Hay tres personas sentadas en su sala y Yuuri no tiene hambre, pero de todos modos se deja caer al lado de Mary y suspira, sonríe hacia sus padres como si no hubiera tenido el peor día de su vida.

—¿Puedo estudiar en casa?—pregunta, separando los palillos con cuidado. Su hermana está comiendo con el hocico.

  Su madre sonríe, le acaricia el pelo de una manera que enseña cariño.

—Sabes que no podemos hacer eso, Yuuri, si no te lo comes tú el mundo va a comerte—dice, y Yuuri siente que eso es estúpido.

—Si muerdo a alguien me sacan de la escuela—recuerda, y su padre ríe.

—No tan literalmente, cariño—dice, sorbiendo de sus fideos—. A veces tienes que ser el héroe de tu propia historia, eso es a lo que se refiere tu madre.

  Yuuri observa su plato de fideos con recelo.

—Preferiría ser uno de los ciudadanos confundidos que no saben qué está pasando, dejar que las batallas se queden por delante.

  Mary ladra, gruñe y enseña los colmillos.

—Cállate—le susurra Yuuri, pisándole la cola, y su hermana le devuelve el golpe enterrándole los dientes en el brazo.

—Eso va a sangrar—dice su papá, observando como sus dos hijos se pelean.

  Yuuri tiene la intención de dejarse crecer y enseñarle a su hermana su lugar, ver si el husky puede vencer al corgi, pero sus huesos todavía duele y honestamente no cree que una pelea de perros sea lo que una comida familiar necesite. 

  Mary le desencaja los dientes y, ciertamente, hay gotas de sangre saliéndose de los hoyos.

—Ojalá te hayas lavado la boca—dice Yuuri, dejando que Mary le lama las heridas.

  Ella ladra en desacuerdo, y Yuuri usa una servilleta para no derramar nada en el suelo en su camino al baño.