𝐟𝐢𝐟𝐭𝐲 𝐨𝐧𝐞
"Tiempos preocupantes"
El viaje a las mazmorras fue más largo que cualquier otro día. Había muchas causantes de aquello: el castigo mensual que tendría que soportar de Umbridge, el hecho de que todo Hogwarts en cualquier momento se enteraría de su griterío, y que, desafortunadamente, tenía que ver el rostro de Snape en menos de media hora.
¿Por qué tenía que instigar aquella tortura en sí misma? ¿Es que quería auto destruirse? ¿Es que estaba loca?
«Mi mochila pesa»
Un bufido de irritación dejó sus labios y acomodó el peso que descansaba contra su espalda. Tal vez había sido una mala idea agarrar todos esos libros de la biblioteca en un día, su espalda en definitiva se lo hacía saber.
Cuando llegó al pasillo del aula de Pociones, Ana esperó a que la última clase del día terminase mientras su espalda descansaba contra la pared de piedra y contaba lentamente la cantidad de candelabros que iluminaban la oscura mazmorra. Cuatro candelabros había en ese pasillo y aún podía ver el oscuro y profundo odio que tenía por Snape.
Al llegar el fin de la media hora, Ana ya había contado todas las respiraciones que había dado en esos treinta minutos, y se sobresaltó cuando la campana sonó a lo lejano dando por finalizada la clase de Pociones.
La puerta del aula se abrió, y de forma atemorizada los estudiantes de primero de Ravenclaw y Gryffindor salieron trotando del aula, seguramente temblando y susurrando de lo horrible que era Snape como profesor. Ana no los culpaba; en definitiva, Severus Snape era su profesor más detestado.
Dolores Umbridge aún se quedaba en el segundo puesto dado que era nueva.
Después de que el último estudiante se escurriera por la puerta, blanco como la nieve, Ana no perdió más tiempo y se metió en el aula sin anunciar su llegada, ya que estaba claro que Snape ya sabía que estaba allí. Después de todo, ya era común que Ana cumpliese detención después de su clase.
—Tarde —masculló Snape sin mirarla mientras borraba todo lo que había escrito en el pizarrón.
—Su clase literalmente ha terminado recién —Ana puso los ojos en blanco y caminó hacia el armario de limpieza.
—Entonces tuvo que haber entrado el momento que la campana sonó.
—¿Para que me humille más? —preguntó Ana con sarcasmo chorreando en sus palabras y tomó el trapo que usualmente usaba para limpiar las mesas—. Claro, cómo no se me había ocurrido. Lo voy a usar la próxima vez.
Ninguno de los dos podía borrar las muecas de irritación de sus rostros, por lo que Snape, una vez finalizada su limpieza del borrador la miró por encima de su nariz ganchuda.
—Cuando regrese quiero que todo el salón esté brillante, Abaroa.
—Y yo quiero que cuando vuelva tenga su personalidad renovada.
—Cinco puntos menos para Gryffindor.
Snape no obtuvo ninguna reacción de Ana, quien ahora estaba concentrada en limpiar la mugre y un líquido dudoso de una de las mesas; no obstante, cuando la puerta se cerró de detrás de él, el trapo voló hacia esta, estampándose contra la madera mientras se resbalaba por ella.
El brazo de Ana fue bajando lentamente, aún con la mirada fija en la puerta.
—Ugh, lo odio.
Ana se dejó caer en uno de los asientos, por unos segundos se quedó mirando a la nada misma sin un pensamiento rondando por su cabeza, hasta que con un suspiro sacó su varita del bolsillo y la apuntó hacia el trapo que ahora estaba en el suelo.
—Accio.
Volviendo a disgustarse con la idea de limpiar, y ya con el trapo en mano, Ana abrió su mochila vieja y sacó un pergamino y una lapicera con brillos que aún no se acababa.
Querido papá,
Mis expectativas eran pocas pero Umbridge se ha pasado. Está loca. Por favor vuelve a enseñarnos, te lo ruego.
Mi sanidad depende de tu respuesta.
Con amor,
Ana.
Satisfecha, bajó su lapicera violeta antes de comenzar a doblar el pergamino para guardarlo nuevamente en su mochila junto a la lapicera. Llevaría la carta a la lechucería luego de terminar con su detención. Al no tener una lechuza, dependía estrictamente en las del colegio.
El reloj que colgaba de la pared comenzaba a irritarle con su "tic tac", el cual presionaba a Ana con el tiempo limitado que Snape le había dado; y aún así no encontraba las ganas en su cuerpo de moverse para limpiar. Lamentablemente no podía usar magia porque ya sabía lo que pasaría si es que se atrevía, ya lo había descubierto en tercero.
Aburrida, tomó el trapo en sus manos y comenzó a lanzarlo por el aire. Tal vez podía limpiar los armarios tirando el trapo a puntos específicos de la madera y así su aburrimiento se iría...
La puerta se abrió de repente a mitad de lanzamiento, aterrando a Ana, haciéndola saltar en su lugar y ponerse de pie, erguida y con una no muy sutil expresión de inocencia. Afortunadamente, quien había entrado no había sido Snape, sino que Blaise. Lamentablemente, el chico había entrado y la había mirado justo cuando el trapo cayó de seco encima de su cabeza.
—Lo tengo todo bajo control —se apuró a decir Ana, tirando del trapo de su cabeza y sonriendo efusivamente mientras Blaise alzaba una ceja.
—Claro...
La sonrisa de Ana se debilitó, cuando un pensamiento confuso pasó por su mente mientras observaba al chico de Slytherin.
—Espera, Blaise, ¿qué haces aquí?
Esta vez fue turno de Blaise de quedarse en un silencio incómodo hasta que se aclaró la garganta y con un movimiento leve señaló los artículos de limpieza que antes Ana había sacado del armario.
—Vine a ayudarte.
Un sentimiento cálido se posó en el pecho de Ana y no pudo evitar dejar que una sonrisa se pintara en sus labios.
—Ah, bueno, eres muy amable pero aunque no parezca, tengo todo bajo control —admitió ella y se levantó de su asiento para agarrar el trapo de piso—. He hecho esto incontables veces, no te preocupes.
—Aún así... —Blaise cerró la puerta detrás suyo, y se adelantó hacia donde estaba Ana—, ayudaré con algo.
Ana lo vio caminar lentamente hacia donde había dejado todos los artículos de limpieza, y lo vio agarrar la escoba de madera que se había caído al suelo. No pudo evitar sonreír nuevamente, pero se dio media vuelta hacia el caldero de antes para que no lo notase.
—Gracias.
Detrás suyo, Ana escuchó un suave sonido de afirmación de parte del chico, y se puso a limpiar el caldero pegajoso y apestoso que un alumno de primero no había limpiado. Luego de unos minutos en silencio en donde ambos se concentraron en sus tareas, una fina capa de sudor posaba en el rostro de Ana y sus cabellos ondulados comenzaron a salirse de su rodete. Con un gruñido de frustración al no poder quitar una mancha verde del caldero, tiró fuertemente el trapo hacia la mesada.
—Es injusto —masculló cruzándose de brazos—. ¿Por qué debo aguantar horas de detención sin que él cambie su actitud hacia los estudiantes?
—Tú fuiste quien tiró el caldero al suelo, ensuciando todo —señaló Blaise limpiando las mesas.
—¡Le desvaneció la poción solamente a Harry! Hubiese sido más válido si lo hacía con todos quienes habían fallado...
—Eres impulsiva.
Ana se dio media vuelta con un bufido de incredulidad.
—Si estás aquí para reprocharme... —comenzó a decir en un tono receloso pero Blaise la interrumpió.
—No. Vine aquí para ayudarte —dijo él señalando el aula—, y para aconsejarte. Escuché lo que ha sucedido con Umbridge...
«Los rumores corren demasiado rápido»
—... Es una mujer peligrosa. Su lealtad no es con Hogwarts ni con nosotros, Abaroa; así que no despiertes su odio aún más, o se volverá peligrosa no solo para ti, sino para todos nosotros.
Lentamente, Ana se sentó en una silla y frunció el ceño sin quitarle los ojos a Blaise.
—¿A qué te refieres con eso?
—Me refiero a que cuanto más nos odie, más vamos a sufrir las consecuencias. Hay niños de once años y ya los ha aterrado. No todos tienen las mismas agallas que tú, por lo que debes pensar acerca de ello, piensa en ellos.
—¿Estás...? ¿Estás diciendo que debemos protegerlos? —inquirió Ana procesando las palabras del chico, a lo cual recibió un encogimiento de hombros de parte de él.
—Estamos todos juntos en esto, ¿no es así?
Si dos años atrás alguien le hubiese dicho que Blaise Zabini le daría un discurso tal como aquel, Ana sabía que se hubiera reído a carcajadas. Toda su vida había pensado que las personas no podían cambiar de un día para el otro, y por la mayor parte había estado en lo correcto... hasta que conoció a Blaise. Dos años atrás el chico no había querido tocarla ni con un palo de diez metros, no obstante, ahora se encontraba frente suyo, con una escoba en mano para ayudarla y hablándole con total serenidad.
Si había alguien que siempre la sorprendía, ese era sin lugar a duda Blaise. Y mientras más lo pensaba, aquel sentimiento cálido se posaba más sobre su pecho.
—¿Cómo es que Malfoy se ha vuelto prefecto y tú no? —dijo ella sin poder evitar esconder su incredulidad. Blaise puso los ojos en blanco, no disfrazando su mueca.
—Absolutamente no. Eso es lo último que necesito en mi vida.
Ana rió, nuevamente fregando el caldero.
—Uy, lo siento, me había olvidado con quién hablaba, señor Scrooge.
—¿Quién es ese?
En vez de responder, Ana siguió riendo mientras fregaba el caldero hasta que estuviese lo más brillante posible. La superficie oscura del caldero estaba quedando como nueva —y su trapo tan oscuro y grasoso como el cabello de Snape—, cuando algo hizo 'clic' en el cerebro de Ana y giró su rostro hacia donde Blaise estaba limpiando.
Antes lo había ignorado porque su atención había estado centrada en la conversación que había tenido con él; no obstante, ahora que se lo ponía a pensar el chico había tomado la escoba para barrer pero estaba haciendo cualquier cosa en vez de eso. Ahora estaba de puntas de pie sacando las telas de araña.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella lentamente. Tal vez el chico había decidido usar la escoba para sacar las arañas, y no había nada malo en ello, sin embargo...
—Barriendo a las arañas.
Por un momento Ana se quedó en silencio contemplando al chico barrer el techo, y cuando salió del trance, negó con la cabeza.
—Así no es como... déjame.
Luego de levantarse de su asiento, Ana caminó hacia Blaise, le tendió una mano para pedirle permiso para enseñarle, y cuando el chico dejó la escoba en sus manos, le demostró cómo debía usar una escoba. Cerdas completamente en el suelo.
Mientras barría el polvo que se había acumulado bajo sus zapatos, Ana estaba ahora completamente segura de que Blaise Zabini nunca había tenido que limpiar en su vida.
—Gracias —dijo Blaise mientras la observaba barrer.
Sin embargo, en vez de reírse de aquello, Ana tomó la oportunidad de enseñarle. Después de todo, no era común una invitación para hacerlo, al menos no en su vida.
Luego de enseñarle propiamente como barrer —y sacar las telas de araña con un plumero—, Ana estuvo segura de que aquella fue la mejor detención que tuvo en años. Era divertido compartir el espacio de limpieza con alguien, era extremadamente divertido no estar sola en ese sucio lugar, y así una hora se pasó demasiado rápido; al finalizar esta, Blaise ya se había sacado su suéter a causa del calor del ejercicio, sus mangas estaban arremangadas hasta los codos, su rostro estaba sucio con polvo, y sus zapatos lustrados estaban pegajosos con el misterioso líquido que cubría el suelo.
Y por alguna razón, Ana adoraba ver aquel lado suyo. Le hacía recordar a cuando ambos tuvieron que controlar a los pavos reales de su abuela aquella noche que la había invitado a su casa.
Un aspecto radiante del chico, tal como una geoda: un exterior gris y rocoso, pero con una explosión de colores y cristales en el interior.
Se sentía... bien.
—¿Es que alguna vez saldrá esto? —preguntó Blaise mientras fregaba el suelo con fuerza. Sus nudillos se habían vuelto tensos.
Ana sonrió, terminando con el sexto caldero que había dispuesto a limpiar.
—Nop, sólo te he dado la esponja para que me pudiera concentrar en los calderos —admitió ella, admirando su trabajo.
Al escuchar aquello, Blaise pasó una mano sobre su frente y encaró una ceja, levantando su rostro hacia donde Ana estaba sentada.
—¿Estás diciendo que soy una distracción?
—Absolutamente. Eres como un cachorro de panda, necesito observar cada paso que tomes aquí.
Dejando salir una risa nasal y rendida, Blaise asintió mientras estiraba sus piernas lentamente para levantarse del suelo.
—He de admitir que estoy fuera de mi área con esto.
—No te preocupes, todos comenzamos en algún lado...
Pero Ana no podía concentrarse en sus palabras luego de haber escuchado la risa de Blaise. Sólo había escuchado ese sonido dos veces si mal no recordaba, ¿es que ahora que eran oficialmente amigos lo escucharía más seguido?
Se aclaró la garganta y sacudió su cabeza para despejar su mente, antes de señalar el otro trapo que descansaba en una de las mesas.
—¿Por qué no agarras ese trapo y...?
Las palabras de Ana quedaron flotando en el aire cuando ambos quedaron paralizados al escuchar en el pasillo fuera del aula que alguien llamaba al profesor Snape para hacerle una pregunta.
—Está aquí... —murmuró Ana y giró su rostro hacia Blaise—. ¡Rápido! ¡Escóndete!
Con un brazo, Ana señaló el armario de artículos de limpieza. No obstante, Blaise puso una mueca en sus labios y negó.
—Absolutamente no, Abaroa. Quién sabe cuándo volverá a irse si me escondo ahí, sólo...
Sin apuro alguno, Blaise volvió a vestir su suéter, pasando una mano sobre su uniforme para alisar las arrugas que se habían formado en la tela, y sin decir nada se acercó donde la mochila de Ana descansaba. Antes de que Ana pudiera decir algo, el chico metió una mano en la mochila y luego de revolver un poco, sacó el libro de Pociones que una vez le había pertenecido a Faith Ward.
—¿Qué...?
Aún ignorando a Ana, Blaise se encaminó hacia la puerta del aula y justo cuando tendía una mano para abrirla, esta se abrió de repente dejando ver la figura familiar de Snape. Rápidamente, Ana se dio media vuelta y comenzó a fregar el caldero —que ya estaba limpio— con fuerza.
—Señor Zabini —dijo Snape, pero no había veneno en su voz, sino que reconocimiento. ¿Es que así se sentía no ser odiado por él?
—Disculpe, profesor, solamente estaba buscando mi libro. No me había dado cuenta de que lo había dejado aquí —el tono que Blaise empleó fue con el que Ana lo había conocido. Formal y frío.
—Bien. Espero que Abaroa no lo haya molestado mientras lo buscaba —Snape dijo lo suficientemente alto para que Ana pudiera oírlo.
Sin sorprenderse, Ana puso los ojos en blanco, hasta que quedó paralizada en su lugar cuando escuchó a Blaise hablar.
—En lo absoluto, señor. Es fácil de ignorar.
Blaise era un mentiroso estupendo, sus palabras salían tan natural, tan perfectas; Ana sabía que era una mentira, pues ambos habían estado hablando y disfrutando de la limpieza... ¿Entonces por qué le ardía?
Había sido su plan esconder el hecho de que se daban la palabra, ¿entonces por qué sus hombros cayeron y su corazón dolió?
¿Es que había caído enferma? ¿Estaba demente?
¿Por qué dolía?
• • •
Luego de una profunda sesión de limpieza que completó una vez que Blaise se había ido del aula dejándola sola con Snape, Ana decidió detener sus lamentos y se afirmó de que debía dejar de pensar demasiado toda cosa pequeña. Y cuando sus manos dolieron de tanto limpiar, su cuerpo adolorido se encaminó hacia el Gran Comedor para disfrutar de la cena.
Al menos una larga conversación con sus amigos la distraería de su cerebro.
Lamentablemente, como se había enterado con anterioridad, los rumores corrían a diez kilómetros por hora en Hogwarts —aún más, ahora que Ana se había enterado que Harry también se había peleado con Umbridge—, y la cena fue un taladro en sus oídos.
Mientras trataban de cenar con tranquilidad, alrededor de Ana, Harry, Hermione y Ron, los cuchicheos cada vez se volvían más intensos. Y mientras más alto hablaban las personas, menos era la paciencia de Ana, que se estaba filtrando por la vena que cubría su sien.
—Al parecer se volvió loca y comenzó a insultar a la profesora Umbridge.
—Potter dice que vio cómo asesinaban a Cedric Diggory...
—Asegura que se batió en duelo con Quien-tú-sabes...
—Anda ya...
Ana mordió con fuerza su cucharada de flan, e hizo una mueca al sentir el metal golpear contra sus dientes sensibles.
—Me tienen harta. ¿Sería muy malo si me desquito con ellos?
—Ni se te ocurra —amenazó Hermione dejando su tenedor en su plato—. Ya has causado dos desastres hoy, debes controlarte, Ana.
—Lo que no entiendo —comentó Harry con voz trémula, dejando el cuchillo y el tenedor— es por qué todos creyeron la historia hace dos meses, cuando se los contó Dumbledore y Cedric...
—Verás, Harry, no estoy tan segura de que la creyeran —replicó Hermione con desánimo—. ¡Vamos, larguémonos de aquí!
Ella dejó también sus cubiertos sobre la mesa; Ron, apenado, echó un último vistazo a la tarta de manzana que no se había terminado y los siguió. Los demás alumnos no les quitaron el ojo de encima hasta que salieron del comedor. Ana sentía su cuerpo temblar de la rabia.
—Me voy a la lechucería —anunció Ana cuando las puertas se cerraron detrás suyo—. Necesito enviar unas cartas... y tranquilizarme.
Luego de saludar a sus amigos, Ana se encaminó por los iluminados pasillos del castillo en su soledad. La única —y lamentable— compañía que la acompañaba eran los susurros de los cuadros que la miraban con interés. No era una noticia nueva que ellos fuesen los reyes y reinas del chisme.
Cuando llegó a la torre de la lechucería, el cuerpo de Ana agradeció que las escaleras se movieran por sí solas. Aunque durante la cena había dejado su testarudez atrás y había ingerido un analgésico, su cuerpo aún dolía de todo lo que había hecho durante el día. No podía esperar a visitar las almohadas de su cama.
La lechucería estaba igual de sucia que la primera vez que Ana la había visitado. Plumas, paja, y excremento de lechuza acumulaba el suelo de la torre; y el aroma agrio del último era suficiente para hacer que cualquier persona comenzara a llorar. Era un desastre, y aún así, Ana no podía darse los ánimos para limpiar como había hecho dos años atrás. Su cuerpo adolorido se lo impedía.
—Le diré a Dumbledore que arregle algo —prometió Ana a las lechuzas, a medida que acariciaba sus picos—. Tal vez pueda organizar una limpieza comunitaria para todos los que quieran mandar cartas aquí...
«Si es que milagrosamente se digna a escucharme»
Ya sentada en un lugar cómodo, y sin excremento, Ana sacó dos pergaminos de su mochila y comenzó a escribir desprolijamente. La segunda carta que escribió ese día fue para su abuela; que a diferencia de la carta corta que le había escrito a su padre, sus palabras fluyeron con más detalle en sus emociones, por lo que llenó dos carillas completas. Dos carillas que hablaron de lo pésimo que había sido ese día, exceptuando las pocas cosas que podía salvar de su terrible suerte.
Cuando terminó de firmar la carta, no perdió más tiempo y comenzó a escribir la tercera, y última:
Querida Dalia,
Mi primer día de clases no fue exactamente el mejor. La nueva profesora de Literatura es una pesadilla, ya me ha dado detención por un mes; y ni hablemos del profesor de Química, sigue igual de insoportable que siempre.
¿Cómo ha sido tu comienzo de clases? Espero que me cuentes más de los amigos que has hecho el curso anterior, ¿los has vuelto a ver? ¿los podré conocer durante las vacaciones de invierno? ¡Cuéntamelo todo!
Nos vemos, Ana.
PD: Lo siento que no pueda mandarte postales por el momento, no tuve tiempo de comprar.
Al terminar de escribir, Ana sintió el familiar dolor en las articulaciones de sus manos y con un suspiro dejó su lapicera a un lado para masajear sus nudillos. Era un dolor tedioso, pero que le irritaba más de lo que le dolía.
Una pequeña lechuza marrón uló y se posó sobre su hombro, haciendo que la mueca de sus labios se transformara en una sonrisa. Con suavidad sacó algunas golosinas de su bolsillo y se las tendió a la lechuza, la cual las aceptó gustosamente mientras ella le ataba las cartas para que entregara a su abuela. Ninguna lechuza podía negar las golosinas que los estudiantes le compartían, era físicamente imposible.
Como también lo era no sobresaltarse cuando alguien entraba repentinamente a la lechucería, gruñendo y mascullando bajo su aliento. Sin decir nada por la sorpresa, Ana miró lentamente a la figura de Parvati caminar irritadamente hacia una de las lechuzas más pequeñas y grises, con una carta apretada en un puño.
—Namaste vahaan, Kankad. Kya app krpaya apane ghar ke raaste mein kho sakate hain? Dhanyavaad.*
Si mal no estaba, Ana sospechaba que Parvati estaba hablando hindi. Lamentablemente, Ana no sabía nada acerca del idioma y no tenía ni la menor idea de lo que la chica estaba diciendo.
—Usane mujhe aane diya. Bevakooph baij ke kaaran! Vo bavva...* —dijo Parvati claramente ofendida aunque Ana no supiese exactamente lo que estaba diciendo. No obstante, antes de que su compañera siguiera divagando en su idioma natal sin darse cuenta de que ella estaba allí, Ana anunció su presencia.
—Hola, Parvati.
Ninguna lechuza supo quién gritó más esa noche, si Parvati o Ana. Ambas con el corazón latiendo a mil cuando se escucharon gritar, lentamente Ana sintió el calor subir hasta sus mejillas llenas de pecas. Parvati la observaba con ojos saltones.
—¿Estás loca, Ana? Casi me da un paro cardíaco.
—Lo siento, pero no te habías dado cuenta de que estaba aquí y parecías enojada... —se defendió rápidamente Ana, terminando con una gran bocanada de aire. Su pecho dolía.
Por su parte, al escuchar la defensa de Ana, la postura de Parvati pareció cambiar. Dejando ver que se encontraba avergonzada.
—Ah... no, no estaba enojada, ni irritada —añadió con una falsa risa que Ana no creyó ni por un segundo—. Estaba enviando una carta a mis mamás. Deben saber cada detalle, ya sabes cómo es...
De hecho, Ana sí sabía a lo que se refería ya que su abuela constantemente le pedía largas y detalladas cartas. Era la única forma en la que podía estar al tanto de su vida sin vivir preocupada las veinticuatro horas del día. Ambas vieron partir a la lechuza pequeña, con la carta que le doblaba el tamaño atada en una de sus pequeñas patitas.
—No sabía que tenías una lechuza...
—Oh, no la tengo —murmuró Parvati, su mirada se oscureció y con una mueca observó hacia donde la lechuza agitaba sus frágiles plumas—. Kankad es de Padma. Nuestras mamás se lo dieron cuando recibió su insignia de prefecta. Yo también hubiese tenido una lechuza... pero no estamos para nada sorprendidas de quién obtuvo el puesto de prefecta en Gryffindor.
En ese momento, Ana recordó lo que le había dicho Lavender en el tren y cómo no debía, por ninguna circunstancia, traer el tema de las insignias con Parvati. Mentalmente, Ana se disculpó con su amiga, pues como parecía, había traído el tema sin darse cuenta.
—... Es decir, tuve que haberlo visto venir. Después de todo, se trata de Hermione, la chica más organizada, inteligente, astuta, simpatizante...
En su rincón, Ana se encogió a medida que Parvati se encaminaba hacia ella, enumerando todas las características de Hermione.
—... trabajadora, independiente, responsable...
—Parvati...
—... No es como si hubiese habido chances para mí, cuando estoy al lado de una chica excelente como ella. ¿Es que estamos todos locos? Estoy segura de que a Dumbledore ni se le pasó por la cabeza mi nombre cuando estaba eligiendo... ¡Y no lo culpo! Al final, no es como si yo hubiese querido ser prefecta, es decir, yo no necesito esa insignia para demostrar lo genial que soy, no necesito ese... baño lujoso que viene con ella...
Cada vez que Parvati hablaba, su voz se volvía más suave y baja, como un susurro consolador hacia sí misma. De un momento a otro, Parvati dejó de hablar, su mirada estancada en el vacío mientras su mente se perdía en los pensamientos que rondaban su cabeza. Fue ese momento en el que Ana decidió que era tiempo de que ella hablara.
—Parvati... ¿estás bien?
Era la segunda vez en el día que hacía esa pregunta, y también la segunda vez que recibía esa familiar mirada cansada y perdida. No obstante, no recibió la misma respuesta.
—Sí... Sí. Estoy bien, sí —insistió Parvati y puso una sonrisa brillante en sus labios. Ana se la hubiese creído si no fuese porque segundos atrás había visto su mirada gris.
—¿Quieres hablarlo...? —dijo Ana lentamente para no espantar a su amiga.
Hubo duda en la mirada oscura de Parvati, pero nuevamente, como si no hubiese pasado nada, negó con la cabeza antes de hacer brillar su sonrisa.
—No hace falta, estoy bien, en serio —Ana no pasó de alto el énfasis en la última frase—. No hablemos más de mí, ¿bien? Hablemos de ti, ¿cómo ha ido tu día?
Aquello fue el colmo del vaso. Nunca, desde que la había conocido, Parvati había pedido una oportunidad para hablar de ella misma. A Ana no le molestaba en lo absoluto, es decir, era más fácil conocer a alguien así, en vez de uno tener que hacer las preguntas personalmente. No obstante, en esos momentos Parvati parecía querer hablar de cualquier cosa en vez de sí misma y era imposible ignorar que algo sucedía. Pero Ana no iba a insistir, al menos esa noche.
Abrió la boca para responder a su pregunta, cuando un dejo de iluminación pasó por la mirada de Parvati, y antes de que se diera cuenta, la chica ya la había tomado del brazo y se había puesto a caminar fuera de la torre.
—Casi me olvido, hoy en Aritmancia...
Ana no pudo evitar que la confusión se expresara en sus facciones.
—¿Tomas Aritmancia?
Parvati la miró con incredulidad antes de rodar los ojos y asentir.
—Sí, sí, mis mamás eligieron por mí. Ya sabes, yo elegí Adivinación y Cuidado de Criaturas Mágicas, y ellas eligieron Aritmancia... Bueno, como te estaba diciendo, hoy Hermione me contó en clase que comenzó a tejer durante el verano para los elfos domésticos...
—¿Que ha hecho qué...? No me ha contado nada acerca de eso —murmuró Ana sin dejar su confusión atrás. Parvati la observó sorprendida.
—¿En serio? Qué loco, siempre te cuenta todo. De todos modos...
Dios. ¿Era Ana una mala amiga? No había notado en lo absoluto que Hermione había estado tejiendo durante las vacaciones, y habían compartido habitación la mayor parte del tiempo. En lo único que se había concentrado había sido en sus propios problemas que ahora Ana temía haberse perdido más de lo necesario acerca de sus amigos.
—... Por lo que no puedes decirle ni una palabra a Lav, o se volverá loca de poder.
—Espera, ¿qué? —preguntó Ana con nervios.
—No estabas escuchando, ¿no es cierto? —dijo Parvati con cansancio, que dejó ir con un largo suspiro—. Ugh, bueno, como dije... Lav tiene una obsesión con el diseño de ropa, tejidos, croché, y demás, y cuando obtiene un proyecto como tal, se vuelve... completamente desquiciada. Me refiero a mangoneando a las personas, gritando por paz y tranquilidad, furia cuando se equivoca... A lo que me refiero es que es una zona de guerra cuando diseña ropa, por lo que tal vez podemos evitar mencionar el proyecto de tejido de P.E.D.D.O cuando está alrededor. La adoro pero a veces se le va la mano.
—No sabía que Lavender podía tejer... o que diseñaba ropa en general.
—Ah, sí —Parvati sonrió cálidamente—, diseñó mi bufanda favorita.
Olvidando sus pensamientos intrusivos, Ana no pudo evitar sonreír ante el comentario. No era noticia nueva que a Parvati le gustaba Lavender —más que amigas—, pero igualmente, era un milagro que la chica mostrase su lado más cariñoso a gente que no fuese Lavender. Era como si lo guardase con una llave que solamente tenía su mejor amiga.
Por lo tanto, Ana no perdió la oportunidad de molestarla sólo un poquito.
—Aw, eso es muy dulce, Parvati.
Parvati puso los ojos en blanco y resopló.
—No lo es.
—Sí lo es.
—No. No lo...
—Cállate y acepta que es dulce.
Parvati dejó salir una risa estrangulada y le dio un suave codazo en el costado a Ana
—Merlín, está bien, Lupin.
Ana se encogió de vergüenza. No era como que llamarla por el apellido de su padre la avergonzara, todo lo contrario si era honesta; sin embargo, las condiciones en que había defendido aquel apellido aún marcaban su piel.
—Ugh.
—No me digas ugh —bufó Parvati, empujando la puerta de entrada al castillo—. Fue impresionante. A veces me olvido cuán valiente eres después de verte vez tras vez tropezar y balbucear por todos lados.
Ana se dejó sonreír.
—Siempre fue impresionante.
—Ajá, sí. ¿Recuerdas cuando a todo decías «uau» como un perrito perdido...?
Su sonrisa se borró, siendo reemplazada por una mueca.
—No tú también, Parvati...
La chica solamente se rió.
Fue la mañana siguiente que Ana se enteró que Hermione no le dirigía la palabra a Ron. Al parecer su amigo la noche anterior había criticado sus gorros tejidos y su objetivo, a lo que, naturalmente, Ana sin haber visto los gorros se entregó ciega y completamente al lado de Hermione.
Ahora ni Hermione ni Ana le dirigían la palabra a Ron.
El segundo día de clases fue terriblemente agotador como el primero, pero al menos, esta vez no debían de soportar dos horas de las materias más odiadas. Después de una clase doble de Encantamientos tuvieron también dos horas de Transformaciones. El profesor Flitwick y la profesora McGonagall dedicaron el primer cuarto de hora de sus clases a sermonear a los alumnos sobre la importancia de los TIMOS.
Mientras que el profesor Flitwick les trajo la deprimente noticia que era hora de pensar en qué carrera los alumnos se iban a postular luego de Hogwarts —ya que los TIMOS eran el punto de partida para ellas—, la profesora McGonagall estresó la idea de que debían estudiar intensivamente para los exámenes, y así dedicó el resto de su clase a enseñarles los hechizos desvanecedores.
Absolutamente atareadas por todo el trabajo que los profesores le habían dado esos dos días, Ana y Hermione se pasaron el almuerzo completando los pergaminos en el Gran Comedor. Harry y Ron se habían ido a la biblioteca, por lo que Hermione había descartado la idea de ir allí por completo. Por la tarde, la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas llegó.
El día se había puesto frío y ventoso, y mientras descendían por el empinado jardín hacia la cabaña de Hagrid, situada al borde del Bosque Prohibido, notaron que algunas gotas de lluvia les caían en la cara. La profesora Grubbly-Plank esperaba de pie a los alumnos a unos diez metros de la puerta de la cabaña de Hagrid, detrás de una larga mesa de caballete cubierta de Bowtruckles. Los ojos de Ana se iluminaron al observar a las pequeñas criaturas.
—Hermione, ¡bowtruckles! —susurró Ana emocionada, a lo que Hermione no pudo evitar sonreír y asentir.
—¿Ya están todos? —gritó la profesora Grubbly-Plank cuando hubieron llegado los de Slytherin y los de Gryffindor—. Entonces manos a la obra. ¿Quién puede decirme cómo se llaman estas cosas?
Sin perder tiempo, Ana levantó una mano al cielo. Detrás suyo escuchó burlas pero las ignoró por completo. No aceptaba críticas de personas que no sabían atarse los cordones por sí solos.
—A ver, señorita Abaroa.
—Bowtruckles —dijo Ana—. Son guardianes de árboles; generalmente viven en los que sirven para hacer varitas. Son increíblemente tímidos pero feroces cuando se trata de proteger a su árbol. Se alimentan de cochinillas, de huevos de hada si es que encuentran, y no son reacios a ingerir raíz de mandrágora.
—Muy bien, diez puntos para Gryffindor —replicó la profesora Grubbly-Plank—. Efectivamente, son bowtruckles, y como muy bien dice la señorita Abaroa, generalmente viven en árboles cuya madera se emplea para la fabricación de varitas.
»Siempre que necesiten hojas o madera de un árbol habitado por un bowtruckle, es recomendable tener a mano un puñado de cochinillas para distraerlo o apaciguarlo. Quizá no parezcan peligrosos, pero como ha dicho la señorita Abaroa, si los molestan intentarán sacarles los ojos con los dedos, que, como pueden ver, son muy afilados; por lo tanto, no conviene que se acerquen a nuestros globos oculares. De modo que si quieren aproximarse un poco... Agarren un puñado de cochinillas y un bowtruckle, hay uno para cada tres, y así podrán examinarlos mejor. Antes de que termine la clase quiero que cada uno de ustedes me entregue un dibujo con todas las partes del cuerpo señaladas.
Sin poder decir nada al respecto, Parvati y Lavender aparecieron de la nada a ambos lados de Ana y la tomaron por los codos hacia la mesa donde los bowtruckles se encontraban. Ana miró por encima de su hombro hacia Hermione, y ella se encogió de hombros.
—Son adorables... —murmuró Lavender observando a los bowtruckles. Parecía encantada con las pequeñas criaturas.
—Pues te aconsejo que no le digas así cuando trates con uno... A los bowtruckles no les gusta que los traten como bebés, o mascotas; son tan testarudos como tímidos —explicó Ana mientras tomaba algunas cochinillas en la palma de su mano—, y prefieren ser considerados compañeros, como iguales. Después de todo, consideran su trabajo muy importante.
Ana se arrodilló frente a la mesada de los bowtruckles y estiró su palma hacia uno de los que estaban más alejados. El bowtruckle la observó con recelo.
—Hola, nos gustaría dibujarte si es que nos dejas —murmuró Ana hacia la criatura que aún se encontraba alejada de su mano, como si trajese la peste.
La espera fue lenta, pero luego de un minuto el bowtruckle decidió que Ana no presentaba ninguna amenaza y se paró en su mano, tomando las cochinillas con sus dedos afilados. Ana dejó salir un sonido de apreciación y se levantó, estirando sus piernas.
—Y aprecian el consentimiento —les sonrió a sus dos amigas que al decir aquello comenzaron a anotar en sus pergaminos.
No era necesario para Ana observar a un bowtruckle para dibujarlo, pues cada criatura o animal se encontraba grabado en su memoria como ningún otro recuerdo. Aún así, se distrajo al interactuar con él mientras que sus amigas dibujaban a la criatura
—Gracias a Dios aceptaste venir con nosotras, Ana... —admitió Lavender, dibujando los pequeños ojos negros en su dibujo.
—No creo haber tenido otra opción...
—... Porque estoy segura de que lo hubiésemos echado todo a perder.
Sin decir nada, Ana le sonrió y apreció en silencio el cumplido mientras le daba cochinillas al bowtruckle.
La clase de Cuidado de Criaturas Mágicas se pasó demasiado rápido para el gusto de Ana, sin embargo, al final de esta su pergamino tenía la viva imagen de un bowtruckle. Podía ser que los dotes artísticos de Ana eran nulos, pero saber exactamente cómo era lo que debía dibujar —en vez de apoyarse en su creatividad— ayudaba más de lo que debía admitir.
Al sonar la campana, Ana, Parvati y Lavender llevaron sus respectivos dibujos hacia la profesora Grubbly-Plank y se encaminaron hacia la siguiente clase, que sería Herbología. En el camino, Lavender les contó que estaba preparando una sesión de lectura de Tarot para finales de año.
—... Porque mi tía me ha comprado el Tarot de Marsella para mi cumpleaños y he estado practicando junto a ella. Ana, ¿te he contado que mi tía es locutora en un programa de radio?
Mientras Lavender le contaba que la famosa Naomi Brown tenía su propio programa de radio en donde enseñaba Tarot y otras formas de Adivinación, las tres llegaron a los invernaderos donde la profesora Sprout esperaba a los de Gryffindor y Hufflepuff para comenzar con su clase.
La clase de Herbología no sorprendió a nadie, todos los alumnos estaban hartos de que los profesores se pasaran media hora hablando de los TIMOS, pero no había más remedio que quedarse sentado y escuchar. Si hubiese sido en otras circunstancias, Ana hubiera estado en una crisis, sin embargo, sospechaba que aquel año sería igual que su primer año en Hogwarts. Caótico, estresante y un dolor de cabeza.
Nada a lo que ella no estaba acostumbrada.
Como ni Ana ni Harry sabían cuánto duraría el castigo con la profesora Umbridge, después de la clase de Herbología se dirigieron al Gran Comedor para llenar sus estómagos. Sin embargo, en el momento en que Ana se sentó en su asiento, en vez de llenar su plato recostó su cabeza entre los huecos de sus brazos y se permitió una pequeña siesta.
No fue para nada tranquila. Con las otras voces del comedor y el punzante dolor de cabeza luego de un día agotador, lo único que Ana logró fue cerrar los ojos e ignorar a los demás. Ignoró a Angelina Johnson cuando llegó a ellos para reprochar a Harry, ignoró la preocupación de Ron hacia la lluvia... y casi ignoró a Harry cuando la sacudió para ir a detención, si no fuese porque su instinto de supervivencia era más fuerte.
Ana levantó su cabeza hacia su amigo y aún un poco desorientada agarró la copa llena de agua de Hermione antes de tomar una aspirina y tragarla con ayuda del agua.
—Es la segunda pastilla, Ana. No debes ingerir más por día —señaló Hermione con preocupación.
—Mhm...
Eran las cinco menos diez cuando ambos saludaron a sus amigos y fueron hacia el despacho de la profesora Umbridge, en el tercer piso. Llamaron a la puerta y cuando ella contestó con un meloso «Pasen, pasen», ambos entraron con cautela, mirando a sus alrededores.
Ana se había acostumbrado a ver en la oficina del profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras la simple y desordenada decoración de su padre llenar las paredes y armarios, pero lo que sus ojos vieron en esos momentos fueron un ataque a su visión.
Todas las superficies estaban cubiertas con fundas o tapetes de encaje. Había varios jarrones llenos de flores secas sobre su correspondiente tapete, y en una de las paredes colgaba una colección de platos decorativos, en cada uno de los cuales había un gatito de color muy chillón con un lazo diferente en el cuello. A Ana no le gustaba criticar a los animales, pero esos gatos eran muy feos.
—Buenas tardes a ambos.
Ana y Harry dieron un respingo. Al principio no la habían visto porque llevaba una chillona túnica floreada cuyo estampado se parecía mucho al del mantel de la mesa que la profesora tenía detrás.
—Buenas tardes, profesora Umbridge —dijeron al unísono con frialdad.
—Empecemos con sus castigos, ¿sí?
Dando una mirada de reojo al otro, ambos adolescentes pusieron una mueca en sus labios. Esa sería una larga tarde.
• • •
¡hi!
¿cómo están?
yo estoy aburrida como un hongo, creo que voy a volver a jugar a los sims jsajsaj lo dejé hace unas semanas pero ahora extraño al bebé que abandoné xd
ANA Y BLAISE <3
todo está yendo acuerdo a lo planeado >:)
¿qué les pareció el capítulo? díganme en los comentarios ♥
y antes que me olvide, acá está la traducción de lo dicho por Parvati:
"Hola, Kankad. ¿Podrías por favor perderte en el camino a casa? Gracias."
"Me hizo venir a mí. Todo por aquella estúpida insignia. Esa mocosa..."
(por obvias razones todo lo proveniente de otros alfabetos lo traduciré al alfabeto latino, por lo que la traducción del hindi/etc NO es completamente leal a su escritura normal)
bueno... ¡nos vemos la próxima actualización!
PD: estoy escribiendo esto mientras escucho el soundtrack de hsm 3 jsajasj iconic bye
•chauuu•
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