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𝐟𝐢𝐟𝐭𝐲 𝐟𝐨𝐮𝐫

"Batalla de impotencia"

Creyeron que a la mañana siguiente tendrían que repasar El Profeta de Hermione de arriba abajo para encontrar el artículo que Percy mencionaba en su carta. Sin embargo, cuando la lechuza que se lo había llevado acababa de levantar el vuelo desde la jarra de leche, Hermione soltó un grito ahogado y puso el periódico sobre la mesa para enseñar a sus amigos una gran fotografía de Dolores Umbridge que lucía una amplia sonrisa en los labios y pestañeaba lentamente bajo el siguiente titular:

EL MINISTERIO EMPRENDE LA REFORMA EDUCATIVA Y NOMBRA A DOLORES UMBRIDGE PRIMERA SUMA INQUISIDORA

—Me tomas del pelo... —murmuró Ana, dejando caer sus hombros y su taza de café—. Espera, ¿qué es «Suma Inquisidora» de todos modos?

Hermione leyó en voz alta:

Anoche el Ministerio de la Magia tomó una decisión inesperada y aprobó una nueva ley con la que alcanzará un nivel de control sin precedentes sobre el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

«Hace tiempo que el ministro está preocupado por los sucesos ocurridos en Hogwarts —explicó el asistente del ministro, Percy Weasley—. Y el paso que acaba de dar ha sido la respuesta a la preocupación manifestada por muchos padres angustiados respecto a la orientación que está tomando el colegio, una orientación con la que no están de acuerdo.»

No es la primera vez en las últimas semanas que el ministro, Cornelius Fudge, utiliza nuevas leyes para introducir mejoras en el colegio de magos. Recientemente, el 30 de agosto, se aprobó el Decreto de Enseñanza n.° 22 para asegurar que, en caso de que el actual director no pudiera nombrar a un candidato para un puesto docente, el Ministerio tuviera derecho a elegir a la persona apropiada.

«Así fue como Dolores Umbridge ocupó su actual puesto como profesora en Hogwarts —explicó Weasley anoche—. Dumbledore no encontró a nadie para impartir la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras... y por eso el ministro nombró a Dolores Umbridge, lo que ha constituido, por supuesto, un éxito inmediato...»

—¿Que ha sido QUÉ? —saltó Harry mientras que Ana tosía al casi haber tragado su café por su tráquea.

—Espera, aún hay más —dijo Hermione, apesadumbrada.

«... por supuesto, un éxito inmediato porque ha revolucionado por completo el sistema de enseñanza de dicha asignatura y porque así proporciona al ministro información de primera mano sobre lo que está pasando en Hogwarts.»

El Ministerio ha formalizado esta última función con la aprobación del Decreto de Enseñanza n.° 23, que crea el nuevo cargo de Sumo Inquisidor de Hogwarts.

«De este modo se inicia una emocionante nueva fase del plan del ministro para poner remedio a lo que algunos llaman el "descenso de nivel" de Hogwarts — explicó Weasley—. El Inquisidor tendrá poderes para supervisar a sus colegas y asegurarse de que su trabajo alcance el nivel requerido. El ministro ha ofrecido este cargo a la profesora Umbridge, además del puesto docente, y estamos encantados de anunciar que ella lo ha aceptado.»

Las nuevas medidas adoptadas por el Ministerio han recibido el entusiasta apoyo de los padres de los alumnos de Hogwarts.

«Estoy mucho más tranquilo desde que sé que Dumbledore estará sometido a una evaluación justa y objetiva —declaró el señor Lucius Malfoy, de 41 años, en su mansión de Wiltshire—. Muchos padres, que queremos lo mejor para nuestros hijos, estábamos preocupados por algunas de las descabelladas decisiones que ha tomado Dumbledore en los últimos años y nos alegra saber que el Ministerio controla la situación.»

Entre esas «descabelladas decisiones» están sin duda los controvertidos nombramientos docentes, anteriormente descritos en este periódico, que incluyen al hombre lobo Remus Lupin, al semi gigante Rubeus Hagrid y al engañoso ex Auror Ojoloco Moody...

—Ah, me tomas del pelo —dijo Ana con rabia, y esta vez se levantó de su lugar—. He escuchado suficiente. Voy yendo a Historia, los veo ahí.

De mala gana, Ana tomó un bollo tibio y comenzó a morderlo mientras caminaba fuera del Gran Comedor.

Sabía que fuera de las paredes de Hogwarts la opinión que reinaba acerca de los híbridos no caía en la buena fe de la población, pero aún así había esperado que aquel perjuicio se hubiera evaporado. Era claramente una terrible idea, y aún así... aún así se había aferrado a la idea de que su voz había sido oída al menos por los alumnos de Hogwarts que la habían visto temblando en frente de todos en tercer año.

Percy Weasley se debía estar riendo de su ingenuidad.

Las clases fueron agobiantes. Desde las noticias de que Umbridge sería la Suma Inquisidora de Hogwarts, el ánimo de Ana no parecía querer subir desde lo profundo de las tinieblas. Con cada minuto que pasaba, una nueva mueca se formaba en su rostro. Por su lado, Ron ya había contado treinta variaciones.

Treinta y uno cuando Snape les entregó las notas de sus redacciones de ópalo. Una A escrita con recelo.

Normalmente Ana aceptaba tales notas con tal de no sucumbir al desastre, pero esta vez había esperado más. Aquella redacción la había escrito con cautela. Se merecía más que un Aceptable.

—Les he puesto la nota que se habrían puesto si hubieran presentado este trabajo en sus TIMOS —explicó Snape con una sonrisita de suficiencia mientras se paseaba entre sus alumnos devolviéndoles los deberes corregidos—. Así se harán una idea de los resultados que pueden esperar de sus exámenes. —Snape llegó a la parte delantera de la clase y se dio la vuelta para mirar a los alumnos—. En general, el nivel de la redacción ha sido pésimo. La mayoría de ustedes habrían suspendido si hubiera sido un examen. Espero que se esfuercen mucho más en la redacción de esta semana sobre las diferentes variedades de antídotos para veneno; si no, tendré que empezar a castigar a los burros que obtengan una D...

Además de darles las calificaciones con aquella negativa crítica, Snape los hizo hacer una solución fortificante que Ana realizó lo mejor posible a diferencia de la mueca que realizó cuando le entregó el frasco con la poción a su profesor al final de la clase. Su disgusto hacia él era difícil de enmascarar.

Luego del almuerzo, en donde Fred y George fueron a sentarse juntos a ellos con noticias de Umbridge y su más reciente medallita de oro otorgada por el Ministerio, tuvo una hora libre donde Harry y Ron se dirigieron a Adivinación y Hermione a Aritmancia. Por su lado, Ana se dirigió hacia las escaleras que la llevarían al pasillo oculto donde tantas veces había parado sin proponérselo.

Llegó más rápido de lo que esperaba. Y ahora que estaba yendo a las sesiones médicas con Mary, tenía la esperanza de que su cuerpo comenzara a moverse con más rapidez de lo que estaba acostumbrado. Después de todo, aquellas largas sesiones de terapia intensiva no podían no tener sus frutos.

Por la única ventana que se encontraba en el escondite, Ana pudo ver el cielo celeste cuyo sol alumbraba las piedras que formaban el castillo tanto como el césped cortado que rodeaba al mismo. Era un día precioso y allí estaba ella, encerrada entre unas cuatro paredes leyendo un libro acerca de diferentes enfermedades de discapacidad.

Aunque estaba la posibilidad de que ella no padeciera ninguna, puesto que Mary podría tener la habilidad de curar lo que sea que fuese que en realidad tenía con terapia intensiva y dolorosos ejercicios, haber conocido a Hyeon Jeong ese mismo año, algo había sido encendido dentro suyo. Tal vez era curiosidad, tal vez era miedo; no obstante, no había sacado todos aquellos libros de la biblioteca para tenerlos tirados en su escritorio sin leerlos. Debía consumirlos de una vez por todas, y esa vez sería en esos momentos.

—Interesante lectura, ¿has elegido el libro por algo en particular?

El corazón de Ana casi salió de su pecho del susto que se dio al escuchar la voz de Blaise, pero una bocanada de aire luego de presionar su pecho adolorido calmó sus nervios mientras levantaba su mirada para observar al chico.

—¿Ni siquiera un buen día? —inquirió Ana poniendo los ojos en blanco pero sonriendo de todas formas—. Espera, ¿tienes una hora libre igual que yo?

Blaise se sentó en frente suyo y sacó su propio libro de su mochila.

—Qué, ¿Ya no sabes más mi horario Abaroa? —dijo él sin poder esconder la sonrisa que se había posado en sus labios el momento en que Ana resopló.

—Cállate, eso solo fue una vez.

—Dos años. Seguidos.

Una protesta salió de la boca de Ana pero no se negó a entregarle el libro cuando Blaise le tendió la mano.

—Lo tomé de la biblioteca cuando tuve la sospecha de que podría estar pasando algo con mi cuerpo. Ya sabes. La razón del porque tengo que ir a la enfermería cada fin de semana. —Ana suspiró y se cruzó de brazos—. Pensé que podría encontrar algo, pero lo único que he encontrado son muchos términos de medicina que no entiendo.

—Te... ¿Te interesaría ser medimaga? —preguntó Blaise, cruzando una pierna sobre la otra. Ana se sorprendía de todo lo que estaba hablando cuando la noche anterior la había dejado hablando consigo misma en frente de la Dama Gorda.

Un cambio drástico que decidió ignorar.

—No. Absolutamente no —dijo refiriéndose hacia la pregunta del chico. Una mueca se había posado en sus labios—. Pero igualmente falta mucho para elegir una carrera, tenemos varios meses para decidir. Será un problema para mi futuro yo.

Sin rechazar aquella respuesta, Blaise asintió antes de abrir su libro en la página marcada.

Como de costumbre, ambos se sumergieron en silencio mientras leían atentamente sus libros. Especialmente Blaise, porque Ana enseguida entró en un trance donde no podía avanzar de renglón. Su mirada vagaba por las palabras negras una y otra vez hasta que sus ojos se cansaron de que su mente los interrumpiera.

Al parecer la conversación de la noche anterior no quería ser ignorada por su subconsciente.

Lentamente, Ana levantó su mirada hacia el chico y lo observó por unos segundos a través de sus ondulados mechones de cabello que se habían soltado de su coleta. Mientras que a Ana le parecía picar las manos y el cerebro, Blaise parecía estar de lo más bien, sentado en su lugar con la atención puesta al cien por ciento en su libro. Como si la noche anterior no la hubiese dejado plantada en frente de su sala común luego de que la Dama Gorda metiera su nariz en asuntos que no le correspondían.

Y por alguna extraña razón a Ana le comía la culpa.

—Perdón por lo de anoche —dijo ella sin saber exactamente a qué se refería.

Blaise tampoco parecía saberlo, por lo que cuando levantó su cabeza, la confusión era palpable en su rostro. Ana se irguió en su lugar y se aclaró la garganta antes de seguir hablando.

—Ya sabes, por lo que dijo la Dama Gorda. A veces es un poco imposible de lidiar pero tiene buenas intenciones. Creo.

—Ah, eso. Ya me había olvidado por completo —admitió Blaise encogiéndose de hombros como si no hubiese sido lo más vergonzoso que hubiesen pasado.

Mientras asentía, los dedos de Ana comenzaron a jugar con la manga de su túnica por el sentimiento de culpa que aún no se despegaba de su pecho. Ni con la seguridad con la que había hablado Blaise. Su ceño se frunció.

—¿Entonces dije algo anoche? Ya sabes... Porque te fuiste tan de repente.

Esta vez, Blaise encaró una ceja.

—No dijiste nada. Me fui porque la conversación ya se había terminado y no había nada más que decir.

Al escuchar aquello Ana se sintió como una idiota. No obstante, el alivio que recorrió su cuerpo fue suficiente para que un suspiro dejara sus labios y sus hombros se relajaran. El feo sentimiento que se había colocado en su pecho se derritió como un helado en verano y el vértigo se disipó entre sus dedos.

—Eso... Eso tiene mucho sentido —confesó ella mientras una sonrisa satisfecha se posaba en sus labios—. Bueno, me alegra que hayamos arreglado aquello.

Sintiéndose mucho mejor que minutos atrás, Ana continuó con su lectura, ignorando la fija mirada de Blaise en ella.

A medida que pasaban los minutos, la mente de Ana se sumergía en el profundo mundo que el libro en sus manos le proporcionaba. Había tanta información, que aunque no todo lo captase, parte de ella entraba en su cabeza. Por ejemplo, que una de las grandes similitudes con el mundo mágico y muggle tenían en común era que dejaban a un lado a la comunidad discapacitada, sin siquiera tenerlos en cuenta para nada de lo que realizaban. Asimismo, el autor resaltaba su experiencia durante sus años en Hogwarts, diciendo que...

—Mi plato favorito es el fufu y sopa de cabra.

«¿Qué?»

Al levantar su vista de las hojas del libro para mirar a Blaise, la concentración dentro suyo cayó como si fuese una torre de jenga. Las palabras del chico siendo el colmo del vaso. Ante la sorpresa, ninguna palabra coherente dejó la boca de Ana, sino que simplemente se lo quedó mirando aunque los ojos de Blaise ahora estuvieran fijados rígidamente en su libro abierto.

—Recuerdo que alguna vez dijiste que no hablaba lo suficiente de mí mismo, así que ahí lo tienes —se limitó a decir Blaise, hombros tensos.

La respuesta no respondía todas las dudas que comenzaron a rondar la cabeza de Ana, como el tema del comentario, pero de todas formas un sentimiento cálido se posó en su pecho mientras una pequeña sonrisa se posaba en sus labios. No era un evento usual escuchar a Blaise hablar de sí mismo, y si tenía que tomar migajas de información de aquella forma, Ana no se pondría en contra.

—¡Ah! Bueno, en ese caso, mi comida favorita es la chorrillana.

A Ana se le empezó a hacer agua la boca a medida que la imagen de aquella comida grasienta se hacía más presente en su cabeza. Extrañaba la comida de su abuela con todo su ser. Lo daría todo por un bocado de patatas fritas con huevo frito.

Se aclaró la garganta antes de darle su suma atención a Blaise.

—De igual forma... Si no quieres decirme acerca de temas personales, no hay presión alguna Blaise —admitió Ana dejando el libro a un lado para poder reclinarse hacia el chico—. Hablar de ti mismo no se refiere solamente a decirme lo que te gusta o no te gusta. Puedes hablarme acerca... veamos... ¡Puedes hablarme de tu día! De lo que hiciste en la mañana... o de lo que harás el fin de semana... cosas así.

Dentro suyo, Ana se burlaba de sí misma ya que quién era ella para dar consejos de sociabilización cuando ella misma no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Sin embargo, otra parte de ella admitía que estaba un paso mucho más adelante que Blaise en esa área.

Al escuchar los consejos de Ana, Blaise asintió con el ceño fruncido en suma concentración.

—Lo que he hecho esta mañana... —murmuró él, pensando en su respuesta—. Leí El Profeta.

—Ugh.

—Así es —afirmó Blaise con una mueca—. Fue... un desastre.

—Ni me lo digas —resopló Ana, recordando lo que había tenido que escuchar acerca de Umbridge—. Cada vez me cae peor esa mujer. Sin siquiera intentarlo me hace querer gritar y prenderla fuego. Es que en serio, ¿quién tiene las energías para ser tan... insoportablemente odiosa?

Ana se agarró la cabeza con ambas manos mientras Blaise seguía sus movimientos con su mirada.

—Te juro que tengo un millón de palabras para decirle pero literalmente mi salud mental no puede soportarlo. Prefiero mil veces sentarme en la clase de Snape para que me insulte y denigre antes de estar siquiera a cinco metros de esa mujer de sonrisa falsa y las clases más aberrantes del planeta... ¡Su clase!

Chillando, Ana se levantó con rapidez haciendo que su libro cayera al suelo y Blaise se fuese hacia atrás con incredulidad.

—Tengo una clase con ella ahora, no sé qué hora es y no quiero detención.

Lamentablemente, sin estar cerca de sus amigos el reloj interno de Ana no funcionaba. Luego de saludar rápidamente a Blaise, con la promesa de que podría contarle acerca de sus planes del fin de semana otro día, Ana corrió fuera del pasillo hacia la menos esperada última clase del día

Después de correr por varios minutos por el colegio —y de tropezar con la primera escalera que quiso llevarla automáticamente hacia abajo—, Ana llegó al pasillo donde el aula que anteriormente le había pertenecido a su padre se encontraba. A lo lejos, casi entrando en esta vio a tres figuras conocidas que se detuvieron al verla.

—¿Has corrido hasta aquí, Ana? —susurró Hermione recelosa.

—Por favor no le digas a Mary —dijo Ana, tomando su abdomen con dolor y sintiendo a sus piernas temblar como gelatina. Le dolía absolutamente todo.

Cuando entraron en el aula la encontraron tarareando y sonriendo. Harry y Ron les contaron a Ana y Hermione algo que había pasado en Adivinación entre Trelawney y Umbridge mientras los alumnos sacaban sus ejemplares de Teoría de defensa mágica, pero antes de que ninguna pudiera preguntar algo, la profesora Umbridge ya los había llamado al orden y todos se habían callado.

—Guarden las varitas —ordenó sin dejar de sonreír, y los estudiantes más optimistas, que las habían sacado, volvieron a guardarlas con pesar en sus mochilas—. En la última clase terminamos el capítulo uno, de modo que hoy quiero que abran el libro por la página diecinueve y empiecen a leer el capítulo dos, titulado «Teorías defensivas más comunes y su derivación». En silencio, por favor —añadió, y exhibiendo aquella amplia sonrisa de autosuficiencia, se sentó detrás de su mesa.

Ana no odiaba leer, pero en esos momentos quería arrancar cada página de aquel libro interminable con sus dientes. Se preguntaba si siempre había guardado tanta rabia en su cuerpo.

Estaba a punto de pasar las páginas a una velocidad extremadamente lenta, cuando se dio cuenta de que Hermione ya tenía una mano levantada.

La profesora Umbridge también la había visto, y no sólo eso, sino que al parecer había diseñado una estrategia por si se presentaba aquella eventualidad. En lugar de fingir que no se había fijado en Hermione, se puso en pie y pasó por la primera hilera de pupitres hasta colocarse delante de ella; entonces se agachó y susurró para que el resto de la clase no pudiera oírla:

—¿Qué ocurre esta vez, señorita Granger?

—Ya he leído el capítulo dos —respondió Hermione.

—Muy bien, entonces vaya al capítulo tres.

—También lo he leído. He leído todo el libro.

La profesora Umbridge parpadeó, pero recuperó el aplomo casi de inmediato.

—Estupendo. En ese caso, podrá explicarme lo que dice Slinkhard sobre los contraembrujos en el capítulo quince.

—Dice que los contraembrujos no deberían llamarse así —contestó Hermione sin vacilar— . Dice que «contraembrujo» no es más que un nombre que la gente utiliza para denominar sus embrujos cuando quieren que parezcan más aceptables. —La profesora Umbridge arqueó las cejas—. Pero yo no estoy de acuerdo —añadió Hermione.

«¡Tú dile, Hermione!» Exclamó Ana en su cabeza a pesar de no entender a qué se refería.

Las cejas de la profesora Umbridge se arquearon un poco más y su mirada adquirió una frialdad evidente.

—¿No está usted de acuerdo?

—No —contestó Hermione, quien, a diferencia de la profesora, no hablaba en voz baja, sino con una voz clara y potente que ya había atraído la atención del resto de la clase—. Al señor Slinkhard no le gustan los embrujos, ¿verdad? En cambio, yo creo que pueden resultar muy útiles cuando se emplean para defenderse.

—¡¿Ah, sí?! —exclamó la profesora Umbridge olvidando bajar la voz y enderezándose—. Pues me temo que es la opinión del señor Slinkhard, y no la suya, la que nos importa en esta clase, señorita Granger.

—Pero... —empezó a decir ella.

—Basta —la atajó la profesora Umbridge; a continuación, se dirigió a la parte delantera de la clase y se quedó de pie delante de sus alumnos; todo el garbo que había exhibido al principio de la clase había desaparecido—. Señorita Granger, voy a restarle cinco puntos a la casa de Gryffindor.

«Vieja amargada. Sapo asqueroso. Maldita. Maldita. Mal...»

—¿Por qué? —preguntó Harry, furioso.

—¡No te metas en esto! —le susurró Hermione, alarmada.

—Por perturbar el desarrollo de mi clase con interrupciones que no vienen al caso — contestó la profesora Umbridge suavemente—. Estoy aquí para enseñarles a utilizar un método aprobado por el Ministerio que no contempla la posibilidad de animar a los alumnos a expresar sus opiniones sobre temas de los que no entienden casi nada. Es posible que sus anteriores profesores de esta disciplina les hayan permitido más libertades, pero dado que ninguno de ellos, tal vez con la excepción del profesor Quirrell, que al menos se limitó a abordar temas apropiados para su edad, habría aprobado una supervisión del Ministerio...

Cada vez que Umbridge hablaba con aquel tono tan irritante, Ana más quería arrancarse los ojos de un tirón para no ver su rostro nunca más. Pero antes de que su rabia se convirtiese en extrema locura, Harry habló.

—Sí, Quirrell era un profesor excelente —dijo Harry en voz alta—, pero tenía un pequeño inconveniente: que por su turbante se asomaba lord Voldemort.

Ana mordió su lengua al sentir el silencio aplastante que los envolvió. Y entonces...

—Creo que le sentará bien otra semana de castigos, Potter —sentenció la profesora Umbridge sin alterarse.

«Ni en chiste»

•      •      •

Ana sabía que desde el día que había pisado los suelos de Hogwarts su misma presencia se había convertido en una carga un tanto molesta para varias personas que rondaban los pasillos del castillo. Por un lado tenía a Filch, que como cada estudiante, por alguna razón le hacía la vida cien veces peor por el simple hecho de respirar donde su escoba había tocado; luego estaba Madame Pince, que cuyo amor por la biblioteca de Hogwarts le había hecho prohibir más de mil situaciones para que no sucedieran en las cuatro paredes que resguardaban sus libros más preciados, y las que Ana había realizado más de una vez así ganando meses sin acceso al lugar. En tercer lugar se encontraba Snape, aquel profesor de Pociones al que Ana no escondió jamás su odio. Había un millón de razones por las que Ana era una molestia para él tanto como él lo era para ella... y sin embargo, Ana no cambiaría eso por nada en el mundo. Hacerle la vida imposible a Snape se había convertido en algo más que un propósito. Y así se llegaba a la cuarta persona, la cuarta víctima en un plan inexistente: Dumbledore.

Había varias formas de describir los sentimientos de Ana hacia su director. A veces ella agradecía su presencia, más en su primer año en Hogwarts luego de conocerlo por primera vez. Había habido una vez en donde Dumbledore parecía estar de su lado, donde sus acciones demostraban la dedicación que tenía a sus estudiantes, sus aliados; aquello era algo de admirar, algo que no fue excepción de Ana. Y sin embargo ahora sí lo era.

No sabía exactamente cuándo fue. Tal vez fue cuando no hizo nada para que Snape detuviese sus palabras venenosas y manchadas; o quizá fue cuando miró hacia otro lado cuando ella y Harry fueron forzados a participar en el Torneo de los Tres Magos. En verdad, la importancia no se trataba de cuándo, sino que ahora aquel sentimiento estaba allí y no había forma de que se fuese.

No cuando Harry lo necesitaba y él no se dignaba a mostrarse, no cuando había demostrado que todo era una estrategia para él el momento en que la envió a la mansión Zabini, no cuando todos parecían ser sus peones en un juego de ajedrez.

Había una combinación de decepción y odio en los sentimientos de Ana hacia Dumbledore. Y aunque sospechaba que él no la odiaba, jamás podría ignorar la mirada tan diferente con la que la miraba.

Porque al final del día ambos sabían que Ana nunca sería tan leal a él como la Orden, ni tan devota a él como Harry; y eso, en los planes de Dumbledore no servía.

Ana no servía.

Y como todo inservible, una molestia.

Cuando los pies de Ana frenaron en frente de la fea y gigante gárgola que resguardaba la oficina del director, su frente transpirada se alzó hacia sus ojos sin vida.

—No tengo la menor idea cuál es la contraseña —admitió con rabia—. Necesito hablar con Dumbledore. Por favor.

La estatua no se movió.

«¿Qué estás haciendo? Vete. No ayudará»

—¿Es que siquiera está ahí dentro? —rió Ana con amargura mientras sentía su cuerpo temblar de la rabia y el dolor. No había tomado ninguna poción aún.—. Sus contraseñas son raras, ¿no? Veamos... Caldero de chocolate.

Nada.

Ana pensó en más golosinas que sus amigos le habían traído de Hogsmeade.

—Píldoras ácidas. Plumas de azúcar. Meigas fritas.

Afortunadamente, Ana no tuvo que romperse más la cabeza para pensar en más golosinas ya que al nombrar la última, la gárgola se comenzó a mover. Y sin perder más tiempo, se adentró al ancho espacio donde se encontraba la escalera caracol que se movía continuamente hacia arriba, que la llevaría hacia la oficina. Una vez que se subió y escuchó a la gárgola de piedra cerrar la entrada con un sonido seco, su cabeza comenzó a dar vueltas en busca de un plan.

¿Qué exactamente le diría a Dumbledore? Como muchas de las acciones de Ana, aún no había formulado un plan cuando sus pies la guiaron impacientemente hacia la gárgola de piedra. Y mientras el escalón bajo sus pies se acercaba más a la puerta de roble que detrás escondía la gran oficina, la parte racional de ella le ordenaba que diese media vuelta mientras que la más emocional le decía que siguiese con su inexistente plan.

No tuvo mucho tiempo para decidir porque enseguida se presentó frente su nariz la puerta de roble en la que sobresalía la aldaba de bronce que representaba un grifo.

Ana alzó una mano y llamó tres veces con la aldaba de bronce, y antes de que la duda de si es que Dumbledore se encontraba en su oficina se adueñara de sus pensamientos, la puerta de roble se abrió por sí sola dándole el paso a su interior.

El interior del despacho era una vista asombrosa, no obstante Ana no estaba allí para distraerse con los artilugios de plata que giraban y emitían humo, ni con los retratos en movimiento, ni en nada que no fuese el hombre de barba blanca que ahora se encontraba sentado detrás de su escritorio lleno de pergaminos.

—Ah, es usted señorita Abaroa. Es una grata sorpresa verla aquí, pero me temo que esta conversación deberá aguardar pues ya entenderá que estoy...

—Lo siento, pero no me importa que esté ocupado —admitió Ana sin vacilar—. Puede que tenga cien asuntos sin resolver aún y aún así le voy a agregar uno. Soy una molestia por lo que actuaré como una lo más pronto posible, así que por favor escúcheme para que me vaya más rápido.

Los ojos celeste claro de Dumbledore la miraron fijamente a través de sus anteojos de media luna hasta que luego de un largo segundo silencioso asintió y le indicó que se sentara en el asiento frente él.

—¿Qué es lo que le preocupa, señorita Abaroa?

—Pues, ¿dónde comienzo? —murmuró Ana con amargura—. Voy a fijar lo obvio: Umbridge. Comprendo que no puede despedirla, sé que tiene muy poco poder sobre ella —si es que nada— y que permanecerá en Hogwarts por lo que reste su observación de locura. Ya he aceptado aquel devastador resultado pero aún así no me voy a quedar de brazos cruzados y al menos no pedir que usted resuelva algo...

Al sentir su puño temblar de la impotencia, su otra mano la tomó para detenerla.

—Sus formas de castigo son atroces. No sé en qué era se ha quedado pero ha visto aceptable a que la tortura vuelva a las paredes de Hogwarts. Es más, desde que comenzó el curso ha estado torturando a...

«Harry»

Se mordió la lengua para que el nombre de su amigo no saliese de su boca. Ana sabía que Harry nunca le perdonaría si lo mandaba bajo el carro por lo que se tragó sus palabras antes de continuar con su discurso.

—... Ha torturado a ciertos alumnos con una especie de pluma hechizada para grabar y lastimar sus pieles. Les ha dejado la piel tan destrozada y ensangrentada que no la pueden mover.

»Repito, sé que no la puede despedir. Sé de dónde viene ella y cuán al límite se encuentra usted... pero al menos necesito que me escuche. Necesito que haga algo... tal vez un rumor para que les llegue a los padres ya en el borde del límite... o quizá en vez de organizar lo que sea que haya estado ocupando su tiempo todo este tiempo, también se ocupe de los estudiantes que esperan de usted protección.

Con un suspiro, Ana levantó su mirada de sus nudillos blancos y frunció el ceño.

—No soy una estudiante modelo ni su favorita por kilómetros, pero aquí hay estudiantes que esperan por su ayuda cada día e incluso en estos tiempos son leales a usted. Y lo único que necesitan es que demuestre que sigue aquí por ellos.

La oficina de Dumbledore se quedó en un silencio solo siendo interrumpido por el suave sonido de Fawkes, quien comenzaba a despertar luego de un largo sueño. Pero luego de contemplar cuidadosamente sus palabras por unos minutos, Dumbledore asintió.

—Veré lo que puedo hacer.

Los hombros de Ana cayeron y mordió su labio con cansancio e impotencia.

«¿Qué es lo que pensabas? ¿Qué esperabas? Está ocupado con la Orden, tonta»

Con un asentimiento, Ana se levantó de su asiento, murmuró una despedida fría y se dio media vuelta para largarse lo más rápido de allí. Cabía decir que lo había intentado. Con muy poco humor yendo al final de la conversación pero no obstante lo había hecho.

Estaba a punto de abrir la gran puerta de roble cuando la voz firme de Dumbledore la hizo detenerse en seco con la mano en la perilla.

—Me recuerda a su madre —dijo Dumbledore en un tono que Ana no reconocía en él.

Su mano encerró el pomo de la puerta con fuerza.

—Escuché eso demasiadas veces. Viniendo de usted... ¿Es por eso que ella dejó la Orden? —inquirió Ana con un dejo extraño en sus ojos.

Dumbledore acomodó sus anteojos lentamente pero Ana siguió ignorándolo con su mirada fija en el pomo.

—Hay muchas cosas que se llevó consigo misma...

—Pero esto no fue una de ellas. Usted también formó parte de su decisión. Mamá se fue por usted, y la pregunta es... ¿Por qué?

—Faith siempre pensó que yo estaba allí para lastimar a ella y a los demás —admitió Dumbledore distantemente.

Por unos momentos ninguno habló. La oficina se sumió en una tensión entre respiros suaves y bajos hasta que Ana arrancó su mirada del pomo y miró sobre su hombro hacia el director que aún la miraba detrás del cristal. Su garganta se cerró y luego de mirar por un largo rato a Dumbledore, sus labios secos se abrieron.

—Está muerta, ¿no es así? Quizá usted no fue quien tuvo la varita alzada hacia ella... pero quién realmente sabe.

Dejando que las palabras amargaran el aire de la oficina, Ana giró el pomo y desapareció por la puerta de roble sin mirar atrás. Ya no había nada más que decir.

•      •      •

¡buenas, buenas y buenas!

hidden vuelve de su pausa y yo vuelvo de mi largo descanso (que consistió en estudiar para la facultad o(-<)

¿cómo están? ¿cómo les trató la vida estos tres meses? parecieron años más que tres meses ngl

muchísimas gracias por la paciencia que tuvieron y espero volver a ver a les viejes lectores por acá tanto como les que encontraron la historia ahora <3

el capítulo fue bastante tranqui en mi opinión, pero nos acercamos a momentos emocionantes para la historia !!!

espero que me sigan acompañando y les voy viendo estas semanas ♥

nos vemos la próxima actualización

•chauuu•

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