𝐟𝐢𝐟𝐭𝐲 𝐞𝐢𝐠𝐡𝐭
"Prueba y error"
Fue una mañana extraña para Ana. Al no poder concentrarse en las clases del día, después de cada una se llevó tarea extra por no haber tenido éxito durante las mismas. Pero parte de ella misma se preguntaba sí alguien podía culparla; estaba a punto de contarle absolutamente todo a Blaise Zabini. ¿Quién no se sentiría nervioso en sus zapatos?
Luego de preguntarle a Blaise en la lechucería si podía ayudarla, y luego de que él aceptara con la idea de juntarse aquella misma tarde en el escondite de siempre, Ana había perdido la noción del presente. Una sensación desconocida recorría su cuerpo y no podía ponerle un nombre aunque pensara con todo su ser; era una mezcla entre pánico y alivio, entre determinación y duda. Sabía que Blaise y ella eran amigos, pero aún así no sabía si estaba preparada para ponerlo al tanto de todo lo que había estado sucediendo con ella.
No obstante, tal vez aquella sería la cura de su locura.
Cuando llegó en frente de la estatua que escondía la entrada al pequeño escondite que ella y Blaise habían usado los últimos tres años, Ana se detuvo en seco y apoyó una mano sobre el mármol blanco de la figura estática, de ojos distantes, fríos y completamente pintados. ¿Y si Blaise se arrepentía?
No sería la primera vez que su mundo alejaba a otra persona.
Antes de que sus pensamientos lograran hundirla más, la cabeza de Blaise se asomó por el angosto espacio entre la pared y la estatua.
—Ah, ya has llegado. Ven, entra.
Sin poder tomar un respiro, Ana se adentró al escondite con el corazón en la garganta y la cobardía entre sus patas. ¿Por qué había creído que aquello sería una buena idea? El pensamiento de que podría estar descansando en su cama mientras sus secretos estaban bien guardados en lo más profundo de su cabeza hizo que se arrepintiera aún más. No obstante, cuando Blaise le indicó que se sentara frente a él, le hizo caso.
Ambos se quedaron en silencio por unos minutos, el ruido de la lluvia fue lo único que se escuchaba en aquel pequeño escondite, y los ojos de Ana estaban fijos y a la vez distantes en la lluvia que golpeaba contra el cristal de una de las ventanas. Fue solamente cuando Blaise se cansó de esperar a que Ana diera el primer paso, que suspiró y habló.
—Hoy a la mañana me has dicho que te ayudara en algo, ¿en qué necesitas ayuda?
Ana entrelazó sus dedos y bajó su mirada para que él no pudiese verla a los ojos.
—Bueno... mira... si después de esto no... no quieres ayudar... Es decir... es un poco demasiado... te entendería por completo si te niegas...
Blaise se cruzó de brazos, para nada impresionado por el súbito arrepentimiento de Ana.
—Antes de retractarte, ¿por qué no me dices exactamente en qué te tengo que ayudar? —sugirió él, ceja encarada y tono punzante. Luego de diez segundos añadió:—. Pero solo si quieres. Ah, espera, casi me olvido.
De la nada, Blaise metió una mano en uno de sus bolsillos y antes de que Ana pudiera reaccionar, le tendió una pequeña bolsa de seda negra. Luego de observar con más atención, Ana se dio cuenta de que se trataba de un paño que envolvía algo dentro de él.
—Supuse que te vendría bien —dijo él encogiéndose de hombros una vez que Ana tomó el paño en sus manos—. Cuando fui con Hannah a las cocinas recordé que las habías mencionado.
Curiosa, Ana abrió el paño atado y un suspiro salió de sus labios al ver lo que le había llevado. Galletas de jengibre. Sus favoritas.
«Lo recordó»
—Gracias... —murmuró Ana tomando una en sus manos. Se le hizo agua la boca hasta que se aclaró la garganta y asintió con firmeza. Su confianza había vuelto en forma de adrenalina—. No voy a perder más tiempo, lo siento. Sí quiero contarte, solo que no sé por dónde comenzar.
—¿Por qué no empiezas desde el comienzo? —dijo Blaise antes de apoyar su pie derecho en su regazo. Ana le dio un mordisco a la galleta.
—¿Desde el comienzo? ¿Debería...? ¿Debería empezar por mi nacimiento?
—Tal vez no desde tu...
—¡Espera! —Ana rió con amargura—. Sí debo empezar desde allí... Dios... Bueno, esto va a tomar un tiempo largo y es demasiado, prepara tus oídos y si debo detenerme, por favor dímelo...
Y sin darle tiempo a su cabeza a que se enredara nuevamente con sus pensamientos, Ana vertió su vida entera a Blaise. Como había dicho ella, comenzó hablando acerca del día en que Faith había dado luz en la casa de Berenice Babbling y el costo de su vida; le habló acerca de las pesadillas de su madre, las inquietudes de Peter Pettigrew y su acto final; le recordó acerca de los luminicus y todas las visiones y pesadillas que había tenido a lo largo de aquellos tres años; y finalmente, le contó acerca de aquella conversación que había tenido con la voz etérea luego de salvarle la vida a Cedric. Aquella propuesta de un futuro acuerdo que salvaría su vida: la profecía.
Si era sincera consigo misma, Ana no recordaba con exactitud lo que le había dicho aquella luz tan extraña, pero sí recordaba que había hablado de dos temas en particular: quien había sido besado por el sol, y aquella persona de la que no debía confiar, aquella persona que iba a traer victoria para sí misma.
E igual que meses atrás, Ana no sabía la significancia de nada.
Cuando Ana terminó de hablar, ya no habían galletas en el paño negro; el atardecer se había asomado en forma de oscuridad en el cielo; y Blaise tenía una mano en su boca mientras parecía querer repensar toda aquella locura. Su rodilla izquierda no paraba de agitarse.
Aunque Blaise debería ser la única visión en la que debería estar puesta su mirada, Ana observaba fijamente el fuego de una de las antorchas. Su llama naranja y amarilla hacía que sus ojos ardieran, su movimiento los cristalizaba, y su color mantenía su atención, así no tenía que preocuparse por chocar contra la estresada expresión del chico en frente suyo. Ana se sentía pésimo de haberle dado tanta información en un santiamén, pero ya no podía volver en el tiempo. Ya no tenía un giratiempo.
—Déjame ordenar todo este caos —murmuró Blaise luego de unos segundos. La mirada de Ana aún distante a la de él—. Aquellos... luminicus no son el único problema que padeces, tus pesadillas no solo revuelven alrededor de ellos, y la luna no es el único factor en todo esto.
—Sí.
—Además de todo aquello, eres parte de una profecía —Ana asintió—, has hablado con un ente místico que al parecer te salvó la vida... y debes encontrar a alguien con la extraña característica de haber sido besado por el sol. El sol.
—Mhm. Lo has sacado de una.
—Y cabe mencionar el detalle en que tú has traído de la muerte a Cedric Diggory, quien ahora parece estar sufriendo de los mismos efectos que tú.
El ceño de Ana se frunció y tiró de sus mechones de cabello.
—Y eso es lo que no entiendo —masculló Ana en lamentación—. ¿Cómo es que Cedric, de todas las personas, puede tener estas malditas pesadillas y escuchar aquella maldita voz? ¿Aún después de todo por lo que ha pasado?
Blaise encaró una ceja, observando lentamente a Ana que todavía se negaba a mirarlo.
—Creí que aquello era lo más lógico de todo esto —admitió él—. La razón de que Diggory pueda escuchar aquella voz es, simplemente, por ti. Hagamos un resumen de los acontecimientos: Cuando tu naciste, tu madre tuvo las mismas pesadillas... escuchaba la voz y veía aquella luz extraña, tal como tú. Y ahora que has traído a Diggory a la vida (como tu madre ha hecho contigo), aparenta haber experimentado los mismos efectos secundarios. La pregunta es: ¿Cómo has hecho para traerlo a la vida?
Por primera vez en horas, Ana lo miró con los ojos abiertos. Su boca estaba semi abierta, mientras que Blaise parecía un poco más tranquilo luego de procesarlo por un rato.
—Yo... Nunca se me hubiese ocurrido aquello... creo que estoy muy dormida... Dios... no puedo creer que esté sufriendo todo esto por mí...
—Me he de imaginar que es un destino mucho mejor que la muerte.
—...Me siento terrible... —Ana le hizo caso omiso a Blaise mientras seguía sus lamentos—. ¿Y me preguntas cómo hice para salvarlo? ¡No tengo una maldita idea! Estuve todo el año tratando de responder aquella pregunta, pero anda. Lo único que obtuve fueron más respuestas porque nadie se digna a darme una solución concreta. Berenice Babbling no me ha escrito en meses; papá está ocupado con... con su trabajo; esa estúpida luz, en vez de aparecer en mis sueños, ha recurrido a molestar a un chico que ha tenido un año de sufrimiento infernal; y no...
Ana rió con amargura, sus ojos cayeron hacia el paño negro con una "B" bordada en uno de los bordes.
—Y no le has contado a nadie más que a mí —terminó Blaise, postura erguida y brazos nuevamente cruzados en su pecho—. Ni siquiera a tus amigos.
Una sonrisa cansada y triste se asomó en los labios de Ana cuando levantó su mirada hacia Blaise.
—... Ya tienen demasiados problemas que resolver. No quiero imponer otra carga más...
—No parecías tampoco muy emocionada en contarme —apuntó él. Ana no pudo negarlo.
—Eso es porque no lo estoy —Ana suspiró y lentamente comenzó a sacar las migajas de las galletas del paño oscuro—. No quiero ponerte en apuros, Blaise... pero no tengo a nadie más en quien recurrir... y me siento cansada. Disculpa si te sientes presionado en ayudar, ayer fui muy abrupta con mi petición. Estoy agradecida de que me hayas escuchado divagar, pero si es que no quieres ayudar, no tienes por qué pensarlo dos veces. No es una obligación, y prefiero que estés cómodo, en vez de que cargues con otro peso sobre tus hombros. Estoy segura de que ya tienes tus propios problemas sin resolver y...
—Quiero ayudar —la cortó Blaise, levantando una mano para que lo escuchara—. Tal vez necesite reprogramar mis horarios, pero quiero ayudar. Preferiría que no tengas que enfrentar todo esto por ti misma. Soy... soy tu amigo después de todo.
Sin decir nada, Ana se abalanzó hacia Blaise y rodeó su cuello en un abrazo antes de esconder su rostro en el hueco entre su hombro y cuello.
—Gracias —susurró contra su piel.
Blaise no supo cómo reaccionar. Sus manos arañaron el aire, no queriendo tocar la suave textura del suéter de Ana; su piel se erizó al sentir el aliento de ella chocar contra su piel; y sintió cosquillas al sentir sus pestañas tocar su cuello. Cuando el aire llegó a sus pulmones y su corazón dejó de latir con la rapidez de un caballo, relajó su cuerpo y ordenó a sus manos a devolver el gesto... pero Ana ya se había ido.
—En serio, gracias —repitió Ana con una sonrisa más liviana; su cuerpo más liviano—. Uf, me siento liviana ¿es normal?
Un suspiro ligero salió de sus labios y asintió con tranquilidad en la punta de sus pies. La tensión había disminuido, ahora su cuerpo no se sentía a punto de romperse. Cerró los ojos y estiró su cuerpo, haciendo que varios nudos se quebraran con el movimiento. Estaba a punto de hacer sonar su cuello, cuando sintió la mano de Blaise en su hombro.
Los ojos de Ana se abrieron de repente y miró a Blaise, que la observaba desde su asiento. Ninguna palabra salió de él por más de diez segundos, por lo que Ana abrió la boca para preguntar qué sucedía, pero finalmente habló.
—Deberías ir a dormir. Te ves terrible, Abaroa.
La mandíbula de Ana cayó.
—Estábamos teniendo un momento bonito, ¿y me dices eso? —murmuró ella aunque luego de unos segundos suspiró y asintió—. Bueno, ya sé. Sí, tienes razón, debería ir a dormir, me siento terrible.
Blaise asintió sin decir nada más y dejó caer su mano sobre el banco de mármol. Ana acomodó unos mechones de cabello detrás de sus orejas y miró de reojo a la salida.
—Eh... el paño voy a lavarlo y en estos días te lo devuelvo —dijo ella levantando el pañuelo negro. Blaise negó la cabeza.
—Quédatelo. Tengo cinco más.
—Oh... pues gracias —Ana guardó el pañuelo en su bolsillo antes de caminar de espaldas hacia la salida—. Este... con respecto a tu ayuda... ¿Qué te parece mañana? Nos podemos juntar en la biblioteca... pero no puedo sacar ningún libro.
—Mañana está bien... pero me parece que será mejor reunirnos aquí. Estos días va demasiada gente a estudiar allí.
—Cierto, bien pensado...
La espalda de Ana chocó suavemente contra la pared. Parecía que ni esta quería dejarla escapar de un momento tan incómodo como aquel. Ana sonrió cohibida. Aunque le diese un poco de gracia la interacción, sentía paz en su interior.
—Gracias de nuevo, Blaise. Me... me has salvado realmente.
Sin esperar a que aquella situación se volviera más ridícula, Ana salió del escondite para dirigirse hacia la Torre de Gryffindor y finalmente descansar.
• • •
La mañana siguiente, Ana se sintió tan energética que fue la primera en levantarse. Podía darle las gracias a un descanso de más de ocho horas, o al hecho de que, por primera vez en semanas, se sentía liviana. Luego de escribir el ensayo de Herbología con rapidez y la certeza de que sacaría un regular por tal hecho, Hermione se acercó a ella mientras cepillaba su cabello con su peine ahuecador.
—Buenos días, Ana. ¿Cómo te encuentras?
Una vez que escribió el último punto en su pergamino, Ana dejó caer su bolígrafo en la mesa y le sonrió.
—Hola, Hermione. Me siento muy bien, gracias por preguntar.
Hermione no pareció satisfecha y se sentó en el borde de la cama de Ana con una mueca pintada en sus labios.
—Bueno... Sí te ves mejor que ayer (teniendo en cuenta de que noté que no prestaste atención a clases), pero ¿estás segura? ¿Qué fue lo que pasó ayer?
—Ah, eso... —dijo Ana mientras guardaba el pergamino en su mochila—. No te preocupes, fue simplemente una noche larga de insomnio, pero no fue nada que dormir por varias horas no pudiera resolver.
Hermione apretó sus labios en una fina línea, y mientras acariciaba el lomo de Basil, su ceño se fruncía más. Fue solamente cuando Ana colgó su mochila en sus hombros que dejó salir un suspiro de derrota.
—Está bien, pero sabes que puedes contarme todo, ¿no?
Ana sonrió tímidamente.
—Sí, lo sé.
Hermione suspiró nuevamente, pero se levantó de la cama y asintió; dejó su peine en su propia mesa de luz y colgó su mochila en sus hombros.
—Bien, entonces puedo contarte cómo fue la reunión del lunes —al sentir la mirada de curiosidad de Ana, Hermione prosiguió—. Bueno, como me esperaba, Rhiannon se rió de mí... pero como siempre, se sumó a la idea. No me sorprendí en lo absoluto, pero me preocupa que siempre se sume a todo... A Ameqran le ha gustado la idea, y como te había dicho la otra vez, Tenzin también la apoyó. Y Dian, pues ella dijo... bueno, en realidad no dijo mucho, pero creo que no le disgustó la idea. Solo que apreciaría más si tú le pleantearas todos los detalles por ti misma; no le gustan los mensajeros.
Ana asintió lentamente mientras bajaban por las escaleras angostas que llevaban a la sala común.
—Entonces tendré que hablarle uno de estos días... Debo encontrar un horario en el que tenga tiempo, pero le hablaré.
Hermione asintió con una sonrisa, cuando Harry y Ron se acercaron a ellas, vistiendo una sonrisa ellos mismos.
—Hemos encontrado un sitio para la primera reunión —dijo Harry—. Hoy mismo a las ocho de la noche nos encontraremos con todos.
Ana, Hermione, Harry y Ron habían dedicado gran parte del día a buscar a los compañeros que habían firmado en la lista para decirles dónde iban a reunirse aquella noche. Lamentablemente para Ana, la ayuda de Blaise tuvo que posponerse para otro día cuando le dijo dónde deberían reunirse; finalizada la cena, estaba segura de que todos los participantes de la reunión habían sido notificados.
A las siete y media, los cuatro amigos salieron de la sala común de Gryffindor. Harry llevaba el Mapa Merodeador en una mano. Los alumnos de quinto curso podían estar en los pasillos hasta las nueve en punto, pero aun así los cuatro volvían continuamente la cabeza, nerviosos, mientras se dirigían hacia el séptimo piso.
Al parecer, el sitio que Harry había encontrado había sido por boca de Dobby. Se trataba de la llamada "Sala de Menesteres" y era una habitación mágica, que aparecía solamente cuando alguien tenía una verdadera necesidad. En otras palabras, el lugar perfecto para entrenar.
—Un momento —dijo Harry al llegar al final del último tramo de escaleras, y desenrolló el mapa. Le dio un golpe con la varita y recitó en voz baja—: ¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!
El mapa de Hogwarts apareció en la superficie en blanco del pergamino. Unos diminutos puntos negros móviles, etiquetados con nombres, mostraban dónde se encontraban en aquel momento algunas personas.
—Filch está en el segundo piso —afirmó Harry acercándose el mapa a los ojos—. Y la Señora Norris está en el cuarto.
—¿Y la profesora Umbridge? —le preguntó Hermione, inquieta.
—En su despacho —contestó él, y lo señaló—. Bien, sigamos. —Echaron a andar a buen ritmo por el pasillo hasta un tramo vacío de pared frente a un enorme tapiz—. Muy bien —dijo Harry en voz baja—. Dobby dijo que teníamos que pasar tres veces por delante de este trozo de pared, concentrándonos en lo que necesitamos.
Así lo hicieron: dieron media vuelta bruscamente al llegar a la ventana que había más allá del tramo vacío de pared, y luego regresaron al alcanzar el jarrón del tamaño de una persona que había en el otro extremo. Ron tenía los ojos cerrados con fuerza, Hermione susurraba algo, Harry tenía los puños apretados y miraba al frente y Ana tenía los ojos tapados con una mano.
«Necesitamos un sitio donde aprender a defendernos... —pensó—. En especial un sitio donde practicar... Un sitio donde no puedan encontrarnos...»
—¡Miren! —exclamó Hermione cuando se dieron la vuelta después de hacer el recorrido por tercera vez.
Una puerta de brillante madera había aparecido en la pared. Harry extendió un brazo, agarró el picaporte de latón, abrió y entró. El lugar era enorme y con la luz más intensa de todo el castillo, tanto que Ana tuvo que cerrar los ojos al entrar detrás de Hermione.
Las paredes estaban cubiertas de estanterías de madera, y en lugar de sillas había unos enormes cojines de seda en el suelo. En unos estantes, en la pared del fondo de la sala, se veían una serie de instrumentos, como chivatoscopios, sensores de ocultamiento y un gran reflector de enemigos rajado.
—Esto nos vendrá muy bien cuando practiquemos hechizos aturdidores —comentó Ron con entusiasmo dándole unos golpecitos con el pie a uno de los cojines.
—¡Y miren los libros! —gritó Hermione, emocionada, mientras pasaba un dedo por los lomos de los grandes volúmenes encuadernados en piel—. Compendio de maldiciones básicas y cómo combatirlas... Cómo burlar las artes oscuras... Hechizos de autodefensa... ¡Uf! — Radiante, se volvió y miró a Harry—. Esto es fabuloso, Harry. ¡Aquí está todo lo que necesitamos!
—No puede ser —dijo Ana mirando un punto lejano, y llamando la atención de sus amigos cuando rió—. ¡Já!
Trotó hacia donde su mirada estaba fija, y cuando se acercó admiró el saco de boxeo con soporte. Era una gran masa de cuerina, tres cabezas más altas que Ana.
—¿Es eso...? —murmuró Harry caminando hacia ella. Ana rió nuevamente.
—¡Ya lo creo! Imaginate que aprendamos a golpear al estilo muggle... No me importaría darle un golpe a Malfoy de vez en cuando.
—Pero ninguno de nosotros sabe boxear, Ana —espetó Hermione, ya sentada en uno de los cojines con un libro abierto.
—Por ahora —sonrió ella.
Después de unos momentos oyeron unos golpecitos en la puerta. Ana se dio la vuelta. Habían llegado Ginny, Neville, Lavender, Parvati y Dean.
—Este sitio se ve genial —admiró Parvati luego de saludar a Ana.
—Añadiría un poco de rosa, pero no se ve mal —añadió Lavender, pero luego de unos segundos señaló asombrada hacia el techo—. ¡Miren!
Ana y Parvati levantaron sus miradas y vieron guirnaldas rosadas y floreadas rodear la habitación. Asimismo, flores rosadas hicieron apariencia en algunos rincones.
A las ocho en punto todos los cojines ya estaban ocupados. Harry fue hacia la puerta y giró la llave que había en la cerradura con un ruido lo bastante fuerte para convencer a los asistentes; éstos, por su parte, guardaron silencio y se quedaron mirando a Harry. Ana, que había encontrado un lugar al lado de Blaise, se cruzó de brazos antes de mirarlo.
—Bueno —dijo Harry un poco nervioso—. Éste es el sitio que hemos encontrado para nuestras sesiones de prácticas, y por lo que veo... todos lo aprueban.
—¡Es fantástico! —exclamó Cho, y varias personas expresaron también su aprobación.
—Qué raro —comentó Fred echando un vistazo a su alrededor con la frente arrugada—.
Una vez nos escondimos de Filch aquí, ¿te acuerdas, George? Pero entonces esto no era más que un armario de escobas.
—Oye, Harry, ¿qué es eso? —preguntó Dean desde el fondo de la sala, señalando los chivatoscopios y el reflector de enemigos.
—Detectores de tenebrismo —contestó Harry, y fue hacia ellos sorteando los cojines—. Indican cuándo hay enemigos o magos tenebrosos cerca, pero no hay que confiar demasiado en ellos porque se les puede engañar... —Miró un momento en el rajado reflector de enemigos, y luego se dio la vuelta—. Bueno, he estado pensando por dónde podríamos empezar y... —Vio una mano levantada—. ¿Qué pasa, Hermione?
—Creo que deberíamos elegir un líder —sugirió ella.
—Harry es el líder —saltó Cho mirando a Hermione como si estuviera loca.
—Sí, pero creo que deberíamos realizar una votación en toda regla —afirmó Hermione sin inmutarse—. Queda más serio y le confiere autoridad a Harry. A ver, que levanten la mano los que opinan que Harry debería ser nuestro líder.
Todos levantaron la mano, incluso Zacharias Smith, aunque lo hizo sin entusiasmo.
—Bueno, gracias —dijo Harry avergonzado—. Y... ¿Qué pasa, Hermione?
—También creo que deberíamos tener un nombre —propuso alegremente sin bajar la mano—. Eso fomentaría el espíritu de equipo y la unidad, ¿no les parece?
—Podríamos llamarnos Liga AntiUmbridge —terció Angelina.
—O Grupo Contra los Tarados del Ministerio de la Magia —sugirió Fred.
—Yo había pensado —insinuó Hermione mirando ceñuda a Fred— en un nombre que no revelara tan explícitamente a qué nos dedicamos, para que podamos referirnos a él sin peligro fuera de las reuniones.
—¿Entidad de Defensa? —aventuró Cho—. Podríamos abreviarlo ED y nadie sabría de qué estamos hablando.
—Sí, ED me parece bien —intervino Ginny—. Pero sería mejor que fueran las siglas de Ejército de Dumbledore, porque eso es lo que más teme el Ministerio, ¿no?
Ana sonrió ante el comentario, aunque por dentro su disgusto hacia Dumbledore hizo que sus dedos ardieran en su ropa.
—¿Están todos a favor de ED? —preguntó Hermione en tono autoritario, y se arrodilló en el cojín para contar—. Sí, hay mayoría. ¡Moción aprobada!
Clavó el trozo de pergamino donde habían firmado todos en la pared, y en lo alto escribió con letras grandes:
EJÉRCITO DE DUMBLEDORE
—Muy bien —dijo Harry cuando Hermione se hubo sentado de nuevo—, ¿empezamos a practicar? He pensado que lo primero que deberíamos hacer es practicar el expelliarmus, es decir, el encantamiento de desarme. Ya sé que es muy elemental, pero lo encontré muy útil...
—¡Vaya, hombre! —exclamó Zacharias Smith mirando al techo y cruzándose de brazos—. No creo que el expelliarmus nos ayude mucho si tenemos que enfrentarnos a Quien-tú-sabes.
—Zacharias, por favor, cállate, por Merlín no paras de criticar, ¿no es así? —masculló Hannah volviéndose tan roja como el cabello de los Weasley—. ¿Por qué no vas tú a enseñar que tanto sabes de defensa?
Eso fue suficiente para hacer que Smith cerrara la boca, dejando a Harry seguir hablando.
—Ya que eso está resuelto... Podríamos dividirnos en parejas y practicar.
Todos se pusieron en pie a la vez y se colocaron de dos en dos. No fue una sorpresa que Ana se quedara al lado de Blaise que no parecía querer moverse de su lugar.
—Tengo que advertirte que soy terrible con encantamientos de defensa y ataque —susurró Ana cuando se colocaron uno enfrente del otro—. Los duelos no son lo mío.
Blaise levantó un poco la comisura de sus labios al igual que una ceja.
—Entonces mejor serán las clases.
De pronto, la sala se llenó de gritos de ¡Expelliarmus! Las varitas volaban en todas direcciones; los hechizos mal ejecutados iban a parar contra los libros de las estanterías y los hacían saltar por los aires. En cambio, los hechizos de Ana de vez en cuando paraban en sí misma como si a su varita le gustara verla sufrir.
—No me humilles más —espetó Ana masajeando su espalda luego de haber sido tirada contra el suelo por culpa de su magia.
—Y aún creo que ninguno de mis hechizos ha golpeado contra ti —dijo Blaise cuando se acercó a ella, e hizo que Ana riera amargamente.
—Já, já... Ahora no solamente mi varita me humilla, pero tú también.
Blaise sonrió y le tendió una mano que Ana aceptó sin otra palabra.
—Puede que no sea un experto, pero sospecho que tu problema es que no estás concentrada en el blanco —explicó él mientras volvía hacia su lugar, a lo que Ana resopló.
—Creo que estoy más que concentrada en que tú eres el blanco.
—Pues yo no lo creo.
—Pues yo creo que sí —dijo Ana, harta de su poco control de la varita y de que Blaise insistiera en ello.
—Insisto en que creo que tu problema es que no quieres en serio golpearme.
—Bueno, si no quería antes en serio quiero ahora —susurró ella bajo su aliento antes de levantar su varita—. Creo que sabría si no estoy lo suficiente concentrada.
Blaise la observó por un rato hasta que se encogió de hombros, varita apuntando a Ana.
—O tal vez eres demasiado débil.
Cuando la ofensa pasó por los oídos de Ana, un jadeo de incredulidad cayó de sus labios mientras que su ceño se frunció. Sin siquiera pensarlo, enderezó su postura y gritó:
—¡Expelliarmus!
Con rapidez, una luz escarlata y brillante salió de la punta de la varita de Ana y con un golpe seco le dio a la varita de Blaise, que voló por los aires antes de caer en la mano izquierda de Ana. Una sonrisa de emoción se coló en sus labios y no pudo contener el salto de felicidad que dio unos segundos después.
—¡Já! ¡Lo logré...! Ah... ya sabías que iba a suceder, ¿no? —dijo Ana bajando sus brazos luego de notar la mirada de Blaise en ella mientras se acercaba a buscar su varita.
—El roble inglés no es exactamente la mejor madera para hechizos de lucha, por lo que el portador debe concentrarse aún más en ellos. —explicó Blaise ahora con su varita en mano. Ana no pudo evitar mirarlo con incredulidad.
—Primero, ¿cómo puedes decirme que no eres un experto y después caerme con algo como aquello? Segundo, ¿cómo es que sabes tantas cosas? Tercero, ¿cómo es que sabes de qué madera está hecha mi varita?
Blaise se encogió de hombros.
—Primero, no soy ningún experto puesto que jamás he tenido que usar los hechizos en la vida real como Potter; segundo, leo; tercero, me lo has dicho una vez con las incontables cosas que me has contado injustificadamente.
«Huh, me había olvidado de lo último»
Asintiendo, y un poco más tranquila, Ana observó a sus alrededores para observar a sus compañeros practicar, cuando sus ojos chocaron con Hannah tirando hechizo tras hechizo contra Zacharias Smith. Era gracioso ver el rostro estupefacto del chico.
—Mira, Hannah sí que está muy concentrada.
—Es muy competitiva —admitió Blaise, sus brazos estaban cruzados mientras una sonrisa se asomaba en la comisura de sus labios mientras observaba a Hannah asustar a Smith—. Pero también quiere destrozar a Smith luego de todo lo que ha dicho.
A Ana aquello sí que no la sorprendía.
De repente el sonido agudo de un silbato hizo que Ana saltara en su lugar, miró a todos lados hasta que el familiar rostro de Harry se presentó en su vista mientras bajaba el silbato de sus labios.
—No está mal —dijo Harry cuando obtuvo la atención de todos— pero todavía pueden mejorar mucho. Volvamos a intentarlo.
Ana y Blaise se miraron de reojo, y luego de encogerse de hombros siguieron practicando el hechizo. La hora se pasó rápidamente mientras ambos practicaban, y cuando luego de hacer volar la varita de Blaise por quinta vez (cuando él lo había hecho más de diez veces), volvieron a escuchar el silbato de Harry sonar. Los estudiantes dejaron de gritar «¡Expelliarmus!» y las dos últimas varitas cayeron al suelo.
—Bueno, ha estado muy bien —comentó Harry—, pero la sesión se ha prolongado más de lo previsto. Tenemos que dejarlo aquí. ¿Quedamos la semana que viene a la misma hora en el mismo sitio?
—¡Antes! —exclamó Dean Thomas con entusiasmo, y muchos compañeros asintieron con la cabeza.
Angelina, en cambio, dijo:
—¡La temporada de quidditch está a punto de empezar y el equipo también tiene que practicar!
—Entonces el próximo miércoles por la noche —determinó Harry—. Ya decidiremos si hacemos alguna reunión adicional. ¡Ahora será mejor que nos vayamos!
Cuando fue el turno de Blaise de irse junto a Hannah, Cedric y Ernie, Ana le agradeció por ir a la reunión y no dejó de sonreír hasta que todos los demás ya se habían ido y la dejaron a ella, Hermione, Harry y Ron solos.
—Eso ha sido genial —admiró Ana sin poder dejar de sonreír. No había sentido tanta adrenalina en semanas; parecía ser que ni el cansancio que había sentido días atrás podía detenerla.
—Sí, ha sido estupendo, Harry —confesó Hermione con un asentimiento.
—¡Sí, genial! —coincidió Ron, entusiasmado. Salieron por la puerta y vieron cómo ésta volvía a convertirse en piedra—. ¿Has visto cómo he desarmado a Hermione, Harry?
—Sólo una vez —puntualizó ella, dolida—. Yo te he desarmado muchas más veces que tú a mí.
—No te he desarmado sólo una vez; han sido como mínimo tres.
—Sí, claro, contando la vez que has tropezado y al caerte me has quitado la varita de un manotazo.
Ana escondió una risa a través de tos falsa, y mientras caminaban a escondidas hacia la Torre de Gryffindor, observó a sus dos amigos pelear entre susurros distraídamente. Realmente había sido una buena noche.
• • •
El día posterior a la reunión del ED, Ana no pudo evitar sonreír todo el día aunque sus músculos sollozaran del dolor cada vez que se movía y su caminar era lento por tal razón. Luego de una hora de Herbología, que representaba la última clase del jueves, Ana se dirigió hacia el escondite de siempre sin preámbulos. Esta vez, lo único que llevó consigo misma fue el libro de versos que Blaise le había prestado de la biblioteca de su casa durante el verano. Antes de siquiera empezar con la investigación pesada y profunda, debían primero descifrar a quién era que el poema se refería.
«¿Dorado beso en piel perfecta, soleado tono en ojos tierra? Eso describe a la mitad de la población mundial» pensó Ana, con los ojos fijos en el poema de Fulbert Dupont.
Estaba a punto de entrar al escondite, pero notó que Blaise la esperaba fuera de este, con brazos cruzados y rostro neutro. Su uniforme estaba impecable, y no parecía para nada cansado de la práctica del día anterior a diferencia de Ana.
—Ah, Blaise, perdón por llegar un poco tarde, fui a buscar el libro de poemas del que te conté... ¿Entramos? —preguntó ella cuando llegó frente suyo, pero Blaise negó con la cabeza.
—Luego de pensarlo un poco, me pareció mejor ir a la biblioteca e investigar desde allí. Antes de empezar con todas las respuestas que debes encontrar, me pareció necesario que primero busquemos acerca de la vida del autor del libro de poemas —explicó él con una mano extendida para agarrar el libro, y cuando Ana se lo dio y él leyó el nombre del autor, siguió explicando—. Necesitamos saber acerca de su vida, tal vez con biografías, textos académicos, otros libros... Es crucial que comprendamos la razón de este poema y lo que lo llevó a escribirlo...
Blaise leyó de manera rápida el verso, y Ana se cruzó de brazos al ver la fina línea que se había presentado en sus labios.
—¿Alguna idea?
—No. Mitad de la población mundial tiene ojos marrones y piel bronceada.
«¡Eso es lo que dije yo!»
—Entonces vayamos a la biblioteca, ¿sí? —dijo Ana con una sonrisa luego de volver a tener el libro en sus manos.
Cuando llegaron al pasillo de la biblioteca, decidieron que para no ser vistos juntos Ana fuera la primera en entrar y hablar con Madame Pince. Al entrar a la habitación llena de estanterías y velas cálidas, los ojos fríos de la bibliotecaria se fijaron en ella con disgusto; por su parte, Ana sonrió tímidamente mientras sus pies se arrastraban por el suelo hacia donde ella estaba, tampoco queriendo interaccionar con la mujer.
—Buenas tardes, Madame Pince...
—Señorita Abaroa, espero que no haya venido a molestar... —espetó en un susurro Madame Pince, a lo que Ana sacudió su cabeza.
—No, no, Madame Pince... Solo quería pedirle ayuda para encontrar libros de un autor que estoy buscando... —con manos torpes, sacó el libro de su mochila y le mostró el nombre del autor mientras la bibliotecaria se acomodaba los anteojos en su nariz respingada—. Se llama Fulbert Dupont...
—Ah, sí... —Madame Pince se enderezó en su asiento, aún con el ceño fruncido— el señor Dupont se encuentra en la sección de Adivinación si quiere encontrar sus libros de la materia.
Aquel dato hizo que el ceño de Ana se frunciera mientras procesaba la información.
—¿Adivinación...?
—Sí. Los libros se encuentran a cinco estanterías a la izquierda y se encuentran ordenados en orden alfabético —repitió la bibliotecaria—. No haga más ruido y no moleste a los demás.
Confundida ante el descubrimiento de que Fulbert Dupont se encontrara en la sección de Adivinación, Ana siguió las instrucciones de Madame Pince y caminó hacia las estanterías donde sus libros parecían encontrarse. Luego de unos minutos buscando su nombre entre los libros gordos y coloridos, la presencia de Blaise se presentó detrás de sus espaldas mientras él aparentaba buscar un libro en la estantería de enfrente.
—¿Qué estás buscando? Pensé que estábamos buscando acerca de Dupont... —susurró él leyendo un libro de Aritmancia que había agarrado de repente.
—Eso estoy haciendo... —murmuró Ana y sus ojos brillaron cuando encontraron el nombre que había estado buscando por los últimos minutos—. ¡Aquí!
Deprisa, Ana sacó el libro de entre los otros y leyó con rapidez el título del libro color violeta.
"Visiones proféticas de medianoche"
Fulbert Dupont
Un jadeo salió de los labios de Ana al leer el título, y cuando sintió el rostro de Blaise mirar el libro por encima de su hombro, no pudo evitar mirarlo con los ojos abiertos por la sorpresa. Blaise la observó con la misma extrañeza luego de leer el título dorado. Y luego de unos segundos en silencio, ambos dijeron el mismo pensamiento que los había tomado de sorpresa:
—Era un vidente.
• • •
¡hola!
¿cómo están?
realmente disfruté escribir este capítulo <3
les aviso con anticipación que capaz la semana que viene no haya un capítulo porque tengo dos parciales seguidos o(-<
¿qué les pareció este capítulo? ♥
¡muchas gracias por el apoyo!
nos vemos la próxima actualización
•chauuu•
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