él. Con cuidado, Harry la apoyó en sus brazos para que pudiera inspeccionarla—. Oh, linda, ¿qué te han hecho...?

Suavemente, Ana tomó el ala de Hedwig y con cautela la movió para inspeccionarla con más atención. Ante su tacto, la lechuza no se quejó y la dejó mirarla. A medida que analizaba más el estado de la mascota de Harry, más arrugas se centraban en su frente.

—Está rota... alguien la retorció —dijo después de unos segundos en silencio, escondida detrás del asiento de Harry para que Binns no la viera.

—¿La atacó un animal? —preguntó Ron en un susurro. Había estirado su cabeza para verla.

—No. Fue una persona. Ningún animal lastimaría a otro de esta forma, solo una mano fuerte puede hacer esto—murmuró Ana, sus labios estaban presionados en una fina línea. Levantó su mirada hacia Harry—. Llévala con la profesora Grubbly-Plank. Sabrá qué hacer.

Sin más rodeos, Harry tomó delicadamente a Hedwig; se levantó de su asiento, y luego de excusarse de que se sentía mal al profesor Binns, corrió fuera del aula con una malherida lechuza en su hombro.

Cuando la clase finalizó, Ana, Hermione y Ron salieron corriendo hacia el patio donde las voces de los demás viajaban con el viento y sus propias voces se escondían detrás de él.

—¿Y si...? ¿Y si alguien ha tratado de interceptar a Hedwig? Ya saben, para leer la carta —murmuró Hermione, tapando su rostro con el cuello de su túnica.

—No me sorprendería —admitió Ron, cerrando los ojos cuando una ráfaga de viento golpeó contra su rostro—. Ana, ¿no has dicho que fue a manos de una persona?

—Sí —afirmó ella, escondiendo su cabeza en la caperuza de su túnica para que su cabello la dejara en paz—. No había sangre, o marcas de colmillos y garras... Solamente plumas aplastadas y un ala rota, como si alguien la hubiese agarrado de ella mientras descansaba para que no se escapara. Es una herida bastante limpia.

A lo lejos, luego de unos minutos, pudieron divisar a Harry caminar hacia ellos mientras leía el pergamino que seguramente Hedwig le había traído.

—¿Cómo está Hedwig? —preguntaron Ana y Hermione al unísono, tan pronto como Harry llegó junto a ellos.

—Estará bien ahora que la profesora Grubbly-Plank la cuidará... —Harry suspiró—. He visto a McGonagall... me ha dicho que los canales de comunicación de entrada y de salida de Hogwarts podrían estar controlados...

Ana, Hermione y Ron se miraron entre ellos, sus dudas ahora afirmadas.

—Es lo que temíamos —admitió Ana y se cruzó de brazos—. Hedwig está lastimada a manos de una persona... No hay muchos cabos que deban ser atados, ¿sabes?

—Bueno, ¿de quién es la carta? —preguntó Ron quitándole la nota a Harry de las manos.

Ana miró por encima del hombro de su amigo para leer.

—De papá.

Querido Harry,

Por favor, ve con cuidado hijo. No te metas en problemas, ve con la cabeza gacha, y lo más importante: No te preocupes de nosotros, disfruta del resto del curso.

Con amor,

papá.

—Sus cartas se están volviendo más cortas —dijo Harry tomando la carta del agarre de Ron—. Y repetidas.

—Solo quiere lo mejor para ti en estos tiempos. Está estresado. —señaló Hermione con simpatía cuando la campana volvió a sonar.

—Por lo que seguramente se enojaría si supiera lo que estamos por hacer... —murmuró Ana, colgando su mochila en el hombro.

Harry bufó y guardó la carta en su mochila.

—Bien.

A continuación bajaron cansinamente la escalera de piedra que conducía a las mazmorras donde daban la clase de Pociones. Iban los cuatro absortos en sus pensamientos, cuando Hermione enredó su brazo con el de Ana y empezó a susurrar.

—Hoy hablaré con los otros prefectos acerca de tu idea, ¿quieres acompañarme? Creo que a Dian le agradará más que tú le cuentes la idea, más que yo pasarle el mensaje...

—¡Esta bien...! Oh, espera... —los hombros de Ana cayeron a ambos lados de su cuerpo—. Tengo que terminar el ensayo de Herbología... bueno, más bien empezarlo... ugh, no quiero...

—Te diré lo que me digan —suspiró Hermione, soltando el brazo de Ana—. Rhiannon tal vez se me ría en la cara, esa chica no se toma nada en serio, pero le tengo fe a los demás. Tú termina el trabajo.

Ana iba a protestar, pero al escuchar la exclamación de Harry, se quedó tiesa de la sorpresa.

—¡No, Neville!

Sin saber qué estaba pasando, Ana vio cómo Harry saltaba hacia delante y agarraba a Neville por la túnica. Él forcejeó con ímpetu, agitando los puños, e intentó abalanzarse sobre Malfoy, que durante un momento se quedó completamente perplejo. Ana y Hermione estaban confundidas, no obstante, Ana saltó a defender a sus amigos.

—¡Eh, Malfoy! Deja de ser tan insoportable. Necesitas ir a terapia para resolver todo este tema de tu obsesión con Harry... da vergüenza ajena.

Mientras el rostro de Malfoy se volvía rojo, Ana se cruzó de brazos y esperó a escuchar su respuesta de siempre.

—No te metas en asuntos que no te incumben, Abaroa. ¿Por qué no vas a llorar a los brazos de la bestia de tu padre?

—Ajá, bueno... —Ana alzó una mano para ver sus uñas mordidas—, al menos mi papá me presta atención. ¡Ey! También deberías ir a terapia para eso...

Malfoy no pudo sacar su varita y apuntarla a las narices de Ana, porque la puerta de la mazmorra se abrió de repente y Snape apareció en el umbral. Recorrió con sus negros ojos a los alumnos de Gryffindor hasta llegar a donde estaban Harry y Ron intentando sujetar a Neville.

—¿Peleando, Potter, Weasley, Longbottom? —preguntó Snape con su fría y socarrona voz—. Diez puntos menos para Gryffindor. Suelta a Longbottom, Potter, o serás castigado. —su mirada siguió viajando por los demás, hasta que sus ojos se fijaron en Ana que lo observaba, aún en frente de Malfoy—. Cinco puntos menos para Gryffindor, Abaroa. Todos adentro.

«Sorpresa»

—¿Qué sucedió? —preguntó Hermione en un susurro mientras entraban al aula. Ana se encogió de hombros.

—No sé. Nos contarán ahora.

Los cuatro amigos se sentaron como siempre al fondo de la clase y sacaron pergamino, plumas y bolígrafos, y sus ejemplares de Mil hierbas y hongos mágicos. Rápidamente, Harry y Ron le contaron a sus amigas que Neville había querido golpear a Malfoy luego de que él se burlara de San Mungo, pero cuando Snape cerró la puerta de la mazmorra con un sonoro golpetazo, todos guardaron silencio de inmediato.

—Como verán —dijo Snape con su queda y socarrona voz—, hoy tenemos una invitada.

Señaló un oscuro rincón de la mazmorra y Ana vio a la profesora Umbridge sentada allí, con las hojas de pergamino cogidas con el sujetapapeles sobre las rodillas. Una mueca se posó en sus labios. Ese día estaba yendo de mal a peor.

—Hoy vamos a continuar con la solución fortificante. Encontrarán sus mezclas como las dejaron en la última clase; si las prepararon correctamente deberían haber madurado durante el fin de semana. Las instrucciones —agitó su varita— están en la pizarra. Ya pueden empezar.

Ana hizo todo lo posible para ignorar la mirada agonizante e irritante de Umbridge cada vez que se fijaba en su espalda. Luego de encontrar una forma de concentrarse, siguió los pasos que Faith había escrito en el margen de las páginas. Cuando fue a agarrar la sangre de salamandra, dio un respingo al sentir un codazo de parte de Hermione.

—Uy, lo siento —murmuró Hermione con el rostro completamente transpirado por el vapor de su solución—. Quería agarrar las semillas de fuego...

Luego de un rato estresante, Ana finalizó su solución con un último toque y el líquido humeante quedó completamente turquesa. Una gran diferencia con el líquido espeso y apestoso de Harry.

—No puedo creer que Diggory haya dejado el equipo —dijo Ron en el patio, luego de comer—. Lo del curso anterior sí que le afectó...

Cuando Malfoy estaba molestando a Harry antes de la clase de Pociones, no le faltó comentar acerca de la supuesta renuncia de Cedric al equipo de quidditch y de su débil coraza.

—Y claro que le ha afectado, Ron —Ana frunció el ceño—. ¿Cómo no habría de afectarle?

Con las rodillas temblando, Ana se levantó de su lugar y acomodó el agarre de su mochila.

—Voy a ir a la biblioteca... esta vez a hacer el trabajo de Herbología. Nos vemos después.

La biblioteca estaba casi vacía. La mayoría de los alumnos estaban en clases, pero aquellos afortunados —y a la vez desafortunados— que tenían un tiempo libre, lo estaban usando para estudiar en el tranquilo y silencioso espacio. Había un aura bastante pacífica entre las grandes estanterías llenas de libros, que no se encontraba en ninguna otra parte del castillo. Tal vez con la única desventaja de que Madame Pince no confiaba en Ana, por lo que cada vez que podía la observaba.

Ana había escrito seis renglones, cuando su vista comenzó a nublarse por el aburrimiento y tuvo que levantar su cabeza para descansar un rato. No obstante, por primera vez notó a otra persona sentada en frente suyo, estudiando en su propio mundo.

—Hola, Cedric —lo saludó Ana saliendo de su trance y con una suave sonrisa en sus labios.

Cedric, quien estaba escribiendo en un pergamino mientras leía un libro de Transformaciones desconocido para Ana, levantó la cabeza, sus ojos cansados chocando con los de ella. Y por primera vez, Ana notó las grandes y oscuras ojeras que había bajo sus ojos marrones.

—Hola, Ana. ¿Todo bien? —sus labios se alzaron débilmente en un intento por sonreír. Se mostraba terriblemente agotado, lo que hizo que el pecho de Ana doliera al verlo así.

—Ya sabes, igual que siempre... pero dime, ¿cómo estás ? Hannah y Ernie me contaron acerca de tus pesadillas...

La débil sonrisa de Cedric desapareció por completo y un suspiro de cansancio la reemplazó. Dejó su pluma encima de la mesa y cerró su libro, antes de erguirse en su asiento y apoyar ambos brazos encima de su pergamino.

—Ah... sí. Aún siento que es un poco extraño estar contándole mis problemas a chicos dos años menos que yo —rió Cedric sin humor, una mano pasó sobre su cabello ya despeinado y otra jugó con el borde de su suéter—. Me siento mal por ellos...

—Has tenido un gran impacto en ellos durante estos cinco años. Tendrías que haber escuchado a Hannah defenderte el año pasado cuando Harry y yo tuvimos la desgracia de... bueno... de participar en el torneo...

Sin saber si podía tocar el tema, Ana miró con nervios a Cedric, cerrando su boca lo más rápido posible. El chico de séptimo la miró abatido.

—No me mires con pena, Ana. No lo soporto, no soy un cristal... solo estoy cansado.

—Debería de saber mejor, ¿no? —masculló Ana avergonzada y con una pequeña sonrisa de disculpas—. Si quieres contarme acerca de tus pesadillas, soy toda oídos. Tal vez pueda ayudarte... Es decir, no es como si tenga la cura o una forma de hacer que las pesadillas se detengan, puesto que aún las sufro yo... pero si hay algo que aprendí es que compartirlas con alguien saca un gran peso de los hombros de uno.

Cedric asintió, debatiendo consigo mismo en si contarle o guardar aquel secreto en lo profundo de su cabeza. Momentos después, optó por ser honesto.

—Pues... las pesadillas son extrañas... —admitió Cedric, pasando una mano sobre sus ojos para frotarlos—... y estresantes.

—Me imagino... Aquel día fue muy estresante para ti, no fue exactamente una ventisca de verano.

Cedric volvió a reír, y como la vez anterior, el acto fue amargo. Esos días era la única emoción que se presentaba en sus acciones.

—Uno pensaría que mis pesadillas se tratan de la noche en que él me mató... pero no. Mis noches no se ahogan en memorias del pasado.

Ana frunció el ceño y tiró su cuerpo hacia delante, interesada en saber qué era lo que le sacaba horas de sueños a Cedric. Todo ese tiempo había pensado que las pesadillas habían sido acerca de la noche en que Voldemort lo había asesinado, entonces, si aquella no era la razón de sus noches de insomnio, ¿cuál era?

—No sé cómo explicarlas —admitió Cedric al notar el rostro de curiosidad de Ana—. Lo único que sé es que no he vivido lo que he visto en ellas en ningún momento. No hay imágenes, o si las hay no las veo; hay más bien sentimientos... a veces siento frío, otras veces calor y en ocasiones siento que estoy en un mar del que no puedo salir. Siempre empiezan en una oscuridad total, y nunca puedo realmente sentirme a mí mismo aunque que estoy allí... y después, cuando pienso que no pasará nada... escucho una voz.

Los labios de Ana se secaron instantáneamente. Aquellas escenas que Cedric describía, aquellos sentimientos...

—Y la voz no viene sola. Cuando hay una voz, hay luz. Siempre.

El cuerpo de Ana comenzó a temblar tanto, que tuvo que cerrar su libro de Transfiguración al darse cuenta de que no podría terminar su informe. Se relamió los labios y bajó su mirada hacia sus manos agitadas.

—Y... —se aclaró la garganta—, ¿y qué dice la voz?

—Eso es lo más extraño —suspiró Cedric y se cruzó de brazos—. Aunque me esté hablando a mí, no parece estar hablando de mí... No... la voz habla de alguien más.

Ana sintió que su garganta se cerraba y su corazón le iba a explotar. Aparentaba feroz mientras sus uñas se clavaban en su piel, esperando a que Cedric dijera lo que más temía oír.

—La voz siempre dice: "Debe encontrar a quien el sol ha besado, o el tiempo no estará de su lado".

•      •      •

Ana se sintió enferma durante el resto del día.

Su cabeza, ahora completamente nublada, en ningún momento la dejó concentrarse en la clase de Umbridge o cuando subió a la Torre de Gryffindor para ducharse antes de ir a cenar. Pero aquello no era un sentimiento familiar, no era igual que las veces que se había desconectado del mundo y horas pasaban sin que ella se diese cuenta de que el tiempo se había movido sin ella. No. Ahora el tiempo pasaba y ella estaba dolorosamente consciente de eso.

No bajó a cenar. Tampoco le respondió a Hermione si es que se sentía mal. ¿Se sentía mal? Ana no creyó sentir absolutamente nada, no después de las palabras de Cedric, no después de que las sombras se volvieran visibles frente a sus ojos. No cuando la angustia parecía estrangularla con sus manos de remordimiento.

Estaba perdiendo tiempo.

Siempre, siempre, siempre perdía tiempo.

Se levantó de un salto de su cama y corrió hacia su ventana para abrir las cortinas rojas de un solo movimiento. Detrás del cristal, detrás de las nubes grises se escondía la luna que tantos problemas le había traído. Pero su luz nunca realmente se escondía. No podía.

—No sé por dónde empezar —murmuró Ana con rabia. Su respiración agitada golpeó contra el vidrio, empañando la fina línea entre ella y la luna.

Pero sí sabía.

Lo sabía desde el comienzo del verano, y tal como ella tan bien sabía: había gastado tiempo.

Nadie nunca le respondía, por lo que sin más remedio corrió hacia su baúl y buscó aquella pista, la única que tenía y la única que tendría si no usaba su tiempo con responsabilidad...

Ahí.

El libro no era grueso, pero era lo suficiente cargado para dar una migraña si se leía completo en una leída; su tapa marrón y dorada era el contraste de la luz pálida y plateada de la luna; y su nombre era el comienzo de una paliza sin fin: Poemas y Promesas, varios autores del Reino Unido e Irlanda.

La mano de Ana temblaba mientras abría el libro y buscaba con ojos nerviosos aquel título que había leído por primera vez en la casa de Blaise Zabini, en la biblioteca mágica y hermosa de su mansión. Cuando sus ojos se fijaron en el título, un suspiro salió de sus labios.

Los poemas no eran su lectura usual, y su interpretación era su más envidiado enemigo. Pero aún así se armó de valor y leyó porque como Cedric había dicho, el tiempo no iba a estar de su lado.

QUIEN EL SOL HA BESADO

Fulbert Dupont

Dorado beso en piel perfecta,

Soleado tono en ojos de tierra.

El verano vino muy joven y audaz,

Pues el tiempo de invierno aún no se va.


Cielo y mar solos se encuentran,

Labios tan finos y rosas y gratos.

El verano vino tan frío y débil,

Pues el tiempo de invierno no se ha acabado.


La luna llorando en la colina está,

Sola, perdida y ciega de amor.

El verano vino tan grande y claro,

Pues el sol ha besado a su crío dorado.

Ana se mordió el labio, las palabras aún daban vueltas en frente de sus ojos. Definitivamente debía ponerse en contacto con Berenice Babbling lo más pronto posible.


A la mañana siguiente, Ana no se tuvo que despertar por la evidente razón de que no había podido dormir en toda la noche. Mientras que sus amigas dormían pacíficamente, sin saber que el mundo de Ana temblaba de ansiedad, ella trató de descifrar el poema con todos los conocimientos que había recolectado a lo largo de los años.

La base del poema lo comprendía. Era irrefutable decir que el verso hablaba de una persona, quien había sido besado por el sol, pero aún así varias dudas no habían sido resueltas: ¿Es que trataba de una metáfora? ¿La persona literalmente había sido besada por el sol? ¿Cómo sabría ella encontrar a una persona de tal descripción? ¿Por qué Berenice Babbling no se había contactado con ella por más de seis meses? ¿Por qué sentía que estaba combatiendo con esto ella sola?

«Porque no le has contado a nadie»

Como siempre, Ana no era particularmente una seguidora de sus propios consejos, por lo que a contrario de lo que le había dicho a Cedric, sus sueños y pesadillas permanecían en el hueco de su garganta. Pedían auxilio en silencio.

Necesitaba contarle a alguien, pero hasta aquello era difícil. Harry tenía tantos problemas que Ana seguramente no podría ni contarlos; Ron estaba estresado por quidditch, aunque aparentara tranquilidad, y además siempre tenía el peso de estar al lado de Harry, ayudándolo constantemente; y Hermione estaba completamente llena de tareas a realizar, desde p.e.d.d.o, hasta las clases. Era el viejo dilema de no querer molestar a nadie, simplemente no había espacio para Ana y sus problemas.

Con un suspiro, siguió caminando las escaleras caracol de la lechucería con la carta arrugada en su mano derecha. Además de quedarse despierta durante toda la noche, Ana había encontrado el tiempo perfecto para escribir una desesperada carta a Berenice Babbling y su preocupante desaparición.

No había sido que su falta de cartas no le había preocupado a Ana hasta ahora, no obstante, luego de recibir una noticia parecida a un ultimátum, su preocupación se enriqueció. Quizá no había razón para preocuparse, después de todo Berenice Babbling siempre había sido una mujer ocupada y había una posibilidad de que no se hubiera comunicado con Ana por ese mismo motivo; tal vez hasta se encontraba buscando respuestas para Ana y su atlas de preguntas.

Cuando llegó a lo alto de la torre, los alrededores familiares fueron casi suficientes para calmar su corazón agitado. Lechuzas de todos los colores durmiendo en sus nidos, ya que aún no amanecía por completo; mientras que otras volaban por las paredes cilíndricas en busca de un trabajo por tomar. El suelo estaba más limpio que normal, el heno estaba esparcido estratégicamente para que amortiguara la caída de las heces de las aves y así ser limpiadas más fácilmente; el agua de sus cántaros estaba limpia y brillaba contra la tenue luz anaranjada del amanecer aunque las nubes hubiesen empezado a aparecer para tapar el color; y en sí, las lechuzas parecían estar más contentas que de costumbre.

—Qué curioso... —susurró Ana con un bostezo. Esta vez no había sido ella quien había escalado la torre para limpiarla.

Luego de que se sentara en uno de los balcones de la lechucería, la misma lechuza marrón y pequeña de siempre se acercó a ella, ululando cansinamente hasta que se posó en su hombro y sacudió sus plumas.

—Hola, tú.

Suavemente, Ana tomó a la lechuza en sus manos y acarició su plumaje con una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios. Al sentir el tacto, el ave pareció derretirse en sus manos y empujó su cuerpo aún más hacia la piel callosa de Ana.

—Tengo un trabajo importante para ti... —dijo ella luego de apoyar suavemente a la lechuza en su regazo. Agarró la carta que había guardado en su bolsillo y se la tendió al ave—. Necesito que lleves esta carta... es urgente...

Con cautela, Ana ató la carta en uno de los tarsos de la lechuza y luego le dio una golosina. La lechuza ululó, y nuevamente agitó sus plumas para prepararse para volar.

Un trueno a lo lejos del castillo, donde las nubes habían tapado por completo el cielo anaranjado del amanecer, hizo que Ana girara su cabeza hacia atrás para ver el grisáceo clima que se acercaba a los terrenos de Hogwarts.

—Lloverá pronto... —murmuró bajo su aliento y miró de reojo a la lechuza que quedaría completamente empapada si emprendía su viaje en esos momentos—. Espera un segundo...

Ana metió una mano en su otro bolsillo y sacó su varita de roble inglés, antes de apuntarla a la lechuza que se encontraba tranquila en su regazo.

Impervius.

Una rápida luz casi transparente salió de la punta de la varita y rodeó a la lechuza, antes de desaparecer por completo. Ana acarició una vez más las plumas del ave, y asintió satisfecha.

—Ya. No te mojarás por unos días... pero me temo que no recuerdo la duración del hechizo. Al menos si empiezas el viaje ahora, no te mojarás con esta lluvia.

Como si la lechuza entendiera, dejó salir un sonido de aceptación antes de emprender vuelo hacia las nubes oscurecidas. Por unos minutos, Ana se quedó observando a la lejana lluvia mientras se acercaba más al castillo, pero cuando quiso levantarse para volver al castillo antes de que quedase empapada, escuchó pasos llegar a la lechucería.

Se dio media vuelta y vio a Blaise inspeccionando una carta en sus manos.

—¡Blaise! Buenos días...

«Es el peor día de mi vida»

Al escuchar su voz, la cabeza de Blaise se levantó rápidamente y Ana notó una mueca de dolor en su rostro, que desapareció con la misma velocidad de la que había aparecido.

—Abaroa... Buenos días, ¿qué haces aquí tan temprano? —preguntó él mientras buscaba con la mirada a una lechuza a la cual darle su carta.

—Podría preguntarte lo mismo... —dijo Ana con una sonrisa cansada. Ya estaba sintiendo el cansancio de una noche en vela llegar a sus huesos.

—Tengo una carta para enviar —explicó él mientras ataba la carta a una lechuza grande, de plumaje casi dorado y ojos pequeños y negros—. Y supongo que tú también...

Cuando ambos vieron a la lechuza echar a volar hacia la próxima tormenta, Ana ladeó su cabeza.

—Tenía la presunción de que hacías que Crabbe y Goyle vinieran aquí para enviar tus cartas —admitió ella, sintiendo un poco de vergüenza ante el pensamiento. Blaise no escondió su mueca de disgusto.

—No les confiaría ni una piedra a esos idiotas... —masculló y giró su rostro hacia el de ella, que aún observaba el cielo oscuro con el ceño fruncido—... Te ves preocupada, ¿está todo bien?

De la nada, la garganta de Ana se cerró al recordar todo lo que no estaba bien. Había hecho todo lo posible para mantener su compostura durante toda la noche, pero el cansancio que acechaba sus huesos y las noticias que había escuchado de los labios de Cedric el día anterior, parecían querer recorrer cada fibra de su cuerpo para que no se olvidara.

Así que miró a Blaise, alejando sus ojos azules de la tormenta y los truenos en la distancia. Rostro vulnerable y corazón asustado por el futuro cercano; la ansiedad moviendo sus manos por todo su cabello ya de por sí indómito. Cerró los ojos, tomó una respiración profunda y calmada, y lo volvió a observar.

Mejor tarde que nunca, debía seguir sus propios consejos.

—¿Me ayudarías?

•      •      •

¡hola!

¿cómo están?

esta semana fue muy rara jasjasj

... bye bye lizzie ah

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se viene mi parte favorita de hidden ♥

yo llorando la semana pasada porque quería todo ahora cuando la realidad es QUE VAMOS A TENER TODO AHORA EHH CELEBREMOS

sí, me había olvidado de mi propio plan de escritura <3

bueno !!! nos vemos la próxima actualización :)

nos vemossss

•chauuu•

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