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𝐞𝐥𝐞𝐯𝐞𝐧

"Los peligros de pensar"

El sábado se pasó bastante rápido para Ana que no abría los ojos cuando venía gente porque no tenía ganas de hablarles. Estaba segura de que Harry agradecería la atención y los ánimos con los que lo venían a ver pero ella estaba bien con las cortinas que la rodeaban para que nadie la viera. La única vez que le habló a alguien fue cuando Eun-Jeong Moon la fue a visitar para pedirle disculpas por el golpe. Sin embargo, luego de la conversación, Ana parecía más avergonzada que la chica de Hufflepuff. Había quedado colorada y le parecía que había dicho 'perdón' más veces que Eun-Jeong por alguna razón. 

Por la noche, Madame Pomfrey se acercó a Ana mientras apagaba las luces de la enfermería y le tendió un pequeño frasco que contenía un líquido celeste tan suave que parecía transparente.

—¿Más medicina? —inquirió Ana con una mueca en sus labios. Todo lo que le había dado lo mujer había tenido un gusto tan espantoso que Ana juraba no caer mal nunca más.

—Esta vez no. La señorita Granger me ha avisado esta mañana si era posible que te diese una poción para tu insomnio. Me ha dicho que ha sido terrible esta semana.

Ana le agradeció a Hermione porque había pasado completamente por su cabeza.

—Sí, estuve muy inquieta estas noches... deben ser los nervios y la nostalgia de estar lejos de casa...

Ana tomó el frasco y lo abrió para poder olerlo. Tenía un familiar aroma a manzanilla, como el del té que su abuela preparaba el cual Ana se negaba a tomar.

—¿Has sufrido insomnio antes?

La niña se lo pensó por unos segundos y recordó todas las noches que había quedado desvelada mirando el techo mientras rodeaba el saco favorito de su padre...

—Sí... pasa algunas veces al mes... no es continuo pero hay noches en la que es peor, como si mi cuerpo estuviese más despierto y activo que nunca.

Madame Pomfrey asintió pensante y señaló el pequeño frasco.

—Entonces tómatelo ahora, y así dormirás como un crup luego de comer un gnomo. Veremos si funciona y de allí planearemos para tu futuro insomnio.

Ana asintió y sin dudarlo le dio un trago a la poción, terminándola inmediatamente.

Los primeros segundos no sintió nada y temió que tampoco le funcionara una poción mágica, sin embargo, llegado el minuto Ana se desplomó en su lugar. Y como si aquella poción hubiese sido una luz en la oscuridad, el sueño en que Ana vivió durante aquella noche de noviembre fue el mejor que había tenido en años.


El día siguiente Ana se despertó con un bostezo suyo. Mientras su cerebro comenzaba a trabajar, se estiró y notó que por las ventanas se filtraba la luz del día soleado. Si solamente hubiese estado despejado el día anterior entonces todo habría salido muy diferente.

Cuando otro bostezo dejó su boca, Ana se dio cuenta de que su cuerpo se encontraba completamente relajado. Había dormido tal como Madame Pomfrey había dicho, y no había dormido así desde hacia un largo tiempo. Ni siquiera tuvo alguno de esos sueños extraños del que solo recordaba el escalofrío en su cuerpo.

—Te has despertado —señaló Harry que estaba completamente despierto en la camilla continua—. Te perdiste el desayuno, ya es el mediodía...

—¿Qué? ¿Cuánto tiempo dormí?

—Demasiado, no paraste de roncar desde que tu cabeza tocó la almohada.

—Já, já, qué gracioso, Harry.

Harry sonrió ante la mirada impasible de Ana y dejó salir un suspiro.

—Madame Pomfrey dijo que nadie te molestara así que cuando vinieron todos a visitarnos me dijeron que te dijera que esperan que te sientas mejor —dijo Harry señalando la frente de Ana y ella la tocó, recordando el porqué estaba en la enfermería.

Ya no le dolía y estaba feliz de decir que ya había cicatrizado, dejando solo el pequeño rastro de un relieve en la parte superior de su rostro. Estaba segura de que tampoco era muy visible. Y mientras Harry le contaba de que Moon había vuelto a aparecer para visitarla y ella se frotaba la frente, Madame Pomfrey hizo su aparición.

—¿Cómo te sientes, querida?

—¡Como nueva! Muchas gracias, Madame Pomfrey.

—No fue nada, y si quieres querida ya puedes irte. Tu herida ha sanado completamente —le aseguró la mujer y Ana quedó satisfecha.

Luego de arreglarse y vestirse con su ropa limpia —la cual Hermione al parecer había traído esa mañana para que estuviese cómoda—, caminó hacia Harry que se encontraba entretenido con su comida.

—Te vendré a visitar más tarde pero ahora tengo que ir a hablar con Dumbledore...

—E ir a almorzar —apuntó Harry y ella asintió.

—Eso también.

Cuando Madame Pomfrey le dio dos pequeños frascos con aquel líquido claro que Ana había ingerido el día anterior, diciéndole que debía tomarlos solamente cuando su insomnio era abrazador, Ana recordó que Snape había dicho que Remus había estado enfermo.

—Madame Pomfrey, ¿sabe si R... el profesor Lupin se encuentra mejor? —inquirió ella mientras guardaba los frascos en sus bolsillos.

La mujer la miró con simpatía mientras ordenaba todos los pergaminos que se encontraban tomando lugar en su escritorio.

—Sigue descansando pero se siente un poco mejor así que es muy posible que mañana vuelva a dar clases. Claro, si fuera por mí le obligaría a tomarse otra semana pero siempre fue tan testarudo aquel muchacho... —Madame Pomfrey dejó salir un suspiro como si estuviese recordando el pasado—. No te preocupes, querida, en el curso del tiempo se sentirá como nuevo.

Ana le tomó la palabra y se fue al comedor para almorzar. Cuando llegó, fue bien recibida por Hermione y Ron que estaban contentos de que hubiese despertado y que se encontrase en un mejor estado que el día anterior. Ana no pudo evitar contar que había dormido excelente y notó que Hermione se encontraba satisfecha de que le hubiese podido ayudar.

Y luego de que el equipo de quidditch de Gryffindor se presentara a ella con más formalidad que el día anterior y Ana conociese por primera vez a Oliver Wood, el capitán del equipo, Ron se fue a hacerle compañía a Harry mientras que Ana y Hermione se dirigieron al despacho del profesor Dumbledore para hablar.

—La profesora McGonagall me dijo que la contraseña es "sapo de menta".

A Ana se le hizo agua la boca pero asintió mientras subían las escaleras. Si era sincera, no tenía nada planeado. El día anterior se la había pasado durmiendo como para pensar en algo y aquella mañana... también. Pero ya no había vuelta atrás y por más que sus piernas temblaban mientras caminaban por el pasillo, su mente estaba hecha y quería hablarle al director de su problema porque sabía que podrían resolverlo. Solamente debía hablar.

Cuando ambas llegaron frente la estatua de una gárgola y Hermione dictó la contraseña, para el asombro de Ana, ésta dejó ver una escalera secreta una vez que se movió. Y al llegar al interior del despacho, Ana pudo apreciar su decoración.

Era una gran sala circular con muchas ventanas y muchos retratos personas que seguramente habían sido muy importantes. También había una serie de tablas delgadas en la que se ubicaban delicados instrumentos de plata que giraban y emitían pequeñas bocanadas de humo, así como una increíble colección de libros, la cual Ana no podía dejar de tener curiosidad por sus títulos, y lo que más atrajo su atención, un ave fénix posando en una vara de metal que parecía pertenecerle.

Sin embargo, antes de que Ana pudiese acercarse al ave mítica, vio al profesor Dumbledore sentado detrás de su escritorio, con una sonrisa plantada en su rostro.

—Buenas tardes.

Ana sintió las palmas de sus manos sudar así que las pasó por su ropa tratando de aparentar de que eso no sucedía. Ambas niñas dejaron salir un agudo 'buenas tardes' pero Dumbledore no dejó de sonreír tranquilamente.

—¿Por qué no toman asiento? —cuando señaló las dos sillas en frente de él, Ana y Hermione se sentaron rápidamente para que él pudiese seguir hablando—. ¿Les apetece un sorbete de limón?

Ana vio aquellos caramelos de limón que a su abuela tanto le encantaban. Al parecer era un gusto de muchas personas mayores de edad.

—No, gracias... —murmuró Ana. Le daba un poco de vergüenza comer allí.

Dumbledore dejó el cuenco de caramelos en su escritorio y juntó ambas manos para proseguir hablando.

—Es un verdadero alivio ver que te encuentras mejor, Ana. Me temo que ayer no ha sido un día agradable —dijo Dumbledore y Ana notó una pizca de oscuridad en sus ojos al recordar el día anterior—. Espero que eso no haya interferido con tu opinión acerca del juego.

Ana quería decirle que eso no había pasado pero era todo lo contrario. Aquel golpe había fortalecido su odio hacia los deportes. Igualmente, no pudo darle su opinión porque Dumbledore seguía tomando la iniciativa de la conversación.

—La profesora McGonagall me ha informado el viernes que precisabas de mi presencia y lamento que hayas tenido que esperar hasta hoy. Verás, estaba completamente ocupado que hasta me olvidé de usar mis calcetines favoritos durante la noche del viernes. Una verdadera pena dado que me favorecían.

Ninguna de las dos niñas sabía qué responder a eso así que solamente asentían y simulaban entender de lo que su director estaba hablando. Ana había escuchado que Dumbledore era un hombre singularmente peculiar pero aunque hubiese hablado de sus calcetines, Ana no lo veía con tanta extrañeza. Es decir, los calcetines eran importantes. Más si tenían divertidos estampados.

—Pero basta de desviarme del tema principal, ¿qué era lo que precisabas de mí, Ana? ¿en qué te puedo ayudar?

Ana se enderezó en su lugar y se aclaró la garganta pero cuando abrió la boca no salió ninguna palabra. Al parecer había subestimado el poder de los nervios.

—Ehh...

Dumbledore ni se inmutó y siguió esperando tranquilamente a que hablase. Pero al ver que Ana se había estancado, Hermione decidió ayudarla.

—Es... es acerca del profesor Snape —admitió ella un poco roja cuando Dumbledore la observó—. Ana se encontraba... insegura del profesor...

Ana recobró su valor para no dejar a Hermione sola y asintió, dándole la razón.

—Sí, tengo ciertas inquietudes con él, profesor —afirmó y tomó una bocanada de aire—. Sé que es una persona muy inteligente, señor, lo pude ver perfectamente en los meses que llevo aquí. Y no tendría problemas en cómo lleva a cabo sus clases... si no fuera porque insulta la integridad psicológica de sus estudiantes.

Ana se dio una pequeña palmadita en su hombro al usar aquellas palabras tan elaboradas. Ver documentales con su abuela hasta que se durmiera sí había dado sus frutos.

—¿Puedes elaborar a qué te refieres con eso, Ana?

—Sí. El profesor Snape no deja de minimizar la inteligencia de sus propios estudiantes a cada momento que se les presenta como si nosotros tuviésemos que saber todo antes de que siquiera nos lo enseñe. Y cuando no tenemos ni una idea, el primero en insultarnos es él. Entiendo que sea un profesor y deberíamos respetar sus métodos de enseñanza pero aunque sea un excelente explicador y... maestro de pociones, le falta dar el respeto que nos ordena que le demos a él.

»Comprendo completamente que hay personas que no son conocidas por su extroversión o amigabilidad, pero él es un profesor y aunque parece que es el mejor en su área, no puedo decir lo mismo de su posición. Porque si fuese un buen profesor no debería sonreír cuando nadie parecer salir buen estudiante de su clase.

Dumbledore escuchó atentamente todo lo que Ana tuvo que decir y en ningún momento, a diferencia de Snape, la interrumpió o burló. Es más, parecía muy concentrado en toda palabra que salía de la boca de la niña, tomándose su tiempo para comprenderla y figurar qué hacer de ella.

—Y a partir de estas quejas, cuya validez es completa y debo decir alarmante que todo esto concierne al profesor Snape, ¿qué medidas deberían ser tomadas, Ana? ¿qué me propones tú?

Alarmada, Ana se giró a Hermione. Esa era una responsabilidad terrible, ¿ella debía decidir qué hacer? Ella solamente había traído un problema y hechos, no una solución. Sin embargo, al ver la mirada tranquilizadora de su amiga, el valor volvió a Ana y se enfrentó a su profesor con determinación en su mirada.

—El profesor Snape debería ver él mismo como proceder pero no escuchando de mi boca, qué sé que él la ignorará, sino la de usted.

•      •      •

El día siguiente, Ana se encontraba contenta. No solo había encarado al profesor Dumbledore acerca de su profesor de pociones, pero también había recibido una solución. Luego de que hubiese declarado el remedio para la situación, Dumbledore había estado de acuerdo con decirle a Snape acerca de la preocupaciones de su estudiantes.

No obstante, mientras se dirigían a su clase de Defensas Contra las Artes Oscuras luego del almuerzo, Ana tenía un poco de inquietud de encontrarse con el profesor Snape. Tal vez y no había servido de nada y le descontaría quinientos puntos a Gryffindor. Y al parecer, Ron coincidía con ella.

—Si Snape vuelve a dar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me pondré enfermo —explicó él—. Mira a ver quién está, Hermione.

Hermione se asomó al aula.

—¡Estupendo!

Remus había vuelto al aula. Ciertamente, tenía aspecto de convaleciente. Las togas de siempre le quedaban grandes y tenía ojeras. Sin embargo, sonrió a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante su enfermedad.

—No es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución ¿Por qué tenía que mandarnos trabajo?

—No sabemos nada sobre los hombres lobo...

—¡... dos pergaminos!

—¿Le dijeron al profesor Snape que todavía no habíamos llegado ahí? —preguntó Remus, frunciendo un poco el entrecejo.

Volvió a producirse un barullo.

—Sí, pero dijo que íbamos muy atrasados...

—... no nos escuchó...

—¡... dos pergaminos!

Ana no había escrito nada. Además de que se le había pasado por la cabeza, no iba a escribir cómo matar a los hombres lobo.

—No se preocupen. Hablaré con el profesor Snape. No tendrán que hacer el trabajo.

—¡Oh, no! —exclamó Hermione, decepcionada—. ¡Yo ya lo he terminado!

Ana adoró la clase. Remus había traído un hinkypunk, una criatura pequeña de una sola pata que parecía hecha de humo, enclenque e inofensiva.

—Atrae a los viajeros a las ciénagas —explicó Remus mientras los alumnos tomaban apuntes—. ¿Ven el farol que le cuelga de la mano? Le sale al paso, el viajero sigue la luz y entonces...

El hinkypunk produjo un chirrido contra el cristal.

Al terminar la clase, Ana se acercó Remus para preguntar por su salud.

—Estoy mucho mejor, pero debo decir que he caído enfermo en el peor de los momentos —suspiró Remus y luego observó la frente de Ana—. Me he enterado de lo que pasó en el partido, ¿cómo te encuentras?

—Como si aquella... ¿bludger? pues como si no me hubiese golpeado.

Remus pareció aliviado ante la respuesta y asintió satisfecho. Pero antes de que pudiese responder, una voz que hizo que Ana abriera bien los ojos, los interrumpió.

—Lupin —llamó Snape desde la puerta del aula, ignorando a los estudiantes que pasaban a su lado tratando de esquivar su cuerpo—, necesito hablar con Abaroa.

—Oh, por supuesto, Severus —Remus pasaba por inadvertida la mirada de horror de Ana y se dirigió hacia lo que quedaba de la clase—. Espera un momento, Harry, necesito hablar contigo.

A regañadientes, Ana se acercó a Snape luego de saludar a Remus, y cuando salió del salón y cerró la puerta detrás suyo, la niña se dignó a mirar a su profesor de pociones.

Si Ana era sincera, no notaba ninguna diferencia en su rostro. Seguía viéndose igualmente irritado por el mundo como lo hacía siempre y su frente estaba arrugada dado que no dejaba de fruncir el ceño para mirar de manera agria a todos lo que se dirigieran a él. Pero Ana sabía que había una fracción más de molestia en aquella mueca que Snape le mostraba y ese detalle la estuvo inquietando hasta que el hombre habló y Ana pensó que la mataría allí mismo.

—Me he enterado de tu... débil capacidad por cerrar la boca y de que para tu propia desgracia no lo harías aunque fuese tu única forma de salvarte... —Snape pareció reacio de seguir hablando y Ana estaba tremendamente amargada de tener que seguir escuchándolo—, pero se me ha obligado de cambiar ciertas... cuestiones.

Ana no estaba muy esperanzada de que Snape cambiase su actitud simplemente por el hecho de que desde que había abierto la boca la había criticado sin cesar.

—Tu castigo cambiará. No deberás limpiar el aula de pociones por lo que resta del mes... —A Ana le gustó eso. Ya odiaba el olor asqueroso que desprendía de los calderos—... pero a petición del profesor Dumbledore, te quedarás más tiempo estudiando para pociones con mi ayuda.

Ana comenzó a amargarse nuevamente, limpiar los calderos no sonaba tan mal como pasar más tiempo junto a Snape.

—Hasta el fin del mes usarás cuatro horas de tus fin de semanas para estudiar pociones en el aula. Dos horas los sábados y dos horas los domingos —dijo Snape con asco como si le diese impotencia pasar más tiempo enseñándole a Ana—. Doce horas en total.

Ana preferiría soportar a Zabini, y eso era decir mucho, antes de pasar doce horas más con Snape pero en vez de quejarse solo aceptó su destino y asintió. Si Dumbledore había dicho aquello entonces debía aceptarlo, tal vez había tenido buenas intenciones pero Ana lamentaba todo.

Solamente esperaba que noviembre se pasase tan rápido como octubre.


Para la suerte de Ana, así fue.

Noviembre se fue volando pero también su cabeza. Las cuatro horas extras que Ana le dedicaba a pociones no solamente hicieron que su cerebro se friera pero también hicieron lo imposible: que Ana finalmente estuviese al día con sus clases. Claro, no era sorprendente si uno se ponía a pensar que estudiar comúnmente llevaba a esa resolución pero de todos modos, en el último día de Noviembre, Ana se encontraba satisfecha de su avance. Snape sí era un excelente profesor y aunque aún no largaba aquel carácter tan desagradable, Ana en ningún momento se vio desanimada por dejar de aprender acerca de la materia. Lo que veía como un gran logro.

Pero al adentrarse a diciembre, Ana había ignorado que había dado paso en un campo de minas. Y durante la madrugada del siete del mes, Ana pisó una mina.

Para muchos el siete de diciembre no significaba nada. Algunos podrían decir que era su cumpleaños y otros el aniversario de casamiento. Muchos dirían que el eco del invierno se hacía escuchar en aquellas fechas y las hojas de otoño caían por última vez. El cielo se volvía blanco y el único color brillante se encontraba en el suelo con la flora muerta. En los hogares las familias comenzaban a adornar sus habitaciones con tres colores familiares para la celebración que se avecinaba y las canciones navideñas se hacían oír en las calles y en las radios de los bares que abrían temprano.

Para muchos el siete de diciembre no significaba nada pero para Ana significaba todo.

Para Ana significaba su primera noche en vela, su primer verdadero llanto, su primer corazón roto. Para Ana significaba una razón menos para ser feliz. Para Ana significaba un año sin Fidel Abaroa.

Cuando la luz de la mañana se filtró por las cortinas del dormitorio, Ana la ignoró mientras su mirada se perdía en la textura de su sábana la cual cubría su cuerpo de pies a cabeza. También ignoró cuando sus compañeras comenzaron a levantarse y a prepararse para el día, y fue difícil responder la pregunta de Hermione cuando quiso saber si se sentía bien. Ana solamente dejó salir una rasposa mentira, haciéndole saber que se encontraba enferma. Hermione no volvió a preguntar y en cuestión de una media hora Ana volvía a encontrarse sola con sus pensamientos.

Era curioso. Los pensamientos eran los que hacía al humano como tal, eran la fuente de vida y poder para el mundo. Eran los creadores de todo y nada, y sería poca cosa decir que eran menos que un arma mortal. Pero al mismo tiempo que creaban, destruían. Dejar a alguien a la merced de sus pensamientos es la mejor y la peor decisión que uno puede hacer. Los pensamientos son peligrosos, míticos y desconocidos, y allí sola en toda su merced junto la compañía de su mente, Ana se estaba perdiendo en ellos.

Las lágrimas habían dejado de caer hacia varias horas. No sabía cuándo pero sabía que en algún momento dejó de sentir su sábana mojada. Le ardían los ojos y si se hubiese visto en un espejo, hubiese visto que el blanco se había convertido en rojo y el azul se había vuelto gris. Tampoco podía sentir su respiración pero podía ver el vaho que a veces cubría su vista y eso era la única prueba de que seguía viva porque su corazón aun sintiéndose pesado se encontraba frágil y vacío. Sus manos y brazos rodeaban una prenda intrigante. Era de un color azul profundo, sucio y arrugado, con algunas flores de todos los colores cubriendo su textura áspera. No poseía aroma alguno pero Ana no había dejado de enterrar su nariz en ésta como si estuviese esperando sentir aquella colonia de eucalipto luego de un año sin ella.

El tiempo pasaba pero Ana no lo notaba, solamente notaba las memorias recorrer su mente y los pensamientos embriagándola con una afección fría y desinteresada, haciendo que cada vez el dolor fuese menos tolerable. Recordar su rostro la hacía sonreír pero al mismo tiempo la lastimaba, le mentía y jugaba con ella. Fidel no tenía los ojos verdes pero ¿por qué su mente lo recordaba así? su sonrisa no era distante, entonces ¿por qué su memoria le mentía? Recordar era cálido pero frío, nítido pero borroso. Ana no diferenciaba la realidad y la fantasía, no tenía la fuerza para saber qué era mentira y qué era verdad. Se ahogaba en sus pensamientos y no había una mano que la sostuviera y la trajese nuevamente a la superficie.

Y cuando Hermione, colorada y con el uniforme desordenado, volvió a aparecer en el dormitorio, Ana no se enteró hasta que su mano encontró la suya propia y la envolvió en un cálido sentimiento que trajo a la muchacha perdida a sus sentidos. Hermione apretó suavemente su mano y lentamente le quitó la sábana de encima para mirarla a los ojos. Cuando Ana observó los ojos oscuros de su amiga algo tembló dentro suyo y un pequeño sollozo salió de sus labios como si hubiese esperado a que alguien le dedicase un momento.

—Estoy aquí...

Así fue cómo Ana Abaroa se quebró por completo aquel siete de diciembre, pero en vez de caer en pedazos hacia el suelo para que alguien luego recogiera lo que hubiese quedado de su corazón, esta vez cayó en los brazos de una persona tan cálida y real que la mantuvo a salvo de que ya no hubiese reparación

Y aquel día, los pensamientos fueron vencidos por el calor de un abrazo que lo único que hizo fue demostrar amor.

•      •      •

Diciembre fue lento y doloroso. Desde el día en que Ana se rompió a llorar en los brazos de Hermione por el aniversario de su padre, en ningún momento la chica la dejó sola. Hermione había visto cada sonrisa, lágrima y risa que había salido de Ana durante todas esas semanas. Y no fue la única, dado que Harry y Ron no se quedaron atrás. Los tres la acompañaron durante los momentos en que quebraba en sollozos, cada uno a su manera pero bien recibidos por Ana, quien en un momento había pensado que jamás tendría una relación tan cercana con niños de su edad como la que tenía ahora. Esa era una alegría que acompañaba a Ana durante los días más nublados.

Pero cuando el cielo comenzó a tornarse blanco y los terrenos se comenzaban a cubrir de escarcha, los alumnos debían pensar si querrían quedarse en el castillo o ir a sus casas para pasar la Navidad. Y aunque Ana estuviese eternamente agradecida con sus amigos, sabía que era una fecha en la que no podía dejar sola a su abuela y debía volver a su hogar. Ya extrañaba los abrazos de Hilda y no podía esperar a tomar de su chocolate caliente mientras miraban alguna película acorde con la festividad.

Sin embargo, aún faltaba para irse a casa y el último fin de semana del trimestre, había programada una visita a Hogsmeade. Hermione estaba reacia a ir dado que no quería dejar sola a Ana, sin embargo, ella le aseguró que estaría completamente bien. Además, tenía a Harry.

—¡Pss, Ana, Harry!

Recién habían despedido a Hermione y Ron para su visita a Hogsmeade y se encontraban subiendo la escalera de mármol que conducía a la torre de Gryffindor, cuando Fred y George los miraban desde detrás de una estatua de una bruja tuerta y jorobada. Y aunque agradecía que quisieran hablarle, Ana quería un poco de tiempo sola. No para perderse en sus pensamientos —Remus le había dado un libro de su clase para que fuese leyendo—, pero para apreciar el silencio.

—Yo iré yendo... no tengo muchas ganas de travesuras —admitió Ana y Harry asintió aunque titubeante.

—¿Te encuentras bien?

Ana le sonrió agradecida y asintió para asegurarle.

—Sí, solo que estoy cansada.

Aunque le tomó unos segundos en decidirse, Harry le tomó por la palabra a Ana y se fue a investigar lo que los gemelos tenían preparado en vez de ir a Hogsmeade, mientras Ana seguía subiendo la escalera.

Ana solo conocía un lugar perfectamente escondido y silencioso en todo Hogwarts, lo malo es que no se acordaba cómo llegar allí. Sabía que lo había encontrado bajando de la torre de Gryffindor y se encontraba en la pared contraria de la entrada a la torre, pero habían varios pisos y varias entradas a diferentes pasillos.

Volvió en sus pasos y luego de darse cuenta de que había perdido a Harry y los gemelos de vista, se dedicó a inspeccionar. Tal vez la entrada al pasillo se encontraba al lado de aquel lienzo de frutas... o tal vez al costado del lienzo de una mujer hermosa cepillando su largo cabello oscuro. No. Definitivamente Ana no sabía a dónde dirigirse. Suspirando bajó el último escalón hacia el pasillo que la escalera la había dejado y decidió que visitaría cada pasillo aunque sus piernas se quejaran. Tenía todo el día y si al final al menos descubría dónde estaba el pasillo, eso sería una victoria a la vez.

Comenzó a caminar por el pasillo iluminado por la luz clara que se filtraba por las ventanas y sintió un déjà vu mientras observaba el paisaje detrás de los vidrios. Como si ya hubiese estado allí y estuviese encaminándose hacia el mismo escenario que veía fragmentado en su cabeza. Y se dio cuenta de que así era porque ya conocía ese pasillo tan solitario... era el mismo que había estado buscando, solamente que un poco más iluminado por la luz de la mañana.

A su izquierda no habían ni puertas ni cuadros, solamente una pared lisa adornada con algunas velas y grabaciones inmortales hechas por amores juveniles o niños traviesos, detalle que Ana no había captado con anterioridad pero ahora lo hacía por la brillante luz del día. Era como si la luz de las ventanas fuese la razón de los secretos de aquel pasillo y fuese la dueña de toda película que sucedía en aquellas paredes.

Cuando llegó al final del pasillo Ana vio la puerta y se detuvo a admirarla aún más que lo que había hecho antes. No era la gran cosa. Una puerta de madera oscura, desgastada por los años pero nada más. Ninguna inscripción o algún daño humano que pudiese verse. Ana pasó una mano sobre ella pero tampoco sintió la gran cosa y retiró su palma con miedo de clavarse una astilla. Odiaba ese sentimiento punzante y no se quería arriesgar.

Se dio media vuelta y se enfrentó a la estatua que ella bien sabía escondía un secreto detrás. Lo que Ana no sabía era la gran sorpresa que se iba a llevar una vez que hubiese puesto un pie en el escondite secreto.

¿Blaine Zavery?

Ana obviamente lo estaba haciendo a propósito pero la verdad es que el chico se lo merecía por arruinar el único momento de soledad que hubiese tenido si no fuese por su presencia sentada contra la ventana de siempre y el libro que tenía en sus manos. El Slytherin le dedicó una mueca de irritación ante su silueta pero también hacia el nombre con el que lo había llamado.

—¿Es que tienes tan poca memoria de recordar un nombre, Abaroa?

—No me interesas lo suficiente como para que me importe, Blyth.

El rostro de Zabini se contrajo aún más pero volvió su vista hacia el libro que estaba leyendo antes de la repentina presencia de Ana. Pero Ana no lo iba a dejar ir tan rápido y definitivamente no iba a ser ella quien se fuese esa vez.

—¿Por qué no te encuentras en Hogsmeade?

—No me interesan esas visitas ridículas —dijo él queriendo terminar con esa conversación lo más pronto posible—. Ahora vete.

—Ni hablar —resopló Ana y se sentó en el mismo banco del día pasado—. Si aprecias tanto el silencio como yo entonces no te costará nada cerrar la boca tú y dejarme leer en paz.

Y con eso, Ana abrió el libro de Remus y se lo puso a leer, ignorando la mirada asesina con la que Zabini la observaba. Odiaba el contacto visual así que ni hablar de levantar la cabeza hasta que el chico no dirigiera su vista al libro en su regazo. No tardó en pasar dado que Zabini perdió rápidamente interés por ella y se concentró en su libro, no queriendo gastar sus energías en alguien tan desagradable como Ana.

Ana lo miró de reojo y con carácter crítico. Zabini parecía más tolerable cuando no hablaba bajo la blanca luz del cielo. Su rostro se encontraba relajado mientras se concentraba en el contenido de su libro, el cual Ana pudo ver que se llamaba "Artefactos Malditos y sus Historias" pero no pudo ver quién lo había escrito porque la mano de Zabini tapaba el nombre. Ana bien sabía que aquella faceta del Slytherin —serena, concentrada y callada—, solamente escondía a una persona arrogante, vanidosa y prejuiciosa. Características que irritaban hasta el núcleo a Ana y la hacían criticarlo aún más. Eso hasta que se dio cuenta de que se lo había quedado mirando fijo por más de un minuto y decidió ella misma concentrarse en su libro antes de siquiera darle más de su tiempo al chico.

Las horas pasaron y Ana solamente se daba cuenta por las sombras que se formaban en las paredes a partir del cambio de luz del cielo, que seguía siendo el mismo color blanco que siempre hasta que se volvió oscuro por el atardecer.

A Ana ya le dolía su espalda y trasero por haber estado sentada en la misma forma por horas pero no sería la primera en irse. Ya le había dado el gusto a Zabini una vez, no lo haría de nuevo. Y finalmente pudo percibir su victoria cuando Zabini —que ya había terminado de leer el libro—, se levantó de su lugar para estirar sus piernas largas, las cuales Ana inconscientemente envidiaba. Luego de parecer satisfecho con su pequeño ejercicio, el Slytherin decidió dejar el escondite sin dirigirle palabra alguna a Ana, quien luego de unos segundos dejó de escuchar las suaves pisadas de los zapatos del chico.

Una sonrisa satisfecha se posó en sus labios y se levantó de su lugar para ella misma estirarse. Le dolía tremendamente el cuerpo pero no podía quejarse porque había ganado esa inexistente pelea y ahora podía dejar el lugar atrás para ir a recibir a sus amigos de la visita al pueblo mágico.


En la cena, Hermione, Ron y, sorprendentemente, Harry, le contaron lo que había pasado en Hogsmeade. Todo había comenzado con Fred y George que le habían dado a su primo un mapa que contenía todos los lugares del castillo, pasadizos secretos y más, además de mostrar a las personas, el cual Harry lo había usado para escabullirse por uno de los pasadizos e ir a Hogsmeade. Y por si no fuese poco, aquel mapa lo habían hecho sus padres junto con Sirius y... pues Peter Pettigrew, cuando eran jóvenes. Ana no podía decir que estaba asombrada de que lo hubiesen creado, luego de escuchar todas las travesuras que se mandaban por boca de Remus. Al hombre le divertía contar acerca de los castigos que se habían llevado sus amigos y a Ana le encantaba escuchar la risa de él junto sus comentarios. Era como ver una nueva faceta desconocida por Ana y que le parecía de lo más agradable.

Y aunque eso no hubiese sido todo lo que debían contarle, se tuvieron que callar cuando George y Fred se metieron en la conversación, haciéndole miles de preguntas a Harry que no sabía por dónde comenzar.

Ya en el dormitorio, Ana comenzó a guardar todo en su baúl para que sus pertenencias quedaran ordenadas, pero todo lo que necesitaría lo había guardado en una mochila que su abuela le había dado antes de partir al colegio. Claro, además acomodó la cesta de mimbre de Basil para que la mañana siguiente no tuviese que estresarse por ello. Y mientras arreglaba su baúl hasta que quedase satisfecha, Ana vio dos paquetes en el fondo de los cuales se había olvidado por completo. Los regalos de cumpleaños que le habían entregado Harry y Remus.

Ana se volvió roja por la vergüenza de haberse olvidado y los guardó en su mochila a simple vista para que pudiese abrirlos en el tren con tranquilidad.

Y colocándose las medias que le habían regalado Hermione y Ron, se fue a dormir. Sin sueños que la pudiesen molestar ni pensamientos que la pudieran quebrar.


A medida de que el tren se movía, Ana observaba a través de su vaho el paisaje lleno de nieve. Desde las colinas hasta los árboles, todo era blanco y era imposible divisar el cielo de la tierra si no te concentrabas lo suficiente en lo que tenías delante.

La risa de Parvati hizo que Ana dejara de ver su reflejo en el vidrio y se girara hacia donde ella y Lavender se encontraban riendo acerca de un chisme que habían escuchado. Ambas chicas la habían invitado a su compartimiento y Ana había aceptado gustosamente. Tal vez no tenía mucho trato con las dos amigas pero le caían muy bien a Ana. Siempre la integraban en las conversaciones, haciéndole preguntas y riendo junto a ella, haciéndola sentir bienvenida. Ana se preguntaba si podían a llegar a ser más cercanas durante el trimestre siguiente. Esperaba que así fuese.

En un momento Basil saltó al regazo de Ana para dormir allí, y notó que porque él se encontraba tapando su mochila, le había tapado la vista de los regalos que aún no había abierto, así que sin querer molestarlo, agarró los paquetes y los colocó a su lado. No sabía cuál abrir primero.

Se decidió por el de Harry.

El paquete parecía que James lo había forrado porque estaba perfectamente laminado y envuelto, pero al sacarle el papel amarillento y leer la carta con la que habían mandado el paquete, Ana descubrió que todo el proceso del envolvimiento del paquete lo había hecho Sirius porque al parecer James era incapaz de hacerlo prolijamente. Todos tienen sus debilidades y fortalezas... pensó Ana con una sonrisa. Dentro, había un pequeño cofrecito de madera con forma de un corazón que tenía pintado algunas flores de todos los colores. Era precioso y Ana temía que se le cayese. Pero antes de que pudiese pensarlo, lo abrió.

El pequeño medallón era hermoso. Era de oro, el cual Ana no dudaba que Harry había elegido, y tenía la forma de un corazón. Pero lo más llamativo era el diseño de un león tallado en su frente que parecía sacado de una foto. Y cuando Ana pasó un dedo sobre éste, el medallón se abrió, mostrando una sorpresa que hizo que Ana sonriera enormemente. Dentro del medallón posaba una pequeña foto, de la cual Ana estaba segura que la habían sacado días después que todos se conociesen, en donde se podía ver a todos juntos —hasta su abuela se encontraba— riendo de seguramente un chiste malo que James había contado en el momento. Era una imagen tan cálida que Ana tuvo que mirar hacia la ventana para no largarse a llorar. Necesitaba controlarse porque no quería despertar la preocupación de Parvati y Lavender.

Luego de que apreciara el colgante lo suficiente, se lo colocó suavemente y lo acarició con sus dedos, sintiendo la textura fría del metal pero sabiendo que adentro solamente se podía sentir el calor. Sin duda debía agradecerle exageradamente a todos lo que habían participado del regalo.

Y finalmente se volvió hacia el paquete arrugado —era posible que el hecho de que hubiese estado en lo más profundo de su baúl tenía que ver con ese detalle— y lo contempló con anhelo. Un regalo de Remus. Alguien con quien era sumamente cercana pero todavía muy distante. Cuando sostuvo el paquete en sus manos no tuvo el valor de romper aquel empapelado ya que había sido trabajo de Remus y sería un crimen destrozarlo, así que con cuidado lo comenzó abrir y aunque a veces lo rompiese un poco de más, terminó quedando casi intacto. Y lo que había adentro hizo que se le formara un nudo en la garganta mientras sus dedos rozaban la lana de los pequeños soquetes azules. Al tomarlos en sus manos notó que eran tan pequeños que cabían en sus palmas. Eran tan suaves y cálidos que Ana no sabía cómo reaccionar. Sus emociones estaban por todos lados y su cerebro no se podía concentrar en una concreta, así que decidió ponerse en blanco. Eso hasta que un mal movimiento de ella hizo que una carta que se encontraba aún en el paquete, se deslizara al suelo del compartimiento.

Ana se apuró a tomarla en sus manos y leyó a quién estaba dirigida.

Para mi pequeña Ana.

La tipografía era peor que la de Remus pero por alguna razón, Ana lograba comprenderla. Tal vez porque se parecía a la suya.

Ana abrió el pergamino y su corazón le dedicó cada latido a cada palabra escrita en el papel como si la conexión entre ambos fuese más fuerte que cualquier fuerza.

15 de agosto de 1981

Hola pequeña mariposa,

¿Cómo te encuentras? Ya sé que no lograrás entender esta carta porque cuando te de estos soquetes solamente tendrás dos añitos. ¡Qué rápido estás creciendo, pequeña! Parece como si fuese ayer que llorabas en mi brazo por primera vez y ahora ya sabes dar tus primeros pasos... si es que pueden contar aquellos golpes que te diste por querer dar un paso. ¡Pero es un gran progreso! Serás la niña más capaz de todo el mundo, yo lo sé y tu padre lo sabe también. No es poco decir que eres mi hija y heredarás toda mi ganadora personalidad —no le digas a tu padre que sino no me lo dejará olvidar nunca más, aquel hombre parece que vomita sarcasmo— uy ¿está bien que te diga ya sus pequeñas vulnerabilidades? Qué estoy diciendo, ni siquiera me comprenderás... ¿A qué quería llegar con esto...?

¡Ah! Ya recuerdo, espero que te gusten estos nuevos soquetes que tu querida madre ha tejido solamente para ti. Tu padre diría que me tomó más de un año pero yo te diré que solamente me tomaron unos meses en tomarle la mano al tejido. No es mi culpa que hubiesen tantas combinaciones extrañas, tu pobre madre tuvo que comprar dos veces ovillos de lana. Estaban carísimos, ¿quién diría que fuese así? Le propondré a Remus de irnos a vivir en una pequeña granja y vivir a base de la esquila ¿qué te parece? tendrás tu propia oveja. Merlín, ya me puedo imaginar que sería imposible separarte de ella, ya con tu encanto hacia los animales. Eres verdaderamente una princesa de un cuento de hadas, ¿no es así pequeña? Sacada de un cuento.

Espero que te guste el regalo mi bebé, espero que te caliente en las nevosas noches de invierno y que te proteja de todos los duendecillos que quieran robar aquellos pequeños deditos tuyos. Espero que si estoy atrasada en el hospital puedas sentir mi amor en ellos y te sientas siempre amada hasta en los momentos más inquietantes. Y espero que cada año me pidas que te teja un par más para poder darme una excusa de darte mi amor, espero que en algún momento te interese y compremos ovillos de lana juntas y hagamos pares gemelos. Espero que nunca te falte amor, Ana, y que el calor de estos pequeños soquetes te den la certeza de aquello.

Te dejaré porque tu padre parece que está quemando la cocina y no quiero ser yo la que cocine de nuevo, tu mamá esta muy vaga estos días,

te amo mi amor,

atentamente,

mamá.

•      •      •

no yo llorando con mi propia historia o(-<

FUA RE LARGO EL CAPÍTULO BROS, 7000 palabras nooo perdón, nunca más ah que nunca cumplo con ninguna promesa xd

¿qué les pareció el capítulo? yo me quiero esconder en mi cama y llorar :'*

GRACIAS POR TODO EL AMOR QUE LE ESTÁN DANDO A LA HISTORIA... literal no creí que obtuviese tanto amor pero ya llegamos a las 2k leídas, son lo mejor, lxs amo ♥

nos vemos la próxima semana ¡!

•chauuu•


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