Cuando Viktor regresa de la escuela, su mamá lo está esperando en la sala. Tiene los brazos cruzados y los colmillos blancos resaltan entre sus labios verdes. 

  Está enojada, y Viktor sabe que ella sabe en los problemas que se metió el día de hoy.

—Viktor—dice, y el albino suspira, deja caer la mochila a sus pies y le enseña las manos. Nudillos rojos.

—Ellos querían ver mis colmillos, les dije que no tenía y entonces intentaron bajarme el pantalón para ver si tenía cola. No iba a dejar que nadie me viera las nalgas, mamá—y la señora Nikiforov suspira, se pasa las manos por los rizos blancos.

—Podías haberles escupido, sabes que eso los pone de nervios—susurra, pero cuando se acerca no lo recibe con una bofetada sino con un abrazo.

—Dejó de funcionar cuando vieron que era saliva de humano normal, nada de veneno involucrado.

  Su mamá sonríe, ladea la cabeza y se arregla el vestido. Tiene unos lindos moños azules en el pelo.

—Va a venir a comer tu papá—dice, y Viktor asiente, sonríe un poco.

—Christophe viene a cenar—dice, porque su mejor amigo siempre va a cenar a su casa los martes.

—Ya lo sé, cariño, ya lo sé. 

  Ambos Nikiforov se sonríen y Viktor quiere contarle a su mamá del nuevo chico en la escuela, pelo negro y lentes azules; ojos avellana escaneando todo, asustados. 

  No lo hace, simplemente agarra su mochila y se va siseando a su cuarto.